Reconocimiento versus violencia

RECONOCIMIENTO VERSUS VIOLENCIA
Publicada por luna
Materiales que recicle este año, más fáciles de leer que la versión orginal (Agamenon o Abraham) pero que para hacerlo pierde mucho del soporte.

Permite trabajar sobre cómo se fue llegando en la Biblia a comprender la noviolencia, y pone los contextos en que esto se hizo, hasta llegar a reconstruir el texto que llamamos “el sacrifricio de Isaac”, que es confrontado con el exitoso general griego Agamenón, que aparece en la tragedia griega del mismo nombre.

Roberto Solarte

El foco de atención estará puesto en la violencia que se comete contra los menores, que puede tener diversas expresiones, y, por tanto, buscará promover acciones, medios y lenguajes que favorezcan la reconciliación. Pero cada persona y cada grupo pueden adecuar las propuestas a sus contextos, de modo que la pregunta por la posibilidad de reconciliación sea efectiva.

Violencia familiar, crítica y superación: El teatro griego

El teatro griego estaba disponible para cualquier espectador, a diferencia de las reflexiones más sofisticadas de los filósofos, que suponían una mayor educación. Se trata de poemas elaborados para someter determinados temas y cuestiones a la consideración de cada persona, fomentando el diálogo entre los ciudadanos de las ciudades, con lo cual se aporta a la construcción del ámbito común que comparten quienes quieren vivir juntos, compartiendo una determinada concepción de aquello que es bueno y valioso. En la medida que el poema está escrito y es representado en el teatro, se distancia de la vida personal, evitando que se coloquen en primer plano las concepciones e intereses particulares, estimula la reflexión moral sobre las experiencias compartidas y promueve el debate constructivo. Finalmente, el estilo literario del poema era usado de modo intencional, pues en su mayoría los griegos no consideraban que los problemas éticos pudieran tratarse sólo con razones, sino que tenían que ser presentados con imágenes, vocabularios y métricas apropiados para hablar también a la vida afectiva de los oyentes, promoviendo una respuesta integral, razonable a la vez que emotiva: en parte descubrimos lo que pensamos de algo, cuando tomamos conciencia de lo que sentimos al respecto.

Recomendamos leer el texto completo de la tragedia Agamenón, escrita por el poeta griego Esquilo. A continuación citamos y comentamos pasajes que nos parecen importantes para establecer un diálogo en torno a la violencia familiar y la forma de superarla.

El sacrificio de Ifigenia a manos de su padre, Agamenón

Síntesis del argumento:

Agamenón era rey de Micenas y jefe de las fuerzas griegas en la guerra de Troya. Era hijo de Atreo y padeció una maldición lanzada sobre su casa.
Ifigenia era la hija mayor de Agamenón y de Clitemnestra. Antes de la guerra de Troya, cuando las fuerzas griegas se preparaban para zarpar de Áulide a Troya, un fuerte viento del norte retuvo a los mil navíos griegos en el puerto. Un adivino reveló que Ártemis, diosa de la caza, estaba furiosa porque los griegos habían matado a uno de los animales salvajes que ella protegía. La única manera de apaciguar a la diosa y obtener vientos favorables para zarpar era sacrificar a Ifigenia. Agamenón, enardecido por su ambición de conquistar Troya, aprobó el sacrificio. Hizo llamar a su hija a Micenas, diciéndole que se casaría con Aquiles, el mayor de los héroes griegos. Cuando la muchacha llegó a Áulide, la llevaron al altar de Ártemis y fue inmolada. De inmediato, el viento del norte dejó de soplar y los barcos griegos zarparon hacia Troya.
La disputa de Agamenón con Aquiles sobre la princesa cautiva Briseida y las consecuencias de esa cólera forman buena parte del argumento de la Iliada de Homero.
Después de un sitio de diez años, cayó Troya y Agamenón volvió victorioso a Micenas. Con él fue la princesa troyana Casandra, que le había sido concedida por el ejército griego triunfante.
Clitemnestra, mujer de Agamenón, lo recibió con expresiones de amor, pero mientras él estaba en el baño, ella le tendió una trampa. Egisto, el amante de ella, golpeó a Agamenón con una espada y, mientras estaba inconsciente por el golpe, Clitemnestra lo decapitó con un hacha .

