Otros mártires
Por José Arnoldo Sermeño Lima
TEGUCIGALPA – Este jueves 27 de noviembre se conmemora el 28 aniversario del secuestro, tortura y asesinato extrajudicial y en cautiverio de los líderes del auténtico FDR: Enrique Álvarez Córdova, Juan Chacón, Enrique Escobar Barrera, Manuel de Jesús Franco Ramírez, Humberto Mendoza y Doroteo Hernández.
Entre esta matanza y la de los Jesuitas transcurrieron nueve años. Casi exactos. Y fue precedida por la de Monseñor Romero en ocho meses. También casi exactos.
El cadáver de Enrique Álvarez Córdova (50 años), Presidente del FDR, presentaba doce impactos de bala, señales de tortura en todo el cuerpo, un brazo cercenado y los ojos extraídos. Juan Chacón (28 años), Secretario General del BPR, tenía tres impactos (oreja, frente y tórax) y señales de estrangulamiento. Enrique Escobar Barrera (35 años), miembro del Movimiento Nacional Revolucionario (social demócrata) tenía dos impactos en la sien y señales de estrangulamiento.
Por otra parte, Manuel Franco (35 años), miembro de la Unión Democrática Nacionalista (comunista) con cuatro balazos en el tórax y señales de estrangulamiento. Humberto Mendoza (30 años), líder del Movimiento de Liberación Popular y ex líder estudiantil universitario, tenía dos lesiones de bala (sien y tórax) y señales de estrangulamiento. No encontré documentación sobre el sufrimiento que padeció Doroteo Hernández, periodista y dirigente de la Unión de Pobladores de Tugurios.
El Frente Democrático Revolucionario había sido constituido el 18 de abril de 1980, al articularse el Frente Democrático Salvadoreño (FDS) y la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM). Las pláticas para su nacimiento iniciaron el 2 de abril, sólo tres días después del entierro de Monseñor Romero, cuyas exequias fueron objeto de represión.
A su vez, el FDS había surgido en marzo, al asociarse el Movimiento Independiente de Profesionales y Técnicos de El Salvador (MIPTES), presidido por Enrique Álvarez; el MNR (social demócrata) y el Movimientos Popular Social Cristiano (escindido del PDC). Recuerdo que en la constitución del FDS en una sala de la UCA, Félix Ulloa p. Rector de la UES, asesinado por escuadrones de la muerte un mes antes que los líderes del FDR: el 29 de octubre de 1980 con su humor permanente bromeaba, diciendo que esa firma era más importante que la del acta de independencia de España.
Por su parte, la CRM nació el 11 de enero de 1980, agrupando a los frentes de masas de la organizaciones del FMLN: BPR, FAPU, UDN y LP-28. En mayo se les unió el MLP.
Del liderazgo del FDR ese 27 de noviembre sólo se salvaron Leoncio Pichinte y Juan José Martel, quienes no se encontraban en la reunión que el grupo celebraba en el Externado de San José; de donde fueron sacados según testigos por un operativo combinado de varias fuerzas de “seguridad” pública, respaldadas por efectivos de la Policía de Hacienda que rodearon dicho colegio. Esas fuentes estimaron que en la operación participaron aproximadamente 200 efectivos.
La Junta de Gobierno presidida por Napoleón Duarte negó involucramiento de las fuerzas del Estado. Dos días antes él había llamado públicamente al diálogo… Se responsabilizó de esta acción una supuesta “Brigada Anticomunista Gral.
Maximiliano Hernández Martínez”; tomando el nombre del dictador que en 1932 exterminó a más de 30 mil campesinos, acusándolos de comunistas a pesar de que el PCS estaba recién formado, pero que en realidad habían sido afectados por la crisis económica que en esa época golpeaba al mundo y por la expropiación de sus tierras desde 1872. ARENA se enorgullece de esa masacre de 1932, al punto que ha creado la tradición de iniciar todas sus campañas electorales en el punto neurálgico de esa matanza: Izalco.
En 1980, el Socorro Jurídico del Arzobispado funcionaba en el Externado; y debido al incremento de la represión, ese año aumentaron sus visitantes buscando apoyo para familiares desaparecidos: registró 11,903 víctimas civiles. Por ello fueron numerosos los testigos del secuestro del liderazgo del FDR a manos del comando derechista que entró al colegio esa mañana, ordenando a los testigos tirarse al suelo y cerrar los ojos.
