Transición
Publicado el 11 abril 2014 de Antonio Olivé
Hoy vamos a tratar en una interesante entrada la cuestión de la transición. No de laSOVIET DEMO (Cross-stitch) transición española ni sus pactos y demás, no; más bien vamos a tratar ese período entre el capitalismo y comunismo que Marx esbozó en su Crítica al Programa de Gotha y su posterior vulgarización a manos de la marxiología soviética. Gracias al trabajo de Jorge Luis Acanda, ensayista y profesor universitario, profesor principal de la disciplina “Historia del pensamiento marxista” y autor de numerosos libros y artículos, fue publicado originalmente en el nº 1 de Ruth, Cuadernos de Pensamiento Crítico. Una buena lectura…
Saludos fraternales. Olivé
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Transición
Jorge Luis Acanda
Para tratar el tema de la transición hay que comenzar por destacar las variaciones que ha tenido el contenido de este término a lo largo del siglo XX (y de lo que ha transcurrido del XXI) en la teoría social y el discurso político. Variaciones que reflejan los cambios sucedidos en las constelaciones políticas de esos años, que han llevado a alcanzar significados no solo diferentes, sino incluso contrapuestos. Ya en 1875 Marx había hecho referencia a la necesaria existencia de un período o etapa de transición entre el modo de producción capitalista y la futura sociedad comunista.
El triunfo de la Revolución Bolchevique en 1917 convirtió el tema de esa transición en una urgencia. La expansión de regímenes autoproclamados socialistas en Europa, Asia, América Latina y África en los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial, resaltó la importancia de reflexionar sobre lo que entonces se denominó mayoritariamente como «transición al socialismo» en países con muy disímiles condiciones económicas, culturales e históricas. Entre 1945 y 1985, «transición» no podía significar otra cosa que transición al socialismo. La expansión de movimientos revolucionarios en esa etapa privilegió que dentro del pensamiento marxista producido desde los centros de poder de la URSS y los países socialistas europeos se desarrollara una rama teórica específica a la que se le denominó «teoría de la transición», que fue colocada dentro del «comunismo científico», una de las tres grandes «partes integrantes» del marxismo, según este cuerpo teórico que se denominó a sí mismo como marxismo-leninismo. Esa teoría de la transición produjo una gran cantidad de monografías, estudios, artículos, tesis de doctorado, etcétera, y se preciaba de haber establecido las leyes y regularidades que regían la transición al socialismo y que eran de obligatorio cumplimiento en cualquier país donde una revolución radical tomara el control del Estado y emprendiera la tarea de construir una nueva sociedad no capitalista, con independencia de sus condiciones sociales de partida.
El repentino desplome de los regímenes del comunismo de Estado y la bancarrota de aquel marxismo-leninismo que funcionó como su legitimación teórica no solo demostró la insolvencia de aquella teoría de la transición sino que, junto con la fuerte ofensiva ideológica del neoconservadurismo, provocó que ya en los años 90 la idea misma del socialismo – incluso en su variante light de corte socialdemócrata– fuera percibida por muchos como un absurdo impensable y promovió la difusión de la idea del carácter fatalmente inevitable del tránsito de todos los países hacia un modelo supuestamente superior de organización social, caracterizado en lo económico por la imposición de las recetas neoliberales y en lo político por el calco del sistema representativo-electoral existente en Estados Unidos y Europa Occidental. A esa conjunción se le llamó «democracia». La noción de democracia fue despojada de todas sus connotaciones sustantivas y reducida a un contenido meramente instrumental. La resemantización de todo el vocabulario político –inducida por el triunfante pensamiento de derecha– afectó también al concepto de transición. Ahora parecía que solo podía significar transición a la democracia (o sea, al capitalismo) y como tal la palabra se convirtió en pieza clave del discurso anticomunista. Se desplegó una «teoría de la transición a la democracia» que intentaba encontrar las regularidades comunes en procesos de cambio político tan diferentes como los que se dieron en España, en la desaparición de las dictaduras de «seguridad nacional» en el cono sur latinoamericano y en los países de Europa del Este. Así, la tradicional antinomia comunismo-capitalismo fue transmutada en la antinomia comunismo-democracia. La refuncionalización de este término (como la de tantos otros) fue tan profunda que amplios sectores de los maltrechos remanentes de la izquierda la aceptaron como tal y llegaron a rechazar y demonizar el propio concepto de transición. La bancarrota del proyecto de globalización neoliberal y la revitalización de las izquierdas, sobre todo en América Latina, han conducido a que el término «socialismo» sea de nuevo utilizado. El concepto de transición regresa al vocabulario de izquierda y recupera su significado original de cambio hacia un modelo social poscapitalista basado en la justicia social y la eliminación de la explotación. De ahí la pertinencia que adquiere reflexionar sobre los contenidos, la trascendencia y el valor del concepto de transición como instrumento teórico para pensar la revolución. Pero ello ahora, en el momento presente, no puede comenzar desde cero. Tiene que tener en cuenta tres elementos que han de funcionar como necesarios precedentes y fuente de experiencias. El primero es la existencia de un discurso sobre la transición al socialismo, producido durante decenios en la URSS y en otros países socialistas, que quiso presentarse como ciencia y que intentó teorizar sobre la esencia de esos procesos y el cual, por la difusión que llegó a alcanzar, constituye todavía un innegable campo de referencias para muchos. La realización de una crítica del mismo, que demuestre no solo las tergiversaciones que intentó fijar como verdades naturales sino también las causas que llevaron a las mismas, es un momento imprescindible. Para la realización de esa crítica, rescatarlas ideas de los clásicos del marxismo (y en ellos incluyo no solo a Marx, Engels y Lenin sino también a Gramsci) se convierte en un momento imprescindible, y constituye el segundo elemento a ser tenido en cuenta. El tercer elemento (y no menos importante) lo marca la experiencia histórica acumulada en los distintos países que intentaron esa transición poscapitalista, experiencia que en su conjunto ha sido frustrante, pero que es significativamente aleccionadora.
