En las conquistas de territorios en los siglos pasados, los poderosos buscaron siempre la coartada de la civilizacin. Civilizar no era otra cosa que domesticar. El despojo de riquezas continentales se llam entonces ‘nacimiento de nuevas civilizaciones’, y el fraude humano que signific no se refiere slo a que nunca han podido demostrar que lo construido es mejor que lo destruido. Tambin, y sobre todo, a que la ‘domesticacin’ fracas. Una y otra vez, en la historia, la ‘pacificacin’ despus de una guerra de conquista no era sino una definicin del nuevo estatus de los contrarios: unos ganaron, otros perdieron. Es decir, unos domesticaron a otros. O en trminos ms llenos: unos pasaron a mandar y otros a obedecer.
Con un auditorio lleno, en una mesa de reflexin en la que participaron Pablo Gonzlez Casanova, Adolfo Gilly, Javier Elorriaga, Adriana Lpez Monjardn y Sergio Rodrguez Lazcano, se celebr el segundo aniversario de la revista Rebelda. Al trmino del acto, el Sistema Zapatista de Televisin Intergalctica transmiti un video donde el subcomandante insurgente Marcos ley este texto.
La revista Rebelda es cumpleaera y me ha pedido un texto para su aniversario. Yo les he respondido que ya no hago textos, ahora produzco videos para el Sistema Zapatista de Televisin Intergalctica (SZTI), ‘la nica televisin que se lee’.
Necios como son (por algo llevan ya dos aos publicando), los de Rebelda han replicado diciendo que poseen la tecnologa necesaria para enlazarse con el SZTI y que basta con saber qu programa se transmite a la hora de su mesa redonda (que seguro es cuadrada) para que un nmero indeterminado de jirafas, perdn, de televidentes, se apersonen frente a la pantalla (o sea la cartulina) de la televisin zapatista.
As las cosas, nuestro selecto pblico (por el nmero, se entiende) podr ahora deleitarse con nuestro programa de finanzas zapatudas que, como todo economista posmoderno sabe, tiene como ejes fundamentales los siguientes: la paga, el crdito, las cuentas y un saldo.
As que saquen sus calculadoras, sus bacos y sus tablas de multiplicar, porque ya en la cartulina, o sea que en la pantalla, aparece…
I. La paga
Ignoro si la Eva todava atesora el video de Escuela de vagabundos y si an suspira cuando Pedro Infante le canta al odo a Miroslava. La Eva ya tiene 15 aos y es, como decimos ac, toda una soltera. Eso quiere decir que al aleteo de sus ojos se sienten convocados vientos jvenes que rondan su casa (cosa que, dicho de paso, no le causa ningn entusiasmo a su pap).
Hace casi diez aos, cuando la Eva cumpla 4 y entraba en 5 (o sea que tena 6 aos), meti en un paliacate sus pocas pertenencias y sali, junto con todo su pueblo, al exilio. El 10 de febrero de 1995, de la mano de la traicin de Ernesto Zedillo (se que, junto con Dios, est en el altar del ‘cambio’ foxista), helicpteros artillados, tanques de guerra y tropas de elite del Ejrcito federal mexicano tomaron su pueblo, Guadalupe Tepeyac, y, violando el derecho internacional, irrumpieron en la sede del Comit Internacional de la Cruz Roja (CICR), donde los pobladores tojolabales se haban refugiado.
El CICR, como luego lo habra de refrendar en el campamento de refugiados de Polh, en los Altos de Chiapas, tiene vocacin por la buena mesa y los halagos gubernamentales, y no por la labor humanitaria, as que nada dijo. El neoconverso a la democracia Gustavo Iruegas (quien, en una borrachera con Bernal y Del Valle, dio su memorable receta de ‘dilogo’: ‘hay que acabar a las comunidades zapatistas; sin ellas, el EZLN no vale nada’), entonces arquitecto de la poltica zedillista contra el EZLN, consol a la delegacin de la Cruz Roja Internacional con una oppara cena en un restaurante de lujo en la Ciudad de Mxico.
