R. Levins: Un Compromismo Personal y Permanente
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Memorias y reflexiones del camarada estadounidense y boricua Richard Levins
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Un Compromismo Personal y Permanente
Por el Dr. Richard Levins
En el verano del 1949 yo conocí a Rosario Morales. Nuestra relación fue a la vez una introducción al sur del Bronx y a Puerto Rico. Frecuenté el puesto de maví en la estación del tren elevado de la calle 163 y conocí los tostones fritos. De varios folletos del Grito de Lares (la revuelta del 1868 contra la dominación Española) y de la huelga azucarera del 1940 comencé a aprender el español.
Nosotros éramos ambos comunistas. Ella era una recluta reciente, atraída por la filosofía científica tanto como por la lucha contra la injusticia. De su padre ya ella había adquirido una posición pro-unionista y algún conocimiento de la posición imperial de los Estados Unidos en la América Latina. Uno de sus tíos, miembro del Partido Popular Democrático, me aseguró que don Luis Muñoz Marín, el fundador de dicha partido, era realmente un comunista en lo más profundo de su ser, pero que los americanos no le dejaban hacer nada.
Yo constituyo la tercera generación Roja. Mi abuela fue socialista en Ukrania antes de emigrar hacia los Estados Unidos y estuvo activa en la organización de concilios de mujeres desempleadas y de la huelga del distrito textil de Nueva York en el 1930. Mi padre había sido miembro de la Liga de Jóvenes Comunistas en Brooklyn. La política fue parte de la conversación cotidiana y se encontraba uno envuelto en actividades anti-fascistas, anti-racistas y pro-laborales. Se daba por sentado que entender el mundo era interesante ya que nosotros estábamos aquí para cambiarlo. El primero de mayo era mi gran día de fiesta. De niño crecí con el convencimiento de que iba a ser un científico y un revolucionario. Así que ya estaba listo en principios generales para apoyar la lucha de Puerto Rico por su independencia aun antes de conocer a Puerto Rico. Rosario y yo llegamos a esta hermosa isla en el 1951. Para mí esta era la oportunidad de conocer la tierra de ella. Para ella era la oportunidad de volverse a familiarizar con la patria de sus padres, la que ella sólo había visitado en unos dos ocasiones anteriores. Para los dos esto iba a ser un interludio mientras decidimos nuestro próximo paso a seguir y mientras esperábamos que la creciente represión y la guerra de Corea desorganizara nuestras vidas de un modo u otro. Este fue también mi primer encuentro con los trópicos. Me enamoré de los paisajes, de sus lozanos montes y el verdor de sus valles, sus desiertas playas y las curiosas carretas de sus campiñas, de las plantas como de piel en las serpentinas tierras de Maricao y de las gaviotas del ganado anidando en los manglares. Los abusos del comercialismo norteamericano y la pobreza del pueblo se veían más atroz al mirárseles sobre estos trasfondos.
Apenas habían transcurrido ocho meses de la revuelta Nacionalista del 1950. La represión era rígida en todo Puerto Rico. Muchos se encontraban aún presos por haber participado, o porque se creyó que habían deseado participar, o como, en uno de los casos, por haber hecho un comentario de ostentación respecto a que Puerto Rico estaba desquitándose, o simplemente por haber enarbolado una bandera puertorriqueña. Mientras algunos parientes de Rosario nos acogieron calurosamente, otros se mostraban temerosos de asociarse con “subversivos”. Ellos no se dividían en cuanto a afiliaciones políticas. Un primo semi-falangista nos mantenía informados del interés de la policía en nosotros. Me encontraba procurando un trabajo en la Estación Experimental Agrícola o en alguna otra rama de la Universidad. Sin enbargo, una conocida casual, la cual se identificó como perteneciente a la célula del Partido Nacionalista formada por empleados gubernamentales, me dejó saber que el FBI había llegado a todos mis posibles empleos antes que yo, por lo que un empleo era muy dudoso que lo consiguiera.