El presente texto intentará abordar el tema de la transición poscapitalista (llamémosla así por ahora) teniendo en cuenta estos tres momentos.
Aclarando los conceptos
Ante todo, se hace indispensable aclarar el contenido de aquellos conceptos que proporcionan la clave para comprender la interpretación marxiana sobre este tema. Comencemos por el propio concepto de transición. En su acepción común significa el paso de un estadio o nivel a otro. Referido a los procesos sociales, apunta a un cambio sustancial en el patrón organizativo, a una transformación de carácter sistémico. No se aplica a cualquier cambio, sino a aquellos que afectan el carácter cualitativo de la sociedad. El uso del concepto de transición para destacar el paso de un sistema social a otro puede suscitar una visión equivocada sobre las dinámicas de existencia de la sociedad, y reforzar la interpretación positivista (predominante en la ciencia social desde Comte y Durkheim hasta nuestros días, y también en buena parte del pensamiento marxista) que privilegia la estabilidad y concibe a la sociedad como esencialmente estática, sacudida solo de vez en cuando por momentos de cambio, e interpretando el movimiento y la transformación como procesos episódicos. Marx, por el contrario, armado de un pensamiento dialéctico, comprendió a la sociedad como el resultado de los procesos diversos y múltiples de producción y reproducción de los seres humanos y sus relaciones, y que por lo tanto existe en constante cambio y transformación.(2) Esos cambios pueden ser esenciales o no, es decir, pueden alterar o no la determinación cualitativa del sistema de relaciones sociales. Marx utilizó el concepto de transición para designar al período o fase en el que se produce la transformación de un modo de producción en otro. En su obra, él denomina una fase especial del desarrollo de una sociedad, en la que la reproducción del sistema de relaciones que constituye su fundamento se torna cada vez más difícil. Comienza entonces a formarse, con mayor o menor rapidez, con mayor o menor violencia, un nuevo sistema o modo de producción y organización de las relaciones sociales, que nace al interior y sobre la base del viejo sistema, el cual a su vez se constituye como elemento estructural importante que incide en y condiciona a las nuevas relaciones sociales emergentes. Para Marx, el concepto de transición designa las formas y el proceso a través del cual un modo de producción o una formación económico-social específica se transforma en otro. Los períodos de transición, por ende, son aquellos en los que surgen nuevas relaciones sociales en el seno de las anteriormente existentes, y están caracterizados –en consecuencia– por la relación de coexistencia y lucha entre las viejas y las nuevas relaciones sociales, lucha en la que las nuevas formas de relaciones alcanzan el papel determinante. A partir de 1845, con la redacción (conjuntamente con Engels) de La ideología alemana, el tratamiento del tema de la transición se vuelve frecuente en Marx. Sus reflexiones más importantes al respecto se encuentran en El capital (el conocido capítulo XXIV sobre el proceso de acumulación originaria y el así llamado capítulo VI, no publicado en vida de Marx), en los Grundrisse (el famoso capítulo «Formas que precedieron a la producción capitalista») –dedicados al análisis de la transición del feudalismo al capitalismo– y en el documento conocido como Crítica al Programa de Gotha (donde plasmó la expresión «período de transición» y expuso algunas tesis sobre la transición «al comunismo»). Y es justamente aquí donde se han producido divergencias de posiciones entre los seguidores de Marx, pues la expresión que la mayoría de ellos ha utilizado ha sido la de transición al socialismo.
¿Transición hacia dónde?