El texto de Esquilo llamado Agamenón, comienza con un prodigio: “La reina de las aves se aparece a los reyes de los navíos. A la vista de todo el ejercito, dos águilas, una negra y otra, de cola blanca, devoran una liebre preñada con sus crías no nacidas” .

Los seres humanos realizamos sacrificios de animales tal como las águilas matan a la liebre: sin remordimientos y en vista de una necesidad que se impone. Pero Agamenón va a ser acusado por el Coro y por su esposa, Clitemnestra, de haberse convertido en un ser bestial, tal vez por la presión de la guerra, al obrar con indiferencia ante el sacrificio de su propia hija: “La actitud que toma ante su conflicto es censurable porque ha matado a una niña sin sentir más repugnancia o agonía que si la víctima hubiese sido un animal de otra especie (…) sin darle importancia, como si se tratara de matar una res entre los rebaños de hermoso vellón, cuando superabundaban las ovejas, sacrificó a su propia hija como remedio contra los vientos” .

En la acción de Agamenón hay necesidad y culpa. La necesidad resulta de la intersección de dos exigencia divinas: la de Zeus que ordena la expedición a Troya para vengar el delito contra la hospitalidad, y la de Artemis, quien envía unos vientos que impiden la partida de la expedición y provoca el homicidio de Ifigenia. Para la mentalidad griega, era evidente que se hacía necesario cumplir las dos exigencias. El Agamenón de Esquilo es un hombre bueno, que “sigue derecho su camino” y que “con repentina mala fortuna choca contra un escollo que no se veía” . Sin embargo, y en un contexto que recuerda el canibalismo de la Teogonía, Esquilo hace referencia a una culpa anterior, la de Atreo , quien origina el castigo de Zeus en su descendencia, al colocar a este ser humano libre de culpa ante una disyuntiva exenta de alternativas no culposas.

Ante esta disyuntiva, Agamenón delibera examinando sus alternativas:

Si no sacrifica a su hija, toda la expedición permanecerá retenida por falta de vientos propicios; sus hombres están fatigados y desgastados, habiendo consumido ya sus víveres; todos, incluyendo a Ifigenia, se exponen al peligro de la muerte; el rey se haría un desertor al renunciaría al mandato de Zeus de conquistar Troya; sería una desobediencia a la diosa.

Sacrificar a su hija es un acto horrible y culpable, pero se llevará a cabo la conquista de Troya, gracias a los vientos propicios; así se honra a los dos dioses, se promueve el éxito en las propias acciones y se asegura la propia vida.

Cualquiera de las dos elecciones es culpable, pues ninguna está libre de males. Y Agamenón, sabiendo lo que hace, comprendiendo lo que implica cada alternativa, elige. No podemos decir que se halle compelido físicamente. Sin embargo, como ninguna de las opciones es deseable, se encuentra bajo el imperio de la necesidad. Hay que recordar que, en cualquier elección, el agente se encuentra con alternativas que le son dadas y entre ellas debe elegir, y así procede Agamenón:

Entonces el caudillo mayor de las naves aqueas, sin hacerle reproches al adivino, cedió a los golpes de la mala suerte. Pero después un remedio más grave para los jefes que la dureza del temporal gritó al adivino apoyándose en Artemis, hasta el punto de que los Atridas con sus cetros golpearon la tierra sin poder contener el llanto. Entonces el mayor de los reyes habló y dijo así (…) ¿Qué alternativa está libre de males? Sí, lícito es desear con intensa vehemencia el sacrificio de la sangre de una doncella para conseguir aquietar los vientos. ¡Que sea para bien .

