Con los gobiernos de Lula en Brasil y Tabaré Vázquez en Uruguay, la crisis hegemónica que afecta a las sociedades latinoamericanas desde el agotamiento del modelo neoliberal llega de lleno a la izquierda. Gobiernos elegidos en el marco de la oposición a las políticas neoliberales, que han ocupado históricamente el espacio de la izquierda en sus países, triunfan, derrotan los partidos que habían puesto en práctica políticas neoliberales, pero no salen del modelo eje de esas políticas.
No vamos a prejuzgar los eventuales gobiernos de López Obrador en México y de Evo Morales en Bolivia, no podemos dejar de considerar los riesgos que esos posibles gobiernos de la izquierda corren, aún más después que en un país como Brasil la izquierda no sale del modelo neoliberal. Aun con sus particularidades, debemos decir que, a pesar de iniciativas audaces –como la reestructuración de sus deudas externas y la resistencia al intento de alza del precio de la gasolina–, el gobierno argentino de Nestor Kirchner tampoco implementa una política económica distinta, en lo esencial, del modelo neoliberal.
Pero hacen también parte de esa crisis los callejones sin salida a que intentos de sustitución de las fuerzas políticas por movimientos sociales. Ecuador es el mejor ejemplo de un país donde movimientos sociales tumban gobiernos con políticas antipopulares, llegan a las puertas del palacio presidencial, delegan el gobierno, más de una vez, a otros, se sienten traicionados y retornan a la oposición.
Los problemas de división en el movimiento indigenista, así como las diferencias en la izquierda boliviana, revelan dilemas planteados entre incluir la vía institucional, articulando movimientos sociales con fuerzas políticas o buscando alternativas antiinstitucionales. La misma reconversión de los zapatistas a una línea de acción que vincula directamente la emancipación de los pueblos indígenas de Chiapas a la emancipación de todo el pueblo mexicano, lo cual significa también el reconocimiento de la necesidad de una acción política nacional –de nuevo orden, pero, al fin y al cabo, un reconocimiento de la necesidad de construcción de un modelo hegemónico alternativo de poder de carácter nacional. Es un intento más de buscar llenar el vacío producido por la crisis hegemónica en el continente.
El modelo hegemónico en el capitalismo contemporáneo es el neoliberal. La izquierda se recicló hacia la resistencia y la lucha en contra del neoliberalismo, a punto que ser de izquierda en estas décadas es, ante todo, ser antineoliberal (además de ser antiimperialista). Los distintos matices dentro de la izquierda apuntan para la identificación del antineoliberalismo con el anticapitalismo o con otras formas de posneoliberalismo. Pero tienen en común el marco del antineoliberalismo. No es por casualidad que el Forum Social Mundial, reagrupando a fuerzas tan amplias y diferenciadas, puso el antineoliberalismo como su elemento unificador.
El modelo neoliberal promovió la hegemonía del capital financiero, en su modalidad especulativa, prácticamente en todas las sociedades latinoamericanas. Se desarrolló un proceso de financiarizacion de nuestros países, que se extendió prácticamente por todos los poros de nuestras sociedades, incluido el Estado. Se debilitó la capacidad de financiamiento y de control por parte del Estado, se multiplicó el desempleo y las distintas formas de precarización de las relaciones laborales –todas formas de superexplotación del trabajo.
Se produjeron cambios radicales en la relación de fuerza entre las clases sociales, en favor del gran capital –en particular del gran capital internacionalizado y del capital financiero– y en contra del mundo del trabajo. La derecha renovó sus valores, sus planteamientos, sus formas de acción, imponiendo una hegemonía como nunca antes lo había logrado.
El capital financiero no crea las bases sociales de apoyo suficientes para su legitimación en el poder. No genera empleos; al contrario, tiende a eliminar empleos. No distribuye renta; al contrario, intensifica la concentración de renta. No amplía los derechos sociales; al contrario, los debilita. La financiarización hace víctimas a los pequeños y medianos empresarios. Las bases materiales de su proceso de reproducción permiten, máximo, arrastrar a sectores del gran capital volcado hacia la exportación y hacia altas esferas del consumo.
¿Cómo busca ese modelo su base de apoyo? En primer lugar, por el apoyo cohesionado del gran capital, que participa total o parcialmente del proceso de acumulación financiera. De la consolidación de capas privilegiadas entre los estratos medianos, agregados al gran capital internacionalizado, en distintos niveles. En tercer lugar, por las enormes dificultades que genera para la organización de los sectores sociales, atomizados y con grandes dificultades de volverse fuerza social y política. Además, cuenta con la dictadura ideológica de los grandes monopolios privados de los medios –con la televisión desempeñando un papel determinante.