Si bien el concepto de transición puede utilizarse para designar los sucesivos cambios en los modos de producción que se han dado en la historia, lo que nos interesa aquí es la transición hacia una sociedad no solo distinta sino superior a la capitalista. ¿Cómo denominar esa etapa superior hacia la que tiene que dirigirse el cambio? La transición poscapitalista, ¿se dirige hacia el socialismo o hacia el comunismo? En la vasta literatura marxista sobre el tema no hay uniformidad en las respuestas a estas preguntas. Se han empleado distintas expresiones, lastres más recurrentes: transición al socialismo, transición al comunismo, transición socialista. Un elemento que contribuye a la imprecisión en el tratamiento de este asunto es la propia ambigüedad en el uso de los términos «socialismo» y «comunismo». A veces se han tratado como sinónimos, y por lo tanto plenamente intercambiables en el discurso político, aunque otras veces han aparecido como términos no solo diferentes, sino incluso contrapuestos. Es evidente que la obra de Marx es expresión de un sentimiento de rechazo al capitalismo por sus efectos devastadores sobre el ser humano. Pero Marx no fue el primer pensador anticapitalista, ni tampoco el primer pensador comunista. Y esta diferenciación entre anticapitalismo y comunismo es importante. No todo sentimiento o pensamiento derechazo al capitalismo es revolucionario. El anticapitalismo era un sentimiento ya presente, y relativamente extendido, en la primera mitad del siglo XIX, y se manifestaba en dos vertientes esenciales, una reaccionaria y otra revolucionaria. Los defensores del ancien régime, del orden feudal, de los privilegios de la casta aristocrático-clerical, evidentemente rechazaban al orden capitalista en tanto significaba la pérdida de sus privilegios y de su posición de poder. Manifestación de esto fue el romanticismo que, en tanto movimiento espiritual, expresó el repudio al mercantilismo inherente al capitalismo desde una posición de nostalgia y embellecimiento del viejo orden feudal. Desde otra posición política y cosmovisiva, otras corrientes existentes a fines del siglo XVIII y principios del XIX promovían la eliminación de la propiedad privada y de la explotación del hombre por el hombre, y no predicaban el regreso a forma alguna de organización social anterior, sino la creación de una radicalmente nueva. Los conceptos de comunismo y socialismo eran utilizados en forma indistinta para designar esas corrientes políticas y sus ideales. Desde el inicio mismo de su trayectoria intelectual y política, Marx destacó los errores y limitaciones de las corrientes socialistas y comunistas existentes y se preocupó siempre por resaltar las diferencias entrea quellas y sus propias concepciones.(3) La noción que utilizaron, tanto él como Engels, para designar sus posiciones teóricas y políticas, fue siempre la de comunismo. En las dos últimas décadas del siglo XIX estos dos conceptos vuelven asolaparse. En el seno de la II Internacional, el término que se generalizó para designar al movimiento anticapitalista que señalaba a la clase obrera como fuerza motriz del cambio hacia una sociedad sin clases sociales ni explotación fue el de socialdemocracia. Se identificó con él a todos los partidos integrantes de la II Internacional. Marx y Engels tuvieron que aceptar, por razones tácticas, esa denominación. El triunfo de la Revolución Soviética en 1917, la escisión del movimiento obrero entre una corriente reformista y otra revolucionaria, y la fundación de la Internacional Comunista o III Internacional, condujeron a una nueva redefinición terminológica. A instancias del propio Lenin, se utilizó el concepto de comunista para designar la tendencia revolucionaria y subrayar su diferencia con respecto a la vieja socialdemocracia. Comunista se convirtió en sinónimo de intención de superación del capitalismo y creación de una sociedad sin clases, y «socialdemócrata»se identificó con reformismo. La Internacional Socialdemócrata –o Socialista– continuó existiendo, enfrentada en una relación de abierta hostilidad a la Internacional Comunista. En la etapa de entreguerras surgieron partidos comunistas en Europa, Asia y América Latina, los cuales sostuvieron una abierta y enconada lucha contra los partidos socialistas por la hegemonía en el movimiento obrero. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en varios países este-europeos se instalaron regímenes dirigidos por sus respectivos partidos comunistas, que se plantearon la realización del modelo social existente ya en la URSS. Estos se denominaron a sí mismos socialistas, y al conjunto de ellos se le llamó «comunidad socialista de naciones» o «campo socialista», e incluso algunos de esos partidos comunistas cambiaron su nombre adoptando el calificativo de socialista.(4) Pero mientras en ese contexto geográfico se forjaba esa cuasi identificación entre socialismo y comunismo, en otros esos términos seguían manteniendo su contraposición. En países como Francia e Italia, los partidos socialistas mantuvieron su enfrentamiento con los comunistas locales. En América Latina también existían partidos socialistas con proyecciones programáticas diferentes a las de los comunistas.(5) Se mantuvo así una ambigüedad en el uso de estos términos en el imaginario político. Socialismo lo mismo podía ser sinónimo de comunismo o algo muy diferente. A todo esto debe añadirse lo que ocurrió con el propio concepto de comunismo. Dejó de designar un ideal para identificarse con un ordenamiento político-social concreto y específico: el existente en la URSS. El sistema soviético, marcado por la carencia de libertades, la centralización extrema del poder político y la ineficiencia económica, difícilmente podía ser atractivo, y esto tuvo repercusiones negativas sobre las evocaciones que despertaba el propio término de comunismo y para su capacidad movilizatoria. Como puede apreciarse, la confusión y la imprecisión terminológicas han primado en el uso e interpretación de los conceptos de socialismo y comunismo en el imaginario y el discurso políticos. Para poder responder a la interrogante planteada arriba (¿transición hacia dónde?) será necesario procurar precisión conceptual. Y para ello los textos de Marx constituyen un referente inexcusable.
