Lunes, 02 de Agosto de 2010 / 09:25 h
Carta a la Sala de lo Constitucional
Dagoberto Gutiérrez
Estimados Magistrados:
La corte Suprema de Justicia atraviesa el mejor de sus momentos, que tratándose de una justicia proveniente de una corte mayor, seria aquel en que la justicia aparece con todo su rostro, su peso , su historia y su sabor político, y también seria aquel en que la sociología y el derecho se dan la mano en medio de una polvareda en que la realidad de la sociología riñe con la ficción del derecho.
Hasta ahora la corte ha parecido y aparecido como un castillo feudal rodeado por un foso letal y guardado por lagartos gigantescos, ciega y sorda y con magistrados silenciosos e ignotos. En realidad la independencia de poderes termina en una obligación de colaborar entre ellos; pero La Corte si cuenta con una Sala Constitucional de verdad, no puede excluir ni la contradicción ni la confrontación ante las decisiones de los otros órganos de los otros poderes, a menos que el respeto a la constitución sea norma y espíritu sagrado de la conducta gubernamental y social.
Se ha llegado a entender, que todo anda bien cuando la corte santifica, como si fuera su obligación, todos los actos y conductas de los otros poderes y produce sobresaltos y turbulencias, cuando de repente, como luz en la tiniebla, La Sala de lo Constitucional resuelve en un sentido inesperado y contradictorio para los intereses dominantes o para el régimen imperante, aun cuando sea esa, justamente la conducta que se espera, de una sala de lo constitucional que ha sido elegida directamente por la asamblea legislativa, la misma que designa a su presidente como presidente del poder judicial, a diferencia de las otras salas de la corte que se integran discrecionalmente por la misma corte.
Señores magistrados ustedes están llevando oxígeno puro a la subjetividad abrumada de la sociedad y están prestigiando el derecho como instrumento democrático; pero, como ustedes lo saben muy bien, están tocando las cuerdas calientes de un contrabajo que aparece siempre como un violín rumoroso que se llama régimen político. El artículo 85 de la constitución, que fue construido en 1983, cuando la guerrilla brillante del FMLN, anunciaba su incorporación al sistema político sin salirse de la sociedad, estableció el monopolio de los partidos políticos en el proceso de participación ciudadana en la política, el texto tuvo un sentido defensivo y anunciaba que la guerrilla tenía que hacerse partido, pensar como partido y actuar como tal.
Cuando la guerra termina y desaparece el FMLN y el Estado crea al partido del mismo nombre, el régimen político se oxigenó y fortaleció; pero actualmente la rampante crisis política presenta a un sistema de partidos que viven parasitariamente de un sistema representativo sin representantes ni representados, se trata de partidos sin estatura intelectual, ni peso ideológico ni ventilación política, que funcionan al amparo y estilo del mercado, pero que son, pese a todo, la expresión del sistema político y “el único instrumento para el ejercicio de la representación del pueblo dentro del gobierno” .
Para que esto funcione, los partidos deben monopolizar las candidaturas ciudadanas, y todas las personas que pueden ser candidatos a cargos públicos deben pasar por el filtro partidario de la afiliación, de no ser así la ciudadanía preferiría, para los cargos públicos, a gente que no tenga nada que ver con estos partidos.
Por supuesto que en el caso de los diputados al no estar ligados por el MANDATO IMPERATIVO, están desligados de sus electores y viceversa y el artículo 126 de la constitución, no requiere afiliación partidaria para ser elegido diputado, y siendo así las cosas, resulta saludable para el mismo régimen político las candidaturas a cargos públicos que no provengan de los cuarteríos partidarios. En realidad no se trata de candidaturas independientes porque nada ni nadie lo es, mas bien el régimen político asegura que los funcionarios dependan de los partidos que los llevaron de candidatos y no de sus electores. Esta es la trampa pantanosa.
La reacción de todos los partidos afectados en su clientelismo electoral, sin ninguna excepción, es la que se debe esperar y como la asamblea legislativa es la proyección jurídica de la figura sociológica real de los partidos políticos, es de esperar, y ustedes lo saben mejor que nadie, la respuesta defensiva y ofensiva contra la sala.
Es buena noticia saber, queridos magistrados, Belarmino, Florentín, Sídney y Rodolfo que los dados están echados, y que el régimen antiguo se defiende, con la ventaja de la seguridad y el orden, y cuando la misma corte no parece asimilar que la Sala de lo Constitucional tiene un rango especial, la asamblea legislativa encontrará en ella a un rival o un enemigo peligrosos que es necesario desordenar.
Ustedes están reverdeciendo las esperanzas en el derecho y recobrando la relación, clandestina a veces e insospechada, como ocurre con Kelsen, entre la sociología y el derecho, y esta es una buena noticia.
Los partidos políticos están amenazados en sus negocios o así se sienten ellos, y siendo ellos la asamblea legislativa, sociológicamente, cuentan con recursos no escasos para crear figuras a su imagen y semejanza; pero en todo caso resulta irrenunciable que ustedes, magistrados, aseguren el seguimiento y el cumplimiento de su resolución, porque en estos tiempos de crisis política, los poderes, reales y formales, solo tienen vocación para cumplir aquello que les conviene, y en una sociedad donde El Estado de Derecho es un hogar donde el derecho y el estado duermen en camas separadas, no es esperable la buena fe en el cumplimiento de resoluciones o sentencias que rompen la quietud de los poderes tradicionales.
Todos los partidos políticos, sin ninguna excepción, se han mostrado como clientes del régimen político, temerosos del pueblo de carne y hueso, distanciados de la gente y sin capacidad para hacer política aunque, con experiencia en la participación política; por eso todos los seres humanos, ciudadanos o no, hemos de saber hacer política, y hemos de saber, sobre todo que la política no se hace en los partidos políticos sino en la calle, en los bancos, en la empresa, en el cantón, en el caserío, en la casa y en las esquinas de las calles más turbulentas. Aquel y aquella que no hace política, resultarán arrastrados por las correntadas.