Schafik Handal y el problema del poder Roberto Pineda San Salvador, 7 de mayo de 2015
En diciembre de 1981 Schafik Handal realiza una síntesis teórica de la experiencia vivida como PCS e incluso ya como FMLN en relación a cuatro problemas estratégicos de la revolución salvadoreña: el poder, el carácter, la vía de la revolución, y la unidad de la izquierda. Es una valiosa reflexión profundamente autocrítica, realizada dos años después tanto del inicio del proceso de unidad de la izquierda salvadoreña -luego de diez amargos años de enfrentamientos ideológicos-así como desde su nueva posición de dirigente de una organización político-militar y de un frente político-militar, y en el novedoso marco de una Centroamérica con una revolución triunfante: la revolución popular sandinista.
Sobre el problema del poder
Inicia afirmando que “el abecedario del marxismo-leninismo enseña que el problema fundamental de la revolución es el problema del poder; el alejamiento en la práctica de esta verdad es, a nuestro juicio, uno de los factores principales que, de no corregir a tiempo, podría habernos dejado fuera de la línea delantera de la revolución salvadoreña.”
Reconoce que “en América Latina han tenido lugar dos grandes revoluciones verdaderas la de Cuba y la de Nicaragua y en ninguno de los dos casos los Partidos Comunistas estuvieron a la cabeza. En el caso de Nicaragua la experiencia con el partido hermano fue desastrosa, exceptuando la parte de él que desde 1978 se incorporó a la lucha armada. Estamos convencidos de que la ausencia práctica de una clara conducta de lucha por el poder es el factor principal que explica estos resultados.”
A la vez “esta misma cuestión ha estado a la base, creemos nosotros, de las equivocadas caracterizaciones de ciertos proceso sociales y políticos reformistas en América Latina como “revoluciones”. En la práctica esta caracterización no se confirmó, pero sirvió para determinar un papel de simple fuerza de apoyo para los partidos hermanos de los respectivos países.”
Agrega que “otra expresión de este mismo problema es el papel exagerado y, en algunos casos, la absolutización del papel que se asigna al Programa económico-social para determinar el carácter de la revolución el curso de la lucha por su victoria y de la defensa y consolidación de la misma. En Chile, durante el gobierno de Allende, por ejemplo, tanto los participantes de la Unidad Popular, como las fuerzas así llamadas ultra-izquierdistas, daban una importancia central y decisiva al Programa económico-social.”
Continúa explicando que “para unos, las claves de toda la cuestión chilena, el futuro de la revolución chilena, residía en no sobrepasar los límites del Programa de la Unidad Popular; mientras para los otros, todo consistía en radicalizar ese Programa; rebasar sus límites. Mientras tanto, ninguno elaboró ni aplicó una orientación certera para resolver realmente el problema del poder, ni para defender al gobierno de Allende.”
Aclara que “me refiero al caso chileno porque creo que es casi de laboratorio: es curioso que cuando aparecieron objetivamente los procesos y corrientes que configuraban la posibilidad de resolver revolucionariamente el problema del poder, ni unos ni otros lo captaron. Tengo en cuenta la configuración dentro del ejército chileno de una corriente que comprendía bastante claramente la necesidad de solucionar el problema del poder.”
Añade que “es también curioso como la reacción entendió con precisión este asunto. Todo lo que la reacción hizo en Chile durante el gobierno de Allende, estaba dirigido a aplastar la posibilidad de perder el poder y cuando se configuró esta corriente en el ejército, su esfuerzo concentrado estuvo dirigido a deshacerse de Prats y sus compañeros.”
Se pregunta Schafik: ¿Cómo actuaron las fuerzas revolucionarias frente a este fenómeno? Nadie en definitiva defendió a Prats y a la parte del ejército que él encabezaba. Unos lo sacrificaron en aras de maniobras políticas, creyendo honradamente que estas traerían la salida a la crisis; y los otros consideraron que la presencia de Prats en el gobierno era “la presencia de la burguesía”, que el pacto con Prats era “la traición a la revolución” y decidieron constituirse en la “oposición obrera y campesina.”