Marx sobre el capitalismo
El proyecto marxiano consistía en la construcción de un ordenamiento social no solo diferente, sino superior al capitalismo. ¿Qué puede querer decir «superior»? ¿Superior en qué sentido, de acuerdo a cuáles parámetros o criterios valorativos? Son interrogantes de cuya respuesta depende la interpretación que tengamos sobre las características esenciales de ese modelo futuro y también de la propia transición. No puede alcanzarse una conceptualización profunda de la esencia de ese nuevo ordenamiento social proyectado, ni de las características que necesariamente ha de tener la transición para que efectivamente nos lleve hacia la realización de ese modelo y no hacia algún otro lugar, si no se parte de comprenderlos rasgos esenciales del capitalismo. Socialismo/comunismo (y la transición correspondiente) son conceptos cuya exactitud teórica requiere un entendimiento previo de la determinación cualitativa del capitalismo. Marx criticó las concepciones predominantes de las doctrinas socialistas y comunistas de su época que daban una visión superficial del capitalismo. Se limitaban a denunciarlo por su carácter explotador, por la existencia de una minoría enriquecida que oprime a una mayoría empobrecida. Resaltó la necesidad de establecer lo específicamente diferente y novedoso en el capitalismo con respecto a los regímenes explotadores anteriores. La existencia de pobres y ricos, de explotadores y explotados, databa de los inicios mismos de la historia de la humanidad. ¿En qué residía lo cualitativamente específico de la explotación capitalista? En un texto marxiano de 1844 encontramos el siguiente pasaje: «La antítesis de no propiedad y propiedad, en tanto nos sea entendida como la antítesis de trabajo y capital, sigue siendo una antítesis de indiferencia, no aprehendida en su conexión activa, su relación interna: antítesis aún no aprehendida como contradicción».(6) Lo que se está subrayando es la necesidad de establecer en forma concreta, precisa, la contradicción fundamental de esa sociedad, que no puede seguirse pensando en los términos abstractos de pobre-rico, explotado-explotador, sino en los de capital-trabajo. Fue a partir de esa constatación, y de una ardua y prolongada labor teórica para develar los rasgos esenciales del capital y del trabajo asalariado, que Marx logró conformar su comprensión sobre el capitalismo como modo específico de producción de las relaciones sociales. Brevemente (por razones de espacio) paso a señalar los elementos fundamentales de la caracterización marxiana del capitalismo.
1. El primero es precisamente definir al capitalismo como un modo de producción. Es importante precisar lo que esto quiere decir. A diferencia de lo que han entendido muchos de sus seguidores, Marx no tuvo una interpretación economicista del concepto de producción, y por ende mucho menos de la categoría de modo de producción. La clave de la concepción dialéctico-materialista de la historia y la sociedad elaborada por Marx radica en afirmar que el proceso de producción de la vida material de los seres humanos condiciona la producción de su vida espiritual. Es decir, que al producir sus bienes materiales los seres humanos producen también, y en correspondencia con aquellos, sus ideas, valores, potencialidades, necesidades, etcétera. En el primer capítulo de La ideología alemana, se afirma que «modo de producción no debe considerarse solamente en el sentido de la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida (subrayado por Marx)(7) de los mismos».(8) El capitalismo no es tan solo un modo de producción de bienes materiales, constituye un modo de producción de la vida social, un modo de producción de la subjetividad y un modo, históricamente determinado, de apropiación material y espiritual de la realidad por los seres humanos.
2. A diferencia de la inmensa mayoría de los pensadores anticapitalistas de su época (e incluso posteriores), para Marx la aparición del capitalismo no significó un paso de retroceso en la historia de la humanidad, sino un momento de avance. No encontraremos en su obra ninguna evocación nostálgica sobre alguna «época dorada» anterior. Tuvo una interpretación sobre la significación histórica del capitalismo que podemos caracterizar de ambivalente.(9) Destacó los aspectos contradictorios, negativos por un lado y positivos por el otro, que ejerce sobre la subjetividad humana. El capitalismo liberó a los seres humanos de la subordinación a todo lo estancado, estamental y sacralizado que impedía el despliegue de sus potencialidades. Pero a la vez, tiende a unilateralizar el despliegue universal de esas potencialidades por la senda exclusiva que tributa a la producción de plusvalía. De esto se deduce que si la sociedad comunista ha de pensarse como superación del capitalismo, ha de proyectarse y estructurarse como una en laque se potencie esta tendencia –ya presente en el seno del capitalismo– al despliegue multilateral de las capacidades y potencialidades humanas. Si vinculamos lo que aquí se señala con lo afirmado en el punto anterior, está claro que para Marx el comunismo, en tanto un modo de producción que sustituirá al capitalista, ha de significar esencialmente un modo de producción de la subjetividad social, un modo de apropiación material y espiritual de la realidad cualitativamente superior, y tal criterio de valoración radica precisamente en la multilateralidad de las relaciones sociales que los hombres producen y establecen entre ellos y sus producciones.
