Por Felipe de J Pérez Cruz
francisco_morazan-2.jpgEl nombre de José Francisco Morazán Quezada ha vuelto a ocupar espacios en esta hora de solidaridad y lucha con la hermana nación hondureña. Y no es casual que en la actual convocatoria de resistencia frente al golpe fascista organizado por la oligarquía de ese país centroamericano, se invoque en Morazán la experiencia y la enseñanza de la historia.
Nació Morazán el 3 de octubre de 1792, en una céntrica casa de la Villa de San Miguel de Tegucigalpa, Honduras, y fue bautizado en la iglesia parroquial de Nuestra Señora San Miguel de Tegucigalpa, el 16 de octubre del mismo año. Sus padres fueron Eusebio Morazán y Alemán, criollo antillano, descendiente de emigrantes corsos, y la centroamericana Guadalupe Quezada y Borjas.
Como hijo de una familia que disponía de recursos económicos, Morazán realizó sus estudios primarios de la mano de un preceptor, el fraile José Antonio Murga. Sobresalió desde niño por poseer una clara inteligencia y terminados sus estudios con Murga, toda su educación posterior fue obtenida por propio esfuerzo. El joven José Francisco se convirtió en un incansable autodidacta que logró superar las barreras que para el acceso a la modernidad, educación y ciencia, imponía el Estado colonialista. Así estudió Matemáticas y Dibujo, Historia, y principalmente Derecho. Aprendió el idioma francés, lo que le permitió tener un amplio conocimiento de la Revolución Francesa. Sus lecturas sobre la historia antigua y la que le era contemporánea, la atención a las obras de los enciclopedistas, su apasionamiento con el genio de Montesquieu, con el contrato social de Jean-Jacques Rousseau, le dotó de una sólida cultura política.
El cultivo del intelecto tenía en Morazán los encantos adicionales de la gallardía. De complexión delgada y elevada estatura, con un carácter atrayente fuerte y controversial , la sensibilidad del poeta y la magia del buen orador. Sobresalía entre los jóvenes de su tiempo. y se le consideraba un hombre apuesto, por lo que cariñosamente le llamaban “el niño bonito de Tegucigalpa”. Y no hay dudas de que tales cualidades personales se multiplicarían en la belleza mayor a la que aquel ser humano dedicaría su vida: La plena entrega a la causa de la emancipación nacional, su compromiso con las necesidades de justicia social, trabajo digno, educación y prosperidad para los indígenas, campesinos y artesanos humildes de la región, y sobre todo una incansable lucha por lograr la unidad e integración centroamericana.
Morazán era poseedor de una gran disciplina propia. A la edad de 16 años se trasladó con su padre a Morocelí, y allí se convirtió en asesor de la municipalidad e inspeccionó el archivo del Juzgado. Después trabajó en la escribanía de León Vásquez, donde adquirió conocimientos de derecho. Cuando se produce la independencia de Centroamérica, Morazán laboraba en el ayuntamiento de Tegucigalpa, como secretario del alcalde y defensor de oficio en casos judiciales en materia civil y criminal. Tales actividades le permitieron llegar a adquirir un gran conocimiento de la estructura y funcionamiento de la administració n pública de la provincia, y le proporcionaron un contacto íntimo con los problemas de la sociedad colonial.
El Ayuntamiento de Tegucigalpa se opuso rotundamente a la unión con México, y ante la beligerancia de los anexionistas, organizó en Tegucigalpa un ejército de voluntarios, con el fin de defender su opción independentista. Fue durante estos acontecimientos que José Francisco Morazán se alistó como voluntario, y fue designado capitán de una de las compañías. Comenzó así la vida militar de este prócer y su opción contra los intereses conservadores. Desde sus primeras acciones de armas demostró ser un excelente estratega militar, un jefe sereno, austero y preciso. Poseedor de un certero sentido de la justicia e impuesto de responsabilidad histórica.
La Asamblea Constituyente Federal en Guatemala nombra a Morazán miembro Vocal de la Comisión para estudiar la realidad de los países de la Federación en 1823. Algunos documentos históricos lo ubican como integrante de la comisión que dictaminó las bases del poder electoral de la Federación, en una reunión que sostuvo la Asamblea Constituyente de Centroamérica, pero no caben dudas de que con uno u otro nivel protagónico, siguió y apoyó decididamente este proceso de institucionalizació n de la unidad centroamericana.
En 1824, Morazán fue designado secretario general del gobierno de su tío político y primer Jefe de Estado de Honduras, Dionisio de Herrera. En 1825 José Francisco contrajo matrimonio con una joven viuda María Josefa Lastiri Lozano. De esta unión nacería su hija Adela. A Morazán se le conocieron además dos hijos, José Antonio Ruiz (hijo adoptivo) y Francisco Morazán Moncada.
El 11 de diciembre de 1825, Morazán está entre los firmantes de la primera Constitución de Honduras, en Comayagua. En 1826, pasó a presidir el Consejo Representativo de la República. Un año después, luego de infringir importantes derrotas a las fuerzas conservadoras, se convirtió en presidente de Honduras (1827-1830).
El proyecto unitario
Desde la presidencia hondureña Morazán llevó el peso de las operaciones militares en la guerra civil contra los terratenientes y ricos comerciantes que dominaban la Federación, tomó San Salvador (1828) y luego Guatemala (1829), que además de la capital federal era el bastión del conservadurismo. En este último estado también es proclamado presidente. Las elecciones de 1830 confirmaron a Francisco Morazán como presidente de la República Federal, triunfo que revalidó en las elecciones de 1834.
El presidente Morazán impulsó un cambio a favor de las mayorías más humildes, y enarboló un proyecto de desarrollo autóctono para la región, que tenía por objetivo la constitución y fortalecimiento de una clase burguesa nacional. Proclama el libre comercio con una clara concepción de defensa de los intereses de la región. No abre el país a la apetencia desmedida y empobrecedora de los productos extranjeros, sino que se ocupa de la promoción y desarrollo de las exportaciones. Para ello protege la industria textil y crea un programa de colonización con el propósito de abrir nuevas líneas de productos exportables y fomentar el mercado interno.
En particular Morazán fue un renovador de los sistemas educativos de su época. Definió la responsabilidad del Estado en la educación popular y fomentó escuelas y academias. En esta perspectiva la introducción de la imprenta fue una decisión dirigida a reafirmar la identidad criolla, para fomentar y producir la literatura y los textos de los centroamericanos.
Morazán proclamó en ley la separación de la Iglesia Católica y el Estado, la absoluta libertad de cultos y legalizó el divorcio, con lo que rompía uno de los ejes de la hegemonía ideológico cultural conservadora, y se situaba en la vanguardia del pensadores liberales más avanzados de la época. Frente a la realidad de una jerarquía católica beligerante y comprometida con las fuerzas más reaccionarias, Morazán expulsó del país a sus principales personeros. Luego, con la aprobación del Congreso de la República, confiscó sin indemnización los bienes y propiedades de la curia expatriada y de las órdenes religiosas, y los convirtió en patrimonio del Estado. Además abolió las “primicias” (primera cosecha al clero) y los “diezmos” (10 por ciento del salario al clero). Con tales medidas fracturó el poder económico de la Iglesia, y liberó a los campesinos, trabajadores e indígenas centroamericanos, de las relaciones feudales de explotación a que eran sometidos por la Iglesia Católica
Los propósitos y reformas impulsadas por Morazán, se estrellaron contra la activa oposición de los terratenientes en complicidad con el clero reaccionario y las potencias extranjeras. Estas fuerzas como lo habían hecho en el Sur americano, conspiraron para mantener sus privilegios económicos. Los regionalismos y particularismos de las provincias, la bancarrota financiera, las ambiciones personales de los jefes militares, y las críticas al nepotismo y la corrupción de los equipos gobernantes en los estados, fueron otros de los factores que laceraron la Federación Centroamericana.
En 1837 las fuerzas conservadoras protagonizaron una rebelión que tomó el poder en Guatemala, y tal éxito alentó a los enemigos de la integración a impulsar estallidos similares en el resto de los estados de la federación. Al terminar en 1839 el segundo mandato de Morazán, la situación de la Federación era en extrema crítica. No se celebraron elecciones para la presidencia federal y prácticamente la unión centroamericana se disolvió. Los enemigos del proyecto morazanista, acusaron al gobierno de no tener ninguna base legal porque su período había concluido. Ya en este momento la Federación prácticamente había colapsado.
En tan difíciles circunstancias los salvadoreños ratifican su confianza en el líder unitario. Morazán fue elegido presidente de El Salvador (1839-40), y desde allí se lanzó a reconstruir la unidad política, en lucha contra las fuerzas oligárquicas concentradas en Guatemala. El ‘General’ –como se le nombraba-, se había convertido en la personificació n misma del Estado unitario, era el cuerpo y alma de la Constitución de 1824, eliminarlo significaba terminar con cualquier idea o esperanza de Federación. Por esta razón los enemigos de la unidad no descansaban. El propósito era desalojarlo del mando en El Salvador, o en cualquier otro estado de la región, y en tal objetivo forman una alianza e inician los ataques armados. Morazán logra defender la integridad del territorio salvadoreño, pero es derrotado por el ejército pagado por la oligarquía en Guatemala. Para no causar más males de guerra a los salvadoreños, renunció en abril de 1840 y marchó al exilio en la República del Perú.
Desde Perú Morazán continúa atento a los acontecimientos centroamericanos. Cuando los ingleses comenzaron a intervenir en el territorio de La Mosquitia entre Honduras y Nicaragua, se apresta a volver ante la amenaza extranjera. Considera su retorno un “deber” y un “sentimiento nacional irresistible” no solo para él, sino que para todos “aquellos que tienen un corazón para su patria”. Definitivamente en abril 1842 desembarcó en Costa Rica, donde tomó brevemente el poder; pero antes de que pudiera consolidar su gobierno e iniciar la reconstrucció n de la unidad centroamericana, la oligarquía actúa con rapidez. Estrechan el cerco sobre Costa Rica y amenazan a sus ciudadanos con la desestabilizació n y la guerra.
