Este artculo habla sobre la muerte de la izquierda elitista. Entendemos por izquierda elitista el conjunto de organizaciones que plantean alcanzar el socialismo a travs de relaciones jerrquicas, en las que unos “piensan y dirigen” mientras los dems se limitan a ejecutar tareas. De estas organizaciones, la ms voluminosa, por su burocracia y cantidad de afiliados, es el Partido Comunista, pero no es la ms importante. Esta crtica es a las organizaciones que dicen estar a la izquierda del PC, y que desde all reproducen esta concepciˇn elitista de representaciˇn y mando poltico.
“Sin embargo, al arrebatar a las personas un suelo sobre el que podan posar sus pies pero que les impeda tener alas, este proceso ofrece algo ms que el dolor de la cada; es la ausencia completa – cruda, implacable – desde donde la plenitud, al poder llegar a ser distinguida y reconocida como necesidad y como aptitud, se vuelve posible.” (El club de lucha, noviembre del 2002) 1 La dcada de los 90 fue para la izquierda elitista un tiempo descorazonador. Si las heridas sufridas bajo la dictadura haban sido parte inevitable de un combate en el que muchos supieron preservar su dignidad, el captulo abierto en 1989 no fue tan decoroso: una parte de la militancia tuvo que soportar las maniobras de claudicaciˇn de sus lderes frente a los vencedores; otra parte, obligada a nadar en aguas enturbiadas, mordiˇ uno a uno los anzuelos tendidos por el siniestro d˙o Schilling-Carpenter, con resultados desastrosos; mientras que por todas partes las masas militantes se dispersaban dando la espalda a sus jefes. Las capas dirigentes no quisieron ver en ello ms que la consecuencia del “vaco” dejado por la salida de Pinochet, y por inercia, los dems se acostumbraron a creer que la desbandada se haba producido al no haber un enemigo claramente identificable al cual oponerse (la impotencia llega al extremo de que algunos a˝oran “los buenos tiempos de la dictadura, cuando al menos haba algo por qu luchar”).
La izquierda elitista vive naufragando, y siempre ve las cosas al revs. La dispersiˇn de una parte de la militancia y el suicidio armado de la otra, no se pueden explicar solamente por crisis internas de esas estructuras partidarias. En realidad fueron sntomas muy claros, aunque tardos, de la descomposiciˇn de un sistema social obsoleto, y del consiguiente desarrollo de un sistema nuevo contra el cual las viejas organizaciones no tenan nada que hacer. No fue el horizonte de emancipaciˇn lo que se hundiˇ, sino la concepciˇn elitista de la revoluciˇn y del partido. Desde fines de los ochenta, por cada direcciˇn poltica cada en desgracia, se han levantado cientos de proyectos autˇnomos, dirigidos por sus propios ejecutores en el polo opuesto al militantismo obtuso e ideologizado. Nunca antes hubo tanto por qu luchar, y nunca antes un amplio sector conciente, reacio a soportar jefaturas, pudo experimentar con tanta libertad formas nuevas de hacerlo. El espritu burocrtico menosprecia la autonoma porque no ve su bandera ondear en los capiteles de la Poltica; pero esta semi-clandestinidad de los proyectos autˇnomos ha sido hasta ahora su mayor fortaleza. Para nosotros, esta no ha sido una dcada perdida. 2 Es un lugar com˙n que a mediados de los setenta los llamados Chicago boys desataron una colosal transformaciˇn de las estructuras econˇmicas en Chile.
Tal transformaciˇn no poda completarse a menos que le acompa˝ara una mutaciˇn social de igual envergadura. Esa fue la tarea que la CIA le encomendˇ a la reacciˇn democratacristiana y eurosocialista, los Sorbona boys, en los 90: no se trataba simplemente de acentuar las polticas heredadas del rgimen militar, adems haba que eliminar todo lo que hiciera pensar en lucha de clases, empezando por las palabras que pudieran nombrarla. El ataque deba darse fundamentalmente en el terreno de la cultura y los medios de desinformaciˇn masiva. Aqu es donde la izquierda elitista no hizo otra cosa que retroceder, borrando de su discurso el horizonte comunista y con l todo lo que pudiera arrojar alguna duda sobre la necesidad de que unos pocos lderes condujeran la lucha. Para la tecnocracia del fascismo ligero, la izquierda elitista no ha sido un enemigo temible. Los que le inquietan el sue˝o son esos grupillos amorfos e incendiarios que no paran de multiplicarse, violentos y callados, como si no tuvieran nada que perder: hacia estas tropas oscuras han dirigido sus miradas, casi sin ver nada, los policas de El Mercurio y otros agentes estatales. Hasta ahora los ˙nicos medios para mantener a raya a estos brbaros sin capitanes han sido los gases lacrimˇgenos y la ley de seguridad interior del estado. Por su parte, los jefecillos de los diversos grup˙sculos jerrquicos ya no son un problema: bastan unos pocos estmulos sentimentales para ponerlos a morderse la cola con entusiasmo. 3 Con tal de no darle un respiro, los nuevos amos de la sociedad han apretado el nervio ms sensible de la izquierda: sus muertos.
