Crónica de Nahuizalco 1898

El Salvador es el más pequeño de los estados centroamericanos, pero también el más poblado, el más rico y el más cultivado. Exceptuando al estado diminuto de Rhode Island en Estados Unidos, no existe en el continente americano ninguna otra región tan densamente poblada. Toda el área la constituyen 21,070 kilómetros cuadrados y allí habitan 800,000 individuos. La mayor parte de la población la conforma la raza mestiza entre el español y el indígena. En la parte occidental de El Salvador habitan cerca de 100,000 aztecas, cuya expansión territorial limita al este con una franja habitada por otras tribus indígenas, que son actualmente civilizadas y que hace tiempo han perdido su idioma, por lo que no se sabe nada acerca de su origen. Karl Sapper supone, aunque no explica en qué se basa para ello, que se trata de los pokomames. En la región oriental de El Salvador habitan unos miles de matagalpas que han sido poco estudiados. No alcancé a visitarlos, pero he visto algunos de estos individuos ofreciendo sus productos, fabricados de fibra de maguey, en los mercados aztecas.

A mi llegada a El Salvador me dirigí directamente a la capital, donde conseguí que el Ministerio de Educación me entregara una recomendación escrita para las autoridades civiles y el de Guerra, una similar para las militares.

Durante el viaje a la capital tuve la oportunidad de ver algunos indígenas de las tribus que tenía planeado estudiar en primer lugar, es decir, los aztecas y los pipiles. En la pequeña estación de tren de Ceiba observé a unos veinte individuos que marchaban en fila, atados entre sí con una cuerda, como si fuesen esclavos negros. Iban escoltados por un grupo de soldados armados con fusiles y bayonetas caladas. Le pregunté a mis compañeros de viaje si se trataba de presidiarios. “No, seguro que no”, fue la respuesta, “se trata de voluntarios de Nahuizalco, que son trasladados al cuartel de la capital”. Tal como luego me enteré, los cuarteles de El Salvador, dependiendo de la necesidad que exista, se atiborran de indígenas obligados a cumplir con el servicio militar. Estos suelen ser soldados más confiables y valerosos que los ladinos.

Sin embargo, producía lástima ver a esos individuos amarrados entre sí, con sus ropas de algodón blanco sucias por el polvo del camino. Parecían ser indígenas corrientes, pertenecientes seguramente a la misma raza que se ve en la capital de México. Eran de una estatura baja, de piel amarillenta, ojos marrón oscuro y pelo corto y negro. Su vestidura era la típica de los trabajadores centroamericanos, camisa de algodón blanca, pantalones también blancos y sombrero de paja.

En la capital me habían aconsejado que comenzara mi trabajo entre los aztecas de la comunidad de Nahuizalco, cerca de Sonsonate, porque allí la lengua que se hablaba era pura. Estuve tratando infructuosamente de localizar este lugar en el último mapa oficial de El Salvador y, como no pude encontrarlo, supuse que sería un poblado diminuto, de unos doscientos habitantes. Una tarde cabalgué hasta Sonsonate, y al anochecer llegué a Nahuizalco. Cansado por el viaje me acosté sin tener la oportunidad de saludar al dueño de la casa, el ex comandante de la ciudad, que ya se había ido a dormir.

Por lo tanto, mi sorpresa fue muy grande cuando, al despertarme la mañana siguiente, me encontré con que estaba en un poblado indígena de miles de casas, donde habitaban alrededor de 8,000 aztecas. Este era sin lugar a dudas el poblado indígena más grande que había visto hasta entonces. Durante mi estancia entre las tribus indígenas del norte de México, muy rara vez encontré alguna aldea con más de treinta o cuarenta chozas, exceptuando algunas que tenían unas doscientas viviendas entre los indígenas mayo y los yaqui de la región del Pacífico.

En este poblado todo parecía ser muy ordenado y civilizado, si se comparaba con la situación de los pueblos cazadores y nómadas de la Sierra Madre, así que di por hecho que aquí podría, rápidamente y sin impedimentos, comenzar a medir la constitución física y fotografiar a un número elevado de nativos. Pero no imaginaba cuán profundamente arraigadas estaban las ideas supersticiosas ni cómo esta gente desconfiaba de todo lo nuevo. Ni siquiera por medio de una retribución al contado, independientemente de lo alto que fuese el pago ofrecido, parecía posible conseguir que unos pocos individuos se dejaran medir y fotografiar. Decidí entonces utilizar las cartas de recomendación del Gobierno y, con este fin, me dirigí al alcalde de la ciudad, un indígena anciano quien también era presidente del consejo del pueblo. Este me respondió primero en forma diplomática, diciendo que haría lo posible por ayudarme, tan pronto como sus ocupaciones se lo permitieran. Pero uno de sus colegas, conocido como el alguacil, se adelantó para contarme una historia triste que le había pasado de verdad a un amigo suyo quien, luego de que un hacendado alemán de la capital le tomara fotografías, había cogido una fiebre muy alta de la cual murió, dejando a la viuda y muchos niños sin subsistencia asegurada. Me pidió por ello posponer la cosa hasta el mes próximo. El nuevo alcalde tomaría entonces el riesgo, según él, de negociar con el hombre de los grandes anteojos, tal como me habían bautizado por el lente de la cámara fotográfica.

Logré finalmente conseguir que el nuevo alcalde prometiera prestarme su ayuda. Envió a un cabo, acompañado por seis soldados armados, a buscar a dos individuos que me ofrecieron como objeto de experimentación. Después supe que estos, a quienes el alcalde había recordado con benevolencia en primera instancia, eran los peores enemigos que él tenía en la ciudad. Pude medir a uno de ellos que parecía un condenado a cadena perpetua y cuando puse la cabeza debajo del trapo negro de la cámara para fotografiarlo, su compañero, con un arriesgado salto, se tiró por la ventana desapareciendo en el bosque cercano. Ni ese día ni los próximos logré conseguir a otro voluntario.

La gente estaba tan irritada que el alcalde no quiso arriesgar su autoridad por ayudarme. Poco después hice el intento de fotografiar sus hermosas danzas con bastones al aire libre, pero me amenazaron con reprimendas en azteca y con la posibilidad de recibir una paliza, por lo que quedé muy contento de salir ileso y de que la cámara no resultara dañada. En esta danza, al igual que en todos sus festejos –aunque nunca en los religiosos–, la mayoría estaba ebria pero pacífica a pesar de su condición aventurada. Salí a la plaza pensando en tomar una imagen de las mujeres que allí vendían y compraban, pero al verme colocaron sus cestos sobre la cabeza y se dispersaron como un enjambre de gorriones.

Sienten temor, según sus propias palabras, a ser pintados por la cámara porque poseen la creencia de que mediante la foto se les roba algo que pertenece a su interior. Es el tounal (fuerza, espíritu protector) lo que temen perder. Piensan que esta parte mística de sí mismos que, según creen, aparece representada en la fotografía la llevan los hombres blancos a zonas lejanas con fines desconocidos e incomprensibles, pero malignos y que, por medio de brujerías, les ocasionarían desgracias. Cuando los tepehuanos del nordeste de México miraban sus fotos solían decir: “¡Estos sinvergüenzas, personas insolentes que vienen a nuestras comunidades, pura y simplemente para robarnos nuestras almas!” Es indudable que obligarlos a fotografiarse les causa gran sufrimiento psíquico.

Una muchacha de Nahuizalco, que parecía tomarlo desde el punto de vista práctico, me respondió una vez que logré convencerla para que me dejase sacarle una fotografía: “¿Por qué debería dejarte que me quitases mi sombra por un peso cuando de regreso a tu isla quizás la vendas por varios cientos?”

Finalmente comprendí que me resultaría casi imposible realizar el trabajo antropométrico en esta comunidad y decidí posponerlo para otra ocasión. Sin embargo, este lugar parecía ser interesante y adecuado para recopilar el material lingüístico y etnográfico, que comencé a estudiar la lengua de sus habitantes, sus usos y costumbres, etcétera.

Los aztecas de El Salvador o pipiles viven casi exclusivamente de la agricultura, los huertos y la industria de la cestería. En las laderas de las montañas y en las gargantas de los valles de los alrededores de Nahuizalco, a una milla de distancia a la redonda, se extienden las parcelas cuadradas e irregulares, rodeadas de cercos formados por setos de piñas salvajes, de ciruelos del trópico (Spondias sp) o de arbustos espinosos (Erythrina). Y entre las arboledas de palmeras, árboles de naranja y de zapote se encuentran desparramadas las casas de los indígenas. En los campos se siembra maíz de formas y colores variados, diferentes clases de frijoles, plátano, caña de azúcar, yuca, piña, tomate, tabaco y gran variedad de granos básicos y otros cultivos. También muchas verduras europeas como la lechuga, la coliflor y los rábanos, entre otras, se han impuesto y se plantan todo el año. El maíz es la siembra tradicional de mayor importancia. Antes de que la tierra se parcelara, unos treinta años atrás, todos los habitantes de la aldea trabajaban el campo en forma conjunta y después se ofrendaba al dios del maíz. Para ello se reunían todos los trabajadores con sus herramientas y, dirigidos por los ancianos de la comunidad y los líderes, desfilaban por el campo al sonido de las flautas de bambú y de los tambores. Las mujeres los acompañaban cargando abundantes alimentos que preparaban al aire libre y chicha de maíz. Lo mismo se repetía cuando era la época de la cosecha. Parecía ser más una fiesta que un pesado trabajo y todos participaban con igual interés en la cosecha, que era propiedad comunal. El reparto de la tierra en todos estos países fue, sin excepciones, poco afortunado para los indígenas, quienes de improvisto debieron pasar de un sistema comunal a otro individualista, dando posibilidad a los blancos para introducirse y convertir a los indígenas en su fuerza de trabajo esclava.

Aún hoy, cuando llega la época de la siembra, los pipiles cuelgan guirnaldas de hojas multicolores de Tradenscatia versicolor –una planta comúnmente cultivada por nosotros– alrededor de sus dioses del maíz –ídolos de piedra pequeños y toscos– y por las noches encienden velas y les ofrecen incienso. Vi ídolos de piedra similares en los campos de maíz, a poca distancia de la iglesia católica construida en el siglo XVI en el altar de la propia ciudad de Nahuizalco, así como escondidos en grutas de los valles fluviales.

Cuando llega la época de las lluvias el cielo se cubre con nubes oscuras de lluvia y tormenta. Los indígenas salen entonces de sus casas en medio de la noche y se escuchan tocando unas trompetas fabricadas con caracoles para ahuyentar los huracanes del campo.

Las mujeres aztecas se distinguen en la preparación de cantidad de alimentos con base de maíz, tantos que es imposible contar o describir. El pan de maíz se amasa para cada comida y es superior al de trigo, tanto en sabor como en valor alimenticio. Sus huertos producen cada año una cantidad importante de vegetales y también la flora salvaje obsequia a la cocina azteca muchos productos valiosos y de buen sabor. Varias clases de flores con aroma delicado se utilizan para preparar comidas especiales. Existe aquí una gran variedad de abejas salvajes, cuya miel tiene aroma diferente. Además se hacen conservas de distinto tipo de frutas como los tamarindos, los jocotes (Spondias, una clase de ciruela ácida), los chilacayotes (una especie de calabaza grande, verde con pintas blancas) y otras. Los aztecas han domesticado dos clases de abejas, una del tamaño de una mosca y la otra del de un mosquito, y ambas se ven alojadas en campanas de cáscara de calabaza que cuelgan de las paredes de las casas. También aprovechan diferentes clases de hongos. En la costa se cultiva por lo general el cacao, aunque no tanto como antaño. Aquí, igual que entre los aztecas de México, el chocolate es una bebida muy apreciada.

Los niños tienen diferentes clases de juguetes. Las muñecas se confeccionan de junco o de madera. Tirando fuertemente de un cordón que se encuentra atado al trompo, este se echa a girar en el suelo y a veces tiene un clavo pequeño en la punta. También entre los pueblos xinca de Guatemala los niños usan esta misma clase de trompos.

En las regiones cálidas, las mujeres visten simplemente una falda de tela de algodón fina y lisa, enrollada al cuerpo en dos vueltas. Por lo general van desnudas de la cintura para arriba. En las aldeas de las montañas altas se utiliza también una especie de blusa (huepil) y en Izalco y Ataco es común un cinturón liso alrededor de la cintura. La vestimenta masculina consistía no hace mucho solo de un pequeño cinturón entre las piernas (mastate), pero actualmente siempre llevan pantalón y camisa de algodón blanco. Entre los xinca de Guatemala encontré el mastate aún en uso.

En la mayoría de las regiones de Centroamérica todas las pruebas de objetos artísticos de producción indígena han desaparecido. Sin embargo, entre los pipiles existía algo, pero se requería de mucho tiempo y era bastante difícil traer cualquier colección etnográfica, debido a que los nativos se niegan absolutamente a vender esos objetos a los extraños, por temor a que después los utilicen para embrujarlos. Debí inspeccionar sus casas escudándome en todos los pretextos imaginables, para poder persuadirlos de que me mostraran dichos objetos. Y muy rara vez pude realizar alguna compra inmediatamente, ya que debían llevarse a cabo verdaderos Consejos de familia para decidir algo tan importante como la venta de, por ejemplo, una vértebra de ciervo (sus dados) o un trompo. Mi intérprete, José Beltrán, debió regresar a menudo en el momento adecuado para finalizar la compra de lo que yo deseaba.

Entre los aztecas de El Salvador, así como en otros lugares de América donde hace siglos los españoles tienen sus iglesias, los sacerdotes han tratado por todos los medios de destruir las representaciones religiosas antiguas. En primer lugar, rechazaron a los ídolos, así como las prácticas culturales y costumbres que se relacionaban con aquellos y las ceremonias y danzas, entre otras. Diego García de Palacio, quien visitó El Salvador por encargo del rey de España en 1576, describe cómo los aztecas del lugar tenían las mismas creencias religiosas que los de México. Había grandes hechiceros y escribas que interpretaban los libros sagrados. El sacerdote más importante, tecti, llevaba una vestimenta larga y ancha de color azul índigo y lucía en su cabeza una diadema, en la que colocaba plumas verdes de quetzal (Trogon splendens), el pájaro sagrado. Tenían unos ídolos de piedra grandes y realizaban sacrificios humanos, arrancándoles a las víctimas el corazón y sosteniéndolo hacia el sol. La sangre se dejaba caer en cuatro puntos cardinales.

Los indígenas han aprendido a adorar a los santos de las iglesias católicas. Hace tiempo que han desaparecido los sacrificios humanos, así como otras ceremonias parecidas. Algunos de esos ídolos de piedra todavía existen y son adorados por los indígenas. Se les ofrenda flores, incienso y velas. Para acabar con esta competencia molesta, los sacerdotes han destruido, cuando han podido, dichos ídolos de piedra. En un lugar no muy lejano de Nahuizalco, el alcalde me mostró un ídolo gigantesco al lado de una antigua piedra de sacrificio que un sacerdote había hecho dinamitar pocos años antes. Al lado del camino que conduce a Nahuizalco hay, desde tiempos inmemoriales, una figura de piedra del tamaño de un hombre, al que se conoce como El Guardián o Señor del Camino. Poco antes de mi llegada, y por encargo del sacerdote, lo habían hecho rodar hasta el mar. Sin embargo, los indígenas lo buscaron y lo pusieron de nuevo en su antiguo lugar. El sacerdote ordenó entonces que lo tiraran a un precipicio donde, con toda seguridad, acabó por romperse.

La mayoría de los indígenas de Centroamérica se convirtió al cristianismo solo nominalmente. Fueron obligados a abandonar muchos de sus cultos antiguos, costumbres y ceremonias. Sin embargo, su visión del mundo es básicamente la misma que la de sus antepasados. Cuando los aztecas de El Salvador se santiguan en la iglesia, nombran a Dios con el nombre de Tuteco, lo que significa “poderoso”, “grande” o “muy apreciado” entre otros. Pero esta misma palabra la utilizan también para referirse al sol, hacia el que los ancianos se vuelven al amanecer con los brazos alzados para presentar sus ruegos y sus quejas. De igual manera se designa a los santos de madera de las iglesias y a los ídolos de piedra que se ponen en las grutas y en los campos de maíz. Y también a los que, vistiendo ropas multicolores, se pasean en grupos por los caminos, arrastrando gigantescas cruces de madera. La palabra Tuteco se utiliza, además, en el sentido de “señor de la casa” para dirigirse a cualquier persona de influencia entre los indígenas. Los campos y los bosques están habitados por seres inmateriales que dominan la naturaleza. Así como las personas tienen un Tuteco o espíritu protector, también lo tiene la mayoría de los animales, como el ciervo, el conejo o los cangrejos, y también el maíz y los demás cultivos.

Los hechiceros poseen un poder místico sobrenatural que les permite tomar por las noches la apariencia de diferentes animales: gatos, jaguares, cerdos, lechuzas y otros. La creencia en estas metamorfosis es generalizada y muy profunda, así como la convicción de que algunas personas pueden ocasionar enfermedades o desgracias. Esto suscita muchas veces desavenencias y en ocasiones el odio entre individuos o familias puede subsistir durante toda la vida. Algunas leyendas sombrías que pude recopilar entre estos indígenas testimonian lo antedicho. En ellas el protagonista es el hombre que se transforma en animal. Busqué infructuosamente en Nahuizalco durante mucho tiempo a algún joven que pudiera asistirme con diversas tareas. Cuando después de muchas molestias, y mediante un pago ventajoso, conseguí a un muchacho de 12 años tuve que prometerle a su madre que no lo transformaría en gato y que tampoco lo enviaría de regalo a mis compatriotas del otro lado del mar.

Y por las noches, para mayor seguridad, él tenía que ir a dormir a casa de sus padres. En mi cabalgata a Guatemala llevaba como guía y cargador a un indígena de unos 20 años, originario de Nahuizalco. El primer día me confesó, entre otras cosas, que estaba hechizado. Unos envidiosos le habían metido con malas artes una víbora en su estómago y desde entonces sufría de mala salud. Cuando llegamos a Comapa, el último pueblo azteca de la frontera, se le fue el valor y quiso romper su contrato conmigo. Finalmente, acabó por quejarse al Consejo del pueblo, que estaba conformado por puros indígenas, y les contó que no había podido dormir las últimas noches del temor que sentía de que yo me bajase de mi hamaca para dispararle un tiro o que lo enviase de regreso a Nahuizalco con la apariencia de gato. “¿Cómo va a reconocerme mi esposa?”, exclamó y comenzó a gemir y a llorar. A la mañana siguiente regresó a su casa y me suministraron, a cuenta de la comunidad ya que deseaban deshacerse de mí, otro guía para que me acompañase hasta el pueblo próximo. Allí logré convenir con unos indígenas quichés, que son más inteligentes, para que me acompañaran a la capital de Guatemala.

Entre las costumbres paganas que aún subsisten y que dan testimonio de la importancia religiosa de los cuerpos celestes, debe nombrarse en primer lugar la ruidosa ceremonia durante los eclipses de luna. Tan pronto como la sombra oscura se ve a un lado de la luna, las mujeres pipiles trasladan sus morteros de mano (unas piedras planas rectangulares) y martillean en ellas con rodillos de piedra. También se hace bulla de otras maneras; por ejemplo, haciendo ruido con ollas y tapas. Este alboroto se propaga de casa en casa. En los eclipses de luna creen ver una lucha y dicen que “el sol se quiere comer a la luna” y, como todos simpatizan con la luna, quieren ahuyentar al sol por medio del bullicio. Las mujeres se lamentan “pobre, pobre luna, qué enferma está, cómo sufre, dejen que la ayudemos”, y mientras tanto martillean. Si se llevase a cabo esta ceremonia en un pueblo cercano, cuya población fuese de indígenas y de ladinos, los primeros verían con amargura, casi con espanto, la irreligiosidad y la falta de compasión de los segundos por la luna. La virgen María es para la mayoría de los aztecas igual que la luna. Esta misma costumbre existía entre los pueblos indígenas más conocidos de Sudamérica, los altamente civilizados peruanos, quienes, cuando había un eclipse lunar, hacían barullo pegando a sus perros para que se lamentasen.

Los algonquinos, los indígenas iraquíes y los esquimales de Groenlandia tenían una costumbre idéntica.

Los pipiles observan determinadas reglas durante el oscurecimiento. Llenan de agua sus artesas rectangulares de jardín (batea) y ponen dentro una vela encendida. En el agua se ve el reflejo de la lucha entre el sol y la luna. Había escuchado que esto se hacía en un par de pueblos abajo, en el litoral montañoso y el día de Navidad de 1898, cuando se esperaba un eclipse de luna, cabalgué hasta la comunidad de Tepecoyo, ubicada en la cumbre de una montaña al lado del mar. No hubo, sin embargo, ningún eclipse aquel día, pero los indígenas me mostraron lo que acostumbraban a realizar en aquellas ocasiones. Según sus declaraciones, la imagen oculta del disco de la luna se refleja en el agua iluminada por la luna como si fuera un animal oscuro, un gato que se mantiene en continuo movimiento.

Poco después de mi llegada a Nahuizalco, los indígenas de allí celebraron su fiesta del primero de noviembre en memoria de los muertos. El día anterior había en todos los cementerios del pueblo grupos de mujeres y niños. Limpiaban las fosas, localizadas hacia el este y el oeste, y ordenaban las piedras de alrededor. Después se cubrían las tumbas con las flores anaranjadas de los muertos, una clase de tagetes. Por la noche todos los habitantes de la comunidad se encontrarían en el cementerio para comer, beber y danzar.

Sin embargo llovió, así que la mayoría se quedó en su casa y solo llegaron unos doscientos. Estos se reunieron junto a un cobertizo de bambú, en el que se desarrolló la danza de parejas (tiutíat), que realizaron dos hombres al ritmo de las flautas de bambú y del tambor. Comieron tamales de pavo calientes, envueltos en hojas de plátano y bebieron hidromiel de maíz (chicha). En todas las viviendas del pueblo se festejó de igual manera. En los altares de cada casa había una mesa o un tronco cubierto con una estera de junco multicolor. Allí habían puesto bebida y comida para los muertos. Alrededor de los altares colgaban guirnaldas hechas con las flores amarillas de los muertos, con las hojas relucientes y multicolores del Tradescantia zebrina y con las bandas brácteas de tono rojo fuego del Poinsettia pulcherrima. En los altares había plátanos, zapotes, chirimoyas, naranjas, granos de cacao y cestos llenos de tortillas y tamales, otras comidas derivadas del maíz y una vasija con chocolate e incienso encendido que esparcía su olor por el cuarto. A los invitados a la fiesta no les permitían tocar nada de eso. Tanto afuera en los cementerios como en los altares de las casas se oían los cantos y lamentos de las mujeres entremezclados con sus llantos.

En caso de defunción, envuelven al muerto en una estera de junco y lo ubican en una camilla liviana cargada de hombros hasta el cementerio. Junto con el cuerpo entierran vasijas con comida y utensilios, pero esta costumbre está tendiendo a desaparecer.

Grandes extensiones se encuentran despobladas, especialmente los pueblos nómadas. Y en otras zonas en donde, como ya se ha dicho predomina lo español, la cultura indígena tradicional que aún existe en algunos estados está amenazada por un rápido y completo aniquilamiento. El canal de Nicaragua, que pronto convertirá a los estadounidenses en los amos de los países centroamericanos, va a acelerar dicho proceso. La influencia anglosajona y la germánica resultan cada vez más visibles en aquellos países que poseen riquezas naturales de importancia y ya se han construido ferrocarriles que recorren la zona en varias direcciones. Todo señala que ha sonado la última campanada para los pueblos nativos americanos y que solo queda un tiempo limitado para tratar de salvar los últimos restos de la cultura primitiva que todavía existen.