La deliberación de Agamenón expresa la postura del jefe de una expedición militar que tiene como fin conquistar Troya. El entiende que el bien común prima sobre los bienes personales, y también que, dado que los hombres se sacrifican en el campo de batalla, el sacrificio ritual de una doncella es perfectamente lícito para lograr conquistar Troya. Nunca entra en su deliberación una tercera posibilidad: no sacrificar a su hija, no conquistar Troya, desobedecer a sus dioses que exigen tales sacrificios humanos .

Al no plantearse la tercera alternativa, Agamenón decide cooperar con las fuerzas de la necesidad:

Y cuando ya se hubo uncido al yugo de la ineluctable necesidad, exhaló de su mente un viento distinto, impío, impuro, sacrílego, con el que mudó de sentimientos y con osadía se decidió a todo, que a los mortales los enardece la funesta demencia, consejera de acciones torpes¡Tuvo, en fin, la osadía de ser el inmolador de su hija, para ayudar a una guerra vengadora de un rapto de mujer y en beneficio de la escuadra! .

Es notable la transformación de Agamenón desde su primer reconocimiento de la maldad de las dos opciones, al posterior cambio en sus sentimientos, mutación que le permite creer que ha elegido el mejor curso de acción, y que la buena elección hace buena la acción consecutiva, de manera que, interpretada ya la acción como buena, es adecuado colaborar decidida y animosamente con ella. Al mudar así sus pensamientos, Agamenón coloca sobre su cuello el yugo de la necesidad. De esta manera, Agamenón reduce el conflicto, niega su dolor de padre y mira la acción sólo en la perspectiva de la necesidad de éxito de sus cometidos: “Ni súplicas ni gritos de “padre”, ni su edad virginal para nada tuvieron en cuenta los jefes, ávidos de combatir. Tras la plegaria, como ella estaba arrebujada en sus vestidos y agarrándose al suelo con toda su alma, ordenó el padre a los que eran sus ayudantes en el sacrificio que la levantaran y la pusieran sobre el altar.”

Agamenón es responsable de esta mudanza de pensamientos y de las pasiones con las que comete su crimen; es culpable de colaborar con avidez y complacencia en la inmolación de Ifigenia. De nada sirve que su hija lo llame “padre”, pues él ya no la reconoce como tal, sino que procede a sus rituales como si tratara con una víctima animal: “Como si fuera una cabritilla, y que con una mordaza sobre su bella boca impidieran que profiriese una maldición contra su familia, utilizando la violencia y la brutalidad de un freno que no le dejara hablar.”

Finalmente, el coro le reprocha a Agamenón la ruptura de sus nexos humanos con su hija Ifigenia, pues es indiferente ante su sufrimiento, sus súplicas y su mirada, dedicando su atención únicamente a los buenos resultados que iba a obtener con sus acciones: “Y mientras ella soltaba en el suelo los colores del azafrán, iba lanzando a cada uno de los sacrificadores el dardo de su mirada, que incitaba a la compasión. Daba la sensación de una pintura que los quisiera llamar por sus nombres.”

La acción de Agamenón es ritual, lo que nos recuerda la ritualización de las posibilidades homicidas de las comunidades humanas. La tragedia, canto del sacrificio de la cabra, profundiza el sentido del ritual y recuerda la facilidad con que los humanos podemos volvernos seres bestiales y romper los límites que prohíben el homicidio. Según la obra de Esquilo, la prohibición del homicidio no es una ley externa al ser humano, sino que opera en la apertura y la sensibilidad ante el sufrimiento del otro, ante su mirada y ante su palabra. La deliberación de Agamenón está distorsionada por la negación de esta sensibilidad, que hace de Agamenón un ser humano mutante, “impío, impuro, sacrílego”. El Agamenón insiste en que tal distorsión de la racionalidad práctica ocurre cuando se quiere asegurar la vida sometiéndola al esquema de las fuerzas de leyes y exigencias “absolutas”, deformación que acarrea la total devaluación de la vida humana bajo el imperio de la necesidad .

Violencia familiar, crítica y superación: no alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada

Después de estudiado el anterior texto, que nos invita a leer la obra de Esquilo, vamos a leer y analizar el texto del Génesis, que llamamos con frecuencia “el sacrificio de Abraham”: Génesis 22. 1-19.