En esto sˇlo han seguido ˇrdenes de los expertos del Pentgono, que aplicaron estrategias similares en el resto de Latinoamrica: a sabiendas de que los militantes, los familiares y una gran audiencia no aceptaran de ning˙n modo que los crmenes cometidos contra el pueblo fueran borrados de la memoria, han hecho colgar sobre sus cabezas la amenaza permanente del olvido y la impunidad, mantenindolos as en una alerta constante, cansadora, f˙til en la medida que depende de lo que hagan unos jueces contratados por el mismo estado que cometiˇ los crmenes. Cada vez que la izquierda ha parecido dispuesta a luchar por algo ms que por sus muertos, se le ha recordado que stos a˙n vagan sin sepultura, y amenazndola con un olvido decretado por ciertos legisladores, se la ha obligado a recordar interminablemente. “Hay que olvidar”, vociferan los fascistas, para que los revolucionarios no hagan otra cosa que conmemorar. Quizs ning˙n otro artilugio habra servido mejor para dificultarle a la izquierda pensar l˙cidamente las condiciones de su presente, cunto hay de nuevo en ellas y cˇmo emprender un nuevo comienzo. 4 Lo dems ha venido por s solo. Una vez que la vieja elite pasˇ a la ˙ltima lnea de retaguardia, con la espalda doblada bajo los bultos burocrticos e ideolˇgicos que no quiso abandonar, lo ˙nico que le quedˇ por hacer fue convencerse de que a˙n estaba a la cabeza del pueblo. Para demostrarlo, hizo suyas todas las trivialidades impuestas por la prensa y los departamentos de marketing poltico. No hablˇ ms de revoluciˇn ni de lucha de clases, y actuˇ en cada ocasiˇn de forma que nadie fuera a escandalizarse. Creyndose obligados a decir sˇlo lo que su pueblo destrozado quera escuchar, los izquierdistas de elite sacrificaron su imaginaciˇn y su audacia, y con ellas, el ˙nico lazo que poda unirles fructferamente a la multitud desposeda.
En lugar de investigar lo que esta sociedad realmente es, cˇmo ha llegado a ser lo que es y cˇmo se la podra destruir, la izquierda elitista se ha contentado con repetir las ridiculeces que el espectculo ha puesto en boca de todos. Cuando hay que darle un nuevo sentido al trmino “lucha de clases”, hablan de “derechos humanos”; cuando hay que denunciar la precarizaciˇn del trabajo como coartada para la preservaciˇn de la propiedad capitalista, exigen medidas para disminuir la cesanta; mientras la tecnocracia neofascista prepara la esclavizaciˇn definitiva de la fuerza de trabajo, ellos piden “justicia social”; cuando se necesita explicar y combatir el desarrollo de un nuevo rgimen de explotaciˇn, se limitan a lloriquear por la “continuidad del pinochetismo”. Pero cuando los combatientes contra ese mismo rgimen fueron cercados y encarcelados bajo condiciones de tortura permanente, ellos consideraron que no haba por qu apoyar a unos cuantos “cabezas de pistola” incapaces de ajustarse a las nuevas condiciones de lucha. Esta izquierda tan adelantada considerˇ que las “nuevas condiciones de lucha” la obligaban a abandonar, por divergencias tcticas, a los compa˝eros hechos prisioneros por el enemigo. Uno se pregunta si haba alg˙n enemigo para esta izquierda especialista en relaciones p˙blicas. 5 Los gobiernos democrticos mandaron a construir una nueva escenografa social en que las agitaciones no tuvieran lugar, o al menos resultaran invisibles e innombrables. La coaliciˇn reaccionaria reformˇ con ese fin la administraciˇn estatal, los servicios p˙blicos y el sistema judicial, cambiˇ la composiciˇn de los altos mandos militares, innovˇ los mtodos represivos contra la ultraizquierda, reestructurˇ el rgimen salarial, reformulˇ la poltica carcelaria, etc.
