Las Mujeres en la Independencia
Patricia Iraheta
Publicado el 05 Septiembre 2008
Mujeres en la Independencia
Los acontecimientos históricos del proceso independentista dieron vida a una serie de expresiones y movimientos socio-políticos que hasta la fecha se consideran poco investigados y analizados, pero sólo se conocen las versiones tradicionales de los acontecimientos y actores, invisibilizando hechos y protagonistas importantes.
Hasta hace poco tiempo que el proceso independentista está siendo investigado rescatando la participación y rol de las mujeres; de ahí que investigaciones realizadas como la de Carlos Cañas Dinarte sobre las mujeres en la independencia nos proporcionan evidencias importantes sobre el rol de las mujeres en esa época, que es fundamental reflexionar.
Cañas Dinarte constata que “Las mujeres de esa época: criollas, mestizas, indígenas y negras esclavas, compartían algunas funciones y labores comunes, a las que se les denominaba: “oficios mujeriles”. El hogar, la iglesia, el hospital y el campo de labranza eran sus principales espacios para desempeñar éstas labores. La mayoría de mujeres eran excluidas del derecho a la educación, siendo esta, además de exclusividad de una élite, eminentemente religiosa y segregada para hombres y mujeres.
Sin embargo, la historia de la independencia está sellada por la firma sólo por próceres y fue hasta 1975, que en el marco del Año Internacional de la Mujer y a iniciativa de la Liga Femenina de El Salvador, se reconoció la participación de una prócer: María de los Ángeles Miranda, declarada Heroína de la Patria mediante el decreto legislativo 101 (30 de septiembre de 1976).
Estos datos nos indican que las mujeres independientemente de sus condiciones sociales y étnicas compartían un mismo ámbito y espacio que las colocaba en una misma condición de género, determinada por su exclusión de otros espacios sociales en el ámbito público–político y destinadas a sus roles de madres, esposas, cuidadoras.
A pesar de este contexto, fueron muchas las mujeres que formaron parte de este proceso independentista – que según la investigación citada – tuvieron que intervenir activamente y haciendo aportes importante a este momento histórico; entre ellas recordamos:
Las metapanecas Juana de Dios Arriaga, Inés Anselma Ascencio de Román, Dominga Fabia Juárez de Reina, Úrsula Guzmán y Gertrudis Lemus. Las dos últimas suministraron piedras y armas a los indios y mulatos que, el 24 de noviembre de 1811, participaron en enfrentamientos en esa localidad santaneca, dirigidos por el prócer Juan de Dios Mayorga.
María Madrid –viuda oriunda de Tejutla (Chalatenango), de 43 años de edad- y Francisca de la Cruz López –joven de 30 años de edad, soltera y nativa del lugar-, quienes fueron liberadas gracias al indulto promulgado el 3 de marzo de 1812, tras ser capturadas y sometidas a largos interrogatorios y acusaciones de alta traición contra el imperio ibérico.
Se reconoce como una mártir a Mercedes Castro –fusilada en San Miguel por sus afanes libertarios-, al igual que los de las viroleñas Josefina Barahona, Micaela y Feliciana Jerez.
Las más destacadas en la historia salvadoreña están hermanas María Feliciana de los Ángeles y Manuela Miranda, quienes, entusiasmadas por los afanes libertarios en San Salvador, propagaron las noticias independentistas por la campiña de Sensuntepeque, misión patriótica llevada a cabo con sus fuertes voces y un tambor. La zona se alzó en insurrección el 29 de diciembre de 1811, en el punto conocido como Piedra Bruja. Capturadas por las autoridades españolas, las hermanas Miranda fueron procesadas en Sensuntepeque y fueron recluidas después en el Convento de San Francisco de la localidad de San Vicente de Austria y Lorenzana, las hermanas Miranda escucharon la sentencia que las condenó a sufrir cien azotes cada una, para ingresar más tarde como siervas sin paga en el convento local y en la casa del cura párroco. María de los Ángeles murió a principios de 1812, cuando su espalda desnuda recibió las descargas del látigo de su verdugo frente a la multitud reunida en la Plaza Central de San Vicente. Al momento de su muerte, rondaba los 22 años de edad.
María Felipa Aranzamendi y Aguiar, Ana Andrade Cañas, Manuela Antonia de Arce y María Teresa Escobar, abogaron por la libertad de sus cónyuges: Manuel José Arce, Santiago José Celis, Domingo Antonio de Lara y Juan de Dios Mayorga y les apoyaron de diversas maneras – visitas, bienes, exilio, privaciones, mensajería y más- para lograr la emancipación centroamericana, mientras purgaban sus penas en las cárceles, entre 1814 y 1819.
El 15 de septiembre de 1821, en las afueras del Palacio de los Capitanes Generales, una mujer fue determinante para decidir la balanza de la historia a favor de la Independencia. María Bedoya de Molina, esposa del prócer guatemalteco doctor Pedro Molina, hizo que una banda tocara música en la plaza y llamó al pueblo a concentrarse en el lugar, mediante la quema de cohetes de vara. A los pocos minutos, una multitud se reunió frente al edificio y así los notables se vieron obligados a decretar la emancipación política de las provincias centroamericanas.
Las labores hechas por las mujeres como activistas, como defensoras públicas, convocantes, mensajeras, así como los registros de mujeres presas políticas y mártires, han sido hechos menos valorados, y consideradas como tareas de apoyo y no determinantes en este proceso histórico, se confirma el carácter sexista de la historia escrita que ha destacado el protagonismo masculino como lo determinante para los cambios socio–políticos y desvirtúa el valor “político” al aporte y acciones de las mujeres.
Se confirma entonces que el registro de los acontecimientos políticos y sociales no es neutral en cuanto al sexo de las personas. En los procesos sociales participan hombres y mujeres en determinados espacios, pero al darse en un sistema socio político que privilegia lo masculino e invisibiliza y subvalora el aporte de las mujeres.
La reproducción de este sistema de valores ha sido el principal motor de las desigualdades sociales entre hombres y mujeres – la historia oficial lo demuestra – por el que las mujeres seguimos luchando por ocupar espacios, donde no somos nuevas, sino donde se nos ha valorado de manera inequitativa.
Patricia Iraheta
Coordinadora de Programa de Educación para la Equidad de Género