  • La versión completa del artículo se publicó en la edición de junio de 2001 de la revista Mesoamérica. Las imágenes forman parte de la colección del MUPI.

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Intelectualidad y racismo en Guatemala y El Salvador a finales del siglo XIX

Intelectualidad y racismo en Guatemala y El Salvador a finales del siglo XIX
Chester Urbina Gaitán

Introducción

Hacia mediados del siglo XIX, en Europa, surge la moderna teoría racista
articulada sobre obras antropológicas de clasificación del género humano a
partir de los conceptos biológicos de “especie” y “raza”, desarrollados por los científicos desde el siglo XVIII.

También tuvieron gran influencia los estudios que afirmaron la existencia de una supuesta raza aria y la teoría proveniente de los descubrimientos realizados por la lingüística del siglo XIX. En este sentido, destacan las propuestas de Comte, Darwin, Spencer, Gobineau, Le Bon, Mendel, Lombroso y de la eugenesia.

El presente artículo pretende explicar por qué la regeneración física no incidió en el desarrollo de los pueblos indígenas en Guatemala y El Salvador a finales del siglo XIX.

Guatemala

En 1871 ascendió al poder en Guatemala un grupo de gobernantes de filiación liberal, que buscó crear el Estado-nación. Este proyecto político no tuvo una dimensión integradora, pues terminó por ser selectivo. Esta selección se hizo ladino e indígena por la lógica estatal de promover una “ciudadanización diferenciada” entre la población.1

Es palpable el interés estatal en transformar a los trabajadores urbanos y sus redes de poder ladina e indígena rurales en sustento de apoyo a su ideario.
Aunque teóricamente la principal herramienta de construcción de la hegemonía ha sido la política de educación pública.2

La política de educación estatal en Guatemala no tuvo como objetivo trastocar las costumbres de los sectores subalternos. Debido a que el régimen de trabajo forzado imposibilitó a los sectores indígenas el acceso a la educación; y, cuando la tenían, era en escuelas para indígenas, especializándose en una educación campesina. Por el contrario, el trabajo si desempeñó un claro papel como medio de coacción y control social y, por lo tanto, de constructor y reproductor de visiones y realidades hegemónicas.

Es durante el período liberal que se origina un proceso de asimilación cultural al proyecto nacional ladino promovido por el Estado. Al respecto, Taracena y colaboradores aportan que dicho proceso estaba minado por una realidad segregatoria desde el momento en que la producción de la riqueza agrícola del país se basaba en el trabajo forzado de los indígenas.

Además, los indígenas debían lidiar con otro elemento que socavaba su proceso de asimilación, el del discurso ideológico que, aparte de “bárbaros”, los designaban como producto de una “degeneración” histórico-cultural, que se manifestaba en la humillación, la embriaguez, la criminalidad, la idiotez y la suciedad. Esto justificaba su condición de trabajadores forzados y la imposición de su tutela ciudadana por parte del Estado, dando como resultado una ciudadanía diferenciada.3

Sobre el racismo en Guatemala durante el período liberal Marta Casaús señala que es ahí cuando el racismo empieza a operar como racialismo, valorando las diferencias biológicas y raciales en lugar de las diferencias culturales o sociales. El imaginario racista se modifica sustancialmente por la influencia del liberalismo, el positivismo y el darwinismo social, y empieza a operar como un fuerte mecanismo de diferenciación política y social al producirse la transición de una sociedad de casta a una sociedad de clases, de un Estado corporativo estamental a un Estado constitucional basado en la igualdad entre los ciudadanos y ante la ley, donde se hacía necesario crear nuevos mecanismos que permitieran mantener la diferencia como desigualdad, la desigualdad como discriminación y esta como explotación.4

En 1888 aparece publicado, en la ciudad de Guatemala, el libro del salvadoreño Francisco Esteban Galindo Elementos de Pedagogía, donde señala que, de los tres millones de habitantes que pueblan Centroamérica —no contando las tribus errantes— millón y medio son indígenas. El autor también apuntaba que el día en que se civilizaran esos hijos primogénitos de la tierra centroamericana, la nación habrá duplicado sus fuerzas vivas y sería arrebatada por un vértigo de progreso.5

Para Galindo el pueblo indio y el ladino son dos pueblos superpuestos el uno
sobre el otro; los medios civilizadores tienen que ser diferentes, tratándose de
una o de otra masa social, so pena de que los medios generales sean, en uno u
otro sentido, ineficaces.6

El poco impacto de la educación en los indígenas radicaba en que los padres
indígenas querían que sus hijos se les parecieran en todo, amando con entrañable amor sus costumbres, como tradición sagrada de sus mayores. Los
padres indígenas comprendían que en la escuela los niños se aproximaban sin sentir al modo de ser de la otra raza, y se conjuran contra la asistencia de sus hijos a los planteles de enseñanza.7

Así mismo, Galindo acota que la embriaguez —pasión dominante entre la
raza indígena— era una barrera con la que tenía que enfrentarse el maestro. El indio enseñaba a beber a sus hijos; y cuando esto no sucedía, el niño, al crecer, adoptaba el vicio de sus padres y la enseñanza quedaba esterilizada.8

En 1899 el Dr. Darío González, de origen salvadoreño, saca a la luz Nociones de Pedagogía en pequeñas lecciones. El libro estaba destinado a servir de texto en los establecimientos de enseñanza. Fue premiado con diploma y medalla de oro por el Gran Jurado de la Exposición Centroamericana de 1897.

Esta obra había sido publicada por primera vez ese año en el periódico de la
Escuela Normal de Señoritas de Guatemala. Las lecciones fueron redactadas
para las alumnas de aquella institución, en vista de la carencia de un texto propio para la enseñanza elemental de la Pedagogía.

González resaltaba que la necesidad de la educación física era evidente, ya que por su medio se conservaba y mejoraba la salud, haciéndose así el cuerpo fuerte, robusto, ágil y apto para toda clase de trabajos, sin exceptuar los intelectuales.9

Pese a estas ideas, el autor nunca expuso la necesidad de que el mundo indígena guatemalteco se beneficiara de la práctica del deporte y de la educación física.
Dr. Darío González
(1835-1911)

El Salvador

A fines del siglo XIX los intelectuales salvadoreños que trabajaban para el
Estado trataron de promover un proyecto de nación sustentado en el pensamiento europeo de la época, que los llevó a compartir la fe en el progreso, así como al rechazo a la tradición cultural indígena, considerada como muestra de atraso y, en consecuencia, un freno al desarrollo.10

Uno de los más destacados intelectuales de esta época fue Francisco Gavidia,
quien se encargó de realizar una reelaboración literaria del pasado precolombino.11 Pese a la formulación de esta mitología indígena, los liberales salvadoreños prefirieron elaborar otros mitos más acordes con sus ideales. En realidad, el discurso dominante fue aquel que propugnaba por la modernización y el progreso. Los mitos indígenas a lo sumo podrían ser aceptados como accesorios, pero no iban a ser incorporados como parte fundamental de la cultura.

En 1883 el Dr. David Joaquín Guzmán publicó su libro Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador. En este texto el médico señala que la migración es el medio más eficaz, pronto y seguro del mejoramiento de las razas, la rehabilitación del sistema de gobierno, la fuente más vasta de prosperidad material y la más sólida, fácil y fecunda esperanza del acrecentamiento de la riqueza pública.12

También acota que los indios no se mezclan con los blancos y ladinos, resistiéndose a comunicar cualquier cosa sobre su forma de vida.13
Para Guzmán los indígenas salvadoreños eran menos civilizados que sus antecesores, y recelaban aquello que se les presentaba como una innovación.14 Termina Guzmán planteando la inquietud sobre cuál es el porvenir de la raza india en el país y su definitiva metamorfosis, a lo que responde diciendo que su única alternativa era ser parte de la vida social y de la escuela.15

En torno a esto, López señala que, en la medida en que los patrones culturales
tradicionales eran incompatibles con el proyecto modernizante de la elite se
hacía necesaria la imposición. A Guzmán no le interesó preguntarse cuáles
eran los intereses de los indígenas, más creía que al final estos serían beneficiados al ser absorbidos por el mestizaje, borrando de ese modo las antiguas diferencias.16

Según Georgina Hernández las posturas racialistas de intelectuales
como Guzmán, a pesar de no concretarse en un racismo práctico, sí
ejercieron un papel simbólico en el ejercicio del racismo al mantener
la idea de una jerarquía social racialmente diferenciada, en la cual el
blanco detentaba la escala mayor y gozaba de un papel director frente a
las minorías, a las que creía atrasadas, feas, y apáticas. Estos juicios de
valor tenían una carga negativa que permitió la generación de estereotipos,
que fueron instrumentalizados para poner de relieve la dominación y la inferiorización.

Guzmán fue uno de estos intelectuales influidos por el pensamiento racialista, y que se veían a sí mismos como parte del grupo blanco
que debía llevar las riendas del país: su poder lo ejerció desde cargos públicos
y a través de la política, desde donde impulsó proyectos de regeneración
del indígena a partir de la educación.17

Dr. David Joaquín Guzmán Martorell
(1843-1927)

Conclusión

La implantación de una ciudadanía diferenciada y el apego a posturas racistas
hacia lo indígena llevo a los Estados guatemalteco y salvadoreño a no permitirle el acceso a la modernidad y la regeneración física a través de la práctica del deporte y la educación física a finales del siglo XIX. Así mismo, la idea de regenerar a los indígenas a través de la educación no se concretó debido al poco apoyo y a la fragilidad económica de la hacienda pública. En la práctica los indígenas quedaron al margen del proyecto liberal de nación, dejándolos sin fundamento cultural.

Referentes bibliográficos

1 En este sentido es necesario la consulta a: Taracena Arriola.Arturo, et.al. Etnicidad, Estado y nación en Guatemala 1808-1944. Guatemala: Nawal Wuj, 2002. Asimismo véase: Piel, Jean. “¿Fuera el Estado del Estado? ¿Afuera la nación? El Quiché oriental frente al Estado-nación guatemalteco de 1821 a 1970”. En: Taracena A., Arturo y Piel, Jean. Identidades nacionales y Estado moderno en Centroamérica. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1995. p.188. En la misma línea Little-Siebold apunta que, el
Estado guatemalteco por su fragilidad económica no pudo tener un fuerte control social de la población. Little-Siebold, Todd. “Guatemala en el período liberal: patria chica, patria grande. Reflexiones sobre el Estado y la comunidad en transición”. En: ibid. pp.223-236.
También: Taracena Arriola, Arturo. Invención criolla, sueño ladino, pesadilla indígena. Los altos de Guatemala: de región a Estado, 1740-1871. Antigua: Editorial Porvenir S.A.-Cirma, 1997; y, Little-Siebold, Todd. “La centrifugación del Estado: sueños centralistas, realidades locales. Formación, deformación y reformación del Estado guatemalteco, 1871-1945”. En: Piel, Jean y Little-Siebold, Todd. Entre comunidad y nación. La historia de Guatemala revisitada desde lo local y lo regional. Antigua: Cirma, 1999. pp.143-165.

2 González Orellana, Carlos. Historia de la educación en Guatemala. Guatemala: Editorial Universitaria, 1987.
3 Taracena Arriola, Arturo, et.al. Etnicidad, Estado y nación en Guatemala 1808-1944. Guatemala: Nawal Wuj, 2002. p.37.
4 Casaús Arzú, Marta Elena. “Prácticas sociales y discurso racista de las elites de poder en Guatemala (Siglos XIX y XX)”. En: Van Dijk, Teun. Racismo y Discurso en América Latina. Barcelona: Gedisa, 2007. p.233.
5 Galindo, Francisco E. Elementos de Pedagogía. Guatemala: Tipografía La Unión, 1888. p.49.
6 Idem.
7 Ibid. p.50.
8 Idem.
9 González, Darío. Nociones de Pedagogía en pequeñas lecciones. Segunda edición. Guatemala: Tipografía Nacional, 1899. p.19.
10 Algunos de los más destacados intelectuales de la época fueron los siguientes: Darío González, Jorge Lardé, Santiago I. Barberena, Alberto Sánchez, David J. Guzmán, Pedro Fonseca, Rafael Reyes, Antonio Cevallos, Vicente Acosta y Francisco Gavidia.
11 Hernández Aguirre, Mario. Gavidia. Poesía, literatura y humanismo. San Salvador: Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación, 1968. p.389.
12 Guzmán, David Joaquín. Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador. San Salvador: Tipografía El Cometa, 1883. p.446.
13 Ibid. p.500.
14 Ibid. p.501.
15 Ibid. p.517.
16 López Bernal, Carlos Gregorio. “La historia cultural en El Salvador: Un campo de estudio en ciernes”. En: Marín Hernández, Juan José; Vega Jiménez, Patricia y Cal Montoya, José Edgardo. La historia cultural en Centroamérica: Balance y perspectivas. Guatemala. Cefol-Usac, 2006. p.53.
17 Hernández Rivas, Georgina. “David J. Guzmán: la institucionalización del discurso racista en las elites simbólicas del poder”. En: Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica. Boletín No.41. http://afehc-historia-centroamericana.org/index.php?action=fi_aff&id=2222

Giro decolonial, teoría crítica y pensamiento heterárquico

Giro decolonial, teoría crítica y pensamiento heterárquico

Este volumen reúne una serie de trabajos nacidos y crecidos en el interior del
grupo de investigación que, parafraseando a Arturo Escobar, denominamos
“Proyecto latino/latinoamericano modernidad/colonialidad” (Escobar, 2004).

Para dar una idea a los lectores de los intereses teórico-prácticos de este grupo
y de los artículos aquí presentados, ofreceremos primero una breve reseña
de su trayectoria, comentando después algunas de las categorías claves que
guían su quehacer investigativo. En este punto introduciremos la categoría
‘decolonialidad’, utilizada en el sentido de giro decolonial, desarrollada originalmente por el filósofo puertorriqueño Nelson Maldonado-Torres (2006), que, como tendremos oportunidad de argumentar, complementa la categoría ‘descolonización’, utilizada por las ciencias sociales de finales del siglo XX.

EL GRUPO MODERNIDAD/COLONIALIDAD

Hacia el año de 1996, el sociólogo peruano Aníbal Quijano se encontraba
vinculado a la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en la ciudad
de Binghamton, trabajando junto con su colega norteamericano Immanuel
Wallerstein, por ese entonces director del Centro Ferdinand Braudel en París.
Tanto Quijano como Wallerstein se habían hecho un nombre internacional
durante los años setenta: el primero como colaborador activo del grupo de
pensadores latinoamericanos asociados a la ‘teoría de la dependencia’, y el segundo como fundador de uno de los enfoques más innovadores de la sociología occidental en aquella época: el análisis del sistema-mundo.

Quijano daba conferencias y seminarios en el Departamento de Sociología de SUNYBinghamton y participaba en los seminarios organizados por el “Coloniality Working Group”, dirigido por Kelvin Santiago, un sociólogo puertorriqueño que —al igual que sus compatriotas Ramón Grosfoguel (profesor de Sociología) y Agustín Lao-Montes (estudiante doctoral)— se encontraba trabajando en aquel entonces en el mismo departamento. De ese grupo también formaba parte la pensadora afro-caribeña Sylvia Wynters, muy conocida en los Estados Unidos por su trabajo sobre las herencias coloniales.

En el año de 1998, Edgardo Lander (sociólogo radicado en Venezuela), por
un lado, y Ramón Grosfoguel y Agustín Lao-Montes (ambos activos en la Universidad Estatal de New York), por el otro, organizaron talleres independientes uno de otro pero ambos apuntando en la misma dirección. Desde la Universidad Central de Venezuela y con el apoyo de la CLACSO, Edgardo organizó en Caracas un evento al cual fueron invitados Mignolo, Escobar, Quijano, Dussel y Coronil. De ese evento salió uno de los libros más importantes producidos hasta el momento por el grupo: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, editado por Lander y publicado en Buenos Aires en el año 2000.

Por su parte, Ramón y Agustín organizaron en Binghamton el congreso
internacional Transmodernity, historical capitalism, and coloniality: a postdisciplinary dialogue, al cual, además de Quijano y Wallerstein, fueron invitados el filósofo argentino Enrique Dussel y el semiólogo, también argentino, Walter Mignolo. Dussel era conocido en América Latina por ser uno de los fundadores de la “filosofía de la liberación” en los años setenta, mientras que Mignolo empezaba a ser reconocido en el creciente círculo de los estudios poscoloniales a raíz de su libro The Darker Side of the Renaissance.

Fue en este congreso en donde Dussel, Quijano y Mignolo se reunieron por primera vez para discutir su enfoque de las herencias coloniales en América Latina, en diálogo con el análisis del sistema-mundo de Wallerstein.
Al año siguiente, el grupo de Binghamton organizó el evento Historial Sites
of Colonial Disciplinary Practices: The Nation-State, the Bourgeois Family and the Enterprise, en donde se abrió el diálogo con las teorías poscoloniales de Asia, África y América Latina. En este evento participaron Vandana Swami, Chandra Mohanty, Zine Magubane, Sylvia Winters, Walter Mignolo, Aníbal Quijano y el antropólogo venezolano Fernando Coronil. Este acercamiento entre el análisis del sistema-mundo y las teorías latinoamericanas sobre la colonialidad continuó en marzo de 2000, cuando Ramón Grosfoguel organizó en Boston la conferencia correspondiente a la edición número 24 del PEWS (Political Economy of the World-System), invitando a los filósofos colombianos Santiago Castro-Gómez y Oscar Guardiola Rivera, del Instituto Pensar de la Universidad Javeriana.

Fruto de este encuentro es el libro The Modern/Colonial/
Capitalist World-System in the Twentieth Century, editado en el año
2002 por Ramón Grosfoguel y Ana Margarita Cervantes-Rodríguez.
Paralelamente al desarrollo arriba descrito se estaba formando un nuevo
nodo de la red en Colombia, gracias a la actividad iniciada por Santiago Castro-Gómez en el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar. Junto
con Oscar Guardiola, y con el apoyo de la Pontificia Universidad Javeriana,
Santiago organiza en agosto de 1999 el Simposio Internacional “La reestructuración de las ciencias sociales en los países andinos”.

Este evento sirvió como catalizador de todo lo que venía ocurriendo en los otros nodos de la red, pues fue a partir de allí que se firmó un convenio de cooperación académica entre la Universidad Javeriana de Bogotá, Duke University, University of North Carolina y la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito para organizar actividades y publicaciones en torno al tema de las geopolíticas del conocimiento y la colonialidad del poder.

Además de Mignolo, Lander, Coronil, Quijano, Castro-Gómez y Guardiola, en el evento de Bogotá participaron dos personas que se unirían a este grupo transdisciplinario y plurinacional: la semióloga argentina Zulma Palermo y la romanista alemana Freya Schiwy. De ese evento resultaron dos libros que, junto con el de Lander, constituirían las primeras publicaciones del grupo: Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial (1999) y La reestructuración de las ciencias sociales en América Latina (2000), ambos editados por el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar.

Para el año 2001 las cosas estaban ya maduras como para organizar un primer
encuentro grupal y discutir los avances realizados. El evento-reunión fue
organizado por Walter Mignolo en Duke University bajo el nombre Knowledge and the Known, del cual nació un dossier de la revista Nepantla, coordinado por Michael Ennis y Freya Schiwy. En el evento de Duke se unieron al grupo el teórico cultural boliviano Javier Sanjinés y la lingüista norteamericana Catherine Walsh, profesora de la Universidad Andina Simón Bolívar, quien fue precisamente la encargada de organizar la segunda reunión grupal en el año 2002 en la ciudad de Quito. Además de establecerse un diálogo entre los miembros del grupo con intelectuales indígenas y afroamericanos del Ecuador, la reunión produjo el libro Indisciplinar las ciencias sociales. Geopolíticas del conocimiento y colonialidad del poder, editado por Catherine Walsh, Freya Schiwy y Santiago Castro-Gómez, y publicado por la editorial Abya-Yala de Quito.

La tercera reunión tuvo lugar en la Universidad de California (Berkeley), organizada en el año 2003 por Ramón Grosfoguel y José David
Saldívar. Allí se unió al grupo el filósofo puertorriqueño Nelson Maldonado-Torres, quien, junto con Ramón y José David, trabajó en la edición del libro que será publicado como fruto de esa reunión: Unsettling Postcoloniality: Coloniality, Transmodernity and Border Thinking (Duke University Press, 2007).

La cuarta reunión se celebró en abril de 2004 en la Universidad de California, en Berkeley, tras la cual se publicaron dos volúmenes: el libro titulado Latin@s in the World-System: Decolonization Struggles in the 21st Century US Empire (Paradigm Press, 2005), y el volumen editado por Ramón Grosfoguel en una revista académica dirigida por Immanuel Wallerstein, titulado From Postcolonial Studies to Decolonial Studies (Review, Vol. XIX, No. 2, 2006). Esta conferencia, organizada por Ramón Grosfoguel, Nelson Maldonado-Torres y José David Saldívar, tuvo como tema principal la descolonización del imperio norteamericano en el siglo XXI. Allí el grupo modernidad/colonialidad comenzó un diálogo con el filósofo afro-caribeño Lewis Gordon (presidente de la Asociación de Filosofía del Caribe) y con el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, uno de los organizadores y teóricos más importantes del Foro Social Mundial.

La quinta reunión fue organizada unos meses después, en junio de 2004, por Arturo Escobar y Walter Mignolo, en las ciudades de Chapel Hill (Universidad de Carolina del Norte) y Durham (Duke University), bajo el nombre “Teoría crítica y decolonialidad”. De ella saldrá este año (2006) un número de la revista Cultural Studies —editada por Larry Grossberg—, coordinado por Mignolo/Escobar, titulado Globalization and Decolonial Thinking.

Finalmente, la sexta reunión, llamada Mapping the Decolonial Turn (título que llevará el libro que se editará de esta conferencia), se organizó de nuevo en Berkeley, en abril de 2005, fue liderada esta vez por Nelson Maldonado-Torres, coordinada junto con Ramón y José David, y contó con la participación de miembros de la Asociación Filosófica Caribeña y de
un grupo de intelectuales latinoamericanos, afro-americanos y chicanos.

Una nueva reunión tuvo lugar en julio de 2006, en la ciudad de Quito, organizada por Catherine Walsh.

Las actividades y publicaciones mencionadas son producto de la actividad
del grupo; pero también es preciso destacar las contribuciones individuales de
algunos de sus miembros, que han resultado claves para generar el lenguaje
común que los lectores podrán identificar en este volumen. Nos referimos a
libros como El encubrimiento del otro. Origen del mito de la modernidad (1992), de Enrique Dussel; The Darker Side of the Renaissance (1995) e Historias locales / Diseños globales (2002), de Walter Mignolo; Modernidad, identidad y utopía en América Latina (1988) y artículos seminales como “Colonialidad y Modernidad/Racionalidad” o “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, de Aníbal Quijano; La invención del Tercer Mundo (1999) y El final del Salvaje (2000), de Arturo Escobar; The Magical State (1999), de Fernando Coronil; La ciencia y la tecnología como asuntos políticos (1994), de Edgardo Lander; Colonial Subjects (2003), de Ramón Grosfoguel; y Crítica de
la razón latinoamericana (1996) y La hybris del punto cero (2005), de Santiago Castro-Gómez.