Agrega que “Cuando la corriente de Prats era fuete y predominante, cuando derrotó el “trancazo” (junio de 1973), las masas intuyeron la importancia de aquel momento para resolver revolucionariamente el problema del poder: se lanzaron a la calle como todos sabemos, exigiendo golpear profundamente a la reacción, cerrar el Parlamento, depurar el ejército pero la dirección de aquel proceso no tomó resueltamente en sus manos estas banderas.”
Enfatiza que “no es el Programa económico-social lo central y decisivo. Los ritmos en la aplicación del Programa económico-social, la radicalidad de los cambios económico-sociales, están en dependencia de las condiciones nacionales e internacionales en que se realiza cada revolución. Los revolucionarios tienen la posibilidad de escoger el ritmo mejor, incluso de hacer pausas y hasta retrocesos si fuese necesario, a condición de que conquisten el poder y lo retengan firmemente en sus manos.”
Asegura que “la dialéctica del problema del poder y el Programa económico-social es necesario esclarecerla a fondo. Hay que volver al planteamiento leninista una y otra vez; toda la cuestión planteada por Lenin en sus Tesis de Abril de 1917 apuntaba a la toma del poder por el proletariado revolucionario y su partido, a esclarecer y unir en torno de estos las fuerzas de las grandes masas campesinas y populares en general, para realizar esta tarea. Las Tesis de Abril siguen siendo el modelo de cómo enjuiciar el problema del poder y como determinar la conducta del Partido en la situación revolucionaria.”
Finaliza esta parte preguntándose “por qué el movimiento comunista de América Latina y otras regiones del Tercer Mundo, dejó de tener en el centro de su actuación la lucha por el Poder, es un asunto complejo; nosotros no tenemos una respuesta satisfactoria, de seguro hay varias. Yo voy a referirme a una: me parece que la solución del problema del carácter y a vía de la revolución está vinculada a este asunto.”
El Carácter y la Vía de la Revolución
Considera que “en Cuba quedó demostrada una regularidad de la revolución en América Latina: la revolución que aquí madura es la revolución socialista. Quedo también demostrado en Cuba que no se puede ir al socialismo, que no se puede realizar la revolución socialista, sino con las banderas democráticas antiimperialistas desplegadas, que lo que moviliza a las grandes masas a la acción revolucionaria son las consignas democráticas antiimperialistas, que no puede realizarse hasta el fondo la revolución democrática antiimperialista ni se puede defender sus conquistas sino se va al socialismo.”
Agrega que “no se puede ir a socialismo sino por la vía de la revolución democrática antiimperialista, pero tampoco se puede consumar la revolución democrática antiimperialista sin ir hasta el socialismo. De manera que entre ambas hay un nexo esencial indisoluble, son facetas de una sola revolución y no dos revoluciones.”
Por lo tanto reitera que “no puede haber revolución sin resolver a fondo el problema del poder y que no es necesario esperar a que las grandes masas tengan una conciencia socialista para ir a la toma revolucionaria del poder. En Cuba no había conciencia socialista generalizada antes de la victoria del primero de enero de 1959. A mí me parece que si se enfoca de esta manera el problema del carácter de la revolución, la actividad de los partidos revolucionarios no puede dejar de tener en su centro el problema del poder.”
Reconoce autocríticamente que “nuestro Partido y, me parece que muchos otros partidos comunistas de América Latina, hemos trabajado durante decenios con la idea de dos revoluciones y veíamos la experiencia cubana como una “peculiaridad excepcional” reaccionamos tanto y tantas veces contra el planteamiento izquierdista de la lucha contra la implantación directa, sin prólogos, del socialismo, sin comprender la esencia del asunto…”
“Llegamos a convencernos –argumenta- a nosotros mismos de que la revolución democrática no es necesariamente una tarea a organizar y promover principalmente por nosotros, sino que en ella podríamos limitarnos a ser fuerza de apoyo, y conformarnos con ser fuerza de apoyo, en aras de asegurar la amplitud del abanico de las fuerzas democráticas participantes.”