Génesis 22:

1: Después de estas cosas sucedió que Dios tentó a Abraham y le dijo: “¡Abraham, Abraham!” Él respondió: “Heme aquí”.
2. Díjole Dios: “Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga”.
3. Levantóse, pues, Abraham de madrugada, aparejó su asno y tomó consigo a dos mozos y a su hijo Isaac. Partió la leña del holocausto y se puso en marcha hacia el lugar que le había dicho Dios.
4. Al tercer día levantó Abraham los ojos y vio el lugar desde lejos.
5. Entonces dijo Abraham a sus mozos: “Quedaos aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allí, haremos adoración y volveremos donde vosotros”.
6. Tomo Abraham la leña del holocausto, la cargo sobre su hijo Isaac, tomo en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos.
7. Díjole Isaac a su padre Abraham: “¡Padre!” Respondió: “¿qué hay, hijo?” – “Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?”
8. Dijo Abraham: “Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío”, Y siguieron andando los dos juntos.
9. Llegados al lugar que le había dicho Dios, construyó Abraham el altar, y dispuso la leña; luego ató a Isaac, su hijo, y le puso sobre el ara, encima de la leña .
10. Alargó Abraham la mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo.
11. Entonces le llamó el Ángel de Yahveh desde los cielos diciendo: “¡Abraham, Abraham!” Él dijo: “Heme aquí”.
12. Dijo el Ángel: “No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora se que tu eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único.
13. Levantó Abraham los ojos, miró y vio un carnero trabado en un zarzal por los cuernos. Fue Abraham, tomó el carnero, y lo sacrificó en holocausto en lugar de su hijo.
14. Abraham llamó a aquel lugar “Yahveh provee”, de donde se dice hoy en día: “En el monte ‘Yahveh provee’”.
15. El Ángel del Señor llamó a Abraham por segunda vez desde los cielos,
16. y le dijo: “Por mí mismo juro, oráculo de Yahveh, que por haber hecho esto, por no haberme negado a tu hijo, tu único,
17. Yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos.
18. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago por haber obedecido tú mi voz”.
19. Volvió Abraham al lado de sus mozos, y emprendieron la marcha juntos hacia Berseba, y Abraham se quedó en Berseba.

Para ayudar a comprender este antiguo texto bíblico, proponemos como orientación el siguiente texto:

Se pueden considera los relatos sobre Abraham como narraciones fundantes de la fe bíblica. Como todos los textos antiguos, este ofrece diferentes redacciones, o estratos de escritura, que podemos diferenciar: unas tradiciones que se transmitieron oralmente durante muchos años, cuyo eje eran relatos de los antepasados; una serie de escritos de diversas tradiciones: yahvista (11, 14, 15-18), elohista (1, 3, 8, 9, 19, mezclado con un redactor posterior, pero no muy distante), y sacerdotal (12c, 16 b, 17c, 18). Estas tradiciones de escritura fueron modificando los relatos más antiguos, y construyendo la figura de Abraham según sus propias inquietudes . De este modo se pasó de tradiciones sobre un santuario israelita en el que no se ofrecían sacrificios humanos, a diferencia de los santuarios cananeos el estrato más antiguo, a una justificación de la prescripción de “rescatar” a los primogénitos, pues pertenecen a Dios el elohista, retocado desde la mentalidad de la corriente deuteronomista, hasta la enseñanza sobre la fe de Abraham por no haber negado su hijo a Dios -la mentalidad sacerdotal.

Si se ordena el texto según las tradiciones da aproximadamente lo siguiente:

Yahvista (Siglos X y IX, en Judá).

Vete al país de Morya (Moriyyáh, el final abrevia Yahveh) (2).
Entonces le llamó el Ángel de Yahvéh desde los cielos diciendo: “!Abraham, Abraham!” El dijo “Heme aquí” (11)
Abraham llamó a aquel lugar “Yahveh provee”, de donde se dice hoy en día: “En el monte Yahveh se aparecerá (yérá’eh)”. (14)
El Ángel de Yahveh llamó a Abraham por segunda vez desde los cielos y dijo: “por mi mismo juro, oráculo de Yahveh, que por haber hecho esto,…yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa… (15-17b).