Mientras tanto, traté de asociarme con el Partido Comunista de Puerto Rico. Esto no fue nada de fácil. El partido era pequeño y el miedo a la represión cundía por todas partes, por lo cual un americano desconocido preguntándole a la gente cómo empatarse con el Partido Comunista o dónde conseguir periódicos comunistas era frecuentemente mirado con sospechas. Obtuve algunos nombres y direcciones del Partido, mas las personas no eran localizables o sus direcciones o política eran obsoletas.
Finalmente conocí a Leonard Schlaefer, quién me habló secretivamente al preguntarle acerca del periódico Pueblo: “Calle, ya hablaremos más tarde.” El me llevó a una casa de la Calle Lutz, en la cual una bandera de Puerto Rico colgaba de un gran árbol.
Allí conocí a César Andreu Iglesias, quien se convirtió en íntima amistad. El nació un dramatista, por lo que pasé las horas oyendo narrar sus recuentos de la historia de Puerto Rico, repletos de voces y gestos que le transformaban en cualquier orador o político que se hallare mencionado. Aún años después, cuando le narraba a mis hijos y amistades los discursos de don Pedro Albizu Campos, se me olvidaba que yo no había estado allí. Sus vivas narraciones me hacían recordarlos tal como si los hubiera presenciado en persona. Más que ninguna otra persona, fue César quien me ayudó a transformar mi anti-imperialismo abstracto en una bien arraigada identificación con la revolución puertorriqueña.
El Partido Comunista de Puerto Rico ha sido siempre una organización pequeña. En su mejor época este a penas tuvo unos cientos de miembros, por lo menos en sus listas de nombres. Sin embargo, fue el partido comunista el que urgió, mediante toda la complejidad de la política puertorriqueña, que las luchas por la independencia nacional y la emancipación social debían desarrollarse al unísono. Los comunistas y los nacionalistas se apoyaron recíprocamente en muchos e intrincados modos. Ambos estamos en el mismo lado en la lucha contra el imperialismo mas, mientras que los nacionalistas ven la causa como algo por encima de las diviciones de clases, nosotros vemos ésta como parte de una lucha de clase internacional. Mientras que para los nacionalistas la explotación de la mano de obra puertorriqueña por parte de las corporaciones multinacionales de los Estados Unidos representa sólo una de la larga lista de violaciones y abusos del colonialismo, para nosotros éste es el centro de todo mal. No porque éste sea el único y el más doloroso mal, sino porque éste constituye la razón misma del colonialismo y la continua dominación de la isla de parte de los EEUU. Los nacionalistas ven la lucha económica como algo menos digno que la lucha nacional. Donde los nacionalistas buscan el apoyo de otros pueblos hispano-parlantes, nosotros buscamos el respaldo de la clase obrera internacional.
Los comunistas no nos sentimos muy simpatizantes con héroes nacionales puertorriqueños como don José de Diego, por ejemplo, quién escribió conmovedoras poesías patrióticas, mas fue un conservador que votó en el Senado contra las becas universitarias y fue abogado de una compañía azucarera del sur de Puerto Rico. Nosotros nos sentimos desairados con el catolicismo conservador de muchos nacionalistas por su idealización de los tiempos de España y por su énfasis en los actos heroicos. Creemos que tales actos deben evocar la admiración, mas no la activa emulación de las masas, lo cual puede provocar mucha represión.
Nosotros apoyamos la Segunda Guerra Mundial como una lucha anti-fascista, mientras que los nacionalistas fueron a prisión por rehusar el enlistamiento. Sin embargo, nosotros fuimos hostigados por el mismo enemigo, expuestos al mismo imperialismo, denunciamos a los mismos oportunistas, nos reunimos descontentos en los mismos cementerios en los días de fiestas nacionales a honrar los héroes caídos mientras el FBI nos fotografiaba. Los unos a los otros nos admirábamos mutuamente pos nuestra constancia en una colonia donde nos encontrábamos ambos rodeados por el oportunismo y la corrupción. También estábamos unidos en un pacto implícito de no revelar para la gratificación de nuestros enemigos, ninguno de los medios en que llevamos a cabo nuestra lucha. Durante los años en Maricao fui organizador regional del partido en la zona cafetalera. Mi actividad se centró en organizar el movimiento previo a la unión de los trabajadores de café, el cual procuraba elevar los salarios sobre el prevaleciente de $1.44 por día si no llovía (y ¡cómo llovía en esas zonas cafetaleras!). Y, por supuesto, hice propaganda en el barrio por la independencia y el socialismo.