Hay así un triple apoyo: de las capas privilegiadas económicamente; que a su vez disponen de la ideología propagada por los grandes medios monopólicos; contando además con la fragmentación, especialmente de los sectores vinculados al mundo del trabajo. Tratase así de una hegemonía que tiene en los mecanismos de fragmentación social y en los mecanismos ideológicos sus puntos esenciales de apoyo.
En su ciclo de implementación, el modelo tuvo éxitos económicos inmediatos, dispuso de la iniciativa con sus planes de contrarreformas, valiéndose de la desregulación económica, para transferir la inflación para el inmenso déficit público que, al llevar los Estados latinoamericanos a la quiebra, a su vez refuerza su dependencia a los organismos financieros internacionales. Sus ejes de apoyo son la estabilidad monetaria lograda, después de procesos inflacionarios descontrolados; el sostén del bloque dominante, tanto el gran empresariado, cuanto los organismos financieros y comerciales internacionales, así como el apoyo activo y decisivo de los grandes medios privados.
Cuentan también con la cooptación de sectores –mayoritarios– de la izquierda tradicional – como mencionamos antes–, así como con la fragmentación social de las clases populares, con el desempleo, el subempleo y la precarización generalizada de las relaciones de trabajo.
Sin embargo, a pesar del clima eufórico con que contó – especialmente a mediados de la década de los 90, valiéndose también del final del campo socialista y del nuevo ciclo corto de expansión de la economía norteamericana, con las ilusiones de que se generaba una nueva economía–, la secuencia de crisis llevó al agotamiento del modelo. En primer lugar, la crisis mexicana de 1994, seguida por la brasileña de 1999 y por la argentina de 2001.
Las tres principales economías del continente desembocaban en crisis por la aplicación del modelo neoliberal, después de México haber sido elevado a caso modelar por los organismos internacionales y de Argentina haberse vuelto el modelo más ortodoxamente neoliberal del continente.
Varios gobiernos –más de diez– fueron sustituidos en los últimos años en América Latina y el Caribe –en países distintos como Argentina, Ecuador, Bolivia, Perú–, como efecto del agotamiento del modelo neoliberal. Gobiernos que prometieron salir del modelo, pero no lo han hecho o que simplemente lo mantienen. Todos pierden legitimidad rápidamente, sufren gran presión bajo las movilizaciones de los movimientos sociales, hasta que terminan renunciando.
Esas crisis llevaron al agotamiento del modelo, que contaba con bases sociales relativamente restringidas, porque la hegemonía del capital financiero no produce bases sociales suficientemente amplias como para basar en ellas su legitimidad. Al contrario, modelos centrados en la especulación financiera, en la exportación y en el consumo de las altas esferas del mercado, no requieren distribución de renta, ampliación de la capacidad de consumo de las capas populares, ni siquiera de todos los sectores de las capas intermedias.
Genérase así una crisis de hegemonía en América Latina, una disputa entre lo viejo y lo nuevo, entre un modelo agotado, que persiste en sobrevivir, y un mundo nuevo, que no encuentra todavía formas de existencia para sustituirlo. Es por ello que América Latina se ha vuelto la región más inestable del mundo en términos económicos, sociales y políticos, con la sustitución de más de diez gobiernos en los últimos años, ninguno por efecto de golpes militares, todos por pérdida de legitimidad social, cuestionado por los movimientos populares, dentro de las legalidades existentes.
La izquierda tradicional de América Latina se dividió respecto a los modelos neoliberales. Inicialmente, cuando la propuesta estaba en manos de la derecha –y de la extrema derecha, en el caso de Pinochet– la izquierda se pronunciaba en contra del modelo. Pero, a partir del momento en que la social-democracia europea –a partir de los partidos socialistas de Francia y de España– asumió el modelo, como que afirmando el carácter universal del Consenso de Washington, la izquierda latinoamericana, especialmente en sus versiones nacionalista y socialdemócrata, adhirieron al modelo.
Fue un proceso que tuvo su punto de partida en la adhesión de Carlos Menem, de Carlos Andrés Pérez y de Salinas de Gortari. Los socialistas chilenos, a su vez, aliados a los democratacristianos, sucediendo a Pinochet en el gobierno, mantuvieron el modelo heredado. La adhesión del gobierno de Fernando Henrique Cardoso, en Brasil, complementó ese proceso. Así, casi todos los partidos del espectro político se asociaron a ese consenso neoliberal.