Por lo que “la revolución democrática antiimperialista se nos presentaba como una “vía de aproximación” que pude alcanzarse dejando en la delantera de la acción a sectores “progresistas” “anti-imperialistas” de las capas medias (de la intelectualidad, de los militares, etc.) y hasta de la burguesía. Las experiencias peruana, panameña, portuguesa parecieron confirmar esta tesis aunque ellas mismas terminaron negándola.”
Reconoce que “en ningún documento partidario se dice expresamente tal cosa., pero la conducta práctica de nuestro Partido y de otros Partidos hermanos ha sido esa. El que surge de tal conducta no es ni puede ser el partido de la revolución, sino el partido de las reformas. El PCS, para asumir su papel revolucionario debió abandonar ese esquema equivocado.”
Confiesa que “estoy lejos de pensar que este es un análisis integral suficientemente profundo; son simplemente reflexiones y preocupaciones, deducciones de nuestra propia experiencia y sugerencias para quienes trabajan en la esfera científica estudiando el proceso revolucionario mundial, son sugerencias para volver a este punto, una y otra vez, aunque parezca un asunto elemental.”
Afirma que “si de lo que se trata es de que madura en América Latina la revolución socialista, hay que arrebatarle el poder a la burguesía, hay que destruir el aparato burocrático militar de la burguesía; esto en las condiciones actuales – y lo será así por muchísimo tiempo- no puede realizarse por vía pacífica. Esta América Latina esta tesis ha sido comprobada ya pro la experiencia de dos revoluciones armadas triunfantes y por la derrota de dos intentos de consumar la vía pacífica, en los dos países más democráticas del continente: Chile y Uruguay.”
Sostiene que “si aceptamos que la revolución democrática antiimperialista es parte inseparable de la revolución socialista, no se puede realizar la revolución tomando pacíficamente el poder por cuotas, será indispensable bajo una u otra forma, desmantelar la maquina estatal de los capitalistas y sus amos imperialistas, erigir un nuevo poder y un nuevo Estado. En tales condiciones resulta evidente que la vía pacífica no es la vía de la revolución.”
Pero “la vía armada de la revolución no excluye la lucha por la realización de las reformas económico-sociales. Esta lucha juega un importante papel en la educación política de las masas y las alianzas; además, los cambios “profundos” del programa democrático antiimperialista son en esencia reformas ya que por sí solas no pueden abolir el capitalismo y, por el contrario, pueden reforzarlo; lo que le imprime un carácter revolucionario a ese Programa es la lucha revolucionaria por el poder y la toma revolucionaria del poder.”
Comparte que “en la experiencia del PCS, los erróneos enfoques y en ciertos aspectos fundamentales, menos que errores, debilidades teórico ideológicas relacionadas con los problemas del poder, el carácter y vía de la revolución, junto con la influencia de las concepciones de nuestros aliados democráticos en el curso de la lucha electoral de once años, en la que participamos los comunistas, engendraron en nuestras filas esquemas e ilusiones reformistas. Deshacerse de ellos requirió autocritica franca y profunda junto con medidas audaces y profundas.”
Evalúa que “la participación del PCS en la lucha electoral fue acertada. La lucha electoral se había convertido objetivamente en la arena principal de la lucha política nacional desde 1964, sobre la base de la industrialización y del gran auge económico…No participar en la lucha electoral significaba de hecho colocarse bastante al margen de la lucha política y además abandonar a las masas al control ideológico de la burguesía.”