Es necesario decir que el grupo modernidad/colonialidad no se especializa
sólo en publicar libros dirigidos a expertos, sino que participa también en varios proyectos académico-políticos. Algunos de sus miembros se encuentran
vinculados con el movimiento indígena en Bolivia y Ecuador, y otros organizan actividades en el marco del Foro Social Mundial. En el último Foro Mundial de Caracas el grupo coordinó tres paneles bajo el título “Decolonialidad del saber: saberes otros, revoluciones otras”.

En Berkeley, el grupo se articula con activistas chicanos/as en torno a proyectos culturales, epistémicos y políticos, y en el Caribe con los movimientos negros.

Por último, es necesario señalar que la red modernidad/colonialidad cuenta
en este momento con una buena cantidad de jóvenes investigadores e investigadoras que han incorporado ya la perspectiva decolonial en sus estudios.

Uno de los objetivos de este libro es, precisamente, dar a conocer algunos de
estos trabajos. Nos referimos concretamente a los textos de Carolina Santamaría, Juan Camilo Cajigas-Rotundo, Fernando Garcés, Mónica Espinosa y Juliana Flórez-Flórez, ellos y ellas vinculados a proyectos de investigación que se desarrollan actualmente en Colombia, Ecuador y los Estados Unidos.

Estas y otras personas conforman lo que ya podríamos llamar una ‘segunda
generación’ del grupo modernidad/colonialidad, que en el futuro inmediato
seguirá creciendo gracias al fortalecimiento de programas académicos, como
el Doctorado en Estudios Culturales de la Universidad Andina Simón Bolívar
(Quito), la Maestría en Estudios Culturales de la Universidad Javeriana (Bogotá), la Maestría en Investigación sobre Problemas Sociales Contemporáneos del IESCO (Bogotá), y el Seminario-Taller “Fábrica de Idéias” (Salvador de Bahía, Brasil). Es en estos ‘laboratorios de investigación’ en donde se están formando las nuevas generaciones críticas de la modernidad/colonialidad, cuyas voces estaremos escuchando, sin duda, dentro de muy poco.1
1 Véase, por ejemplo, el número especial de la revista Nómadas (26, 2007), que será publicado por el Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos IESCO, dedicado al tema “Biopolítica y colonialidad”, en el que se incluirán algunos trabajos de estos nuevos investigadores.

DECOLONIALIDAD Y COLONIALIDAD GLOBAL

Presentaremos ahora una somera descripción de los conceptos, los debates
teóricos y las intervenciones epistémicas en las cuales se ha venido involucrando el grupo latino/latinoamericano modernidad/colonialidad durante los últimos años. En este contexto cabe resaltar el uso de las categorías ‘decolonialidad’ y ‘colonialidad del poder’, así como los debates entablados con algunas corrientes de pensamiento social, tales como la teoría de la dependencia, el análisis del sistema-mundo, el marxismo contemporáneo y los estudios poscoloniales.

El concepto ‘decolonialidad’, que presentamos en este libro, resulta útil
para trascender la suposición de ciertos discursos académicos y políticos,
según la cual, con el fin de las administraciones coloniales y la formación de
los Estados-nación en la periferia, vivimos ahora en un mundo descolonizado
y poscolonial. Nosotros partimos, en cambio, del supuesto de que la división internacional del trabajo entre centros y periferias, así como la jerarquización étnico-racial de las poblaciones, formada durante varios siglos de expansión colonial europea, no se transformó significativamente con el fin del colonialismo y la formación de los Estados-nación en la periferia.

Asistimos, más bien, a una transición del colonialismo moderno a la colonialidad global, proceso que ciertamente ha transformado las formas de dominación desplegadas por la modernidad, pero no la estructura de las relaciones centro-periferia a escala mundial. Las nuevas instituciones del capital global, tales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), así como organizaciones militares como la OTAN, las agencias de inteligencia y el Pentágono, todas conformadas después de la Segunda Guerra Mundial y del supuesto fin del colonialismo, mantienen a la periferia en una posición subordinada.

El fin de la guerra fría terminó con el colonialismo de la modernidad, pero dio inicio al proceso de la colonialidad global. De este modo, preferimos hablar del ‘sistema-mundo europeo/euro-norteamericano capitalista/patriarcal moderno/colonial’ (Grosfoguel, 2005) y no sólo del ‘sistema-mundo capitalista’, porque con ello se cuestiona abiertamente el mito de la descolonialización y la tesis de que la posmodernidad nos conduce a un mundo ya desvinculado de la colonialidad.

Desde el enfoque que aquí llamamos ‘decolonial’, el capitalismo
global contemporáneo resignifica, en un formato posmoderno, las
exclusiones provocadas por las jerarquías epistémicas, espirituales, raciales/étnicas y de género/sexualidad desplegadas por la modernidad.

De este modo, las estructuras de larga duración formadas durante los siglos XVI y XVII continúan jugando un rol importante en el presente.
ESTUDIOS POSCOLONIALES Y ANÁLISIS DEL SISTEMA-MUNDO: UN LLAMADO AL DIÁLOGO DESDE LA DECOLONIALIDAD

Una perspectiva ‘decolonial’ podría modificar y complementar algunas suposiciones del análisis del sistema-mundo y de los ‘postcolonial studies’ anglosajones.2
2 Introducimos aquí una distinción temática y epistémica entre la perspectiva de los estudios poscoloniales anglosajones (“Postcolonial Studies”) y la perspectiva de los estudios poscoloniales latino/latinoamericanos, que identificamos en este libro como una “perspectiva decolonial”.

La mayoría de los análisis del sistema-mundo se enfocan en cómo
la división internacional del trabajo y las luchas militares geopolíticas son
constitutivas de los procesos de acumulación capitalista a escala mundial. El
análisis del sistema-mundo ha desarrollado el concepto de ‘geocultura’ para referirse a las ideologías globales. Sin embargo, creemos que este concepto se mueve todavía dentro del paradigma marxista de infraestructura/superestructura.

Por razones que desarrollaremos a continuación, creemos que el ámbito discursivo/simbólico que establece una división entre poblaciones blancas y no-blancas no es una ‘geocultura’ en el sentido de Wallerstein, sino que es un ámbito constitutivo de la acumulación de capital a escala mundial desde el siglo XVI. Es decir que no se trata de un ámbito ‘superestructural’,
derivado de las estructuras económicas, sino que forma con éstas una ‘heterarquía’, es decir, la articulación enredada (en red) de múltiples regímenes de poder que no pueden ser entendidas desde el paradigma marxista (Kontopoulos,1993).

La literatura anglosajona poscolonial comparte con el enfoque de sistema-
mundo una crítica al desarrollismo, a las formas eurocéntricas de
conocimiento, a la desigualdad entre los géneros, a las jerarquías raciales
y a los procesos culturales/ideológicos que favorecen la subordinación de
la periferia en el sistema-mundo capitalista. Ambos enfoques comparten
también la crítica a lo que Leopoldo Zea, parafraseando a Rodó, llamó la ‘nordomanía’; esto es, el esfuerzo de las elites criollas de la periferia para imitar los modelos de desarrollo provenientes del norte, mientras reproducían las antiguas formas de colonialismo (Zea, 1986, pp. 16-17).

La caracterización de la periferia como sociedades ‘del pasado’, ‘premodernas’ o ‘subdesarrolladas’, por parte de las elites criollas latinoamericanas de descendencia europea, sirvió para justificar la subordinación de los Estados-nación poscoloniales al despliegue del capital internacional durante los siglos XIX y XX; proceso que continúa hasta hoy.

Sostenemos que la ‘nordomanía’ de la que habla Zea conlleva lo que Johannes
Fabian (1983) llamó la negación de la coetaneidad en el tiempo. La
negación de la simultaneidad epistémica, esto es, la coexistencia en el tiempo y el espacio de diferentes formas de producir conocimientos crea un doble mecanismo ideológico. En primer lugar, al no compartir el mismo tiempo histórico y vivir en diferentes espacios geográficos, el destino de cada región es concebido como no relacionado con ningún otro.

En segundo lugar, Europa/Euro-norteamérica son pensadas como viviendo una etapa de desarrollo (cognitivo, tecnológico y social) más ‘avanzada’ que el resto del mundo, con lo cual surge la idea de superioridad de la forma de vida occidental sobre todas las demás. Así, Europa es el modelo a imitar y la meta desarrollista era (y sigue siendo) ‘alcanzarlos’.

Esto se expresa en las dicotomías civilización/barbarie, desarrollado/subdesarrollado, occidental/no-occidental, que
marcaron categorialmente a buena parte de las ciencias sociales modernas.
Decimos, entonces, que el enfoque del sistema-mundo proporciona una crítica
radical a estas ideologías desarrollistas europeas, y que la crítica poscolonial
proporciona también una crítica radical de los discursos del ‘orientalismo’
y el ‘occidentalismo’ que han postulado a los pueblos no-europeos como los
‘otros’ inferiores.

Sin embargo, los puntos de vista críticos de ambos enfoques hacen énfasis
en diferentes determinantes. Mientras que la crítica de los ‘postcolonial studies’ hace énfasis en el ‘discurso colonial’, el enfoque del sistema-mundo señala la interminable e incesante acumulación de capital a escala mundial como la determinación en ‘última instancia’. Mientras que las críticas poscoloniales enfatizan la agencia cultural de los sujetos, el enfoque del sistema-mundo hace énfasis en las estructuras económicas. Con todo, algunos investigadores de la teoría poscolonial anglosajona, como Gayatri Spivak (1988), reconocen la importancia de la división internacional del trabajo como constitutiva del sistema capitalista, mientras que otros investigadores del sistema-mundo, como Immanuel Wallerstein (1991a, 1991b), reconocen la importancia de los discursos racistas y sexistas como inherentes al capitalismo histórico.

Sin embargo, en general, los dos campos todavía están divididos entre las
oposiciones binarias discurso/economía y sujeto/estructura. En parte esto
es una herencia de las ‘dos culturas’ que dividen a las ciencias (naturales y
sociales) de las humanidades, división basada en el dualismo cartesiano mente/cuerpo.

Con muy pocas excepciones, la gran mayoría de los teóricos poscoloniales
de los Estados Unidos provienen de campos humanísticos como la literatura, la historia y la filosofía, y sólo un pequeño número de ellos proviene de las ciencias sociales, en particular de la antropología. Por otra parte, los investigadores del sistema-mundo provienen sobre todo de ciencias sociales como la sociología, la antropología, la ciencia política y la economía. Algunos pocos provienen de la historia, quienes tienden a tener más afinidad con el enfoque del sistema-mundo, y casi ninguno proviene de la literatura o la filosofía.

Hemos señalado las disciplinas que predominan en ambos enfoques
porque creemos que estas fronteras disciplinarias explican algunas de las diferencias teóricas entre ellos.

La crítica que proviene de los estudios culturales y de los ‘postcolonial
studies’ caracteriza al sistema-mundo moderno/colonial como un sistema
de significaciones culturales. Creen que ámbitos semióticos tales como los
imaginarios massmediáticos y los ‘discursos sobre el otro’ son un elemento
sobredeterminante de las relaciones económico-políticas del sistema capitalista, y que la lucha por la hegemonía social y política del sistema pasa necesariamente por el control de esos códigos semióticos.

Para ellos, las relaciones económicas y políticas no tienen sentido en sí mismas, sino que adquieren sentido para los actores sociales desde espacios semióticos específicos (o ‘epistemes’).

Por el contrario, la mayoría de los investigadores del sistemamundo
hacen énfasis en las relaciones económicas a escala mundial como
determinantes del sistema-mundo capitalista. Para ellos, los imaginarios,
los discursos y las epistemes son ámbitos derivados de los procesos de acumulación capitalista. El hecho es que los teóricos del sistema-mundo tienen dificultades para pensar la cultura, mientras que los teóricos anglosajones de la poscolonialidad tienen dificultades para conceptuar los procesos político-económicos. Muchos investigadores del sistema-mundo reconocen la importancia del lenguaje y los discursos, pero no saben qué hacer con ellos o cómo articularlos al análisis de la economía política sin reproducir un economicismo vulgar. De igual forma, muchos investigadores del poscolonialismo reconocen la importancia de la economía política, pero no saben cómo integrarla al análisis cultural sin reproducir un culturalismo vulgar.

De este modo, ambas corrientes fluctúan entre los peligros del reduccionismo económico y los desastres del reduccionismo culturalista.

Desde la perspectiva decolonial manejada por el grupo modernidad/colonialidad, la cultura está siempre entrelazada a (y no derivada de) los procesos de la economía-política. Al igual que los estudios culturales y poscoloniales, reconocemos la estrecha imbricación entre capitalismo y cultura. El lenguaje, como bien lo han mostrado Arturo Escobar (2000) y Walter Mignolo (1995), ‘sobredetermina’, no sólo la economía sino la realidad social en su conjunto.

Sin embargo, los estudios culturales y poscoloniales han pasado por alto que
no es posible entender el capitalismo global sin tener en cuenta el modo como
los discursos raciales organizan a la población del mundo en una división
internacional del trabajo que tiene directas implicaciones económicas: las
‘razas superiores’ ocupan las posiciones mejor remuneradas, mientras que
las ‘inferiores’ ejercen los trabajos más coercitivos y peor remunerados.

Es decir que, al igual que los estudios culturales y poscoloniales, el grupo modernidad/colonialidad reconoce el papel fundamental de las epistemes, pero les otorga un estatuto económico, tal como lo propone el análisis del sistemamundo.

Quijano, por ejemplo, ha mostrado que la dominación y explotación
económica del Norte sobre el Sur se funda en una estructura etno-racial de
larga duración, constituida desde el siglo XVI por la jerarquía europeo vs.
no-europeo. Éste realmente ha sido el ‘punto ciego’, tanto del marxismo como
de la teoría poscolonial anglosajona (Castro-Gómez, 2005a).

De ahí que una implicación fundamental de la noción de ‘colonialidad del
poder’ es que el mundo no ha sido completamente descolonizado. La primera
descolonialización (iniciada en el siglo XIX por las colonias españolas y seguida en el XX por las colonias inglesas y francesas) fue incompleta, ya que se limitó a la independencia jurídico-política de las periferias.

En cambio, la segunda descolonialización —a la cual nosotros aludimos con la categoría decolonialidad— tendrá que dirigirse a la heterarquía de las múltiples relaciones raciales, étnicas, sexuales, epistémicas, económicas y de género que la primera descolonialización dejó intactas.

Como resultado, el mundo de comienzos del siglo XXI necesita una decolonialidad que complemente la descolonización llevada a cabo en los siglos XIX y XX. Al contrario de esa descolonialización, la decolonialidad es un proceso de resignificación a largo plazo, que no se puede reducir a un acontecimiento jurídico-político (Grosfoguel,2005).

Todavía necesitamos desarrollar un nuevo lenguaje que dé cuenta de los
complejos procesos del sistema-mundo capitalista/patriarcal moderno/colonial sin depender del viejo lenguaje heredado de las ciencias sociales decimonónicas.

Por ejemplo, el hecho de que en la perspectiva del análisis del
sistema-mundo se caracterice el capitalismo como una ‘economía-mundo’
lleva a muchos a pensar que las estructuras de dominio poseen una lógica
exclusivamente económica. El mismo Wallerstein reconoce que el lenguaje
que utiliza en sus análisis todavía se encuentra atrapado en el lenguaje de la ciencia social del siglo XIX.

Proporcionar un lenguaje alternativo es uno de los desafíos teóricos más grandes que tenemos ahora. Debemos entender que el capitalismo no es sólo un sistema económico (paradigma de la economíapolítica) y tampoco es sólo un sistema cultural (paradigma de los estudios culturales/poscoloniales en su vertiente ‘anglo’), sino que es una red global de poder, integrada por procesos económicos, políticos y culturales, cuya suma mantiene todo el sistema.

Por ello, necesitamos encontrar nuevos conceptos y un nuevo lenguaje que dé cuenta de la complejidad de las jerarquías de género, raza, clase, sexualidad, conocimiento y espiritualidad dentro de los procesos geopolíticos, geoculturales y geoeconómicos del sistema-mundo.

Con el objeto de encontrar un nuevo lenguaje para esta complejidad, necesitamos buscar ‘afuera’ de nuestros paradigmas, enfoques, disciplinas y campos de conocimientos. Necesitamos entrar en diálogo con formas no occidentales de conocimiento que ven el mundo como una totalidad en la que todo está relacionado con todo, pero también con las nuevas teorías de la complejidad (véanse las contribuciones de Walsh, Cajigas y Castro-Gómez en este volumen). En pocas palabras: necesitamos avanzar hacia lo que el sociólogo griego Kyriakos Kontopoulos denominó pensamiento heterárquico (1993).

El pensamiento heterárquico es un intento por conceptualizar las estructuras sociales con un nuevo lenguaje que desborda el paradigma de la ciencia social eurocéntrica heredado desde el siglo XIX. El viejo lenguaje es para sistemas cerrados, pues tiene una lógica única que determina todo lo demás desde una sola jerarquía de poder.

Por el contrario, necesitamos un lenguaje capaz de pensar los sistemas de poder como una serie de dispositivos heterónomos vinculados en red. Las heterarquías son estructuras complejas en las que no existe un nivel básico que gobierna sobre los demás, sino que todos los niveles ejercen algún grado de influencia mutua en diferentes aspectos particulares y atendiendo a coyunturas históricas específicas.

En una heterarquía, la integración de los elementos disfuncionales al sistema
jamás es completa, como en la jerarquía, sino parcial, lo cual significa que en
el capitalismo global no hay lógicas autónomas ni tampoco una sola lógica
determinante ‘en última instancia’ que gobierna sobre todas las demás, sino
que más bien existen procesos complejos, heterogéneos y múltiples, con
diferentes temporalidades, dentro de un solo sistema-mundo de larga duración.
En el momento en que los múltiples dispositivos de poder son considerados
como sistemas complejos vinculados en red, la idea de una lógica ‘en
última instancia’ y del dominio autónomo de unos dispositivos sobre otros desaparece.

MÁS ALLÁ DEL PARADIGMA DE LA DEPENDENCIA

En América Latina, muchos dependentistas (teóricos de los años setenta
vinculados a la ‘escuela de la dependencia’ en la economía política latinoamericana) privilegiaban las relaciones económicas y políticas en los procesos sociales a costa de las determinaciones culturales e ideológicas.

La ‘cultura’ era considerada por la escuela dependentista como instrumental para los procesos de acumulación capitalista. En muchos aspectos, los dependentistas reproducían el reduccionismo económico de los enfoques marxistas ortodoxos. Esto condujo a dos problemas: primero, a subestimar el papel de lo simbólico en la conformación de las jerarquías moderno/coloniales y, segundo, a un empobrecimiento analítico que no podía dar cuenta de las complejidades de los procesos heterárquicos del sistema-mundo.

Para la mayoría de los dependentistas, la ‘economía’ era la esfera privilegiada del análisis social. Categorías tales como ‘género’ y ‘raza’ eran frecuentemente ignoradas, y cuando se usaban eran reducidas a la ‘clase’ o a los ‘intereses económicos de la burguesía’.

Las ideas de Aníbal Quijano representaron una de las pocas excepciones a este enfoque. Su teoría de la ‘colonialidad del poder’ busca integrar las múltiples jerarquías de poder del capitalismo histórico como parte de un mismo proceso histórico-estructural heterogéneo. Al centro de la ‘colonialidad del poder’ está el patrón de poder colonial que constituye la complejidad de los procesos de acumulación capitalista articulados en una jerarquía racial/étnica global y sus clasificaciones derivativas de superior/inferior, desarrollo/subdesarrollo, y pueblos civilizados/bárbaros.

De igual modo, la noción de ‘colonialidad’ vincula el proceso de colonización
de las Américas y la constitución de la economía-mundo capitalista como
parte de un mismo proceso histórico iniciado en el siglo XVI. La construcción de la jerarquía racial/étnica global fue simultánea y contemporánea espaciotemporalmente con la constitución de una división internacional del trabajo organizada en relaciones centro-periferia a escala mundial.

Para Quijano no existe una ‘pre’ o un ‘pos’ de la jerarquía racial/étnica a escala mundial en relación con el proceso de acumulación capitalista. Desde la formación inicial del sistema-mundo capitalista, la incesante acumulación de capital se mezcló de manera compleja con los discursos racistas, homofóbicos y sexistas del patriarcado europeo. La división internacional del trabajo vinculó en red una serie de jerarquías de poder: etno-racial, espiritual, epistémica, sexual y de género. La expansión colonial europea fue llevada a cabo por varones heterosexuales
europeos. Por donde quiera que fueran, exportaban sus discursos y
formaban estructuras jerárquicas en términos raciales, sexuales, de género y
de clase. Así, el proceso de incorporación periférica a la incesante acumulación de capital se articuló de manera compleja con prácticas y discursos homofóbicos, eurocéntricos, sexistas y racistas.

En oposición al análisis del sistema-mundo desarrollado por Wallerstein,
lo que Quijano subraya con su noción de colonialidad es que no hay una sola lógica de acumulación capitalista que instrumentalice las divisiones étnico/ raciales y que preceda a la formación de una cultura eurocéntrica global. Al no tener en cuenta la creciente complejidad de las relaciones sociales, esta visión permanece atrapada en el viejo lenguaje de las ciencias sociales del siglo XIX.

Para Quijano, la relación entre los pueblos occidentales y no occidentales
estuvo siempre mezclada con el poder colonial, con la división internacional
del trabajo y con los procesos de acumulación capitalista. Además, Quijano
usa la noción de ‘colonialidad’ y no la de ‘colonialismo’ por dos razones
principales: en primer lugar, para llamar la atención sobre las continuidades históricas entre los tiempos coloniales y los mal llamados tiempos ‘poscoloniales’; y en segundo lugar, para señalar que las relaciones coloniales de poder no se limitan sólo al dominio económico-político y jurídico-administrativo de los centros sobre las periferias, sino que poseen también una dimensión epistémica, es decir, cultural.

El segundo problema de la subestimación dependentista de las dinámicas
culturales es que empobreció su propio enfoque político-económico.
Las estrategias simbólico/ideológicas, así como las formas eurocéntricas de
conocimiento, no son aditivas sino constitutivas de la economía política del
sistema-mundo capitalista. Así, por ejemplo, como bien lo vieron los teóricos poscoloniales, los Estados-nación metropolitanos desarrollaron estrategias ideológico/simbólicas en su sistema educativo y en sus estructuras jurídicas, al imponer un tipo de discurso ‘occidentalista’ que privilegiaba la cultura occidental sobre todas las demás.

Esto se puede observar claramente en los discursos desarrollistas que surgieron como una forma de conocimiento ‘científico’ durante los últimos sesenta años. Este conocimiento privilegió a ‘Occidente’ como modelo de desarrollo. El discurso desarrollista ofrece una receta colonial de cómo imitar a ‘Occidente’ (Escobar, 1999).

LA CRÍTICA AL EUROCENTRISMO

Un componente básico del grupo modernidad/colonialidad es la crítica de
las formas eurocéntricas de conocimiento. Según Quijano y Dussel, el eurocentrismo es una actitud colonial frente al conocimiento, que se articula de forma simultánea con el proceso de las relaciones centro-periferia y las jerarquías étnico/raciales.

