¿SOBREVIVIRÁ LA IZQUIERDA? UNA REFLEXIÓN SOBRE SU CRISIS Y EL IMPACTO DE LAS ELECCIONES DE 2002 Roberto Salom E.*2004

Algunos antecedentes necesarios

En 1987 apareció mi libro sobre “La crisis de la izquierda en Costa Rica” y posteriormente he escrito algunas reflexiones menores sobre esta corriente política en sus avatares y procesos, después de la primera publicación. Ahora se me ofrece una nueva oportunidad de volver a reflexionar sobre la situación y perspectivas de la izquierda en Costa Rica a propósito de su participación en las pasadas elecciones del año 2002.

Creo que existe una situación enteramente distinta en relación con esta corriente política con respecto a la prevaleciente en la década de los ochenta del pasado siglo y en años posteriores, pero me parece fundamental recuperar aquí los principales planteamientos formulados en aquella ocasión a fin de comprender a cabalidad los antecedentes de la problemática actual.

Una hipótesis inicial consiste en que la crisis de la izquierda estaba ligada a la crisis económico- social y política por la que atravesaba nuestro país en esos años (Salom, 1987, p.11). Con ello no se quería decir que el primer fenómeno era el producto del segundo, ya que la situación de aislamiento político de la izquierda costarricense en su conjunto tiene raíces históricas de más larga data (Ídem), y, por otra parte, hoy sabemos que la problemática en que se encontraba inmersa presenta una dimensión internacional, es decir, mucho más allá de lo nacional o aun de lo regional.

El alcance del primer aserto estriba en que por aquellos difíciles años de la década de los ochenta del recién pasado siglo XX se produjeron importantes escisiones en todas las principales organizaciones de la izquierda costarricense y, más importante aún que la mera aunque sintomática coincidencia en el tiempo de tales escisiones, era la problemática en común que se debatía por su parte en cada una de las organizaciones, si bien con sus diferentes matices y grados de profundidad en cada caso (Ídem, p. 149).

Se plantea, además, que tal problemática común era la evidencia del aislamiento e ineficacia política de la izquierda costarricense (Ídem); situación de la que ya algunos sectores dentro de esta corriente estaban conscientes y a la cual se aprestaban a confrontar.

Las elecciones nacionales de 1982 constituyeron un antecedente importante en el desencadenamiento de esta problemática, en las cuales, pese a las expectativas y a cierta capacidad de convocatoria mostrada durante la campaña, la Coalición Pueblo Unido que aglutinaba a las principales organizaciones de izquierda obtuvo un resultado electoral menor que en las elecciones anteriores (1978), tanto en términos relativos como absolutos (Ídem, p.151).

Como se plantea en la obra, “este fue un dato clave para iniciar una elaboración auto-crítica con respecto a la significación y el papel del movimiento (sic) en las luchas políticas y electorales de Costa Rica” (Ídem).

Lo que estaba en crisis, según la izquierda, era “el estilo y el contenido del quehacer político”, el cual se caracterizaba por “el dogmatismo, el sectarismo, el doctrinarismo y la prepotencia” (Ídem). El aislamiento político de la izquierda “ha traído aparejada la ineficacia para desarrollar una conciencia nacional a favor de un cambio social profundo” (Ídem, 152), capaz además, tal transformación, de preservar “la democracia y el pluralismo como elementos fundamentales de la conciencia política de los costarricenses” (Ídem).

En este mismo documento se establece que la premisa política para ese proyecto de transformación social es la estructuración de un frente amplio (Ídem), el cual, a esas alturas, estaba claro que Pueblo Unido no fue capaz de organizar. “La inexistencia del frente amplio obedece en muy buena medida al hecho de que la izquierda no ha estado dispuesta a asumir prácticamente, más allá del discurso teórico, los compromisos y las alianzas reales, sin arrogancias, sin espíritu hegemónico, sin paternalismo, con otros sectores políticos necesarios para crear las premisas políticas de un auténtico bloque social transformador” (Ídem).

En opinión de un sector en el que se encontraba virtualmente dividida la izquierda, que en esa coyuntura atravesaba transversalmente a todos los partidos integrantes de la Coalición Pueblo Unido, el frente amplio estaba llamado a ser la expresión política de este bloque de fuerzas sociales transformadoras y aquella alianza estaba muy lejos de servir de base o constituir uno de los afluentes importantes de una fuerza política semejante (Ídem, p. 153).

Este planteamiento estaba inserto en el contexto de un debate en el seno de la izquierda, el cual se fue profundizando hasta terminar en la consumación de la escisión de cada uno de los tres partidos que originalmente integraban la coalición a la que nos hemos referido.