En el 1953, una súbita dolencia me impidió continuar trabajando en la siembra. Mientras me encontraba en el hospital Castañer donde me había hospitalizado, conocí a algunos pacifistas que trabajaban allí. Poco después me uní al hospital como técnico de laboratorio. Rosario y yo trabajamos con los pacifistas en el Fellowship of Reconciliation. Ellos eran en su mayoría norteamericanos, algunos de ellos objetores de consciencia, realizando servicio alternativo en Puerto Rico. Aunque los mismos compartían nuestro antimilitarismo, no se atrevían a criticar la presencia militar de los Estados Unidos en Puerto Rico por temor de ser considerados como pro- independentistas. Aún así, la asociación con ellos fue de gran provecho para nosotros. Con ellos aprendimos a apreciar el compromiso pacifista de abandonar los dóciles estereotipos de pacifismo del pensamiento popular, el cual confunde pacifismo con pasividad, aprendimos de su concepto de testificar, el poder potencial de adoptar una posición aun sin el seguimiento de una masa. Esta connotación de testigo proveyó también uno de los puntos de contacto entre los pacifistas norteamericanos y los nacionalistas puertorriqueños, quienes con frecuencia vieron sus acciones dramáticas como militarmente futiles, mas a la vez como actos de testimonio, políticamente necesarios para mantener viva la flama. A nosotros nos impresionó el hecho de que externamente nuestros amigos pacifistas eran a la vez firmes y gentiles, así como militantes sin llevar por dentro odio alguno hacia sus enemigos. Nosotros confiábamos tanto en ellos como para llegar a hacer preparativos a fin de dejar a nuestros hijos al cuidado de una familia pacifista si en algún momento Rosario y yo llegáramos a estar presos al mismo tiempo.
Nosotros volvimos a la escuela en Nueva York en el 1956 y regresamos a Puerto Rico cuatro años más tarde. La represión se había reducido lo suficiente como para que yo recibiera una oferta de trabajo en la Escuela de Medicina Tropical de una entrevistadora que me dejó saber que el FBI le había hecho advertencias respecto a mi persona y, aunque ellos realmente hubieran preferido un 100% Cristiano americano blanco, un buen genetista les satisfizo.
El letargo de los últimos años de la década de los 50 había dado paso a una nueva animación. Nuevas organiciones se levantaron para encontrar nuevos métodos de lucha, nuevos medios de plantearse el problema de cómo asociar las luchas nacionales y las sociales; nuevos medios de cambiar formas de acción legal y extra-legal. César se unió a Lorenzo Piñero, de antecedentes nacionalistas, Juan Mari Bras y otros veteranos luchadores junto al movimiento estudiantil para formar el Movimiento Pro Independencia (MPI) que luego pasó a ser el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP). Juán Antonio Corretjer, quién había pasado por ambos, el Partido Comunista y el Partido Nacionalista, trabajó con Acción Patriótica Unitaria de donde luego orzanizó la Liga Socialista. Cuba nos había enseñado que un país latinoamericano podía salir victorioso frente a los Estados Unidos y hubo entonces un súbito interés en el Marxismo.
Me uní a la facultad de la Universidad de Puerto Rico como ecologista con una nueva preocupación sobre la destrucción del ambiente en la colonia. La contaminación era difícil de pasar desapercibida: en los días cuando los vientos soplaban hacia el sureste, las emanaciones del complejo petroquímico de Guayanilla se sentían hasta en la cresta de la cordillera donde aún vivíamos de lo que sembrábamos. La petroquímica fue luego cerrada, pero no sin antes obtener sus ganancias mientras pudieron. Tras de sí dejaron terrenos contaminados y una economía dislocada. Mis nuevos conocimientos me ayudaron a entrelazar más mi vida política con mi vida científica. Concentré mi trabajo político en proveer educación marxista, mayormente en la Federación de Universitarios Pro Independencia (FUPI) tanto en el recinto de Rio Piedras como en el de Mayagüez. También en el Movimiento Pro Independencia (MPI) para el cual César me había reclutado como Secretario Asistente de Educación Política.