La superioridad asignada al conocimiento europeo en muchas áreas de la vida fue un aspecto importante de la colonialidad del poder en el sistema-mundo. Los conocimientos subalternos fueron excluidos, omitidos, silenciados e ignorados. Desde la Ilustración, en el siglo XVIII, este silenciamiento fue legitimado sobre la idea de que tales conocimientos representaban una etapa mítica, inferior, premoderna y precientífica del conocimiento humano.

Solamente el conocimiento generado por la elite científica y filosófica de Europa era tenido por conocimiento ‘verdadero’, ya que era capaz de hacer abstracción de sus condicionamientos espacio-temporales para ubicarse en una plataforma neutra de observación. El ‘punto cero’ fue privilegiado de este modo como el ideal último del conocimiento científico (Castro-Gómez, 2005b).

Es necesario decir que la visibilización de los conocimientos ‘otros’ propugnada por el grupo modernidad/colonialidad no debe ser entendida como
una misión de rescate fundamentalista o esencialista por la ‘autenticidad
cultural’. El punto aquí es poner la diferencia colonial en el centro del proceso de la producción de conocimientos (Mignolo, 2000).

La ‘otredad epistémica’ de la que hablamos no debe ser entendida como una exterioridad absoluta que irrumpe, sino como aquella que se ubica en la intersección de lo tradicional y lo moderno. Son formas de conocimiento intersticiales, ‘híbridas’, pero no en el sentido tradicional de sincretismo o ‘mestizaje’, y tampoco en el sentido dado por Néstor García Canclini a esta categoría, sino en el sentido de ‘complicidad subversiva’ con el sistema. Nos referimos a una resistencia semiótica capaz de resignificar las formas hegemónicas de conocimiento desde el punto de vista de la racionalidad posteurocéntrica de las subjetividades subalternas (véase la contribución de Walter Mignolo en este volumen).

Estas ‘epistemes de frontera’, ubicadas en lo que Mary Louis Pratt denominaba ‘zonas de contacto’, constituyen una crítica implícita de
la modernidad, a partir de las experiencias geopolíticas y las memorias de la
colonialidad. Según Mignolo y Dussel, éste es un espacio ‘transmoderno’ en
donde se están creando formas alternativas de racionalidad ética y también
nuevas formas de utopía.

Todo esto tiene importantes implicaciones para la producción de conocimiento. ¿Vamos a producir un conocimiento que repita o reproduzca la visión universalista y eurocéntrica del punto cero? Desde la perspectiva del grupo modernidad/colonialidad, el análisis de los procesos del sistema-mundo se hace tomando en cuenta los conocimientos sometidos/ subalternizados por la visión eurocéntrica del mundo, es decir, el conocimiento práctico de los trabajadores, las mujeres, los sujetos racializados/coloniales, los gays y los movimientos anti-sistémicos.

Esto quiere decir que aunque se tome el sistemamundo como unidad de análisis, reconocemos también la necesidad de una corpo-política del conocimiento sin pretensión de neutralidad y objetividad.

Todo conocimiento posible se encuentra in-corporado, encarnado en sujetos
atravesados por contradicciones sociales, vinculados a luchas concretas, enraizados en puntos específicos de observación (punto 1, punto 2, punto n…).

La idea eurocentrada del ‘punto cero’ obedece a una estrategia de dominio económico, político y cognitivo sobre el mundo, del cual las ciencias sociales han formado parte. Es por eso que, desde sus inicios, el grupo modernidad/colonialidad ha venido propugnando por una reestructuración, decolonización o postoccidentalización de las ciencias sociales.

En efecto, la ciencia social contemporánea no ha encontrado aún la forma
de incorporar el conocimiento subalterno a los procesos de producción de
conocimiento. Sin esto no puede haber decolonización alguna del conocimiento ni utopía social más allá del occidentalismo. La complicidad de las ciencias sociales con la colonialidad del poder exige la emergencia de nuevos lugares institucionales y no institucionales desde donde los subalternos
puedan hablar y ser escuchados. Es en este sentido, siguiendo a Nelson
Maldonado-Torres (2006), que hablamos de un ‘giro decolonial’, no sólo de
las ciencias sociales, sino también de otras instituciones modernas como el
derecho, la universidad, el arte, la política y los intelectuales. El camino es
largo, el tiempo es corto y las alternativas no son muchas. Más que como una
opción teórica, el paradigma de la decolonialidad parece imponerse como una necesidad ética y política para las ciencias sociales latinoamericanas.

Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel

BIBLIOGRAFÍA

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El pensamiento decolonial: desprendimiento y apertura

EL PENSAMIENTO DECOLONIAL: DESPRENDIMIENTO Y APERTURA
Un manifiesto
Walter D. Mignolo

LA PEQUEÑA HISTORIA

En mayo del 2003, Arturo Escobar y yo reunimos en la ciudad de Chapel Hill
al colectivo del proyecto modernidad/colonialidad. El tema de esta reunión
fue “Teoría crítica y decolonización”. Los participantes fueron invitados con
antelación a reflexionar sobre el asunto siguiente:

¿Cómo luce hoy día el proyecto de Horkheimer de una “teoría crítica”, cuando están teniendo lugar una serie de revoluciones globales y pluriversales ancladas en historias locales que durante los últimos 500 años no pudieron evitar el contacto, conflicto y complicidad con Occidente? ¿Cuál debiera ser el papel de la “teoría crítica” en un momento en que los damnés de la terre (Fanon) y la multitud (Hardt y Negri) ocupan el lugar del proletariado al que hacía referencia Horkheimer en los años 20? ¿Qué tipo de transformaciones necesita el proyecto de la “teoría crítica” para posicionar temas como el género, la raza y la naturaleza en un escenario conceptual y político?

Finalmente, ¿cómo puede ser asimilada la “teoría crítica” en el proyecto latinoamericano de modernidad/colonialidad? ¿Tal asimilación sugiere acaso la necesidad de abandonar el proyecto original de la teoría crítica formulado por Horkheimer a comienzos del siglo XX?1

1 Insistamos en la geopolítica del saber o del conocimiento: Horkheimer y la Escuela de Frankfurt se pueden leer de distintas maneras, no en el sentido de la pluralidad hermenéutica de cada lectura sino en la distribución geopolítica de la labor intelectual a través de la diferencia colonial (y también de la diferencia imperial). Geopolíticamente, un tipo de interpretación correspondería al lugar que la Escuela de Frankfurt ocupa en la genealogía del pensamiento europeo. Otras lecturas estarían orientadas por y a través de la diferencia epistémica colonial en la genealogía pluriversal del pensamiento decolonial (tal como lo presento en este artículo). Claro está, también puede ocurrir otra cosa: que la Escuela de Frankfurt (o corrientes de pensamiento equivalentes) sea empleada por la inteligentzia local en las ex-colonias como un signo de distinción (eurocentrada) sobre otros sectores intelectuales presuntamente atrasados con respecto a las últimas ideas-mercancía provenientes de las fábricas epistemológicas de Europa o de Estados Unidos.

Los temas y las preguntas propuestos no eran nuevos sino que, por el
contrario, continuaban reflexiones, conversaciones y artículos publicados
con anterioridad. Enrique Dussel y Santiago Castro-Gómez (2000) habían
introducido ya en el proyecto la reflexión sobre la teoría crítica de Frankfurt2 y Nelson Maldonado-Torres la reflexión sobre la agencia de los damnés de la terre, una categoría que re-coloca y regionaliza categorías forjadas en otras experiencias históricas.3

2 Presupongo que el pensamiento decolonial es crítico de por sí, pero crítico en un sentido distinto del que le dio Immanuel Kant a la palabra y del que, en esa tradición, retomó Max Horkheimer a través del legado marxista. “Decolonial” es el concepto que toma el lugar, en otra genealogía de pensamiento (que es uno de los objetivos de este artículo), del concepto “crítico” en el pensamiento moderno de disenso en Europa. Esta distinción —que motivó precisamente el encuentro en Duke al que aludiré enseguida— se verá más claramente en el resto del argumento. El proyecto decolonial difiere también del proyecto poscolonial, aunque, como con el primero, mantiene buenas relaciones de vecindario. La teoría poscolonial o los estudios poscoloniales van a caballo entre la teoría crítica europea proveniente del postestructuralismo (Foucault, Lacan y Derrida) y las experiencias de la elite intelectual en las ex-colonias inglesas en Asia y África del Norte.
3 Por un lado, los subalternos y la subalternidad moderna de Antonio Gramsci y los subalternos y la subalternidad colonial de Ranajit Guha y el proyecto surasiático; por el otro, la categoría de “multitud” reintroducida a partir de Spinoza por Paolo Virno, Michael Hardt y Antonio Negri.

A partir de esa reunión, el proyecto colectivo fue incorporando más y más la categoría “decolonialidad” como suplemento de la de “modernidad/colonialidad”. Una secuela tuvo lugar en Berkeley, en abril del 2005, bajo el título de “El mapeo del giro decolonial” (Mapping the decolonial turn), en un encuentro organizado por Nelson Maldonado-Torres, en el cual miembros del proyecto modernidad/colonialidad dialogaron con miembros de un proyecto de la Asociación Caribeña de Filosofía llamado “Shifting the Geographies of Reason” y también con un grupo de filósofas y
críticos culturales latino/as. A través de estas dos reuniones quedó claro que
mientras modernidad/colonialidad es una categoría analítica de la matriz
colonial de poder, la categoría decolonialidad amplía el marco y los objetivos del proyecto. No obstante, la conceptualización misma de la colonialidad como constitutiva de la modernidad es ya el pensamiento decolonial en marcha.

El argumento básico (casi un silogismo) es el siguiente: si la colonialidad
es constitutiva de la modernidad, puesto que la retórica salvacionista de la
modernidad presupone ya la lógica opresiva y condenatoria de la colonialidad
(de ahí los damnés de Fanon), esa lógica opresiva produce una energía de
descontento, de desconfianza, de desprendimiento entre quienes reaccionan
ante la violencia imperial. Esa energía se traduce en proyectos decoloniales
que, en última instancia, también son constitutivos de la modernidad. La modernidad es una hidra de tres cabezas, aunque sólo muestra una: la retórica de salvación y progreso. La colonialidad, una de cuyas facetas es la pobreza y la propagación del SIDA en África, no aparece en la retórica de la modernidad como su necesaria contraparte, sino como algo desprendido de ella. Por ejemplo, el Plan del Milenio de las Naciones Unidas, liderado por Kofi Anan, y el Earth Institute en Columbia University, liderado por Jeffrey Sachs, trabajan en colaboración para terminar con la pobreza (como lo anuncia el título del libro de Sachs).4
4 Jeffrey D. Sachs, The End of Poverty. Economic Possibilities for our Time (2005) y Kofi Anan (s.f.). El proyecto imperial/colonial, articulado en la modernidad/colonialidad, cubre todos los flancos. El Plan del Milenio invita a que nos quedemos sentados y veamos cómo los grandes pensadores de los proyectos imperiales son conscientes de las injusticias imperiales. Como Las Casas ayer, los Waman Puma de hoy son invitados a supeditarse a las buenas maneras de la razón imperial crítica.

Pero en ningún momento se cuestionan la ideología de la modernidad ni los pozos negros que oculta su retórica (las consecuencias de la economía capitalista —en la cual tal ideología se apoya— en sus variadas facetas, desde el mercantilismo del siglo XVI, el libre comercio de los siglos
siguientes, la revolución industrial del siglo XIX, la revolución tecnológica del
XX), sino sus desafortunadas consecuencias.

Por otra parte, todo el debate en los media sobre la guerra contra el terrorismo, por un lado, y todo tipo de levantamientos de protestas y movimientos sociales, por el otro, en ningún momento insinúan que la lógica de la colonialidad, escondida bajo la retórica de la modernidad, genera necesariamente la energía irreductible de seres humanos humillados, vilipendiados, olvidados y marginados.

La decolonialidad es, entonces, la energía que no se deja manejar por la lógica de la colonialidad, ni se cree los cuentos de hadas de la retórica de la modernidad. Si la decolonialidad tiene una variada gama de manifestaciones —algunas no deseables, como las que hoy Washington describe como “terroristas”—, el pensamiento decolonial es, entonces, el pensamiento que se desprende y se abre (de ahí “desprendimiento y apertura” en el título de este trabajo), encubierto por la racionalidad moderna, montado y encerrado en las categorías del griego y del latín y de las seis lenguas imperiales europeas modernas.
EL GIRO EPISTÉMICO Y LA EMERGENCIA DEL PENSAMIENTO DECOLONIAL

Mi tesis es la siguiente: el pensamiento decolonial emergió en la fundación
misma de la modernidad/colonialidad como su contrapartida. Y eso ocurrió en las Américas, en el pensamiento indígena y en el pensamiento afro-caribeño; continuó luego en Asia y África, no relacionados con el pensamiento decolonial en las Américas, pero sí como contrapartida de la reorganización de la modernidad/colonialidad del imperio británico y el colonialismo francés.

Un tercer momento ocurrió en la intersección de los movimientos de descolonización en Asia y África, concurrentes con la guerra fría y el liderazgo ascendente de Estados Unidos. Desde el fin de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, el pensamiento decolonial comienza a trazar su propia genealogía. El propósito de este artículo es contribuir con ella. En este sentido, el pensamiento decolonial se diferencia de la teoría poscolonial o de los estudios poscoloniales en que la genealogía de estos se localiza en el postestructuralismo francés más que en la densa historia del pensamiento planetario decolonial.

El giro epistémico decolonial es una consecuencia de la formación e instauración de la matriz colonial de poder, que Aníbal Quijano, en un artículo pionero en el cual se resume la plataforma del proyecto modernidad/colonialidad, describe de la siguiente forma:
La crítica del paradigma europeo de la racionalidad/modernidad es indispensable. Más aún, urgente. Pero es dudoso que el camino consista en la negación simple de todas sus categorías; en la disolución de la realidad en el discurso; en la pura negación de la idea y de la perspectiva de totalidad en el conocimiento. Lejos de esto, es necesario desprenderse de las vinculaciones de la racionalidad-modernidad con la colonialidad, en primer término, y en definitiva con todo poder no constituido en la decisión libre de gentes libres. Es la instrumentalización de la razón por el poder colonial, en primer
lugar, lo que produjo paradigmas distorsionados de conocimiento y malogró las promesas liberadoras de la modernidad. La alternativa, en consecuencia, es clara: la destrucción de la colonialidad del poder mundial. (Quijano, 1992, p. 437)

Aunque la reflexión sobre el giro epistémico decolonial es de factura reciente,
la práctica epistémica decolonial surgió “naturalmente” como consecuencia
de la formación e implantación de la matriz colonial de poder que Aníbal
Quijano describió hacia finales de los 80’s. Por lo tanto, no sorprende que la
genealogía del pensamiento decolonial (esto es, el pensamiento que surge del giro descolonial) la encontremos en “la Colonia” o el “periodo colonial” (en la jerga canónica de la historiografía de las Américas).

Ese periodo de formación, en el siglo XVI, no incluye todavía las colonias inglesas ni en el norte ni en el Caribe, ni tampoco las francesas. Sin embargo, el giro decolonial reaparece en Asia y en África como consecuencia de los cambios, adaptaciones y nuevas modalidades de la modernidad/colonialidad generados por la expansión imperial británica y francesa a partir de finales del XVIII y principios del XIX.

De modo que las primeras manifestaciones del giro decolonial las encontramos en los virreinatos hispánicos, en los Anáhuac y Tawantinsuyu
en el siglo XVI y comienzos del XVII, pero las encontramos también entre
las colonias inglesas y en la metrópoli durante el siglo XVIII.

El primer caso lo ilustra Waman Poma de Ayala, en el virreynato del Perú, quien envió su obra Nueva Corónica y Buen Gobierno al Rey Felipe III, en 1616; el segundo caso lo vemos en Otabbah Cugoano, un esclavo liberto que pudo publicar en Londres, en 1787 (diez años después de la publicación de The Wealth of Nations, de Adam Smith), su tratado Thoughts and Sentiments on the Evil of Slavery. Ambos son tratados políticos decoloniales que, gracias a la colonialidad del saber, no llegaron a compartir la mesa de discusiones con la teoría política hegemónica de Maquiavelo, Hobbes o Locke.

Reinscribirlos hoy en la genealogía del pensamiento político decolonial es una tarea urgente. Sin esta genealogía, el pensamiento decolonial sería nada más que un gesto cuya lógica dependería de algunas de las varias genealogías fundadas en Grecia y Roma, reinscrita en la modernidad imperial europea en algunas de las seis lenguas imperiales ya mencionadas: italiano, castellano y portugués, para el Renacimiento; francés, inglés y alemán, para la Ilustración.

Waman Poma y Cugoano pensaron y abrieron la ranura de lo impensable
en la genealogía imperial de la modernidad, tanto en sus facetas de derecha
como en sus facetas de izquierda. Ellos abrieron las puertas al pensamiento
otro a partir de la experiencia y memoria del Tawantinsuyu, el uno, y de la
experiencia y memoria de la brutal esclavitud negra del Atlántico, el otro.

Ninguno de quienes defendieron a los indígenas en el siglo XVI, ni de quienes
se manifestaron en contra de la esclavitud en el siglo XVIII llegaron a pensar
desde el espacio y las experiencias de la herida colonial infligida a indios y
negros, tal como la epistemología imperial clasificó la diversidad del Nuevo
Mundo (ver Quijano en este mismo volumen). La teoría política en Europa
(desde Maquiavelo a Carl Schmitt, pasando por Thomas Hobbes y John Locke) se construyó sobre las experiencias y la memoria de los reinados y principados europeos, la formación de los Estados y la crisis del Estado liberal.

¿Cómo interpretar la metáfora del párrafo anterior: abrieron las puertas
al pensamiento otro? Como desprendimiento y apertura.5

5 Me refiero a la noción de “desprendimiento epistémico” en la cita anterior de Quijano. Este desprendimiento epistémico difiere, en el sentido de la diferencia colonial, del uso que Samir Amin le dio al término “la déconnection” (traducido al inglés como “de-linking”). Amin se mantuvo en la burbuja de la episteme moderna, y su de-linking sugirió un cambio de contenido, no de los términos de la conversación. El “desprendimiento epistémico”, en cambio, señala el momento de quiebre y de fractura, momento de apertura. Este sentido, “apertura”, difiere también del sentido que un concepto similar tiene en Agamben: L’aperto: L’uomo e l’animale, traducido al inglés como “the open”. En el pensamiento decolonial la apertura es el desprendimiento, precisamente, de dicotomías naturalizadas como “el hombre y el animal”. Tal distinción no sería pensable como punto de partida ni para Waman Poma ni para Ottobah Cugoano.

Quizás con otra metáfora que ayude a la inteligibilidad del tipo de puertas del que hablo en este caso. Ya no se trata de las puertas que conducen a la “verdad” (aletheia), sino a otros lugares: a los lugares de la memoria colonial; a las huellas de la herida colonial desde donde se teje el pensamiento decolonial.6

6 El concepto de herida colonial proviene de Gloria Anzaldúa (1987), en una de sus frases ya célebres: “The U.S.-Mexican border es una herida abierta where the Third World grates against the first and bleeds”. Obviamente, la expresión tiene valor de cambio en todas aquellas situaciones en las cuales Europa y Estados Unidos infligieron y continúan infligiendo la fricción de la misión civilizadora, desarrollista y modernizadora.

Puertas que conducen a otro tipo de verdades cuyo fundamento no es el Ser sino la colonialidad del Ser, la herida colonial. El pensamiento decolonial presupone siempre la diferencia colonial (y en ciertos casos, que no voy a analizar aquí, la diferencia imperial). Esto es, la exterioridad en el preciso sentido del afuera (bárbaro, colonial) construido por el adentro (civilizado, imperial); un adentro asentado sobre lo que Santiago Castro-Gómez (2005) denominó la “hybris del punto cero”, en la presunta totalidad (totalización) de la gnosis de Occidente, fundada, recordemos una vez más, en el griego y el latín y en las seis lenguas modernas imperiales europeas.

El giro decolonial es la apertura y la libertad del pensamiento y de formas de vida-otras (economías-otras, teorías políticas-otras); la limpieza de la colonialidad del ser y del saber; el desprendimiento de la retórica de la modernidad y de su imaginario imperial articulado en la retórica de la democracia. El pensamiento decolonial tiene como razón de ser y objetivo la decolonialidad del poder (es decir, de la matriz colonial de poder). Este programa fue también diseñado por Quijano en el artículo
citado:
En primer término [es necesaria] la decolonización epistemológica, para dar paso luego a una nueva comunicación ínter-cultural, a un intercambio de experiencias y de significaciones, como la base de otra racionalidad que pueda pretender, con legitimidad, a alguna universalidad. Pues nada menos racional, finalmente, que la pretensión de que la específica cosmovisión de una etnia particular sea impuesta como la racionalidad universal, aunque tal etnia se llama Europa occidental. Porque eso, en verdad, es pretender para un provincianismo el título de universalidad. (Quijano, 1992, p. 447
[las itálicas son mías])

¿En dónde, en la vida cotidiana, emergen los síntomas de la irresoluble
tensión entre retórica de la modernidad y lógica de la colonialidad, su constitutividad de dos cabezas en un solo cuerpo? ¿En dónde emerge la energía decolonial y cómo se manifiesta?

Los levantamientos en Francia, en noviembre de 2005, revelan un punto de articulación entre la ilusión de un mundo que se piensa y se construye a sí mismo como EL único mundo posible (lógica de la modernidad) y las consecuencias debajo de esa retórica (lógica de la colonialidad).

En y desde ese mundo, lo aparente es la barbarie: irracionalidad, juventud, inmigración que hay que controlar por la fuerza policial y militar,
encarcelar y usar para enarbolar la retórica de la modernidad. La tendencia
liberal propondrá educación, la tendencia conservadora, expulsión, y la tendencia de izquierda, inclusión. Cualquiera de estas soluciones deja intacta, sin embargo, la lógica de la colonialidad: en los países industrializados, desarrollados, ex-primer mundo, G-7, la lógica de la colonialidad vuelve como un boomerang a largo plazo, en un movimiento que comenzó en el siglo XVI.

En los países en desarrollo, no industrializados, ex-tercer mundo, la lógica
de la colonialidad continúa su marcha de trepanadora (hoy, literalmente,
en la zona amazónica y en el oeste de Colombia, en donde la presencia de
los bulldozers amarillos constituye, junto con los helicópteros y las bases
militares, la evidencia insoslayable de la marcha de la modernidad a toda
costa). El boomerang retorna desde los territorios fuera de las fronteras de
los G7: el boomerang entra (las torres gemelas de New York, el tren de Madrid, el autobús y el metro de Londres), pero también sale (Moscow, Nalchik, Indonesia, Líbano). El hecho de que condenemos la violencia de estos actos —en los que nunca se sabe en dónde están los límites entre los agentes de la sociedad civil y política, los Estados y el mercado— no significa que debamos cerrar los ojos y sigamos entendiéndolos como nos los presenta la retórica de la modernidad, en los mass media y en ¡los discursos oficiales del Estado!

El pensamiento decolonial no aparece todavía, ni siquiera en las publicaciones
de la más extrema izquierda. Y la razón es que el pensamiento decolonial ya
no es izquierda, sino otra cosa: es desprendimiento de la episteme política
moderna, articulada como derecha, centro e izquierda; es apertura hacia otra cosa, en marcha, buscándose en la diferencia.

Una de las razones por las cuales los movimientos de descolonización “fracasaron” es que, como en el socialismo/comunismo, cambiaron el contenido pero no los términos de la conversación y se mantuvieron en el sistema del pensamiento único (griego y latín y sus derivados moderno/imperiales).

