El concepto de revolución en el marxismo
Manuel Ballestero
El concepto de revolución parece haberse borrado en una sociedad integrada y compleja. El movimiento social parece desarrollarse sin posible ruptura, de manera sólo evolutiva.
Algo de esto es verdad y corresponde a las condiciones políticas y sociales de estas sociedades; pero la dialéctica social sigue abierta, incluso en estas sociedades; no hablemos de las de la periferia del sistema; los problemas están ahí: paro crónico y de masas, dificultades de formación profesional, de alojamiento, de vida urbana, diferencias sociales cada día más hondas, la democracia reducida a una farsa.
Esas dialécticas – en torno a la longitud de la jornada de trabajo, en torno al nivel de salarios o de protección social de los ciudadanos- desajustan el falso equilibrio de estas democracias capitalistas y exigen soluciones.
El problema no es hoy el dilema entre reforma o revolución, sino articular un proceso y un movimiento de reformas que tiendan a superar el sistema del capital.
Nuestros adversarios (neo-liberales y social-liberales) confunden el necesario, obligado, proceso de avanzar por medio de reformas con la no modificación del sistema capitalista.
Nuestra estrategia, obligada por las condiciones sociales actuales, es una lucha por arrancarle a las clases dirigentes reformas que transformen los equilibrios sociales, que atenúen –hasta acabar con ella- la explotación del trabajo y de la sociedad por el capital.
Puede preguntarse: ¿es marxista esa perspectiva de reformas transformadoras?, o, ¿rompe con la teoría marxista clásica?
No es posible aquí abordar el problema en toda su extensión, es una cuestión muy ancha y profunda. Reflexionaré a partir de unas cuantas ideas de nuestros clásicos.
Arranco de un texto de la «Introducción a la contribución a la crítica de la economía política», de K. Marx, 1857 (lo citaré en la conferencia, no lo tengo a mano) (ver al final).
Dos observaciones: movimiento incesante, lento o rápido, en las fuerzas productivas: ese movimiento es la base del proceso histórico, de sus cambios y de sus rupturas. Por esa acumulación permanente de cambios en dichas fuerzas no hay detención en la historia; el proceso de expansión de las fuerzas productivas no se detiene, constituye la base móvil. Ahora bien, ese movimiento choca en un momento dado con la estructura de las relaciones de producción; esa contradicción provoca desajustes, desequilibrios en la estructura social, provoca sobresaltos sociales. Esto es la revolución.
En el texto de Marx hay la convergencia de estos dos elementos: el movimiento de las fuerzas productivas y la estructura de las relaciones de producción; el choque de una base móvil y de una estructura fijada. Desde el principio en la concepción de Marx la noción de revolución es dialéctica; no es una concepción simplista ni simplificada del proceso revolucionario.
La revolución, en ese texto, aparece colocada en un largo período, el de la acumulación de las transformaciones en las fuerzas productivas que, de manera continuada y prolongada, engendra tensiones respecto a las relaciones de producción. Estas tensiones emergen en formas diversas:
a) Como crisis en los procesos productivos y sociales, que pueden conducir, aunque no necesariamente, a un estancamiento prolongado de tales procesos productivos y reproductivos. O a un avance en el desarrollo de dichas fuerzas productivas con repercusiones destructoras respecto de la fuerza productiva principal, la fuerza de trabajo, la reproducción armoniosa de la vida social a este proceso asistimos hoy en los países capitalistas.
b) O a una explosión revolucionaria radical
c) O a una inquietud social que no desemboca inmediatamente en crisis revolucionaria, pero que se prosigue en medio de luchas sociales, intermitentes, más o menos profundas, pero que no encuentran el camino político para destruir el sistema.
De todos modos, la revolución en el texto de Marx aparece como un punto en una larga línea de transformaciones, de desequilibrios, de choques, contradicciones y luchas.
Hago un inciso. La crisis que se engendra en el desajuste entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción no tiene por que expresarse sólo en forma de crisis económica, como la del 29. Esto lo olvidan algunos que se dicen marxistas y que se encuentran obnubilados por las hazañas del sistema capitalista, olvidando sus lacras presentes. La crisis, en el pensamiento de Marx, puede manifestarse en formas no económicas, sino sociales: destrucción del tejido social, de los valores más elementales de la vida social y humana (valores de solidaridad y confianza entre los hombres), embrutecimiento social, fomentado desde el poder, desde los poderes, en teorías de darwinismo social, semejantes a las nazi-fascistas: ganan los mejor adaptados, pierden irremediablemente los más débiles. Ese naufragio de todos los valores es crisis; la vida del hombre incluye valores, no sólo mercancías. Esto debe estar claro en la mente de los comunistas; basta con volver a leer a Lenin.