Los cadáveres de los líderes del FDR aparecieron al final de ese día en Apulo. Los cuerpos evidenciaban el calvario que pasaron estos mártires, señalado al inicio de este artículo. Fueron reconocidos por el Juez de Paz de Ilopango, quien envió el expediente al Juzgado Cuarto de lo Penal en San Salvador.
La Comisión de la Verdad conformada por personalidades internacionales y constituida por los Acuerdos de Paz dictaminó que no se investigó debidamente el caso, el que había sido archivado el 8 de octubre de 1982. De las decenas de testigos que estaban en el lugar del secuestro, las autoridades judiciales sólo interrogaron a cuatro. Según dicha Comisión, esas autoridades sólo cumplieron con un trámite burocrático, pues no ordenaron autopsias ni mucho menos otras diligencias para esclarecer hechos e identificar responsables. La Policía Nacional no quiso entregar ningún expediente a la Comisión de la Verdad.
Este secuestro y masacre cerró posibilidades de negociación en ese momento y potenció la confrontación armada, que ya se había incrementado ocho meses antes con el asesinato de Monseñor Romero. El sepelio de estos líderes fue un acto masivo, pero al igual que en el del arzobispo, la derecha acá también hizo estallar artefactos explosivos.
La Comisión de la Verdad no encontró colaboración oficial para esclarecer la matanza de estos líderes, pero por el análisis de la información disponible concluyó: “Sin embargo, la Comisión considera que hay suficiente evidencia para señalar que organismos del Estado en forma combinada fueron responsables de este hecho, violando el derecho internacional de los derechos humanos”. Agregó que “recibió información confiable de que la orden final de ejecución fue consultada al más alto nivel de sectores de la derecha”.
No tuve oportunidad de conocer a todos esos líderes, sino que sólo a cuatro de ellos. Quisiera terminar contando de dos de ellos un par de anécdotas ligeras, humanas, para intentar apartar la imagen del horror que estos mártires padecieron ese día.
Con Enrique Álvarez estuvimos en la directiva del MIPTES y, como relaté en el suplemento que “Contrapunto” publicó en homenaje a Monseñor Romero, a inicio de febrero de 1980 visitamos al religioso para anunciarle la formación de ese Movimiento. Ahí mencioné que Monseñor nos preguntó si creíamos que una eventual victoria de la guerrilla podría poner en riesgo la libertad religiosa. Quique respondió algo como esto:
– Monseñor: no creo que sea un riesgo, pues en su dirigencia hay gente religiosa. Yo no tengo temor. Yo crecí rodeado de soberbia. He viajado por casi todo el mundo, y conozco las virtudes y defectos de muchos tipos de sociedades que dicen preocuparse por sus ciudadanos, pero en ninguna encontré algo que se parezca tanto al cristianismo primitivo por su solidaridad como en Cuba o China. Ojalá El Salvador pueda tener algún día una sociedad más justa.
Sus cualidades humanas salían aún en momentos tensos. En los difíciles días que siguieron al asesinato de Monseñor, cierta vez toda la directiva del MIPTES íbamos en su vehículo de una reunión a la siguiente, y nos detuvo la policía.
Como ese año fue tan sangriento, uno sólo pensaba que venía lo peor. Él nos dijo que nos quedáramos en el carro, y se bajó. El tiempo pasaba y lo veíamos hablar con los policías, y el nerviosismo crecía entre nosotros. De lejos, nos hacía señas que nos quedáramos donde estábamos, y continuaba hablando. Cuando al fin regresó, nos dijo con la jovialidad de siempre que lo habían tratado muy bien, pues resultó que él había financiado al equipo de béisbol donde jugaba uno de los agentes.
Este hijo de una de las familias más poderosas del país había estudiado en el Externado, cuando era un colegio para la elite económica. A los 14 años se trasladó a Tarrytown, Nueva York, a estudiar en The Hackley School donde destacó como atleta, ganando para su institución campeonatos de básquetbol, jugando como “halfback” en fútbol norteamericano y capitaneando al equipo de tenis. Luego estudió en Rutgers, una de las universidades públicas más grandes de los Estados Unidos, fundada en 1776, donde fue miembro de la fraternidad Kappa Sigma.