En la apropiación del Estado por elites nativas, en Asia y en África (como antes en las Américas, Haití es un caso particular que no puedo analizar aquí, en lo que respecta a la construcción del Estado colonial por elites criollas, de descendencia ibérica en el sur y británica en el norte), los Estados descoloniza dos siguieron las reglas del juego liberal, como en India; en otros casos intentaron una aproximación al marxismo, como ocurrió con Patrice Lumumba (Primer Ministro de la República Democrática del Congo).

La enorme contribución de la descolonización (o Independencia), tanto en la primera oleada desde 1776 a 1830 en las Américas, como en la segunda en Asia y en África, es haber plantado la bandera de la pluriversalidad decolonial frente a la bandera y los tanques de la universalidad imperial.

El límite de todos estos movimientos fue no haber encontrado la apertura y la libertad de un pensamiento-otro, esto es, de una descolonización que llevara, en términos de los zapatistas, a un mundo en donde cupieran muchos mundos (la pluriversalidad); lo cual, en el Foro Social Mundial se reafirma en el lema “otro mundo es posible”.

Es importante observar que las aperturas hacia lo que Ramón Grosfoguel
describió como “segunda descolonización” ocurren después de la conclusión
de la guerra fría: no sólo en el caso de los zapatistas y el Foro Social Mundial,
sino también en el de Hugo Chávez. La plataforma epistémico-política de
Hugo Chávez (metafóricamente, la revolución bolivariana) ya no es la misma plataforma en la que se afirmó Fidel Castro (metafóricamente, la revolución socialista).

Son otras las reglas del juego que están planteando Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. Pedagógicamente, podríamos ver a Lula da Silva, Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez como “momentos de transición”
entre la plataforma epistémico-política de Castro, por un lado, y la de Chávez
y Morales, por otro.

Lo que quiero decir es que ese “otro mundo” que empezamos a imaginar
ya no puede ser sólo liberal, cristiano o marxista, ni una mezcla de los tres
que aseguraría que la burbuja moderno/colonial, capitalista e imperial triunfara; triunfo que marcaría lo que Francis Fukuyama celebró como el fin de la historia. Así, me imagino qué pensaría Fukuyama: toda la población de
China; toda la población islámica desde el oeste medio hasta Asia central y
desde allí hasta Indonesia; todos los indígenas de las Américas desde Chile
a Canadá; Australia y Nueva Zelandia; toda la población africana del sur
del Sahara, más la diáspora en las Américas; todos los latino/as y otras
minorías en Estados Unidos; en fin, todos esos millones de personas, que
cuadruplican o quintuplican la población de la Europa atlántica y la América
del norte, se rendirán a los pies del modo de vida paradisíaco del Occidente
capitalista y el Estado-liberal democrático.

Un modo de vida que, entretenido por una industria televisiva y musical sin parangón, momificado por una tecnología que cada minuto crea un nuevo ‘trick’ de embelesamiento y jubileo, se proyecta sobre un éxito sin límites, una excelencia sin fronteras y un crecimiento tecno-industrial-genético que asegura el paraíso para todos los mortales. En ese panorama, el marxismo continuaría como la necesaria oposición para el mantenimiento del sistema.

El “fin de la historia” sería, así, el triunfo del liberalismo, secundado por la cristiandad conservadora frente a la constante protesta de la izquierda marxista y de la filosofía de la liberación.

Así sería, hasta el fin de los tiempos. Pero, nos guste o no, después del “fin de
la historia” llegaron Afganistán, Irak, Katrina y Francia 2005. Literalmente, empezó otra historia, la historia en la que el pensamiento colonial, gestado desde el momento fundacional de la modernidad/colonialidad, comienza a tomar el liderazgo.

Repensemos, desde el punto al que acabamos de llegar en la argumentación,
la interpretación a la que fueron reducidas las Independencias descolonizadoras.

Se interpretaron como procesos de liberación imperial: en el siglo XIX, Inglaterra y Francia apoyaron la descolonización de las colonias de
España y Portugal; en el siglo XX, Estados Unidos apoyó la descolonización de las colonias de Francia e Inglaterra. En realidad fueron liberadas de un imperio para caer en manos de otro en nombre de la libertad.

La posibilidad del pensamiento decolonial fue silenciada por las interpretaciones oficiales. Las denuncias de Amílcar Cabral, de Aimé Césaire y de Frantz Fanon fueron admiradas para ser descalificadas, como se celebraron los logros de Patrice Lumumba después de cortarle el cuerpo en pedazos. Repensar los movimientos de Independencias descolonizadoras (en sus dos momentos históricos, en América y en Asia-África) significa pensarlos como momentos de desprendimiento y apertura en el proceso de decolonizar el saber y el ser; momentos que fueron velados por la maquinaria interpretativa de la retórica de la modernidad, el ocultamiento de la colonialidad y, en consecuencia, la invisibilización del pensamiento decolonial en germen.

En otras palabras, las Independencias descolonizadoras se interpretaron en la misma lógica “revolucionaria” de la modernidad, según el modelo de la revolución gloriosa en Inglaterra, la revolución Francesa y la revolución bolchevique en Rusia.

Repensar quiere decir desprender la lógica de las Independencias descolonizadoras de las revoluciones burguesas y socialista.

TAWANTINSUYU, ANÁHUAC Y EL CARIBE NEGRO: LAS “GRECIAS” Y “ROMAS” DEL PENSAMIENTO DECOLONIAL

El pensamiento decolonial surgió y continúa gestándose en diálogo conflictivo con la teoría política de Europa, para Europa y desde ahí para el mundo. De ese diálogo conflictivo surge el pensamiento fronterizo, que sería redundante llamar crítico (aunque a veces es necesario para evitar confusiones), después de leer a Waman Poma y Cugoano. En todo caso, si lo llamamos “crítico” sería para diferenciar la teoría crítica moderna/posmoderna (Escuela de Frankfurt y sus secuelas postestructuralistas) de la teoría crítica decolonial, que muestra su gestación en los autores mencionados. El pensamiento decolonial, al desprenderse de la tiranía del tiempo como marco categorial de la modernidad, escapa también a las trampas de la poscolonialidad.

La poscolonialidad (teoría o crítica poscolonial) nació entrampada con la posmodernidad.

De ahí que Michel Foucault, Jacques Lacan y Jacques Derrida hayan sido los puntos de apoyo para la crítica poscolonial de Said, Bhaba y Spivak. El pensamiento decolonial, por el contrario, se rasca en otros palenques.

En el caso de Waman Poma, en las lenguas, en las memorias indígenas
confrontadas con la modernidad naciente; en el caso de Cugoano, en las
memorias y experiencias de la esclavitud, confrontadas con el asentamiento
de la modernidad, tanto en la economía como en la teoría política. El pensamiento decolonial, al asentarse sobre experiencias y discursos como los de Waman Poma y Cugoano en las colonias de las Américas, se desprende (amigablemente) de la crítica poscolonial.
Veremos, primero, en qué consisten estos dos pilares del pensamiento
decolonial en la colonización de las Américas y en la trata de esclavos, y luego especularemos sobre las consecuencias de estos silencios en la teoría política y la filosofía, en Europa. Insisto en la localización, si es todavía necesario recordarlo, puesto que sabemos ya desde hace tiempo que todo pensamiento está localizado, pero, a pesar de saber esto, hay una tendencia general a entender el pensamiento construido a partir de la historia y la experiencia europeas como si estuviera des-localizado.

Estos sutiles deslices pueden ser de graves consecuencias: en el siglo XVIII muchos intelectuales de la Ilustración condenaron la esclavitud, pero ninguno de ellos dejó de pensar que el negro africano era un ser humano inferior. Estos prejuicios y cegueras perpetúan la geopolítica del conocimiento.

El pensamiento decolonial da vuelta a la tortilla, pero no como su opuesto y contrario (como el comunismo en la Unión Soviética opuesto al liberalismo en la Europa occidental y Estados Unidos), sino mediante una oposición desplazada: el pensamiento decolonial es el de las variadas oposiciones planetarias al pensamiento único (tanto el que justifica la colonialidad, desde Sepúlveda a Huntington, como el que condena la colonialidad (Las Casas) o la explotación del obrero en Europa (Marx). Esto es: todo el planeta, a excepción de Europa occidental y Estados Unidos, tiene un factor en común: lidiar con la invasión, diplomática o guerrera, beneficiosa o desastrosa, de Europa occidental y Estados Unidos.

A la vez, Europa occidental y Estados Unidos tienen algo en común: una historia de quinientos años de invasión, diplomática o armada, en el resto del mundo.

Waman Poma y Ottobah Cugoano abrieron un espacio-otro, el espacio del
pensamiento decolonial, en la diversidad de las experiencias a las que seres humanos fueron forzados por las invasiones europeas en estos dos casos.

Me detendré en ellos como los fundamentos (semejantes a los fundamentos
griegos para el pensamiento occidental) del pensamiento decolonial. Estos
fundamentos históricos (históricos, no esenciales) crean las condiciones para una narrativa epistémica que remite la genealogía global del pensamiento decolonial (realmente otra en relación con la genealogía de la teoría poscolonial) hasta Mahatma Gandhi, W. E. B. Dubois, Juan Carlos Mariátegui, Amílcar Cabral, Aimé Césaire, Frantz Fanon, Fausto Reinaga, Vine Deloria Jr., Rigoberta Menchú, Gloria Anzaldúa, el movimiento Sin Tierras en Brasil, los zapatistas en Chiapas, los movimientos indígenas y afros en Bolivia, Ecuador y Colombia, el Foro Social Mundial y el Foro Social de las Américas.

La genealogía del pensamiento decolonial es planetaria y no se limita a individuos, sino que se incorpora en movimientos sociales (lo cual nos remite a movimientos sociales indígenas y afros: Taki Onkoy para los primeros, cimarronaje para los segundos) y en la creación de instituciones, como los foros que se acaban de mencionar.

Veamos cómo puede lucir esta genealogía. Waman Poma estructuró la
tesis general del manuscrito que le envió a Felipe III en el título del mismo:
Nueva Corónica y buen gobierno. La tesis es, básicamente, la siguiente: 1) una nueva corónica es necesaria porque todas las crónicas castellanas tienen sus límites. Los límites que tienen, sin embargo, no son límites en cuanto al paradigma teológico cristiano desde el cual se narran; por ejemplo, la diferencia que puede haber entre un jesuita, un dominico o un soldado; ni tampoco es cuestión de si el cronista castellano fue o no fue testigo presencial (¿testigo presencial de qué? ¿De siglos de historia Aymara o Nahuatl?).

Algunas disputas internas ocurrían entre quienes sustentaban el privilegio del “yo lo vi” y aquellos que reflexionaban sobre las Indias desde Castilla (lugar físico) y desde un lugar epistémico greco-latino-cristiano, como López de Gómara frente a Bernal Díaz del Castillo. Esos límites no fueron reconocidos (quizás tampoco percibidos) por los castellanos. Quien podía verlos era Waman Poma.

No sólo los castellanos no percibieron lo que percibió Waman Poma, sino que
tampoco estaban en condiciones de comprender lo que Waman Poma percibía.
En consecuencia, Waman Poma fue “naturalmente” silenciado durante
cuatrocientos años. Y cuando se lo “descubrió”, dio lugar a tres líneas interpretativas:
la de los conservadores, que insistieron en la falta de inteligencia de un indio; la posición académica progresista (con Franklin Peace en Perú, Rolena Adorno y Raquel Chang-Rodríguez en Estados Unidos, Birgit Scharlau
en Alemania, y Mercedes López Baralt en Puerto Rico), que comprendió
tanto la contribución de Waman Poma como su silenciamiento por parte de
los hispanos peninsulares y los criollos de América del sur; y, por último, la
incorporación de Waman Poma en el pensamiento indígena como uno de sus fundamentos epistémicos (a la manera como han sido interpretados Platón y Aristóteles para el pensamiento europeo). Así, en los debates actuales de la Asamblea Constituyente en Bolivia, la posición indígena privilegia la presencia y re-inscripción del Tawantinsuyu y los legados del pensamiento decolonial en la organización social y económica de Bolivia, mientras que el Estado liberal privilegia la continuación del modelo europeo de Estado.

La universidad intercultural de los pueblos y naciones indígenas del Ecuador
(Amawtay Wasi) forjó su currículo y objetivos de enseñanza superior en el
Tawantinsuyu y en el Kichua, aunque también se “use” el castellano,7 mientras que la universidad estatal continúa la reproducción de la universidad napoleónica, encerrada en los legados del griego, el latín y las seis lenguas imperiales europeas modernas. En este caso, el castellano es la lengua hegemónica, con total desmedro y olvido del Kichua.

7 Véase el artículo de Catherine Walsh en este volumen. Las motivaciones políticas, filosofía educativa, conceptualización del curriculum y estructura de los ciclos de aprendizaje (y de desaprendizaje de lo aprendido, en el proceso de colonialidad del saber para descolonizar el saber y el ser) están explicadas en detalle en Sumak Yachaypi, Alli Kawsaypipash Hachakuna (Aprender en la sabiduría y el buen vivir) (2004). Parte del proceso de gestación puede verse en el Boletin Icci-Rimai (2001).

El potencial epistémico y descolonizador ya está presente en la Nueva
Corónica. Waman Poma miraba y comprendía desde la perspectiva del sujeto colonial (el sujeto formado y forjado en el Tawantinsuyu y en el Keswaymara, confrontado con la presencia repentina del castellano y del mapamundi de Ortelius) y no del sujeto moderno que en Europa comenzó a pensarse a sí mismo como sujeto a partir del Renacimiento. También tenía acceso a informaciones a las que no tenían acceso los castellanos: pocos de ellos dominaban el Aymara y el Quechua, y quienes llegaron a comprenderlo en sus andanzas por los Andes, quedaron todavía lejos de igualar su comprensión de la lengua con sus años de escolaridad en latín y griego.

Imaginen ustedes a Waman Poma en Castilla, contando las historias de los castellanos y sus antigüedades greco-latinas. Pues en buena y justa hora los castellanos se hubieran sentido humillados y le hubieran dicho que en realidad no entendía muy bien de qué hablaba; que el latín, el griego y la Cristiandad no son cosas que se comprenden en un par de años. De modo que, si bien el nativo, andino o castellano, no tiene privilegios en cuanto a la verdad de la historia, sí tiene una subjetividad y una localización geo-histórica (lenguas, tradiciones,mitos, leyendas, memorias) en las cuales se basa su manera de comprenderse a sí mismo, a los otros y al mundo. Y esta singularidad de experiencia y de vivencias no les puede ser negada ni a los unos ni a los otros (eran todos “hombres” en este contexto), aunque los castellanos asumían una universalidad que les era propia y que no pertenecía a ningún otro habitante del planeta que no fuera cristiano.

Además, como sujeto colonial, Waman Poma fue una subjetividad de frontera (doble conciencia, conciencia mestiza en la terminología de hoy), subjetividad que no pudo forjar ninguno de los castellanos, incluido Juan de Betanzos, quien se casó con una princesa Inca. El pensamiento fronterizo surge de la diferencia imperial/colonial del poder en la formación de las subjetividades.

De ahí que el pensamiento fronterizo no sea connatural a un sujeto que habita la casa del imperio, pero sí lo sea en la formación de sujetos que habitan la casa de la herida colonial. La Nueva Corónica es precisamente eso: un relato en donde la cosmología andina (Keswaymara) comienza a rehacerse
en diálogo conflictivo con la cosmología cristiana, en toda su diversidad
misionera castellana (dominicos, jesuitas, franciscanos), y con la mentalidad
burocrática de los organizadores del Estado imperial bajo las órdenes de
Felipe II.

Waman Poma y los cronistas castellanos están separados por la diferencia colonial epistémica, invisible para los castellanos, visible como una
gran muralla para Waman Poma. Es en la confrontación con esa muralla que Waman Poma escribe. El hecho de que para los castellanos, y para quienes ven las cosas desde la diversidad de la cosmología europea, esa muralla (la diferencia epistémica colonial) fuera invisible, llevó a la no-comprensión de la propuesta de Waman y a su silenciamiento.

¿Qué proponía Waman Poma? Un “buen gobierno” basado en una “nueva
corónica”. Era natural que así fuera. El historiador catalán Joseph Fontaná
dijo en algún momento, no hace mucho tiempo, que hay tantas historias como proyectos políticos. La diversidad de proyectos políticos de los castellanos se montaban sobre un concepto de historia cuyas fuentes estaban en Grecia y Roma (Heródoto, Tito Livio, Tasso). En cambio, las fuentes epistémicas del proyecto político que ejemplifican Waman Poma y Taki Onkoy no se apoyaban en la memoria de Grecia y Roma.

¿Cómo proponía Waman Poma este nuevo proyecto político (“buen gobierno”)?

En primer lugar, estructuró el relato histórico con una constante y
coherente crítica ético-política. Criticó por igual a los castellanos, a los indios, a los negros, a los moros y a los judíos. La zona del Cuzco, en la segunda mitad del siglo XVI, era sin duda una sociedad “multicultural” (diríamos hoy).

Pero no una sociedad “multicultural” en el imperio, sino en las colonias. ¿Hay alguna diferencia? Multiculturalismo es multiculturalismo, no importa dónde, se argumentaría desde una epistemología des-corporalizada y des-localizada. Se puede pensar, como simple correlación, en la sociedad “multicultural” de la península ibérica durante la misma época: cristianos, moros, judíos conversos que ponían en movimiento las tres categorías religiosas.

En las colonias, en cambio, los pilares eran indios, castellanos y africanos, sobre todo desde finales del siglo XVI. Además, en las colonias aparece la categoría de mestizaje y los tres mestizajes “básicos” a partir de los tres pilares del triángulo etno-racial: mestizo/a, mulato/a y zambo/a. La teoría política de Waman se articula en dos principios: primero, la crítica a todos los grupos humanos identificables en la Colonia, según las categorías clasificatorias del momento. Pero, ¿cuál es el criterio que emplea Waman para su crítica? El cristianismo. ¿Cómo?, preguntó un estudiante en una de mis clases sobre Waman Poma: ¿cómo puede ser este un pensamiento decolonial si abrazó el cristianismo?8
8 Durante las sesiones del programa de doctorado en Estudios Culturales, en la Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito (julio 2005), discutimos en una de las clases de Catherine Walsh la crítica de Waman Poma a los africanos. Edison León puso en cuestión la posibilidad de considerar decolonial a Waman Poma, precisamente por esas críticas. En ese
momento mi lectura de Waman Poma estaba un poco olvidada, pero pensaba retomarla
precisamente para un seminario que dictaría en el otoño de 2005, en Duke University.
Efectivamente, la relectura de Waman Poma reveló aspectos (como siempre en la lectura
de este complejo y rico texto) a los cuales no había prestado atención anteriormente. Lo
que aquí afirmo es producto de las conversaciones sostenidas con Catherine y Edison, y
de mi relectura posterior sobre el asunto.

Sin embargo, así es. Reflexionemos. A finales del siglo XVI y principios del XVII no había Diderot, ni Rousseau, ni Kant, ni Spinoza, ni Marx, ni Freud. Es decir, la crítica secular ilustrada no existía todavía. Waman Poma asume la cristiandad histórica y éticamente, en la medida en que argumenta la cristiandad de los andinos antes de la llegada de los castellanos.

Históricamente Waman Poma sería un mentiroso, puesto que no hay cristianismo antes de la llegada de los castellanos. Pero en un nivel
lógico-epistémico, el cristianismo en Europa no sería sino la versión regional
de ciertos principios que afectan a la conducta humana y que establecen
criterios para la convivencia, para el “buen vivir”. El argumento de Waman
Poma debe leerse en este segundo nivel y no en el primero. La lectura del
primer nivel es eurocéntrica y le otorga a la cristiandad occidental europea (la que se expande hacia América) la posesión de principios universales bajo el nombre de cristianismo.

“Cristianismo”, en el argumento de Waman Poma, es equivalente a “democracia” en la pluma y la palabra de los zapatistas: la democracia no es propiedad privada del pensamiento y la teoría política de Occidente, sino un principio de convivencia, de buen vivir, que no tiene dueño. Waman Poma se apoderó de los principios cristianos a pesar de y en contra de los malos cristianos españoles, así como los zapatistas se apoderan de los principios democráticos a pesar de y en contra del gobierno mexicano en contubernio con la comercialización de la democracia en el mercado de Washington.

Esta analogía tiene una doble función: pedagógica, para familiarizar
al lector con la situación de Waman Poma hace cuatro siglos y medio;
política y epistémica, para recordar la continuidad del pensamiento decolonial
a través de los siglos, en sus diversas manifestaciones.

Una vez realizada la crítica a todos los grupos humanos presentes en la
Colonia y después de haber identificado también las virtudes de todos ellos,
Waman Poma propone un “buen gobierno” de los virtuosos, sin importar si estos son indios/as, castellanos/as, moros/as o negros/as. El “buen gobierno”, en otras palabras, se propone como el lugar de la convivencia y
la superación de la diferencia colonial. Los dos grupos fuertes —política y
demográficamente— en el Perú eran, sin duda, los castellanos y los indios; y
Waman Poma no oculta su identificación con los indios, aunque podría haber optado por identificarse con los castellanos, asumiendo que nunca sería un castellano en subjetividad aunque lo fuera por legalidad. En la medida en
que el pensamiento decolonial surge de un giro geo- y corpo-político frente a la teo-política (des-incorporada y des-localizada o, mejor, localizada en el no-lugar de espacio que media entre Dios y sus representantes en la tierra), “la hybris del punto cero” es incongruente con el pensamiento decolonial: epistemología del punto cero funda y sostiene la razón imperial (teo- y ego-políticamente). 9

9 La ego-política desplazó pero nunca eliminó la teo-política. Ambas se reúnen, entre otros
muchos lugares, en el pensamiento político de Carl Schmitt; ejemplarmente, en su Politische Theologie (1922).

Waman Poma construyó la idea de “buen gobierno” en el Tawantinsuyu.
Contrario a las utopías occidentales modernas iniciadas por Tomas Moro,
un siglo antes, la utopía de Waman Poma no se ubica en un no-lugar del
tiempo (las utopías occidentales modernas se afincan en el no-espacio de
un futuro secular), sino en la reinscripción de un espacio desplazado por
los castellanos. En verdad, lo que propone Waman Poma es una “topía” de
la razón fronteriza y de pensamiento decolonial. Razón fronteriza porque
su “topía” se estructuró en el Tawantinsuyu. Como se sabe, Tawantinsuyu
significa aproximadamente “los cuatro lados o rincones del mundo”. Para
quien no esté familiarizado/a con el diagrama del Tawantinsuyu, imagine
las diagonales de un cuadrado (sin los cuatro lados, sólo las diagonales).

Los cuatro espacios formados por las diagonales son los cuatro suyus, o espacios significativos en la estructura y jerarquías sociales de los Incas. El centro, en el incanato, lo ocupaba Cuzco; y en las zonas o pueblos del incanato, todos ellos organizados en Tawantinsuyu, se ubicaba el pueblo en cuestión. En este esquema, Waman Poma situó al rey Felipe III en el centro del Tawantinsuyu, puesto que ocupaba el trono, tanto en Castilla como en el Tawantinsuyu.

Luego, Waman Poma distribuyó los suyus a cada uno de los grupos mencionados. En un suyu situó a los indios, en otro a los castellanos, en otro a los moros y en el cuarto a los africanos. En la medida en que el Tawantinsuyu es una estructura jerárquica, Waman Poma mantuvo esa jerarquía en la distribución de los suyus (detalles que no vienen al caso aquí, puesto que nuestro objetivo es localizar la emergencia del pensamiento decolonial y no entrar en el análisis de su estructuración).