3. La universalización de la forma mercancía. La producción mercantil, las relaciones monetario-mercantiles, el mercado, todo ello existía desde mucho antes del surgimiento del capitalismo. Lo novedoso, lo específico de este sistema radica en que, por primera vez, dejan de ser fenómenos sociales secundarios y adquieren un carácter esencial. Una característica primordial del capitalismo radica en que todas las relaciones sociales, todas las formas de actividad social y todos los productos sociales (materiales y espirituales) caen bajo la égida de la producción mercantil.(10) El mercado deja de ser un fenómeno específicamente económico para convertirse en el espacio social por excelencia: solo allí se encontrarán, se relacionarán los seres humanos entre sí y con sus producciones.
4. Por consiguiente, la transformación del mercado de fenómeno exclusivamente económico (como lo era en las sociedades anteriores) en el espacio social privilegiado de existencia, realización, circulación y consumo de todas las formas de actividad humana y de todas las producciones sociales. El predominio de la tendencia a convertir toda relación social en una relación mercantil y todo producto y toda actividad humanas en mercancía.
5. Expropiación del productor de toda relación fija y estable con las condiciones de producción. En las sociedades anteriores los productores directos carecían de la propiedad sobre los medios fundamentales de producción, pero mantenían una relación estable con las condiciones de producción, relación de la que no podían ser despojados. Para que el capitalismo exista es necesario que el productor sea privado de todo vínculo fijo con las condiciones de producción, lo que lo forzará a convertirse en un vendedor permanente de su fuerza de trabajo.
6. Predominio de la compra-venta de fuerza de trabajo como la relación productiva fundamental.
7. La conversión de la fuerza de trabajo no solo en mercancía, sino en la mercancía más importante del sistema productivo capitalista, y el desarrollo de la división social del trabajo llevan a su máxima expresión el carácter enajenante y enajenado del trabajo.
8. La tendencia a la mercantilización universal del sistema de relaciones sociales conduce a su vez a la universalización del carácter fetichizante y fetichizado de la mercancía.
9. La producción de plusvalía como objetivo y finalidad esencial de todo el sistema de relaciones sociales.
Marx sobre el comunismo
Una vez que se ha entendido la concepción marxiana sobre el modo de producción capitalista, puede alcanzarse una comprensión más completa acerca de lo que significaba para Marx el modelo de una futura sociedad comunista. A diferencia de los otros pensadores comunistas, nunca se dedicó a proporcionar un cuadro dibujado en detalles de las características de esa futura sociedad, pues lo consideró un ejercicio especulativo. Solo nos dejó algunos elementos para poder establecer, agrandes rasgos, las características más generales y esenciales que ha de tener ese futuro modo de producción. Un elemento fundamental ya lo hemos señalado y reside en su propia interpretación del capitalismo: el comunismo ha de ser un modo de producción superior al capitalista, en el sentido de producir una subjetividad humana más libre y universal, degenerar un modo de apropiación espiritual y material de la realidad desenajenante. Su interpretación sobre el comunismo no se limita a des-tacar la eliminación de la miseria o el subconsumo de bienes materiales indispensables, sino que –más allá de eso– apunta a la conformación de un nuevo sistema de producción de las necesidades materiales y espirituales del ser humano y de un nuevo sistema de producción de las formas y sentido de la satisfacción de esas necesidades. Otro elemento importante lo constituye la crítica que realizó a las concepciones comunistas existentes en su época. En los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 y el Manifiesto Comunista, encontramos interesantísimos pasajes en los que expresó su rechazo a la interpretación economicista y cosificada del comunismo que lo conciben como consumación del capitalismo al entenderlo unilateralmente como universalización del consumo de cosas, y otros fragmentos en los que criticó a lo por él denominado «comunismo cuartelario», que presentaba un proyecto de sociedad que reproducía las características de un convento o un cuartel. Para Marx la transformación del carácter del trabajo constituía un elemento primor-dial para el libre despliegue de las potencialidades humanas. Libertad, creatividad, socialización de la propiedad y del poder, constituían los objetivos a alcanzar y se constituían en principios orientadores del prolongado proceso de transformación revolucionaria de la sociedad. A partir de esa concepción sobre el comunismo debemos entonces extraerlos criterios para fijar los rasgos esenciales de un proceso de transición desde el modo de producción capitalista hacia el comunismo.
¿Qué es entonces el socialismo?