Hackley School es un internado mixto que ofrece una formación rigurosa, tradicional y personalizada, buscando transmitir a sus alumnos carácter, responsabilidad, imaginación, un discurso intelectual abierto, que se sientan satisfechos de ayudar al prójimo y son estimulados a tener respeto por sí mismos y los otros. Su lema es luncti luvamus (“Unidos, nos ayudamos”), que Quique hizo propio.
En su hacienda “El Jobo” no sólo apoyó a sus trabajadores con proyectos de salud, educación y deportes, sino que los incentivó a tomar decisiones en la cooperativa que ayudó a formar, con compra de acciones por préstamos blandos que él les otorgó. Esos trabajadores aún mantienen un busto en su honor en esa propiedad.
En el gobierno de Fidel Sánchez Hernandez fungió primero como Viceministro de Agricultura y luego como Ministro, así como en el de Arturo Armando Molina; retirándose cuando el conservadurismo de los terratenientes impidió implementar la ley de avenamiento y riego, que implicaba modestas reformas.
En la Junta de Gobierno que se inauguró en octubre de 1979 también aceptó el Ministerio de Agricultura, advirtiendo que si no le dejaban hacer la reforma agraria, esta vez no renunciaría por supuestos “motivos de salud” como la vez anterior; sino que diría las verdaderas razones, lo que cumplió en enero de 1980 cuando renunció con todo el gabinete progresista.
Por otra parte, Enrique Escobar Barrera fue un filósofo formado en México; discípulo predilecto de Eli de Gortari, el ingeniero convertido en doctor en filosofía y luego decano del Instituto de Investigaciones de la UNAM. Enrique fue un líder social demócrata, primero en la UES y luego en su partido; pero conocía más de marxismo que muchos de los comunistas del país, a quienes “en broma pero en serio” echaba en cara la falta de estudio sobre las teorías que decían profesar.
Era un fuerte apoyo al líder del MNR, el Dr. Guillermo Ungo, especialmente en lo ideológico; habiendo contribuido a que su partido fuese respetado en ese campo entre la social democracia internacional. Actualmente sufriría al ver que en el país se llama socialdemócrata a cualquiera que quede “entre camagua y elote”: haciendo derroche de ignorancia, la derecha y cierta izquierda disidente se reclaman ahora como socialdemócratas por el solo hecho de “no ser tan radical”, a pesar de no saber nada de esa ideología. ¡Algunos “analistas” hasta tratan de pintar a Rodrigo Ávila como social demócrata, para intentar diferenciarlo de ARENA! El gordo Escobar debe estar removiéndose en su sepultura…
En 1968 la UES nos envió en microbús a México a un congreso estudiantil, que no se realizó porque cuando llegamos al DF la juventud mejicana se había lanzado a las calles, uniéndose a la inquietud estudiantil que recorría el mundo y que había empezado en mayo en París. Habíamos viajado estudiantes de varias facultades e ideologías. Ahora que veo la edad que tenían al morir los líderes del FDR, me asombro al constatar que Enrique tenía sólo 35 años cuando fue asesinado. En 1968 lo veíamos como un viejo, quizás porque él ya era un político reconocido.
Él nos condujo por el DF, donde había estudiado, llevándonos a muchas librerías. Era la época cuando en El Salvador uno iba preso por tener bibliografía de ideologías “contrarias a la democracia”. Sin exagerar. Por eso, meter esas compras al país fue un dolor de cabeza, para lo que nos sirvieron los fondos de los asientos y de sus respaldos en el microbús.
Al final de una tarde llegamos de regreso a la frontera salvadoreña, por la carretera del litoral. Largas filas de gente y vehículos esperaban por la revisión aduanal. Al acercarse nuestro turno, la muchachada estaba apelotonada, nerviosa. De pronto reparamos que el gordo no estaba con nosotros. Nos pusimos a buscarle, y al encontrarle nos hizo señas apuradas para que nos alejáramos, y permaneció solo. Costó identificarle pues se había disfrazado: a pesar del calor se había puesto un grueso suéter de lana y cuello de tortuga, se había peinado diferente y aunque no usaba lentes se había puesto unos con aros redondos a lo John Lennon. Fue al único del grupo a quien la policía revisó inútilmente la maleta…
(*) Politólogo y columnista de ContraPunto