Un país en busca de autor. José Napoleón Rodríguez Ruiz. Mayo 16, 1990

Ya no podemos vivir por vivir, sino

para crear lo nuevo. Ese es el himno

de la época moderna que sobreviene

como nueva necesidad cuando la

estrella y el fuego, la rosa y el tigre

murieron dentro de nosotros.

Erich Gutkind

¡Sí! Había muerto el tigre y el fuego dentro de nosotros. Hace mucho tiempo empezaba a morir … al Wurm y al Wisconsin siguen la tibieza y el calor, la nueva vida; al austroloide americano, los olmecas, los mayas, los aztecas, los incas, los izalcos, la nueva vida; a la comunidad primitiva, la comunidad agraria y un esclavismo especial, la vida nueva. Y ya en la deformidad de la Conquista, la Colonia y un empezar a morir casi de golpe.

Pero aún ante la muerte, la alegría de vivir nos embriaga y destruye la agonía, el miedo.

En un instante desaparecía un mundo que había tardado milenios en formarse, los viejos dioses mayas se convertían en demonios, la tierra en algo extraño, ajeno, de repente todo fue pasado y nada fue pasado y todo miedo. Pero aún ante la destrucción, la alegría de vivir nos invade e intentamos resucitar el sol que nos robaron.

En la conjunción se produjo el aplastamiento, la tortura del grillete, de la hacienda y de la mina. Un trotar más rápido hacia la muerte.

Pero aún ante los dioses inventados, la alegría de vivir nos invade e

intentamos resucitar el fuego que nos prohíben encender.

No era el temor al rayo, a la lluvia torrencial o a la tierra seca, a los volcanes o a su lava. No, era un miedo nuevo al hombre, al diferente, al colono, al hacendado. Pero aún ante el conquistador, la alegría de vivir nos embriaga y buscamos despertar al tigre.

Y de repente fue un ayer que agonizó para la Historia. Los ídolos navegaron en el tiempo como animales que se ahogan, los templos mugieron bajo la tierra, su nueva sepultura. Las pirámides quedaron desiertas, estáticas, mudas. También en este caso las cosas mostraban su rostro, el más feo.

Por mirar al futuro nos convertíamos en estatuas de sal.

Sin embargo, entre las ruinas surgían hombres que buscaban crear lo nuevo. Resucitar la estrella, el fuego, la rosatigre que todavía estaban allí para romper dimensiones y asaltar el cielo. ¡Sí! Allí estaban.

¿Por qué tanto dolor en esta tierra tan hermosa, como la primera lluvia que cayó sobre el planeta, como la vida en su primer asomo, como un antropoide erguido?

II

El territorio salvadoreño es en gran parte de origen volcánico y en buena parte, volcanes, en pleno trópico. Formó parte de Mesoamérica.

Por ello desde cualquier sitio se divisan sus montañas y sus cerros.

Y desde cualquiera de estos se mira siempre el mar, los cafetales rojos, los algodonales, los cañaverales.

Verdes, rojos, azules, blancos, muy apretados en un pequeño territorio de apenas veinte mil kilómetros cuadrados. Y ahora, también desde cualquier sitio se oye, se siente, se sufre, la guerra, una guerra que ya dura veinte años … en su última fase.

Tal vez la historia de El Salvador, su gloria y su tragedia, como la de muchos pueblos, encuentre una síntesis periodizada en la vida de algunos hombres verdaderos navegantes o descubridores del alma nacional, acusadores de las fuerzas antihumanas que impiden el cambio.

Nos encontramos así con Atlacatl y Tekij, cuando la Conquista; con Alfonso y Martín, dos negros ahorcados para una Semana Santa, en plena Colonia; con Pedro Pablo Castillo, Júpiter y Anastasio Aquino a buscar la verdadera independencia, la que todavía no llega; con Farabundo Martí, Luna, Zapata, Chico Sánchez o Miguel Mármol en este siglo, quienes intentaron la primera gran revolución en Centroamérica.

En El Salvador los años sesenta son el preludio de la sinfonía revolucionaria que estaba por componerse, inconclusa por de pronto, o que tal vez desembocará alguna vez en el gran canto a la alegría.

Los años sesenta son para El Salvador una década que contiene, que anuncia, todo lo que estaba por suceder. Que da y hace madurar rápidamente los individuos indispensables para cumplir las tareas históricas urgentes. Los nombres son innumerables: Raúl Castellanos, Schafíck Handal, Rafael Aguíñada, Daniel Castañeda, Salvador Carpio y los jóvenes que más tarde se convirtieron en miembros del ejército que formó el pueblo y que aún sostiene la guerra.

En las letras -y las letras en este caso no están divorciadas de la política ni de la guerra- está la figura síntesis, la que en muchos sentidos resume y asume nuestra tragedia, la gloria y el dolor de dos o tres décadas: Roque Dalton.

(Por supuesto que los nombres de Roberto Armijo, Manlio Argueta y Alfonso Quijada Urías son sujetos plenos de este proceso social complejo que hemos vivido en El Salvador.)

Roque murió a punto de cumplir los cuarenta años, el 10 de mayo de 1975. Mucho se escribió entonces sobre él. Mucho se ha escrito desde entonces sobre Dalton.

Pero los análisis merecen y exigen una revisión exacta y objetiva. Así llegaremos a comprobar probablemente su dispersión, fragmentarismo y superficialidad, la de los análisis, por supuesto. Desde luego, los hay de una importancia tan grande como los de Benedetti y Galeano.

Pero aún sumados los mejores, no encontramos un resultado que permita, por un lado, entender El Salvador de aquellos años, mucho menos del actual, ni siquiera los aportes literarios y políticos de Roque Dalton. Las acusaciones y reproches de Octavio Paz, desde luego, merecen una consideración, aun cuando desde muchos puntos de vista son vulnerables, a la luz de lo que se entienda por poesía y de la relación general, en arte, entre forma y contenido.

Queremos simplemente recordar un breve párrafo de Eduardo Galeano en la revista Casa de las Américas No. 94: «La poesía de Roque era, como él, cariñosa, jodona y peleadora. En la cara y en la poesía de Roque, una guiñada se convertía en un puño en alto. Le sobraba valentía y por lo tanto, no necesitaba mencionar el coraje. Nada más ajeno a la retórica del sacrificio que la obra de este militante que nada ahorró de sí ni quiso nada para sí».

Así como para el burgués el dinero no significa nada si no se transforma en fuerza de trabajo; así como al campesino lo separan de la tierra para llevarlo hasta las fábricas; y así como separan la tierra del campesino para convertirla en materia prima; así como el imperio asalta el planeta y convierte continentes en colonias; así como el despojo es el ahorro del capitalismo, así El Salvador está especialmente unido al dolor a ser tierra irredenta, como dice el campesino.

Hablar de esa esencia y su catarsis es en buena cuenta hablar de Roque Dalton; y hablar de Roque Dalton es, sin duda alguna, hablar de esa catarsis. Porque Roque no se conformó como Durrel, con odiar a su país de una manera creadora sino se hundió en él hasta palpar su tuétano maligno, hasta apurar todo su cáliz.

Nosotros que tuvimos la oportunidad, no solamente de conocer a Roque, de ser grandes amigos, de acompañarlo al escribir conjuntamente dos piezas teatrales, de sostener correspondencia cuando su estadía en Praga, de conversar con él en La Habana, en 1972, poca antes de su retorno a El Salvador para ingresar al ERP, organización polítíco-militar; y de verle una vez, en plena clandestinidad en 1974, poco antes de morir, comprendemos a cabalidad la importancia que tendría un estudio profundo de su obra y de su vida. Pero un estudio de verdad profundo vendría a ser como descubrir verdaderamente a El Salvador, tal vez el prólogo de la guerra, que en parte sufre ya Centroamérica y que podría convertirse en el canto a la alegría, pese a los aires de «Pax romana» que soplan por el mundo.

III

A mediados de los sesenta Dalton se encontraba en Praga y trabajaba en la revista Problemas para la paz y el socialismo, que se había convertido o estaba por convertirse en revista internacional. Allí publicó un artículo sobre la problemática de la revolución en Latinoamérica (parece ser que el artículo fue previamente discutido con Maydanik, un conocidísimo analista social soviético). Creernos que anticipaba una de las rutas de la revolución que probablemente seguirían nuestros pueblos.

Comprendía las siguientes necesidades: a) la incorporación de grandes masas al torrente revolucionario, b)la voluntad real y colectiva para superar la creciente destrucción de las economías nacionales por obra de los grandes monopolios por todas las vías, c) la necesidad de empuñar las armas, d) un alerta hacia la acción de los intereses imperialistas en las siguientes direcciones: 1) penetrando al máximo con sus agentes de seguridad a los ejércitos de las burguesías u oligarquías criollas, 2)si lo anterior no fuese suficiente, asumir las funciones de los ejércítos, especialmente las represivas, directamente.

Ahora que signos de una paz muy especial aparecen en Centroamérica, debemos comprender que la situación es la siguiente. Objetivos de los enemigos del pueblo: a) aplastar los ejércitos del pueblo o desmantelarlos, b) sustituir en toda la medida posible las funciones de los ejércitos de la clase dominante, c)en ciertos sitios sustituir por completo a los ejércitos en su conjunto o a las fuerzas de seguridad: Panamá y Costa Rica. Y a la base de todo ello, como lo anticipó Dalton en aquel artículo, la destrucción de las economías nacionales.

La consigna de la reducción de los efectivos militares justa por principio implica el grave riesgo que indicamos, de donde al mismo tiempo que se lucha por la desmilitarización deben redoblarse los esfuerzos en la lucha antiimperialista y denunciar sus planes de ocupación.

El artículo, de una gran lucidez, anticipaba al mismo tiempo la conducta de Roque, que tras unos años en La Habana se trasladó al corazón de la lucha, y a la muerte.

En nuestras conversaciones en La Habana, me narró los argumentos o el argumento de su último libro, que había hecho del conocimiento de todos, su título: «Un libro rojo para Lenin». Resulta que Lenin resucita y empieza a recorrer las calles de Moscú. Como es un genio, después de visitar las fábricas y de conversar con la gente, llega a la conclusión de que las fuerzas contrarrevolucionarias han triunfado en la Unión Soviética, y como es un revolucionario, inmediatamente intenta fundar un nuevo partido que tenga por objeto recuperar el poder para el pueblo.

Al principio, las fuerzas de seguridad no le hacen caso, pero a medida que transcurre el tiempo, gana más y más adeptos hasta convertirse en una verdadera fuerza nacional. Le capturan e internan en un manicomio. Solo un espíritu libre y revolucionario pudo escribir ese libro que parcialmente permanece aún inédito.[1]

IV

El nivel filosófico de un ideólogo no depende de la profundidad con que sepa penetrar en los problemas de su tiempo, de su capacidad para saber elevarlos a la altura «suprema» de la abstracción filosófica, de la medida en que las posiciones de clase cuyo terreno pisa le permitan ahondar hasta lo profundo de esos problemas y llegar hasta el final de ellos solamente. Roque lo comprendió así y por eso fue a militar allá abajo, donde los problemas se engendran y donde una práctica consecuente puede alcanzar su solución. Pero comprendía exactamente los límites y alcances de el «solamente». Por ello se preparaba en mil novecientos setenta y cuatro al análisis de la ideología de la clase dominante salvadoreña, desde diversos puntos de vista, entre ellos, el siquiátrico.

Con Dalton habíamos conversado mucho sobre lo que era una clase enferma. Comprendíamos cuanta razón tenía Lukacs, al señalar que con Hitler se llegó en Alemania a la popularización demagógica de todos los motivos especulativos de la reacción filosófica más descarada, a la coronación ideológica y política del proceso de desarrollo del irracionalismo, y que si aplicábamos creativamente su pensamiento vertido en el Asalto a la razón al proceso social salvadoreño, tendríamos que descubrir hasta el fondo un irracionalismo esquizofrénico en los Barones del café.

(Ahora que probablemente habrá una «paz», al menos firmada, en El Salvador, las fuerzas sociales conscientes deberán tomar en cuenta una clase -la dominante- ebria de locura, que de cierto modo continuará guiando los destinos del país y volver los ojos al caso Colombia).

(Recordemos también las palabras de Kierkegaard en su Mensaje literario, sobre que cada cual debe trabajar por sí solo para obtener su propia salvación o el mundo dejaría de persistir, que parecen informar a los asesinos de tanta gente, de Ellacuría, Montes o Monseñor Romero).

Bretch ha señalado que en los grandes procesos revolucionarios es difícil establecer cuanta destrucción es necesaria. Ahora bien, la destrucción es un producto de la acción violenta de las masas, o de la actividad reaccionaria y brutal de ciertas minorías; pero también de la acción de sus escritores.

Roque Dalton nos ofrece hasta los cuarenta años una producción dura, llena de amargor, muchas veces, con agruras literarias o repleta de un júbilo trágico, frente a una Patria desnudada que duele, con su corona de espinas; que sufre y sufrirá, sabrá el diablo por cuánto tiempo más. La ironización de la realidad es alcanzada en su prosa y en su verso casi siempre.

Pero aparecía siempre levantado el dedo acusador hacia una clase dominante que Roque conocía muy bien, y cuya brutalidad es evidente.

Ahora bien, queremos en este momento referirnos a un plan suyo, insinuado en una carta inédita dirigida a un gran siquiatra salvadoreño, quien nos hizo el favor de proporcionarla.

«Ahí te van los primeros materiales de estudio. Te iré enviando los que vaya recortando (para comenzar con una determinada unidad vamos a ver primero todos los aparecidos en el año 73). Aunque te propusimos le entraras al problema desde tu terreno, desde tu especialidad, es evidente que se trata más de ubicar una sicología, de ubicar una ideología ( en el mero sentido marxista: conciencia falsa). Tú ubicarías las connotaciones psicopáticas de esa ideología y de los individuos que las publicitan.

Por eso es que además de los tipos más evidentemente “malígno-tataratas” (tatarata, en salvadoreño significa: alocado y bobo) (C. y Ramírez, Castellanos, Aguilar, Clares, etc.)