En septiembre de 1842 se inició en Costa Rica, un movimiento contra Morazán, que fue capturado y ejecutado el día 15 del propio mes. Minutos antes de abrirse a la inmortalidad de la historia, escribe un breve Testamento político. Al estampar la firma en el documento, se incorpora y vuelve a leer: “Declaro que mi amor a Centroamérica muere conmigo…” En su último combate frente a la muerte, Morazán pudo asombrar a sus asesinos, incapaces de arrebatarle el privilegio de mandar la escuadra que lo fusila.
Los restos de Morazán descansan en El Salvador respetando su última voluntad: “Quiero que mis cenizas descansen en el suelo de El Salvador, cuyo pueblo me fue tan adicto”, escribió en el Testamento.
Morazán en la historia
Morazán es sin dudas la figura protagónica e ineludible de la historia de Honduras y toda Centroamérica en el período que va desde la independencia absoluta como República Federal, hasta su muerte. Supo levantar para Centroamérica el proyecto unitario que Simón Bolívar había impulsado en Suramérica, y a tal empeño consagró todas sus energías.
Pionero en subrayar la dimensión histórica y notable continuidad bolivariana, de la obra de Morazán, José Martí, sintió como ningún otro patriota de su época “la sombra de Bolívar que soñó para la América del Sur una sola nación, -la sombra de Morazán incrustando en su espada triunfante las cinco repúblicas de la América del Centro….”.
“Había en Morazán, a quien los centroamericanos rinden un culto semejante al que los hijos de Hispanoamérica rinden a Bolívar, algo del empuje, del poder excelso, de la fuerza mágica, del valor resplandeciente de nuestro maravilloso héroe”, afirmaba Martí.
Y no es casual que como Bolívar, Morazán sufriera la traición de quienes se plegaban a los intereses divisionistas y solo defendían apetencias de poder, en tanto el fin del proyecto unionista y la conversión de la federación en pequeñas repúblicas oligárquicas, garantizaba la continuidad de la explotación latifundista, los privilegios de la jerarquía católica, la segregación racista de los pueblos originarios y el mantenimiento del orden expoliador implantado por el colonialismo. Tampoco es casual que su vida fuera cortada por la crueldad de los esbirros.
Martí, al rescatar la figura de José Francisco Morazán Quezada a solo cuatro décadas de su muerte, hace gala del tino y la pasión del historiador que reconstruye el pasado –aún el pasado reciente-, con el propósito militante de la prospectiva política:
“La Independencia proclamada con la ayuda de las autoridades españolas –considera Martí en sus “Notas sobre Centroamérica” – , no fue más que nominal, y no conmovió a las clases populares, no alteró la esencia de esos pueblos –la pureza, la negligencia, la incuria, el fanatismo religioso, los pequeños rencores de las ciudades vecinas: solo la forma fue alterad. Un genio poderoso, un estratega, un orador, un verdadero estadista, el único quizás que haya producido la América Central, el general Morazán, quiso fortificar a esos débiles países, unir lo que los españoles habían desunido, hacer de esos cinco Estados pequeños y enfermizos una República Imponente y dichosa…
Morazán fue muerto y la unión se deshizo, demostrando una vez más que las ideas, aunque sean buenas, no se imponen ni por la fuerza de las armas, ni por la fuerza del genio. Hay que esperar que hayan penetrado en las muchedumbres” .
Martí asume para su proyecto latinoamericanista y antimperialista el ideal morazanista. Frente al convite imperial de la Conferencia “panamericana” de 1889, declara: “De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia” . Y para tal tarea, junto a Bolívar, el líder cubano se plantea la necesidad de: “Resucitar de la tumba de Morazán a Centroamérica” .
Los oligarcas golpistas vuelven en estos días a enlutar al pueblo hondureño, y la jerarquía católica –ahora secundada por sospechosas iglesias-sectas de matriz estadounidense- , repiten su alineación reaccionarias y antipopular. Una vez más la convocatoria martiana para dar nueva vida a las ideas de Morazán, impone su urgencia.
Contra la oligarquía, el clero apátrida y los militares fascistas, se renueva la sentencia que dejó en su Manifiesto de David: “Hombres que habéis abusado de los derechos más sagrados del pueblo, por un sórdido y mezquino interés… ¡Con vosotros hablo, enemigos de la independencia y de la libertad!”.
José Francisco Morazán Quezada en la actual coyuntura hondureña resulta imprescindible. Proporcionan la única posición que es posible asumir:
“Deseo –afirma en su Testamento- que imiten mi ejemplo de morir con firmeza, antes que dejarlo (el país) abandonado al desorden en que desgraciadamente hoy se encuentra”.