Elohista, redactor de los relatos yahvistas (Siglo VIII, en Israel):

Después de estas cosas sucedió que Elohim probó a Abraham y le dijo: “Abraham, Abraham”. El respondió: “Heme aquí”. Díjole: “Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, y…ofrécele…en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga”. (1-2).
Se levantó, pues Abraham de madrugada, aparejó su asno y tomó consigo a dos mozos y a su hijo Isaac. Partió la leña del holocausto y se puso en marcha hacia el lugar que le había dicho Elohim. Al tercer día levantó Abraham los ojos y vio el lugar desde lejos. Entonces dijo Abraham a sus mozos: “Quedaos aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allí, haremos adoración y volveremos donde vosotros”.
Tomó Abraham la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos. Dijo Isaac a su padre Abraham: “Padre”. Respondió: “¿Qué hay, hijo?” -”Aquí está el fuego y la leña, pero ¿Dónde está el cordero para el holocausto?” Dijo Abraham: “Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío”. Y siguieron andando los dos juntos.
Llegados al lugar que le había dicho Elohim, construyó allí Abraham el altar, y dispuso la leña; luego ató a Isaac, su hijo, y le puso sobre el ara, encima de la leña. Alargó Abraham la mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. (3-10).
Dijo el Ángel: “No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya se que tú eres temeroso de Elohim”. (12a-b).
Levantó Abraham los ojos, miró y vio un carnero trabado en un zarzal por los cuernos. Fue Abraham, tomó el carnero, y lo sacrificó en holocausto en lugar de su hijo (13).
Volvió Abraham al lado de sus mozos, y emprendieron la marcha juntos hacia Berseba. Y Abraham se quedó en Berseba (19).

Sacerdotal (Siglo III o II, Palestina bajo la dominación helenística):

Ya que no me has negado tu hijo, tu único (12c).
Por no haberme negado tu hijo, tu único (16b).
“Se adueñará tu descendencia de la puerta de tus enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago por haber obedecido tú mi voz” (17c-18).

Unos someros análisis para pensar lo que nos quieren decir

– La versión del Sacerdotal:

Las adiciones del redactor sacerdotal hacen que el texto en su conjunto se interprete como una prueba a la fe de Abraham: se trata de un hombre temeroso de Dios, lo que se comprueba en su disposición a matar a su hijo, es decir, en su intención a realizar algo absurdo si se trata de una exigencia divina. En el contexto del mundo helenístico ya no se realizaban sacrificios humanos en ninguna de las grandes religiones del medio oriente. Que Yahvéh, el lejano e incomprensible Dios de los judíos exigiera el sacrificio del hijo único y amado del anciano Abraham, no puede ser otra cosa que una prueba de fe. No hay aquí alternativas: Abraham debe confiar en su Dios, así no logre entender sus designios. Para el Abraham del periodo helenístico no hay elección: pase lo que pase, por más absurdo que sea, se debe temer a Dios. Una vez el judío vive en el marco de la Alianza con Dios, se espera de él una obediencia ciega a su voluntad. Como fruto de esa obediencia, de un modo que no podemos entender, Dios bendecirá a todas las naciones, pues El tiene un orden que impone al conjunto de la humanidad.

Este lenguaje de lo incomprensible y poco racional, de un Dios que hace exigencias absurdas y pide obediencia total, expresa a la institución religiosa que habla en estas adiciones, y “la institución tiene como su corazón la administración de la muerte. Por tanto, su ideología es necesariamente la afirmación de la muerte en nombre de la vida. A eso le corresponde una fe…la disposición del padre a matar a su hijo” . La institución religiosa tiene que afirmar la prioridad de la ley sobre la vida, y aquí se entronca con la mayor parte de relatos de sacrificios de hijos: matar al hijo es una afirmación de la ley del padre. Lo paradójico es que se atribuya a Abraham semejante fe, pero es algo comprensible si se tiene el carácter histórico y dialéctico de todas las instituciones, y el hecho de que la fe de una comunidad sólo se transmite en algún tipo de institucionalidad. De esto es consciente la tradición sacerdotal, pues narra la constitución de su poder de dominio como ocurrido en mismo día en que los levitas asesinaron a sus propios hijos y hermanos (Ex 32, 29). Hinkelammert señala que precisamente el poder de dominio es eso: la disposición a asesinar a sus propios hijos y hermanos para imponer una ley; por esta razón el redactor sacerdotal añade a la bendición que los descendientes de este Abraham de la fe ciega, se van a adueñar de las ciudades vecinas (Gen 22, 17c) .

