Mirando el ‘Brexit’ desde la City: una historia de dinero y poder
MIGUEL OTERO IGLESIAS
Analista senior de Economía Política Internacional en el Real Instituto Elcano.
ECONOMÍA EXTERIOR nº 76 Primavera 2016
El 40 por cien del negocio mundial de la City se hace con Europa gracias a que todos los agentes que operan desde allí obtienen ‘un pasaporte europeo’ para poder captar e invertir fondos libremente en toda la UE, sea cual sea su nacionalidad. Un privilegio que se perdería con el ‘Brexit’.
La visión de la City de Londres sobre el euro, el núcleo duro de la Unión Europea, es la siguiente: el euro es un barco que se empezó a construir en 1989, salió de puerto en 2002 y en 2010, por estar mal construido, empezó a hacer aguas. El navío no tiene capitán. Ahora mismo tiene un buen jefe de máquinas, Mario Draghi, y múltiples oficiales de puente que se turnan, aunque predominan alemanes y franceses. Cuando estos se ponen de acuerdo, hay cierta esperanza de que el barco se arregle. Tarea difícil porque se tiene que hacer sobre la marcha y en alta mar. Pero cuando discrepan, la tripulación baja el ánimo y parece que la embarcación se va a pique.
En general, la City cree que el barco se hundirá y saca pecho por haber avisado, antes de que saliese a puerto, de que el buque estaba mal construido. Desde la lejanía, con cierta aprehensión, pero también con regocijo, se comentan las penurias de la tripulación. Aun así, no se descarta del todo que el barco tenga solución. Todavía hay mucho respeto, y cierto temor, hacia los miembros teutones de la tripulación, por su eficiencia y fe ciega en el proyecto europeo. Por esta razón, la City tienen preparada una lancha motora para el día que llegue la noticia de que el barco se ha reparado. Porque si finalmente se arregla, la City tiene que estar en cubierta y codecidir quién va a ser el capitán.
Esta metáfora resume bien la posición de la City frente a un posible Brexit, o dicho de otra forma, la salida de Reino Unido de la UE. La City siempre ha estado muy ligada al poder. Para muchos de sus miembros, en plena era de la globalización, este poder todavía reside en Westminster. Ellos representan el alma conservadora, inglesa (que no británica) e insular de la City.
Suelen ser corredores de bolsa (brókers) y fondos de inversión de tamaño medio y pequeño que quieren que Reino Unido salga de la UE porque ven en Bruselas la capital de un creciente monstruo jerárquico y burocrático que quiere colonizar a base de regulación, y quizá algún día incluso de impuestos, a la que en su día fue la metrópolis del Imperio británico. Su estrategia es la siguiente: si la UE se desmorona, mejor salirse cuanto antes. Si al final los europeos continentales crean una unión política, mejor escapar del yugo regulador antes de que ocurra.
Sin embargo, este grupo, que se podría denominar “nativista”, tiene poco poder. La City hoy está dominada por actores con alma liberal, multinacional y cosmopolita que saben que el poder se ha trasladado a Bruselas y Fráncfort y entiende que, mientras el proyecto europeo de integración siga en pie y avanzando, sería un grave error, y una ingenuidad, pensar que con tal de apertrecharse detrás del canal de la Mancha se va a recuperar la soberanía británica.
El mercado único en servicios y la actividad financiera denominada en euros son demasiado importantes para que los gigantes de la City los dejen escapar. Por ello, muchos apoyarán al primer ministro David Cameron en su campaña por la permanencia en el referéndum del 23 de junio. Está por ver, sin embargo, si será un apoyo positivo. Aunque la mayoría de británicos son conscientes de la importancia de la City para su economía, muchos otros están molestos porque son los de fuera quienes se llevan los mayores beneficios.
‘Brexit’, visto desde el pasado
La City no es homogénea. Hay diferentes visiones e intereses y, para distinguir mejor las diferentes posiciones frente a un posible Brexit, es importante conocer la historia de esta Milla Cuadrada. A veces se olvida que la Corporación de la City “es la comuna democrática más antigua del mundo”. Se ha construido sobre las ruinas milenarias del asentamiento romano de Londinium, y el estatus de “ciudadano” de la City se ha mantenido desde entonces. Su independencia se consolidó a finales del siglo XI cuando Guillermo el Conquistador, después de invadir Inglaterra, respetó “la libertad de sus gentes” y, la Corporación se declaró oficialmente una comuna en 1191. Desde entonces ni la Carta Magna de 1215, ni los subsecuentes reyes –incluidos los Tudor, los Estuardo y la reina Victoria– ni Westminster han podido o querido quitarle su autonomía.