Te envío materiales de otros que los circundan y que le ponen a la ideología básicamente fascista los aderezos del misticismo… cree que independientemente de la importancia que podrá llegar a tener este trabajo, nos vamos a divertir mucho porque hay cada tipo que es para que Julio Cortázar lo meta en su próxima colección de «piantados» (sobados del closh, en salvadoreño)… Se parte de un concepto irracional de la cultura, que prescinde de un criterio científico básico: se le mezcla la superstición, el oscurantismo, los delirios, con conocimientos científicos y filosóficos mal digeridos o mal comprendidos.

Esto es muy bueno para ellos en la tarea de desorganizar la cabeza de la clase obrera…!

Además de la carta, Roque se había preocupado por la disparatada ideología de los escritores burgueses, entre ellos, por monseñor doctor Francisco José Castro y Ramírez, del cual tenía recortados unos ciento cincuenta pequeños artículos. En muchos de ellos, el sacerdote clamaba en contra de los comunistas, pidiendo su liquidación moral y física, en otros, contra las minifaldas, en contra de la guerra, por ser castigo del pecado.

Únicamente vamos a transcribir un párrafo de uno de sus artículos del 23 de junio de 1973, subrayado por Roque, y en el cual aparecen notas de su puño y letra que señalan «sexo y delirio». Apareció en El Diario de Hoy, uno de los de mayor circulación en El Salvador. El artículo fue titulado así: «¿Phainoméridas con sombreros eclesiásticos ?»:

«Para contestar satisfactoriamente la pregunta del epígrafe, tuve que consultar a helenistas de renombre que bucean en viejos palimpsestos. Pero solamente aseguran que existieron muchachas que preferían exhibir los muslos desnudos … Entonces, urge correr hacia el tiempo de la cibernética, de los vuelos espaciales y del post-Concilio (se refiere a Medellín), cuando reina la autodemolición denunciada por Paulo VI; se filtra el humo de Satanás por resquicios sigilosos de expertos y peritos; cuando algunos clérigos truecan atavíos y también su crucifijo por el breviario de Mao y la metralleta de los pistoleros …» Y prosigue el artículo condenando a la Iglesia progresista con invocaciones grietas y a los curas que utilizaban sotanas cortas. Otro artículo seleccionado es de un señor Barón Ferrufino sobre Chile, su título: «Se ha salvado una Patria o más vale tarde que nunca», que inicia así: “Al fin y gracias a Dios, a las mujeres, al numeroso y sufrido gremio de los transportistas, a las gloriosas tres armas de las Fuerzas Armadas Chilenas, a los Carabineros y al pueblo responsable se salvó Chile de las garras de la bestia apocalíptica llamada vulgarmente comunismo.» El artículo compuesto de tres partes elogia las matanzas de Pinochet y reclama la profundidad de la represión con expresiones místicas y religiosas.

De esa forma, en El Salvador se mata, se tortura, se asesina en nombre de Dios y de una serie de valores como libertad, catolicismo, paz social, el mundo libre, etc.

No es el objeto de esta intervención agotar este tema, de suyo complejo y difícil, pero sí señalar que a base de la guerra y el genocidio yace la más desaforada mística oscurantista y que es muy difícil cambiar un pensamiento que se ha venido cimentando durante largos años, e imposible que ese cambio se produzca en corto tiempo.

V

El Salvador está en busca de muchas cosas. A punto de crear grandes revoluciones en diversos momentos de su historia, diversas circunstancias han impedido el triunfo.

Roque Dalton, cuando llegó por última vez a El Salvador, creía que «esta vez sí». ¡Llegó por fin el turno del ofendido! Y se disponía

a ser el autor que tanto ha buscado El Salvador. Su autor literario y su autor social. La muerte truncó todos sus planes. Como en un mundo kafkiano empapado de sangre, donde los personajes no solamente hablan sino matan, donde se proclama la ruptura, una ruptura espantosa que no viene a ser sino la continuación de escombros para unos y poder y riqueza para otros.

No es raro en ese mundo que un director de un diario importante tenga como filósofos preferidos a Nieztche y Wittgenstein. Y tácitamente tiene como consigna las conocidas frases de este último: «El pensamiento es el gran transformador y casi podríamos decir que el gran tentador. El acto mismo, el pensamiento se convierte en la gran responsabilidad, en el pecado esencia del hombre».

A nosotros los que todavía vivimos a pesar de ser salvadoreños toca hacer algo: continuar en la gran tentativa de crear lo nuevo, de resucitar la estrella, el fuego, la rosa y el tigre, que no han muerto del todo entre nosotros.

Mayo, 16, de 1990

La Universidad, Número 28 (enero-marzo, 2016)


[1] El presente texto fue escrito en 1990

Pepe Rodríguez Ruiz ¡Hasta la victoria siempre!

SAN SALVADOR, 20 de octubre de 2024 (SIEP) “Uno de los principales intelectuales de la izquierda salvadoreña  ha fallecido, José Napoleón Rodríguez Ruiz, nuestro querido Pepe, valioso integrante de la Generación Comprometida…” expresó el escritor Roberto Pineda.

“Tuve el honor de entrevistarlo para esta agencia de prensa a finales de 2008, luego de platicar largo y tendido en varios momentos sobre política y literatura, e incluso dimos un paseo por las calles céntricas de Ayutuxtepeque…”

Agregó que Pepe nació en esta ciudad en 1930, en 1950 en la UES se integró a la AEU  y a los 24 años, en 1954 se integró al Partido Comunista de El Salvador, PCS, reclutado por Raúl Padilla Vela, del cual llegó a ser uno de sus dirigentes más destacados en las décadas de los cincuentas y sesentas. Cuando se dio la ruptura en marzo de1970 decidió mantenerse al margen, y no se fue ni con Cayetano ni con Schafik…

Pero a mediados de los años setenta, se integra a la Resistencia Nacional, RN. En enero de 1980, representado al FAPU, pasa a integrar la dirección de la Coordinadora Revolucionaria de Masas, CRM y posteriormente del Frente Democrático Revolucionario, FDR.

Pero también su vida esta vinculada a la Universidad de El Salvador, UES, ya que fue presidente de AGEUS, directivo de la AED, director de Opinión estudiantil, redactor de La Jodarria, decano de la Facultad de Ciencias y Humanidades, docente de la facultad de Jurisprudencia y Vice-Rector durante el periodo del rector mártir, Félix Ulloa padre.

Y Pepe junto con Manlio, con Roberto Armijo, con Miguel Ángel Parada, Roque Dalton, Tirso canales, José Roberto Cea,  eran huéspedes predilectos de las ergástulas de la Policía Nacional, del famoso Palacio Negro, ahí compartieron múltiples carceleadas  y también exilios…en el caso de Pepe este se enorgullecía de sus 23 carceleadas…

Se dedicó también a la literatura y a la jurisprudencia, en 1961 publica una colección de cuentos, titulada Las Quebradas Chachas, y en 1969 aparece La abertura del triángulo. También incursionó en el teatro con la obra San Matías destrabado y punto, Anastasio Rey, entre otras…

Con Roberto Armijo publicaron el ensayo Francisco Gavidia y la Odisea de su genio, así como múltiples ensayos jurídicos, como el de Derecho Civil Moderno. Por cierto, uno de sus últimos aportes a la nación fue como magistrado de la Corte Suprema de Justicia (1999-2007).

Querido Pepe, nos dejas la tarea de despertar al tigre, que la tierra te sea leve…

Relato de una aproximación al náhuat desde los sentimientos y la corporalidad

SAN SALVADOR, 12 de octubre de 2024 (SIEP) “El idioma náhuat supera al español por su diversidad de formas para nombrar el beso…” explicó Josué Ramos, joven arqueólogo salvadoreño, en una breve pero magistral conferencia sobre “Los aspectos socioemocionales del idioma náhuat: los sentimientos y la corporalidad”.

La ponencia fue realizada esta mañana en el Museo Universitario de Antropología (MUA) de la Universidad Tecnológica, dirigido por el antropólogo Ramón Rivas, y su presentadora fue la escritora Silvia Elena Regalado.

En un comentario inicial a la presentación, el Dr. Rivas indicó que el idioma náhuat es parte esencial de la cultura salvadoreña, por lo que es realmente preocupante que quizás únicamente queden alrededor de 60 nahua-hablantes en el país.

Por su parte, el Arq. Ramos inició su presentación señalando que “el náhuat salvadoreño es un idioma emparentado con el náhuatl mexicano, ya que ambos descienden de una lengua madre…Los idiomas inician como dialectos de una lengua culta…”

Existen más o menos 200 personas que hablan el náhuat. De estos 80 viven en Santo Domingo de Guzmán, Sonsonate, personas que lo hablan y lo entienden, y sus hijos no lo hablan pero sí lo entienden, o sea son hablantes pasivos.

Mediante la lengua se expresan sentimientos, ya que la lengua es el vehículo de la cultura. Y es por esto que cuando una lengua se pierde, cuando una lengua desaparece, se pierde una manera de ver el mundo, una cosmovisión, una forma de expresar sentimientos, emociones…

En los idiomas, unas palabras al usarlas se desgastan, y surgen nuevas expresiones, la lengua siempre está cambiando, siempre está fluyendo…porque las personas somos seres de contacto…Y en el caso de la aparición de nuevos términos, estos tienen que ser validados por la comunidad de hablantes.

Fue hasta hace 500 años que va empezarse a hablar castellano en nuestro territorio, mientras que históricamente el náhuat es anterior, lo precede…

Podemos decir que el náhuat es un idioma aglutinante y es un idioma verbal, en el que las partes del cuerpo son inalienables, tienen sentido de pertenencia, a diferencia del español. En español se puede mencionar la cabeza en general, en náhuat se refiere a la cabeza de alguien, requieren de un posesivo…Y además adquieren intensidad y pueden  reduplicarse…

Un ejemplo de la naturaleza aglutinante del nahuat es tempate, el árbol, la leche de tempate para curar el fuego en la boca, se deriva de tem: boca y de pacti (medicina, remedio). Asimismo siguanaba, viene de sihuat: mujer y nahual: bruja, o sea  mujer bruja.

Otro aspecto es que en español se dice sembrador  mientras que en náhuat: el que siembra. Cantante en náhuat es el que canta. Un ejemplo de  reduplicación, es en español re-lejos, en náhuat:  lejos lejos.

Siguiendo con los verbos en náhuat, agua es at, y morir es miki. Tener sed se expresa como amiki, ó sea morir por agua. Ijiyu es aliento, voz, y morir es miki. Ijiyumiki es suspirar, literalmente morir por el aliento, de donde se deriva el hijillo, el aroma del muerto, y también de los vivos…Sesek: frío, miski: morir. Semiki: tener frío, literalmente morir por frío.

En una lamina titulada: dinámica de la lengua, el Arq. Ramos anotó las palabras en latín cor, cordis para relacionarlas con perder la cordura y recordar/acordar. Y lo vinculó con la clásica figura del hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci,  que refleja las proporciones ideales del cuerpo humano es un famoso dibujo de realizado alrededor de 1490.

En contraste con esta figura eurocéntrica, en la cosmovisión náhuat el ser humano se concibe en posición sedente, así como se retoman partes del cuerpo para entender los sentimientos. Y mediante una lamina el arq. Ramos explicó las diversas partes del cuerpo. El cuerpo en náhuat se asocia con los arboles o con las plantas. 

Tzun, es la cabeza, la extremidad superior. Como ejemplo colocó el de Atzumpa, una caída de agua y balneario en Ataco, Ahuachapán, en el que el agua fluye de lo alto (Tzun) de la montaña. Tzuntecun es cabeza.

Ish, es la cara, el rostro. Kech es el cuello. El es el pecho. Yul es corazón, sapuyulo es el corazón del zapote. Ma es extremidades. Tzin, es el trasero, la base. Metz es regazo, piernas. Kechpan es hombros. Mapipil es dedos. Tunal podría aproximarse al concepto europeo de espíritu.

Explicó Ramos las partes de la cara: ish es ojo, ten es boca, kamak es mejilla, nakas es oreja, de donde deriva conacaste, nacaspil. Ish+kal (casa)+yu: ishkalyu, literalmente significa casa invernadero de los ojos.   También kamak +nantzin, corresponde a kamantzin, o sea camanances, literalmente señora, madre de la mejilla.

Verbos con ish: ish-mati, significa saber las apariencias de alguien, conocer, saber. Ish-welita significa quitar las apariencias de alguien, o sea agradar. Welita es gustar. Tultic es amarillo, ish-tultic es que no esta maduro, se usa para frutas.

En español decimos besar la mejilla. En náhuat existen una diversidad de formas para nombrar el beso, que incluyen entre otros, el lugar, la modalidad y la intensidad. Veamos el mundo de los besos:  kama-kwa es besar en la mejilla, pero literalmente es comer mejilla. El plural se forma mediante duplicación:  el plural de kama-kwa es ka-kama-kwa. Ten-kwa es ten-tenkwa.

Ten-kwa es comer boca, besar en la boca con pasión. Ten-namiki es encontrar la boca, besar discretamente. Ten-pipina es chupar la boca, como una fruta.

El recordar y olvidar: el-namiki  significa encontrar en el pecho, o sea recordar. El-kawa, significa sacar del pecho, o sea olvidar. El corazón en las acciones: yul-taketza significa hablar con el corazón, o sea pensar, hablar después de meditar. Yul-paki es alegre el corazón, o sea regocijar. Yul-kukua es doler el corazón, o sea lamentarse,  sentirse triste, sufrir.

Y finalmente refirió el Arq. Ramos que existen en la actualidad diversas variantes del náhuat, entre estas el de Nahuizalco, Izalco, Cuisnahuat y el de Santo Domingo de Guzman, el cual por tener la mayor cantidad de hablantes en la variante hegemónica.

Así como lamentó que hemos perdido a lo largo de la historia una gran riqueza cultural y lingüística manifiesta en las variantes de náhuat que fueron habladas en Tacuba, Jicalapa, Teotepeque, las cuales se han perdido, están ya extintas. Y esto lo sabemos por los trabajos del lingüista Lyle Campbell, que realizo trabajo de campo en estos lugares.  

Para concluir expresó que existen variantes perdidas como las de los pueblos nonualcos, pero por otra parte expresó simpatía con el actual proceso de revitalización del náhuat que vive el país, y que se expresa en diversos proyectos  desde distintas instituciones, entre estas la Universidad Tecnológica, UTEC.