Pero fue la victoria de Lula en Brasil y de Tabaré Vázquez en Uruguay, que terminó cerrando el ciclo de adhesiones, ahora por parte de dos fuerzas que habían protagonizado la resistencia al modelo neoliberal en las décadas anteriores. Con ello, América Latina quedó como la región en el mundo en que más se ha generalizado la aplicación del modelo neoliberal. Con pocas excepciones –como los casos de Cuba y Venezuela–, se puede decir que el modelo se extendió a lo largo y a lo ancho de todo el continente, haciendo de América Latina el laboratorio de experiencias neoliberales, al inicio, y posteriormente una región privilegiada de aplicación del modelo.
La izquierda, como ha existido hasta ahora en América Latina, revela así no disponer todavía de un proyecto alternativo al modelo neoliberal o no tener fuerza para ponerlo en práctica. Las excepciones vienen de gobiernos sui géneris –el de Cuba y el de Venezuela, con sus particularidades. El gobierno cubano es resultado de un proceso revolucionario, que destruyó las bases mismas del capitalismo y de la dominación imperial en el país. El gobierno bolivariano de Venezuela se apoya sobre dos factores particulares –los recursos petrolíferos y el apoyo de las FFAA. Asimismo, en Venezuela no llegó a cuajar un modelo neoliberal –a pesar de los intentos, frustrados, de los gobiernos de Carlos Andrés Pérez y de Rafael Caldera.
Para dar cuenta de los problemas enfrentados por la izquierda en el periodo histórico dominado por la hegemonía imperial estadounidense y por el modelo neoliberal, hay que mencionar que la lucha de la izquierda tiene en el enfrentamiento esa hegemonía. Ella se combina con el neoliberalismo, para configurar los dos ejes del poder dominante en el mundo de hoy –el poder del dinero y el poder de las armas. Un proyecto hegemónico alternativo tiene que dar cuenta de esos dos ejes. Se puede decir que el gobierno brasileño da cuenta del segundo de ellos, con su política externa –aun con problemas, de los cuales la posición respecto a Haití es el más grave. No así en lo que atañe al proyecto mercantil, que caracteriza al neoliberalismo.
Sin entrar a analizar la posibilidad de reproducción de esos modelos en otros países de América Latina, busquemos las razones por las cuales las vertientes tradicionales de la izquierda del continente se encuentran en la situación apuntada. ¿Y qué perspectivas se presentan para la lucha antineoliberal de la izquierda latinoamericana?
La conversión de fuerzas nacionalistas y socialdemócratas al neoliberalismo, así como los impasses enfrentados en el presente por los gobiernos del PT y del Frente Amplio, revela un fenómeno mucho más amplio que ser diagnosticado como traición o algún otro enfoque más o menos similar. Hay que encarar este capítulo reciente de la historia de la izquierda latinoamericana en el marco de los profundos cambios en la relación de fuerzas acaecidas en el mundo en las últimas décadas.
No se trata de cambios cualesquiera. Fue, en primer lugar, el cierre del período histórico abierto con el final de la Segunda Guerra Mundial, de equilibrio de fuerzas entre los campos capitalista y socialista. Considerando que los avances antiimperialistas y anticapitalistas de las décadas anteriores se habían apoyado –y, a la vez, reforzado– en esa polarización, en un período que revirtió la situación de defensiva en que se encontraban las fuerzas de izquierda. Éstas, después de agotado el impulso del triunfo bolchevique, con la estabilidad política restaurada en Europa y el aislamiento correspondiente de la URSS, fue seguida del ascenso de los fascismos en Europa y del paso de la izquierda a la defensiva –explicitada en la línea de los frentes populares antifascistas.
La derrota de los países del eje en la segunda guerra, la constitución del campo socialista en Europa oriental, el triunfo de la revolución china, el proceso de descolonización en Asia y en África, produjeron un nuevo campo de enfrentamientos –con la oposición de los campos socialista y capitalista– y una nueva relación de fuerzas, con el equilibrio entre las dos grandes fuerzas. La constitución del campo del tercer mundo contribuía asimismo a una perspectiva futura favorable a la lucha antiimperialista y anticapitalista.