La institución religiosa que habla en el redactor sacerdotal concibe a un Dios que se reserva a sí mismo el poder matar a quienes incumplen sus leyes. Pero este Dios que puede matar, es el Dios creador de toda la realidad, al que hay que temer y reverenciar, de quien se espera la salvación y quien nos castiga con la muerte. En este esquema religioso, parece evidente que la ritualidad va a concentrar el esfuerzo por agradar a este Dios, todo con el fin de legimitar la esperanza en una intervención definitiva de Dios que traerá la paz a la tierra. Y esta ritualidad desplaza el conflicto entre los seres humanos a una guerra contra los animales, quienes son ahora las víctimas sustituivas de los sacrificios. Este modelo sacrificial legitima la comunidad judía concentrada en el culto religioso; sin culto, no hay comunidad: sin sacrificios animales, no es posible que la violencia no irrumpa entre los mismos judíos. Cuanto se extienda el culto, más se confía en eliminar la violencia. El mecanismo cultual permite a los participantes deponer la tendencia a la violencia, reconciliarse y apaciguarse. Por tanto, vivir en el ambiente cultual, vivir sin guerras entre los seres humanos, en eso consiste la presencia de Dios en medio de su pueblo. Se trata de una presencia al estilo de los dioses de las demás religiones: su poder de salvación está vinculado a su peligrosidad, una presencia de lo sagrado activada por el culto sacrificial.

– La redacción elohista y su contexto

El texto elohista corresponde a la época de los reyes en Israel. “En ese tiempo, el sacrificio del hijo primogénito es la regla, no la excepción (…) se hace por razones mágicas, para asegurar la gracia de los dioses, especialmente frente a la batalla. Sacrificar al hijo primogénito es la tentación del hombre de autoridad frente a un juicio imprevisible de Dios, para inclinar la voluntad de este Dios en favor suyo”.

Las constantes condenaciones a los sacrificios de niños que se encuentran en la Biblia, muestran que se trataba de una práctica extendida y atrayente para los mismos israelitas, llegando incluso algunos reyes a practicarla en Jerusalén. Los profetas insisten en que Yahvéh detesta los holocaustos, y solo pide justicia en las relaciones entre los seres humanos. Parece que los sacrificios a Molo (molék) eran un problema real para los fieles a las tradiciones yahvistas de los siglos VIII y VII a.C., por eso aparecen masivamente en: Levítico 17,21; 20, 2-5; Jeremías 32, 35; 2 Reyes 23, 10; Isaías 33, 14; 1 Reyes 11, 7. Hay referencias al culto a Baal-Moloc en 2 Reyes 16, 3; 17, 31; 21, 6; Jeremías 7, 31, Deuteronomio 12, 31; 18, 10; Ezequiel 16, 21; 20, 31; 23, 37, y probablemente también en Jeremías 3, 24. Sin duda se trataba de un culto celebrado en Jerusalén, seguramente en las proximidades del Templo, en el valle de Ben Hinón.

Los holocaustos ofrecidos a Baal-Moloc consistían en sacrificios en los que la víctima era totalmente consumida por el fuego. El rey Josías, junto con el profeta Jeremías y la comunidad influida por la reforma deuteronomista abolieron estos cultos, pero ellos vuelven a aparecer inmediatamente antes de la invasión de los Babilonios, a comienzos del siglo VI. La mentalidad yahvista, los profetas y la corriente deuteronomista, condenan estos actos, lo mismo que los redactores sacerdotales posteriores. Para estos autores bíblicos, se trata de actos totalmente contrarios a la voluntad de Yahvéh.