The Grand Chessboard. American Primacy and Its Geostrategic Imperatives. Zbigniew Brzesinski. 1997

Introduction

Superpower Politics

EVER SINCE THE CONTINENTS started interacting politically, some five hundred years ago, Eurasia has been the center of world power. In different ways, at different times, the peoples inhabiting Eurasia — though mostly those from its Western European periphery — penetrated and dominated the world’s other regions as individual Eurasian states attained the special status and enjoyed the privileges of being the world’s premier powers.

The last decade of the twentieth century has witnessed a tectonic shift in world affairs. For the first time ever, a non-Eurasian power has emerged not only as the key arbiter of Eurasian power relations but also as the world’s paramount power. The defeat and collapse of the Soviet Union was the final step in the rapid ascendance of a Western Hemisphere power, the United States, as the sole and, indeed, the first truly global power.

Eurasia, however, retains its geopolitical importance. Not only is its western periphery — Europe — still the location of much of the world’s political and economic power, but its eastern region -Asia — has lately become a vital center of economic growth and rising political influence.

Hence, the issue of how a globally engaged America copes with the complex Eurasian power relationships -and particularly whether it prevents the emergence of a dominant and antagonistic Eurasian powerremains central to America’s capacity to exercise global primacy.

It follows that — in addition to cultivating the various novel dimensions of power (technology, communications, information, as well as trade and finance) American foreign policy must remain concerned with the geopolitical dimension and must employ its influence in Eurasia in a manner that creates a stable continental equilibrium, with the United States as the political arbiter.

Eurasia is thus the chessboard on which the struggle for global primacy continues to be played, and that struggle involves geostrategy – the strategic management of geopolitical interests. It is noteworthy that as recently as 1940 two aspirants to global power, Adolf Hitler and Joseph Stalin, agreed explicitly (in the secret negotiations of November of that year) that America should be excluded from Eurasia.

Each realized that the injection of American power into Eurasia would preclude his ambitions regarding global domination. Each shared the assumption that Eurasia is the center of the world and that he who controls Eurasia controls the world. A half century later, the issue has been redefined: will America’s primacy in Eurasia endure, and to what ends might it be applied?

The ultimate objective of American policy should be benign and visionary: to shape a truly cooperative global community, in keeping with long-range trends and with the fundamental interests of humankind. But in the meantime, it is imperative that no Eurasian challenger emerges, capable of dominating Eurasia and thus also of challenging America. The formulation of a comprehensive and integrated Eurasian geostrategy is therefore the purpose of this book.

Zbigniew Brzezinski Washington, D. C. April 1997

CHAPTER 1

Hegemony of a New Type

HEGEMONY IS AS OLD AS MANKIND. But America’s current global supremacy is distinctive in the rapidity of its emergence, in its global scope, and in the manner of its exercise. In the course of a single century, America has transformed itself — and has also been transformed by international dynamics — from a country relatively isolated in the Western Hemisphere into a power of unprecedented worldwide reach and grasp.

THE SHORT ROAD TO GLOBAL SUPREMACY

The Spanish-American War in 1898 was America’s first overseas war of conquest. It thrust American power far into the Pacific, beyond Hawaii to the Philippines. By the turn of the century, American strategists were already busy developing doctrines for a two-ocean naval supremacy, and the American navy had begun to challenge the notion that Britain «rules the waves.» American claims of a special status as the sole guardian of the Western Hemisphere’s security – proclaimed earlier in the century by the Monroe Doctrine and subsequently justified by America’s alleged «manifest destiny» — were even further enhanced by the construction of the Panama Canal, which facilitated naval domination over both the Atlantic and Pacific Oceans.

The basis for America’s expanding geopolitical ambitions was provided by the rapid industrialization of the country’s economy. By the outbreak of World War I, America’s growing economic might already accounted for about 33 percent of global GNP, which displaced Great Britain as the world’s leading industrial power.

This remarkable economic dynamism was fostered by a culture that favored experimentation and innovation. America’s political institutions and free market economy created unprecedented opportunities for ambitious and iconoclastic inventors, who were not inhibited from pursuing their personal dreams by archaic privileges or rigid social hierarchies.

In brief, national culture was uniquely congenial to economic growth, and by attracting and quickly assimilating the most talented individuals from abroad, the culture also facilitated the expansion of national power.

World War I provided the first occasion for the massive projection of American military force into Europe. A heretofore relatively isolated power promptly transported several hundred thousand of its troops across the Atlantic — a transoceanic military expedition unprecedented in its size and scope, which signaled the emergence of a new major player in the international arena. Just as important, the war also prompted the first major American diplomatic effort to apply American principles in seeking a solution to Europe’s international problems.

Woodrow Wilson’s famous Fourteen Points represented the injection into European geopolitics of American idealism, reinforced by American might. (A decade and a half earlier, the United States had played a leading role in settling a Far Eastern conflict between Russia and Japan, thereby also asserting its growing international stature.) The fusion of American idealism and American power thus made itself fully felt on the world scene.

Strictly speaking, however, World War I was still predominantly a European war, not a global one. But its self-destructive carácter marked the beginning of the end of Europe’s political, economic, and cultural preponderance over the rest of the world. In the course of the war, no single European power was able to prevail decisively — and the war’s outcome was heavily influenced by the entrance into the conflict of the rising non-European power, America.

Thereafter, Europe would become increasingly the object, rather tan the subject, of global power politics.

However, this brief burst of American global leadership did not produce a continuing American engagement in world affairs. Instead, America quickly retreated into a self-gratifying combination of isolationism and idealism. Although by the mid-twenties and early thirties totalitarianism was gathering strength on the European continent,  American power — by then including a powerful two-ocean fleet that clearly outmatched the British navy — remained disengaged. Americans preferred to be bystanders to global politics.

Consistent with that predisposition was the American concept of security, based on a view of America as a continental island. American strategy focused on sheltering its shores and was thus narrowly national in scope, with little thought given to international or global considerations. The critical international players were still the European powers and, increasingly, Japan.

The European era in world politics came to a final end in the course of World War II, the first truly global war. Fought on three continents simultaneously, with the Atlantic and the Pacific Oceans also heavily contested, its global dimension was symbolically demonstrated when British and Japanese soldiers — representing, respectively, a remote Western European island and a similarly remote East Asian island — collided thousands of miles from their homes on the Indian-Burmese frontier.

Europe and Asia had become a single battlefield.

Had the war’s outcome been a clear-cut victory for Nazi Germany, a single European power might then have emerged as globally preponderant. ( Japan’s victory in the Pacific would have gained for that nation the dominant Far Eastern role, but in all probability, Japan would still have remained only a regional hegemon.)

Instead, Germany’s defeat was sealed largely by the two extra-European victors, the United States and the Soviet Union, which became the successors to Europe’s unfulfilled quest for global supremacy.

The next fifty years were dominated by the bipolar AmericanSoviet contest for global supremacy. In some respects, the contest between the United States and the Soviet Union represented the fulfillment of the geopoliticians’ fondest theories: it pitted the world’s leading maritime power, dominant over both the Atlantic and the Pacific Oceans, against the world’s leading land power, paramount on the Eurasian heartland (with the Sino-Soviet bloc encompassing a space remarkably reminiscent of the scope of the Mongol Empire).

The geopolitical dimension could not have been clearer: North America versus Eurasia, with the world at stake. The winner would truly dominate the globe. There was no one else to stand in the way, once victory was finally grasped.

Each rival projected worldwide an ideological appeal that was infused with historical optimism, that justified for each the necessary exertions while reinforcing its conviction in inevitable victory. Each rival was clearly dominant within its own space — unlike the imperial European aspirants to global hegemony, none of which ever quite succeeded in asserting decisive preponderance within Europe itself. And each used its ideology to reinforce its hold over its respective vassals and tributaries, in a manner somewhat reminiscent of the age of religious warfare.

The combination of global geopolitical scope and the proclaimed universality of the competing dogmas gave the contest unprecedented intensity. But an additional factor — also imbued with global implications — made the contest truly unique. The advent of nuclear weapons meant that a head-on war, of a classical type, between the two principal contestants would not only spell their mutual destruction but could unleash lethal consequences for a significant portion of humanity. The intensity of the conflict was thus simultaneously subjected to extraordinary self-restraint on the part of both rivals.

In the geopolitical realm, the conflict was waged largely on the peripheries of Eurasia itself. The Sino-Soviet bloc dominated most of Eurasia but did not control its peripheries. North America succeeded in entrenching itself on both the extreme western and extreme Eastern shores of the great Eurasian continent. The defense of these continental bridgeheads (epitomized on the western «front» by the Berlin blockade and on the eastern by the Korean War) was thus the first strategic test of what came to be known as the Cold War.

In the Cold War’s final phase, a third defensive «front» — the southern — appeared on Eurasia’s map (see map above). The Soviet invasion of Afghanistan precipitated a two-pronged American response: direct U.S. assistance to the native resistance in Afghanistan in order to bog down the Soviet army; and a large-scale buildup of the U.S. military presence in the Persian Gulf as a deterrent to any further southward projection of Soviet political or military power. The United States committed itself to the defense of the Persian Gulf region, on a par with its western and eastern Eurasian security interests.

The successful containment by North America of the Eurasian bloc’s efforts to gain effective sway over all of Eurasia — with both sides deterred until the very end from a direct military collision for fear of a nuclear war — meant that the outcome of the contest was eventually decided by nonmilitary means.

Political vitality, ideological flexibility, economic dynamism, and cultural appeal became the decisive dimensions.

The American-led coalition retained its unity, whereas the Sino-Soviet bloc split within less than two decades. In part, this was due to the democratic coalition’s greater flexibility, in contrast to the hierarchical and dogmatic — but also brittle — character of the Communist camp.

The former involved shared values, but without a formal doctrinal format. The latter emphasized dogmatic orthodoxy, with only one valid interpretative center. America’s principal vassals were also significantly weaker than America, whereas the Soviet Union could not indefinitely treat China as a subordinate.

The outcome was also due to the fact that the American side proved to be economically and technologically much more dynamic, whereas the Soviet Union gradually stagnated and could not effectively compete either in economic growth or in military technology. Economic decay in turn fostered ideological demoralization.

In fact, Soviet military power — and the fear it inspired among westerners — for a long time obscured the essential asymmetry between the two contestants. America was simply much richer, technologically much more advanced, militarily more resilient and innovative, socially more creative and appealing.

Ideological constraints also sapped the creative potential of the Soviet Union, making its system increasingly rigid and its economy increasingly wasteful and technologically less competitive. As long as a mutually destructive war did not break out, in a protracted competition the scales had to tip eventually in America’s favor.

The final outcome was also significantly influenced by cultural considerations. The American-led coalition, by and large, accepted as positive many attributes of America’s political and social culture.

America’s two most important allies on the western and Eastern peripheries of the Eurasian continent, Germany and Japan, both recovered their economic health in the context of almost unbridled admiration for all things American. America was widely perceived as representing the future, as a society worthy of admiration and deserving of emulation.

In contrast, Russia was held in cultural contempt by most of its Central European vassals and even more so by its principal and increasingly assertive eastern ally, China. For the Central Europeans, Russian domination meant isolation from what the Central Europeans considered their philosophical and cultural home: Western Europe and its Christian religious traditions. Worse than that, it meant domination by a people whom the Central Europeans, often unjustly, considered their cultural inferior.

The Chinese, for whom the word » Russia» means «the hungry land,» were even more openly contemptuous. Although initially the Chinese had only quietly contested Moscow’s claims of universality for the Soviet model, within a decade following the Chinese Communist revolution they mounted an assertive challenge to Moscow’s ideological primacy and even began to express openly their traditional contempt for the neighboring northern barbarians.

Finally, within the Soviet Union itself, the 50 percent of the population that was non-Russian eventually also rejected Moscow’s domination.

The gradual political awakening of the non-Russians meant that the Ukrainians, Georgians, Armenians, and Azeris began to view Soviet power as a form of alien imperial domination by a people to whom they did not feel culturally inferior. In Central Asia, national aspirations may have been weaker, but here these peoples were fueled in addition by a gradually rising sense of Islamic identity, intensified by the knowledge of the ongoing decolonization elsewhere.

Like so many empires before it, the Soviet Union eventually imploded and fragmented, falling victim not so much to a direct military defeat as to disintegration accelerated by economic and social strains. Its fate confirmed a scholar’s apt observation that [e]mpires are inherently politically unstable because subordinate units almost always prefer greater autonomy, and counter-elites in such units almost always act, upon opportunity, to obtain greater autonomy.

In this sense, empires do not fall; rather, they fall apart, usually very slowly, though sometimes remarkably quickly.[1]

THE FIRST GLOBAL POWER

The collapse of its rival left the United States in a unique position. It became simultaneously the first and the only truly global power. And yet America’s global supremacy is reminiscent in some ways of earlier empires, notwithstanding their more confined regional scope. These empires based their power on a hierarchy of vassals, tributaries, protectorates, and colonies, with those on the outside generally viewed as barbarians.

To some degree, that anachronistic terminology is not altogether inappropriate for some of the states currently within the American orbit. As in the past, the exercise of American «imperial» power is derived in large measure from superior organization, from the ability to mobilize vast economic and technological resources promptly for military purposes, from the vague but significant cultural appeal of the American way of life, and from the sheer dynamism and inherent competitiveness of the American social and political elites.

Earlier empires, too, partook of these attributes. Rome comes first to mind. Its empire was established over roughly two and a half centuries through sustained territorial expansion northward and then both westward and southeastward, as well as through the assertion of effective maritime control over the entire shoreline of the Mediterranean Sea.

In geographic scope, it reached its high point around the year A.D. 211 (see map on page 11). Rome’s was a centralized polity and a single self-sufficient economy. Its imperial power was exercised deliberately and purposefully through a complex system of political and economic organization. A strategically designed system of roads and naval routes, originating from the capital city, permitted the rapid redeployment and concentration — in the event of a major security threat — of the Roman legions stationed in the various vassal states and tributary provinces.