Como hemos visto, la historia de la humanidad ha estado signada por la sucesión de distintos modos de producción y por la existencia de diferentes fases o períodos de transición de uno al otro. Pero la transición del capitalismo al comunismo es muy diferente a las transiciones anteriores. Implica una transformación mucho más radical, pues no supone el cambio ni el perfeccionamiento de las relaciones de explotación sino su desaparición. Retomando una idea que encontramos en el primer capítulo del Manifiesto Comunista, ya no se trata de que una clase tome el poder social e imponga su modo de apropiación de la realidad, como había ocurrido siempre, sino de abolir todo modo de apropiación existente hasta nuestros días y construir otro esencialmente nuevo.(11)
Es evidente que un cambio tan revolucionario implica la existencia de un período o fase de transición relativamente prolongado. En la Crítica al Programa de Gotha , Marx denominó socialismo a ese período de transición. Tanto él como Engels entendieron que el socialismo es la transición.(12) Es la fase caracterizada por la coexistencia en lucha de las nuevas relaciones sociales de producción (que no pueden ser concebidas de otra manera sino como relaciones de producción comunistas) y las viejas relaciones capitalistas, lucha que se expresa necesariamente en todos los sectores de la vida social y en la que las relaciones sociales comunistas van sustituyendo gradualmente a las viejas, gracias a la incesante acción revolucionaria de las clases y sectores sociales interesados en esa subversión profunda de lo existente.
La interpretación de la teoría marxiana que se desarrolló en la URSS desde fines de los años 20 y que fue impuesta como doctrina oficial en los restantes países del campo socialista, presentó una concepción sobre la transición que difería en mucho, y esencialmente, de la que produjeron Marx, Engels y Lenin. Ante todo, se estableció una diferencia entre transición y socialismo. Se fijó y difundió una interpretación etapista (y por supuesto economicista y mecanicista) sobre la transformación revolucionaria del capitalismo hacia el comunismo. Se redujo la transición a transición al socialismo y se presentó a este como un modo de producción específico.
Dicha deformación de las ideas de los fundadores del marxismo se elaboró en la Unión Soviética desde fines de los años 20 y encontró su expresión más desarrollada en el tristemente célebre Manual de Economía Política elaborado por la Academia de Ciencias de la URSS y publicado en 1954, el cual alcanzó carácter de texto canónico en todos los países del campo socialista. Los principales elementos teóricos de esta reinterpretación del socialismo como modo de producción fueron los siguientes:
Se dividió la transición en tres etapas: a) el período de transición al socialismo, entendido como etapa relativamente breve (según el Partido Comunista de la Unión Soviética, esta etapa había concluido allí hacia 1936 –este criterio de un lapso cronológico de aproximadamente veinte años fue seguido por los demás partidos en el poder en la Europa socialista–) en la que se expropiaba a los burgueses, se estatalizaba la propiedad, se incentivaba la industrialización del país y se eliminaban las relaciones capitalistas de producción; b) al concluir esa fase se arribaba al modo de producción socialista, cuya primera etapa sería la de «construcción del modo de producción socialista», en la que organizaban y consolidaban las relaciones socialistas de producción; c) a esta seguía una etapa posterior llamada de construcción de las condiciones mate-riales para el comunismo. Tras esta última etapa del modo de producción socialista, sobrevendría la aparición del modo de producción comunista.(13)
Al constituir el socialismo un modo de producción específico, en él tendrían que predominar unas relaciones sociales de producción nuevas que ya no eran las capitalistas pero que todavía no eran las comunistas. ¿Cuáles serían las características específicas de esas supuestas «relaciones de producción socialistas»? Por supuesto, esa pregunta no pudo ser respondida convincentemente.
El surgimiento del modo de producción socialista se presentó como resultado necesario y mecánico del desarrollo industrial y de la su-presión de toda forma de propiedad privada sobre los medios de producción, garantizada por la estatalización de la propiedad. Es decir, como resultado automático de procesos y decisiones de carácter económico. Esto constituyó una visión unilateral de la complejidad de la transformación revolucionaria de la sociedad, colocando en un plano secundario la dimensión político-cultural de la misma.
Se afirmaba que en esa sociedad habría desaparecido toda forma de explotación, aunque no se podía ocultar que continuaba existiendo la compra-venta de la fuerza de trabajo. Esto constituyó un verdadero contrasentido lógico y teórico.
Era evidente que en el socialismo continuaban existiendo clases sociales, pero se afirmó que habría desaparecido la lucha de clases, pues habrían sido eliminadas las clases explotadoras y con ello los antagonismos consiguientes. La estructura clasista se habría simplificado al máximo, pues en lo esencial solo quedarían la clase obrera y el campesinado, y los intelectuales, clasificados apenas como «sector social». Todo esto no solo constituía un burdo achatamiento de la complejidad de la estructura clasista en la transición socialista, sino que implicaba a su vez el abandono de una idea esencial del marxismo: la tesis de que es la lucha de clases la que constituye a las clases y que estas no pueden existir sin aquella.
Se presentó el tránsito al socialismo y de este al comunismo como dependiente esencialmente del desarrollo tecnológico. Se abandonó la tesis marxiano-leniniana sobre la centralidad de la lucha de clases como elemento principal del cambio social.