A lo que debe agregarse la metamorfosis cultural impuesta por la destrucciˇn de las ciudades, el consumo forzado de todo tipo de porqueras, la nueva estupidizaciˇn televisiva y el endeudamiento de masas. A este proceso la izquierda burocrtica aportˇ con las falsas soluciones a los falsos problemas que le gustaba imaginar. Desde que la sonrisa idiota de Aylwin empezˇ a anunciar la mayor transformaciˇn social ocurrida en Chile, todo lo que la izquierda elitista ha dicho sobre esta sociedad es que en ella “nada ha cambiado en realidad”. Seg˙n estos genios, nada cambiar mientras los asesinos a sueldo del estado no reciban castigo de los jueces a sueldo del estado; nada cambiar mientras el capitalismo siga siendo neoliberal en vez de “humano”; nada cambiar mientras las elecciones binominales obliguen a esa izquierda menesterosa a vestir el traje extraparlamentario con el cual no se le permite entrar en los salones. Estupideces. Los jefes de la izquierda burocrtica han hecho aparecer a los gobiernos concertacionistas como meros “continuadores del rgimen militar”, porque eso es lo ˙nico que puede justificar la continuidad de las jerarquas que ellos comandan. Esta falsificaciˇn se ha impuesto no sˇlo sobre las mentes adormecidas de la izquierda claudicante, sino tambin, y por simple contagio, sobre muchos compa˝eros honestos y comprometidos que carecen de teoras que den cuenta de la realidad. El enga˝o versa as: La forma-partido tradicional dio fuerza y conducciˇn a la lucha contra la dictadura > Los gobiernos de la Concertaciˇn son continuadores del modelo impuesto por la dictadura > A este rgimen continuista, hay que oponer las mismas herramientas polticas que se usaron contra la dictadura. Lo cual equivale ms o menos a decir: ayer tuve un resfriado y alivi los sntomas tomando aspirina; hoy amanec con pulmona, as que seguir tomando aspirina.
6 Es cierto que los fundamentos del sistema se han mantenido intactos, y en ese sentido es verdad que “se ha cambiado todo para que no cambie nada”. Pero esto seguir siendo as mientras no se ponga fin al capitalismo en cuanto tal. Con tal de preservar sus fundamentos podridos, la sociedad-mercanca requiere de reestructuraciones periˇdicas, siempre violentas, en las que se resguarda el n˙cleo de la explotaciˇn mediante la mutaciˇn de casi todo lo dems. Pues bien, dado que las bases del sistema capitalista – propiedad privada, explotaciˇn privada del trabajo social – se mantienen inalterables pese a las reestructuraciones, es ese amplio “todo lo dems” lo que debe importarnos si queremos saber dˇnde tenemos puestos los pies. Una de las cosas que ha cambiado ostensiblemente es la conciencia de los oprimidos, al menos en un punto en particular: cada vez menos gente cree que alguien pueda hacer algo para salvarla de la degradaciˇn y el fracaso. El descreimiento generalizado respecto a que alguna elite o jefe carismtico pueda cambiar las cosas tiene su primera expresiˇn en el individualismo egosta, en el “consumo autosuficiente”, en la liberalizaciˇn de ciertas costumbres no tan peligrosas… De la convicciˇn de que cada uno debe salvar su propio pellejo se pasa fcilmente a la paranoia armada, a la ostentaciˇn p˙blica de perros rottweiler, a un modo de convivencia cotidiana que recuerda el pabellˇn de “agresivos” de un asilo siquitrico, y al fascismo. Pasar. Es el momento traumtico de la prdida de la inocencia. Tras esto, nadie volver a votar seriamente por una alternativa al capitalismo, por la sencilla razˇn de que nadie puede creer seriamente que un gobierno sea capaz de acabar con toda esta miseria. Como mucho, tal vez seamos testigos de alguna parodia frentepopulista destinada a naufragar junto con todo lo dems, como el “socialismo” cubano, o ms recientemente, el de Chvez. La audiencia prestar sus servicios electorales con una mezcla de esperanza, compasiˇn y crueldad. Y luego tendr la oportunidad de salir armada a la calle, esta vez con un motivo. 7 Las alternativas elitistas por venir sern los ˙ltimos intentos por restaurar el viejo orden del autoenga˝o, y aunque es posible que estos “humanizadores de la barbarie” cosechen xitos parciales y espordicos, a la larga sern recordados como los ˙ltimos estertores de una poca excesivamente confiada.