Si tomamos la práctica de los sacrificios como una ley propia de la cultura palestinense de los siglos VII a VI a.C., esta ley debe poder presentarse como una ley de Dios. Todos los padres de esta cultura estaban dispuestos a sacrificar a sus hijos, y Abraham no aparece inicialmente como una excepción. Atendiendo a los cambios que se producen tanto en las personas, como en el lugar mismo de culto, hay que resaltar dos asuntos notables dentro de la estructura del texto:

– Abraham pasa de ser un hombre corriente dentro de las exigencias de su cultura gracias a la intervención del Ángel de Yahvéh, que le dice: “No alargues tu mano contra el niño, que ahora se que eres temeroso de Dios… “. El ángel le pide que transgreda la ley de Dios, la ley de su propia cultura. No se trata de una decisión fácil, pues al renunciar a los sacrificios humanos se va a enfrentar con toda la sociedad de su época, con la religiosidad dominante, razón por la cual debe cambiar de lugar de residencia. Se dejan atrás las exigencias de una divinidad que da leyes, y aparece un Dios (Yahvéh), que pide ponerse por encima de la ley. Obedecer o temer a Yahvéh es deshacerse de la ley y no matar a su hijo. En esto consiste la fe de Abraham en Yahvéh: no haber matado (negado) a su hijo (Gen, 22, 17c), pues Yahvéh se opone a todos los sacrificios de los seres humanos. La figura de Abraham para el autor elohista no es la de un hombre que representa a la ley, sino la de aquel en quien se revela la fe en el Dios de la vida contra la prioridad de la ley de su cultura.

– La decisión de Abraham de romper con los esquemas y expectativas de su contexto, optando por enfrentar los riesgos de la muerte, del fracaso y del compromiso con el otro, y el hecho de que esa decisión se muestre como esclarecida por una manifestación de Yahvéh, Dios de la vida y no por Moloc o Baal, divinidades que garantizan el poder y el éxito a través de unos ritos que aseguran al oferente contra la muerte, esto es algo realmente insólito. En esta decisión, Abraham logra ponerse por encima de las fuerzas de la necesidad que obligan a sacrificar seres humanos, y lo hace afirmando su libertad. Pero esta libertad es la afirmación de la vida contra el poder de la muerte: afirma su vida al afirmar la vida del otro. No se trata acá de asegurarse contra la muerte, asesinando a alguien, sino de derogar la ley de muerte de las divinidades dominantes y atractivas desde el punto de vistas del éxito y el propio poder de dominio. Cuando el padre ya no sacrifica al hijo, y ninguno de los dos se somete a las fuerzas de la necesidad, ambos pueden tratar de someter esas fuerzas en función de la vida humana. Esto se puede observar en el tipo de promesa que recibe Abraham: no se le van a dar otros países para conquistar y esclavizar, sino que al afirmar la vida, la vida va a abundar: “acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa” (17a-b). La bendición de Yahvéh corresponde al carácter excepcional de la acción de Abraham: ha roto el circuito sacrificial de su cultura, que creía asegurar la vida por la muerte violenta. Así se ha salido del marco institucional, para afirmar la prioridad de la vida humana sobre toda otra exigencia.

Esta opción por la fe en la vida y contra el dominio de la ley y el poder de la muerte, cambia las relaciones entre las personas. Cuando el poder del padre no asesina al hijo, y el hijo no tiene necesidad de matar al padre, aparece una lógica diferente a la del circuito sacrificial, circuito de la muerte violenta sin solución. Mientras Edipo, esa otra figura central del teatro griego, se piensa desde el poder de dominio y el derecho (la ley) de asesinar a su hijo impunemente, Abraham representa la libertad que destruye las leyes. La vida de Edipo está marcada por la necesidad y condenada al circuito de muerte, pero Abraham reivindica su vida y la de su hijo: como no está dispuesto a matar, su hijo tampoco tiene razones para hacerlo.