Su enorme riqueza basada en la libertad para hacer negocio, sus eficientes instituciones democráticas y legales –sustentadas sobre el Derecho común– y su sistema de milicias han hecho que durante siglos la City tuviese “su propio gobierno, sus propios impuestos y sus propios jueces”. Mucha de esta independencia se mantiene todavía hoy. La corporación sigue siendo el único gobierno de la City.
Es por eso que muchos la consideran el mayor centro financiero off-shore. Sin embargo, la centralidad de Londres en las finanzas globales no surge solo de su atractivo para hacer negocios. Si no fuese por el poder del Imperio británico, Londres nunca habría llegado a ser lo que es. En este sentido, la batalla de Waterloo, 1815, marca un punto de inflexión. Hasta entonces la capital financiera del mundo era Ámsterdam, pero tras la derrota de Napoleón, muchos bancos, intermediarios financieros y aseguradoras del continente se trasladaron a la City.
El mercado único y la actividad financiera en euros son muy importantes para que la City los deje escapar
En su análisis de la historia de la City, David Kynaston, explica que fue durante el “largo siglo” de 1815 a 1914, año de comienzo de la Primera Guerra mundial, cuando la Milla Cuadrada desarrolló sus dos almas. La nativista, más insular y por tanto más patriótica, y la liberal, más cosmopolita. Al igual que hoy, durante los años de la Belle Époque (la primera gran oleada de globalización), llegaban a Londres los más inteligentes y aventureros de todo el mundo. Fue en este periodo cuando Mayer Amschel Rothschild, judío alemán, y otros muchos extranjeros amasaron sus grandes fortunas. Desde entonces, la Milla Cuadrada se ha convertido en una aldea global, con sus inherentes tensiones entre locales y foráneos. Algo palpable hoy en el debate sobre Brexit.
Sin embargo, pese a sus diferencias, y precisamente porque la corporación es el órgano de gobierno que amortigua y cohesiona los diferentes intereses de la aldea, la City siempre ha tenido el mismo lema y visión estratégica: to play the game (saber jugar la partida). Y eso en el mundo de las finanzas quiere decir estar lo más lejos posible del poder político para hacer negocios libremente pero lo más cerca para influir en él, y si fuese necesario, buscar su protección.
La creación en 1694 del Banco de Inglaterra fue un claro ejemplo. Los acreedores privados de la City, cansados de que el rey de Inglaterra incurriese en impagos, le exigieron al monarca, Guillermo de Orange, que les concediese el monopolio de la creación de dinero, si quería obtener nuevos préstamos para luchar contra Francia pero, al mismo tiempo, le pidieron que amparase el nuevo banco con su mandato real. Así, se unían dos extraordinarios poderes: la credibilidad crediticia de los financieros privados y la legitimidad y el monopolio de la violencia del soberano.
Pero el poder, aunque más lento que el capital, también es móvil y las dos guerras mundiales del siglo XX hicieron que el Imperio británico se desmoronase y Londres dejase de ser la plaza financiera del mundo. El testigo lo recogió Nueva York, que se convirtió en la auténtica metrópolis del capitalismo global.
Por entonces, se pensaba que Londres caería en la misma liga que Ámsterdam o París, pero dos episodios clave en la segunda mitad del siglo XX convirtieron de nuevo Londres en el centro financiero más internacional. En los dos hay una estrecha colaboración entre la City y el gobierno británico: el poder. El primero fue el desarrollo en los años sesenta del Euromarket en Londres.
Un mercado offshore que ofrecía productos financieros denominados en dólares en el continente europeo, de ahí su nombre. Estos depósitos en moneda americana eran muy atractivos por dos razones. Porque ofrecían un tipo de interés más alto que el de Estados Unidos, lo que hizo que muchos fondos americanos se viniesen a la City, y porque su opacidad servía de refugio para los petrodólares del golfo Pérsico y los soviet dólares del bloque comunista.