At the empire’s apex, the Roman legions deployed abroad numbered no less than three hundred thousand men — a remarkable force, made all the more lethal by the Roman superiority in tactics and armaments as well as by the center’s ability to direct relatively rapid redeployment. (It is striking to note that in 1996, the vastly more populous supreme power, America, was protecting the outer reaches of its dominion by stationing 296,000 professional soldiers overseas.)

Rome’s imperial power, however, was also derived from an important psychological reality. Civis Romanus sum — «I am a Roman citizen» –was the highest possible self-definition, a source of pride, and an aspiration for many. Eventually granted even to those not of Roman birth, the exalted status of the Roman citizen was an expression of cultural superiority that justified the imperial power’s sense of mission.

It not only legitimated Rome’s rule, but it also inclined those subject to it to desire assimilation and inclusion in the imperial structure. Cultural superiority, taken for granted by the rulers and conceded by the subjugated, thus reinforced imperial power.

That supreme, and largely uncontested, imperial power lasted about three hundred years. With the exception of the challenge posed at one stage by nearby Carthage and on the eastern fringes by the Parthian Empire, the outside world was largely barbaric, not well organized, capable for most of the time only of sporadic attacks, and culturally patently inferior.

As long as the empire was able to maintain internal vitality and unity, the outside world was noncompetitive.

Three major causes led to the eventual collapse of the Roman Empire.

First, the empire became too large to be governed from a single center, but splitting it into western and eastern halves automatically destroyed the monopolistic character of its power. Second, at the same time, the prolonged period of imperial hubris generated a cultural hedonism that gradually sapped the political elite’s will to greatness. Third, sustained inflation also undermined the capacity of the system to sustain itself without social sacrifice, which the citizens were no longer prepared to make.

Cultural decay, political division, and financial inflation conspired to make Rome vulnerable even to the barbarians in its near abroad.

By contemporary standards, Rome was not truly a global power but a regional one. However, given the sense of isolation prevailing at the time between the various continents of the globe, its regional power was self-contained and isolated, with no immediate or even distant rival. The Roman Empire was thus a world unto itself, with its superior political organization and cultural superiority making it a precursor of later imperial systems of even greater geographic scope.

Even so, the Roman Empire was not unique. The Roman and the Chinese empires emerged almost contemporaneously, though neither was aware of the other. By the year 221 B.C. (the time of the Punic Wars between Rome and Carthage), the unification by Chin’ of the existing seven states into the first Chinese empire had prompted the construction of the Great Wall in northern China, to seal off the inner kingdom from the barbarian world beyond. The subsequent Han Empire, which had started to emerge by 140 B.C., was even more impressive in scope and organization. By the onset of the Christian era, no fewer than 57 million people were subject to its authority.

That huge number, itself unprecedented, testified to extraordinarily effective central control, exercised through a centralized and punitive bureaucracy. Imperial sway extended to today’s Korea, parts of Mongolia, and most of today’s coastal China.

However, rather like Rome, the Han Empire also became afflicted by internal ills, and its eventual collapse was accelerated by its division in A.D. 220 into three independent realms.

China’s further history involved cycles of reunification and expansion, followed by decay and fragmentation. More than once, China succeeded in establishing imperial systems that were selfcontained, isolated, and unchallenged externally by any organized rivals. The tripartite division of the Han realm was reversed in A.D. 589, with something akin to an imperial system reemerging. But the period of China’s greatest imperial self-assertion came under the Manchus, specifically during the early Ch’ing dynasty.

By the eighteenth century, China was once again a full-fledged empire, with the imperial center surrounded by vassal and tributary states, including today’s Korea, Indochina, Thailand, Burma, and Nepal. China’s sway thus extended from today’s Russian Far East all the way across southern Siberia to Lake Baikal and into contemporary Kazakstan, then southward toward the Indian Ocean, and then back east across Laos and northern Vietnam (see map on page 14).

As in the Roman case, the empire was a complex financial, economic, educational, and security organization. Control over the large territory and the more than 300 million people living within it was exercised through all these means, with a strong emphasis on centralized political authority, supported by a remarkably effective courier service.

The entire empire was demarcated into four zones, radiating from Peking and delimiting areas that could be reached by courier within one week, two weeks, three weeks, and four weeks, respectively. A centralized bureaucracy, professionally trained and competitively selected, provided the sinews of unity.

That unity was reinforced, legitimated, and sustained — again, as in the case of Rome — by a strongly felt and deeply ingrained sense of cultural superiority that was augmented by Confucianism, an imperially expedient philosophy, with its stress on harmony, hierarchy, and discipline.

China — the Celestial Empire — was seen as the center of the universe, with only barbarians on its peripheries  and beyond. To be Chinese meant to be cultured, and for that reason, the rest of the world owed China its due deference. That special sense of superiority permeated the response given by the Chinese emperor — even in the phase of China’s growing decline, in the late eighteenth century — to King George III of Great Britain, whose emissaries had attempted to inveigle China into a trading relationship by offering some British industrial products as goodwill gifts:

We, by the Grace of Heaven, Emperor, instruct the King of England to take note of our charge:

The Celestial Empire, ruling all within the four seas . . . does not value rare and precious things . . . nor do we have the slightest need of your country’s manufactures. . . .

Hence we . . . have commanded your tribute envoys to return safely home. You, O King, should simply act in conformity with our wishes by strengthening your loyalty and swearing perpetual obedience.

The decline and fall of the several Chinese empires was also primarily due to internal factors. Mongol and later occidental «barbarians» prevailed because internal fatigue, decay, hedonism, and loss of economic as well as military creativity sapped and then acceleratedthe collapse of Chinese will. Outside powers exploited China’s internal malaise — Britain in the Opium War of 1839-1842, Japan a century later — which, in turn, generated the profound sense of cultural humiliation that has motivated the Chinese throughout the twentieth century, a humiliation all the more intense because of the collision between their ingrained sense of cultural superiority and the demeaning political realities of postimperial China.

Much as in the case of Rome, imperial China would be classified today as a regional power. But in its heyday, China had no global peer, in the sense that no other power was capable of challenging its imperial status or even of resisting its further expansion if that had been the Chinese inclination. The Chinese system was self-contained and self-sustaining, based primarily on a shared ethnic identity, with relatively limited projection of central power over ethnically alien and geographically peripheral tributaries.

The large and dominant ethnic core made it possible for China to achieve periodic imperial restoration. In that respect, China was quite unlike other empires, in which numerically small but hegemonically motivated peoples were able for a time to impose and maintain domination over much larger ethnically alien populations. However, once the domination of such small-core empires was undermined, imperial restoration was out of the question.

To find a somewhat closer analogy to today’s definition of a global power, we must turn to the remarkable phenomenon of the Mongol Empire. Its emergence was achieved through an intense struggle with major and well-organized opponents. Among those defeated were the kingdoms of Poland and Hungary, the forces of the Holy Roman Empire, several Russian and Rus’ principalities, the Caliphate of Baghdad, and later, even the Sung dynasty of China.

Genghis Khan and his successors, by defeating their regional rivals, established centralized control over the territory that latterday scholars of geopolitics have identified as the global heartland, or the pivot for world power. Their Eurasian continental empire ranged from the shores of the China Sea to Anatolia in Asia Minor and to Central Europe (see map).

It was not until the heyday of the Stalinist Sino-Soviet bloc that the Mongol Empire on the Eurasian continent was finally matched, insofar as the scope of centralized control over contiguous territory is concerned.

The Roman, Chinese, and Mongol empires were regional precursors of subsequent aspirants to global power. In the case of Rome and China, as already noted, their imperial structures were highly developed, both politically and economically, while the widespread acceptance of the cultural superiority of the center exercised an important cementing role. In contrast, the Mongol Empire sustained political control by relying more directly on military conquest followed by adaptation (and even assimilation) to local conditions.

Mongol imperial power was largely based on military domination. Achieved through the brilliant and ruthless application of superior military tactics that combined a remarkable capacity for rapid movement of forces with their timely concentration, Mongol rule entailed no organized economic or financial system, nor was Mongol authority derived from any assertive sense of cultural superiority. The Mongol rulers were too thin numerically to represent a self-regenerating ruling class, and in any case, the absence of a defined and self-conscious sense of cultural or even ethnic superiority deprived the imperial elite of the needed subjective confidence.

In fact, the Mongol rulers proved quite susceptible to gradual assimilation by the often culturally more advanced peoples they had conquered. Thus, one of the grandsons of Genghis Khan, who had become the emperor of the Chinese part of the great Khan’s realm, became a fervent propagator of Confucianism; another became a devout Muslim in his capacity as the sultan of Persia; and a third became the culturally Persian ruler of Central Asia.

It was that factor — assimilation of the rulers by the ruled because of the absence of a dominant political cultureas well as unresolved problems of succession to the great Khan who had founded the empire, that caused the empire’s eventual demise.

The Mongol realm had become too big to be governed from a single center, but the solution attempted — dividing the empire into several self-contained parts — prompted still more rapid local assimilation and accelerated the imperial disintegration. After lasting two centuries, from 1206 to 1405, the world’s largest land-based empire disappeared without a trace.

Thereafter, Europe became both the locus of global power and the focus of the main struggles for global power. Indeed, in the course of approximately three centuries, th small northwestern periphery of the Eurasian continent attained — through the projection of maritime power and for the first time ever — genuine global domination as European power reached, and asserted itself on, every continent of the globe.

It is noteworthy that the Western European imperial hegemons were demographically not very numerous, especially when compared to the numbers effectively subjugated. Yet by the beginning of the twentieth century, outside of the Western Hemisphere (which two centuries earlier had also been subject to Western European control and which was inhabited predominantly by European emigrants and their descendants), only China, Russia, the Ottoman Empire, and Ethiopia were free of Western Europe’s domination (see map on page 18).

However, Western European domination was not tantamount to the attainment of global power by Western Europe. The essential reality was that of Europe’s civilizational global supremacy and of fragmented European continental power. Unlike the land conquest of the Eurasian heartland by the Mongols or by the subsequent Russian Empire, European overseas imperialism was attained through ceaseless transoceanic exploration and the expansion of maritime trade.

This process, however, also involved a continuous struggle among the leading European states not only for the overseas dominions but for hegemony within Europe itself. The geopolitically consequential fact was that Europe’s global hegemony did not derive from hegemony in Europe by any single European power.

Broadly speaking, until the middle of the seventeenth century, Spain was the paramount European power. By the late fifteenth century, it had also emerged as a major overseas imperial power, entertaining global ambitions. Religion served as a unifying doctrine and as a source of imperial missionary zeal. Indeed, it took papal arbitration between Spain and its maritime rival, Portugal, to codify a formal division of the world into Spanish and Portuguese colonial spheres in the Treaties of Tordesilla ( 1494) and Saragossa ( 1529).

Nonetheless, faced by English, French, and Dutch challenges, Spain was never able to assert genuine supremacy, either in Western Europe itself or across the oceans.

Spain’s preeminence gradually gave way to that of France. Until 1815, France was the dominant European power, though continuously checked by its European rivals, both on the continent and overseas.

Under Napoleon, France came close to establishing true hegemony over Europe. Had it succeeded, it might have also gained the status of the dominant global power. However, its defeat by a European coalition reestablished the continental balance of power.

For the next century, until World War I, Great Britain exercised global maritime domination as London became the world’s principal financial and trading center and the British navy «ruled the waves.»

Great Britain was clearly paramount overseas, but like the earlier European aspirants to global hegemony, the British Empire could not single-handedly dominate Europe. Instead, Britain relied on an intricate balance-of-power diplomacy and eventually on an Anglo-French entente to prevent continental domination by either Russia or Germany.

The overseas British Empire was initially acquired through a combination of exploration, trade, and conquest. But much like its Roman and Chinese predecessors or its French and Spanish rivals, it also derived a great deal of its staying power from the perception of British cultural superiority.

That superiority was not only a matter of subjective arrogance on the part of the imperial ruling class but was a perspective shared by many of the non-British subjects. In the words of South Africa’s first black president, Nelson Mandela: «I was brought up in a British school, and at the time Britain was the home of everything that was best in the world. I have not discarded the influence which Britain and British history and culture exercised on us.» Cultural superiority, successfully asserted and quietly conceded, had the effect of reducing the need to rely on large military forces to maintain the power of the imperial center.

By 1914, only a few thousand British military personnel and civil servants controlled about 11 million square miles and almost 400 million non-British peoples (see map on page 20).

In brief, Rome exercised its sway largely through superior military organization and cultural appeal. China relied heavily on an efficient bureaucracy to rule an empire based on shared ethnic identity, reinforcing its control through a highly developed sense of cultural superiority. The Mongol Empire combined advanced military tactics for conquest with an inclination toward assimilation as the basis for rule.

The British (as well as the Spanish, Dutch, and French) gained preeminence as their flag followed their trade, their control likewise reinforced by superior military organization and cultural assertiveness.

But none of these empires were truly global. Even Great Britain was not a truly global power. It did not control Europe but only balanced it.

A stable Europe was crucial to British international preeminence, and Europe’s self-destruction inevitably marked the end of British primacy.

In contrast, the scope and pervasiveness of American global power today are unique. Not only does the United States control all of the world’s oceans and seas, but it has developed an assertive military capability for amphibious shore control that enables it to project its power inland in politically significant ways. Its military legions are firmly perched on the western and eastern extremities of Eurasia, and they also control the Persian Gulf. American vassals and tributaries, some yearning to be embraced by even more formal ties to Washington, dot the entire Eurasian continent, as the map on page 22 shows.

America’s economic dynamism provides the necessary precondition for the exercise of global primacy. Initially, immediately after World War II, America’s economy stood apart from all others, accounting alone for more than 50 percent of the world’s GNP. The economic recovery of Western Europe and Japan, followed by the wider phenomenon of Asia’s economic dynamism, meant that the American share of global GNP eventually had to shrink from the disproportionately high levels of the immediate postwar era.

Nonetheless, by the time the subsequent Cold War had ended, America’s share of global GNP, and more specifically its share of the world’s manufacturing output, had stabilized at about 30 percent, a level that had been the norm for most of this century, apart from those exceptional years immediately after World War II.

More important, America has maintained and has even widened its lead in exploiting the latest scientific breakthroughs for military purposes, thereby creating a technologically peerless military establishment, the only one with effective global reach. All the while, it has maintained its strong competitive advantage in the economically decisive information technologies.