Los hijos de Edipo, Eteocles y Polinices se matan mutuamente luchando por el poder, pues el poder siempre se impone matando, y estos asesinatos de los dos hermanos desatan otra tragedia, que es el asesinato de su hermana, Antígona. En cambio, los descendientes de Abraham, que han sido bendecidos por el Dios de la vida, resuelven sus conflictos de otro modo. Jacob y Esaú resuelven su conflicto por la primogenitura, a pesar del temor y la angustia que sienten ante una violencia casi inminente (Gen 32, 9; 12), del siguiente modo: “(Jacob) se inclinó siete veces hasta llegar a su hermano, y Esaú, a su vez, corrió a su encuentro, lo abrazó, se le echó al cuello, lo besó y lloró” (Gen 33, 3).

Por su parte, José, quien había sido vendido por sus hermanos, cuando los vuelve a ver “se echó a llorar a gritos”. Sus hermanos por su parte, no podían contestarle porque se habían quedado atónitos ante él”. Pero “José dijo a sus hermanos: “vamos, acercaros a mi…. no os pese mal, pues para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros…para que podáis sobrevivir en la tierra y para salvaros la vida mediante una feliz liberación….Y echándose al cuello de su hermano Benjamín, lloró; también lloró Benjamín sobre el cuello de José. Luego besó a todos sus hermanos, llorando sobre ellos, después de los cual estuvieron conversando” (Gen 45, 1-15).

La fe en Yahvéh: el mutuo reconocimiento.

Nos queda revisar la antigua tradición yahvista. Hay que hacer notar tres asuntos:

– Que el término “Ángel de Yahvéh” corresponde realmente a Yahvéh tal como se le aparece o manifiesta a los seres humanos en la mentalidad del yahvista. – Esto se une al lugar de culto: Moriah, el lugar que Yahvéh le había dicho, es un espacio enigmático, que no se puede identificar con ningún lugar, pues en realidad se llama “Yahvéh se aparecerá”. – La bendición del versículo 17 a-b cae sobre Abraham y sus descendientes.

¿De qué se trata todo esto? ¿Cómo concibe el autor yahvista que se manifiesta Yahvéh, el Dios de la vida, según lo que nos dice en estos textos?

Abraham pasa de ser un padre que ejerce su poder de muerte y dominio, a constituirse en el padre de la fe, el que rescata a su hijo para la vida. Notemos que no puede ya tratar a su hijo como un corderillo que va a ser sacrificado para dar gusto a los dioses, pues seguramente lo ha mirado con compasión y por eso se ha movido a recuperarlo como el “hijo” con quien está comprometido con los lazos del amor (v. 2, 3, 6, 7, 8, 9, 10, 12, 13, 16: hijo, hijo único, hijo, al que amas). Como ha renunciado a su poder de patriarcal, de “padre” que domina y ejerce violencia de muerte, puede seguir andando junto con él sin temor. Parece que la relación tradicional de padre e hijo se rompe y se inaugura una nueva, donde el eje es un amor que puede impedir la posibilidad de ejercer la violencia, moviéndose hacia una relación más equitativa, lo que los autores yahvistas califican como una relación de “hermanos”.

Al reconocer al otro como alguien cuya vida debe ser rescatada, es decir, como otro sujeto de vida, Abraham mismo se rescata para la vida con los otros. Pero este reconocimiento mutuo entre los sujetos de vida no es una actividad intelectual, sino una inmensa apertura al otro, que mueve a la persona desde sus afectos, ya sea a la compasión, al llanto, a los besos o a la charla. Entonces, cuando el otro puede ser tratado como “hermano”, sólo entonces se activa la presencia de Yahvéh.

En este sentido, el autor yahvista, al finalizar la historia del encuentro entre Jacob y Esaú, que narra dramáticamente una resolución diferente a la violencia para un conflicto de poderes, cuenta que le dijo Jacob a su hermano: “He visto tu rostro como quien ve el rostro de Dios, y me has mostrado simpatía”. (Gen 33, 10).

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