Es una mañana de viernes y en Puerto Rico hay un aviso de calor extremo. Se espera una sensación térmica de hasta 44 grados para algunas ciudades, según la agencia meteorológica local. Pero la escritora y profesora universitaria Mayra Santos-Febres (Carolina, 1966) dice antes de comenzar nuestra conversación que la advertencia lleva consigo un poco de drama mediático.
Quizás porque para ella, como afirmará más adelante en esta entrevista, los cuerpos en el Caribe saben convivir con la naturaleza. Saben también que paradojalmente las amenazas climáticas más aterradoras, como los huracanes, pueden ser beneficiosas para el medio ambiente.
Ese saber, del cuerpo, así como la pobreza y la raza son parte intrínseca de obra, como reflejan «Huracanada» (2018), un poemario que publicó luego de que el huracán María azotó las Antillas, o «Sirena Selena vestida de pena» (2000), novela en la que cuenta la vida de una travesti adolescente que se gana el sustento ofreciendo espectáculos en bares nocturnos entre San Juan y varias ciudades de República Dominicana.
Santos-Febres, que ganó el premio Juan Rulfo Internacional (1996) y fue finalista del premio de novela Rómulo Gallegos, habló con BBC Mundo en el contexto de Centroamérica Cuenta, el festival de ideas y literatura que celebra en República Dominicana sus 10 años.
¿Cómo podemos pensar el Caribe?
Vamos a empezar por el origen. El concepto de Caribe nace con Haití; entonces, es imposible mirar el Caribe y toda su producción cultural sin la gente esclavizada que se rebeló y se atrevió a pensar que podía haber un proyecto político de nación.Tampoco se puede pensar sin el supuesto genocidio total de los indios taínos y caribes.
Al desaparecer esta población los conquistadores se quedaron con un reclamo sobre las tierras. Se las dieron a la iglesia, a los colonos. Y todavía vemos matanzas y expropiaciones, pero eso no aparece en nuestra literatura ni en nuestros productos culturales, que están colonizados.
No podemos pensar el Caribe o seguir produciendo literatura y arte que traten de buscar la aprobación de los amos, porque pensamos que eso es la modernidad, que son el único modelo de civilización. Está bien ser inglés o español, pero también está bien ser caribeño. Como productores de conocimiento, de literatura, debemos seguir insistiendo en que sin nosotros el mundo no está completo.
¿Y cómo se hace literatura descolonizada?
Tan simple como dejándose ser, asumiendo nuestros puntos de referencia geográficos locales como válidos. ¿Por qué tanta de la literatura latinoamericana y caribeña tiene que pasar en Nueva York, en Londres o en París? ¿Por qué las historias no pueden pasar en San Juan o en Loíza?
Eso es muy importante. Un ejemplo de ello es la novela «La mucama de Omicunlé» (2015), de la dominicana Rita Indiana, que escribe desde una imaginación futurista que ocurre en República Dominicana. También debemos insistir en nuestro lenguaje, como en mi novela «Sirena Selena vestida de pena». Tuve que pelear con los editores por la palabra «embuste». Querían cambiarla por «mentira», pero no es lo mismo. Un embuste es la maquinación sofisticada para hacer pasar una mentira como verdad.
Hay que escribir como nosotros hablamos el español, con sus influencias originarias.
Y tercero, algo que es muy importante, usar nuestros propios referentes de producción de conocimiento. ¿Por qué seguimos citando a los franceses? ¿Por qué necesitamos seguir citando a Baudrillard cuando nosotros tenemos tantos académicos en nuestros países?
Alguna vez en un congreso dijiste que has tenido miedo por ser una mujer negra que escribe, por tus referentes, como la poeta puertorriqueña Julia de Burgos, que murió joven en las calles de Nueva York.
Mucho, mucho miedo, porque la marginación es real. El alcoholismo de Julia de Burgos no fue más que depresión y precariedad. Murió a los 39 años. Se atrevió a ser una mujer que pensaba, una mujer que tenía estudios. Pero su madre falleció muy joven, de los 12 hermanos que tenía murieron seis, vivió en la pobreza extrema.
Y 50 años después vemos la misma historia con otra poeta puertorriqueña: Angelamaria Dávila. Una mujer que escribía como los ángeles, que solo pudo publicar dos libros y tuvo que casarse con un profesor universitario décadas mayor que ella para sobrevivir, y luego también murió en la calle.
Hay un ninguneo de la derecha y la izquierda hacia la producción cultural de las personas racializadas, LGBT, hacia las personas que no somos modelo. Ves a estos hombres blancos que se pontifican escribiendo novelas malísimas, ilegibles, repetitivas.
Llega un momento en el que uno tiene coraje y también miedo porque estás en vulnerabilidad. Pero a mí se me quitó el miedo. Porque me he dado cuenta en los últimos años que tampoco tengo el privilegio del miedo. No puedo tener miedo, porque como quiera me van a incriminar y marginar.
Voy a trabajar desde la valentía estacionaria impuesta que también fueron Julia de Burgos, Angelamaría Dávila, Georgina Herrera, Soleida Ríos, Shirley Campbell, Victoria Santacruz, Virginia Brindis de Salas… somos legión.