American mastery in the cutting-edge sectors of tomorrow’s economy suggests that American technological domination is not likely to be undone soon, especially given that in the economically decisive fields, Americans are maintaining or even widening their advantage in productivity over their Western European and Japanese rivals.

To be sure, Russia and China are powers that resent this American hegemony. In early 1996, they jointly stated as much in the course of a visit to Beijing by Russia’s President Boris Yeltsin. Moreover, they possess nuclear arsenals that could threaten vital U.S. interests. But the brutal fact is that for the time being, and for some time to come, although they can initiate a suicidal nuclear war, neither one of them can win it.

Lacking the ability to project forces over long distances in order to impose their political will and being technologically much more backward than America, they do not have the means to exercise — nor soon attain — sustained political clout worldwide.

In brief, America stands supreme in the four decisive domains of global power: militarily, it has an unmatched global reach; economically, it remains the main locomotive of global growth, even if challenged in some aspects by Japan and Germany (neither of which enjoys the other attributes of global might); technologically, it retains the overall lead in the cutting-edge areas of innovation; and culturally, despite some crassness, it enjoys an appeal that is unrivaled, especially among the world’s youth — all of which gives the United States a political clout that no other state comes close to matching. It is the combination of all four that makes America the only comprehensive global superpower.

THE AMERICAN GLOBAL SYSTEM

Although America’s international preeminence unavoidably evoques similarities to earlier imperial systems, the differences are more essential. They go beyond the question of territorial scope. American global power is exercised through a global system of distinctively American design that mirrors the domestic American experience. Central to that domestic experience is the pluralistic character of both the American society and its political system.

The earlier empires were built by aristocratic political elites and were in most cases ruled by essentially authoritarian or absolutist regimes. The bulk of the populations of the imperial states were either politically indifferent or, in more recent times, infected by imperialist emotions and symbols. The quest for national glory, «the white man’s burden,» «la mission civilisatrice,» not to speak of the opportunities for personal profit — all served to mobilize support for imperial adventures and to sustain essentially hierarchical imperial power pyramids.

The attitude of the American public toward the external projection of American power has been much more ambivalent. The public supported America’s engagement in World War II largely because of the shock effect of the Japanese attack on Pearl Harbor. The engagement of the United States in the Cold War was initially endorsed more reluctantly, until the Berlin blockade and the subsequent Korean War.

After the Cold War had ended, the emergence of the United States as the single global power did not evoke much public gloating but rather elicited an inclination toward a more limited definition of American responsibilities abroad. Public opinion polls conducted in 1995 and 1996 indicated a general public preference for «sharing» global power with others, rather than for its monopolistic exercise.

Because of these domestic factors, the American global system emphasizes the technique of co-optation (as in the case of defeated

rivals — Germany, Japan, and lately even Russia) to a much greater extent than the earlier imperial systems did. It likewise relies heavily on the indirect exercise of influence on dependent foreign elites, while drawing much benefit from the appeal of its democratic principles and institutions. All of the foregoing are reinforced by the massive but intangible impact of the American domination of global communications, popular entertainment, and mass culture and by the potentially very tangible clout of America’s technological edge and global military reach.

Cultural domination has been an underappreciated facet of American global power. Whatever one may think of its aesthetic values, America’s mass culture exercises a magnetic appeal, especially on the world’s youth. Its attraction may be derived from the hedonistic quality of the lifestyle it projects, but its global appeal is undeniable.

American television programs and films account for about three-fourths of the global market. American popular music is equally dominant, while American fads, eating habits, and even clothing are increasingly imitated worldwide. The language of the Internet is English, and an overwhelming proportion of the global computer chatter also originates from America, influencing the content of global conversation.

Lastly, America has become a Mecca for those seeking advanced education, with approximately half a million foreign students flocking to the United States, with many of the ablest never returning home. Graduates from American universities are to be found in almost every Cabinet on every continent.

The style of many foreign democratic politicians also increasingly

emulates the American. Not only did John F. Kennedy find eager imitators abroad, but even more recent (and less glorified) American political leaders have become the object of careful study and political imitation. Politicians from cultures as disparate as the Japanese and the British (for example, the Japanese prime minister of the mid-1990s, Ryutaro Hashimoto, and the British prime minister, Tony Blair – and note the «Tony,» imitative of «Jimmy» Carter, «Bill» Clinton, or «Bob» Dole) find it perfectly appropriate to copy Bill Clinton’s homey mannerisms, populist common touch, and public relations techniques.

Democratic ideals, associated with the American political tradition, further reinforce what some perceive as America’s «cultural imperialism.» In the age of the most massive spread of the democratic form of government, the American political experience tends to serve as a standard for emulation.

The spreading emphasis worldwide on the centrality of a written constitution and on the supremacy of law over political expediency, no matter how short-changed in practice, has drawn upon the strength of American constitutionalism.

In recent times, the adoption by the former Communist countries of civilian supremacy over the military (especially as a precondition for NATO membership) has also been very heavily influenced by the U.S. system of civilmilitary relations.

The appeal and impact of the democratic American political system has also been accompanied by the growing attraction of the American entrepreneurial economic model, which stresses global free trade and uninhibited competition.

As the Western welfare state, including its German emphasis on «codetermination» between entrepreneurs and trade unions, begins to lose its economic momentum, more Europeans are voicing the opinion that the more competitive and even ruthless American economic culture has to be emulated if Europe is not to fall further behind. Even in Japan, greater individualism in economic behavior is becoming recognized as a necessary concomitant of economic success.

The American emphasis on political democracy and economic development thus combines to convey a simple ideological message that appeals to many: the quest for individual success enhances freedom while generating wealth. The resulting blend of idealism and egoism is a potent combination. Individual self-fulfillment is said to be a God-given right that at the same time can benefit others by setting an example and by generating wealth.

It is a doctrine that attracts the energetic, the ambitious, and the highly competitive.

As the imitation of American ways gradually pervades the world, it creates a more congenial setting for the exercise of the indirect and seemingly consensual American hegemony. And as in the case of the domestic American system, that hegemony involves a complex structure of interlocking institutions and procedures, designed to generate consensus and obscure asymmetries in power and influence.

American global supremacy is thus buttressed by an elaborate system of alliances and coalitions that literally span the globe.

The Atlantic alliance, epitomized institutionally by NATO, links the most productive and influential states of Europe to America, making the United States a key participant even in intra-European affairs. The bilateral political and military ties with Japan bind the most powerful Asian economy to the United States, with Japan remaining (at least for the time being) essentially an American protectorate. America also participates in such nascent trans-Pacific multilateral organizations as the Asia-Pacific Economic Cooperation Forum (APEC), making itself a key participant in that region’s affairs. The Western Hemisphere is generally shielded from outside influences, enabling America to play the central role in existing hemispheric multilateral organizations.

Special security arrangements in the Persian Gulf, especially after the brief punitive mission in 1991 against Iraq, have made that economically vital region into an American military preserve. Even the former Soviet space is permeated by various American-sponsored arrangements for closer cooperation with NATO, such as the Partnership for Peace.

In addition, one must consider as part of the American system the global web of specialized organizations, especially the «international» financial institutions. The International Monetary Fund (IMF) and the World Bank can be said to represent «global» interests, and their constituency may be construed as the world. In reality, however, they are heavily American dominated and their origins are traceable to American initiative, particularly the Bretton Woods Conference of 1944.

Unlike earlier empires, this vast and complex global system is not a hierarchical pyramid. Rather, America stands at the center of an interlocking universe, one in which power is exercised through continuous bargaining, dialogue, diffusion, and quest for formal

consensus, even though that power originates ultimately from a single source, namely, Washington, D.C. And that is where the power game has to be played, and played according to America’s domestic rules.

Perhaps the highest compliment that the world pays to the centrality of the democratic process in American global hegemony is the degree to which foreign countries are themselves drawn into the domestic American political bargaining. To the extent that they can, foreign governments strive to mobilize those Americans with whom they share a special ethnic or religious identity.

Most foreign governments also employ American lobbyists to advance their case, especially in Congress, in addition to approximately one thousand special foreign interest groups registered as active in America’s capital. American ethnic communities also strive to influence U.S. foreign policy, with the Jewish, Greek, and Armenian lobbies standing out as the most effectively organized.

American supremacy has thus produced a new international order that not only replicates but institutionalizes abroad many of the features of the American system itself. Its basic features include a collective security system, including integrated command and forces ( NATO, the U.S.-Japan Security Treaty, and so forth); regional economic cooperation ( APEC, NAFTA [North American Free Trade Agreement]) and specialized global cooperative institutions (the World Bank, IMF, WTO [World Trade Organization]); procedures that emphasize consensual decision making, even if dominated by the United States; a preference for democratic membership within key alliances; a rudimentary global constitutional and judicial structure (ranging from the World Court  to a special tribunal to try Bosnian war crimes).

Most of that system emerged during the Cold War, as part of America’s effort to contain its global rival, the Soviet Union. It was thus ready-made for global application, once that rival faltered and America emerged as the first and only global power. Its essence has been well encapsulated by the political scientist G. John Ikenberry:

“It was hegemonic in the sense that it was centered around the United States and reflected American-styled political mechanisms and organizing principles. It was a liberal order in that it was legitimate and marked by reciprocal interactions. Europeans [one may also add, the Japanese] were able to reconstruct and integrate their societies and economies in ways that were congenial with American hegemony but also with room to experiment with their own autonomous and semi- independent political systems . . . The evolution of this complex system served to «domesticate» relations among the major Western states. There have been tense conflicts between these states from time to time, but the important point is that conflict has been contained within a deeply embedded, stable, and increasingly articulated political order. . . The threat of war is off the table. [2]

Currently, this unprecedented American global hegemony has no, rival. But will it remain unchallenged in the years to come?


[1] Donald Puchala. «The History of the Future of International Relations», Ethics and International Affairs 8 ( 1994):183.

[2] From his paper «Creating Liberal Order: The Origins and Persistence of the PostwarWestern Settlement,» University of Pennsylvania, Philadelphia, November 1995.

Los 10 principales desarrollos geopolíticos para 2024. EY

El Grupo Geoestratégico de Negocios de EY ha dado a conocer la Perspectiva Geoestratégica 2024, que examina cómo la geopolítica afectará a los negocios en el próximo año.

La geopolítica en 2024 será volátil e inestable. Antes de profundizar en la Perspectiva Geoestratégica 2024 (pdf), primero hagamos un repaso del año pasado. ¿Qué tan estrechamente se alinearon las expectativas en la Perspectiva Geoestratégica 2023 con la realidad?

    Acerca de las Perspectivas Geoestratégicas 2024

El año pasado fue otro más en el que las empresas se enfrentaron a una extraordinaria colección de acontecimientos geopolíticos y tendencias cada vez más profundizadas. Muchos desarrollos geopolíticos se desarrollaron en gran medida como esperábamos.

La “volatilidad estabilizada” —uno de los temas generales que identificamos en nuestra Perspectiva Geoestratégica 2023— demostró ser una descripción apta de las tensiones geopolíticas y la intervención gubernamental en las economías que persisten y se estabilizan a un nivel elevado.

No obstante, las tensiones geopolíticas comenzaron a aumentar nuevamente en el cuarto trimestre, particularmente en Medio Oriente, una región que no habíamos incluido en nuestros 10 principales desarrollos para 2023.

Nuestro segundo tema general de 2023 también resistió la prueba del tiempo: los gobiernos de todo el mundo enfrentaron una variedad de “compensaciones políticas”. Entre las áreas políticas más consecuentes y dinámicas ha estado la seguridad energética y las preocupaciones de sostenibilidad asociadas. La política climática sigue reinando cerca de lo más alto de la agenda para muchos gobiernos, culminando en la reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2023 (COP28) en los Emiratos Árabes.

No obstante, los bancos centrales y los encargados de formular políticas fiscales manejaron la paradoja de la inflación y la recesión mejor de lo que se esperaba. Y no previmos qué tan rápido surgiría la inteligencia artificial (IA) generativa, por lo que fue una sorpresa que la regulación de la IA saltara a lo más alto de la agenda.

De cara al futuro, muchos de los temas y desarrollos de 2023 continuarán teniendo lugar en 2024.

1.Navegar por un mundo multipolar

Un rasgo definitorio del entorno geopolítico en 2024 será la multipolaridad. Un mayor número de actores poderosos dará forma a un sistema mundial cada vez más complejo. Como grandes potencias, la Unión Europea, Estados Unidos y China continuarán dando forma al entorno operativo global de manera profunda.

Los estados geopolíticos oscilantes —países como India, Arabia Saudita, Turquía, Sudáfrica y Brasil (Rusia), que no están específicamente alineados con ninguna potencia o bloque importante— ganarán más peso en la agenda internacional.

    Un gráfico de líneas que muestra cómo la atención corporativa a la geopolítica ha menguado un poco desde que llegó a su punto máximo a principios de 2022, a pesar de que el riesgo político global sigue siendo elevado.

Los riesgos políticos están creando tanto retos como oportunidades para las organizaciones globales, lo que hace imperativo desarrollar enfoques más estratégicos para gestionar el riesgo político. El Grupo Geoestratégico de Negocios ayuda a las empresas a hacer esto traduciendo los conocimientos geopolíticos en una estrategia de negocios.

Los países más pequeños y los actores no estatales también aprovecharán las oportunidades para volver a trazar las fronteras o dar forma a su rincón del multiverso geopolítico. La guerra en Ucrania y los conflictos geopolíticos que han estallado en varias otras partes del mundo pueden ser solo el comienzo.

2. Eliminar los riesgos en las cadenas de suministros globales

La segunda característica definitoria de la geoestrategia en 2024 será la eliminación de riesgos. La pandemia de COVID-19 y la guerra en Ucrania pusieron de relieve las dependencias globales de los países y los desafíos para lograr la resiliencia con cadenas de suministros justo a tiempo y globalizadas —especialmente cuando la producción se concentró en un pequeño número de mercados.

Los gobiernos han respondido retomando o ampliando su dependencia de la política industrial. Intentan promover una mayor producción nacional de productos críticos. En ciertos mercados, la competencia geopolítica ya se ha incorporado a estas políticas industriales. Veremos más de esta conexión explícita entre política económica y política exterior o de seguridad nacional en el próximo año.