Ese período histórico, con una determinada constitución y relación de fuerzas entre ellas, fue cerrado bruscamente con la autodisolución del campo socialista y todos sus efectos políticos e ideológicos. De inmediato representó la introducción de un mundo unipolar, bajo un fuerte impacto de una nueva ofensiva política, ideológica y militar de EE UU.
Entre sus consecuencias más inmediatas –consecuencias también del paso del capitalismo de su modelo keynesiano al neoliberal– en el plano político están el debilitamientos de los partidos comunistas, la adhesión de los partidos socialdemócratas a modelos neoliberales, con la ruptura de la unidad de la izquierda, además del debilitamiento de los Estados y su capacidad de promover tanto políticas de desarrollo como la extensión de los derechos sociales dela masa de la población.
A esos factores hay que agregar el triunfo del liberalismo, en el plano internacional, con consecuencias directas dentro de cada país, incluso sobre el perfil ideológico de la misma izquierda. En el embate entre el campo capitalista y el socialista, había dos diagnósticos sobre la contradicción fundamental en el plano mundial. Para el campo socialista, la contradicción se daba entre el socialismo y el capitalismo. Para el campo capitalista, se trataba de la oposición entre democracia y totalitarismo.
El triunfo del bloque capitalista representó también el triunfo de su interpretación, extendida hacia la visión según la cual el siglo XX habría representado la lucha entre la democracia y el totalitarismo – éste representado, inicialmente, por el nazismo y el fascismo, posteriormente por el comunismo (teniendo el nacionalismo y el islamismo como variantes). Triunfa igualmente la identificación entre democracia y liberalismo, fundamental para su hegemonía política e ideológica.
Otro aspecto de la hegemonía ideológica neoliberal está dado por la asimilación del fracaso del modelo soviético con la crisis fiscal del Estado, valiéndose de ambos para descalificar al Estado. Para sus ideólogos más recalcitrantes, a ella se contrapone la valorización del mercado –aunque, bajo la polarización que imponen, entre estatal y privado, buscan esconder el mercado y apropiarse de la categoría privado, con ambigüedad de privatización y de esfera privada.
Para una interpretación que se pretende libertaria, se busca contraponer la sociedad civil al Estado. Son dos interpretaciones que no son incompatibles, pero que remiten a dos vertientes con sus particularidades. Una, derechamente al mercado, a la mercantilización, a las fuerzas que predominan en el mercado; la otra, a las ONG, al tercer sector, etc.
La izquierda latinoamericana no quedó ajena a esa influencia. Incorpora la identificación de democracia con democracia liberal. Acepta la crisis fiscal del Estado como señal del agotamiento definitivo del Estado como agente político, económico y social, pasando a valorar, en contraposición a la sociedad civil –con todas sus otras connotaciones: ciudadanía, consumidor, redes, etc. Esta visión es contemporánea a la aceptación de la tesis de la pérdida de centralidad del trabajo, con la sustitución de las interpretaciones centradas en las contradicciones de clase por las teorías de la exclusión social –de corte claramente funcionalista.
La novedad representada por los gobiernos de Lula y de Tabaré Vázquez da es un paso nuevo –y definidor– en la incorporación del liberalismo de parte de fuerzas de izquierda –de políticas económicas de carácter liberal. El gobierno brasileño inicialmente mantiene la política heredada de Cardoso, como una forma de neutralizar la posibilidad de una desestabilización económica en la transición hacia el nuevo gobierno, pero rápidamente esa política pasó a ser adoptada como permanente, incluso con un ajuste fiscal todavía más duro que en el gobierno anterior. El gobierno de Tabaré, habiendo escogido a un economista conservador del Frente Amplio –Danilo Astori–, incorpora el modelo heredado, que privilegia el ajuste fiscal y la estabilidad monetaria sobre las metas sociales.
Considerando que el principal efecto concreto de las políticas neoliberales es la retracción de los derechos sociales de la gran mayoría de la población, políticas económicas que chocan con la posibilidad de promoción de la prioridad de metas sociales. Lo cual significa no solamente no salir del modelo económico neoliberal, sino restringir las políticas sociales a políticas focalizadas, emergenciales, en lugar de políticas de universalización de los derechos.
Después de dividirse frente al neoliberalismo, con algunas de sus fuerzas poniendo en práctica esas políticas, mientras otras resistían desde la oposición, queda claro, cuando algunas de estas fuerzas llegan al gobierno –como son los casos de Brasil y Uruguay– y reproducen el modelo económico, eje de las políticas neoliberales, la izquierda latinoamericana se encuentra en una profunda crisis. Una crisis de identidad ideológica, de proyecto político, pero también de bases sociales de identificación.