Mientras los ‘prceres’ del humanismo y la neutralidad del CICR cenaban con el asesino desmemoriado, los pobladores de Guadalupe Tepeyac suban la montaa e iniciaban lo que seran siete aos de exilio, mismos que no habran de terminar hasta que la movilizacin de ‘sociedades’ civiles nacionales e internacionales, en el contexto de la Marcha del Color de la Tierra, obligaron al gobierno de Fox a retirar el Ejrcito de esas tierras, posibilitando as el retorno de los autodenominados ‘tepeyaqueros’.
Pero dejemos al discpulo dilecto de George Castaeda intentando engaar bobos con cenas y escritos con posiciones supuestamente democrticas, y permitamos que la Cruz Roja Internacional acumule ridculos y desprestigios en todo el planeta. Dejemos que en el carnaval de arriba siga el intercambio de mscaras y la venta de dignidades.
Dejemos eso y vayamos con la Eva. Ahora la Eva tiene 15 aos y serios problemas econmicos por delante. Hace diez aos la Eva no iba a la escuela y no tena ms problemas que lavar ropa y cargar lea. Ahora va a la escuela y sus problemas no slo crecieron, tambin se complicaron. Sin embargo, no tienen que ver con la suma, la resta, la multiplicacin y la divisin. O bueno, s, pero no en el saln de clases.
Resulta que la Eva no tena la paga para conseguir un su cuaderno y un su lapicero. Alguien le ha ofrecido regalrselos, pero la Eva respondi con un: ‘Acaso estoy pidiendo que me den lo que no tengo’.
Nadie entendi entonces a la Eva. Tampoco cuando la vieron ocupndose, hacendosa, en la cra de conejos. Mucho menos cuando pudo vender dos conejos y conseguir un poco de paga. La sorpresa vino cuando, en lugar de comprarse un su prensapelo, un su medio fondo o un su portapechitos, la Eva se mand a comprar un cuaderno nuevecito que tiene muchas hojas: unas en blanco, otras con rayas y otras con cuadrcula. En la portada del cuaderno hay dibujada una Jirafa rosa cargando unos libros y la Eva, que tambin se mand comprar un lapicero y un juego de plumines, le ha pintado un pasamontaas azul a la Jirafa.
‘Acaso los zapatistas usan pasamontaas azul’, le dice el Heriberto (su hermanito, que ahora tiene 13 aos) cuando la Eva le muestra su cuaderno. La Eva vuelve a mirar su Jirafa y replica: ‘Acaso te estoy preguntando, si yo lo consegu la paga de mi cuaderno y yo le pongo el pasamontaas del color que se me da la gana’.
El Heriberto (que durante algunos aos logr rehuir la escuela argumentando que qu iba a hacer si el maestro le preguntaba algo, porque l no saba nada), est enojado, pero no con la Eva. Bueno, no slo con la Eva, sino con el mundo entero. Est enojado porque no le dan un su caballo, a pesar de que ya ha demostrado que, subido en una piedra, puede alcanzar con su pie el estribo. El Heriberto se desespera, pero aprende, y no precisamente en la escuela.
Despus de la respuesta de la Eva, el Heriberto va y se planta frente a sus paps y les dice: ‘Acaso estoy pidiendo que me den lo que no tengo. Yo lo voy a juntar la paga y me voy a comprar un mi caballo y lo voy a pintar de azul’, y voltea a mirar a la Eva como pidiendo apoyo.
La Eva sigue haciendo la tabla del 7 y, sin siquiera voltear a verlo, le dice: ‘Acaso hay caballos azules’.
‘Hay’, dice el Heriberto.
‘No hay’, dice la Eva.
‘Hay’, dice el Heriberto.