De allí el sentido de algunas de las preguntas que nos hacíamos, inmersos como estábamos, en una intensa polémica en el seno de la izquierda: “¿conviene al movimiento revolucionario de nuestro país, escatimar esfuerzos en la conformación de ese frente amplio en el momento actual? ó ¿corresponde al movimiento revolucionario como primera tarea, abocarse a la preparación para la lucha armada?” (Ídem); para agregar enseguida: “la defensa de las libertades públicas y la democracia sólo puede ser la tarea de todo el pueblo. Aún si previéramos a un plazo más o menos corto, la posibilidad de una salida autoritaria por determinación de las clases dominantes criollas, nada puede eludir la responsabilidad urgente de crear un amplísimo auditorio político en torno a la defensa de la paz, la democracia y los cambios estructurales que garanticen la justicia social en Costa Rica” (Ídem).

A propósito de la lucha armada, debe recordarse que más que amenaza alguna de sectores de las clases dominantes criollas, pendía por entonces la amenaza real de los Estados Unidos de tomar a Costa Rica como una plaza de armas en contra del régimen sandinista. Pese a la inminencia de tal amenaza, de lo que se trataba el problema en debate era si lo que estaba a la orden del día era la lucha armada como eje de la acción revolucionaria, o si la tarea estratégica la constituía la organización del frente amplio.

Por ello se decía que “entre más amplio y sólido sea un frente político-nacional por la reforma, por los cambios, por la democracia integral, mejor asegurada estará la defensa de las instituciones democráticas o la lucha armada misma, por la reconquista de la institucionalidad o las libertades conculcadas” (Ídem).

Otro aspecto importante de resaltar aquí, en tanto formaba parte de la discusión en el seno de la izquierda, era el del papel que debía jugar la ideología en la organización del frente amplio. La tesis que reivindicaba el documento de marras consistía en que no se le podía imponer la ideología del movimiento revolucionario al frente amplio que se pretendía estructurar; el cual debía ser, por su naturaleza, pluralista en lo ideológico (Ídem).

Un programa mínimo debía constituir el eje capaz de aglutinar al movimiento socio-político transformador y a la conciencia popular, y encausarlo hacia objetivos ulteriores de transformación social (Ídem, p. 154).

Más que la formulación de un programa, debía ser la consecuencia con este por parte del movimiento revolucionario, lo que estaba llamado a jugar un papel determinante en el fortalecimiento de la acción transformadora. En el pasado, esta cuestión había sido y seguiría representando un problema decisivo en la superación, o más bien, en la incapacidad de superar el aislamiento político de la izquierda, como se verá luego. Según se afirma en el documento aludido, “prevaleció una concepción que…pasa por alto la realidad concreta y pone el acento en objetivos de lucha que no resultan asimilables para las grandes masas populares. Por esa vía –sigue diciendo- la izquierda cayó con frecuencia en el planteamiento esquemático o en el calco servil de experiencias revolucionarias que partían de realidades muy diferentes a la nuestra” (Ídem).

Por ello, en parte, la caída de la Unión Soviética y del campo socialista se superpuso a la crisis que ya arrastraba la izquierda, profundizándola aún más. No es difícil comprender hasta qué punto la dependencia de otros procesos transformadores exitosos pudo haber impedido el desarrollo de un movimiento transformador vigoroso y eficaz, en lugar de haber constituido un factor estimulante. Volveremos más adelante sobre esto, pero por ahora es importante resaltar el hecho de que la crisis de la izquierda en Costa Rica no puede ser explicada únicamente, ni siquiera en su desencadenamiento, por la crisis del campo socialista.

El último planteamiento digno de relieve en el documento aludido tiene que ver con las expectativas que se cifraban en el papel de la autocrítica para remontar la crisis que se analizaba. Más allá de eso, se consideraba que tal autocrítica, no solo se había iniciado ya, sino que “además ese espíritu autocrítico se ve fortalecido con una disposición de servirse de una manera más científica de los datos que brinda la realidad concreta de nuestro país, así como de las más genuinas tradiciones democráticas, patrióticas y civilistas de Costa Rica y de los auténticos valores nacionales de nuestro pueblo” (Ídem, p. 155).

La profundización de la crisis de la izquierda

A estas alturas tendremos que preguntarnos ¿por qué a pesar de esa conciencia y de ese esfuerzo, la izquierda costarricense, en lugar de haber revertido su propia crisis y de haber remontado esa situación, prácticamente se desintegró unos pocos años después, en sucesivas explosiones, hasta quedar políticamente dispersa y con las tareas enunciadas aún pendientes, y electoralmente reducida a polvo de estrellas?

Trataremos de responder a esta pregunta en lo sucesivo y examinar las perspectivas que un movimiento de izquierda puede tener en nuestro país en las actuales circunstancias.

Nótese que al formularnos tal pregunta estamos dando por sentado una crisis cualitativamente distinta de la que examinábamos en los años ochenta; para empezar porque ahora no estamos hablando ya de la división en el seno de la izquierda, sino de la sobrevivencia de la izquierda misma, porque unas y otras de las agrupaciones confrontadas en los ochenta desaparecieron como tales o están aún en una muerte lenta. Las expresiones de izquierda más significativas después de 1990 tienen alguna conexión con esos movimientos, pero como explicaremos adelante, no son lo mismo. Por su inspiración, por su vocación, por su dinámica y aun por sus perspectivas, constituye un movimiento sociopolítico muy diferente.