Identidad ideológica, porque los partidos de izquierda que han asumido gobiernos no han roto ni con los modelos neoliberales, ni tampoco con sus valores. No han demostrado firmeza ideológica para poner en práctica políticas con valores distintos y contrapuestos a los que orientan al ideario neoliberal. La influencia liberal ha contribuido seguramente para el debilitamiento de las fuerzas de izquierda, al hacerlas abandonar posiciones anticapitalistas, así como las referencias al mundo del trabajo, a las contradicciones de clase, al proceso de acumulación de capital, a las alianzas sociales. Al igual que han sido influenciados por las tesis sobre la crisis irreversible del Estado y la necesidad del ajuste fiscal para sanear la moneda, como condición preliminar para la retomada de un supuesto crecimiento sostenible.
Al no cuestionar el tipo de Estado por su financiarización en el plano económico, por el debilitamiento de su capacidad de decisión por la abertura y la desregulación económica, por el poder de generación de los consensos ideológicos en las manos de los grandes medios privados. Se aceptó el diagnóstico neoliberal sobre la crisis fiscal del Estado, con las necesarias consecuencias, que terminan priorizando el ajuste fiscal y las medidas de estabilización monetaria. Se abandona la centralidad de la reforma tributaria con fuerte contenido redistributivo, para financiar las políticas públicas. Porque la prioridad de metas monetarias implica el abandono de políticas monetarias como palanca del desarrollo y de la redistribución de renta. Los déficit públicos apuntan entonces, como alternativa, hacia los préstamos internacionales, con los condicionamientos respectivos, además de un camino del cual no se suele salir.
Particularmente ausentes son las ideas-fuerza de la izquierda de universalización de los derechos sociales y la reforma democrática del Estado centrada en la esfera pública. Si el neoliberalismo busca imponer la polarización entre las categorías de estatal y privado, la izquierda tiene que reimponer los términos reales de enfoque de la realidad social: público versus mercantil. Éste es el esquema que identifica el movimiento posneoliberal.
Las fuerzas tradicionales de la izquierda no se han mostrado, hasta ahora, capaces de salir de ese modelo, sin lo cual ninguno de los grandes problemas del continente –que sólo han aumentado bajo la aplicación de las políticas neoliberales– puede ser resuelto ni siquiera aminorado. Cuando nos planteamos la definición del campo de la izquierda en el período histórico contemporáneo como el de todas las fuerzas antineoliberales –reflejando no sólo el nuevo modelo hegemónico capitalista, sino también el retroceso que ha significado para la izquierda el paso del período anterior a éste–, definimos el límite inapelable para la definición de la izquierda: el antineoliberalismo.
Al no romper con ese modelo, gobiernos y partidos originarios de la izquierda desertan del campo de la izquierda, inducen la influencia liberal –en el plano político, económico e ideológico– en el seno de la izquierda, reafirmando la hegemonía neoliberal, en lugar de cuestionarla y luchar por su superación.
Lo que podemos denominar como crisis hegemónica en la izquierda latinoamericana –que, a lo mejor, se extiende a otras regiones del mundo– se caracteriza por algunos rasgos centrales:
a) la ausencia prácticamente de fuerzas políticas en condición de dirigir la construcción de un proyecto y un bloque de fuerzas posneoliberales;
b) el debilitamiento de las bases sociales tradicionales de la izquierda –movimiento sindical, trabajadores del sector público, intelectualidad de la esfera pública–, aunado al proceso de fragmentación y atomización del mundo del trabajo;
c) la hegemonía de las ideas liberales en el campo de la izquierda, expresadas en la identificación mecánica de democracia con democracia liberal, en la ausencia de cuestionamiento anticapitalista, en la aceptación de modelos económicos de carácter mercantil, en la sustitución de políticas universalizantes por políticas focalizadas y emergenciales, la retracción del Estado, como consecuencia de la prioridad de políticas de ajuste fiscal.