Has dicho que te reconoces como una mujer boricua afrocaribeña. ¿Qué supone?
Mi identidad nace en Puerto Rico, pero yo no soy nacionalista.
Yo me siento de una comunidad familiar, amplia, rica. Cuando incluyes a la República Dominicana, al Caribe anglosajón, al francés, hay una literatura, un arte visual y musical que es valioso, tiene una riqueza y una abundancia infinita.
Nuestras pequeñas definiciones nacionales tienen 200 años cada una y mucha hispanofilia o francofilia, cuando yo creo que en el Caribe, los afrodescendientes, las personas que nos identificamos como herederos de la esclavitud y el cimarronaje, no estamos buscando un escudo.
Si esa hermandad e interdependencia se reconociera como la verdadera piedra fundacional del Caribe, seríamos un lugar internacional, lleno de chinos que vinieron del Canal de Panamá, de japoneses o de libaneses. Somos el primer laboratorio de la globalización del mundo.
No hay nada más lejano a la pureza que el Caribe… ¿Para qué queremos ser vírgenes? La pureza es estéril.
¿Una o un virgen qué dan? Una supuesta superioridad moral. Pero no tienen hijos, no sale vida de ahí.
En tu obra el Caribe es mucho más que un espacio geográfico. Tocas temas de migración, raza, erotismo…
Ese es otro territorio, porque recordemos que el poder es el control de cuerpos y recursos.
Nos niegan el voto, nos niegan muchas cosas; por lo tanto, el territorio del cuerpo muchas veces es el único hogar y constitución política que tenemos muchos. E incluso ahí el Estado se quiere meter.
Buscan controlar a quién amas, a quién le dejas el dinero, si tu pareja tiene acceso o no a tus beneficios. A nosotras nos quieren controlar cuándo podemos parir.
Luchamos por el derecho al aborto, pero también debemos denunciar las esterilizaciones masivas que se les han hecho a las mujeres racializadas y a hombres en nuestra región. Puerto Rico fue uno de los laboratorios más grandes de esterilización en América Latina…
En este territorio que ves aquí (señala su cuerpo), se experimentó con la esterilización forzada y el desarrollo de la píldora anticonceptiva. Es importante que nosotros insistamos en lo que pasó. Desde los años 30 hasta los 70 [del siglo XX] se impuso la esterilización forzada de mujeres.
Además del cuerpo como espacio de negociación, recientemente tocas también el tema de la crisis climática. Me refiero, por ejemplo, a tu poemario «Huracanada» (2018) y a la novela «Antes que llegue la luz» (2021) que concebiste luego del huracán María. ¿Cuál es tu lectura sobre las narrativas relacionadas a la emergencia ambiental que amenaza al Caribe mucho más que a otras regiones?
Hay tres temas que son centrales en la literatura caribeña, sobre todo la afrocaribeña, que se repiten una y otra vez.
Habla de las abuelas como las fundadoras de la familia, y todo caribeño asiente con la cabeza porque sabemos que son las abuelas las fundadoras de la familia.
Luego está el tema de la esclavitud. Y si no es la esclavitud, de la superexplotacion y la pobreza racializada. Toda literatura caribeña habla de eso, ya sea en referencia a trabajadores ingleses o chinos en Trinidad y Tobago o los jamaiquinos en el Canal de Panamá o los puertorriqueños que recogían piñas y tomates en la Florida o en Hawái.
En tercer lugar están los huracanes.
Acabo de ver una película que se titula «Candela», basada en la obra del escritor dominicano Rey Andujar, sobre el momento antes de la llegada de un huracán, en el que sentimos que el tiempo se detiene.
También ocurre posterior a la tormenta, pero la comunidad se olvida de las diferencias. Una vez pasa un huracán, lo único que nos interesa es cómo está el otro. El cambio climático hay que atenderlo, pero los esfuerzos se enfocan muchas veces solo desde una cosmovisión científica-objetiva que no entiende que nosotros, los caribeños, sabemos vivir con la naturaleza.
Estoy de acuerdo en que se deben invertir miles de millones para evitar la vulnerabilidad que provoca el cambio climático. Pero tú no puedes solucionar la naturaleza. Los huracanes son necesarios. El huracán María arrasó con todo y a las tres semanas toda la naturaleza estaba levantada, pero nosotros no. Eso es una gran lección.
¿Qué puede hacer la literatura por el Caribe?
Siempre me remito a un ejemplo cuando me hacen esta pregunta. Julio Verne escribió el libro «Viaje a la luna» 100 años antes de que se pudiese llegar, pero él se imaginó que se podía. Creo que la literatura mucha gente la piensa como un ejercicio de la razón, con estas definiciones pasadas de moda. Yo honestamente pienso que la literatura es un conjuro. Cuando escribes te imaginas el futuro.
Yo imagino territorios autónomos conectados intercomunitariamente, en un mundo posracial, donde la gente no se defina por el color de piel o la textura de su pelo, sino por el amor y valores, un lugar donde no haya Estados en donde los partidos politicos se repartan el bacalao. Ese mundo me lo imagino así y lo quiero conjurar.