‘No te doy dulce’, dice la Eva.
‘No hay’, dice el Heriberto, que comprende que debe ser flexible y que, despus de todo, todava no tiene la paga y a l le gustan los caballos negros porque, dice que el Sup le dijo, ‘los caballos azules son para las nias’.
No le crean al Heriberto, los est mentirando. Yo no dije que los caballos azules son para las nias.
Lo pens, pero no lo dije.
II.- El crdito
En las conquistas de territorios en los siglos pasados, los poderosos buscaron siempre la coartada de la civilizacin. Civilizar no era otra cosa que domesticar. El despojo de riquezas continentales se llam entonces ‘nacimiento de nuevas civilizaciones’, y el fraude humano que signific no se refiere slo a que nunca han podido demostrar que lo construido es mejor que lo destruido. Tambin, y sobre todo, a que la ‘domesticacin’ fracas.
Una y otra vez, en la historia que arriba se escribe, la ‘pacificacin’ despus de una guerra de conquista no era sino una definicin del nuevo estatus de los contrarios: unos ganaron, otros perdieron. Es decir, unos domesticaron a otros. O en trminos ms llenos: unos pasaron a mandar y otros a obedecer.
En los grandes trancos que la humanidad ha dado desde entonces, para la historiografa del Poder las cosas no han cambiado mayormente: siguen habiendo guerras, siguen habiendo vencedores y vencidos, siguen las domesticaciones, y siguen quedando unos mandando y otros obedeciendo.
Una de las muchas consecuencias de esta manera de entender la historia es que define los acontecimientos con resultados definitivos de triunfo y derrota. En la historia de arriba no hay gradacin en el xito obtenido: se vence o se es vencido.
Y en el reparto de gracias y desgracias, el Poder es tan magnnimo como lo permita el pincel de quienes le adornan el rostro al de arriba y al de abajo.
As, el consuelo para el derrotado no es la revancha, sino la belleza. De esta forma se construye la esttica del derrotado: ‘Perdimos, s, pero ramos tan hermosos’.
Sin embargo, la derrota no tiene ninguna belleza. La aparente hermosura de la nostalgia que la adorna no ha sido construida desde abajo. Es slo una mala pintura para que nosotros, los derrotados de siempre, sigamos siempre derrotados, enamorados de la cada y convencidos de que la victoria no nos pertenece porque su fealdad slo atae al poderoso.
Lo que el Poder quiere es, simple y sencillamente, que volvamos a luchar, s, pero sin otro objetivo que acumular esas bellezas que no son sino la triste moneda de la derrota. Ahora tenemos los almacenes repletos de ella, y slo la podemos comercializar con otros como nosotros, abajo.
En suma, en las finanzas de la desmemoria, el que gana cobra al contado, el que pierde paga a crdito y a largo plazo. El sistema bancario del Poder slo ofrece a los de abajo crdito para la derrota. Mientras ms crezca la cuenta de nuestras cadas, ms fastuosa ser la bienvenida que recibamos en el sistema bancario de la desesperanza.
Sin embargo, algo no embona. Como si fueran piezas de rompecabezas en un tablero equivocado, la resistencia a la domesticacin y la rebelda contra la cadena de mando/obediencia, rompen con la lgica de una historia impuesta y se niega a adquirir el pster tridimensional del hermoso ngel cado.
Cuando el Poder escribe la palabra ‘FIN’, la resistencia agrega el signo de interrogacin que no slo cuestiona el fin de la historia, sino que, tambin, se niega a aceptar un maana que slo la incluye como derrotada. De esta forma, apostando a transformar el futuro, la resistencia apuesta a cambiar el pasado.
La resistencia es as el doble vaivn de la mirada, el que niega y el que afirma. El que niega el fin de la historia y el que afirma la posibilidad de rehacerla.
