Unicornio azul

Unicornio azul
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Por Marvin Galeas * Miércoles, 27 de Noviembre de 2013

Una de las más hermosas canciones de Silvio Rodríguez y quizá de las mejores escritas en lengua hispana en las últimas décadas es “Unicornio azul”. La primera vez que yo la escuché no fue precisamente en voz del cantautor cubano, sino cantada por Claudio Armijo, que fusil terciado y guitarra en mano la cantaba con un sentimiento que bordeaba las lágrimas. Era el año de 1982, año duro de la guerra. Un copioso invierno anegaba los montes y las almas.

Chico, seudónimo del primer hijo del poeta Roberto Armijo, era uno de los principales comandantes de campo de la guerrilla. Se había destacado en los difíciles frentes de guerra de San Vicente y Guazapa. Pero en los primeros meses de 1982 fue llamado a Morazán para junto a Jorge Meléndez, y Juan Ramón Medrano conducir la campaña militar “Comandante Gonzalo”, la que terminó siendo una de las más complejas y exitosas operaciones de las fuerzas guerrilleras.

Pero ese mediodía, para mí la hora más melancólica del día, no sé por qué, Claudio Armijo, no parecía un guerrero, sino un trovador con el corazón roto. Y no era para menos, hacía sólo unas semanas, en hechos separados, su mamá había sido secuestrada y su entrañable hermano Manlio, de seudónimo Juan, había muerto combatiendo a las fuerzas élites del batallón Cobra en Tegucigalpa.

“Mi unicornio azul ayer se me perdió/ pastando lo dejé y desapareció/ cualquier información/ bien la voy a pagar/ las flores que dejó, no me han querido hablar…” Cantaba el espigado y miope comandante rasgando la guitarra y desgarrando la voz. Su único público era yo, que lo escuchaba asombrado por el sentimiento que ponía en cada sílaba y sabiendo, claramente, que se refería a la pérdida de un ser amado, en este caso dos.

Manlio, el segundo hijo del poeta, Armijo, era el más irreverente de todos los guerrilleros. Pero uno de los más osados. Es famoso a nivel mundial el afiche donde se eternizó apostado en una esquina de San Salvador, disparando a la Guardia Nacional con una subametralladora UZI. Tenía 21 cuando perdió la vida. Y ese mediodía Claudio, su hermano, lo recordaba: “Mi unicornio azul ayer se me perdió/ no sé si se me fue/ no sé si se extravió/ y yo no tengo más que un unicornio azul”.

Y luego quizá pensando en su madre desaparecida en ese momento decía “si alguien sabe de él/ le ruego información/ cien mil o un millón yo pagaré/ mi unicornio azul, se me ha perdido ayer, se fue…” Pero en las guerras nadie puede permitirse el lujo del dolor por la pérdida de un ser querido por mucho tiempo. Porque eso ocurre a cada momento y porque el espíritu no puede ni debe flaquear o por lo menos hay que luchar contra ese sentimiento.

Después de terminar la canción cantando con especial énfasis la parte que dice: Mi unicornio y yo hicimos amistad/ un poco con amor/ un poco con verdad/ con su cuerno de añil pescaba una canción/ saberla compartir era su vocación”, Claudio me miró con profunda tristeza.

Puso la guitarra a un lado y, fusil en mano, se fue a estudiar junto a otros comandantes los mapas que dibujaban los escenarios donde se librarían las próximas sangrientas batallas. He escuchado decenas de explicaciones sobre la canción “Unicornio azul”. Desde una, creo que es la más certera, que habla sobre la amistad entre Silvio y Roque Dalton, hasta algunas que se refieren a la pérdida de un bolígrafo o un capotasto azules.

Para mí que se refiere al dolor que provoca una pérdida más profunda: Una muerte, marcharse de la patria, una casa que se deja, un hijo que se va, un amor de pareja que se rompe. Los últimos versos de la canción son un escándalo de imágenes en ese sentido: “Mi unicornio azul ayer se me perdió/ y puede parecer acaso una obsesión/ pero no tengo más que un unicornio azul/ y aunque tuviera dos/ yo sólo quiero aquel/ cualquier información la pagaré/ mi unicornio azul se me ha perdido ayer/ se fue…

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