25 de Junio de 2013 El Dagoberto del título, como ustedes supondrán, es Dagoberto Gutiérrez: una persona a la que muchos admiran por su talante reflexivo, su trayectoria política y su condición moral. Jonás, claro está, es Jorge Meléndez: uno de los presuntos asesinos del poeta y revolucionario Roque Dalton.
La historia siempre nos depara sorpresas, giros que sacuden las imágenes que nos habíamos formado de ciertos hechos y ciertas personas. A Gutiérrez se lo ha visto en los últimos años como una especie de reserva moral de la izquierda y por eso desconcierta su diálogo con una figura que aun no ha clarificado ante la opinión pública un oscuro pasaje de su biografía política.
Hace poco, en una entrevista, pusieron contra las cuerdas a Dagoberto por ese diálogo político que ahora mantiene con Jonás. Felicito al entrevistador, David Ernesto Pérez, por poner en dificultades a una conciencia tan reflexiva. Por un momento, el juego de las preguntas y las respuestas adquirió la dimensión de un diálogo platónico. Pérez, un periodista mayéutico, interrogó a Dagoberto sobre la legitimidad de Jonás como jefe de un partido. Y las respuestas del dirigente del MNP se tambalearon como las ideas de un boxeador al que le han propinado un buen golpe.
Acorralado, Dagoberto armó su defensa y trazó la moderna distinción entre los ámbitos de la moral, la política y la historia. Estas dimensiones pueden separarse analíticamente con el propósito de hacer juicios relativamente objetivos y cálculos políticos realistas. Pero un político sabio nunca olvida las implicaciones éticas de sus juicios y cálculos prácticos. Para Gutiérrez, además, el asesinato de Dalton –como la revolución rusa y el asesinato de Trotsky– ya es un hecho histórico cuyo análisis no debería mezclarse con la moral ni afectar las decisiones que hoy nacen de una política ajena a la pureza. Si esto es así, y no lo malinterpreto, Dagoberto piensa de modo semejante a Mauricio Funes y como muchos dirigentes del FMLN.
Para que Gutiérrez advierta la complejidad del caso, le recomendaría que se acercase a los familiares del poeta y les dijera que su asesinato ya es un hecho histórico, un fenómeno del pasado que debe analizarse con el lenguaje de las ciencias sociales. Está claro que los familiares de la víctima no admitirían de buena gana “ese punto de vista restrictivo” porque para ellos esa muerte, aunque ya sea un hecho histórico, es un duelo que permanece vivo y que se renueva al ver la vida pública de los presuntos asesinos. Ni el cálculo político realista, ni el análisis sociológico, ni las precisiones jurídicas (siempre tan relativas y modificables) pueden negar la existencia y la actualidad de ese duelo familiar y el conflicto que plantean sus demandas de justicia.
Por otro lado, Roque Dalton es un mito y aunque la muerte del mito pueda localizarse en un punto del tiempo histórico siempre es una muerte que sucedió ayer mismo y por la cual el pueblo guarda un luto colectivo que se renueva cada mes de mayo. Esto trasciende el derecho y los juegos de poder para ubicarse en otra dimensión. El tiempo del mito es otro. Quienes asesinaron al poeta se echaron encima una losa de cuyo peso simbólico va a ser bastante difícil que escapen. Todos los protagonistas de aquel crimen, los que siguen teniendo una vida pública, saben que el asesinato de Dalton los ha dejado medio muertos, por mucho que ahora destaquen en su nuevo rol de consejeros del príncipe o de fundadores de partidos políticos.
Y hay algo más. Quienes participaron en aquel asesinato no han podido salir airosos y limpios del fango en que ellos mismos se metieron. En vez de aclarar los hechos y asumir con nitidez sus responsabilidades se han dedicado a enturbiar las aguas del asunto, posiblemente con el objetivo de salvar sus ambiciones de poder. Si el duelo por Dalton se vuelve contra ellos es porque tampoco han sabido asumir la verdad y las consecuencias de lo que hicieron ante la familia del poeta y ante el pueblo. Cuando Meléndez nos dice que la muerte de Roque fue un proceso y no un asesinato revela que, muchos años después del crimen, no está dispuesto a asumir la verdad.
