El Capitalismo como religión seguido de Fragmento teológico-político. Walter Benjamín. 1921

Unas palabras previas

El fragmento Kapitalismus als Religion (El Capitalismo como Religión), inacabado e inédito en vida de Benjamin, es uno de los textos más herméticos de un autor ya de por sí esotérico. Fue escrito hacia 1921, muy influido por la lectura del libro Thomas Müntzer, teólogo de la revolución de su amigo Ernst Bloch y por las ideas del anarquista Gustav Landauer y, en cierta medida, en confrontación con alguna de las tesis de La ética protestante y el espíritu del Capitalismo de Max Weber.

Pero más allá de la influencia que algunas lecturas pudieron tener a la hora de elaborar estas notas dispersas y fragmentarias, lo que nos interesa destacar de este texto es su carácter anticipatorio y radical.

Benjamín, a contracorriente de la escuela marxista, apunta una crítica que quizás solo décadas después se nos revela en toda su radicalidad.

Para Benjamín, el Capitalismo es el culto más extremo que haya existido. Las prácticas capitalistas, por encima de su utilitarismo, son prácticas cultuales que dirigen las vidas de quienes están sometidos a su imperio sin condiciones ni responsabilidad. El Capitalismo es la religión más extrema, pues ha de ser celebrada en todo momento y lugar, algo que en nuestra época ha alcanzado sus mayores cotas de sometimiento, cuando casi cada cosa y cada relación entre los seres y las cosas está mediado necesariamente por la forma-mercancía, cuando el agua, los cuidados, y hasta la felicidad responden ya a las exigencias del Capital.

El término alemán schuld (que tiene el doble significado de «culpa» y «deuda»), es empleado en varias ocasiones por Benjamín. Un rasgo esencial del capitalismo es la culpabilización generalizada que introduce. En él no hay esperanza de redención, siempre hay una culpa y una deuda. Aquellos que no ganan el dinero suficiente (y ningún dinero es nunca suficiente) son (y se sienten) culpables por ello, y además están en deuda con la Economía, convertida en diosa triunfante que todo lo ve y lo juzga.

Siempre hay que abarcar más, aspirar a más, producir más y ganar más. Ahí reside el carácter totalitario del Capitalismo, pero lejos de corresponder a un carácter meramente materialista y utilitarista, como querrían los marxistas, su verdadera esencia es fundamentalmente religiosa, y ahí eso permite en gran medida su apisonadora expansión alegre y universal. No hace falta la razón, solo la fe, una fe desesperada y suicida, una fe ciega en la propia marcha triunfante del Capital y del reino del consumo. Si no lo derribamos como el ídolo que es seremos todas sacrificadas en un Moloch final.

En esta pequeña y modesta edición hemos decidido incluir el texto Fragmento teológico-político, escrito más o menos en la misma época en que Benjamín redactó El Capitalismo como Religión y en el que deja algunos apuntes sobre un mesianismo revolucionario que ha de apuntar a la ruptura del continuo histórico.

Nada acontece, todo ha de suceder.

Apuntad alto…

El Capitalismo como Religión

Hay que ver en el capitalismo una religión, es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, penas e in- quietudes a las que daban antiguamente respuesta las denominadas religiones. La comprobación de esta estructura religiosa del capitalismo, no sólo como forma condicionada religiosamente (como pensaba Weber), sino como fenómeno esencialmente religioso, nos conduciría hoy ante el abismo de una polémica universal que carece de medida. No nos es posible describir la red en la que nos encontramos. Sin embargo, será algo apreciable en el futuro.

No obstante, son reconocibles tres rasgos de esa estructura religiosa del capitalismo en el presente. Primero, el capitalismo es una pura religión de culto, quizás la más extrema que haya existido jamás. En el capitalismo todo tiene significado sólo en relación inmediata con el culto. No conoce ningún dogma especial, ninguna teología. Desde este punto de vista, el utilitarismo gana su coloración religiosa.

A esa concreción del culto se vincula un segundo rasgo del capitalismo: su duración permanente. El capitalismo es la celebración de un culto sans trêve et sans merci[1]. En él no hay un día señalado a la semana, ningún día que no sea festivo, en el sentido terrible del desarrollo de toda la pompa sacral, de despliegue máximo de aquello que se venera.