Por otra parte, opina que “es cierto que desde 1970 las organizaciones revolucionarias armadas, surgidas ese año, repudiaron la lucha electoral y se abstuvieron de, participar en ella. Pero también es cierto, como lo reconoce hoy la mayoría de esas organizaciones hermanas, que el crecimiento y desarrollo de la lucha armada recibió no poca contribución proveniente de la politización y radicalización de las masas, a lo cual contribuyó la participación de los comunistas en las frecuentes contiendas electorales.”
Opina que “la participación del PVS en la lucha electoral de once años, aunque no con su propio nombre a causa de su ilegalidad, facilitó a las masas trabajadoras y populares en general hacer un intenso aprendizaje político, conquistó a la mayoría para la causa democrática antiimperialista, alertó a tiempo al pueblo y a todas las fuerzas democráticas contra el peligro del fascismo, ayudó a precipitar la crisis de la dictadura militar como sistema político de dominación.”
Concluye que “la vida ha demostrado en El Salvador, que la participación electoral de los comunistas hizo una grande contribución política al movimiento de lucha por la revolución y que, mirando desde hoy a todo aquel periodo, se puede afirmar que el actual movimiento revolucionario, su Programa, su línea, es una síntesis de la lucha armada y de masas de las organizaciones armadas, de sus elaboraciones ideológico-políticas, y de la lucha política y de masas y la línea del PCS.”
Pero por otra parte “a pesar de todo lo positivo de nuestra participación electoral, es necesario insistir en señalar que ella mantuvo vivos y en cierto modo reforzó las manifestaciones ideológico-políticas del reformismo en nuestras filas, empezando por la misma Dirección, aunque nunca se adoptó oficialmente la vía pacífica de la revolución.”
Insiste que “el movimiento electoral llevó a la mayoría del ´pueblo a enfrentar el fraude, la imposición, la represión, y así, en la práctica, no solo para nosotros, sino también para las grandes masas se agotaron las posibilidades de la “vía” de las elecciones para democratizar y transformar el país. Nosotros sabíamos que así ocurriría y ayudamos a las masas a realizar el aprendizaje de esta verdad llevándolas a enfrentarse con ella y realizando una propaganda esclarecedora sistemática.”
Expresa que “en nuestras campañas electorales dijimos que no se debía esperar de las urnas el poder, que estas eran un punto de paso en el camino y que el poder habría que conquistarlo con otras formas de lucha. Esto contribuyó a preparar las condiciones políticas para el viraje extenso, multitudinario, de las masas hacia el apoyo de la lucha armada y a la incorporación de un creciente número de su componentes como militantes y combatientes de las organizaciones armadas.”
“Pero llegado este momento-en febrero de 1977- y a pesar de que la comisión política del CC acordó realizar el viraje de nuestro Partido hacia la lucha armada que le diera continuidad a la lucha política del pueblo, demoramos dos años en consumarlo. Tuvimos que hacer un gran esfuerzo analítico y autocritico para encontrar las causas de esa demora. Las conclusiones del esfuerzo analítico del PCS pueden resumirse así: existían obstáculos ideológicos y orgánicos que chocaban contra las decisiones de realizar el viraje a la lucha armada.”
De “los obstáculos ideológicos ya he hablado. Los principal de los obstáculos orgánicos consistía en que los cuadros del partido, los cuadros de dirección nacional e intermedios, que son el cerebro, los huesos y nervios del Partido, de quienes depende decisivamente la elaboración y el cumplimiento de los acuerdos centrales, no sabía cómo organizar el paso a la lucha armada, ni cómo combinarla con la lucha política. Su formación era unilateral.”
Agrega que “cuando llego la hora de implementar esta forma superior de lucha, no estábamos preparados para ello. Teníamos una Comisión Militar, pero el conjunto de los cuadros del Partido, que es lo decisivo, no sabía cómo llevar a la práctica las orientaciones acerca de la lucha armada. Para superar este obstáculo, la Dirección emprendió pasos audaces, basándose en los acuerdos del VII Congreso, realizado en al clandestinidad en marzo de 1979: se abandonó la idea de que la Comisión Militar es la encargada de formar un aparato militar separado del cuerpo del Partido.”