Muchos se preguntan todavía cómo fue posible que en pleno sistema de Bretton Woods, con controles de capitales y estricta regulación financiera, hubiese un mercado off-shore totalmente desregulado. La pregunta no es baladí, porque hay cierto consenso entre los expertos de que el Euromarket fue una de las causas del colapso de Bretton Woods, también conocido como los 30 años dorados del capitalismo. Todo indica que el Euromarket se desarrolló con la connivencia del Banco de Inglaterra.
Parece imposible creer que si hubiera querido cerrarlo no tuviese la capacidad para hacerlo. La Old Lady (“vieja dama” –así denomina la City al Banco de Inglaterra–) hizo la vista gorda porque le interesaba que el capital americano y del resto del mundo volviese a su Milla Cuadrada.
Exactamente por la misma razón, 20 años después, en 1986, Margaret Thatcher impulsó el Big Bang en la City, el segundo episodio que explica por qué todavía hoy, en la segunda década del siglo XXI, la City compite con, y en muchos casos supera a, Nueva York como capital de las finanzas globales. Es bien sabido que el Big Bang desreguló mucha de la actividad de la City, pero lo más importante quizá es que permitió que sus instituciones financieras fueran de propiedad extranjera, lo que hizo que desembarcaran en la Milla Cuadrada los grandes bancos de inversión americanos y los bancos universales europeos.
Este cambio transformó completamente la geografía y la cultura de la aldea, incluida su corporación, y es clave para entender el debate actual sobre el Brexit. Muchos de los históricos Merchant Banks de la City, como Barings Bank y Schroders, fueron devorados. Rothschild es de los pocos que sobrevive. La cultura cambia porque el otro lema de la City: my word is my bond (“mi palabra es mi obligación”), muy usada entre los banqueros como símbolo de la confianza mutua, ya no rige. La City pasa de ser un club selecto y conservador de hombres grises y cierta edad, a ser un gran casino global donde ingenieros franceses de 28 años ganan cientos de miles de libras al año.
‘Brexit’, vista desde el presente
Para Kynaston, el Big Bang de 1986, y la consecuente transformación de la City, explican la crisis financiera de 2008. En los momentos de máxima tensión, cuando el mercado interbancario se congeló por completo se observó como el pilar de la vieja City: my word is my bond había desaparecido. La confianza entre operadores ya no existía, y en el mundo de las finanzas, cuando esta se esfuma el sistema crediticio colapsa. Para Kynaston, igual que para muchos funcionarios de Europa continental, la City se ha convertido en un monstruo indomable y hasta que no se vuelva a regular como es debido seguirá produciendo crisis financieras. La falta de ética y la actividad ilegal son alarmantes. Los escándalos de la manipulación de la tasa Libor, los tipos de cambio y los precios de los metales preciados así lo demuestran. No es de extrañar que la City no sea muy popular ni en Bruselas ni entre la ciudadanía británica.
Aun así, a pesar de los escándalos, todo británico reconoce que la City es una máquina de generar dinero. Esta pequeña aldea global alberga 250 bancos internacionales y genera, con sus tentáculos en todo el país, el 10 por cien del PIB y el 12 por cien de los ingresos fiscales de Reino Unido. En el mercado de divisas y en el de derivados de tipos de interés supera a Wall Street, acaparando el 40 y el 50 por cien, respectivamente, del negocio mundial. La City atrae a los jóvenes más inteligentes del mundo.
En total, los servicios financieros emplean a dos millones de personas en todo Reino Unido. De los 280.000 que trabajan en la City, el 22 por cien no es británico y 38.000 son ciudadanos europeos. Hay 125 compañías de la UE listadas en la bolsa y los bancos europeos tienen cerca de dos billones de euros de activos en Londres. La City es, sin duda, el centro financiero del euro, gestionando el 40 por cien de las operaciones denominadas en esta moneda.
La experiencia, reputación y redes tejidas durante siglos, el inglés como lengua franca y la zona horaria –que permite presenciar el cierre de Asia, toda la jornada europea, y el inicio de la sesión de Wall Street– hacen de la City un gigante tablero de distribución de capital (switchboard) que puede convertir en cuestión de segundos ahorros procedentes de Indonesia en inversiones destinadas a Argentina.