3. Los países compiten por innovar en IA y regularla

Sobre la base de su impulso en 2023, la geopolítica de la IA cobrará más importancia en 2024. Los gobiernos correrán para regular la IA para reducir el potencial de riesgos sociopolíticos.

Pero los formuladores de políticas intentarán simultáneamente fomentar la innovación nacional en Inteligencia Artificial para competir geopolíticamente. Como resultado, la IA será una dinámica central en las relaciones entre Estados Unidos y China. En 2024, las carreras duales para innovar y regular la IA acelerarán el cambio hacia bloques geopolíticos distintos.

4. Los océanos toman protagonismo geoestratégico

Pero 2024 también será diferente en varias formas importantes. La geopolítica de los océanos ocupará un lugar más prominente en el zeitgeist global. Los océanos albergan el 94 % de toda la vida en nuestro planeta, y son un recurso económico y de seguridad nacional cada vez más importante. Un asombroso 90 % del comercio mundial de mercancías se envía a través de rutas marítimas, pero muchos de los corredores de tránsito marítimo más transitados del mundo corren el riesgo de sufrir disrupciones geopolíticas.

Y se pronostica que la minería de aguas profundas representará al menos un tercio del suministro de minerales críticos necesarios para la transición energética. Las empresas deberán tener en cuenta la geopolítica oceánica a la hora de establecer su cadena de suministros y estrategias de sostenibilidad.

5. Elecciones en todas partes al mismo tiempo

Y 2024 será un año de elecciones —lo llamamos el superciclo de elecciones globales—. Los votantes acudirán a las urnas en mercados que representan alrededor del 54 % de la población mundial y casi el 60 % del PIB mundial. Esto generará incertidumbre regulatoria y política en el corto y el mediano plazo. Podemos mirar hacia atrás en algunas —especialmente Estados Unidos y la Unión Europea— como las elecciones más consecuentes en décadas, en medio de visiones contrapuestas para las relaciones internacionales y la política económica que impactarán fundamentalmente en el entorno empresarial mundial.

Perspectivas Geoestratégicas 2024

Los acontecimientos actuales enturbian el panorama geopolítico y elevan el riesgo de una escalada de conflictos más significativa en el próximo año.

Pero lo que está muy claro es que la geopolítica se ha convertido en un multiverso: una mezcla compleja de alianzas y rivalidades, con superposición bilateral, regional y de otro tipo de agrupaciones institucionales. Estas dinámicas, sumadas a que más países se dirijan a las urnas en 2024 que en cualquier año de la historia reciente, elevan la probabilidad de sorpresas geopolíticas en 2024 —tanto a la baja como al alza—.

La geopolítica que rodea a la Inteligencia Artificial y los océanos son solo dos de los 10 principales desarrollos geopolíticos en la Perspectiva Geoestratégica 2024. El Grupo Geoestratégico de Negocios de EY seleccionó estos desarrollos porque es más probable que tengan impactos significativos en organizaciones de todos los sectores y geografías en 2024. A medida que los ejecutivos buscan anticipar y planificar las disrupciones geopolíticas, será importante tener en cuenta dos temas clave en 2024.

El primero es la multipolaridad, ya que el poder geopolítico se vuelve más disperso en medio de una mayor competencia entre bloques o redes de alianzas. El segundo es la reducción de riesgos, con posturas políticas de los países que buscan reducir las dependencias globales, priorizando la seguridad nacional (ampliamente definida) sobre consideraciones puramente económicas.

    Una ilustración interactiva de los 10 principales desarrollos geopolíticos en la Perspectiva Geoestratégica 2024. Esos desarrollos son los siguientes:

        El multiverso geopolítico

        La creciente influencia de los estados geopolíticos oscilantes y de los jugadores más pequeños que buscan cambiar el statu quo creará un multiverso más complejo. Las empresas deben realinear su huella global y su estrategia corporativa para adaptarse a un panorama geopolítico multipolar.

        Geopolítica de la Inteligencia Artificial

        Las carreras duales para innovar y regular la IA acelerarán el cambio hacia bloques geopolíticos distintos. Las empresas necesitan desarrollar modelos de negocio y estrategias tecnológicas en torno a la IA que tengan en cuenta diferentes enfoques regulatorios en los distintos mercados.

        Desafíos internos en Estados Unidos y China

        Los riesgos políticos se acentúan dentro de cada mercado y podrían tener repercusiones en la geopolítica y el crecimiento mundial. Las empresas deben tener en cuenta los desafíos internos en Estados Unidos y China, así como su impacto en otros países expuestos a estos dos mercados, en las estrategias corporativas.

        Superciclo de elecciones mundiales

        Las múltiples elecciones que se avecinan en todo el mundo generarán incertidumbre regulatoria y de políticas, con implicaciones a largo plazo para las estrategias industriales, las políticas climáticas y los conflictos militares en curso. Las empresas necesitan realizar análisis de escenarios para explorar los impactos potenciales.

        Priorizar la seguridad económica

        Las medidas de seguridad económica para «reducir el riesgo» de las interdependencias mundiales serán una herramienta primordial en la competencia geoestratégica. Las empresas deben evaluar si partes de sus cadenas de suministros son estratégicas para los gobiernos ahora o estratégicas en el futuro y adaptar su estrategia de cadena de suministros en consecuencia.

        La agenda de diversificación

        La diversificación de la cadena de valor planteará riesgos políticos tanto al alza como a la baja para las empresas que ingresen o se expandan en mercados alternativos. Las empresas deben repensar sus estrategias de cadena de suministros y potencialmente ampliar la capacidad de producción y las relaciones con los proveedores en nuevos mercados.

        Geopolítica de los océanos

        La competencia por los océanos del mundo se intensificará en 2024, con implicaciones para las cadenas de suministros, los flujos de datos, el suministro de alimentos y la seguridad energética. Las empresas deben desarrollar resiliencia ante los impactos potenciales de los aumentos de tarifas de seguros marítimos, los retrasos en los envíos o los daños de carga y embarcaciones.

        Competencia por los commodities

        La competencia geopolítica se intensificará para asegurar suministros de minerales críticos, alimentos y agua. Las empresas necesitan analizar el acceso actual y futuro a las energías renovables y al agua en los mercados de todo el mundo, así como el potencial de atención pública sobre su uso del agua y de la energía.

        Políticas verdes de doble vía

        Los objetivos nacionales de crecimiento económico y seguridad energética impulsarán las políticas climáticas de los países. Las empresas deben incorporar a sus programas de sostenibilidad los riesgos y oportunidades que se derivan de las políticas, y al mismo tiempo mantenerse a la vanguardia de la curva regulatoria a nivel mundial.

        Imperativo de adaptación climática

        A pesar de que los formuladores de políticas se esfuerzan por mitigar el cambio climático mediante la reducción de emisiones, la urgencia de adaptarse a los riesgos físicos actuales del cambio climático se centrará más en la atención. Las empresas deben explorar oportunidades para invertir en soluciones basadas en la naturaleza y otras iniciativas de adaptación.

Los 10 principales desarrollos geopolíticos en la Perspectiva Geoestratégica 2024 tendrán impactos de base amplia en las empresas de todos los sectores y geografías. Pero es probable que cada desarrollo tenga impactos más directos en ciertos sectores y subsectores, particularmente en el corto y el mediano plazo.

    Una ilustración visual de cómo los 10 principales desarrollos geopolíticos en la Perspectiva Geoestratégica 2024 pueden impactar ciertos sectores y subsectores. Los sectores y los impactos previstos son:

        Manufactura avanzada y movilidad

        Es probable que las políticas de seguridad económica brinden oportunidades de crecimiento e inversión para los fabricantes. Pero la competencia por los commodities afectará el precio y la disponibilidad de insumos críticos.

        Productos de consumo y retail

        Las políticas climáticas pueden brindar oportunidades para que las empresas de consumo inviertan en este espacio. Pero el riesgo de que las tensiones geopolíticas disrumpan las rutas marítimas críticas podría elevar los costos de envío y las tarifas de seguros.

        Energía y recursos

        Las políticas verdes de doble vía afectarán a los modelos y estrategias de negocio en todo el sector. La competencia por los commodities planteará riesgos y oportunidades para los mineros, los servicios públicos y los productores de biocombustibles.

        Servicios financieros

        La seguridad económica y la agenda de diversificación están afectando las huellas y estrategias globales de bancos y aseguradoras. Y el multiverso geopolítico afectará los tipos de cambio y los mercados de divisas.

        Gobierno e infraestructura

        El superciclo electoral mundial en muchos casos ralentizará la agenda de formulación de políticas. Y los sistemas electorales estarán en riesgo de interferencia extranjera a través de ciberataques, campañas de desinformación u operaciones financieras.

        Ciencias de la salud y bienestar

        Las políticas de seguridad económica pueden afectar la huella global y las cadenas de suministros de las empresas. La geopolítica de la Inteligencia Artificial afectará a las empresas que están explorando cómo aprovechar la IA para transformar el cuidado de la salud.

        Private equity

        Es probable que la seguridad económica cree oportunidades para financiar inversiones y lanzar más start-funds. La geopolítica de la IA y el imperativo de adaptación climática afectarán las tesis de inversión de los fondos.

        Tecnología, medios y telecomunicaciones

        Las políticas de seguridad económica afectarán las inversiones y ventas de fabricantes de semiconductores y empresas de telecomunicaciones. El alto uso de energía de los centros de datos podría ser objeto de escrutinio.

Tres pasos a seguir para prosperar en medio de la complejidad

La multipolaridad y la eliminación de riesgos plantearán tanto desafíos como oportunidades para las empresas de todo el mundo. Cada uno de los desarrollos explorados en la Perspectiva Geoestratégica 2024 afectará a las empresas de maneras únicas y, por lo tanto, requerirán acciones geoestratégicas específicas para capitalizar las oportunidades que presenten al tiempo que mitiguen los riesgos que plantean. A un alto nivel, hay tres movimientos geoestratégicos sin arrepentimientos que las empresas deberían tomar.

1. Construir consideraciones geopolíticas en modelos y estrategias de negocio.

En esta era de profundos cambios en el sistema internacional, la importancia de la geopolítica para la estrategia corporativa se encuentra en su nivel más alto en una generación. Entretejer con éxito dinámicas geopolíticas en la estrategia corporativa será cada vez más una ventaja competitiva.

2. Aumentar la resiliencia de las cadenas de suministros globales.

Las cadenas de suministros de muchas empresas están expuestas a desarrollos geopolíticos. Los ejecutivos necesitan determinar cómo pueden posicionar mejor el modelo operativo de su compañía y la estrategia de la cadena de suministros para ajustar de manera proactiva y aumentar su resiliencia a las disrupciones geopolíticas.

3. Adaptar las estrategias de sostenibilidad a las realidades geopolíticas.

La multipolaridad y la eliminación de riesgos están influyendo en los enfoques gubernamentales de las políticas en materia de cambio climático y recursos naturales, lo que afectará los requerimientos de sostenibilidad, costos, oportunidades competitivas y estrategia de las empresas. Los ejecutivos deben incorporar nuevas políticas y regulaciones, así como señales de cómo dichas políticas pueden evolucionar en el futuro, en sus estrategias de sostenibilidad.

Geopolítica 2024. Anatomía de una policrisis, con Ignacio Ramonet. Mayo de 2024

En 2024, y en vísperas de las elecciones europeas y estadounidenses, el mundo se ve impactado por una serie de seísmos (militares, climáticos, económicos, sanitarios, religiosos, sociológicos, tecnológicos) que se producen simultáneamente, se retroalimentan y configuran un panorama complejo que desconcierta, aturde y deprime tanto a los ciudadanos como a los gobernantes.

En este nuevo y complejo contexto de policrisis, ¿cómo entender lo que está sucediendo en Ucrania, en Oriente Próximo, en España, en América Latina? ¿Cómo anticipar el mundo que viene?

Durante casi tres años, de 2020 a 2022, la pandemia petrificó el planeta con un saldo humano de nueve millones de muertos y más de mil millones de enfermos. Cuando se empezaba a vislumbrar una salida, en febrero de 2022, estalló la guerra de Ucrania, un conflicto de dimensiones mundiales por sus consecuencias económicas, sus efectos geopolíticos y sus inéditas dimensiones militares.

Pero cuando este frente bélico pareció estancarse en una línea casi fija de trincheras, detonó otro polvorín aún más peligroso. En Gaza, el 7 de octubre de 2023, reventaba con una intensidad desconocida el conflicto más viejo del mundo: el que enfrenta en Oriente Próximo, desde hace más de un siglo, a los palestinos con el sionismo. Masacres, bombardeos indiscriminados y matanzas apocalípticas se han sucedido. Nadie puede excluir una escalada en toda la región.

A estos tres seísmos centrales, se añaden otras cinco sacudidas no menos perturbadoras:

1. En la esfera económica, el fin de la globalización sin que el capitalismo tenga una propuesta de sustitución.

2. La delicuescencia y descomposición del sistema internacional, empezando por la Organización de Naciones Unidas (ONU) y el Consejo de Seguridad, un sistema creado en 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, que no funciona pero nada lo sustituye.

3. Los efectos acelerados del cambio climático: sequías, incendios, inundaciones, heladas, ciclones y tempestades.

4. Las masivas migraciones humanas que, por primera vez, afectan a todas las regiones de la Tierra.

5. Los impactos imprevistos de las rápidas innovaciones tecnológicas en el campo de la comunicación de masas, de las redes sociales, de la inteligencia artificial, del cálculo cuántico y de la vigilancia generalizada.

Los propios gobernantes -de cualquier país- se encuentran desorientados, incapaces de comprender los nuevos retos y los nuevos desafíos que están aconteciendo a escala global. Peor aún, la mayoría de los Gobiernos se revelan inhábiles e incompetentes a la hora de fijar perspectivas y de proponer soluciones.

