Todos tienen un acento (sí, tú también)
Por Roberto Rey Agudo 18 de julio de 2018
Tengo acento. Y tú también.
Soy un inmigrante que ha pasado casi tanto tiempo en Estados Unidos como en mi país de origen, España. También soy el director de los programas de español y portugués de la Universidad Dartmouth. Estos dos factores explican, aunque solo parcialmente, por qué siento una debilidad especial por el programa The Americans, en el cual Keri Russell y Matthew Rhys interpretan a Elizabeth y Philip Jennings, un matrimonio de agentes encubiertos de la KGB que vive en los suburbios de Washington. Es imposible que sea el único que vio con buenos ojos que los nominaran al Emmy este año.
Lo que me interesa como lingüista es que los Jennings son, como lo dice el primer episodio, “espías supersecretos que viven en la casa de al lado” y “hablan mejor inglés que nosotros”. Ni siquiera su vecino, un agente del FBI que trabaja en el área de contraespionaje, sospecha nada.
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Por la vida que llevo, inmerso a profundidad en el trabajo de enseñar y aprender otro idioma, fue divertido ver una serie en la cual la capacidad para hablar una segunda lengua de los personajes principales era tan crucial para la trama. Sin embargo, la premisa de que se puede hablar otro idioma sin acento es equivocada. En realidad, no es posible.
Peor aún, volver un fetiche ciertos acentos y menospreciar otros puede generar una verdadera discriminación al momento de presentarse en entrevistas laborales, al realizar evaluaciones de desempeño y al solicitar información para tener acceso a una vivienda, por tan solo mencionar algunas de las áreas en las que hablar o no hablar con determinado acento acarrea consecuencias graves. Es muy común que, en el hospital o en el banco, en la oficina o en un restaurante —incluso en el salón de clases—, acojamos la idea de que existe una manera correcta en la que nuestras palabras deben sonar y de que el acento perfecto es aquel que no solo es inaudible, sino también invisible.
Si se considera el problema desde un punto de vista sociolingüístico, no tener acento es imposible, punto final. El acento es tan solo una manera de hablar que toma forma mediante una combinación de geografía, clase social, educación, etnicidad e idioma materno. Yo tengo uno; tú tienes uno; todo el mundo tiene uno. No existe nada parecido al inglés perfecto, neutral y sin acento; ni el español, si es el caso, ni ningún otro idioma. Decir que alguien no tiene acento es tan creíble como afirmar que alguien no tiene rasgos faciales.
Lo sabemos pero, a pesar de todo, en un momento en que el porcentaje de los residentes en Estados Unidos que nacieron en el extranjero está en su punto más alto desde hace un siglo, la distinción entre “nativo” y “no nativo” se ha vuelto cada vez más mezquina, y vale la pena recordar una y otra vez: nadie habla sin acento.
Decir que alguien no tiene acento es tan creíble como afirmar que alguien no tiene rasgos faciales.
Cuando decimos que alguien tiene acento, por lo general nos referiremos a una de dos cosas: a un acento no nativo o al llamado “acento no estándar”. Los dos pueden tener consecuencias para sus hablantes. En otras palabras, vale la pena reconocer que la gente discrimina según el acento de su propio grupo lingüístico y que también lo hace en contra de las personas que se consideran foráneas lingüísticas. El estatus privilegiado del acento estándar se origina, claro está, en la educación y el poder socioeconómico.
El acento estándar no tiene que ser el mismo que el acento del estatus más alto. Simplemente es el acento dominante, el que se escucha con mayor frecuencia en los medios, el que se considera neutral. Los acentos nativos que no son estándar también están infrarrepresentados en los medios y, como en el caso de los acentos no nativos, es probable que se les estereotipe o se haga burla de ellos. Los términos como el southern drawl (se refiere a la forma en que la gente del sur de Estados Unidos arrastra las letras de las palabras), el midwestern twang (hace referencia a una especie de tono gangoso del Medio Oeste estadounidense) o el valley girl upspeak (manera de hablar estereotípica de algunas mujeres de California) enfatizan el estatus por capas que va ligado a formas de hablar particulares.