Parte de los problemas que quedaron pendientes de resolver en la breve pero intensa discusión de la década de los ochenta se relacionan con la capacidad de un movimiento de izquierda para impulsar grandes transformaciones sociales, en aras de una convivencia social más justa y civilizada, valiéndose del marco institucional para impulsar una democracia más avanzada. Es decir, si desde una posición de izquierda es posible realizar grandes transformaciones sociales sin un planteamiento de ruptura del orden constitucional en un país como Costa Rica.

Al respecto no puede olvidarse que en un país como el nuestro, en la década de los cuarenta del pasado siglo XX, el Partido Vanguardia Popular, encabezado por Manuel Mora impulsó una propuesta semejante (Salom, 1995, p. 14).

La tensión alrededor de esta cuestión siempre estuvo presente en la vida de las organizaciones de izquierda, y en aquella ocasión, en el seno del partido de Manuel Mora, a fin de cuentas y pese a los esfuerzos de este último por evitarlo, terminó imponiéndose una posición de ruptura, con el desenlace ya conocido en la guerra civil del año 48.

En el fondo, lo que está en juego aquí es la tensión entre la lucha por el poder y el desarrollo del movimiento que constituye la base de apoyo de un proceso de transformación social. Nuestro criterio es que la izquierda costarricense, como parte que ha sido de una tradición de lucha revolucionaria, ha padecido de una cierta obsesión por la cuestión del poder en detrimento de una adecuada valoración del desarrollo real de un movimiento social con vocación transformadora que procura una democracia más avanzada.

Valga la ocasión para traer a colación a uno de los más autorizados pensadores socialistas contemporáneos, Adam Schaff, para quien una de las principales trampas en que cayó el movimiento socialista, en la versión de esa tradición de lucha que se constituye con el triunfo de la Revolución de Octubre, fue precisamente el voluntarismo (1993, Pp. 15-19). La actitud voluntarista condujo a una buena parte del movimiento socialista del presente siglo a subestimar tanto las condiciones materiales, es decir socio-económicas, como a los llamados factores subjetivos, es decir, la conciencia y la disposición de los trabajadores para luchar por la sociedad socialista y, más aún, para participar activamente en la construcción de esa sociedad.

Lo anterior explica por qué, en nombre del socialismo, se cometieron las peores atrocidades, así como por qué la construcción de la sociedad socialista no caminó de la mano con la profundización de la democracia, sino que por el contrario, casi invariablemente, se constituyó en un estado autocrático y autoritario que constreñía a la sociedad civil.

La izquierda de los años setenta careció del sentido histórico y de realidad, de la vocación de propuesta y de reforma que ostentó el Partido Vanguardia Popular durante una parte de los años cuarenta. La posición de los revolucionarios de los setenta fue, en cambio, predominantemente de ruptura y subestimación de la institucionalidad democrática del país. Por eso no sobrevivió a su crisis, porque no encontró su propia identidad, careció de autenticidad, de proyección, de visión de futuro, de una concepción capaz de orientar la lucha, no solo por la defensa de las conquistas sociales amenazadas por la crisis del estado social y por el advenimiento de las concepciones neoliberales, sino por ampliar esas mismas conquistas y la democracia.

Lo que se quiere decir aquí, en otras palabras, es que la izquierda ha quedado cada vez más al margen o enajenada del movimiento social de las clases populares, sumida como estuvo en su propia problemática y embrollada en sus inconsecuencias.

Por tal desarraigo de la realidad social costarricense, con la caída del socialismo en la Unión Soviética y los países del este europeo, la izquierda pierde allí sus energías utópicas, para usar la expresión de Habermas, y en consecuencia el horizonte de la política quedó ahogado en la coyuntura (Salom, 2001, p. 177).

Ante el surgimiento de nuevas formas de hacer política, la izquierda no ofrece ya una propuesta adecuada, no atina a percatarse de la existencia de nuevas sensibilidades sociales que la obligaban a abrir su agenda a una nueva problemática social que incluye, entre los temas más sobresalientes, el de la equidad de género, la importantísima cuestión del desarrollo sostenible y el amplísimo tema de los derechos de los más amplios y diversos sectores sociales (ver, con respecto a esto último: Güendel, 1998).

Pero tampoco la izquierda ha sido capaz de ofrecer una respuesta adecuada al “globalismo”, que es la expresión con que Beck denomina la ideología dominante en la globalización (Salom, 2001, p. 189), contexto ideológico en el cual se produce sintomáticamente la caída del “bloque soviético”.

Sin programa, sin proyecto histórico y sin imaginación, la izquierda pasa a la defensiva, pero, como ha quedado dicho ya, con los partidos que, pese a todo, tuvieron una gran vitalidad en los años setenta, ahora extintos o languideciendo.

Veamos algunos datos que a nuestro juicio contribuyen a ilustrar lo dicho anteriormente: las tres organizaciones que integraban la Coalición Pueblo Unido se escindieron entre 1982 y 1986.