El mundo en 2024: cuatro claves para entender lo que viene. Enero 2024 Por Blas Moreno. EOM

La principal amenaza es una escalada regional en Oriente Próximo, pero 2024 será el año con más elecciones y una economía estancada

El tenso arranque de 2024 parece un aviso de lo que está por venir. El año ha empezado con un serio riesgo de escalada regional en Oriente Próximo y una amenaza directa al comercio global por los ataques hutíes en el mar Rojo. Son dos señales de que 2024 será complicado en los planos geopolítico y económico, especialmente para Occidente.

Pero también lo será en lo político: este es el año con más elecciones de la historia. Se votará en 78 países, que suponen más de la mitad de la población mundial, incluidos grandes potencias como Estados Unidos, India o la Unión Europea. Aunque no todas las votaciones podrán considerarse democráticas, algunas de ellas son muy inciertas y tienen el potencial de influir en el panorama global.

Oriente Próximo, el gran conflicto del 2024

La principal amenaza será una escalada regional provocada por la guerra de Gaza. Tres meses después de los ataques de Hamás, la ocupación israelí de la Franja sigue causando una enorme destrucción y la muerte de decenas de miles de palestinos en la Franja. Pero el conflicto ya se ha extendido a las costas de Yemen y amenaza con desencadenar una guerra regional que involucre a Hezbolá y otros aliados de Irán.

La guerra en la Franja continuará al menos seis meses más, aunque el Ejército israelí dice que sus operaciones podrían durar hasta dos años. Por tanto, la ocupación militar de Gaza no acabará este año. Pero sí se definirá cuál es el proyecto israelí para el territorio. Pese a que no parece haber consenso ni en el mismo Gobierno, ganan peso las voces más radicales, que piden la limpieza étnica de la Franja mientras sigue la colonización israelí de Cisjordania.

Todo ello agravará el aislamiento internacional de Israel y el descrédito de Estados Unidos. Y se sumará un frente judicial: la Corte Internacional de Justicia va a estudiar acusaciones de genocidio contra Israel y la Corte Penal Internacional valora abrir una investigación. Pero nada de ello contendrá a Israel. Solo Washington podría hacerlo, y Joe Biden no llegaría tan lejos, especialmente en año electoral.

La otra incógnita es cuánto durará el primer ministro Netanyahu en el cargo. Las encuestas le dan un resultado catastrófico, pero no tiene la obligación de presentarse a las urnas si mantiene la mayoría en el parlamento. Dos cosas podrían hacerle caer: la pérdida de apoyo de Estados Unidos, que es poco probable, o que su Gobierno se rompa a causa de las discrepancias por el futuro de Gaza. No sería descartable que los moderados o los radicales le retiraran su apoyo si perciben que se escora demasiado hacia el otro lado.

Para escapar de este callejón, Netanyahu está intentando escalar la guerra provocando a Hezbolá para que entre. Israel considera la Franja solo uno de los varios frentes en los que pretende luchar. Hablan incluso de siete: Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria, Irak, Yemen e Irán. Tras asentar su dominio de Gaza, el Gobierno israelí ha empezado a presionar a Hezbolá: pretenden aprovechar la ocasión para “cambiar fundamentalmente” la situación en la frontera con Líbano.

Esto supone un riesgo serio de guerra regional. La posibilidad de un ataque preventivo de Israel contra Hezbolá crece cada día. Si sucede, no solo metería en la guerra a la milicia más poderosa del mundo, sino que motivaría una respuesta del resto de milicias aliadas de Irán por todo Oriente Próximo. Podría forzar a actuar incluso a la República Islámica, lo que a su vez arrastraría a países árabes o Estados Unidos, a pesar que ninguno de estos actores quiere la guerra.

Otro factor de inestabilidad será la crisis interna de Irán. El régimen ha conseguido acallar las protestas por la obligatoriedad del velo, pero el malestar podría volver a manifestarse durante las elecciones parlamentarias de marzo de este año. De fondo, el líder supremo, Alí Jamenei, cumplirá 85 años en julio y circulan rumores sobre su mala salud, así que Irán tendrá que afrontar pronto una transición de poder que puede ser convulsa.

La crisis en Oriente Próximo afectará a la economía global, independientemente de si la guerra se expande, pero más aún si es así. Los hutíes van a seguir infligiendo un grave coste al comercio internacional con sus ataques en el mar Rojo. Acabar con esta amenaza es complicado: los hutíes utilizan armamento y tácticas baratas que solo pueden combatirse desplegando costosos buques y misiles.

Por tanto, es probable que la crisis en el mar Rojo dure meses, lo que va a suponer nuevos problemas de suministros que recordarán a los que vivimos durante la pandemia y el bloqueo del canal de Suez en 2021. Esto afectará a las industrias y hará subir los precios del petróleo. También volverá a reflotar el debate sobre la autonomía estratégica: la globalización y el comercio abierto se están resquebrajando en un mundo cada vez más securitizado.

Un mundo más convulso y polarizado

2024 continuará la tendencia que venimos viendo desde la pandemia: el mundo se vuelve más convulso y polarizado, menos abierto, más violento. Los Juegos Olímpicos de París, a finales de julio, serán un escaparate para estas tensiones geopolíticas. Probablemente se oirán críticas a la participación de Rusia e Israel, probando una vez más que la cita olímpica siempre ha sido tan política como deportiva.

La complicada situación global habla también de la decadencia del sistema de Naciones Unidas, desacreditado por su incapacidad para responder a la invasión de Ucrania o a la guerra en Gaza. También del abandono de las normas internacionales: cada vez es más habitual el uso de la fuerza y que el bando poderoso imponga su postura por la vía armada. Vimos un ejemplo evidente de esto en 2023 entre Azerbaiyán y Armenia con la crisis del Alto Karabaj, y un conato de agresión de Venezuela a Guyana por la región del Esequibo. Esta deriva va a continuar.

Occidente seguirá perdiendo relevancia. Su imagen ha quedado manchada por su forma de criticar la invasión rusa de Ucrania y ponerse de perfil ante Israel. Esta contradicción pasará factura a países como Estados Unidos o Francia, que perderán apoyo en zonas estratégicas como Oriente Próximo y el Sahel. Sin embargo, la principal preocupación de Occidente será interna: la economía en Europa está estancada y se celebran varias elecciones cruciales en las que pueden ganar peso fuerzas de la derecha radical. Especialmente importantes son las europeas en junio y las presidenciales estadounidenses en noviembre.

Del otro lado, el Sur Global, el mundo en desarrollo y en general el gran grupo de países no-occidentales está ganando confianza e independencia. Algunos de ellos son potencias medias, viejos aliados de Estados Unidos que ya no tienen miedo de relacionarse también con China o Rusia, para exasperación de Washington. La mejor demostración de esta tendencia es la expansión de los BRICS: este año han pasado de ser cinco miembros a diez, con la adhesión de Arabia Saudí, Emiratos, Egipto, Irán y Etiopía. La primera cumbre tras la ampliación se celebrará en Rusia en octubre, lo que ofrecerá una imagen del bloque alternativo al de los países ricos y será un espaldarazo diplomático para Putin.

La de los BRICS no será la única cita en la que el centro de la agenda se desplace lejos de Estados Unidos y Europa. Brasil, otra de esas potencias medias cercanas tanto a Occidente como a Rusia y China, acogerá la cumbre del G20 en Río de Janeiro en noviembre. Azerbaiyán, una dictadura familiar, importante productor de gas natural y agresora del Karabaj en 2023, será el anfitrión de la Cumbre del Clima COP29, también en noviembre, evidenciando de nuevo las contradicciones de la diplomacia occidental y la lucha contra el cambio climático.

Aunque la atención esté puesta en Oriente Próximo, otros conflictos se enquistarán o agravarán. La guerra de Ucrania se estancará: ninguno de los bandos conseguirá importantes avances ni grandes cambios territoriales. Tampoco se logrará la paz, aunque se presionará a Ucrania para que acepte una solución pactada. Los ucranianos tendrán problemas para mantener el esfuerzo bélico, pues Occidente reducirá su apoyo, distraído con las elecciones europeas y estadounidenses y el conflicto en Oriente Próximo.

Con todo, Kiev seguirá presionando en Crimea, el mar Negro y en territorio ruso con ataques aéreos. Moscú, sin embargo, ha elevado su gasto de defensa hasta un tercio del presupuesto federal y está insistiendo en el reclutamiento y recibiendo material militar de Corea del Norte e Irán. Los rusos saben que el tiempo corre a su favor en Ucrania y podrían acabar el año con algo parecido a una victoria, pues probablemente conservarán entre un 15 y un 20% del territorio ucraniano.

Rusia tiene otras razones para estar expectante ante 2024. Putin salió reforzado de 2023 tras eliminar la amenaza de Wagner y terminará de apuntalar su poder en las elecciones presidenciales del 17 de marzo, para las que no se espera ninguna sorpresa: el líder ruso podrá gobernar hasta al menos 2030. Será interesante ver si se producen protestas contra el régimen o la guerra, pero no serán un grave problema para el Kremlin. Por si fuera poco, Moscú también espera victorias en el frente diplomático. Además de acoger la cumbre de los BRICS, verá cómo su Estado títere, Bielorrusia, se integra en la Organización para la Cooperación de Shanghái, que Rusia lidera junto a China.

La otra zona que promete generar gran inestabilidad es el Sahel, donde varios países sufren guerras civiles, riesgo de golpes de Estado o ambas. Corren especial riesgo de golpe países como Chad, Guinea-Bisáu o Camerún, gobernados por largas dinastías familiares o líderes ancianos e impopulares. La caída de Chad sería especialmente preocupante, pues es uno de los garantes de la seguridad regional y el último gran aliado de Francia en la zona. Las guerras civiles en Sudán, Etiopía y Mali también podrían generar inestabilidad a sus vecinos. Fuera de África, otro país en guerra civil donde el Gobierno podría caer este año es Myanmar.

Por último, no se puede descartar otra guerra entre Armenia y Azerbaiyán. La frontera entre ambos sigue sin estar delimitada y Bakú todavía reclama un paso a su enclave de Najichevan. Pero el conflicto no es probable. El líder de Azerbaiyán, Ilham Alíyev, estará centrado en las elecciones que ha adelantado a febrero y en mantener una buena imagen internacional de cara a la COP29. Sabe además que atacar territorio armenio le generaría críticas en Rusia, Irán y Occidente, así que preferirá presionar a Armenia diplomáticamente mientras se prepara para golpear más adelante.

Estancamiento económico

La economía global ha tenido un 2023 mejor de lo esperado, pero el 2024 no será boyante. La inflación está bajando y Estados Unidos no solo no ha entrado en recesión sino que crece con claridad. Pero no son todo buenas noticias: otros dos grandes motores económicos globales, China y Alemania, están inmersos en profundas crisis. Además, 2024 ha arrancado con la amenaza al comercio global de los ataques hutíes al comercio en el mar Rojo, que ya está encareciendo el precio del petróleo y los fletes del tráfico marítimo.

Se espera que la inflación se siga suavizando y, por tanto, los tipos de interés empezarán a bajar durante la primera mitad del año. Con todo, el crecimiento económico se moderará por el nivel de los tipos, la falta de confianza de los consumidores y dos factores de riesgo adicionales: la crisis en el mar Rojo y la incertidumbre electoral. La OCDE estima un 2,7% de crecimiento global en el PIB, frente al 2,9% de 2023.

La región peor parada será Europa occidental, cuya economía, casi estancada, crecerá menos que el año pasado. Las grandes economías del euro, como Alemania, Francia o Italia, apenas superarán el 0,8% de crecimiento, cerca de la recesión. En cuanto a China, todavía se recupera de la crisis económica desencadenada por la pandemia, pero sus problemas son más profundos: su modelo productivo no funciona. Los cambios que necesita se ven ralentizados por Xi Jinping, que apuesta por securitizar la economía para mantener el pulso con Estados Unidos. Las decisiones que tome este año China serán cruciales para su futuro económico y geopolítico.

Test para la democracia

La última clave, y quizá la más importante, es que 2024 será un año histórico para la democracia. Se vota en 76 países que suponen más de 4.000 millones de personas, una cifra inédita. Y aunque no todas las votaciones serán democráticas y muchas ya tienen el resultado escrito, este ciclo electoral supone muchos retos. Varias potencias regionales se someten a las urnas, como India, Indonesia, México o Sudáfrica. También habrá elecciones con pocas garantías pero que podrían generar inestabilidad, como las de Venezuela, Pakistán, El Salvador, Senegal, República Democrática del Congo o Bangladés.

Las primeras elecciones importantes serán las presidenciales de Taiwán, el próximo 13 de enero. La política taiwanesa no suele generar mucho interés internacional. Pero esta cita es importante por lo que puede suponer para el conflicto con China, tras varios años de crecientes tensiones con la isla y Estados Unidos, y porque Taiwán es el centro de la fabricación mundial de chips.

Sin embargo, una invasión china no es probable. Se ha especulado con que Pekín quiera aprovechar el contexto de las guerras en Ucrania y Gaza y las elecciones en Estados Unidos para atacar la isla, pero Xi tiene suficientes problemas internos como para intentarlo ahora.

El primer plato fuerte electoral del año llegará con las elecciones europeas, el 9 de junio. Aunque volverá a ganar el Partido Popular, los conservadores, se espera un ascenso de la extrema derecha. La incógnita es si los radicales podrán incluso tener voz en la elección del próximo presidente de la Comisión Europea. Pero su ascenso es seguro en todo el continente, y se verá en las elecciones regionales de Alemania y en las parlamentarias de Austria, donde podrían ser primera fuerza. Sin salir de Europa, también podría haber elecciones anticipadas en el Reino Unido, en las que los laboristas arrasarán y se harán con el poder por primera vez desde 2010.

El año se cerrará con la gran cita electoral de 2024: las presidenciales en Estados Unidos. El escenario más probable sigue siendo Joe Biden contra Donald Trump, una reedición de 2020. Sin embargo, ahora el resultado sería más incierto, las encuestas están muy ajustadas. Lo que es seguro es que Trump estará inmerso en varios juicios penales durante la campaña, lo que no le impedirá presentarse. Sería inédito: un expresidente y candidato a la reelección sentado en el banquillo. Todavía es pronto para anticipar lo que pasará después. Pero sea como sea, Estados Unidos pasará el año centrado en sí mismo mientras el mundo espera nervioso a los resultados.