No obstante, el “buen gobierno” se propuso como un espacio de coexistencia con Castilla, por un lado, y de coexistencia entre varias comunidades (o naciones) en el Tawantinsuyu. Es decir, coexistencia trans-nacional y coexistencia ínter-cultural. Ínter-cultural y no multi-cultural, porque en la propuesta de Waman Poma Felipe III no es el soberano de una estructura política hispánica en el Tawantinsuyu, sino que es el soberano del Tawantinsuyu. Felipe III queda así des-colocado de su memoria, tradición, lengua, formación y pensamiento político hispánicos.

Semejante teoría política es producto del pensamiento fronterizo crítico
y, por eso, de un pensamiento decolonial. La última sección de la Nueva
Corónica, extensa, está dedicada a la descripción de “los trabajos y los días”
en el Tawantinsuyu. El ritmo de las estaciones, la convivencia en y con el
mundo natural: sol, luna, tierra, fertilidad, agua, runas (seres vivientes que
en Occidente se describen como “seres humanos”) conviven en la armonía
del “buen vivir”. Esta armonía es significativa, a principios del siglo XVII,
cuando la formación del capitalismo ya mostraba un desprecio por vidas humanas desechables (indios y negros, fundamentalmente), sometidas a la
explotación del trabajo, expropiadas de su morada (la tierra en donde eran),
y su morada transformada en tierra como propiedad individual. Momento
en que los europeos, en sus proyectos económicos, no contemplaban la armonía del vivir ni el movimiento de las estaciones, sino que concentraban
todos sus esfuerzos en el aumento de la producción (oro, plata, café, azúcar,
etc.), muriera quien muriera.

La teoría política de Waman Poma se contrapone a la teoría política europea; es una alternativa al régimen monárquico y capitalista-mercantil del sistema-mundo. El “triunfo” (hasta hoy) del modelo imperial relegó el modelo del Tawantinsuyu al mundo de las fantasías de un indio desorientado e inculto: caso ejemplar de la colonización del ser mediante la colonización del saber, a la cual responde Waman Poma con un fundamental proyecto de pensamiento decolonial.

Pero si Waman Poma es una puerta de entrada al lado más oscuro del Renacimiento, Ottobah Cugoano es una puerta de entrada al lado más oscuro de la Ilustración.

Cugoano es el menos conocido de los cuatro ex-esclavos (Egnatius Sancho, John Marrant y Loudah Equiano son los otros tres) que, en Inglaterra, en la segunda mitad del siglo XVIII, lograron convertirse en escritores. Se estima que Cugoano llegó a Inglaterra hacia 1770. Habría sido esclavo en las plantaciones inglesas del Caribe, de un tal Alexander Campbel. Nacido en lo que hoy es Ghana, alrededor de 1757, fue capturado por los propios africanos cuando tenía alrededor de trece años, y vendido como esclavo a mercaderes europeos. Cugoano llegó a Inglaterra poco después de
que se proclamara la “decisión Mansfield”, en junio de 1772, en favor de un
esclavo cimarrón (run away slave), en las colonias. Esta decisión, conocida,
por cierto, con gran euforia por unos veinte mil africanos en Inglaterra, fue de
gran importancia en el proceso de la declaración de la ilegalidad de la esclavitud.

Dos siglos de comercialización de esclavos y explotación del trabajo en las
plantaciones isleñas preceden el momento en que Cugoano publicó en Londres, en 1787, su tratado político decolonial. El título es el siguiente: Thoughts and Sentiments of the Evil and Wicked Traffic of the Slavery and Commerce of the Human Species, Humbly Submitted to the Inhabitants of Great Britain, by Ottobah Cugoano, a Native of Africa.

El dominio que tiene Cugoano de la lengua inglesa es comparable al dominio que tiene el Inca Garcilaso de la Vega de la lengua castellana. Waman Poma, en cambio, no tuvo contacto con el espacio del imperio, pero su castellano, gramaticalmente deficiente, no fue obstáculo para exponer sus ideas y argumentos, acompañado por diseños de mapas, personajes y situaciones. La fuerza política de ambos tratados no tienen paralelo, que yo conozca, ni en las Américas ni en otros lugares del planeta donde la colonización inglesa y francesa no había comenzado todavía.

Como Waman Poma, Cugoano no tiene otro criterio de juicio que la cristiandad. El pensamiento de la Ilustración, del cual es parte Cugoano, recién empezaba a configurarse. La teo-política del conocimiento era todavía el marco de referencia frente al cual la ego-política del pensamiento iluminista reclamaba su derecho de existencia. Como Waman Poma, Cugoano tomó los principios morales de la cristiandad al pie de la letra, y a partir de ahí proyectó su crítica a los excesos de los cristianos ingleses en la brutal explotación de los esclavos. Veamos un ejemplo:

The history of those dreadfully perfidious methods of forming settlements, and acquiring riches and territory, would make humanity tremble, and even recoil, at the enjoyment of such acquisitions and become reverted into rage and indignation at such horrible injustice and barbarous cruelty, “It is said by the Peruvians, that their Incas, or Monarchs, had uniformly extended their power with attention to the good of their subjects, that they might diffuse the blessings of civilizations, and the knowledge of the arts which they possessed among the people that embraced their protection; and during a succession of twelve monarchs, not one had deviated from this beneficent character”. Their sensibility of such nobleness of character would give them the most poignant dislike to their new terrible invaders that had desolated and laid waste their
country. (Cugoano, 1999, p. 65)10
10 La sección entre comillas del parágrafo proviene de History of America (1777) de William Robertson.

En el párrafo me interesa subrayar varias cosas: el manejo de la lengua; el
conocimiento y la solidaridad con la población indígena bajo la colonización
castellana, que Cugoano asemeja a la deshumanización de ambos, del indio
y del negro; la crítica directa, brutal, de un negro esclavo a los comerciantes
y explotadores blancos (tan directa y brutal como la de Waman Poma).

Estas críticas (la de Cugoano y la de Waman Poma) no se sitúan ya en el mismo nivel (paradigma) que la crítica de Las Casas a sus propios compatriotas. La crítica de Cugoano y Waman Poma se ubica en otra parte, en el espacio del giro decolonial. En este sentido, el párrafo citado es uno de tantos otros semejantes en los que la crítica va dirigida a las formas de gobierno y a la comunidad imperial formada por España, Portugal, Francia e Inglaterra.

Para Cugoano, la distinción entre naciones imperiales no tiene sentido. La
diferencia colonial no se detiene en las fronteras ínter-imperiales. Para la
diferencia imperial, en cambio, la formación nacional está en juego, y es
así que, desde 1558, Isabel I de Inglaterra (1533-1603) tejió en su imperio
británico la leyenda negra contra los abusos de los castellanos en América, gracias a la información y las críticas suministradas por Bartolomé de Las Casas. De ello hace eco Cugoano, pero castigando a su vez a los ingleses por sus brutalidades contra los esclavos negros, semejantes o peores a las de los castellanos contra los indios. Sin embargo, Isabel I no criticó la brutalidad de los ingleses que ella había condenado en los castellanos. La crítica de Cugoano se ubica y se piensa en y desde la diferencia colonial. La leyenda negra se ubica y se piensa en y desde la diferencia imperial. Cugoano no se engaña ni se distrae con las polémicas imperiales. Para un ex-esclavo, todos los gatos son pardos:
That base traffic of kidnapping and stealing men was begun by the Portuguese on the coast of Africa […] The Spaniards followed their infamous example, and the African slave-trade was thought most advantageous for them, to enable themselves to live in ease and affluence by the cruel subjetion and slavery of others. The French and English, and some other nations in Europe, as they founded settlements and colonies in the West Indies, or in America, went on in the same manner, and joined hand in
hand with the Portuguese and Spaniards, to rob and pillage Africa a well as to waste and desolate inhabitants of the Western continents. (Cugoano, 1999, p. 72)

La transformación de vidas humanas en materia desechable es algo más
que la “nuda vida” que Giorgio Agamben descubrió en el holocausto. Cugoano contribuyó a iniciar una crítica que hoy en día se reproduce, por ejemplo, en la “necropolítica” de Achille Mbembe, quien, partiendo de la “biopolítica” de Michel Foucault, la desplaza al espacio epistemológico de deslinde y apertura del pensamiento decolonial. Las divisiones imperiales/nacionales quedan al desnudo cuando se las mira desde las consecuencias de la lógica de la colonialidad: peleas imperiales por la mercadería humana.

Las reflexiones de Agamben son importantes, pero tardías, regionales y limitadas. Partir de los refugiados de la segunda guerra mundial y del holocausto significa ignorar los cuatrocientos años de historia moderno/colonial en la que los refugiados y el holocausto nazi son tan sólo un momento más en la larga cadena de desechabilidad de la vida humana.

Este fue precisamente uno de los argumentos más fuertes de Cugoano, como veremos enseguida. La genealogía del pensamiento decolonial es desconocida en la genealogía del pensamiento europeo. Así, Agamben vuelve a Hanna Arendt y a Heidegger, pero ignora, desconoce o simplemente no le afecta el pensamiento de Aimé Césaire, canónico en la genealogía del pensamiento imperial. En 1955, Césaire podía ver lo que quizás pocos (si es que algunos) pensadores europeos podían “ver”, tan desposeídos como estaban y están del archivo construido por la herida colonial. Observaba Césaire en su Discurso sobre el colonialismo:
Yes, it would be worthwile to study clinically, in detail, the steps taken by Hitler and Hitlerism and to reveal to the very distinguished, very humanistic, very Christian bourgeous of the twentieth century that without his being aware of it, he has a Hitler inside him, that Hitler inhabits him, that Hitler is his demon, that if he rails against him, he is being inconsistent and that, at bottom, what he cannot forgive Hitler for is not the crime in itself, the crime against man, it is not the humiliation of man as such, it is the crime against the white man, the humiliation of the white man, and the fact that he applied to Europe colonialist procedures which until then had been reserved exclusively for the Arabs or Algeria, the “coolies” of India, and the “niggers” of Africa. (Césaire, 2000, p. 5)11
11 Cito aquí la traducción inglesa. La primera traducción castellana está a punto de salir
(Madrid: Ediciones Akal).

Así, la “nuda vida” que “descubrió” Agamben, y que tanto entusiasmó a
la mentalidad blanca de la Europa occidental y de los Estados Unidos, es
tardíamente lo que indios y negros ya sabían desde el siglo XVI. Que las vidas de la gente blanca pudieran ser desechables fue una novedad para Europa y Anglo-América. Esa novedad es también parte de la ceguera del “hombre blanco”; una ceguera en la que el descubrimiento de la desechabilidad de la vida humana permite ahora construir argumentos “críticos” basados en la humillación del hombre blanco. El pensamiento decolonial, que también atiende a los horrores del holocausto, lo hace desde su gestación histórica en el siglo XVI, en historias paralelas, en Europa, en las Américas y en las poblaciones de Asia.

Llegados a este punto nos conviene volver a la ubicación, no sólo geo-histórica sino también epistémica (y el correlato entre ambos), del pensamiento.

En la historia de las ideas, de la filosofía, de la ciencia en Europa y de Europa
este asunto se dio por sentado, porque se asumió que lo importante es aquello que y sobre lo que se piensa y no desde dónde y a partir de dónde se piensa.

Veamos un botón de muestra. Con gloriosa prosa que recuerda la música
de Wagner, Jean-Jacques Rousseau anuncia de esta forma su ubicación
epistémica, ética y política en el Discours sur l’origine et les fondements de
l’inégalité parmi les hommes (1755):
Refiriéndose mi tema al hombre en general, procuraré buscar un lenguaje que convenga a todas las naciones; mejor aún, olvidando los tiempos y lugares para pensar tan sólo en los hombres a quienes hablo, supondré que estoy en el Liceo de Atenas repitiendo las lecciones de mis maestros, teniendo por jueces a los Platón, y los Jenófanes y al género humano por oyente. (Rousseau, 1977, p. 152)

Pero Waman Poma y Ottobah Cugoano difícilmente imaginarían el Liceo
de Atenas como escenario de su palabra, ni se “olvidarían del tiempo y del
espacio”. Dirían —me puedo imaginar— que su tema es de interés para la
humanidad en general, puesto que hablan de una civilización que ha llegado
a desechar vidas humanas. Pero puntualizarían la diferencia colonial que, a
partir del siglo XVI, “re-organizó el género humano” como posible “audiencia” y ocultó que en ese género humano hay vidas que no tienen valor.

Rousseau escribió un párrafo que revela el encandilamiento del deseo y voluntad de hablar por la humanidad, en un momento en que la transformación masiva de la vida en materia desechable (que por primera vez comenzó a ocurrir en la historia del “género humano” en el siglo XVI), llevaba ya más de dos siglos de historia. Como Cugoano unos veinte años después, y como Waman Poma unos dos siglos antes, Rousseau estaba preocupado por la desigualdad entre los hombres. Observando la escena europea, en su presente y en su historia, pero desatento a las desigualdades y a la herida infligida por la diferencia colonial, Rousseau observó:
Concibo en la especie humana dos clases de desigualdad: una que llamo natural o física porque ha sido establecida por la naturaleza y que consiste en la diferencia de edades, de salud, de las fuerzas del cuerpo y las cualidades del espíritu o del alma; otra, que puede denominarse desigualdad moral o política, pues depende de una especie de convención y está establecida, o cuando menos autorizada, por el consentimiento de los hombres. Esta última consiste en los diferentes privilegios de los que gozan unos en detrimento de los otros, como el ser más ricos, más honrados, más poderosos que
ellos o, incluso, hacerse obedecer. (Rousseau, 1977, p. 150)

Para Rousseau, preguntarse por el origen de la desigualdad natural no
tenía sentido puesto que esa pregunta, según él, estaba ya respondida de
antemano por la simple definición de la palabra: la desigualdad es natural, y
no hay nada más que preguntar. Es aún más absurdo preguntarse —continúa
Rousseau— si hay alguna conexión esencial entre las dos desigualdades,
puesto que hacer esta pregunta significaría preguntar si quienes están en el
poder y en posición de mandar son necesariamente mejores que aquellos que
están en posición de obedecer. Este tipo de preguntas, concluye Rousseau,
sería adecuado en una discusión de los esclavos en una audiencia con su
amo, pero totalmente inconducente e incorrecta si tales preguntas fueran
dirigidas a “hombres razonables y libres en búsqueda de la verdad” (Rousseau,
1977, p. 150).

Como tantos otros ilustrados del siglo XVIII (Kant entre ellos), Rousseau condenó la esclavitud, pero tal condena no se derivaba de que se aceptara sin más la igualdad de los europeos y los esclavos africanos. La “desigualdad natural” es un principio racional suficiente para distinguir en el mismo plumazo lo injusto de la esclavitud, pero también la inferioridad
de los negros africanos.

Ottobah Cugoano dio un giro de ciento ochenta grados a los debates sobre
el derecho y la ley natural que ocupó a los ilustrados blancos del siglo
XVIII. Mientras que Waman Poma respondía al debate imperial de toda una
pléyade de misioneros y hombres de letras (Las Casas, Acosta, Murúa, a
quienes menciona al final de la Nueva Corónica), Cugoano respondía a ideas
en boga durante la Ilustración y en un momento de ascendencia intelectual
en Inglaterra, Alemania y Francia. Entre los nombres que dominaban el terreno intelectual, filosófico y político de la época, cuentan: George Berkeley, Principles of Human Knowledge (1710), Alexander Pope, Essay on Man (1734), David Hume, Inquiry Concerning Human Understanding (1748) y Ephraim Lessing, Educación de la raza humana (1780).

Los análisis económicos de las relaciones entre la esclavitud y el mercado que ofrece Cugoano también dan un giro de ciento ochenta grados al tratado de Adam Smith, The Wealth of Nations, publicado unos diez años antes que el de Cugoano. Más aún, al haber titulado su discurso Thoughts and Sentiments, Cugoano alude directamente al tratado de Smith, La teoría de los sentimientos morales (1759). En resumen, el tratado de Cugoano es una brutal crítica ética a los depredadores imperiales y robadores de hombres (expresiones que aparecen repetidas veces en su discurso), en nombre de la ética cristiana; un análisis de la economía y la esclavitud, insistiendo constantemente en la desechabilidad de la vida de los negros (“our lives are accounted of no value”). Cugoano concluye su discurso con propuestas concretas para terminar con la esclavitud, compensar las naciones africanas por los daños infligidos y legalizar el trabajo.

Independiente de que estas cuestiones que plantea Cugoano estén abiertas
todavía hoy, lo importante para mi argumento es identificar en qué consiste
el giro decolonial. Anthony Bogues marca sin dudar el desenganche y la
apertura de Cugoano en el ámbito de la teoría política. En relación con los
debates y temas en discusión entre filósofos y tratadistas políticos europeos de
Inglaterra, Alemania y Francia en el siglo XVIII, Bogues afirma lo siguiente:
Cugoano’s political discourse suggests the existence of a different stream that articulates notions about natural liberty and natural rights. For Cugoano, the fundamental natural right was the right of the individual to be free and equal, no in relationship to government but in relationship to other human beings. (Bogues, 2005, p. 45)12
12 Las citas de Anthony Bogues son tomadas de “The Political Thought of Quobna Cugoano: Radicalized Natural Liberty” (2005).

Bogues agrega que el argumento de Cugoano, que reclama la igualdad de
los negros en un mundo en donde la teoría política y el concepto de humanidad estaba en manos de los blancos (la “desigualdad natural”), complementa el giro decolonial al plantear que los seres humanos son iguales y libres frente a otros seres humanos y no frente al Estado.

Recordemos que el argumento de Rousseau, en cambio, es la igualdad formal de los hombres frente al Estado y su desigualdad en el “estado de naturaleza”. Este giro es el que separa a Cugoano del resto de los abolicionistas blancos, quienes argumentan contra la esclavitud pero mantienen la inferioridad del negro:
When we add these things together, we cannot escape the conclusion that there existed in Cugoano’s slave narrative a political counternarrative that moved in a different direction than the political horizons of the Enlightenment. (Bogues, 2005, p. 45)

La “dirección diferente” que toma Cugoano en el horizonte político de la
Ilustración es precisamente lo que aquí intento describir como el giro decolonial y la gestación del pensamiento decolonial en la fundación misma del sistema-mundo moderno/colonial. La fuerza y la energía del pensamiento decolonial estuvo siempre “ahí”, en la exterioridad, en lo negado por el pensamiento imperial/colonial.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Podríamos continuar la genealogía del pensamiento decolonial, deteniéndonos, por ejemplo, en Mahatma Gandhi. Mencionarlo aquí es importante por lo siguiente: Cugoano y Gandhi se encuentran unidos, en distintos puntos del planeta, por el Imperio Británico, del mismo modo en que Waman Poma y Cugoano están unidos por la continuidad de los imperialismos de Europa occidental en América. Podríamos continuar con Frantz Fanon y conectarlo con Cugoano por la herida colonial en los africanos y también por la complicidad imperial entre España, Inglaterra y Francia (a pesar de sus conflictos imperiales). Con ello quiero señalar lo siguiente: la genealogía del pensamiento decolonial se estructura en el espacio planetario de la expansión colonial/imperial, contrario a la genealogía de la modernidad europea, que se estructura en la línea temporal de un espacio reducido, de Grecia a Roma, a Europa occidental y a Estados Unidos.

El elemento genealógico en común entre Waman Poma, Cugoano, Gandhi y Fanon es la herida infligida por la diferencia colonial. El giro decolonial (la decolonización epistémica) operado por Waman Poma y Cugoano tuvo lugar en el horizonte de las monarquías, antes de la emergencia del Estado moderno (burgués) y de la emergencia de las tres ideologías seculares imperiales del sistema-mundo moderno: el conservatismo, el
liberalismo y el marxismo (Wallerstein, 1995).

Por eso, en el horizonte epistémico de ambos, la teología es reina. Con todo, la genealogía del pensamiento decolonial es pluriversal (no universal). Así, cada nudo de la red de esta genealogía es un punto de despegue y apertura que reintroduce lenguas, memorias, economías, organizaciones sociales, subjetividades, esplendores y miserias de los legados imperiales. La actualidad pide, reclama, un pensamiento decolonial que articule genealogías desperdigadas por el planeta y ofrezca modalidades económicas, políticas, sociales y subjetivas “otras”. El proceso está en marcha y lo vemos cada día, a pesar de las malas noticias que nos llegan del Oriente medio, de Indonesia, de New Orleans y de la guerra interior en Washington.

BIBLIOGRAFÍA

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Anzaldúa, Gloria. (1987). Borderlands/La Frontera. s.l.: s.e.
Bogues, Anthony. (2005). “The Political Thought of Quobna Cugoano: Radicalized Natural Liberty”. En Black Heretics, Black Prophets: Radical Political Intellectuals. New York: Routledge.
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Castro-Gómez, Santiago. (2005). La hybris del punto cero. Ciencia, raza e Ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). Bogotá: Instituto Pensar, Pontificia Universidad Javeriana.
Césaire, Aimé. (2000). Discours sur le colonialism. New York: Monthly Review.
Cugoano, Ottobah. (1999). Thoughts and Sentiments of the Evil and Wicked Traffic of the Slavery and Commerce of the Human Species, Humbly Submitted to the Inhabitants of Great Britain, by Ottobah Cugoano, a Native of Africa. New York: Penguin Classics.
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Rousseau, Jean-Jacques. (1977). “Discurso sobre el origen y los fundamentos
de la desigualdad entre los hombres”. En Discursos a la Academia de Dijon.
Madrid: Ediciones Paulinas.
Sachs, Jeffrey D. (2005). The End of Poverty. Economic Possibilities for our Time. New York: Penguin Press.
Sumak Yachaypi, Alli Kawsaypipash Hachakuna. (Aprender en la sabiduría y el buen vivir). (2004). Quito: Universidad Intercultural Amawta Wasi-Unesco.
Wallerstein, Emmanuel. (1995). After Liberalism. New York: New Press.

El absurdo de enseñar Francés

El absurdo de enseñar Francés
¿Por qué insistir en exigir el aprendizaje del Francés en lugar de aplicar los recursos invertidos en ese idioma a la enseñanza de otros más demandados en el mercado como un mejor Inglés, Portugués, Alemán o Mandarín?
Lunes 13 de Junio de 2016
EDITORIAL

Se supone que el diseño de la currícula escolar y colegial se basa fundamentalmente en los objetivos del proyecto político social impulsado desde el gobierno, dentro de los cuales la preparación de los educandos para su incorporación a la economía nacional debiera ser el más importante, con el complemento de elementos culturales que deben abarcar a TODA la población de un país.

Si aceptamos lo anterior, debe sorprendernos la noticia que reseña Nacion.com, sobre la presentación por parte del Ministerio de Educación Pública (MEP) de Costa Rica, de los nuevos programas de Francés, con los cuales promete elevar la calidad de la enseñanza de ese idioma en los centros educativos del país.

En momentos en que se discute la rigidez de los altos índices de desempleo (10%) e informalidad laboral (47%) que padece Costa Rica, y se menciona como causa principal de esa rigidez la falta de preparación de esos desempleados para incorporarse a las actuales formas de producción de bienes y servicios, las autoridades gubernamentales debieran explicar la razones por las que impulsan la dedicación de recursos del Estado y de tiempo de los educandos, a la enseñanza y aprendizaje del Francés. Es esencial que expliquen por qué no se dedican esos recursos a aprender mejor el Inglés, y en todo caso, otros idiomas mucho más demandados en Costa Rica, como el Portugués, el Alemán, o el Mandarín.