Por un lado, el Partido del Pueblo Costarricense, de Manuel Mora, el Partido Socialista Costarricense y el Movimiento de la Nueva República, que lo constituía un sector del antiguo M.R.P., conformaron de nuevo la Coalición Pueblo Unido de cara a las elecciones de 1986. [1]

Por otro lado,el grupo que ostentaba el nombre del PartidoVanguardia Popular, más un grupo escindido delPartido Socialista Costarricense y otro grupoescindido del antiguo M.R.P., conformaron la Coalición Alianza Popular.

Para esas elecciones eligieron un diputado cada uno para la Asamblea legislativa, mientras que en las elecciones de 1982, la izquierda, representada por Pueblo Unido, había elegido a 4 diputados, y en las elecciones de 1978 eligió a 3. Pueblo Unido obtuvo 31.685 votos en las elecciones del 86, que representó el 2,7% del total de votos válidos, y Alianza Popular 28.551 votos, que representó el 2,43% de los votos válidos. Si se suman ambos porcentajes el resultado es del 5,13% de los votos válidos para diputados en esa elección (FLACSO-Odd, 2002, p.196).

Para las elecciones de 1982, en las que Pueblo Unido representó a toda la izquierda, antes de que se produjeran las escisiones, la votación para diputados alcanzó la cifra de 61.465; no obstante, esto representó un 6, 43% del total de votos válidos (Ídem). Este resultado de las elecciones del 86 no solo revela la tendencia a la baja en la votación de la izquierda en más de un 1%, sino también, cómo el sistema de cocientes y subcocientes en la elección de diputados prevaleciente aun hoy día, castiga a los partidos pequeños. Nótese al respecto de qué manera, la pérdida de poco más de una sexta parte de los electores representó una disminución de un 50% de los diputados.

Más aún, en esa misma elección Pueblo Unido obtuvo 6.599 votos para presidente, mientras que Alianza Popular obtuvo 9.099, que representaron el 0,56% y el 0,77% respectivamente. La suma de estas cantidades representa el 1,33% contra un 3,33% que obtuvo Pueblo Unido representando a todas las agrupaciones juntas en las elecciones de 1982, para un total de 32.186 votos en esa ocasión.

Es interesante destacar también que en las elecciones del 82 la votación para presidente representó el 52,36% de la votación para diputados en esa misma elección; mientras que, si sumamos los votos obtenidos por cada una de las coaliciones de izquierda que participaron en las elecciones del 86, la votación para presidente representó en esa ocasión apenas el 26,06% de la votación para diputados. Lo que queremos destacar como relevante con estos datos es que la disminución absoluta y relativa de la votación para presidente por parte de la izquierda constituye un síntoma muy sensible de la decadencia política de esta corriente. En consecuencia, la división implicó la dilapidación del capital político acumulado con grandes esfuerzos después de la guerra civil de 1949, pero principalmente, durante la década del setenta.

Para las elecciones de 1990 Pueblo Unido representó al Partido Vanguardia Popular y a otros aliados que lograron obtener la legitimidad del uso del nombre de la Coalición, en parte por el hecho de que los partidos que lo ostentaron en el 86 perdieron el interés por este, como resultado de un proceso político cuyos detalles omitiremos aquí por carecer de importancia para lo que nos proponemos mostrar.

Las otras dos agrupaciones de izquierda que aparecen en esas elecciones son el Partido del Progreso, por un lado, y el Partido de los Trabajadores en Lucha, por otro. El primero de estos dos fue impulsado por el Partido Socialista Costarricense, conjuntamente con sectores independientes de izquierda. El segundo es un partido de filiación trotskista que nunca perteneció a la Coalición Pueblo Unido, por lo que no nos ocuparemos de él.

Pueblo Unido obtuvo en las elecciones presidenciales 9.217 votos, lo que representó el 0,68% del total de votos válidos, mientras que el Partido del Progreso obtuvo 2.547, lo que representó el 0,18%. La suma de ambos porcentajes da un 0,87%, lo que confirma aún más la tendencia a la baja señalada anteriormente (Ídem, p.188).

En las elecciones parlamentarias, Pueblo Unido obtuvo 44.161 votos, o el 3.31% del total de votos válidos para diputados; mientras que el Partido del Progreso obtuvo 7.733 votos, que representó el 0,58% de los votos válidos, (Ídem, p.196). Como resultado de esta elección, Pueblo Unido elige un diputado, mientras que el Partido del Progreso no elige ninguno (Ídem, p. 210).

Allí es interesante destacar al menos dos aspectos: en primer lugar, que se mantiene la tendencia a la baja en la votación para el conjunto de la izquierda, tanto en la votación para presidente como en la votación para diputados; en segundo lugar, que la inmensa mayoría de los votos los captó el nombre conocido (Pueblo Unido), además de que el Partido del Progreso procuró deliberadamente no proyectar una imagen de izquierda, con lo que erró aún más su estrategia de campaña desde el punto de vista propagandístico, dado que se trataba de una agrupación nueva y sin recursos.