Dicho esto, cierro el paréntesis. En el pensamiento de Marx el salto, el cambio revolucionario, en tanto que momento político de la toma del poder por una nueva clase, se instala en el largo curso, en el tiempo largo de la acumulación de las fuerzas productivas. En ese sentido, el cambio cualitativo, revolucionario está cogido y determinado por la acumulación de cambios cuantitativos en las fuerzas productivas, y en la vida social.
La revolución no comienza ni termina en el instante o en el momento de la revolución; tanto antes como después, el salto revolucionario se apoya y se encuadra en un largo proceso histórico-material-social.
Por todo esto, los clásicos del marxismo Marx, Engels, Lenin, Gramsci han utilizado para su teoría de la revolución social las categorías dialécticas de cambio cuantitativo-cualitativo. Y aquí, contra todos los análisis de los estalinistas, hay que decir que fue en la dialéctica idealista donde sólo de manera filosófica y alienada, no de modo histórico-social-material, se teorizó la cuestión del cambio revolucionario. Esto quiere decir que los marxistas y los comunistas tienen que estudiar la dialéctica materialista en el horizonte teórico de la filosofía clásica alemana; como hizo Lenin en sus « Cuadernos filosóficos », como hizo Marx en sus escritos de juventud «La Sagrada familia», los «Manuscritos del 44» y otros. Por eso Lenin le dio tanta importancia al factor cultural en la formación del partido comunista. Los comunistas tienen que aprender y heredar las conquistas de la inteligencia humana, toda, a lo largo de la historia. Los comunistas no pueden ser sólo buenos ejecutantes, tienen que procurar elevarse a un nivel de comprensión teórica, cada uno como puede, según sus posibilidades.
Resumo: en los clásicos la ruptura revolucionaria del curso social se da dentro del curso social mismo. En este sentido, ruptura y continuidad se interpenetran. Dialécticamente se conexionan, no se excluyen. Y aquí quiero insistir en el entramado dialéctico de la concepción marxista y en que dialéctica significa un modo de pensar que, pensando la realidad en todas sus dimensiones, excluye la unilateralidad y el formalismo, los esquemas.
Dialéctica es ante todo crítica de cualquier abstracción, es decir, unilateralidad, es pensamiento de lo real en su totalidad, en la totalidad de sus elementos y relaciones internas. Por eso dialécticamente es necesario saber pensar la conexión ruptura-continuidad.
La conexión del tiempo largo de los cambios cuantitativos y del corto de los cualitativos. Afirmar uno no quiere decir negar el contrario.
Puede decirse con M. Kossok, especialista alemán de los problemas de la revolución burguesa, «la revolución francesa de 1789 inaugura el final», es decir, empieza el final de todo un enorme y largo proceso de transición del feudalismo al capitalismo.
La noción marxista de «transición» abre otro campo conceptual: que el inicio revolucionario, precedido por la acumulación de los cambios cuantitativos en las fuerzas productivas y, más lentamente, en lo ideológico, tampoco termina en sí mismo; el salto revolucionario no es tan sólo de un instante, de un momento histórico, sino que con el comienza un período de transición y largo de paso de un sistema a otro.
El nuevo sistema no está contenido ni cumplido en el primer paso; el salto revolucionario no hace más que abrir un nuevo y acelerado proceso de adecuación de las fuerzas productivas a las nuevas relaciones. Es decir, el simple cambio de clase en el poder, la modificación del aspecto jurídico de las relaciones de producción, que son mucho más amplias que las simples formas de propiedad, tampoco culmina el proceso revolucionario. También, en este sentido, la revolución está cogida, más allá de sí misma, en un largo proceso.