En el Siglo XXI la influencia de Francia en el ámbito de la diplomacia es desmesurado en relación a la relevancia de ese país en la economía mundial. La utilización del Francés como lengua oficial en los organismos internacionales globales persiste, sin ninguna razón práctica demostrable que apunte al beneficio de los habitantes de los países que integran esas instituciones. La única explicación de la persistencia de esa situación es la costumbre, a lo que se agrega esa desproporcionada presencia de Francia en los ámbitos diplomáticos, y especialmente el fuertísimo lobby que ejercen las embajadas francesas en todo el mundo. Y esto no lo decimos en menoscabo de la importancia histórica de Francia en el desarrollo de la civilización occidental, sino que es la simple descripción de la realidad actual.

La corporación diplomática internacional imbricada en los miles de organismos internacionales, como corporación que es, tiene intereses que muchas veces difieren de los nacionales a los que debieran servir exclusivamente. El fortísimo lobby francés en pro de la enseñanza de su idioma se apoya muchas veces en la necesidad de los funcionarios gubernamentales locales de cultivar relaciones interpersonales que les ayuden a continuar sus carreras en organismos internacionales.

Esto que decimos nos alegraría que fuera refutado con la explicitación de las razones por las que los jóvenes costarricenses deben dedicar tiempo y esfuerzos a estudiar el francés, en detrimento de un mejor inglés, del portugués, el alemán, o el Mandarín, que son los idiomas que actualmente más demanda el mercado.

SI ya en los 60’s el declive de Francia como potencia política y económica hacía absurdo el estudio obligatorio del Francés, 50 años más tarde es un grave despropósito que demuestra lo alejados que están algunos gobiernos centroamericanos de la realidad, y de las necesidades de sus ciudadanos y de las economías que deben gestionar.

Prefacio de IMPERIO

Prefacio

El Imperio se está materializando ante nuestros ojos. Durante las últimas décadas, mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y luego, precipitadamente, tras el colapso final de las barreras soviéticas al mercado capitalista mundial, hemos sido testigos de una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales.

Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción ha emergido un nuevo orden, una nueva lógica y estructura de mando –en suma, una nueva forma de soberanía. El Imperio es el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo.

Muchos sostienen que la globalización de la producción capitalista y el
intercambio significa que las relaciones económicas se han vuelto más
autónomas de los controles políticos, y que, consecuentemente, ha declinado
la soberanía política. Algunos celebran esta nueva era como la liberación de
la economía capitalista de las restricciones y distorsiones que las fuerzas
políticas le habían impuesto, otros se lamentan por el cierre de los canales
institucionales a través de los cuales los trabajadores y ciudadanos podían
influir o responder a la fría lógica de la ganancia capitalista. Ciertamente es
verdad que, frente al proceso de globalización, la soberanía de los Estadosnaciones, aunque aún es efectiva, ha declinado progresivamente.

Los factores primarios de la producción y el intercambio –dinero, tecnología,
gente y bienes– se mueven con creciente facilidad a través de los límites
nacionales; por lo que el Estado-nación posee cada vez menos poder para
regular estos flujos e imponer su autoridad sobre la economía. Incluso los
Estado-nación más poderosas ya no pueden ser consideradas como
autoridades supremas y soberanas, tanto fuera como dentro de sus propias
fronteras. La declinación de la soberanía de los estados-naciones, sin
embargo, no significa que la soberanía como tal haya declinado.1
De un extremo a otro de las transformaciones contemporáneas, los controles
políticos, las funciones del Estado y los mecanismos regulatorios han
continuado dirigiendo el reino de la producción económica y social y del
intercambio. Nuestra hipótesis básica es que la soberanía ha tomado una
nueva forma, compuesta por una serie de organismos nacionales y
supranacionales unidos bajo una única lógica de mando.

Esta nueva forma global de soberanía es lo que llamamos Imperio.

La soberanía declinante de las naciones-estado y su progresiva incapacidad
para regular los intercambios económicos y culturales es, de hecho, uno de
los síntomas principales de la llegada del Imperio. La soberanía del Estadonación fue la piedra basal de los imperialismos que las potencias Europeas construyeron durante la Era Moderna.

Por “Imperio”, sin embargo, entendemos algo diferente de “imperialismo”. Los límites definidos por el moderno sistema de Estados-naciones fueron fundamentales para el colonialismo europeo y la expansión económica: los límites territoriales de la nación delimitaron el centro de poder desde el cual se ejerció el mando sobre territorios externos y ajenos, por medio de un sistema de canales y barreras que, alternativamente, facilitaron u obstruyeron los flujos de producción y circulación.

El imperialismo fue realmente una extensión de la soberanía de los Estados-nación europeos más allá de sus fronteras. Eventualmente casi todos los territorios del mundo podían ser parcelados, y todo el mapa mundial
podía ser codificado en colores europeos: rojo para los territorios británicos, azul para los franceses, verde para los portugueses, etc.

Adonde se afianzara la moderna soberanía, construía un moderno Leviatán que reproducía su dominio social e imponía fronteras territoriales jerárquicas, tanto para vigilar la pureza de su propia identidad como para excluir cualquier otra distinta.

El pasaje al Imperio emerge del ocaso de la moderna soberanía. En contraste con el imperialismo, el Imperio no establece centro territorial de poder, y no se basa en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de mando descentrado y desterritorializado que incorpora progresivamente a todo el reino global dentro de sus fronteras abiertas y expansivas.

El Imperio maneja identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales por medio de redes moduladoras de comando. Los diferentes colores del mapa imperialista del mundo se han unido y fundido en el arco iris imperial global.

La transformación de la geografía moderna imperialista del mundo y la
realización del mercado mundial señalan un pasaje dentro del modo
capitalista de producción. Más aún: la división espacial de los tres Mundos
(Primero, Segundo y Tercer Mundo) se ha entremezclado de modo tal que
hallamos continuamente al Primer Mundo en el Tercero, al Tercero en el
Primero, y al Segundo, en verdad, en ningún lado.

El capital parece enfrentar a un mundo suavizado – o, realmente, un mundo definido por nuevos y complejos regímenes de diferenciación y homogeneización, deterritorialización y reterritorialización. La construcción de los pasajes y límites de estos nuevos flujos globales ha estado acompañada por una transformación de los propios procesos productivos dominantes, con el resultado que el rol del trabajo fabril industrial ha sido reducido y la prioridad otorgada al trabajo cooperativo, comunicacional y afectivo. En la
posmodernización de la economía global, la creación de riqueza tiende cada
vez más hacia lo que denominamos producción biopolítica, la producción de
la misma vida social, en la cual lo económico, lo político y lo cultural se
superponen e infiltran crecientemente entre sí.

Muchos ubican a la autoridad última que gobierna el proceso de globalización y del nuevo orden mundial en los Estados Unidos. Los que sostienen esto ven a los Estados Unidos como el líder mundial y única superpotencia, y sus detractores lo denuncian como un opresor imperialista. Ambos puntos de vista se basan en la suposición de que los Estados Unidos se hayan vestido con el manto de poder mundial que las naciones europeas dejaron caer. Si el siglo diecinueve fue un siglo británico, entonces el siglo veinte ha sido un siglo americano; o, realmente, si la modernidad fue europea, entonces la posmodernidad es americana.

La crítica más condenatoria que pueden efectuar es que los Estados Unidos están repitiendo las prácticas de los viejos imperialismos europeos, mientras que los proponentes celebran a los Estados Unidos como un líder mundial más eficiente y benevolente, haciendo bien lo que los europeos hicieron mal.

Nuestra hipótesis básica, sin embargo, que una nueva forma imperial de soberanía está emergiendo, contradice ambos puntos de vista. Los Estados Unidos no pueden, e, incluso, ningún Estado-nación puede hoy, constituir el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo ha concluido. Ninguna nación será líder mundial, del modo que lo fueron las naciones modernas europeas.

Sin embargo, los Estados Unidos ocupan un lugar privilegiado en el Imperio, pero este privilegio deriva no de sus similitudes con las viejas potencias imperialistas europeas, sino de sus diferencias. Estas diferencias pueden reconocerse claramente en las bases propiamente imperiales (no imperialistas) de la constitución de los Estados Unidos, y por “constitución” queremos decir tanto la constitución formal, el documento escrito junto con sus variadas enmiendas y aparatos legales, y la constitución material, es decir, la continua formación y re-formación de la composición de sus fuerzas sociales. Thomas Jefferson, los autores de El Federalista, y los otros miembros fundadores de los Estados Unidos fueron todos inspirados por el antiguo modelo imperial; todos ellos creían que estaban creando al otro lado del Atlántico un nuevo Imperio, de fronteras abiertas y expansivas, donde el poder estaría efectivamente distribuido en redes. Esta idea imperial ha
sobrevivido y madurado a través de la historia de la constitución de los
Estados Unidos, y ha emergido ahora en una escala global, en su forma
plenamente realizada.

Debemos enfatizar que aquí utilizamos la palabra “Imperio” no como una
metáfora, que requeriría demostrar las semejanzas entre el mundo actual y
los Imperios de Roma. China, las Américas y demás, sino como un concepto,
que pide primariamente un acercamiento teórico. 2

El concepto de Imperio se caracteriza fundamentalmente por una falta de fronteras: el mando del Imperio no tiene límites. Primero y principal, entonces, el concepto de Imperio incluye a un régimen que, efectivamente, abarca a la totalidad espacial, o que, realmente, gobierna sobre todo el mundo “civilizado”. Ninguna frontera territorial limita su reinado.

Segundo, el concepto de Imperio no se presenta a sí mismo como un régimen histórico originado en la conquista, sino como un orden que, efectivamente, suspende la historia, y así fija el estado existente para la eternidad. Desde la perspectiva del Imperio este es el modo en que serán siempre las cosas, y el modo en que siempre debió ser.
El Imperio presenta su mando no como un momento transitorio en el movimiento de la historia, sino como un régimen sin límites temporales, y, en este sentido, fuera de la historia, o en el fin de la historia.

Tercero, el mando del Imperio opera sobre todos los registros del orden social, extendiéndose hacia abajo, a las profundidades del mundo social. El Imperio no sólo maneja un territorio y una población, sino que también crea al mundo que habita. No sólo regula las interacciones humanas, sino que también busca, directamente, regir sobre la naturaleza humana. El objeto de su mando es la vida social en su totalidad, y por esto el Imperio presenta la forma paradigmática del biopoder.

Finalmente, aunque la práctica del Imperio está continuamente bañada en sangre, el concepto de Imperio está siempre dedicado a la paz- una paz perpetua y universal, fuera de la historia.

El Imperio que enfrentamos ejerce enormes poderes de opresión y
destrucción, pero este hecho no debe hacernos sentir nostalgia por las viejas
formas de dominación. El pasaje hacia el Imperio y su proceso de
globalización ofrece nuevas posibilidades a las fuerzas de liberación. La
globalización, por supuesto, no es una única cosa, y los múltiples procesos
que reconocemos como globalización no están unificados ni son unívocos.

Nuestra tarea política, argumentaremos, no es, simplemente, resistir a estos
procesos, sino reorganizarlos y redirigirlos hacia nuevos fines. Las fuerzas
creativas de la multitud que sostienen al Imperio son también capaces de
construir un contra-Imperio, una organización política alternativa de los flujos e intercambios globales. Las luchas para contestar y subvertir al Imperio, como asimismo aquellas para construir una alternativa real, tendrán lugar en el mismo terreno imperial – y desde luego esas luchas ya han comenzado a emerger.

Por medio de esas luchas y muchas más como ellas, la multitud
deberá inventar nuevas formas democráticas y un nuevo poder constituyente que habrá de llevarnos algún día a través y más allá del Imperio.
La genealogía que seguiremos en nuestro análisis del pasaje desde el
imperialismo hacia el Imperio será primero europea y luego euro-americana, no porque creamos que estas regiones son la fuente privilegiada y exclusiva de ideas nuevas e innovaciones históricas, sino simplemente porque este es el principal camino geográfico que siguieron los conceptos y prácticas que animan al Imperio desarrollado actualmente – paralelamente, como
sostendremos, al desarrollo del modo capitalista de producción. 3

Aunque la genealogía del Imperio sea en este sentido eurocéntrica, sin embargo, sus poderes actuales no están limitados a ninguna región. Lógicas de mando que, en algún sentido, se originaron en Europa y los Estados Unidos, ahora invisten prácticas de dominación por todo el mundo. Más importante aún: las fuerzas contestatarias del Imperio, que efectivamente prefiguran una sociedad global alternativa, no están ellas mismas limitadas a ninguna región geográfica. La geografía de estos poderes alternativos, la nueva cartografía, está aún aguardando a ser escrita – o, realmente, está siendo escrita hoy con las luchas, resistencias y deseos de la multitud.

Al escribir este libro hemos intentado con nuestra mayor habilidad emplear un
enfoque interdisciplinario amplio. [4] Nuestros argumentos pretenden ser
igualmente filosóficos e históricos, culturales y económicos, políticos y
antropológicos. En parte nuestro objeto de estudio demanda esta
interdisciplinariedad, puesto que en el Imperio las fronteras que pudieron
justificar previamente enfoques disciplinarios estrechos están quebrándose
progresivamente. En el mundo imperial, el economista, por ejemplo, necesita
de un conocimiento básico de producción cultural para entender la economía,
y del mismo modo el crítico cultural requiere un conocimiento básico de los
procesos económicos para entender la cultura. Ese es un requerimiento que
nuestro proyecto demanda. Deseamos haber contribuido con este libro a un
marco teórico general y una herramienta conceptual para teorizar y actuar
contra el Imperio.5

Como la mayoría de los libros extensos, este puede ser leído de muchos
modos: de adelante hacia atrás, por partes, salteadamente, o por
correspondencias. Las secciones de la Parte 1 introducen la problemática
general del Imperio. En la parte central del libro, Partes 2 y 3, narraremos el
pasaje de la modernidad a la posmodernidad, o, en verdad, del imperialismo al Imperio. La Parte 2 cuenta el pasaje básicamente desde el punto de vista de la historia de las ideas y la cultura, desde el período moderno temprano a la actualidad. El hilo rojo que recorre esta parte es la genealogía del concepto de soberanía. La Parte 3 narra el mismo pasaje desde el punto de vista de la producción, donde la producción es entendida en sentido amplio, desde la producción económica a la producción de subjetividad. Esta narración ocupa un período más breve, y enfoca principalmente las transformaciones de la producción capitalista desde fines del siglo diecinueve hasta el presente. Las estructuras internas de las Partes 2 y 3, pues, corresponden a: las primeras secciones de cada una se ocupan de la fase moderna, imperialista; las secciones medias tratan de los mecanismos del pasaje; y las secciones finales analizan nuestro mundo posmoderno, imperial.

Hemos estructurado el libro de este modo para enfatizar la importancia del
desvío desde el reino de las ideas al de la producción. El Intermezzo entre las
Partes 2 y 3 funciona como una bisagra que articula el movimiento desde un punto de vista hacia el otro. Pretendemos que este cambio de un punto de
vista al otro funcione como el momento en que Marx, en El Capital, nos invita
a abandonar la ruidosa esfera del intercambio y descender a la escondida
morada de la producción. Es en el reino de la producción donde se revelan
claramente las desigualdades sociales, y, más aún, donde aparecen las más
efectivas resistencias y alternativas al poder del Imperio. En la parte 4
intentaremos identificar estas alternativas que hoy están trazando las líneas
de un movimiento más allá del Imperio.

Este libro fue iniciado al finalizar la Guerra del Golfo Pérsico y terminado
antes del inicio de la guerra en Kosovo. Por ello el lector deberá situar el
argumento en el punto medio entre estos dos eventos significativos en la
construcción del Imperio.

Las mutaciones de la teoría crítica: Un mapa del pensamiento radical hoy

Las mutaciones de la teoría crítica: Un mapa del pensamiento radical hoy

7 Jun 2016

| Por:

Razmig Keucheyan*

No es sencillo construir un mapa de las denominadas “teorías críticas”; no obstante, es posible analizar algunas tendencias, como su “norteamericanización”, la profesionalización de sus impulsores, el giro hacia la abstracción y el fin de la hegemonía marxista. Paralelamente, las referencias a la religión son un síntoma de las dificultades y falta de certezas, que lleva a preguntarse por la fe y las creencias. Con la actual crisis del capitalismo, parecen más necesarios compromisos intelectuales más conectados con organizaciones políticas y sociales, basados en diagnósticos más precisos de las fuerzas en disputa.

Hoy en día, trazar mapas políticos es una actividad crucial, aunque muy difícil. Como señaló Fredric Jameson, un aspecto de la crisis de la izquierda, o más en general de la crisis de la “historicidad”, radica en nuestra dificultad para “representar” o “totalizar” el presente, para comprender el periodo histórico en que nos encontramos, las escalas cambiantes de la política y las fuerzas sociales existentes. Como es bien sabido entre los estrategas militares, el mapeo es una condición de la estrategia, ya que no es posible un pensamiento estratégico sin buenos mapas. El estancamiento estratégico de la izquierda –por ejemplo en Francia, desde donde escribo– es en parte consecuencia de la dificultad para trazar mapas precisos del campo de batalla y para entender la interacción de las fuerzas que operan en él: las fuerzas de la izquierda y las de la derecha.

El mapeo de ideas críticas es parte de este intento más general de esbozar mapas políticos. Se podría sostener que las ideas siempre han sido más importantes para la izquierda que para la derecha. El objetivo de la izquierda es quebrar el consenso existente, concebir ideas nuevas que sean el cimiento de nuevos mundos posibles. Es por eso que desde las primeras revoluciones modernas la izquierda se ha mantenido en un estado de permanente innovación intelectual. Por supuesto, esto no quiere decir que la derecha carezca de ideas. Obviamente, ha producido ideologías muy poderosas a lo largo de la historia contemporánea, de las cuales la última es el neoliberalismo. Pero cuando la derecha se encuentra en una situación de estancamiento intelectual, la mayoría de las veces puede recurrir al consenso existente y esperar tiempos mejores. La izquierda no puede hacer lo mismo, porque el consenso existente es casi siempre esencialmente conservador.

Entonces la pregunta es: ¿en qué estado se encuentra hoy la izquierda desde el punto de vista intelectual? ¿Cuáles son sus principales ideas y en qué condiciones políticas y sociales se producen? Esa es la cuestión que trataré de abordar. Me ocuparé del contenido de las ideas críticas contemporáneas, así como de las condiciones sociales y políticas de su producción. De hecho, lo que necesitamos entender es la interacción entre ambas.

Tres puntos breves antes de comenzar. Primero, voy a usar las expresiones “teorías críticas” o “radicales” para referirme en general a las ideas de la izquierda. Por supuesto, se requiere una definición más precisa de estos términos, por lo que retornaremos a este problema durante la discusión. El punto principal es que la definición de lo que se considera como teorías críticas es histórica, no una categoría transhistórica o trascendental. Lo que en el presente constituye una teoría crítica no lo era necesariamente en el pasado. Por ejemplo, el liberalismo –o algunas formas de liberalismo– era una teoría crítica en el siglo XVIII, cuando gobernaban regímenes absolutistas. En la actualidad ha dejado de serlo.

En segundo lugar, a lo que me estoy refiriendo aquí es a teorías críticas en plural, y no a la Teoría Crítica en singular y con mayúsculas. La Teoría Crítica en singular hace referencia habitualmente a la Escuela de Fráncfort, a la famosa distinción de Max Horkheimer entre teoría “tradicional” y teoría “crítica”. Teorías críticas en plural es una categoría mucho más amplia, que incluye no solo a miembros actuales y pasados de la Escuela de Fráncfort, sino también muchas otras escuelas críticas de pensamiento.

En tercer lugar, hasta no hace mucho se hubiera hablado de marxismo y no de teorías críticas, porque el marxismo fue muy dominante como teoría crítica durante todo un siglo. Pero ya no lo es, por lo que debemos ampliar las categorías que utilizamos y hacer espacio para teorías críticas no marxistas. Estaremos trabados en esta noción insatisfactoria de “teoría crítica” hasta que nuevos acontecimientos políticos nos permitan clarificar nuestros conceptos.

Globalización

Entonces, ¿cuáles son las principales características de las teorías críticas en el presente? Una primera característica es que están cada vez más globalizadas. La globalización afecta el comercio, las finanzas, la comunicación, la literatura, como lo han demostrado los académicos de la Weltliteratur. También afecta a las teorías críticas. Entonces, la primera pregunta es: ¿de qué naturaleza es esta globalización de las ideas críticas?

Las ideas siempre se han desplazado por el mundo. La globalización del pensamiento en general, y del pensamiento crítico en particular, no es en verdad un fenómeno nuevo. Entre muchos otros, el historiador francés Serge Gruzinski estudió, en su gran libro “El pensamiento mestizo”(1), lo que llama “las dinámicas intelectuales de la colonización y la globalización”, que comenzaron en América Latina en el siglo XV. Estas dinámicas también afectan a las doctrinas críticas.

José Carlos Mariátegui, uno de los fundadores del marxismo latinoamericano, es un caso interesante. En 1928, Mariátegui publicó su clásico titulado “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”. En este libro, adapta una teoría crítica, concretamente el marxismo, nacida en Europa a mediados del siglo XIX, al contexto de América Latina y, en particular, a la realidad social andina. Esta adaptación lo lleva a introducir una innovación teórica en el marxismo, porque en el Perú de esa época la clase trabajadora era débil en términos numéricos y existía un amplio campesinado indígena. Mariátegui es uno de los primeros en unir el marxismo y el indigenismo, una teoría híbrida central para la política latinoamericana progresista contemporánea en lugares como, por ejemplo, la región mexicana de Chiapas, Ecuador o Bolivia. Este es entonces un claro ejemplo de teoría crítica itinerante, y hay otros. Podríamos pensar en Cyril Lionel Robert, Tran Duc Thao, Frantz Fanon, etc.

Sin embargo, a partir del último tercio del siglo XX, digamos desde el final de los años 70, ha habido una clara aceleración de la globalización de las teorías críticas. Desde el siglo XIX hasta ese momento, eran principalmente elaboradas en Europa occidental y oriental. En el presente, por el contrario, se encuentran diseminadas por todo el planeta. Así, entre los pensadores más leídos y debatidos del presente encontramos al peruano Aníbal Quijano, el esloveno Slavoj Žižek, el chino Wang Hui, la india Gayatri Spivak, el japonés Koijin Karatani, el argentino-mexicano Néstor García Canclini, el argentino residente en Gran Bretaña Ernesto Laclau (fallecido en 2014), el camerunés Achille Mbembe, entre otros. Esta diversidad geográfica es sin duda una novedad en la historia de las teorías críticas. Europa sigue siendo un importante centro para su producción. Se puede pensar en autores como Alain Badiou, Antonio Negri, Jacques Rancière, Giorgio Agamben o Axel Honneth. Pero en los últimos casi 30 años, comenzó un movimiento profundo que ha llevado a la deslocalización o descentralización de las teorías críticas hacia nuevos países.

Por supuesto que no estoy diciendo que estos países no hayan producido pensamiento crítico hasta el momento. Lo que sostengo es que, de acuerdo con el modelo de la República de las Letras de Pascale Casanova, en la actualidad se encuentra en proceso de formación una República de las Teorías Críticas, y que las teorías elaboradas en los países que estaban ausentes en la república de Casanova se vuelven cada vez más visibles.