Para las elecciones del año 1994, la Coalición Pueblo Unido no participa, con respecto a lo cual no puede dejar de señalarse un hecho trascendental: la caída de la Unión Soviética en el año 1991, principal y último bastión del campo socialista en Europa. Sin duda este hecho produjo un impacto desmoralizador en los partidos de izquierda, ya de por sí abatidos; especialmente en un partido como Vanguardia Popular, principal soporte de Pueblo Unido, y que además tenía ligámenes muy fuertes con la antigua Unión Soviética. Adicionalmente y sin entrar en detalles, antes de 1994 el Partido Vanguardia Popular vuelve a sufrir una crisis interna con la cual pierde a la mayoría de sus cuadros, hecho por lo demás, directa o indirectamente relacionado con lo anterior.

Entre tanto, el Partido del Progreso deja de existir y con él también el Partido Socialista, cuyos cuadros se retiran de la actividad política en ese período, y los otros sectores que integraban el Partido del Progreso constituyen una nueva agrupación que se denomina Fuerza Democrática.

¿Una nueva etapa en la evolución sociopolítica de la izquierda?

Ese interregno de desvanecimiento o desaparición de todos los partidos que en lo que Ignacio Dobles et al. llaman la “segunda ola del marxismo político” (2002, p. 2), habían integrado juntos la Coalición Pueblo Unido, fue muy importante para la naciente Fuerza Democrática, pues le permitió a los sectores de izquierda que lo fundaron, que en su inmensa mayoría no habían tenido una gravitación destacada anteriormente, posicionarse en el espectro político al menos inicialmente, y desembarazarse de ataduras ideológicas o de cualquier otro tipo con el pasado e intentar perfilar una opción de izquierda más pragmática.

Sin duda estamos aquí ante una nueva ola, para acoger los términos de Dobles et al.; no obstante, es discutible que se trate de una primera ola de una nueva izquierda más pragmática con lo que esto pueda significar, o de una tercera ola de una izquierda marxista-leninista, o inclusive del colapso de la izquierda. Desde luego, no creemos que haya ninguna teleología en esto; más bien se trata de analizar si las raíces que esta nueva expresión de izquierda tiene en los anteriores movimientos determinarán un renacer de la vieja izquierda, o si, por el contrario, harán un ajuste de cuentas con el pasado a fin de prefigurar un planteamiento novedoso, o finalmente, si morirán en el intento. Como veremos luego, existen razones para predecir cualquiera de estas tres hipótesis, de acuerdo con lo que ha ocurrido desde entonces hasta ahora.

Como resultado de lo anterior, para las elecciones de 1994 el Partido Fuerza Democrática aparece como la única opción de izquierda en el panorama, en virtud de lo cual recoge, sin duda, el apoyo electoral de la mayor parte de la resaca de las agrupaciones que en el pasado integraron Pueblo Unido. En consecuencia, obtiene un resultado electoral sorprendentemente satisfactorio, si se toma en cuenta el clima ideológico internacional y los antecedentes inmediatos de la izquierda en Costa Rica.

En la votación para presidente obtiene 28.274 votos (FLACSO-Odd, p. 188), que representan el 1,90% del total de votos válidos; no es aún el 3.33% del año 82, pero se revertía por primera vez la tendencia a la baja, en un período que podríamos calificar de reflujo para la izquierda en Costa Rica.

En la votación para diputados obtiene 78.454 votos (Ídem, p. 196), que representan el 5.32% del total de votos válidos, con lo que logra elegir a 2 diputados para la Asamblea legislativa y aumentar claramente el porcentaje de participación de la izquierda en el parlamento desde las elecciones del año 86. Aquí la relación entre la votación para presidente y la votación para diputados es de 36,04%, es decir, que también se revierte la tendencia del pasado, en cuanto a que vuelve a incrementarse el porcentaje de votos para presidente respecto del de diputados.

Para las elecciones del año 98 surgen tres agrupaciones de izquierda: de nuevo el Partido Fuerza Democrática, una nueva agrupación denominada Nuevo Partido Democrático, cuyos principales dirigentes provenían de la misma Fuerza Democrática, incluido el exdiputado Rodrigo Gutiérrez hijo, que se había separado de la fracción parlamentaria y había constituido una fracción independiente, y por último, de nuevo aparece Pueblo Unido, impulsado por el Partido Vanguardia Popular, o más bien, por lo que quedaba de ese partido.

La fisonomía de Fuerza Democrática ha cambiado ya en alguna medida con respecto a las elecciones de 1994, porque aquí empieza a sufrir un proceso de colonización de sectores vinculados a la vieja izquierda. En este caso el Partido del Pueblo Costarricense, como se recordará, constituido por uno de los sectores en que se dividió el Partido Vanguardia Popular a principios de los años ochenta, apoya a Fuerza Democrática. Como consecuencia, José Merino del Río, el principal dirigente del Partido del Pueblo, aparece en el segundo lugar de la lista de candidatos a diputado por San José.