Explica que “este problema solo podía resolverse convirtiendo al Partido en su conjunto en jefe y actor; no solo de su lucha política, sino también de su lucha armada, haciéndolo el gran combinador y director de todas las formas de lucha….Hicimos que un numero rápidamente creciente de los miembros estudiaran los problemas de la lucha armada revolucionaria y se ejercitaran en el arte y la técnica militar, no para dedicar a todos ellos al aparato militar, sino para practicar la convicción de que la lucha armada del Partido debe ser organizada, realizada, y dirigida por el Partido, por sus organismos dirigentes y de base.”
Concluye que “a las concepciones reformistas con respecto al problema del poder y la vía de la revolución viene unida la existencia de una estructura orgánica partidaria atrofiada, reformista también: nuestros partidos son capaces de organizar la lucha sindical, la agitación y la propaganda política, las manifestaciones de masas, las huelgas, las campañas electorales y demás actividades similares pero no más, así solo podemos ser fuerza de apoyo, estamos condenados a ser fuerza de apoyo.”
La Unidad de la Izquierda Revolucionaria
Resalta que “es curioso y sintomático que los partidos comunistas hayamos mostrado en los últimos decenios una gran capacidad para entendernos con los vecinos del lado derecho, mientras en cambio, no logramos en la mayoría de casos establecer relaciones, alianzas estables y progresivas con nuestros vecinos del lado izquierdo.”
Reconoce que “los comunistas latinoamericanos no tuvimos, durante mucho tiempo, una línea consistente y sistemática para unir a todas las fuerzas de la izquierda, incluida la izquierda armada.”
Explica que “por lo general, los que a nuestra izquierda empuñan las armas se comprometen en una lucha revolucionaria real; cometen muchos errores típicos del izquierdismo en sus planteamientos políticos, atacando duramente al Partido de los comunistas, pero aciertan en un punto fundamental: trabajan obsesionados por organizar y promover la lucha armada, que en América Latina y en tantas otras regiones del Tercer Mundo ha demostrado ser la vía de la revolución.”
Argumenta Schafik que “mientras no llega la corrección del reformismo, las relaciones entre los comunistas y a izquierda armada –haciendo a un lado toda retórica- se plantea en la práctica y en esencia, como la relación entre la reforma y la revolución, y está claro que los reformistas pueden entenderse mejor con otros reformistas. Esa, creo yo, es la explicación de por qué los comunistas latinoamericanos hemos sabido entendernos mejor con los que están a nuestra derecha que con los que están a nuestra izquierda.”
Acepta que “entre las causas que hicieron posible el surgimiento de organizaciones revolucionarias fuera de las estructuras del PCS, tienen un lugar importante los rasgos reformistas de su política, los cuales ya he puntualizado, su incomprensión de los problemas, y posibilidades prácticas para organizar, y desarrollar la lucha armada en las condiciones de nuestro pequeño y densamente poblado país.”
Agrega que “los errores y debilidades del Partido Comunista no son la causa absoluta del surgimiento de dichas organizaciones, como se ha alegado por algunos. Incluso si el Partido no hubiera cometido tales errores habría surgido una o más organizaciones izquierdistas, tal como lo han demostrado otras experiencias, entre ellas la de los bolcheviques.”
Sostiene que existen “determinantes causas objetivas que tiene sus raíces en la estructura clasista y los fenómenos sociales propios del capitalismo en su nivel medio de desarrollo y, particularmente de capitalismo dependiente, cuando el modo de producción y la superestructura estatal albergan residuos de formaciones sociales pre-capitalistas o del capitalismo inicial.”