Por otra parte, la estatalización de la propiedad no implica la superación de las condiciones de existencia de la clase obrera, sino su perpetuación. Se extiende y perpetúa la condición del proletariado a toda la sociedad, cuando el objetivo establecido por los fundadores del marxismo no es la universalización de esa condición, sino la superación de la misma, la eliminación de todas las clases. La clase obrera es la única que quiere alcanzar el poder no para mantener y extender a toda la sociedad sus condiciones de existencia, sino para eliminarlas. Para eliminarse como clase, a la vez que elimina toda diferenciación de clases. Ello solo es posible si los sectores productivos de la sociedad establecen otra relación con los medios de producción a través de la socialización real y efectiva de la propiedad.
En el socialismo, entendido como etapa relativamente prolongada de transición hacia el modo de producción comunista, la permanencia de las relaciones monetario-mercantiles, del trabajo asalariado y de la división social del trabajo condicionan la permanencia del carácter enajenado y enajenante del trabajo y la necesidad de la constante lucha por potenciar las estructuras que permitirán la superación gradual e incesante de esa enajenación.
De acuerdo con la concepción sobre las clases sociales expuesta por Marx, Engels y Lenin, es imposible pensar la existencia de clases sin la existencia de la lucha de clases. El socialismo no puede ser concebido como una sociedad carente de conflictos y luchas, en la medida en que –dadas las condiciones existentes en el proceso productivo– existen las clases sociales, y en la medida en que la coexistencia de relaciones sociales capitalistas de producción impide que la estructura clasista sea tan simple y reducida como in-tentó presentarla el dogma estalinista. La clave está precisamente en potenciar los espacios de existencia de aquellos conflictos y contradicciones generadores del desarrollo de relaciones sociales de producción comunistas.
La superación de las relaciones capitalistas de producción en un país que intenta la construcción del comunismo está condicionada por el grado en el que pueda insertarse en un sistema económico internacional no regido por la lógica del sistema capitalista. Por lo tanto, la «construcción del socialismo» en un solo país es imposible. El proceso histórico hacia el comunismo tiene que ser un proceso universal.
El Estado es un instrumento de poder de una clase. El objetivo del socialismo, como etapa de transición, consiste en la gradual extinción del Estado, y no en su constante reforzamiento, como ocurrió en la realidad de los países del campo socialista. El Estado no puede convertirse en el sujeto director exclusivo del proceso revolucionario.
La transición socialista como lucha contrahegemónica
La chatura conceptual de la teoría de la transición fue el resultado de la verdadera función que debía cumplir: servir de instrumento legitimador de las prácticas políticas de las dictaduras burocráticas implantadas en la URSS y en otros países del campo socialista. Su concepción economicista y mecanicista de la historia, su interpretación etapista y evolucionista de la transición, permitieron eliminar de un plumazo la contradicción tendencial presente en el socialismo, destacada por Marx, Engels y Lenin: «la revolución proletaria es a la vez constitución del proletariado en clase dominante y revolución que emprende la abolición de todas las formas de dominación de clase, y por lo tanto de la supresión de todo Estado».(16)
Precisamente el tema del Estado y del poder y de los cambios en su esencia y morfología en la transición socialista, constituyó uno de los grandes déficits teóricos del marxismo dogmático. Se pensó la cuestión del poder simplemente como algo que se resuelve en un acto puntual: asalto, toma, destrucción de los aparatos públicos represivos y reconstrucción de estos. La esencia de la revolución se limitaba a la consumación de un conjunto de actos de fuerza de carácter estatal-jurídico (promulgación y cumplimiento de leyes que expropiaran a los expropia-dores y condujeran a la eliminación o desaparición de las clases sociales antagónicas al proyecto comunista) tras lo cual la irreversibilidad del socialismo quedaba asegurada. Es aquí donde el aporte de Antonio Gramsci es imprescindible como referencia para pensar la transición socialista. Su obra permite tener una visión orgánica y profunda sobre la complejidad de los mecanismos del poder de la burguesía. El eje teórico de sus reflexiones lo constituye el concepto de hegemonía. La burguesía puede ejercer su dominio sobre el conjunto social porque es capaz no solo de imponer, sino de hacer aceptar como legítimo ese dominio por los demás grupos sociales, a través de la construcción de una intrincada malla de estructuras condicionadoras de las formas de actividad y pensamiento de los individuos. Su poder se basa en la capacidad de englobar y cooptar toda la producción espiritual hacia el cauce de sus intereses. El componente esencial de esa hegemonía es precisamente la sociedad civil, entendida como el espacio donde se producen y difunden las representaciones ideológicas.
A diferencia de las formaciones hegemónicas anteriores, la transición socialista ha de aspirar a liberar las capacidades creadoras contenidas en los grupos sociales hasta ahora mantenidos en la explotación y a los que se les negaba la posibilidad de constituirse como sujetos. La desaparición de los elementos enajenantes de la vieja sociedad y la construcción ininterrumpida de un sistema de relaciones emancipadoras, implican la construcción de una hegemonía de tipo inédito, que abra cauces que permitan a esos grupos construirse su propia subjetividad desalienante, para que la hegemonía pueda afianzarse. La nueva hegemonía liberadora ha de tener pues como objetivo potenciar una sociedad civil que sea escenario de la acción creadora de los sujetos que la componen.