Esto hace que la City sea más internacional incluso que Wall Street, que se alimenta mucho más de capital nacional. Sin embargo, pese a su globalidad, la City vive sobre todo del mercado único de la UE, que con 500 millones es el más grande y con mayor capacidad de ahorro e inversión del mundo. El 40 por cien del negocio mundial de la City se hace con Europa, gracias a que todos los agentes financieros que operan desde la Milla Cuadrada, indistintamente de su nacionalidad, obtienen “un pasaporte europeo” para poder captar e invertir fondos libremente en toda la UE. Un privilegio que se perdería con el Brexit.
Aunque en general la percepción en Europa es que toda la City está a favor de permanecer, la realidad es otra
Esta amenaza explica por qué la mayoría de los grandes bancos americanos como JP Morgan, Bank of America o Goldman Sachs, han expresado públicamente su preocupación por un posible Brexit, al igual que bancos europeos como Deutsche Bank o el Santander. Goldman Sachs ha anunciado que apoyará la campaña por la permanencia con 500.000 dólares y es probable que otros bancos hagan lo propio. El banquero que ha hablado más claro ha sido Jamie Dimon, consejero delegado de JP Morgan, el banco más grande de EE UU: “si no podemos usar nuestro pasaporte desde Londres, no nos quedará otro remedio que establecer varios centros de operaciones en Europa”.
Si esto ocurriese, Dublín sería la ciudad más beneficiada del Brexit por el inglés, la franja horaria y su industria financiera, pero lo más probable es que el sector financiero europeo se fragmentase entre la City, la capital irlandesa, París y Fráncfort. Esta redistribución, aunque traería más volumen de negocio para la eurozona, sería perjudicial para Europa, pues el mundo financiero trabaja en redes profesionales estrechas, personal y geográficamente, y si no las encuentra en el Viejo Continente, el talento se irá a Nueva York o a los centros financieros asiáticos como Hong Kong o Singapur. Por esto, los grandes operadores de la City se oponen abiertamente a un Brexit.
Ellos son los representantes del alma cosmopolita de la City, pero la otra alma de la aldea global londinense piensa muy distinto. Aunque en general la percepción en Europa continental es que toda la City está a favor de permanecer, la realidad es otra. En el debate sobre un posible Brexit, la Milla Cuadrada se divide en dos tribus. Por un lado, los grandes bancos y banqueros de inversión que rechazan el Brexit y por otro, los pequeños corredores de bolsa, los fondos de capital riesgo (hedge funds) y las pequeñas asesorías patrimoniales.
Estos últimos están a favor del Brexit porque la creciente regulación impuesta por Bruselas desde la crisis de 2008 –como la directiva para los Gestores de Fondos Alternativos o Mifid2– les supone unos gastos que consideran desorbitados. Boris Johnson, alcalde de Londres, pretende ser el defensor de este “pequeño” capital británico que se enfrenta al gran capital global dominado por los americanos y asociado con Bruselas.
Para los pequeños operadores de la City, que invierten sobre todo en Reino Unido y atraen mucho capital, bien de la Islas Británicas (y sus paraísos fiscales asociados), o de fuera de la UE, el pasaporte al mercado único importa poco. Muchos de ellos tienen todavía una visión romántica del Imperio británico y su actitud de laissez faire hacia las finanzas. Piensan que salirse de la UE les ayudaría a liberalizar la economía y establecer el marco regulatorio que más conviene a la City. Las palabras de Crispin Odey, fundador del hedge fund Odey Asset Management son representativas de esta visión: “Europa nos está convirtiendo en una colonia y nosotros estamos acostumbrados a ser un imperio. No queremos seguir reglas que no hemos decidido”.
Pero justo por esa razón los grandes poderes de la City –tanto los británicos cosmopolitas de HSBC como los globales de Goldman Sachs– no quieren abandonar el barco. Ellos saben que fuera de la UE lo más probable es que Londres deba operar dentro del marco regulatorio de la UE sin que Westminster o Downing Street tengan ningún tipo de influencia. La City quiere seguir jugando la partida y sabe perfectamente que si no está en la UE verá el juego desde el banquillo. Por ello, tanto la Old Lady como la corporación de la City –las dos instituciones más históricas e influyentes de la Milla– han declarado de modo oficial ante la opinión pública británica su oposición al Brexit. Un posicionamiento que no ha gustado nada a los nativistas, pero esas son las desventajas de tener menos dinero y poder. Una lógica que los ciudadanos de la City entienden bien desde hace siglos.