Con el presupuesto se cayó el telón. Eugenio Chicas. DEM. 9 de octubre de 2024

Son inocultables las insanas prioridades del bukelismo, puestas al desnudo en el proyecto de Presupuesto General de la Nación de 2025, por $9,663 millones.

“La medicina amarga” es el cruento recorte a los rubros de educación, salud, agricultura y todos los programas sociales. Este recorte es la radiografía que descubre la naturaleza ultraconservadora de este gobierno inconstitucional, que con su habitual falacia presenta un presupuesto inflado, sobrestimando los ingresos en un 10% en relación con la recaudación del año anterior.

Intenta recaudar $7,615.7 millones, una meta ilusoria en el contexto de crisis crónica que padece la economía nacional; un rasero difícil de alcanzar en un periodo de muy bajo crecimiento económico, poca inversión extranjera, severa caída de las exportaciones, grave reducción de la producción agropecuaria, alza internacional de insumos y carburantes, y contracción del mercado interno debido a la crisis.

La otra falacia de Bukele es afirmar que este es “el primer presupuesto completamente financiado sin necesidad de emitir un solo centavo de deuda para gasto corriente”; cuando en realidad incluye $1,126 millones del desembolso de 37 préstamos ya contratados, más lo que decida contraer en LETES (Letras del Tesoro), que forman parte de la viciosa práctica del régimen que llevó al país a la mayor deuda pública en su historia (84.4% del PIB), superior al resto de países de Centroamérica.

A la llegada de Bukele al poder (junio 2019) la deuda acumulada durante treinta años era de $19,241 millones. Solo en apenas cinco años, esta creció en $11,995 millones, hasta totalizar $31,236 millones. Tal es el descalabro del adeudo, que solo en 2025 El Salvador tendrá que pagar $2,144.6 millones, solo de intereses son $1,253.3 millones; y la amortización de capital serán apenas $893.1 millones.

Es claro que el objetivo del régimen bukelista es presentar esta ofrenda ante el FMI; un paquete de medidas de ajuste estructural que sacrifican a la población más desvalida con millonarios recortes en la Educación, disminuyendo $34.7 millones, y recortando 781 plazas, muchas de maestros; esto agrava más la falta de docentes, situando ésta partida en apenas 4.1% del PIB; un grave retroceso después del 4.6% alcanzado incluso en los años post pandemia (2022, 2023); y más lejos de la promesa de Bukele de hace más de cinco años de alcanzar el 6% del PIB.

Este recorte cercena programas como: Crecer y Aprender juntos de la primera infancia, parvularia, educación básica y media, sin que a la fecha hayan cumplido la promesa oficial de reparar y reconstruir mil escuelas por año. En tanto, a la Universidad de El Salvador la condenan al mismo presupuesto anterior ($124 millones), del que todavía le adeudan $50. Millones.

El colmo de la deshumanización del bukelismo será el cruento recorte al Ministerio de Salud (-$90.8 millones), dejándolo con un presupuesto de apenas el 3.1% en relación con el PIB; cuando solo la red de los 31 hospitales del sistema público ya padece un severo desabastecimiento de medicamentos e insumos.

El personal a cargo está sobrecargado y muy mal pagado. Además, faltan suficientes médicos y especialistas, técnicos y enfermeras; estas carencias provocan que pacientes referidos para atención médica de especialistas, por casos considerados de urgencia, solo consigan citas programadas con muchos meses de atraso. A sabiendas de estas precarias e inhumanas condiciones, este proyecto de presupuesto recorta 1,119 plazas solo al Ministerio de Salud, decisión que terminará colapsando el sistema por la creciente demanda de servicios.

Ni hablar del recorte de $68 millones al Ministerio de Agricultura, a sabiendas de la grave crisis de producción de alimentos que padece la población y que en el quinquenio de Bukele disparó la pobreza del 22.8% al 27.2%.

Las apuestas del bukelismo están muy claras, recortará 11,000 plazas, que se suman al despido de 21,000 trabajadores en el quinquenio anterior. Aumentan $27.8 millones al presupuesto de la Presidencia de la República para reforzar una de las actividades más eficientes del régimen, la propaganda. Incrementan $52.9 millones al presupuesto del Ministerio de la Defensa, que duplica su presupuesto en el último quinquenio. Esto, unido a la prórroga del régimen de excepción por treinta y un meses consecutivos, serán los instrumentos para aplacar la efervescencia social causada por la “medicina amarga” anunciada por Bukele.

Anacronía y ausencia de crítica en el FMLN. LPG. 9 de octubre de 2024

Aportar a la nación con autocrítica, abriendo paso a liderazgos modernos que produzcan nuevo contenido, que se aproximen a la crisis actual desde una perspectiva de izquierda democrática, que denuncien el autoritarismo y el militarismo sin la pesada carga de los compromisos de la vieja dirigencia con las dictaduras orteguista, chavista y madurista.

O desaparecer, porque la sociedad salvadoreña ya demostró que su compromiso con las banderas no es vitalicio, que si la promesa de un mejor derrotero llega en un cuenco nuevo, lo tomará sin dudar. Sería lastimoso que al proyecto de derecha conservadora instalado en este decenio no le siga una opción democratizadora; también lo sería que la izquierda salvadoreña no participe de él. Pero que él Fmln esté ausente de esa discusión no sorprendería a casi nadie.

Declaración del Frente Democrático Popular de Venezuela. Agosto de 2024

Unidos/as por la verdad, la Constitución, la soberanía popular y los derechos humanos

Nosotros y nosotras, militantes de movimientos, organizaciones sociales y políticas, con diferentes mandatos, enfoques e ideologías; comprometidos con la justicia social, la democracia y los derechos humanos, hemos decidido unirnos en un Frente Democrático Popular (FREDEPO) ─abierto y en proceso de construcción─, con el objetivo de contribuir a superar la grave crisis que atraviesa nuestro país.

Nuestro accionar parte de la defensa irrestricta de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela; su carta de derechos humanos; sus garantías para el ejercicio de la autodeterminación y la soberanía nacional; su modelo económico que busca una justa distribución de la riqueza; y su modelo político, profundamente democrático, que estimula la participación y el protagonismo del pueblo.

Nos dirigimos al pueblo venezolano y al mundo, en este momento crítico para nuestra patria, señalando lo siguiente:

1. Existen distintos hechos que generan dudas razonables sobre el resultado oficial de la elección presidencial celebrada el 28 de julio de 2024, anunciado por el presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE), Elvis Amoroso, a saber:                                                       a) el anuncio de la adjudicación de la victoria al candidato Nicolás Maduro, sin presencia de todos los rectores principales del CNE, ni el previo proceso de totalización en presencia de los respectivos testigos de los candidatos presidenciales y de las organizaciones con fines políticos participantes;                                                                                  b) la denuncia del rector Amoroso de un presunto «hackeo» que interrumpió la transmisión de actas a la sala de totalización;                    c) la no realización de tres auditorías posteriores al acto de votación, entre ellas, la de “Telecomunicaciones Fase II”, prevista para el 29 de julio, y que hubiese permitido aclarar dudas sobre el presunto ataque informático;                                                                         d) dos de los candidatos opositores denuncian que las actas en su poder arrojan un resultado distinto al anunciado por el rector Amoroso;                                                                                                        e) varias de las organizaciones que formamos parte de este Frente constatamos en mesas electorales de distintos territorios del país, en donde el chavismo fue mayoría en el pasado reciente, la derrota del presidente Maduro el pasado 28 de julio;                                 f) transcurridas dos semanas desde la realización de la elección ─alegando otro supuesto ataque contra su sitio web─, el CNE no ha publicado los resultados desagregados mesa por mesa, como es costumbre desde hace casi 20 años en el país; impidiendo con ello la verificación ciudadana.                                                                                   g) las oficinas de la sede principal del CNE permanecen cerradas, por lo que no es posible hacer solicitudes y reclamos a ese ente y, contrario a lo que anunció su presidente, no se han entregado tampoco los datos desagregados por mesas y centros de votación a candidatos presidenciales, organizaciones con fines políticos, medios de comunicación, universidades, organizaciones sociales, etc.;                                                                                                                     h) la masiva, popular y espontanea movilización de indignación por los resultados anunciados que se produjo en ciudades y pueblos del país, como se puede evidenciar en cientos de videos que circularon por redes sociales, así como por nuestra propia experiencia.

Por todas estas razones, tenemos dudas legítimas sobre los resultados oficialmente anunciados.

2. En virtud de lo anterior, el FREDEPO exige al CNE que cumpla con sus obligaciones legales y publique de inmediato los resultados desagregados mesa por mesa, y que en vista de los días transcurridos, proceda a abrir las cajas electorales para que puedan ser auditadas por la ciudadanía y las organizaciones políticas participantes; y se cuente voto a voto para garantizar que los resultados reflejen fielmente la voluntad popular.

De esta exigencia depende en estos momentos la paz de la República.

3. FREDEPO observa con preocupación el recurso contencioso electoral introducido por el Presidente Maduro ante la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y advertimos que el proceso llevado hasta ahora, además de vulnerar el debido proceso y el derecho a la defensa, no se corresponde a lo establecido en la Ley para esta figura procesal.

Alertamos sobre el riesgo de que la judicialización del proceso electoral apunte a reducir la responsabilidad del Poder Electoral y rechazamos tajantemente la posibilidad de que el TSJ realice una proclamación sin que se cumplan las auditorías, se abran todas las cajas, se publiquen los datos mesas por mesa y las actas; todo lo cual corresponde al Poder Electoral.

Preocupa asimismo que el día 28 de julio, desde las redes sociales oficiales del TSJ, se felicitara al Jefe de Estado Nicolás Maduro por su reelección, adelantando opinión sobre un asunto que hoy les toca decidir. Tal hecho implica que los magistrados de esa Sala están incursos en una causal de recusación, lo que pudiera viciar de nulidad el proceso llevado adelante por la Sala Electoral del TSJ.

4. La legítima movilización popular de los días 29 y 30 de julio, que fue sofocada a través de la violencia de los cuerpos policiales y militares junto con bandas parapoliciales (mal llamadas «colectivos»), ha dejado al menos 24 personas asesinadas, según denuncian organizaciones de derechos humanos. El alto Gobierno y el Fiscal General han coincidido en un discurso criminalizador y de odio sobre los manifestantes, señalándolos de «terroristas», «tarifados», «drogadictos», «delincuentes», «entrenados en el exterior». El presidente Maduro afirmó que el Ministerio Público ha imputado como «terroristas» a 2.229 manifestantes detenidos.

Varias de las organizaciones que hacemos parte de este Frente hemos podido constatar que estas personas ─la inmensa mayoría de ellas, jóvenes provenientes de sectores populares─ son presentados en tribunales de terrorismo bajo procesos colectivos sin que se les permita acceder a una defensa privada. El presidente Maduro ha pedido a la población que, a través de la aplicación Ven App, denuncié de manera anónima a los manifestantes de sus comunidades; otro tanto ocurre en centros de trabajo de la Administración Pública.

Es evidente que la indignación que generó en los sectores populares el anuncio oficial de resultados de la elección presidencial no va a desaparecer por la represión, sino que por el contrario, esta nueva forma de violencia sobre los manifestantes, atizará la ira y deslegitimará aún más al sistema de justicia penal y al Estado en general. La violencia masiva sobre los sectores populares viene acompañada de amenazas permanentes, incitación al odio y la ejecución de prácticas de violencia selectiva sobre distintos sectores de la oposición política, organizaciones sociales, sindicalistas, periodistas, militares, así como fiscales del Ministerio Público y defensores públicos que se niegan a violar la Constitución. Detenciones arbitrarias e incomunicación de activistas sociales y dirigentes políticos se han vuelto noticia diaria estas últimas dos semanas.

Por lo anterior, el FREDEPO exige a la Defensoría del Pueblo, que acompañe a los jóvenes que están siendo injustamente procesados; que investigue la situación de sus condiciones de reclusión; que investigue los patrones de violencia institucional que están siendo denunciados y actúe para prevenirlos y promover su sanción.

Exigimos, igualmente, al Ejecutivo Nacional y al Ministerio Público que se abstengan de seguir reprimiendo al pueblo, ya sea a través de las armas o de acusaciones infundadas. Es con diálogo, justicia y respeto a la verdad y a los derechos de las mayorías, que podremos superar en paz esta crisis.

5. FREDEPO condena las expresiones de odio y violencia contra militantes del PSUV que ha dejado al menos dos fallecidos, así como casas de ese partido y bienes públicos destruidos. Expresamos nuestra solidaridad con las víctimas, sus familiares y sus compañeros de militancia, pues esas muestras de odio sólo contribuyen al clima de polarización e intolerancia. En estos momentos la unidad del pueblo es nuestra mayor fortaleza.

6. FREDEPO cuestiona firmemente la injerencia extranjera sobre los asuntos internos de Venezuela y agradece las expresiones internacionales de solidaridad con el pueblo venezolano y su demanda de presentación oficial de las actas electorales, su verificación legal con testigos de candidatos y organizaciones con fines políticos. Es el pueblo venezolano, en ejercicio pleno de su soberanía, quien debe definir su destino colectivo.

7. Finalmente, FREDEPO invita a toda la ciudadanía a mantenerse movilizada por la defensa de sus derechos políticos, investigando cuál fue el resultado en su centro de votación, comparándolo con el resultado de otras zonas cercanas y con el comportamiento electoral histórico de esos centros. Instamos también a realizar asambleas populares para discutir sobre los problemas que aquí hemos planteado y buscar soluciones colectivas.

Que cada voz cuente. De nuestra capacidad de reclamo, de organización y de movilización, dependerá el triunfo de la voluntad popular y el rescate de la Constitución y de nuestros derechos.

¡Respeto a la voluntad de las mayorías expresada en la elección presidencial del 28 de julio!

¡Cese la represión policial, militar y parapolicial!

¡Libertad para los privados de libertad injustamente detenidos, imputados y enjuiciados bajo acusaciones falsas!

Adhieren:

La Otra Campaña, Partido Comunista de Venezuela, Centrados en la Gente, Voces Antiimperialistas, Movimiento Popular Alternativo, Bloque Histórico Popular, Frente Nacional de Lucha de la Clase Trabajadora, En Común, PPT-APR.