Ya para el 1965 la oposición a la guerra de Vietnam estaba aumentando. Junto con un comité de profesores contra la guerra, ayudé a organizar el adoctrinamiento interno en la Universidad de Puerto Rico. La prensa estuvo estridente en su oposición al adoctrinamiento. Como este había sido prohibido por la administración Universitaria, nosotros colocábamos las bocinas en la verja y hablábamos desde una escalera portátil colocada contra una pared. La policía y la prensa nos escuchaban tanto dentro como fuera del recinto. Esa semana Rosario estaba de parto con nuestro hijo menor por lo que me mantuve en las montañas y sólo vine a Río Piedras por unas horas para el adoctrimiento. Mi súbita aparición y desaparición añadió un exótico sabor de misterio y conspiración al evento.
La escalera de la cual hablábamos nos proveyó el nombre para el periódico La Escalera, editado por George Fromm, Gervasio García y Samuel Aponte. La Escalera llegó a ser el vehículo mayor para la introducción de un marxismo flexible en el movimiento por la independencia. En mi ensayo “De Rebelde a Revolucionario” argumenté a favor de una coherente visualización de la sociedad como un todo, al buscar las raíces de nuestros problemas coloniales en vez de conformarnos con la colección tradicional de atropellos, un catálogo de ultrajes y abusos. También aclaré que aunque la patria podía significar valor y sacrificio, ésta también requería un bien objetivo.
Durante mis años de participación en la lucha por la indepencencia de Puerto Rico, tuve varios encuentros personales con el antinorteamericanismo. Muchos independentistas habíanse tornado bastante sofisticados en el visualizar a sus enimigos no como “americanos” sino como “Imperialismo Estadounidense”. Paradójicamente, el antiamericanismo personal era más bien expresado por los seguidores del régimen, cuyos sentimientos nacionales fueron suprimidos en sus vidas políticas por intereses personales o de clase, y por lo tanto surgieron de un modo más individual en cada uno de ellos. La administración universitaria y la policía política desaprobaron mis actividades. Cuando regresé por mi puesto en el 1966 una campaña de prensa dirigida por un periodista conectado con el FBI exigió mi cesantía. Como era de esperarse, se me negó la reasignación sobre la alegación de que había sido incompetente en mi labor. Ello me forzó a emigrar otra vez para encontrar trabajo, primero en la Universidad de Chicago y luego en la de Harvard. Por lo tanto, en el 1967 dejé a Puerto Rico, pero no la lucha por la independencia y el socialismo. Lo que había comenzado como una obligación política emanada de una visión global general se había convertido en un compromiso permanente y profundo.
Durante las revueltas políticas de fines de la década de los 60 pude continuar la participación activa en el MPI (más tarde PSP). También pude enseñar historia de Puerto Rico a los “Young Lords” en Chicago. Más tarde me uní al Comité de Solidaridad con Puerto Rico, el cual estaba activo en la campaña para liberar los prisoneros Nacionalistas y que ahora publica Puerto Rico Libre y que presenta una visión anticolonial norteamericana ante el Comité de Descolonización de Las Naciones Unidas.
Ya han pasado cuatro generaciones desde la conquista de los Estados Unidos sobre Puerto Rico y quién sabe cuántas más pasarán antes de que el Hotel Dorado Beach se convierta en un asilo para trabajadores incapacitados, antes de que las delicadas raíces de los árboles frutales y los pastos del ganado se extiendan para cerrar las heridas de la traumatizada tierra de Vieques, y que la República Socialista de Puerto Rico realice los sueños de Betances y Martí, y pase a formar parte de una Federación Caribeña.