Este culto es, en tercer lugar, culpabilizante. Probablemente el capitalismo es el primer caso de culto no expiante, sino culpabilizante. Este sistema religioso se encuentra arrastrado por una corriente gigantesca. Una monumental consciencia de culpa que no sabe sacudirse la culpabilidad de encima echa mano del culto no para reparar esa culpa, sino para hacerla universal, forzarla a entrar en la consciencia y, sobre todo, abarcar a Dios mismo en esa culpa para que se interese finalmente en la expiación.

La expiación, por tanto, no debe esperarse del culto mismo, ni de la reforma de esa religión. Tendría que sostenerse en algo más seguro que en ella misma. Tampoco podría sostenerse en su rechazo.

Es la esencia de ese movimiento religioso que es el capitalismo resistir hasta el final, hasta la culpabilización final de Dios, hasta la consecución de un estado mundial de desesperación que es, precisamente, el que se espera. En esto estriba lo históricamente inaudito del capitalismo, que la religión no es reforma del ser, sino su destrucción. La expansión de la desesperación hasta un estado religioso mundial del cual ha de esperarse la salvación. La trascendencia de Dios se ha derrumbado, pero no ha muerto, sino que está comprendido en el destino de la humanidad.

Ese tránsito del planeta humano por la causa de la desesperación en la absoluta soledad de su trayecto es el ethos determinado por Nietzsche. Ese hombre es el superhombre, el primero que empieza a cumplir, reconociéndola, la religión capitalista. Su cuarto rasgo es que Dios debe permanecer oculto, y sólo debe ser llamado en el cénit de su culpabilización.

El culto es celebrado ante una divinidad inmadura y toda representación, todo pensamiento en esa divinidad daña el secreto de su maduración.

La teoría freudiana pertenece también al dominio sacerdotal de este culto. Lo reprimido, la representación pecaminosa, es –por una analogía más profunda y aún por iluminar– el capital, que grava intereses al infierno del inconsciente.

El tipo de pensamiento religioso capitalista se encuentra magníficamente pronunciado en la filosofía de Nietzsche. El pensamiento del superhombre sitúa el «salto» apocalíptico no en la conversión, en la expiación, en la purificación, en la penitencia, sino en el incremento discontinuo aunque aparentemente constante, que estalla en el último tramo. Es por ello que el aumento y el desarrollo son, en el sentido de un non facit saltum, inconciliables.

El superhombre es aquel que ha arribado sin conversión, el hombre histórico, el que ha crecido atravesando el cielo.

Este asalto al cielo a través de una condición humana aumentada, que es y permanece en lo religioso (también para Nietzsche) como endeudamiento, fue prejuzgado por Nietzsche. Y de manera similar en Marx: el capitalismo sin conversión deviene en socialismo por el interés y los intereses acumulados, que como tales son una función de la culpa (obsérvese la demoníaca ambigüedad de este concepto).

El capitalismo es una religión de mero culto, sin dogma.

El capitalismo –como se evidenciará no sólo en el Calvinismo, sino también en las restantes direcciones de la ortodoxia cristiana– se ha desarrollado en Occidente como parásito del Cristianismo, de tal forma, que al fin y al cabo su historia es en lo esencial la historia de su parásito, el capitalismo.

Comparación entre las imágenes de santos de las diversas religiones, por un lado, y los billetes de los diferentes Estados, por el otro. El espíritu que se expresa en la ornamentación de los billetes bancarios.

Capitalismo y derecho. Carácter pagano del derecho – Sorel: Réflexions sur la violence, p. 262. Superación del capitalismo a través del desplazamiento – Unger: Politik und Metaphysik S44 Fuchs: Struktur der kapitalistischen Gesellschaft, o. ä. Max Weber: Ges. Aufsätze zur Religionssoziologie, 2 vols. 1919/20 Ernst Troeltsch: Die Soziallehren der chr. Kirchen und Gruppen (Ges. W. I 1912) Landauer: Aufruf zum Sozialismus, p. 144

Las preocupaciones: una enfermedad del espíritu que pertenece a la época capitalista. Falta de salida espiritual (no material) en la pobreza, la vagancia, la mendicidad, el monacato. Un estado tan desprovisto de salidas resulta gravoso. Las «cuitas» son el índice de la conciencia de culpa de esta falta de recursos.