La construcción de un proyecto hegemónico posneoliberal requiere, ante todo, un análisis de las transformaciones acaecidas en las décadas de aplicación de políticas neoliberales.
a) Éste tiene, primeramente, que descubrir la nueva geografía de la fuerza de trabajo, con su nueva morfología, especialmente en todo el universo de los que sobreviven en los multiplicados espacios informales de la sociedad. Sin ello, el tema del trabajo –que sigue siendo estratégico– quedará reducido a las dimensiones de la fuerza de trabajo formal y de los sindicatos. Sin esa reconstitución no se superará el aislamiento de la izquierda, de sus fuerzas políticas y movimientos sociales, respecto a las nuevas generaciones de jóvenes pobres.
b) Tiene, asimismo, que definir la naturaleza del período histórico con claridad –de hegemonía neoliberal–, con todos sus elementos de fuerza y de debilidad. Para lo cual se necesita comprender la capacidad hegemónica mayor del neoliberalismo, que reside en su capacidad de influencia ideológica, a partir del llamado American Way of Life, que disputa la mente de personas en prácticamente todos los países del mundo, de todas las edades, género y etnias.
c) Tendría, además, que construir la fuerza social, política, ideológica y organizativa para poder sustentar esa alternativa posneoliberal.
El listado de requerimientos podría alargarse demasiado. Para poder resumirlos, diríamos que dos principios fundamentales tienen que orientar la acción de una fuerza de izquierda hoy: el de sin teoría revolucionaria, no hay práctica revolucionaria y el de en las sociedades de clase, la ideología dominante es la ideología de las clases dominantes.
Son principios porque están hondamente anclados en la realidad y, aunque a veces se quiera olvidarlos, reaparecen frente a nosotros como constitutivos de la lucha en contra de las sociedades capitalistas, como vectores incontornables de cualquiera práctica social que se pretenda de transformación de la realidad. El primero remite a la idea de que la práctica es implacable frente a los errores teóricos o a su falta de elaboración teórica. Que sin descifrar los nudos que articulan la realidad concreta, no es posible transformar la teoría en instrumento de trasformación. Aún más con fuertes presiones institucionales y de los medios, vía hegemonía del ideario liberal, la ausencia de formulaciones teóricas que anclen las propuestas programáticas, estratégicas y tácticas, condena inevitablemente a las fuerzas de izquierda a la cooptación frente a esas presiones.
El segundo representa la necesidad de construir proyectos alternativos, para no facilitar una tendencia que hoy por hoy es dominante: la adaptación a las políticas existentes, a la institucionalidad existente, a los consensos fabricados por los grandes medios privados. Representa el reconocimiento de la fuerza de la hegemonía liberal, tanto a nivel económico y político, cuanto social, como instrumento de diseminación de los valores de la forma de vivir estadounidense, que penetra prácticamente en todos los sectores de la sociedad.
En lo esencial, se trata de reconocer la dimensión de la tarea por delante: la de elaborar un proyecto posneoliberal y construir la fuerza –social, política, cultural y moral– capaz de hacerlo realidad.
Politólogo alemán con doctorado en Ciencias Políticas. Actualmente se desempeña como jefe del equipo de análisis político de la Fundación Rosa de Luxemburgo de la Republica Federal de Alemania. Forma parte de la junta de Directores de esa Fundación. brie@rosalux.de
Resumen
El texto está organizado en cuatro partes. En la primera se aborda la crisis del modelo neoliberal en América Latina y como esa crisis llegó de lleno a la izquierda. Siendo que en las últimas décadas la condición de izquierda parte de su resistencia al neoliberalismo, gobiernos electos por fuerzas de izquierda, no salen del modelo eje de esas políticas. Se argumenta que gobiernos como los de Lula en Brasil o el de Tabaré Vázquez en Uruguay, son ejemplos de esto. En la segunda parte se hace un apretado recuento histórico del proceso vivido por la izquierda latinoamericana con la implementación del modelo neoliberal en la región. En la tercera parte se pone ese proceso en un contexto más amplio, revisando históricamente lo que ha pasado en el mundo con las fuerzas de izquierda en su lucha contra el capitalismo. En la cuarta y última parte se aborda la aguda crisis que vive hoy la izquierda latinoamericana. Crisis que se diagnostica como ideológica, política y de identificación con bases sociales. Se plantean así mismo los requerimientos que el autor considera indispensables para la construcción de un proyecto hegemónico posneoliberal. Se sostiene que se vive una crisis de hegemonía en América Latina, una disputa entre lo viejo y lo nuevo, entre un modelo agotado, que persiste un sobrevivir, y un mundo nuevo, que no encuentra todavía formas de existencia para sustituirlo. Es por ello que América Latina se ha vuelto hoy en día en la región más inestable del mundo en términos económicos, sociales y políticos.
Palabras clave: América Latina, izquierda, neoliberalismo, proyecto hegemónico.