Como demostró la experiencia de los países del campo socialista, eso no se logra uniformando a la sociedad, ni a través de la aspiración irrealizable de convertirla en un bloque monolítico y monocorde, sino sentando –por medio de un sistema múltiple de estrategias incesantes– los fundamentos de una sociedad civil más plural, precisamente por más inclusiva, que la sociedad capitalista.
El modelo estadocéntrico impuesto en los países del campo socialista no constituyó una alternativa viable a los retos provenientes del enfrentamiento al sistema capitalista: no pudo estructurar una combinación adecuada entre participación, eficiencia, autonomía y equidad, cuatro componentes esenciales de cualquier proyecto revolucionario social.
Esto significa la necesidad de plantearse, como una tarea central de la transición socialista, la exigencia de la construcción de un poder radicalmente diferente al que durante milenios se ha mantenido y perfeccionado. Es la gran tarea pendiente que aún tiene la revolución socialista.
Desde la comprensión de la transición socialista como lucha contrahegemónica que tiene en la sociedad civil su espacio privilegiado, se avanza hacia la comprensión del socialismo como tensión, y ello significa entenderlo como una formación social que recoja en forma superada (es decir, desde una perspectiva mucho más humanista que el capitalismo) la necesaria contradicción entre racionalización y subjetivación y la traduzca en las distintas esferas de la vida cotidiana a contradicciones realmente generadoras del desarrollo de la subjetividad humana.
NOTAS
1 Véase Carlos Marx y Federico Engels: «Crítica al Programa de Gotha», Obras escogidas,t. III, Moscú, Editorial Progreso, 1974.
2 Para un tratamiento sistemático al respecto, consúltese la obra desarrollada por los autores dela corriente conocida como Open Marxism, en: W. Bonefeld, R. Gunn y K. Psychopedis(eds.): Open Marxism , vols. 1-3, Pluto Press, Londres, 1992, 1995
3 Al respecto, ver las siguientes obras: C. Marx: Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, La ideología alemana, Manifiesto Comunista; F. Engels: Del socialismo utópico al socialismo científico, Anti-Dühring.
4En Hungría, Partido Socialista Obrero Húngaro; en la RDA, Partido Socialista Unificado Alemán; en Polonia, Partido Obrero Unificado.
5 El caso de Cuba fue en cierta medida específico, aunque se insertó en esta línea de ambigüedad: el partido comunista cubano se rebautizó a fines de los años 30 como Partido SocialistaPopular
6 C. Marx: Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, La Habana, Editora Política, 1965, p. 103.
7Digo «subrayado por Marx» porque aunque La ideología alemana fue redactada conjuntamente con Engels, fue Marx quien escribió el primer capítulo.
8 Ver C. Marx y F. Engels: «La ideología alemana», ob. cit. (en n. 1), t. I, p. 16.
9 Al respecto, ver Marshall Berman: Todo lo sólido se disuelve en el aire. La experiencia de la modernidad., México, Siglo XXI Editores, 1988
11 Ver C. Marx y F. Engels: «Manifiesto del Partido Comunista», ob. cit. (en n. 1), t. I, pp. 120-121.
12 Ver: F. Engels: Anti-Dühring , La Habana, Editora Política, 1965; V. I. Lenin: «El Estado y la revolución», Obras escogidas , t. II (3 t.), Moscú, Editorial Progreso, 1961.
13 Recordemos que a inicios de la década del 60 del siglo XX , el Partido Comunista de la URSS afirmaba que esta había cumplido todas las fases del socialismo y se encontraba en el inicio de la construcción de la sociedad comunista, y que su máximo dirigente, Nikita S. Jhruschev,llegó a afirmar: «Esta generación vivirá en el comunismo». Los respectivos partidos en el poder en los países del campo socialista establecieron el nivel en el que cada uno se encontraba según esta clasificación. Los lugares más avanzados en el modo de producción socialista se lo adjudica-ron la República Democrática Alemana y Checoslovaquia. Por su parte, la República Democrática de Vietnam reconoció que tan solo se encontraba en la etapa de transición al socialismo. El Partido Comunista de Cuba nunca definió oficialmente si ya había alcanzado el socialismo o si todavía se encontraba en el «período de transición».
14 Para entender fehacientemente la concepción de Marx al respecto, léase con detenimiento el primer capítulo de La ideología alemana , especialmente el epígrafe titulado «Desarrollo de las fuerzas productivas como premisa material del comunismo». Ver C. Marx y F. Engels: La ideología alemana, La Habana, Editora Política, 1979, p. 34.
15 Engels hizo hincapié en esta idea, sobre todo en la sección «Socialismo» del Anti-Dühring
16 Ver Etienne Balibar: Sobre la dictadura del proletariado, México, Siglo XXI Editores, 1976, p. 25 y ss