En esa oportunidad Fuerza Democrática obtuvo 41.710 votos para presidente, lo que representa el 3% del total de votos válidos e implicó un incremento cercano al 50% de la votación con respecto a las elecciones anteriores, mientras que para diputados obtiene 79.836 votos, que representan el 5.77% de los votos válidos. Es decir, en la votación para diputados el incremento no fue muy importante con respecto a la elección anterior; sin embargo, elige a un diputado más, por la forma en que se distribuyeron los votos por provincia. En esta ocasión la representación parlamentaria de Fuerza Democrática pasa de constituir el 3.5% del total de diputados en el período 94-98, a un 5.3% en este período 98-2002.

Es interesante destacar que, además de haber elegido a dos diputados en San José, en esta ocasión eligen por primera vez después de 1949 a un diputado en la provincia de Alajuela, mientras que Pueblo Unido en sus mejores momentos, además de elegir en San José, eligió en una ocasión a un diputado en Puntarenas (para las elecciones de 1978), y en la otra a uno por Puntarenas y a otro por Limón (elecciones de 1982). Esto podría sugerir que mientras Pueblo Unido constituía un atractivo principalmente para sectores medios urbanos radicalizados y para sectores del proletariado de los puertos, Fuerza Democrática lo era, además de para los sectores medios urbanos, para sectores de la pequeña burguesía rural empobrecida.

Por su parte, en estas elecciones de 1998 Pueblo Unido obtuvo3.075 votos para presidente y 15.028 para diputados en todo el país, con lo cual no logra elegir ni un solo representante al Parlamento. Los estragos de la debacle del mundo socialista y de la propia desinversión política habían hecho mella en esta opción, y ya ni siquiera el nombre electoral de Pueblo Unido detrás del que se parapetaba el Partido Vanguardia Popular dio los frutos deseados.

Esto de alguna manera expresaba la predilección del electorado de izquierda por una nueva alternativa no contaminada por los viejos partidos.

El Nuevo Partido Democrático obtuvo 3.025 votos para presidente y 12. 476 para diputados, con lo cual no eligió ni un solo diputado, pero en alguna medida, al igual que la reaparición de Pueblo Unido, ha de haber restado impulso a Fuerza Democrática.

No obstante, como ya lo advertimos, en esta nueva ola de la izquierda en Costa Rica Fuerza Democrática había empezado a sufrir desde antes del 98 un proceso que hemos denominado como colonización por parte de sectores de la vieja izquierda. El debilitamiento de esta última dejó como saldo un crisol de actitudes disímiles y planteamientos ideológicos diversos y contradictorios en el seno de las distintas organizaciones y aun entre estas, como lo demuestran Dobles et al. (2002, p. 17).

Sin embargo, sin que esta crisis ideológica se hubiese resuelto, y más bien por el contrario, agudizada la diáspora de estos partidos con la caída del campo socialista, principalmente del Partido Socialista y del viejo Partido Vanguardia Popular de antes de la división de principios de los ochenta, reaparece, con más empeño y más desenfadadamente después del año 98, y se posiciona en distintas fracciones en torno al Partido Fuerza Democrática.

Antes de las elecciones del 2002, Fuerza Democrática logra un repunte nunca antes visto, dado que se trata de una fuerza de izquierda, en las encuestas de opinión, como resultado de una gestión parlamentaria destacada, principalmente del diputado Merino, quien supo proyectarse especialmente con motivo de la discusión de la ley que se conoció como “Combo ICE”[2]; además de un contexto en el que las opiniones favorables a la creación de una tercera fuerza y aún más, la disposición a apoyarla políticamente, eran cada vez más significativas.

Para ilustrar este aserto, basta recordar algunos datos de la encuesta de la firma UNIMER de octubre de 2000, en la que se revelaba que este partido obtendría el 13.7% de los votos para regidores, si bien en mayo de ese mismo año, justamente después del “Combo”, habría obtenido el 22.9%; para diputados habría obtenido 12.7% en octubre, mientras que en mayo, el 22.3%; y para presidente, en octubre un 8.7%, mientras que en mayo un 14.4%[3]. Justamente después de este repunte y ante la cercanía de las elecciones, se conforman al menos cuatro fracciones, de las cuales tres de ellas estaban vinculadas a los antiguos partidos de izquierda.

No puede olvidarse tampoco el atractivo que significaba una agrupación en alza desde el punto de vista político, frente a un descontento ostensible de parte de amplios sectores de la ciudadanía con los partidos predominantes hasta hace pocos años (Ídem, parte11nov.htm), y que además, disfrutaría de adecuados recursos financieros para las elecciones del 2002, producto del pago de la deuda política como resultado de su participación en las elecciones anteriores.

En pos del botín político, las distintas fracciones que disputaban la posesión de Fuerza Democrática se olvidaron de consolidar y recrear el capital político acumulado y, en lugar de haber convocado a un Congreso que saldara cuentas con el pasado inmediato de la izquierda en cuestiones fundamentales que habían quedado pendientes de una adecuada resolución, así como de haberse ocupado de consolidar el partido sobre la base de un programa con el que se comprometieran las distintas fracciones, estas se trenzaron en una lucha intestina de todo o nada por hacerse de los principales puestos que consideraban elegibles, en la cual literalmente se desangraron.

La pelea fue a muerte, los ganadores se quedaron adentro, los perdedores se fueron y el partido quedó maltrecho para enfrentar las elecciones del 2002, después de haber exhibido un pobre espectáculo, ayuno del todo de planteamientos, plagado de cálculos oportunistas y personalistas, y sobre todo deficitario, en cuanto al manejo de los procedimientos democráticos internos . En otras palabras, se dilapidó el capital político acumulado hasta las luchas del Combo ICE.

Allí reside, a mi juicio, el meollo de la dinámica que explica el desencadenamiento de la debacle electoral de Fuerza Democrática en las elecciones del 2002. Una vez más la subestimación de los procedimientos democráticos internos jugó un papel de bumerang para la izquierda costarricense, a la que tanto le ha costado valorar en su justa medida la cuestión democrática en general (Dobles et al., 2002, p. 23; Araya, 198 , 190 y Salom, 1987, p. 25).

Para las recién pasadas elecciones del 2002 Fuerza Democrática obtuvo 4.121 votos para presidente, lo que representa el 0, 27% del total de votos válidos; para diputados obtuvo 30.172 votos, que representan el 1,98% del total de votos válidos. Hubo en esa elección otras alternativas que podrían ser catalogadas como de izquierda, aunque con un carácter más pragmático que los movimientos de izquierda de la segunda ola, pero obtuvieron votaciones aún menores que las de Fuerza Democrática.

Estos datos representan una de las votaciones más bajas de la izquierda después de 1978, lo que significa que el votante de izquierda migró, por así decirlo, hacia otras opciones, o bien se abstuvo de votar.

Difícilmente aparecerá en el panorama político nacional en el futuro una fuerza de izquierda a la manera de la segunda ola, y si esto ocurre, es muy probable que no logre grandes éxitos, pese a la inestabilidad del panorama político nacional, y que por ello, el momento podría haber sido más propicio que en el pasado de predominio bipartidista para la irrupción de nuevas fuerzas[4]. Se plantea en estos términos porque, como se verá más adelante, hay al menos un factor de la ecuación, a saber, la abolición de la prohibición constitucional de la reelección presidencial, que está llamado a garantizar una mayor estabilidad política hacia el futuro próximo.

Además, no vaticinamos la muerte definitiva de Fuerza Democrática, pero albergamos serias dudas de que pueda recomponerse para apelar con autoridad al apoyo electoral y político de los electores y ciudadanos tradicionalmente de izquierda.

No se divisa en estos momentos en el panorama una agrupación de izquierda capaz de irrumpir en el escenario político nacional con renovadas fuerzas, y que eventualmente pueda convertirse en un factor importante en la vida política nacional, impulsada por viejos militantes de izquierda como vector principal. En todo caso, una alternativa de ese carácter tendrá necesariamente que ajustar en serio cuentas con el pasado histórico, inmediato y de largo plazo, como requisito y condición para perfilarse como una opción renovada y renovadora, capaz de erigirse en una fuerza política importante en el futuro cercano.

Otra condición importante es la de ser capaz de articular un programa y, más que eso, una propuesta política que conduzca a retomar la iniciativa histórica y superar así la posición eminentemente defensiva que ha caracterizado a la izquierda después de sus propias crisis y de la caída del campo socialista. En ese sentido deberá ser una fuerza mucho más propositiva en el corto plazo con respecto a lo que ha sido tradicionalmente, más atenta al desarrollo real del movimiento social que a las ansias de poder de los dirigentes, y definitivamente, deberá ser inconfundiblemente democrática, tanto en cuanto a sus procedimientos internos como en cuanto a la propuesta de sociedad que aspire a construir.

Conclusiones

La crisis de la izquierda, que ya no es una crisis de división sino una crisis de vida o muerte, está, a nuestro juicio, relacionada con una crisis de representatividad, la misma en la que se encuentran prácticamente todos los partidos del espectro político. La de la izquierda es, sin embargo, más dramática, porque esa crisis empezó por ella, justamente porque tiene que ver directamente con la matriz ideológica que alimentó sus esperanzas.

Debe destacarse el hecho de que aunque Fuerza Democrática pretendió ser copada por sectores de la izquierda de la segunda ola, y en cierta medida lo fue, su inspiración ideológica era distinta con respecto a las fuerzas que la precedieron. Fuerza Democrática se organizó como un partido puramente electoral y no surgió planteándose la concepción marxista como la orientación ideológica básica. Estos rasgos quizá coadyuvaron de manera importante a que esta agrupación, a la postre, careciera de una verdadera identidad o de un perfil ideológico claro, lo cual, a su vez, propició los intentos de colonización por parte de distintos grupos y personalidades de la vieja ola de la izquierda.