Sobre estos problemas se ha publicado un libro que no está traducido en castellano, el de J. Legrand, «Le Socialisme Dans l’histoire». El autor insiste en todo lo que acabo de decir, pero llama la atención sobre un aspecto esencial y que el estalinismo silenció o deformó: que el paso al socialismo y la lucha por el socialismo representa la culminación de toda una enorme serie de esfuerzos emancipadores que todavía no tenían forma socialista; se liga a ellos dialécticamente y los realiza. Marx ha escrito que «la humanidad tiene un sueño y basta que tome conciencia de el para realizarlo». En esto, dos elementos: 1) Lo anterior emancipador, incluso en formas mistificadas religión, filosofía, arte son modos en que plasma ese sueño que el socialismo tiene que realizar. Lenin, por eso, decía que el comunismo es el compendio de todo lo que la humanidad ha producido de elevado en su curso civilizador. 2) En ese «basta que tome conciencia» de Marx se alude a la necesidad del momento consciente, teórico del proceso revolucionario.
En el pensamiento marxista de la revolución no hay la idea de cortes ni de comienzos radicales y asoladores, ni tampoco la idea de cambios puramente objetivistas, sin intervención, consciente y voluntaria de los hombres.
El sujeto social tiene que asumir la problemática del cambio social, debe producirla desde su posibilidad material, posibilidad que los cambios materiales y los de la conciencia social han preparado.
La concepción marxista de la revolución es dialéctica, es decir, la revolución es entendida como proceso histórico dentro de la historia, dentro del proceso histórico general que la prepara y que ella misma, la revolución, lleva a cabo con la vista puesta en los valores que debe alumbrar y que deben recoger y profundizar lo que la humanidad ha ido alumbrado en su devenir histórico.
Por eso es necesario retener en el centro de la concepción la noción dialéctica de Aufhebung: sobrepasamiento dialéctico: lo nuevo suprime lo anterior en la medida en que lo preserva, es decir, en que cumple las promesas que han quedado incumplidas y en la medida en que profundiza en lo que se ha cumplido.
El socialismo retiene en su interior las conquistas emancipadoras de la historia. La democracia, en su sentido recto-poder del pueblo, autodeterminación popular del contenido de la vida social y del proceso social de producción. En ese sentido, la democracia se retiene transformándola, convirtiéndola en real democracia. En el número 4 de la revista «Contrarios» hemos publicado unos textos de Marx sobre este tema.
¿Cómo entender esto de preservar lo que se supera? Como integración en nuevas estructuras sociales de los elementos racionales de las anteriores, dentro de las nuevas y en la medida en que esos elementos de racionalidad se pliegan a una nueva lógica histórico-social.
Esta nueva lógica social no está acuñada con el simple salto revolucionario. La nueva lógica tiene que abrirse a través de un largo período de transición.
Esto nos lleva a otra cosa. La teoría de Marx acerca de la revolución socialista contaba con que ésta se produciría en un país capitalista desarrollado y como resultado del desarrollo de las contradicciones del capitalismo desarrollado. Esto significaba que el capitalismo habría preparado la base material para una nueva sociedad; en tanto que sociedad, el capitalismo tiene un cometido desarrollar al máximo las fuerzas productivas para comprimir el valor de la fuerza de trabajo y aumentar la tasa de plusvalía y de explotación.
La naturaleza desigual del desarrollo y los fenómenos imperialistas motivaron la emergencia revolucionaria en países de la periferia, en la Rusiaatrasada. Por eso el proceso de transición tenía que ser más largo y difícil, no acelerado como en cierto modo impusieron las necesidades históricas de defensa de la república soviética. La radicalización estalinista impidió un desarrollo más equilibrado también las amenazas del fascismo desde 1933. Pero también hay que señalar que el estalinismo no sólo aceleró los ritmos, sino que cambió la orientación leninista.
Lenin, como explica muy bien G. Lukacs en «Socialismo y democratización», le prestó mucha más importancia a los aspectos cualitativos de la nueva sociedad los soviets como órganos de poder del nuevo Estado que a los puramente cuantitativos: crecimiento de la producción y-perspectiva de alcanzar a los países capitalistas, en lugar de desarrollar una nueva lógica social y política, nuevos modos de gestión obrera, intervención popular en los asuntos del Estado, y otros.
A la luz de lo dicho, resumo: la revolución aparece cogida en largos procesos acumulativos; los procesos de las luchas sociales por reformas forman parte dialécticamente de1 proceso revolucionario.
El sistema del capital mantiene todas sus contradicciones, en nuevas formas y nuevos modos de gestionarlas, pero, por ello, ese sistema tiene que ser superado, sobrepasado. En situaciones históricas en que parece que el horizonte está cerrado hay que pensar en el tiempo largo que no significa adaptación, sino lucha tenaz, consecuente.