Estos juicios son básicamente sociales; para los lingüistas, las distinciones son arbitrarias. No obstante, la noción del acento neutral y perfecto es tan generalizada que los hablantes con acentos estigmatizados suelen internalizar el prejuicio al que se enfrentan. La reciente reevaluación del personaje de Apu en Los Simpson brinda un ejemplo importante de cómo los medios y la cultura popular utilizan los acentos para hacer chistes fáciles y molestos.
Cuando aprendes un idioma, el acento marcado también suele venir acompañado de otros rasgos, como un vocabulario limitado o errores gramaticales. En el salón de clases, entendemos que es una etapa normal en el desarrollo del dominio de un idioma. A mi familia de Madrid le habría costado trabajo entender el español de los alumnos angloparlantes que cursan mi clase de primer semestre.
Debemos hacer a un lado la ilusión de que hay una forma de hablar única y auténtica.
Posteriormente, los mismos alumnos estudian en el extranjero —en Barcelona, Cusco o Buenos Aires— y a menudo tienen problemas para hacerse entender. Sin embargo, es tal el privilegio del inglés —y esto es clave— que nadie que escuche sus acentos estadounidenses supone que son menos capaces, menos ambiciosos o menos honestos porque sus erres no vibran mejor. No obstante, este es exactamente el tipo de supuesto que un acento español —y muchos muchos otros— podría producir en Estados Unidos.
Es cierto que un acento marcado puede interferir en la manera en que te haces entender. La gente que aprende inglés como segunda lengua y otras personas reciben el buen consejo de trabajar en su pronunciación. Como maestro, intento dirigir a mis estudiantes hacia alguna versión de ese ideal fallido, el acento nativo. Una de las ironías del asunto es que, junto con la mayoría de mis colegas profesores de los veinte países (sin contar a Puerto Rico) donde el español es el idioma oficial, desde hace mucho tiempo perdimos las entonaciones que surgen de la clase social y la región y el vocabulario específico que constituyen, o alguna vez lo hicieron, nuestros acentos nativos. No quiero decir que debemos olvidar el objetivo de entablar una comunicación que se entienda con facilidad… es evidente que esa no ha dejado de ser la meta. Sin embargo, debemos hacer a un lado la ilusión de que hay una forma de hablar única y auténtica.
El inglés es un idioma global con muchas variedades nativas y no nativas. A nivel mundial, los angloparlantes no nativos superan a los nativos en un rango de tres a uno. Incluso en Estados Unidos, el país con la población más grande de angloparlantes nativos, hay casi 50 millones de hablantes de inglés como segunda lengua, de acuerdo con un estimado. ¿Cuál podría ser siquiera el significado de sonar como un nativo cuando para tantos angloparlantes el inglés es su segunda lengua? A menos que seas un espía encubierto como los Jennings, es contraproducente considerar que la pronunciación nativa es la barrera que debes superar.
El acento por sí solo es una medida superficial del dominio de un idioma, el equivalente lingüístico de juzgar a las personas por su apariencia. Más bien deberíamos ser más conscientes de nuestros prejuicios lingüísticos y aprender a escuchar mejor antes de crearnos juicios. ¿Qué tan amplio y variado es el vocabulario de la persona? ¿Puede participar en la mayoría de las interacciones diarias? ¿Cuántos detalles puede dar cuando vuelve a contar algo? ¿Puede defenderse a sí misma en una discusión?
La discriminación lingüística con base en el acento no es solo una idea académica. Hay experimentos que demuestran que la gente suele hacer suposiciones con estereotipos negativos sobre los hablantes con acento no nativo. El efecto se extiende hasta el prejuicio en contra de los hablantes nativos cuyos nombres o etnicidad son extranjeros. Los estudios revelan que, cuando los hablantes no nativos responden a la publicidad de viviendas, es más probable que, en promedio, sus conversaciones con los posibles arrendadores sean infructuosas en comparación con las personas que hablan “sin acento”.
Así que espero que te guste mi acento tanto como a mí me gusta el tuyo.
Roberto Rey Agudo es el director del programa de idiomas del Departamento de Español y Portugués en la Universidad Dartmouth y miembro del programa Public Voices Fellows de OpEd Project.