El pasado mes un periódico nacional dio a conocer datos sobre la actual composición religiosa de El Salvador. De acuerdo con esa fuente, probabilísticamente solo hay un punto de distancia entre católicos y evangélicos, los primeros con un 40.5% y los segundos con un 39.5% La demografía religiosa ha ido cambiando a ritmos cada vez más acelerados. Le tomó 77 años a las primeras iglesias evangélicas alcanzar al 3% de la población. Pero, partiendo de la Década de los Setenta, solamente le tomó veinte años quintuplicar ese porcentaje y llegar al 16% En los siguiente veinte años, durante los Noventa y la primera década del siglo XXI, volvió a duplicar su crecimiento hasta alcanzar el 32% Y en los últimos años ha venido acumulando casi un punto porcentual anual hasta llegar al índice actual. ¿Cómo se explica el crecimiento de los evangélicos?
Primero se debe precisar que el fenómeno del crecimiento de las iglesias evangélicas no es exclusivo de El Salvador; es un hecho que se constata de manera general en Latinoamérica, aunque es eminente en el Triángulo Norte de Centroamérica. La vieja explicación de que es el resultado de las recomendaciones del Reporte Rockefeller ha sido desvirtuada por el hecho de que las iglesias han desarrollado su trabajo desde las limitaciones y carencias antes que desde el patrocinio. Las explicaciones van más del lado de que las iglesias evangélicas presentan la enseñanza del evangelio de manera asequible en la cultura popular. La enseñanza sencilla, fácil de asimilar y fácil de replicar, ha permitido una expansión acelerada del mensaje evangélico. También se debe recordar que, en el caso salvadoreño, el boom del crecimiento se produjo durante la guerra civil. Un período de fuerte desplazamiento del campo a la ciudad.
Las personas huían de la violencia y llegaron abruptamente a los centros urbanos donde tuvieron que acomodarse donde pudieron, sin trabajo y sin acceso a servicios básicos. Frente al anonimato de la ciudad, las iglesias se convirtieron en lugares de acogida donde fueron recibidos como hermanos. Fue la oportunidad para desarrollar lazos de pertenencia con la vida urbana. Pero las iglesias no solamente les brindaron aceptación, sino que también la posibilidad de ascender dentro de los roles de servicio durante el culto.
Las iglesias evangélicas son altamente participativas y alientan a las personas a tomar parte activa en la liturgia y el servicio. El pasar de simple oyente a asumir responsabilidades de dirección y enseñanza les brindó a los desplazados la oportunidad de ascender, al menos, en la comunidad de fe. El ascender socialmente fue algo que algunos nunca habían experimentado y, tal vez, ni imaginado. Su ejemplo también sirvió de inspiración a otros que buscaban llenar su sed de valía en una sociedad que les marginaba y rechazaba. Pero, no todo es tan positivo.
Con la honestidad que el caso amerita, se debe añadir que las iglesias evangélicas hacen un fuerte énfasis en la espiritualidad personal hasta producir un dualismo que coloca al individuo por arriba de los temas sociales. Eso condujo a que los evangélicos se convirtieran en indistinguibles de la sociedad de consumo que les rodeaba y, así, se enquistaron en la dinámica de mercado que se ha desarrollado desde que terminó la guerra. Los evangélicos han diversificado el mercado religioso donde las preferencias personales encuentran satisfacción y alientan la espiral del crecimiento; al alto precio de terminar atrapados en el mismo mundo del que quisieron huir y fallando al dejar de ser la diferencia en una cultura secular.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim