La situación de América Latina y del mundo ha cambiado enormemente en relación con la época que le tocó vivir al Che y en la que dimos nuestros primeros pasos militantes. Y como estoy convencida de que si la izquierda quiere tomar el cielo por asalto debe tener los pies muy firmes en la tierra, considero que para abordar los desafíos que hoy se nos presentan debemos comenzar por analizar brevemente cuál es la situación del mundo en que nos toca vivir. Los desafíos que enfrentó el Che ayer no son los mismos que los que hoy debería enfrentar si pudiese estar todavía entre nosotros.
En los últimos decenios del siglo XX estamos atravesando por una etapa ultraconservadora. No sólo fracasó el socialismo en Europa del Este, sino que el capitalismo demostró una sorprendente capacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias y para utilizar en beneficio propio los avances de la nueva revolución científico técnica; mientras los países socialistas de Europa del Este, luego de haber alcanzado un notable desarrollo económico, fueron cayendo en el estancamiento hasta terminar en el desastre que conocemos. A esto se agregan las dificultades que comenzaron a sufrir los gobiernos socialdemócratas europeos y sus regímenes de «estado de bienestar»: detención del crecimiento económico, inflación, ineficiencia productiva.
Junto a esto, en América Latina, se agotaba el modelo cepaliano de desarrollo hacia adentro o sustitutivo de importaciones. En la mayoría de los casos esta crisis del desarrollismo populista desembocó en dictaduras militares contrarrevolucionarias.
Y cuando éstas terminan no se regresa al sistema político democrático pre dictadura. Se establece un sistema de democracia restringida, tutelada, donde las decisiones fundamentales acerca de la dirección de los procesos económicos, sociales y culturales se construyen fuera del sistema político formal de los partidos, quedan en manos de grupos de presión más conocidos como «poderes fácticos» (fuerzas armadas, grupos empresariales, iglesias, entidades internacionales como el FMI y el Banco Mundial, conglomerados que controlan los medios de comunicación, etcétera).
Tanto la izquierda latinoamericana del sur, que ya venía muy golpeada por largos años de dictadura militar, como la izquierda de Centroamérica, que estuvo a la vanguardia de la lucha desde el triunfo de la revolución sandinista, se ven muy afectadas por los últimos acontecimientos mundiales.
Tenemos que aceptar que vivimos en un mundo en que el capitalismo ha demostrado una vitalidad mucho mayor de la que esperábamos, logrando sobrevivir y recuperarse hasta ahora de sus crisis. Pero al mismo tiempo, no podemos dejar de constatar que ha creado situaciones inaceptables que parecen no ser superables dentro de sus límites. La brecha entre el capitalismo desarrollado y el llamado Tercer Mundo no cesa de agrandarse; que no da señales de detenerse el derroche del enorme potencial productivo alcanzado por la humanidad debido a los avances de la ciencia y la técnica; que continúa el funcionamiento de la economía sobre la base del deterioro del entorno natural del hombre y de la destrucción de los supuestos físicos y biológicos en los que se sustenta la civilización actual; que sigue y seguirá estando presente el peligro de guerra, incluso nuclear.
A pesar de los avances en la marcha hacia la paz, la distensión y el desarme, hasta que no sean erradicadas para siempre las causas que brotan de la naturaleza capitalista del orden internacional y socioeconómico imperantes. Todo esto constituye la más elocuente expresión de la irracionalidad que subyace en el trasfondo de la sociedad contemporánea.
Una opción alternativa socialista o como se la quiera llamar se hace más urgente que nunca si no estamos dispuestos a aceptar esta cultura integral del desperdicio, material y humano que, como dice un economista cubano no sólo genera basura no reciclable por la ecología, sino también desechos humanos difíciles de reciclar socialmente al empujar a grupos sociales y naciones enteras al desamparo colectivo.
Son enormes los desafíos que se nos plantean y no estamos en las mejores condiciones para enfrentarlos.
Producto de todo lo que señaláramos anteriormente, la izquierda latinoamericana quedó desconcertada y sin proyecto alternativo; está viviendo una profunda crisis que abarca tres terrenos: el teórico, el programático y el orgánico.
Crisis teórica
La crisis teórica de la izquierda latinoamericana tiene, a mi entender, un doble origen: por un parte, su incapacidad histórica de elaborar un pensamiento propio, que parta del análisis de la realidad del subcontinente y de cada país, de sus tradiciones de lucha y de sus potencialidades de cambio.
Salvo escasos esfuerzos en este sentido entre los que cabe destacar muy especialmente los de Mariátegui en los años veinte y los del Che Guevara en los años sesenta, la tendencia de la izquierda latinoamericana fue más bien la de extrapolar modelos de otras latitudes: el soviético, el chino. Se analizaba la realidad con parámetros europeos: se aplicaba, por ejemplo, el esquema de análisis clasista europeo a países que tenían una población mayoritariamente indígena, lo que llevaba a desconocer la importancia del factor étnico cultural.
Otra de los elementos que la explican es la inexistencia de un estudio crítico del capitalismo de fines del siglo XX el capitalismo de la revolución electrónico informática. No estoy hablando de estudios parciales sobre determinados aspectos de la producción capitalista actual que sin duda existen, me estoy refiriendo a un estudio con la integralidad y la rigurosidad con la que Marx estudió el capitalismo de la revolución industrial.
Un análisis de este tipo es fundamental, porque una sociedad alternativa no puede surgir sino de las potencialidades que emerjan en la actual sociedad en que vivimos. Y no veo cómo hacer este análisis si no es con el propio instrumental científico que Marx nos legó.
Por desgracia, algunos sectores de la izquierda han sido excesivamente permeables a la propaganda antimarxista del neoliberalismo que responsabiliza indebidamente a la teoría de Marx por lo ocurrido en los países socialistas de Europa del Este; nadie, sin embargo, le echaría la culpa a la receta de cocina por el flan que se quemó al poner muy fuerte el horno. Reconozco que la imagen no es muy feliz, porque los aportes de Marx no pretendieron nunca ser receta de nada, pero la uso porque creo que ilustra lo que quiero decir. La crisis del socialismo no significa como muchos ideólogos burgueses se han esforzado por pregonar, la muerte del marxismo.
Y quiero hacer una aclaración: de aquí en adelante ocuparé el término «marxismo» sólo para simplificar mi exposición, ya que no olvido que Marx fue reacio a usar ese término para denominar sus investigaciones científicas y con toda razón, porque un dogma puede reclamar derechos de autor, pero jamás una ciencia.
Se habla de matemática, de física, de antropología, de sicoanálisis, pero esas ciencias no se denominan: galileísmo, newtonismo, levystraussismo, freudismo, porque toda ciencia tiene un desarrollo que trasciende su fundador. Puede hablarse de los descubrimientos de uno u otro autor, pero la ciencia como tal no lleva apellido, es siempre una construcción colectiva.
Por otra parte, cuando me refiero al marxismo estoy pensando únicamente en los aportes científicos de Marx, es decir, en lo que Louis Althusser considera su gran descubierto científico: la ciencia de la historia y no en otras acepciones como aquella que se refiere al movimiento histórico al que dio origen.
Ahora, si consideramos el aporte de Marx como una ciencia, es lógico que su desarrollo deba ser permanente y que si éste se detiene, la ciencia entre en crisis. Si su objeto es la sociedad y su cambio, y se han producido cambios notables en este terreno desde Marx hasta hoy, es lógico que se vayan creando nuevos instrumentos para dar cuenta de las nuevas realidades y que para crearlos se tenga presente los más recientes descubrimientos científicos de todas las disciplinas del saber. Es esto lo que no se ha hecho.
De ahí que podamos hablar de una crisis del marxismo o crisis de la ciencia de la historia inaugurada por Marx. Esta crisis ha sido más profunda en los países socialistas debido a que desde la época de Stalin se transformó al marxismo en ciencia oficial, es decir, en una anticiencia, en un dogma, permaneciendo estancada durante décadas.
La crisis del marxismo no significa, sin embargo, que lo fundamental del instrumental teórico creado por Marx haya perdido validez como instrumento analítico de la sociedad y su cambio. ¿Quién ha hecho una crítica más profunda y acertada del capitalismo de su época? ¿Quién mejor que él fue capaz de vislumbrar dentro de lo que era posible en su época hacia dónde marchaba la humanidad sujeta a las relaciones capitalistas de producción?
Es interesante además observar que la ciencia social contemporánea no puede prescindir de sus aportes. Es paradójico, pero los capitalistas usan más el marxismo para elaborar su estrategia contrarrevolucionaria que nosotros para nuestra estrategia revolucionaria. Basta examinar a fondo la estrategia de la guerra de baja intensidad para ver cuán útiles les han sido las categorías marxistas, y más aún si se examinan las reflexiones que plantea el documento Santa Fe II acerca de las instituciones permanentes del Estado.
Pero reivindicar los aportes de Marx es reivindicar también el determinismo histórico, y quiero aclarar que cuando hablo de determinismo, este determinismo nada tiene que ver con el evolucionismo mecanicista de las ciencias naturales aunque algunas de sus afirmaciones aisladas del contexto global de su pensamiento se presten a ello.
Se trata de un determinismo de nuevo tipo, que deja un espacio para la acción del hombre en la historia. Lo que Marx hace es proporcionarnos los conocimientos que nos permiten ver en qué lugar tenemos que combatir para que nuestro actuar sea más eficaz, porque sí debemos combatir para transformar el mundo contra lo que parece deducirse de la tesis evolucionistas, mecanicistas, que esperaban el advenimiento del socialismo como fruto de las contradicciones inherentes al capitalismo.
Negar el determinismo marxista es negar todo el andamiaje teórico que el autor de El Capital construyó con tanta pasión y esfuerzo con el único objetivo de poner a disposición de la clase obrera las armas conceptuales de su liberación. Haciéndole entender cómo funciona el régimen de producción capitalista, qué leyes lo rigen, cuáles son sus contradicciones internas, le permite organizar su lucha contra la explotación de una manera mucho más eficaz.
Si nosotros queremos transformar el mundo tenemos que ser capaces de elaborar una estrategia y una táctica, ¿y qué son la estrategia y la táctica sino el fruto del análisis de una realidad objetiva?
Tenemos que ser capaces de detectar las potencialidades de lucha de los distintos sectores sociales que van a conformar el sujeto del cambio social: ¿dónde está hoy ese potencial?, ¿dónde tenemos que trabajar?, ¿cómo tenemos que organizarlo?, ¿dónde están las contradicciones del sistema?, ¿cuál es el eslabón más débil? Y sólo podremos dar una respuesta seria a estas preguntas si hacemos un análisis científico de esta sociedad.
Por último, quiero aclarar que mi defensa del aporte de Marx no significa que considere que todo lo que escribió Marx es un dogma de fe.
La izquierda debe, según mi opinión, revalorizar la teoría como un arma imprescindible para la transformación social: destinando tiempo a la formación teórica, reconquistando a cuadros intelectuales, formando comunidades científicas de investigadores, realizando escuelas populares permanentes de cuadros.
Crisis programática
Por otro lado, la izquierda latinoamericana vive una profunda crisis programática, que no es ajena a la crisis teórica anteriormente descripta. Luego del fracaso del desarrollismo populista en América Latina, de la caída del socialismo y del éxito del neoliberalismo, la izquierda no ha elaborado un programa alternativo que, partiendo de las nuevas características del mundo, permita hacer confluir en un solo haz a todos los sectores sociales afectados por el régimen imperante.
Sabemos, sin embargo, que las alternativas no se elaboran de un día para otro en un congreso o en una mesa de trabajo, porque cualquier alternativa tiene que incluir consideraciones técnicas cada vez más complejas que requieren de conocimientos especializados. Y hoy la izquierda latinoamericana cuenta con pocos intelectuales orgánicos dispuestos a realizar este trabajo.
Dificultades para un perfilamiento alternativo
Junto a la ausencia de una propuesta alternativa rigurosa y creíble, dos otros elementos dificultan el perfilamiento alternativo de la izquierda. Por una parte, el que ésta suela adoptar una práctica política muy poco diferenciada de la práctica habitual de los partidos tradicionales, sean de derecha o de centro y, por otra, el hecho de que la derecha se haya apropiado inescrupulosamente del lenguaje de la izquierda, lo que es particularmente notorio en sus formulaciones programáticas.
Peligro de ser sólo buenos administradores de la crisis
A pesar de este déficit programático no es descartable que, en algunos países de América Latina, la izquierda llegue a conquistar importantes gobiernos locales y, aún más, sea capaz de acceder al gobierno de la nación, entre otras cosas debido al creciente descontento popular producido por las medidas neoliberales que afectan a sectores sociales cada vez más amplios. Pero existe el peligro de que una vez en el gobierno se limite a administrar la crisis y hacer la misma política que los partidos de derecha.
Pero aceptar que existe una crisis programática ¿significa quedarse con los brazos cruzados? ¿Puede la izquierda levantar una alternativa a pesar de la inmensamente desfavorable correlación de fuerzas que existe a nivel mundial? Por supuesto que la ideología dominante se encarga de decir que no existe alternativa, y los grupos hegemónicos no se quedan sólo en declaraciones, hacen todo lo posible por hacer desaparecer toda alternativa que se les cruce en el camino, como ocurrió con la Unidad Popular en Chile, la revolución sandinista en Nicaragua y como ha tratado de hacerlo durante treintiocho años sin éxito con la heroica revolución cubana.
Por desgracia, algunos sectores de la izquierda latinoamericana han terminado por caer en la trampa de considerar que la política es el arte de lo posible y al constatar la imposibilidad inmediata de cambiar las cosas debido a la tan desfavorable correlación de fuerzas hoy existente, consideran que no les queda otro camino que ser realistas y reconocer esa imposibilidad adaptándose oportunistamente a la situación existente. La política así concebida excluye de hecho todo intento por levantar una alternativa frente al capitalismo realmente existente.
La política no es el arte de lo posible, es el arte de descubrir las potencialidades que existen en la situación concreta para hacer posible lo que en ese momento aparece como imposible. La política entonces no puede ser realpolitik, porque eso significa de hecho resignarse a no actuar sobre la realidad, limitarse a adaptarse a ella; renunciar de hecho a hacer política y doblegarse a la política que otros hacen.
A la realpolitik debemos oponer una política que sin dejar de ser realista, sin negar la realidad, vaya creando las condiciones para la transformación de esa realidad, es decir, para que lo imposible hoy se vuelva posible mañana.
Por ejemplo, partiendo del dato objetivo de que hoy en América Latina ha disminuido enormemente el poder de negociación de la clase obrera, tanto por el fantasma del despido, son privilegiados los que pueden acceder a un trabajo asalariado estable, como por la fragmentación que ha sufrido con el nuevo modelo de desarrollo neoliberal, hay quienes predican la imposibilidad de luchar en esas condiciones. Es evidente que la clásica táctica de lucha sindical: la huelga que se basa en la unidad de la clase obrera industrial y su capacidad de parar las empresas no parece dar hoy frutos positivos y los oportunistas se aprovechan de ello para tratar de inmovilizar al movimiento obrero y convencerlo de que debe aceptar pasivamente sus actuales condiciones de sobre explotación.
El arte de la política, por el contrario, consiste en descubrir a través de qué vías se pueden superar las debilidades actuales de la clase obrera industrial, que son debilidades reales, para ir cambiando la correlación de fuerzas. Ahí surge una nueva táctica: ya no se trata de la solidaridad de clase del Siglo XIX, si entonces era fundamental la unidad de los proletarios explotados por el capital, hoy es fundamental la unidad de los explotados por el capital con el resto de los sectores sociales perjudicados por el sistema neoliberal. Sólo así se puede lograr ese poder de negociación que la clase obrera por sí sola ya no tiene, y que mucho menos tiene el resto de la población.
Esta salida ya ha sido probada en la práctica. Los sindicalistas argentinos han logrado avances en su lucha justamente cuando han sabido involucrar en su movimiento a amplios sectores de la sociedad, como lo hicieron los sindicalistas de Río Turbio en la provincia de Santa Cruz. .
Esta ha sido también la experiencia del Movimiento Sin Tierra de Brasil. Mientras este movimiento trabajó sólo a nivel campesino, estaba aislado y no tenía gran fuerza; pero cuando muy lúcidamente comprendió que tenía que hacer un viraje en su forma de trabajar, y que era necesario lograr que los habitantes de la ciudad comprendiesen que la lucha por la tierra no era sólo la lucha a favor de unos pocos campesinos, sino que significaba la solución de muchos problemas críticos de la propia ciudad, comenzó a tener un apoyo cada vez más amplio y hoy se ha transformado en un punto de referencia de todas las luchas sociales en Brasil. Hoy está proponiendo acciones que permitan organizar a todos los excluidos de Brasil.
El programa alternativo tiene que elaborarse entonces teniendo en cuenta las cosas anteriormente señaladas.
Por otra parte, en cuestiones programáticas, la izquierda no se encuentra con las manos vacías, existen formulaciones y prácticas de proyectos alternativos, sólo que no están acabadas, pero ya se pueden dibujar aquellas cosas que no pueden estar ausentes.
Así como la comuna de París permitió hacer ciertas sistematizaciones, igual ocurre, estima Raúl Pont, con la experiencia en los gobiernos locales.
Por otra parte, coincido con Helio Gallardo en criticar a quienes plantean que no puede haber protesta sin propuesta, porque la protesta es ya una propuesta popular. El mero hecho de resistir al neoliberalismo es plantear un rechazo a este modelo de sociedad y empezar a caminar por otro sendero.
La resistencia organizada ha logrado de hecho frenar la aplicación del modelo en algunos países de América Latina.
¿Qué sino eso fue el plebiscito organizado por el Frente Amplio de Uruguay en 1992 para derogar la ley aprobada en 1991 que autorizaba la privatización de las más grandes empresas públicas del país?
Crisis orgánica e Instrumento político adecuado a los nuevos desafíos
Pero la izquierda no vive sólo una crisis teórica y programática, sino también una crisis orgánica. Esta crisis se da en un contexto de un cada vez mayor escepticismo popular en relación con la política y los políticos. La gente está harta de las prácticas partidarias poco transparentes y corruptas; ya no quiere saber más de mensajes que se quedan en meras palabras, que no se traducen en actos; exige prácticas coherentes con el discurso.
Esta decepción de la política y los políticos no es grave para la derecha, pero para la izquierda sí lo es. La derecha puede perfectamente prescindir de los partidos políticos, como lo demostró durante los períodos dictatoriales, pero la izquierda en la medida en que busca transformar cualitativamente la sociedad no puede prescindir de un sujeto organizador, necesita de un instrumento político sea éste un partido, un frente político u otra fórmula.
Y esto por una doble razón: en primer lugar, porque la transformación no se produce espontáneamente, las ideas y valores que prevalecen en la sociedad capitalista y que racionalizan y justifican el orden existente invaden toda la sociedad e influyen muy especialmente en los sectores menos provistos de armas teóricas de distanciamiento crítico.
En segundo lugar, porque es necesario ser capaz de vencer a fuerzas inmensamente más poderosas que se oponen a esa transformación, y ello no es posible sin una instancia política formuladora de propuestas, capaz de dotar a millones de hombres de una voluntad única , es decir, de una instancia unificadora y articuladora de las diferentes prácticas emancipadoras.
Esa instancia política es, como decía Trotsky, el pistón que comprime al vapor en el momento decisivo y permite que éste no sea desperdiciado y se convierta en fuerza impulsora de la locomotora.
Reconociendo la importancia de la organización política para conseguir los objetivos de cambio social, la izquierda, sin embargo, ha hecho muy poco por adecuarla a las exigencias de los nuevos tiempos.
Durante un largo período esto tuvo mucho que ver con la copia acrítica del modelo de partido bolchevique, ignorando lo que el propio Lenin planteaba al respecto. Esto se tradujo en América Latina en la construcción de organizaciones prepotentes, que se sentían dueñas de la verdad, que funcionaban siguiendo un modelo militar, que proclamaban ser organizaciones obrera aunque la mayor parte de sus cuadros provenían de otros sectores sociales, que se autoproclamaban la única vanguardia con todo lo que ello significa de actitud sectaria, dogmática, hegemonista y verticalista. Este modelo parece haber caducado definitivamente. La gente dispuesta a luchar por un cambio social profundo se siente cada vez menos motivada a militar en una organización de este tipo.
Esta crisis orgánica aparece a su vez acompañada de una crisis de militancia bastante generalizada, no sólo en los partidos de izquierda sino también en los movimientos sociales y en las comunidades cristianas de base y no es ajena a los cambios que ha sufrido el mundo y, entre ellos, los sujetos sociales del cambio.
En América Latina, durante las últimas décadas, se han producido cambios muy importantes dentro de las fuerzas populares: una reducción absoluta del campesinado; una reducción de la población laboral empleada en la industria, amenazada constantemente de quedar excluida del proceso industrial; precarización de la fuerza laboral y fragmentación social, acentuada por los proceso de maquila en varios países, con la consecuente pérdida de identidad; crecimiento enorme del trabajo informal.
Han aparecido igualmente nuevos sujetos sociales: las mujeres han adquirido una importancia creciente en las distintas esferas: económicas, sociales y políticas; la juventud ha adquirido una mayor autonomía; los indígenas han llegado a representar un papel protagónico en algunos países; los cristianos progresistas y sus organizaciones de base han ido desempeñando un papel significativo en las luchas populares; los jubilados han aumentado notablemente en número y en muchos países han pasado a ser uno de los sectores más combativos; crecen los movimientos ecológicos, étnicos, raciales, por la libertad sexual; de la misma manera crece el número de emigrados que llegan a constituir verdaderas colonias en algunos países más desarrollados.
Y al mismo tiempo que se modifican los sujetos sociales se producen importantes cambios culturales. Los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión, difunden la omnipresente ideología neoliberal con su cultura individualista, egocéntrica, del sálvese quien pueda: la telenovela se han transformado en el opio del pueblo del mundo de hoy. Por otra parte, todo conduce a fomentar el consumismo: el «hombre tarjeta de crédito»: la servidumbre de fines del siglo XX.
Sin embargo, parece interesante constatar que, junto a esta crisis de militancia en muchos de nuestros países se da un crecimiento de la influencia de la izquierda en la sociedad y aumenta la sensibilidad de izquierda en los sectores populares.
Esto me hace pensar que, además de los factores expuestos anteriormente que pueden estar en su origen, es muy probable que también influya en la crisis de militancia el tipo de exigencias que se plantean a la persona para que ésta se pueda incorporar a una práctica militante organizada. Habría que examinar si la izquierda ha sabido abrir cauces de militancia adecuados para hacer fértil esa creciente sensibilidad de izquierda en la sociedad.
La izquierda necesita, entonces, urgentemente un instrumento político adecuado a los nuevos desafíos.
Sin embargo, me parece necesario advertir que no se trata de tirar todo por la borda y empezar desde cero. Existe una tendencia muy grande, especialmente en la juventud, a criticar destructivamente todo lo que existe y a pensar que se puede llegar a construir algo perfecto si se empieza todo de nuevo, evitando mirar al pasado.
Olvidar el pasado, no aprender de las derrotas, dejar de lado las propias tradiciones de lucha, es hacerle el juego a la derecha porque esa es la mejor forma de no acumular fuerzas, de volver a reincidir en los mismos errores.
Por ello mismo, antes de crear una nueva organización política habría que examinar muy bien la capacidad de transformación que tienen las organizaciones políticas actualmente existentes. Tal vez no se requiera construir una nueva organización, a lo mejor de lo que se trata es de fundir varias organizaciones ya existentes en una sola siempre que ésta se estructure de una manera diferente.
Algunas ideas sobre organización para los nuevos desafíos
A continuación señalaré algunas ideas acerca de cómo la izquierda latinoamericana podría organizarse para enfrentar los nuevos desafíos.
Muchas de estas ideas han surgido de la propia práctica y de las reflexiones que de ella han hecho varios de los dirigentes políticos de nuestro continente en entrevistas que les hiciera desde el ’79 en adelante, y de los escritos de dos compañeros con los cuales me siento muy identificada en esta materia: Clodomiro Almeyda dirigente socialista chileno, ex canciller de Salvador Allende, recientemente fallecido y el uruguayo Enrique Rubio dirigente de la Vertiente Artiguista y diputado nacional .
No se trata, de manera alguna, de un nuevo recetario, debemos recordar nuevamente que lo que debemos buscar es ser eficaces en la conducción de la lucha de clases para transformar nuestras sociedades particulares insertas hoy, es cierto, en un marco mucho más globalizado que antaño.
Reunir a su militancia en torno a un proyecto de sociedad y a un programa concreto
La aceptación o no aceptación del programa debe ser la línea divisoria entre los que están dentro de la organización y los que se excluyen de ella. Puede haber disenso en muchas cosas, pero debe existir consenso en las cuestiones programáticas. El programa político debe ser el elemento aglutinador y unificador por excelencia y es lo que debe dar coherencia a su accionar político.
Mucho se habla de la unidad de la izquierda. Sin duda ésta es fundamental para avanzar, pero se trata de unidad para la lucha, de unidad para resistir, de unidad para transformar. No se trata de una mera unidad de siglas de izquierda porque entre esas siglas puede haber quienes hayan llegado al convencimiento que no queda otra cosa que adaptarse al régimen vigente y si es así restarán fuerzas en lugar de sumar.
No hay que olvidar que hay sumas que suman, sumas que restan, éste sería el caso recién mencionado, y sumas que multiplican. El más claro ejemplo de este último tipo de suma es el Frente Amplio de Uruguay, coalición política que reúne a todos los partidos de la izquierda uruguaya y cuya militancia rebasa ampliamente la militancia que adhiere a los partidos que lo conforman. Ese gesto unitario de la izquierda logró convocar a una gran cantidad de personas que anteriormente no militaban en ninguno de los partidos que conformaron dicha coalición y que hoy militan en los Comités de Base del Frente Amplio. Los militantes frenteamplistas sin bandera partidista constituyen dos tercios del Frente y la militancia partidista el tercio restante.
Contemplar variadas formas de militancia
No todas las personas tienen la misma vocación militante ni se sienten inclinadas a militar en forma permanente. Eso fluctúa dependiendo mucho de los momentos políticos que se viven. No estar atentos a ello y exigir una militancia uniforme es autolimitar y debilitar a la organización política.
Hay, por ejemplo, quienes están dispuestos a militar en una área temática: salud, educación, cultura, y no en un núcleo de su centro de trabajo o en una estructura territorial. Hay otros que se sienten llamados a militar sólo en determinadas coyunturas (electorales u otras) y que no están dispuestos a hacerlo todo el año. Tratar de encasillar a la militancia en una norma única, igual para todos, en una militancia de las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana, es dejar fuera a todo este potencial militante.
Las estructuras orgánicas deben abandonar su rigidez y flexibilizarse para optimizar este compromiso militante diferenciado, sin que se establezca un valor jerárquico entre ellas.
Pero la organización política no sólo debe trabajar con la militancia que adquiere un compromiso partidario, debe también lograr incluir en muchas tareas a los no militantes. Una forma de hacerlo es la de propiciar la creación o la utilización de entidades fuera de las estructuras internas del partido, que sean útiles a la organización política y que le permitan aprovechar las potencialidades teóricas o técnicas existentes: centros de investigación, de difusión y propaganda, etcétera.
Por otra parte, el militante de la nueva organización debería ocupar la mayor parte de su tiempo en vincular al partido con la sociedad. Las actividades internas deberían reducirse a lo estrictamente necesario.
Considero que también debe cambiar la incorrecta relación entre militancia y sacrificio. Para ser militante en décadas pasadas había que tener espíritu de mártir: sufrir era revolucionario, gozar era visto como algo sospechoso. De alguna manera eran los ecos de la desviación colectivista del socialismo real: el militante era un tornillo más de la máquina partidaria; sus intereses individuales no eran considerados. Esto no quiere decir que desvaloricemos el espíritu de renuncia que debe tener el militante, pero éste debe buscar, dentro de lo posible, combinar sus tareas militantes con el desarrollo de una vida humana lo más plena posible.
Abandono de los métodos autoritarios
Los partidos de izquierda fueron durante mucho tiempo muy autoritarios, la cúpula del partido era la que decidía y los militantes acataban órdenes que nunca discutían y muchas veces no comprendían. Al criticar esta desviación se ha tendido a rechazar la utilización del método del centralismo democrático. Personalmente no veo cómo se puede concebir una acción política unificada y exitosa sin emplear este método, salvo que se decida actuar por consenso, método aparentemente más democrático porque busca el acuerdo de todos, pero que en la práctica a veces es mucho más antidemocrático, porque otorga de hecho derecho a veto a una minoría: al extremo que una sola persona puede impedir que se lleguen a implementar acuerdos con apoyo inmensamente mayoritario.
La izquierda tiene que aceptar que los problemas que se le plantean son cada vez más complejos y que ella no es dueña de la verdad, que la otra parte también puede tener parte de la verdad. En el diálogo siempre tiene que otorgar al otro al menos el beneficio de la duda y debe a aprender a construir el consenso y no a manipular el consenso como muchas veces se ha hecho.
Para que una organización tenga una vida interna democrática es fundamental que ésta cree espacios para el debate, la construcción de posiciones, el enriquecimiento mutuo mediante el intercambio de opiniones.
Por otra parte, pienso que no es malo sino deseable que se reconozca y legalice la existencia, dentro de una misma organización política, de diversas corrientes de opinión. Comparto con Tarso Genro la idea de que ello permite que dentro de una misma organización se expresen las distintas sensibilidades políticas de la militancia. Pienso que el agrupamiento de la militancia en torno a determinadas tesis puede contribuir a profundizar el pensamiento de la organización.
Lo que hay que evitar es que estas tendencias se conviertan en agrupamientos estancos, en fracciones, en verdaderos partidos dentro del partido y que los debates teóricos sean el pretexto para imponer correlaciones de fuerzas que nada tienen que ver con las tesis que se debaten. Por otra parte, si de lo que se trata es de democratizar el debate, lo lógico sería que no hubiese tendencias permanentes, o que, al menos en algunos temas, especialmente en temas nuevos, las personas pudiesen reagruparse de diferente manera. No siempre, por ejemplo, tendrían que coincidir en un mismo agrupamiento las personas que tienen una determinada posición frente al papel del Estado en la economía, con las que tienen una determinada posición respecto a la forma en que el partido debe estimular la participación política de la mujer.
Respecto a este tema de las tendencias y al respeto a las posiciones de los demás, me parece que en Porto Alegre se da una ejemplar práctica democrática. En el gobierno de la ciudad ganado por tercera vez consecutiva por el Partido de los Trabajadores las distintas tendencias del PT se van alternando en el cargo de alcalde y estos alcaldes forman sus equipos de gobierno con representantes de las diversas tendencias.
Según Tarso Genro, ex alcalde de Porto Alegre, esto sólo es posible si se parte del presupuesto de que las posiciones de la corriente a la que uno pertenece tendrán que ser complementadas por la dialéctica del diálogo y debate con las otras. Si se partiera de la vieja posición tradicional de que uno es el representante del proletariado y el resto es el enemigo, la actitud necesariamente sería diferente: ese resto tendría que ser neutralizado o aplastado.
Ahora bien, ser abierto, respetuoso y flexible en el debate no significa de ninguna manera renunciar a luchar porque las ideas propias triunfen si uno queda en minoría. Si luego del debate interno uno sigue convencido que ellas son las correctas, debe continuar defendiéndolas con el único requisito de que esa defensa respete la unidad de acción del partido en torno a las posiciones que fueron mayoritarias.
Y, hablando de debate, creo importante que se tenga en cuenta de que hoy es casi imposible que un debate interno deje de ser al mismo tiempo público y, por lo tanto, la izquierda tiene que aprender a debatir tomando en cuenta esa realidad.
La nueva cultura de la izquierda debe reflejarse también en un forma diferente de componer la dirección de la organización política. Durante mucho tiempo se pensó que si una determinada corriente o sector del partido ganaba las elecciones internas en forma mayoritaria, eran los cuadros de esa corriente los que debían ocupar todos los cargos de dirección. De alguna manera primaba entonces la concepción de que la gobernabilidad se lograba teniendo una dirección lo más homogénea posible.
Hoy tiende a primar un criterio diferente: una dirección con representación proporcional, que refleje la correlación de fuerzas dentro de ella, parece ser más adecuada porque eso ayuda a que la militancia se sienta más involucrada en las tareas. Pero este criterio sólo puede ser eficaz si el partido ya ha logrado adquirir esa nueva cultura democrática, porque si no es así, se produce una olla de grillos y el partido se hace ingobernable.
Por otra parte, me parece muy conveniente la participación directa de los militantes en la toma de las decisiones más relevantes, a través de consultas o plebiscitos internos. Y subrayamos «decisiones más relevantes», ya que no tiene sentido y sería absolutamente inoperante estar consultando a la militancia sobre decisiones que se deben adoptar en la gestión política cotidiana, de alta dedicación, que corresponde a opciones necesariamente no masivas. Estas consultas directas a las bases son una manera bastante efectiva de democratizar las decisiones partidarias.
Consultas del tipo recién mencionado podrían realizarse no sólo con los militantes, sino también con los simpatizantes o a lo que pudiéramos llamar el ámbito electoral del partido. Pienso que este método es especialmente útil para designar a los candidatos de izquierda a los gobiernos locales, si de lo que se trata es de ganar el gobierno y no de usar las elecciones sólo para propagandizar las ideas del partido. Una consulta popular al electorado acerca de los varios candidatos que la organización política propone, puede ser un método muy conveniente para no errar el tiro. A veces se han perdido elecciones por levantar candidatos usando un criterio netamente partidista: prestigio interno, expresión de una determinada correlación de fuerzas internas, sin tener en cuenta la opinión de la población sobre ese candidato.
Consultas a la población se han realizado con éxito en América Latina. La Causa R de Venezuela realizó un plebiscito sobre el parlamento y logró que se acercaran a votar en improvisadas urnas en la calle cerca de 500 mil personas. Otro ejemplo es la Consulta Nacional por la Paz y la Democracia, realizada por el Movimiento Civil Zapatista en el segundo semestre de 1995: una consulta muy original acerca de varios temas de interés, entre otros, si la organización debería unirse a otras y conformar un frente político, o si debía mantenerse como una organización independiente.
Cosas como éstas nos hacen pensar que la izquierda suele moverse en la dicotomía entre lo legal y lo ilegal, y no tiene suficientemente en cuenta un sinnúmero de otros espacios que yo denominaría alegales , porque no entran en la dicotomía antes señalada, que pueden ser aprovechados para concientizar, movilizar y hacer participar a la población.
Necesidad de construir una relación de respeto al movimiento popular
Hay que reconocer que ha existido una tendencia a considerar a las organizaciones populares como elementos manipulables, como meras correas de transmisión de la línea del partido. Esta posición se ha apoyado en la tesis de Lenin en relación con los sindicatos de los inicios de la revolución rusa, cuando parecía existir una muy estrecha relación entre clase obrera-partido de vanguardia-Estado.
Esta concepción fue abandonada por Lenin en los años finales de su vida, cuando en medio de la aplicación de la Nueva Política Económica (NEP) y sus consecuencias en el ámbito laboral, prevé el surgimiento de posibles contradicciones entre los trabajadores de las empresas estatales y los directores de dichas empresas y sostiene que el sindicato debe defender los intereses de clase de los trabajadores contra los empleadores, utilizando, si considera necesario: la lucha huelguística que, en un estado proletario no estaría dirigida a destruirlo sino a corregir sus desviaciones burocráticas.
Este cambio pasó desapercibido para los partidos marxistas leninistas quienes hasta hace muy poco pensaban que la cuestión de la correa de transmisión era la tesis leninista para la relación partido-organización social.
Esta tesis mal digerida fue aplicada por la izquierda en su trabajo con el movimiento sindical primero, y luego con los movimientos sociales. La dirección del movimiento, los cargos en los organismos de dirección, la plataforma de lucha, en fin, todo, se resolvía en las direcciones partidarias y luego se bajaba la línea a seguir por el movimiento social en cuestión, sin que éste pudiese participar en la gestación de ninguna de las cosas que más le atañían.
Esta situación fue cambiando. De alguna manera la crisis de las organizaciones políticas de izquierda, producto del terrorismo de los gobiernos militares que se ensañó contra ellas, y el auge simultáneo de muchos movimientos sociales contribuyeron a ello. Los movimientos sociales maduraron, cobraron confianza en sus propias fuerzas, se dieron cuenta que con sus propias iniciativas -más cercanas a su realidad que las que podían promover dirigentes políticos que decidían el destino de sus luchas sentados en un escritorio- podían lograr con más facilidad sus objetivos reivindicativos. Los dirigentes políticos, a su vez, fueron dándose cuenta de que el estilo verticalista de conducción funcionaba cada vez menos y rendía cada vez menos frutos.
Comenzaron a entender que los ritmos, los momentos de la lucha de cada movimiento no puede estar completamente subordinada a su proyecto político, porque existen dinámicas distintas y que es importante respetar estas dinámicas y encauzarlas en un gran movimiento contra el enemigo común. Se han ido convenciendo que esto no se logra imponiendo desde arriba una línea, sino ganando desde abajo la conducción.
Por otra parte, se han ido dando cuenta de que la organización política no es la única que tiene ideas y propuestas y que, por el contrario, el movimiento popular tiene mucho que ofrecerle, porque en su práctica cotidiana de lucha va también aprendiendo, descubriendo caminos, encontrando respuestas, inventando métodos, que pueden ser muy enriquecedores.
Por otra parte, es un error garrafal pretender conducir al movimiento de masas desde arriba, por órdenes, porque la participación popular no es algo que se pueda decretar desde arriba. Sólo si se parte de las motivaciones de la gente, sólo si se le hace descubrir a ella misma la necesidad de realizar determinadas tareas, estas personas estarán dispuesta a comprometerse plenamente con las acciones que emprendan.
Esta revalorización de los movimientos sociales y la comprensión de que la conducción se gana y no se impone, ha llevado a algunos sectores de la izquierda a buscar nuevas fórmulas para conformar los frentes políticos que no sean una mera alianza entre partidos políticos, sino que, a su vez, den cabida a la expresión de los movimientos sociales.
Después de lo dicho hasta aquí podemos comprender por qué los cuadros políticos de la nueva época no pueden ser cuadros con mentalidad militar: hoy no se trata de conducir a un ejército, ni tampoco demagogos populistas porque no se trata de conducir a un rebaño de ovejas ; los cuadros políticos deben ser fundamentalmente pedagogos populares, capaces de potenciar toda la sabiduría que existe en el pueblo, tanto la que proviene de sus tradiciones culturales y de lucha, como la que adquiere en su diario bregar por la subsistencia a través de la fusión de ésta con los conocimientos más globales que la organización política pueda aportar. Debe fomentar la iniciativa creadora la búsqueda de respuestas.
La organización política no debería buscar contener en su seno a los representantes legítimos de todos los que lucha por la emancipación social, sino esforzarse por articular sus prácticas en un único proyecto político.
Adecuar su lenguaje a los nuevos tiempos
La militancia y los mensajes de la izquierda de hoy, de la era de la televisión, no pueden ser los mismos que los de la década del 60; no son los de la época de Gutenberg, el inventor de la tipografía que dio origen a la imprenta, estamos en la época de la imagen y de la telenovela. La cultura del libro, la cultura de la palabra escrita, como dice Atilio Borón , es hoy una cultura de élite, ya no es una cultura de masas. La gente hoy lee muy poco o no lee, para poder comunicarnos con el pueblo debemos dominar el lenguaje audiovisual. Y la izquierda tiene el gran desafío de buscar cómo hacerlo cuando los principales medios audiovisuales están absolutamente controlados por grandes empresas monopólicas nacionales y transnacionales.
Muchas veces se quiere competir en el eslabón más fuerte de la cadena y eso es evidentemente imposible, no sólo por los recursos financieros que eso significa, sino también porque, aunque se dispusiese de esos recursos, como es el caso de la CUT en Brasil, los grupos económicos que monopolizan esos medios impiden cualquier tipo de incursión de la izquierda en éstos. La CUT ha querido tener un espacio propio y no se le ha otorgado.
