Perdiendo la Cabeza de Jaguar
Federico Paredes Umaña *
El Faro / Publicado el 6 de Marzo de 2015
El robo del monumento prehispánico #47 de la tradición Cabeza de Jaguar del occidente de El Salvador revela la existencia de grupos de contrabando de arte prehispánico especializado y pone a la Secretaría de Cultura en entredicho, debido a que, por su negligencia, el monumento no estaba registrado en la Lista Roja de Bienes patrimoniales, lo que dificulta su repatriación en caso de ser localizado fuera del país.
Monumento #47 de la Tradición Cabezas de Jaguar fue robado el 1 de marzo de la finca Loma de Paja, en Santa Ana. Pesa 5 quintales y mide mide 0.80 m de alto, 0.63 de ancho y 0.60 de grueso. / Fotos cortesía de Federico Paredes.
Monumento #47 de la Tradición Cabezas de Jaguar fue robado el 1 de marzo de la finca Loma de Paja, en Santa Ana. Pesa 5 quintales y mide mide 0.80 m de alto, 0.63 de ancho y 0.60 de grueso. / Fotos cortesía de Federico Paredes.
Que un bien cultural antiguo sea robado en El Salvador no es inusual; hemos visto robos a iglesias coloniales, saqueo de sitios arqueológicos mediante excavaciones nocturnas, robos de vasijas de cerámica polícroma de las mismas vitrinas de los museos de sitio. Sin embargo, el caso del robo del Monumento #47 de la tradición “Cabeza de Jaguar”, en el primer fin de semana de marzo del 2015, me tiene francamente desconcertado.
El reporte de robo me llegó el domingo 1 de marzo por la noche, mediante un correo electrónico del dueño de la finca cafetalera en la que se encontraba el monumento, un lugar alto y poco accesible. La escultura había permanecido ahí desde que fue hallada por el padre del finquero, hace tantos años que nadie recuerda bien.
Soy el arqueólogo que registró la pieza por primera vez, durante mi trabajo de tesis doctoral. Era una tarde nublada en 2011 cuando por fin tuve acceso al lugar para ver y registrar el monumento. Lo sumé como el número 47 de mi lista. Hoy conocemos un registro de 53 monumentos que pertenecen a esa tradición oriunda del occidente de El Salvador, algunos llegan a medir un metro de altura y en general son artefactos bastante pesados, lo que hace pensar que su robo es un acto planificado. Los ejemplares conocidos proceden de los departamentos de Ahuachapán, Sonsonate y Santa Ana. Esta prolija tradición escultórica representa rostros estilizados de felinos y otros seres del reino animal, fusionados con rostros humanos, y pertenecen a una cultura que se desarrolló cerca del año 300 AC en el occidente de El Salvador. Su importancia para entender el surgimiento de la cultura Maya es incalculable, y sin embargo conocemos muy poco todavía de sus creadores. Los hallazgos que reporté en mi tesis muestran que las cabezas de jaguar se usaron junto con retratos de gobernantes, una práctica acompañada de escritura jeroglífica y notaciones calendáricas que están a la base de los desarrollos civilizatorios del sureste de Mesoamérica. Todos estos monumentos han sido tallados en bulto en rocas basálticas, andesitas o escorias volcánicas, material adecuado para una cultura que surge y se desarrolla en la cadena de volcanes que corre paralela a la costa del Pacífico.
El Museo Nacional de Antropología de El Salvador tiene en su colección 15 ejemplares; los 38 restantes se distribuyen en colecciones particulares en el territorio nacional, o fuera de él. La cabeza de jaguar #53 de mi catálogo la conozco solo por fotos; está en una colección particular cuya localización no me ha sido revelada por mi informante, curador de arte prehispánico en los Estados Unidos.
Los ejemplares que sí he podido ver, tocar y medir en el territorio nacional están distribuidos por los caminos de fincas, estanques, piletas y hasta gasolineras del occidente de El Salvador o en casas de recreo. Otros han corrido la suerte de estar en propiedad municipal, en condiciones de preservación variable; algunos empotrados en cemento y expuestos a la intemperie y otros con tratos más dignos, como en el caso de Ataco, donde se ha abierto una pequeña sala de exhibición para resguardarlos que cuenta con vigilancia las 24 horas.
Monumentos #24 y #25 de la Tradición Cabezas de Jaguar pintados de campaña política en la pileta de la ex-hacienda La Labor. / Fotos cortesía de Federico Paredes.
Monumentos #24 y #25 de la Tradición Cabezas de Jaguar pintados de campaña política en la pileta de la ex-hacienda La Labor. / Fotos cortesía de Federico Paredes.
El robo del monumento #47 pone de relieve varias cosas sobre las pasadas y la actual administración de cultura. Una de estas cosas es la inexplicable negligencia de las autoridades en el procesamiento de información relevante, que resalta la importancia y vulnerabilidad de una tradición escultórica de características únicas en Mesoamérica. Dicha investigación fue socializada desde el año 2012; ejemplares de la tesis doctoral Local Symbols and Regional Dynamics: The Jaguar Head Core Zone in Southeastern Mesoamerica During the Late Preclassic, por la Universidad de Pensilvania, fueron entregados a la Dirección Nacional de Patrimonio Cultural, a la biblioteca especializada del Museo Nacional de Antropología, a la biblioteca de la Asamblea Legislativa y a la biblioteca de la escuela de Antropología de la Universidad Tecnológica. Copias digitales de la misma fueron entregadas en la Universidad de El Salvador, y circulan entre arqueólogos nacionales e internacionales.
En el año 2014 hice entrega a la Dirección Nacional de Patrimonio Cultural de una base de datos en formato digital de los 52 registros localizados hasta ese momento de la tradición escultórica cabeza de jaguar, procedente del occidente de El Salvador.
La entrega del material se hizo con el propósito expreso de que los monumentos fueran debidamente registrados como patrimonio cultural de la nación. A la fecha no poseo información fidedigna que pruebe que esos registros se llevaron a cabo.
Monumento #36 de la Tradición Cabezas de Jaguar luce empotrado en cemento en una gasolinera del occidente de El Salvador. / Fotos cortesía de Federico Paredes.
Monumento #36 de la Tradición Cabezas de Jaguar luce empotrado en cemento en una gasolinera del occidente de El Salvador. / Fotos cortesía de Federico Paredes.
La urgencia de acción ante un robo como este es evidente para todo el mundo, por lo tanto no es extraño que las autoridades hayan reaccionado rápidamente tomando nota del mismo y que manifiesten haber interpuesto ya la denuncia ante la fiscalía. Sin embargo, lo que se observa como constante en la gestión del patrimonio cultural del país, en pasadas administraciones y en la actual, es la acción reactiva ante las crisis. Casi nunca vemos las políticas preventivas, ni las acciones legales que aseguren que no actuemos como bomberos, ya ante el incendio.
Si efectivamente los registros derivados de la investigación mencionada hubieran sido usados para actualizar la Lista Roja de Bienes Culturales, de acuerdo con los convenios internacionales, estaríamos ante una acción preventiva de parte de las autoridades de cultura. No parece ser el caso; una institución que registra bienes culturales sabe dónde y en qué condiciones están. Dudo que un funcionario comprometido con la salvaguarda y defensa del patrimonio nacional pueda dormir tranquilo conociendo las condiciones del Monumento #12, quizá una de las piezas más exquisitas del arte escultórico de El Salvador, y su ubicación actual, empotrado en una pileta en un establecimiento comercial en la ciudad de Santa Ana. Tampoco tendría un sueño tranquilo un funcionario que hubiera registrado estos monumentos en la Lista Roja si supiera que hay dos monumentos de esta tradición Monumentos #24 y 25 empotrados en una pileta en una finca en el municipio de Turín, y que a una de ellas le han instalado un tubo para que saque agua por la boca, y que todos los años estos dos monumentos prehispánicos son pintados con la bandera política de un partido en contienda electoral. Tampoco podría un secretario de cultura ufanarse de preservar el patrimonio cultural del país si supiera que uno de los monumentos más espectaculares de la talla en piedra de la tradición Cabeza de Jaguar, el Monumento #36 yace empotrado en una cápsula de cemento en una gasolinera de occidente.
Monumento #12 de la Tradición Cabezas de Jaguar empotrado en pileta en una colección particular Santa Ana. / Fotos cortesía de Federico Paredes.
Monumento #12 de la Tradición Cabezas de Jaguar empotrado en pileta en una colección particular Santa Ana. / Fotos cortesía de Federico Paredes.
Me preocupa el robo del monumento #47 porque nos confronta con su desaparición y nos habla del peligro que otros desaparezcan en los días venideros. Nos enfrenta con la logística criminal de grupos especializados, con la capacidad de entrar a una finca remota con vehículos adecuados y fuerza suficiente para cargar un monumento de por lo menos 5 quintales de peso. Esto nos pone de manifiesto que hay comandos especializados dedicados al robo de arte prehispánico, y que existe un mercado nacional e internacional, donde estos artefactos patrimoniales son requeridos. También nos muestra, quizá, que la investigación arqueológica que se genera en el territorio nacional no la están leyendo las personas adecuadas, no está siendo usado para crear políticas que aseguren el resguardo y disfrute de estos monumentos por parte de la población.
El conocimiento del pasado no es un fin en sí mismo, no se lleva a cabo para que los académicos desarrollen sus carreras en universidades e institutos de investigación. Su fin en una sociedad como la nuestra es prepararnos para razonar sobre los procesos sociales de nuestra especie, para dimensionar el tiempo profundo en el proceso de formación de sociedades, sus alcances y sus limitaciones. El territorio simbólico es el escenario de las disputas más duras en nuestra sociedad de posguerra. Los investigadores ofrecemos datos para nuevos imaginarios. Si el presente no nos unifica, el pasado tiene un potencial profundo. Nuestra relación con el pasado es esquizofrénica; sanarla es el papel de la cultura. Hay que recuperar la cabeza.