Las «preocupaciones» surgen del temor a la falta de recursos a nivel comunitario, ya no individual.

El Cristianismo del tiempo de la Reforma no pro- pició el ascenso del capitalismo, sino que se transformó en el capitalismo. En principio, habría que investigar, metódicamente, a qué conexiones con el mito ha accedido el dinero en el curso de la historia, hasta que pudo apropiarse de tantos elementos míticos del Cristianismo como para constituir el propio mito.

Wergeld / Thesaurus de las buenas obras / Salario que se le adeuda al sacerdote[.] Plutón como dios de la riqueza. Adam Müller: Reden über die Beredsamkeit 1816 p. 56 ss.

Conexión del dogma de la naturaleza disolvente y en esta propiedad al mismo tiempo redentora del saber con el capitalismo: el balance como el saber que redime y liquida.

Contribuye al conocimiento del capitalismo como una religión imaginarse que el paganismo originario –más próximo a la religión– comprendió, con seguridad, la religión no tanto como un «elevado interés moral», sino como el interés práctico más inmediato.

En otras palabras, tenía tan poca noción de su Naturaleza «ideal» o «trascendente» como el capitalismo actual. Y veía antes en el individuo de su comunidad irreligioso o de otro credo un miembro inconfundible de la misma del mismo modo que la burguesía de hoy lo ve en sus integrantes no productivos.

Fragmento teológico-político

Es el Mesías mismo quien sin duda completa todo acontecer histórico, y esto en el sentido de que es él quien redime, quien completa y crea la relación del acontecer histórico con lo mesiánico mismo. Por eso, nada histórico puede pretender relacionarse por sí mismo con lo mesiánico. Por eso, el Reino de Dios no es el télos de la dýnamis histórica, y no puede plantearse como meta. En efecto, desde el punto de vista histórico, el Reino de Dios no es meta, sino que es final. Por eso mismo, el orden de lo profano no puede levantarse sobre la idea del Reino de Dios, y por eso también, la teocracia no posee un sentido político, sino solamente religioso. Haber negado con toda intensidad el significado político de la teocracia es el mayor mérito del libro de Bloch titulado El espíritu de la utopía.

El orden de lo profano tiene que enderezarse por su parte hacia la idea de la felicidad, y la relación de este orden con lo mesiánico es uno de los elementos esenciales de la filosofía de la historia.

Con ello, da lugar a una concepción mística de la historia, cuyo problema es susceptible de exponer a través de una imagen. Si una flecha indica dónde está la meta en que actúa la dýnamis de lo profano, y otra nos indica la dirección de la intensidad mesiánica, la búsqueda de la felicidad de la humanidad en libertad se alejará de dicha dirección mesiánica; pero así como una fuerza que recorre su camino puede promover una fuerza de dirección contraria, también el orden profano de lo profano puede promover la llegada del mesiánico Reino.

Así pues, lo profano no es por cierto una categoría del Reino, sino una categoría (y de las más certeras) de su aproximación silenciosa. Pues en la felicidad todo lo terreno se dirige a su propio ocaso, que solo en la felicidad puede encontrar, mientras que, por supuesto, la intensidad mesiánica inmediata, la pertenencia al corazón, del ser humano individual interno, pasa por la desdicha, por el sufrimiento.

A la restitutio in integrum religiosa que conduce a la inmortalidad le corresponde una restitutio in integrum mundana que a su vez conduce a la eternidad de un ocaso; siendo por su parte la felicidad ritmo de eso mundano eternamente efímero, pero uno efímero en su totalidad, en su totalidad espacial y temporal, a saber, el ritmo de la naturaleza mesiánica. Pues la Naturaleza es sin duda mesiánica desde su condición efímera eterna y total.

Perseguir esta condición efímera, incluso para aquellos niveles del hombre que son ya, como tal, naturaleza, es tarea de esa política mundana cuyo método ha de recibir el nombre de «nihilismo».

El Capitalismo es un vulgar y sucio abrevadero

Es la esencia de ese movimiento religioso que es el capitalismo resistir hasta el final, hasta la culpabilización final de Dios, hasta la consecución de un estado mundial de desesperación que es, precisamente, el que se espera. En esto estriba lo históricamente inaudito del capitalismo, que la religión no es reforma del ser, sino su destrucción.


[1] «Sin tregua y sin piedad». En francés en el original. [N. del E.]

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