Pero hay otras formas alternativas de comunicación en nuestro subcontinente que no han sido suficientemente trabajadas por la izquierda, como las radios comunitarias, los periódicos barriales, los canales municipales de televisión, y más accesibles aún a cualquier grupo que trabaja en el ámbito comunitario: el uso de videocasseteras para llevar a pequeños grupos de personas experiencias de interés que les permitan aprender y formarse una conciencia crítica frente a los mensajes e informaciones que transmiten las grandes trasnacionales de la información.
Aquí también está el desafío de crear videos pedagógicos que permitan intercambiar experiencias y aprender de otras experiencias populares.
Y en este intercambio de experiencias empiezan a jugar hoy un papel importante las radios populares conectadas a redes que transmiten por satélite y permiten que los actores populares se comuniquen entre sí de un país a otro y puedan dialogar sobre sus experiencias.
Organización política de los explotados por el capitalismo y de los excluidos
Si, como veíamos anteriormente, la clase obrera industrial ha ido disminuyendo en América Latina, en contraste con el sector de los marginados o excluidos por el sistema que está en constante aumento, parece necesario que la organización política tome en cuenta esta realidad y que deje de ser una instancia que reúna sólo a la clase obrera clásica para transformarse en la organización de todos los trabajadores y sectores sociales oprimidos.
Una organización política no ingenua, que se prepara para todas las situaciones
La posibilidad actual que tiene la izquierda de disputar abierta y legalmente muchos espacios, no debe hacerle perder de vista que la derecha respeta las reglas del juego sólo hasta donde le conviene. Hasta ahora no se ha visto ninguna experiencia en el mundo en que los grupos dominantes estén dispuestos a renunciar a sus privilegios.
El hecho de que estén dispuestos a retirarse de la arena política cuando consideran que su repliegue puede ser más conveniente, no debe llevarnos a engaño. Pueden perfectamente tolerar y hasta propiciar la presencia de un gobierno de izquierda, siempre que éste se limite a administrar la crisis. Lo que no permitirán nunca y en eso no hay que ser ilusos, es que se pretenda construir una sociedad alternativa.
En la medida en que crezca y acceda a posiciones de poder, la izquierda debe estar preparada para hacer frente a la fuerte resistencia que opondrán los núcleos más apegados al capital financiero, más apegados a privilegios de toda índole, que se van a valer de medios legales o ilegales para evitar que se lleve adelante un programa de transformaciones democráticas y populares.
De ahí que la izquierda, como toda fuerza política que tiene el poder en la mira, no puede dejar de incluir en su estrategia la constitución de una fuerza material que le permita defender las conquistas alcanzadas democráticamente.
Una nueva práctica internacionalista en un mundo globalizado
En un mundo en que el ejercicio de la dominación se realiza a escala global, parece aún más necesario que ayer establecer coordinaciones y estrategias de lucha a nivel regional y supra regional.
Encarnación de los valores éticos de la nueva sociedad que se pretende construir
Por último, En un mundo en que reina la corrupción y existe, como veíamos anteriormente, un creciente descrédito en los partidos políticos y, en general, en la política, es fundamental que la organización de izquierda se presente con un perfil ético netamente diferente, que sea capaz de encarnar en su vida cotidiana los valores que dice defender, que su práctica sea coherente con el discurso político. De ahí el auge que ha tenido la figura del Che.
Es fundamental, por otra parte, que la organización que construyamos encarne los valores de la honestidad y de la transparencia. En este terreno no puede permitirse el más leve comportamiento que pueda empañar su imagen. Debe crear condiciones para mantener una estricta vigilancia en cuanto a la honestidad de sus cuadros y mandatarios.
Debe luchar también contra todo tipo de discriminación de raza, etnia, género, sexo, empezando por casa.
Por último, además de las banderas enarboladas por la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, que conservan toda su vigencia, pienso que habría que agregar una cuarta bandera: la de la austeridad. Y no por un sentido ascético cristiano, sino para oponerse al consumismo suicida y alienante de fines de siglo.
Conclusión
Desde el ’95 comenzaron a sentirse la primeras protestas masivas contra los desastrosos efectos del neoliberalismo, y lo interesante es que varias de ellas se dieron en los propios países desarrollados. Francia no veía una huelga general desde el ’68. La ciudad canadiense de Toronto fue conmovida, en noviembre de 1996, por la manifestación popular más grande de su historia: cerca de doscientas mil personas recorrieron disciplinadamente las calles de la ciudad durante largas horas.
Más recientemente este rechazo se refleja en los resultados electorales en varios países: mientras en Europa los laboristas en Inglaterra y los socialistas apoyados por los comunistas en Francia, ganaban las elecciones; en América Latina el FMLN ganaba la alcaldía de San Salvador y varias de las principales ciudades del país, disputando muy de cerca la correlación de fuerzas con ARENA; y Cuauhtémoc Cárdenas ganaba las elecciones del Distrito Federal.
También han crecido las protestas populares en América Latina en los últimos meses: la gran marcha del MST en Brasil, las manifestaciones contra el gobierno en Nicaragua, el inicio de protestas estudiantiles en Chile, las recientes manifestaciones masivas contra Fujimori en Perú, las explosiones urbanas en varias ciudades argentinas.
Todo esto hace pensar a algunos que la situación está cambiando, que estamos entrando a una nueva ola expansiva. Sea cual fuera la interpretación, los desafíos para la izquierda son enormes, porque si no se logra canalizar esta creciente resistencia en una voluntad única, sus efectos se desvanecerán como pompas de jabón.
Cuando iniciábamos este trabajo decíamos que aunque la revolución no se veía en el horizonte cercano, la revolución era ahora más necesaria que nunca, no sólo para los pobres de este mundo sino para la humanidad toda. Quizá la revolución no sea hoy el motor de la historia, como afirmaba Marx, sino el «freno de emergencia» de la historia, como dice el historiador Walter Benjamin; un freno que nos impida caer en el abismo al que nos conduce inexorablemente el neoliberalismo.
Martha Harnecker es educadora popular chilena. Autora de numerosos trabajos de investigación sobre la izquierda latinoamericana.