III. Las cuentas
Hacer realidad las cuentas en La Realidad no es sencillo. Sentado junto a m, Andrs est ‘ensendome’ a contar. Manteniendo la respiracin, Andrs empieza por el uno y pasa sin dificultad hasta el 77. Al llegar ah acelera y, ya morado, termina con un ’97, 98, 99 y siento que ya no puedo ms’. Andrs se me queda viendo. Yo entiendo que tengo que felicitarlo (y, por supuesto, no debo hacer notar que omiti los nmeros del 37 al 66), as que aplaudo discretamente.
El Andrs vive en La Realidad y tiene 7 aos y est entrado en 8. Naci el mismo da en que se firmaron los primeros Acuerdos de San Andrs, donde el gobierno federal se comprometa a reconocer, en la Constitucin, los derechos y la cultura de los pueblos indios de Mxico.
Ahora estamos con el Andrs sentados a la orilla del arroyo donde se baan los caballos. Llegamos ah corriendo, despus de tomar por asalto la tiendita La Nana, en el caracol de La Realidad. Ahora podemos descansar, porque todava falta para que encuentren al Moy y le digan que ‘Vino el Sup con unos nios y se llevaron los Totis, las galletas Maras, los chicles y los refrescos, y dijeron que van a pagar hasta cuando ganemos la guerra’, lo que no es sino una mentira flagrante, porque no haba refrescos.
Pensando que me ha conmovido con su ‘cuenta’ hasta el cien, Andrs me confiesa que tiene roto el bolsillo del pantaln y que se le cay todo su botn. Yo hago como que no vi que lo escondi detrs de un arbusto y le convido de mis Totis.
Con la boca repleta de frituras y con un tono mantecoso, Andrs me dice que l, cuando sea grande, va a ser contador. Yo entiendo que Andrs no quiere decir lo que quiere decir, y le pregunto qu va a contar.
‘Estrellas’, me dice, como si dijera ‘vacas’.
‘Mmh, pero sas son muchas’, le digo tratando de orientarlo a una profesin ms lucrativa.
El dice: ‘No importa, yo aqu voy a estar hasta tarde’.
Yo le iba a pedir que me firmara un autgrafo cuando llegan el Olivio y el Marcelo a invitarme a cazar ‘gallinita de agua’. Yo les pregunto si no tienen miedo. Ellos se indignan.
‘Ya somos grandes ya’, me dicen-informan-advierten.
‘Cuntos aos tienen, pues?’, les pregunto.
‘Ya no alcanzan las manos para hacer la cuenta’, me dicen, as que yo debo deducir que tienen 11 aos.
Viendo un rollo de galletas Maras, el Olivio me dice: ‘O Zup, en el caracol ya llegaron ya los promotores de salud’.
‘S’, dice el Marcelo, ‘…y traen muchas inyecciones!’
Les di las galletas Maras. De todos modos a m las que me gustan son las Pancrema.
El Olivio y el Marcelo prometieron avisarme cuando se vayan los promotores, as que sigo escondido en la Ceiba, mientras el Andrs est de guardia.
Aunque ya est oscuro, s que sigue ah. Claro escucho que cuenta:
’35, 36, 57, 58, 59…’
De pronto se detiene y, hasta la copa de la Ceiba avienta una pregunta:
‘O Zup, las estrellas que se caminan, cuentan o no cuentan?
IV. Un saludo
(In) definicin financiera de la rebelda: ‘Una cantidad indefinida de jirafas que de pie suean que en su cuenta aparecen estrellas feas y no hermosas derrotas. No son sujetas de crdito y, sobre todo, ni se venden ni se compran. De rendirse mejor ni hablar.’
Desde las montaas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
Mxico, noviembre del 2004, 20 y 10.
P.D. Aqu termina nuestro programa de finanzas globalizadas. Siga sintonizando el Sistema Zapatista de Televisin Intergalctica, ‘la nica televisin que se lee’.
Fuente: Plataforma de Solidaridad con Chiapas