A diferencia de los partidos de la vieja ola, para la nueva agrupación de izquierda, la teoría de revolución deja de plantearse, como dice Atilio Borón, como un hecho “inminente y breve” (2000, p. 64), lo que pudo haber implicado una necesaria revalorización del papel de la lucha electoral, como lo plantea este mismo autor (Ídem, p. 68); porque si bien es cierto, no se puede considerar el sufragio como un sustituto de la revolución, tampoco se le debe subestimar.

No obstante, este fue un aspecto que también quedó pendiente de ser elaborado por parte de Fuerza Democrática.

James Petras, por su parte, critica la atmósfera de pesimismo de la que se hacen eco algunas corrientes intelectuales de la época, como por ejemplo Perry Anderson de la New Left Review (2001, p. 5). De ninguna manera se trata de dejarse envolver por esa atmósfera, pero sí de juzgar con todo realismo, no solo la situación política de la izquierda, sino las perspectivas ideológicas.

No se trata de proclamar el ocaso de la izquierda de buenas a primeras, mas sí de postular que una condición insoslayable para que una tendencia de ese tipo levante su vuelo de las cenizas pasa por saldar cuentas con el pasado.

Este mismo autor afirma que no hay duda que ha habido retrocesos severos (Ídem, p. 7), aunque no cree que se trate de “un periodo histórico de derrotas sin precedente” (Ídem). Exalta los movimientos de vocación socialista, antiimperialista y populista “que han confrontado la autoridad de los regímenes clientes del imperialismo en la década de los 90” (Ídem, p. 8); pero reconoce que tales movimientos “son diferentes a los anteriores” (Ídem).

Petras analiza las condiciones socio-políticas mundiales bajo las que puede producirse un resurgimiento de la izquierda. Sin embargo, “la cuestión teórica –dice este mismo autor- no consiste en señalar con certeza la hora y el sitio de un nuevo levantamiento revolucionario, sino en localizar la dirección de la historia y rechazar la fácil creencia de que cualquier derrota de la izquierda es una irreversible derrota histórica mundial” (Ídem, p. 15, subrayado mío). Esto es importante de destacar justamente por la alegre y ligera actitud que, a nuestro juicio, prevaleció entre los diversos sectores que confluyeron inicialmente en Fuerza Democrática para las elecciones del 2002.

Esa alternativa electoral se convirtió en un factor de atracción de grupos diversos de izquierda, la mayoría de los cuales provenían de los viejos partidos de izquierda, eclipsados estos por un relativo repunte electoral de Fuerza Democrática en las elecciones de 1998, así como por la percepción de un repunte de la izquierda después del “Combo ICE”. No obstante, en ningún caso estuvieron dispuestos a ventilar sus discrepancias, o a trabajar en pos de un programa que asegurara el futuro político de la coalición-partido y saldara cuentas con el pasado. Lejos de ello, se centraron en una estéril lucha por puestos en las papeletas para las elecciones del 2002, la cual terminó en la erosión política de este movimiento, con serias repercusiones negativas en la opinión pública y la proscripción de la expectativa de un crecimiento en el apoyo electoral para esta opción de izquierda.

Bibliografía

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Borón, A. 2000. Tras el Búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.

Dobles I. et al. 2003. Experiencia militante en Costa Rica: entre el cambio personal y el cambio social. Mimeo. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. 2002. Centroamérica en cifras 1980-2000. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica.

Güendel, L. 1998. La política social, los procesos de integración social y la construcción institucional del sujeto colectivo. En: Oscar Fernández, Política social y descentralización en Costa Rica, UNICEF, San José, Costa Rica.

Petras, J. 1992. Apuntes para comprender las políticas revolucionarias de hoy.

Rovira Mas, J. 1998. Elecciones generales en Costa Rica, primero de abril de 1998, Boletín Electoral Latinoamericano, nº xix, ene.-jun., Pp. 9-70.

Rovira Mas, J. 2001. La democracia ante el siglo XXI. Editorial Universidad de Costa Rica. San José.

Salom, R. 1987. La crisis de la izquierda en Costa Rica. Editorial Porvenir, San José, Costa Rica.

Manuel Mora: in memoriam. 1995. REFLEXIONES, Facultad de Ciencias

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[1] Para comprender el origen y desarrollo de estos movimientos y partidos de la izquierda costarricense, característicos durante la década del setenta puede consultarse mi libro ya citado sobre “La crisis de la izquierda en Costa Rica” (1987).

[2] A principios de la administración Rodríguez Echeverría (1998-2002), el ejecutivo se propuso una serie de iniciativas políticas orientadas a profundizar con nuevos esfuerzos privatizadores el llamado proceso de ajuste estructural, entre las cuales estaba una ley que establecía un nuevo marco jurídico para la regulación de las telecomunicaciones y la electricidad en procura de una mayor apertura. Frente a este proyecto, el diputado Merino jugó un papel destacado, encabezando un amplio movimiento social de oposición.

[3]

[4] Debe tenerse en cuenta lo planteado por el Dr. Jorge Rovira Mas, cuando dice que “ la era del bipartidismo” ha conocido “un declino manifiesto del perfil de las organizaciones de izquierda” (1998, Pp. 9-70).

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