En el mejor estilo sofista, Jonás nos quiere presentar la muerte de Roque como si hubiera sido la culminación de “un proceso legal revolucionario”, como si hubiera sido la ejecución emanada de un órgano de la justicia popular. Tal como hizo el nazi Adolf Eichmann, el antiguo dirigente del ERP diluye su responsabilidad personal en la decisión colectiva y los procedimientos institucionales. Se le puede preguntar a Dagoberto ¿Qué confianza merece un político que ante un asunto tan complejo es capaz de auto-engañarse con triquiñuelas de abogado?
Aquí no se discute si Jonás tiene principios –seguramente los tiene–, se discute cómo daña a sus principios y a su legitimidad moral como político el que no haya clarificado públicamente su participación en el torticero asesinato de Roque Dalton.
Lamento que el líder del MNP repita las mismas palabras de Joaquín Villalobos y hable de este caso como de “un error”. Llamar error a lo que pasó en mayo de 1975 es un eufemismo, un intento de maquillar lo que en verdad fue una acción torticera. Eso que Dagoberto llama “error histórico” y que Meléndez denomina “proceso” no fue más que un turbio, alevoso y vulgar asesinato político; uno de esos crímenes que a veces perpetran los mafiosos o los pistoleros, cuando dirimen quién es quién en sus jerarquías internas de poder. Para justificar el crimen previsto, los asesinos montaron la pantomima de un juicio. Stalin, el oscuro, también montó juicios –con sus pertinentes acusadores, defensores y acusados– para darle una pátina legal a la eliminación física de sus adversarios políticos. A los dudosos juicios estalinistas también se les llamó “procesos”. Con las elegantes y neutras palabras se pueden dulcificar los más oscuros crímenes.
Quienes decidieron y ejecutaron la muerte de Dalton y de Pancho habían caído en un profundo agujero moral. Aquellos años dentro del ERP son dignos de ser trasladados al universo de la novela negra: se inició la caza de los miembros de la RN; los cazadores también se mataron entre ellos, así murió Vladimir Rogel; otro de los asesinos de Dalton, anticipando que también lo eliminarían, huyó con el dinero de los secuestros. Díganme ustedes, si no había algo ahí que estaba profundamente podrido y que no merece ennoblecerse con palabras como “error” o “proceso”.
No se hace un bien a la historia ni a la conciencia moral de la izquierda ideando subterfugios para eludir la cruda realidad. Me sorprende que a Jorge Meléndez le incomode que se le llame asesinato a lo que fue un turbio asesinato. A nadie le gusta que lo llamen asesino, pero si las cosas fueron así, no hay más remedio que aceptarlo. Peor es matar y después tapar el crimen con mentiras y auto-engaños.
Comprendo que si hay que negociar se negocia, pero sé que no se puede negociar a cualquier precio. Comprendo que hay que negociar, pero también sé que hay negociaciones y negociaciones ¿Qué papel juegan las bases del MNP en la actual conversación con Jorge Meléndez? ¿Participan o son meras invitadas de piedra?
El líder del MNP no quiere que una moral enemistada con el realismo comprometa sus movimientos. El caso es que su oposición al FMLN, en los últimos años, ha tenido un acento ético muy fuerte. De ahí que se mire a Dagoberto Gutiérrez como a una figura “con principios”. Es normal que aquellas personas a las que ha dado esperanzas en la posibilidad de una izquierda “honesta”, ahora se pregunten dónde pone Dagoberto “los principios” hoy que dialoga con un dirigente que no ha esclarecido de forma satisfactoria un pasaje turbio de su biografía.
Como ciudadano no me acaba de convencer el MNP. No sé hasta qué punto es nuevo en realidad. A pesar de eso, creo que las figuras como Dagoberto son necesarias en nuestra izquierda. Lamentaría que por culpa de una mala decisión suya, un sector de sus propios seguidores y de la opinión pública lo acabaran devorando.