No ser el pueblo quien barra con lo que queda de los estados, sino las mafias transnacionales. Entonces, cuando ya no haya ninguna duda de a quin sirven las burocracias polticas y sindicales, ni quede “bien com˙n” alguno que justifique la acciˇn de sus policas, entonces los asalariados tendrn que vrselas directamente con sus enemigos de clase.Entretanto, la concepciˇn elitista del partido tendr un solo papel que jugar: servir como colchˇn amortiguador del choque social. Si bien las organizaciones del movimiento obrero clsico (partidos y sindicatos) pocas veces desempe˝aron otro papel, esta vez las condiciones del capitalismo maduro lo harn mucho ms evidente. En el momento en que la economa mercantil se independiza por completo de las necesidades humanas y de cualquier control poltico, la poltica sigue a su vez el mismo movimiento, independizndose de las necesidades reales de la lucha y de cualquier control social. A la creaciˇn de valor-dinero como fin en s mismo corresponde el imperio de la representaciˇn poltica como fin en s mismo, justificable sˇlo por la supuesta vigencia de una “naturaleza humana” servil e incapaz de construir su propia historia. Las organizaciones de izquierda que no quieran obstaculizar la actividad independiente de la clase productora, necesariamente tendrn que diluirse en su movimiento general de auto-instituciˇn. No es fcil quitarse de encima la tradiciˇn elitista heredada, para asumirse en cambio como uno ms entre muchos n˙cleos de revuelta y contestaciˇn, aparentemente incoherentes entre s. Pero esta es una lecciˇn ante la cual ya no es posible retroceder: la coherencia del conjunto de las luchas sociales sˇlo puede nacer de su propio movimiento conciente. Ninguna elite impondr a los productores la coherencia y eficacia prctica que stos no puedan alcanzar por s mismos. 8 Si algo pueden y deben hacer los revolucionarios ahora, es un esfuerzo por comprender a cabalidad en qu consisten las nuevas condiciones del capitalismo maduro. Sˇlo teniendo en cuenta las nociones de espectculo, producciˇn posfordista, trabajo inmaterial, biopoltica e inteligencia colectiva es posible hoy da dilucidar los problemas de organizaciˇn que se nos imponen frente a un sistema que moldea y explota la totalidad de la vida humana.
La jerarquizaciˇn que seg˙n los viejos cuadros debe separar a dirigentes y ejecutantes del proyecto revolucionario, sˇlo tendra sentido si esa dirigencia poseyera en exclusiva la claridad de un “ms all” de esta sociedad que habra que alcanzar, un “otro lugar” al que estara capacitada para llevarnos, obedecindonos a la vez que nos manda. Pero, ┐quin ocupa hoy un lugar en la organizaciˇn del trabajo social que le permita vislumbrar esa “otra vida” deseable? ┐Quin puede ofrecernos un porvenir? La idea de que puede haber una vida emancipada ms all de la vida presente esclavizada, es una idea mstica que sˇlo sirve a quienes buscan ocupar las jefaturas vacantes. No hay futuro al que se nos pueda dirigir. El ˙nico terreno de aplicaciˇn de la inteligencia colectiva es la actualidad de su propio desenvolvimiento, su conflicto presente. Es all donde el dilogo constituye una unidad con la ejecuciˇn prctica, es decir, donde surge la praxis revolucionaria, y es all donde todo problema presente se convierte en un problema fundamental del devenir comunista. 9 La organizaciˇn revolucionaria debe oponerse a una sociedad que fragmenta, separa y asla todos los aspectos de la vida. Por lo tanto no puede fragmentar su propia actividad en especializaciones y jerarquas, ni aislarse del devenir de su clase. Su acciˇn debe tender ante todo a politizar la vida cotidiana en todos sus frentes, generalizando la comunicaciˇn entre las diferentes luchas, construyendo continuamente libre cooperaciˇn, liberando espacios y tiempos que den forma a acontecimientos cualitativamente superiores. Sˇlo hay una cosa que cambiar: el presente. Es preciso destruir todo ma˝ana emancipado que haya sido posible imaginar. La lucha no es por alimentar ilusiones, sino por erradicarlas, pues como afectos pasivos que son, derivadas del aburrimiento y la desesperaciˇn, constituyen medios de dominaciˇn. No es mediante ideales ni perspectivas de futuro como nos apropiaremos de nuestra vida material. No se trata de ser optimista o pesimista, sino de reconocer las condiciones concretas en que podemos recuperar la existencia que nos ha sido robada. ┐Qu pueden hacer por nosotros los rojos amaneceres? El problema es sustraer ahora nuestras fuerzas a la explotaciˇn. El problema no es concebir una fuerza poltica organizada para la revoluciˇn. Ms bien se trata de asegurar un devenir revolucionario en el que nuestras organizaciones nos ayuden a construir nuevas sociabilidades, nuevas fuerzas. Lo principal es propagar y multiplicar acciones, momentos, relaciones comunistas. Las formas organizativas que este movimiento adopte dependern de cada coyuntura.
Cunto sirvan estas organizaciones a la auto-emancipaciˇn de los productores, depender del desarrollo de su propia conciencia y de su autonoma prctica. Todas las ilusiones se han ido. Los productores de mercancas hasta ahora no han producido ms que su propia ruina. Si en verdad desean tener un futuro, deben apoderarse de todos los medios de producciˇn material de la vida social. Cada hombre, mujer y ni˝o debe ser el productor libre de su propia vida, amo absoluto de su destino. Luchar por menos que eso no vale la pena. Santiago de Chile.