El largo camino a la paz
Por Mario Vega*15.oct.2015 | 20:04
Se han cerrado todos los caminos alternos en la búsqueda de la paz social y se ha optado por el uso de la fuerza bruta para resolver el problema de la seguridad. Por razones político electorales se ha decidido darle a la ciudadanía lo que pide, aun cuando existe la conciencia que el tal es un camino equivocado. Lo que sigue son más años de violencia y muerte, de descomposición moral, de estrés existencial y de convivencia paranoica. Dos guerras en una sola generación es un precio alto que pagar para cualquier país. Hemos llegado al punto que el corregir el rumbo solamente podrá lograrse por la presión ciudadana o internacional. Las condiciones para desarrollar esas presiones deben madurar, lo cual, tomará su tiempo, pero inevitablemente se producirán. Lo doloroso es que mientras esas condiciones se fraguan las muertes continuarán ocurriendo por millares. Vidas preciosas que se perderán por razones absurdas e innecesarias.
Pero a pesar de todo eso, algo a lo que no se debe renunciar por ninguna razón es a la necesidad de diseñar e implementar una política nacional de prevención a la violencia juvenil. Si hemos de tener esperanza para el futuro es inevitable ese paso. La prevención bien aplicada da sus frutos al largo plazo; razón más que valedera para comenzar de inmediato. La política nacional de prevención debe surgir de un acuerdo entre partidos políticos y las expresiones articuladas de la sociedad. Debe contener directrices claras y pragmáticas que los partidos políticos deben comprometerse a cumplir en todos los niveles de gobierno por las siguientes décadas. Eso implica dejar de lado el caudillismo y el uso electoral que se hace de la seguridad para planear con seriedad el futuro del país. También implica llegar a acuerdos esenciales y necesarios como la definición del concepto de inversión social y lo que en términos del presupuesto nacional representa. No solo se trata de orientar el presupuesto de un año fiscal o de una administración sino de trazar la ruta prioritaria de nación para las próximas décadas. Al fin y al cabo prevenir la violencia no es otra cosa más que gobernar bien.
La política nacional de prevención a la violencia juvenil no debe ser confundida con esfuerzos parciales como el plan El Salvador Seguro del Consejo Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana, el cual, es un plan de emergencia básico, por ahora sin recursos, concebido focalmente, de corto plazo, sin el compromiso de parte de los partidos políticos y sin probabilidades de éxito en la actual coyuntura violenta que vivimos. Mas bien, debe resultar del reconocimiento de las verdaderas raíces de la violencia y de una voluntad firme por resolverlas. Las raíces tienen que ver con los bajos niveles de desarrollo humano de los niños y jóvenes salvadoreños. Es obvio que un plan como El Salvador Seguro resulta insuficiente frente a los asuntos esenciales que rigen el tema de la violencia. Pero, si resulta trabajoso obtener financiamiento para un plan con las limitantes mencionadas, eso nos da idea de todo el trabajo que queda por hacer en la construcción de sensibilidad, conciencia y compromiso de parte de los actores nacionales. No obstante, vale la pena el esfuerzo. Claro que sí. Siempre vale la pena la esperanza, siempre valen la pena los niños y los jóvenes, siempre vale la pena la vida.