Añade que “en América Latina el discurso de estas organizaciones es muy similar al izquierdismo infantil criticado por Lenin, pero los sujetos no son exactamente idénticos. Estas organizaciones aparecen incluso donde hay partidos comunistas desarrollados y reaparecen aun después de ser derrotadas y aniquiladas físicamente, no son, pues, propiamente expresiones de la infancia del movimiento obrero y de los Partidos Comunistas, que se supera por el desarrollo de estos. Los partidos comunista en la mayoría de nuestros países son pequeños y poco influyentes, pese a que su promedio de edad está alrededor del medio siglo.”
Subraya que “en numerosos casos algunas de esas organizaciones “izquierdistas” no solo crecieron más que el respectivo partido comunista, sino también maduraron antes que él y condujeron a los trabajadores y otras clases y capas populares a realizar victoriosamente la revolución democrática anti-imperialista y se transformaron, o se transforman hoy en el partido marxista-leninista que encabeza la construcción del socialismo o la marcha hacia éste.”
Explica que “independientemente de que los partidos comunistas cometan errores o no, existen raíces sociales en América Latina y otras regiones de similar desarrollo social en el mundo, para que surjan esas organizaciones. Esto se deduce de nuestra experiencia y no sólo de ella, puede verse muy claramente esta verdad, si se tiene en cuenta que el PCS fue durante 40 años un luchador solitario por las ideas del socialismo y el comunismo, incuso la única organización de izquierda en el país (desde su fundación en 1930, hasta el aparecimiento de organizaciones de la izquierda armada en 1970).”
Afirma que “durante cuarenta años nuestro partido sufrió más y durante más tiempo por su enfermedad reformista que por la izquierdista (que sí lo afectó en algunos momentos) y , sin embargo, pudieron surgir nuevas organizaciones revolucionaria únicamente hasta después que el sustancial despliegue del capitalismo dependiente cambió el panorama social, engendró una nueva estructura clasista.”
Informa que “durante más de cinco años el PCS realizó una activa polé4mcia pública con los planteamientos y posiciones políticas de las organizaciones de la izquierda armada. La característica principal del estilo y el método de nuestra polémica consistió en descartar la utilización de adjetivos en sustitución del análisis y abordar analítica, clara y persuasivamente y lo más a fondo posible temas fundamentales de las discrepancias entre nuestras líneas generales y entre nuestras concepciones ideológicas…Corresponde al PCS el mérito de haber enarbolado primero y defendido más sistemáticamente la bandera de la unidad de la izquierda.”
Admite que “no obstante las virtudes de nuestra polémica, que sin duda contribuyó a esclarecer la temática teórica-política que confrontaba el movimiento revolucionario y democrático, hubo en ella una debilidad: el tema de la vía de la revolución no fue abordado, la dialéctica relacionada con el poder y el programa económico-social solo fue abordado en los días siguientes al triunfo de la Revolución Popular Sandinista.”
Comparte que fue “durante la preparación y discusión de los “Fundamentos y Tesis de la Línea General del PCS” y del Informe del Comité Central, sometidos al VII Congreso y en el marco del esfuerzo autocrítico por realizar el viraje hacia a lucha armada, fue que elaboramos de un modo más profundo y acabado nuestra concepción sobre la unidad de la izquierda revolucionaria.”
Considera que “el PCS no es el único destacamento del movimiento comunista latinoamericano que realiza este fundamental viraje revolucionario. Son varios los partidos que en Sur y Centro América aceptan el reto de la lucha armada y la unidad de las fuerzas revolucionarias.”
Concluye el documento afirmando que “la revolución triunfara después de aprender de sus reveses en nuestro Continente, que vive hoy una situación revolucionaria que va extendiéndose desde Centroamérica y el Caribe que, hoy por hoy, es el epicentro del terremoto que esta desplomando el dominio imperialista, las dictaduras militares y la explotación oligárquica.”