Norteamericanización

Esta globalización de las teorías críticas está íntimamente conectada con su norteamericanización. La globalización y la norteamericanización, en otras palabras, son dos características interconectadas de las teorías críticas. En esta República de las Teorías Críticas de la que hablé, como en la globalización en general, hay poderes hegemónicos y hay uno en particular: Estados Unidos. Históricamente, el centro hegemónico de gravedad de las teorías críticas se ha movido hacia el oeste: primero, Europa central para el marxismo clásico, luego Europa occidental para el llamado marxismo “occidental”, y ahora, la América anglosajona. Si este movimiento hacia el oeste continúa, Asia podría convertirse en el futuro en un nuevo centro de gravedad para las teorías críticas.

Todos los pensadores que acabo de citar, incluyendo los europeos, enseñan de forma habitual en universidades estadounidenses. Algunos han hecho toda su carrera académica allí, otros llegaron más recientemente. Algunos enseñan en forma simultánea en universidades de otros países, por ejemplo en universidades de sus países de origen. Otros solo enseñan en EEUU. Sin embargo, en todos los casos, el mundo académico ha sido un gran atractivo para ellos. Esto, por supuesto, tiene consecuencias importantes en términos del contenido de las teorías críticas que elaboran, y también desde el punto de vista de su relación con la política. Retomaré este punto más adelante.

Dos razones principales explican la atracción de los pensadores críticos contemporáneos por las universidades estadounidenses. La primera es que el mundo académico estadounidense tiene una larga historia de integración de intelectuales exiliados o “académicos refugiados”, según la célebre fórmula de Lewis Coser. Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos científicos –de las ciencias naturales o sociales– se establecieron allí. Ese fue el caso de los miembros de la Escuela de Fráncfort o de los positivistas lógicos, por ejemplo. Desde entonces, el mundo académico estadounidense se convirtió en un “nodo” intelectual global. De modo que la globalización de las teorías críticas tiene en realidad dos componentes: primero, una diversificación del origen nacional de los pensadores críticos; en segundo lugar, la norteamericanización de sus carreras.

La norteamericanización de las teorías críticas no significa que estos pensadores hayan perdido la especificidad intelectual o política relacionada con sus países de origen. En esta República de las Teorías Críticas, los orígenes nacionales todavía importan. Dos ejemplos: primero, el caso de Ernesto Laclau. El intelectual argentino se mudó a Gran Bretaña en la década de 1960 y desde entonces participó en debates angloestadounidenses sobre posmarxismo, hegemonía, el “significante vacío”, etc. Sin embargo, sus teorías siempre tuvieron la influencia de sus orígenes nacionales y, en particular, de un fenómeno típicamente argentino: el peronismo, ya sea en su forma clásica, el impulsado por el propio Juan Domingo Perón, o en su forma contemporánea: el kirchnerismo. No se puede entender la teoría de Laclau sobre la “razón populista” sin tener esto en cuenta(2). De hecho, siendo un joven filósofo en Buenos Aires, fue miembro de la “izquierda nacional”, un movimiento conducido por Jorge Abelardo Ramos(3). Y en los años previos a su muerte, se convirtió en un ferviente defensor de las políticas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.

Segundo ejemplo: Gayatri Spivak. También llegó a EEUU en la década de 1960. Es la traductora de De la gramatología [1967](4), de Jacques Derrida, y ha sido una importante protagonista en debates sobre la teoría poscolonial, principalmente enunciada en el lenguaje teórico del posestructuralismo. Sin embargo, también en su caso los orígenes nacionales importan. Por ejemplo, en su famoso texto “¿Puede hablar el subalterno?”(5), discute la dinámica racial y de género involucrada en la práctica del sati, el ritual religioso indio por el cual las viudas se inmolaban con sus esposos y que fue prohibido por los británicos en el siglo XIX. Así que también en este caso el origen importa.

En resumen, la norteamericanización implica una cierta homogeneidad intelectual, pero esa homogeneidad no es total. Las trayectorias personales de los pensadores críticos todavía importan. Y lo que también importa es el relativo poder de su país de origen en la República de las Teorías Críticas. Es evidente que provenir de un país pequeño sin tradición crítica, con instituciones de educación superior o empresas editoriales débiles y un idioma que no es internacional, no es lo mismo que provenir de EEUU o Europa.

Profesionalización

Una tercera característica de las teorías críticas es la profesionalización, es decir, el hecho de que en la actualidad los pensadores críticos son casi exclusivamente académicos. Los periodistas, los líderes sindicales o partidarios o los guerrilleros como el Subcomandante Marcos también producen teorías críticas. Pero en la mayoría de los casos, estas teorías son elaboradas por profesores, y para ser más precisos, por profesores de humanidades. En el pasado, se podían encontrar pensadores críticos con antecedentes en ciencias naturales como Piotr Kropotkin, Anton Pannekoek o Amadeo Bordiga. Pero esto ya no sucede hoy, por causas que tienen que ver con la evolución de las ciencias naturales. La académica y ensayista Donna Haraway se graduó como bióloga, pero su caso es claramente una excepción.

Esta profesionalización de las teorías críticas tiene varias consecuencias. Primero, en parte explica la norteamericanización de estas teorías –y esta es la segunda causa de la norteamericanización de la que he estado hablando–. El hecho de que los pensadores críticos sean en su mayoría académicos implica que están sujetos a las leyes que gobiernan el campo académico global. Este campo está dominado por las universidades estadounidenses, en términos de medios financieros y de influencia intelectual. Por eso la norteamericanización y la profesionalización están interconectadas, en el sentido de que la profesionalización refuerza la norteamericanización. El hecho de que el idioma inglés sea la lingua franca de nuestro tiempo también contribuye a este predominio de las universidades estadounidenses.

En segundo lugar, la profesionalización no se refiere solo a las teorías críticas. Es un proceso mucho más amplio, que en el presente afecta la producción del conocimiento en las ciencias naturales y sociales en general. Esta profesionalización es una consecuencia de la mayor división del trabajo. De acuerdo con la visión de Karl Marx, la profundización constante de esta división del trabajo es una condición de la acumulación del capital, en el proceso del trabajo en general y en el trabajo intelectual en particular. Las teorías críticas, como cualquier otro tipo de teoría, están atrapadas en este proceso.

Una tercera consecuencia de esta profesionalización es que representa una ruptura mayor con periodos anteriores de la historia de las teorías críticas, y en particular con el marxismo clásico. Marx, Vladimir Lenin, León Trotski, Rosa Luxemburgo o Antonio Gramsci no eran académicos, eran líderes políticos y periodistas. Cuando enseñaban o escribían, lo cual ocurría con frecuencia, lo hacían en escuelas partidarias y periódicos, y no en universidades y publicaciones académicas convencionales. En aquel momento, las universidades eran de hecho instituciones elitistas, que poco tenían que ver con las instituciones masivas en que se han convertido desde entonces. Por supuesto, el hecho de que los pensadores críticos de la actualidad sean en su mayoría académicos tiene consecuencias importantes respecto a la forma en que se moldean sus ideas, al lenguaje conceptual que utilizan y, también, a su relación con la política.

Política

Una cuarta característica de las teorías críticas es su creciente distancia con la política. Este rasgo se conecta con el anterior, dado que la lógica de la profesionalización ha desviado a estos pensadores del campo político. De hecho, este último y el campo intelectual se han separado cada vez más o se han vuelto cada vez más autónomos durante la segunda mitad del siglo XX.

En este punto, es útil retomar el concepto de Perry Anderson acerca de la transición del marxismo clásico al marxismo occidental. De acuerdo con Anderson, el fracaso de la revolución alemana de 1923 produjo una ruptura en la historia del marxismo que dio origen a la distinción entre marxismo clásico y marxismo occidental. Los marxistas clásicos (Karl Kautsky, Lenin, Trotski, Luxemburgo, etc.) tenían dos características distintivas. Primero, eran historiadores, economistas y sociólogos, es decir que sus escritos eran en su mayoría empíricos. Casi todos estos escritos se vinculaban, de hecho, con la coyuntura política inmediata.

Segundo, los marxistas clásicos eran líderes de organizaciones, eran estrategas políticos que enfrentaban problemas políticos reales. Estas dos características distintivas del marxismo clásico estaban interconectadas. Dado que eran líderes políticos, necesitaban conocimiento empírico del ambiente social en que operaban. Por otro lado, sus posiciones de liderazgo en el movimiento obrero les brindaban conocimiento de primera mano sobre el mundo social.

El marxismo occidental surge cuando estas dos características del marxismo clásico se diluyen. A mediados de la década de 1920, las organizaciones de la clase obrera son vencidas en la mayoría de los países europeos. Esta derrota histórica dio origen a una nueva relación entre los intelectuales marxistas y las organizaciones obreras. Aunque diferentes en muchos aspectos, los marxistas destacados del siguiente periodo histórico (de 1923 a 1968, digamos) –es decir, Theodor Adorno, Jean-Paul Sartre, Louis Althusser, Galvano Della Volpe, Herbert Marcuse, etc.– tienen características que son exactamente opuestas a las de los marxistas tradicionales. En primer lugar, ya no tienen vínculos orgánicos con las organizaciones obreras y, en particular, con los partidos comunistas, y por cierto, ya no ocupan posiciones de liderazgo. En los casos en que son miembros de partidos comunistas –como Althusser, Georg Lukács o Della Volpe–, mantienen relaciones conflictivas con los líderes de esos partidos.

Más aún, las ideas que elaboran los marxistas occidentales son abstractas. La abstracción es una característica central del marxismo occidental. Mientras que los marxistas tradicionales hacían una aproximación al mundo social de tipo empírico, los marxistas occidentales son en su mayor parte filósofos, con frecuencia especializados en epistemología y estética. Y como en el caso del marxismo clásico, las dos características de los marxistas occidentales están conectadas: el lenguaje abstracto con que escriben tiene su origen en el hecho de que cada vez están más alejados de las organizaciones de la clase obrera. Así, es típica del marxismo occidental una especie de “fuga hacia la abstracción”. Si se compara El capital financiero de Rudolf Hilferding (1910)(6) con Minima moralia. Reflexiones desde la vida dañada de Adorno(7), o El Estado y la revolución de Lenin(8) con La revolución teórica de Marx de Althusser(9), se puede tener una idea de esta distinción entre marxismo clásico y occidental.

Por supuesto, no estoy diciendo que la abstracción sea necesariamente mala o sinónimo de derrota política. Existe lo que se podría llamar una “política (revolucionaria) de la abstracción”. Pero la abstracción es a veces un síntoma de la derrota. En resumen, una creciente separación entre la teoría y la práctica es algo característico del marxismo occidental.

La transición del marxismo clásico al occidental puede explicarse por diferentes causas. Con el ascenso del estalinismo en la segunda mitad de la década de 1920, surge un marxismo dogmático ortodoxo, que se convierte en la doctrina oficial de la Unión Soviética y de sus partidos satélites en Occidente. Esto pone a los intelectuales marxistas en una posición difícil: o se resignan a abrazar esta nueva ortodoxia, o bien deben distanciarse de las organizaciones de la clase obrera. Permanecer intelectualmente creativos la mayor parte del tiempo lleva a los marxistas a distanciarse de esas organizaciones. Entonces, ¿cómo podemos situar las teorías críticas contemporáneas en relación con la distinción entre el marxismo clásico y el occidental? Es claro que esta separación entre teoría y práctica, que se inició con el marxismo occidental, se ha ampliado hoy en las teorías críticas. En la actualidad, es altamente improbable que los pensadores críticos integren organizaciones de la clase obrera, y más improbable aún que ocupen posiciones de liderazgo. Žižek, por ejemplo, fue disidente en Eslovenia en las décadas de 1970 y 1980. Incluso fue candidato en la elección presidencial de 1990. Pero hoy no tiene lazos orgánicos con organizaciones, y se puede decir lo mismo de la mayoría de los pensadores críticos. Hay unas pocas excepciones: el filósofo francés Daniel Bensaïd, que fue líder de la Liga Comunista Revolucionaria y luego del Nuevo Partido Anticapitalista en Francia, es uno de ellos. Pero esta organización (pos)trotskista es muy pequeña si la comparamos, por ejemplo, con la socialdemocracia alemana de los comienzos del siglo XX o con el Partido Comunista italiano de la década de 1960, ambas organizaciones integradas por millones de miembros.

Hay una excepción interesante a esta regla: Álvaro García Linera, el vicepresidente de Bolivia. García Linera es autor de textos influyentes sobre la cuestión indígena o los movimientos sociales en Bolivia y de escritos más teóricos sobre Lenin, Nicos Poulantzas o Pierre Bourdieu. Y, al mismo tiempo, está muy comprometido con la política de masas, a punto tal de haberse convertido en vicepresidente de su país. Entonces se podría decir que García Linera es una especie de marxista clásico (aunque ideológicamente ecléctico), en un periodo histórico en el que ya quedan muy pocos.

¿Y qué pasa con la abstracción típica del marxismo occidental? Las teorías críticas contemporáneas ¿son abstractas en el mismo sentido? Por cierto que sí. Se podría sostener que hay un retorno a los temas “metafísicos” –incluso a los temas religiosos, como veremos luego– en las teorías críticas actuales, como en la obra de Alain Badiou, por ejemplo. La crítica del “sujeto” que se puede encontrar en la teoría feminista o poscolonial, o en la Escuela de Liubliana (Žižek, Mladen Dolar, Alenka Zupancic), es otro ejemplo de las cuestiones “metafísicas” que se debaten hoy en muchos ámbitos. Por otro lado, un objeto tan central para el marxismo clásico como el Estado capitalista no ha recibido ningún tratamiento original desde el debate clásico entre Poulantzas y Ralph Miliband de los años 70, con excepción del gran libro La construcción del capitalismo global. La economía política del imperio estadounidense, escrito por Leo Panitch y Sam Gindin(10), que es un importante aporte a la comprensión del funcionamiento de EEUU como un Estado global.

Al mismo tiempo, ha habido en algunos casos un retorno al análisis empírico que se inició en las décadas de 1960 y 1970. El análisis de clase de Erik Olin Wright, el estudio de las oleadas de desarrollo capitalista realizado por Giovanni Arrighi o el de la crisis capitalista por Robert Brenner son ejemplos de esta tendencia. Es decir que la “fuga hacia la abstracción” continúa dentro de las teorías críticas contemporáneas, aunque con algunas contratendencias. Se podría sostener –o más bien esperar– que la gran crisis del capitalismo que comenzó en 2008 cambiará el paisaje intelectual y reforzará estas contratendencias.

Religión

Una característica interesante de las teorías críticas es que contienen muchas referencias a la religión, principalmente al cristianismo y al judaísmo, y en mucha menor medida al islam. He aquí algunos ejemplos. Badiou dedicó un libro importante a San Pablo, titulado “San Pablo. La fundación del universalismo”(11). Allí, sostiene que San Pablo es un típico ejemplo de un “sujeto” que se constituye en “fidelidad” a un “acontecimiento”, un acontecimiento religioso, en este caso, pero un acontecimiento que puede ser político, científico o artístico. Esta relación entre sujeto y acontecimiento se desarrolla con mayor profundidad en sus libros “El ser y el acontecimiento”(12) y “Lógicas de los mundos”(13), donde también hay referencias a doctrinas religiosas, como por ejemplo a Blaise Pascal.

Giorgio Agamben también escribió un libro sobre San Pablo titulado “El tiempo que resta: comentario a la carta de los romanos”(14), que es un comentario a la “Epístola a los Romanos”. En la obra de Agamben son frecuentes las referencias a la ley sagrada romana (por ejemplo, en “Homo sacer”), a la escatología cristiana o a la tradición hebrea. En su libro “Imperio”, Michael Hardt y Antonio Negri(15) se refieren a San Francisco de Asís, el llamado “Poverello”. Negri también ha escrito un libro sobre Job, titulado “Job: la fuerza del esclavo”(16). Muchos de los libros de Žižek hacen referencia a cuestiones religiosas, como por ejemplo “El frágil absoluto”, cuyo subtítulo es “¿Por qué merece la pena luchar por el legado cristiano?”(17)

Además de Badiou, hay otra veta pascaliana en las teorías críticas contemporáneas, la que ejemplifica Bensaïd. Este antiguo militante trotskista es el autor del libro “Le pari mélancolique” [La apuesta melancólica](18), en el que se establece una analogía entre el compromiso revolucionario y la famosa apuesta de Pascal. Bensaïd es también autor de un libro sobre Juana de Arco(19) y de otro sobre los marranos –los judíos que fueron obligados a convertirse en España y Portugal a partir del siglo XV, pero que continuaron practicando su religión en secreto–(20). En estos tiempos oscuros, de acuerdo con Bensaïd, los revolucionarios son un poco como los marranos: tienen que seguir creyendo en secreto.

¿Cómo podemos explicar esta presencia de referencias religiosas en las teorías críticas? Me detendré en dos puntos breves antes de responder esta pregunta: en primer lugar, esta relación entre las teorías críticas y las doctrinas religiosas es de una importancia estratégica crucial. La manera en que las teorías críticas conciben la religión tendrá un impacto en la forma en que los movimientos progresistas y revolucionarios interactúen con los movimientos religiosos en el futuro, tanto en el mundo occidental como en otros lugares (y me estoy refiriendo a la mayor revolución de nuestros tiempos, la “primavera árabe”). Por lo tanto, no se trata de una cuestión menor.

En segundo lugar, las teorías críticas pasadas ya han hecho referencia a doctrinas religiosas. Roland Boer escribió un gran libro sobre este tema llamado “Criticism of Heaven. On Marxism and Theology” [Crítica del cielo. Sobre marxismo y teología](21). Se puede pensar en el estudio de Ernst Bloch sobre Thomas Münzer, publicado en 1921, “Münzer, teólogo de la revolución”(22), o en el de Lucien Goldmann “El hombre y lo absoluto. El dios oculto”(23), un estudio de la “visión trágica” en Jean Racine y Pascal. De hecho, Goldmann comparó la creencia en el socialismo con una forma de fe religiosa. Mariátegui escribió sobre Juana de Arco(24). Asimismo, es bien conocido el proyecto de Walter Benjamin que conectaba el materialismo histórico y algunos aspectos del mesianismo judío.

Sin embargo, estas referencias al pensamiento religioso eran relativamente marginales en las teorías críticas pasadas. En el “canon” marxista, es decir, en los principales pensadores marxistas hasta la década de 1970, la religión era sin duda un objeto de análisis. Pero una cosa es estudiar la función de la religión en una sociedad capitalista, como lo hicieron Marx o Lenin, y otra totalmente diferente inspirarse en doctrinas religiosas como lo hicieron Goldmann y Benjamin, o como lo hacen en la actualidad Badiou, Negri, Žižek y hasta hace poco Bensaïd. Entonces, ¿cómo podemos explicar esta presencia de la religión en las teorías críticas contemporáneas? La respuesta tiene tres componentes. En primer lugar, es el resultado lógico de la “fuga hacia la abstracción” típica del marxismo occidental. En otras palabras, después de la epistemología y la estética, viene la teología. En segundo lugar, estas referencias religiosas no se refieren a la religión en general, sino a un problema teológico en particular: el problema de la creencia o la fe. De eso se trata en el caso de Pascal, San Pablo, los marranos y Job. La pregunta que plantean estas figuras es la siguiente: ¿cómo es posible seguir creyendo, cómo mantener la fe en Dios, cuando las circunstancias son hostiles a la creencia? ¿Por qué se debería creer en Dios cuando el mundo parece tan injusto o irracional?

Los pensadores críticos contemporáneos han sentido la necesidad de responder una pregunta similar, porque en el siglo XX todos los intentos de construir una sociedad socialista fracasaron o terminaron en desastre. A fines del siglo pasado, el registro histórico no resultaba, obviamente, muy bueno para la creencia en el socialismo. Esa es la razón por la cual esta creencia, como la creencia en Dios, necesita justificación, contra toda evidencia. Y entonces es cuando entran en escena Pascal o San Pablo. La justificación de la creencia contra toda evidencia es lo que mejor hace la teología, y por esa razón los pensadores críticos están hoy tan interesados en tales argumentos. Así, puede observarse en las teorías críticas de la actualidad una suerte de fideísmo, un fideísmo político (una teoría de la fe no racional).

Un segundo aspecto de esta cuestión es más sociológico. El así llamado “retorno de la religión” de fines del siglo XX no es solo observable en las teorías críticas. Es un fenómeno mucho más general. Si hoy persiste el “desencanto del mundo” o se está produciendo un retorno de la religión, es de hecho una cuestión que se puede debatir. Pero lo que parece cierto es que la religión ha hecho un estruendoso reingreso en el campo político, con corrientes como el islamismo o el fundamentalismo evangélico. Esta nueva alianza entre religión y política es una característica importante de la política contemporánea.

Por ese motivo, algunos pensadores políticos –como por ejemplo Terry Eagleton o Michael Löwy– han aceptado el desafío y tratan de mostrar que hay un aspecto progresista o hasta revolucionario en las religiones. Básicamente, esto es lo que Eagleton ha dicho en sus controversias con Christopher Hitchens y Richard Dawkins(25), o en la introducción a una nueva edición de “Jesucristo. Los evangelios”(26). Esto es también lo que Löwy trata de mostrar en sus varios escritos sobre la Teología de la Liberación en América Latina.

El fin de la hegemonía marxista

La última característica de las teorías críticas contemporáneas que mencionaré es quizás la más importante. Es un hecho que el marxismo ya no es hegemónico entre las teorías críticas. Como teoría, hoy el marxismo goza de buena salud. Se podría incluso sostener que nunca en su historia ha sido tan rico e interesante desde un punto de vista analítico, en particular en el mundo anglosajón, aunque no solo allí. Autores como Robert Brenner, Giovanni Arrighi, Immanuel Wallerstein, David Harvey, Mike Davis, Leo Panitch, entre otros, han desarrollado perspectivas marxistas innovadoras en sus campos respectivos. En los últimos tiempos, el marxismo también pudo adoptar nuevos objetos, como la ecología. Así, el marxismo ecológico, con autores como John Bellamy Foster, Daniel Tanuro, Paul Burkett, Ted Benton o James O’Connor, es una de las áreas más creativas del marxismo. Esta capacidad de adaptarse a los desafíos intelectuales de una nueva época es quizás el principal criterio por el que se puede juzgar la vitalidad de una tradición intelectual, y creo que es evidente que el marxismo ha pasado el examen.

Sin embargo, aun si el marxismo está en su punto más interesante desde el punto de vista analítico, perdió su hegemonía sobre las teorías críticas, la clase obrera y los movimientos sociales más en general. Desde fines del siglo XIX la década de 1980, el marxismo fue el idioma principal en que se formuló la experiencia de la injusticia, no solo en Occidente, sino en muchas otras áreas del mundo. El marxismo no era solo una teoría elaborada por y para intelectuales, era una ideología transmitida por organizaciones y regímenes que incluían a millones de personas. Casi todas estas organizaciones han desaparecido. Hoy, por primera vez en su historia, los marxistas se han convertido en una minoría dentro de un conjunto amplio de teorías críticas en el que dominan las teorías críticas no marxistas. El idioma teórico dominante en este conjunto amplio es el posestructuralismo, que se puede encontrar, por ejemplo, en los estudios poscoloniales y culturales.

Entonces, una hipótesis que se puede formular es que la actual crisis económica, que es una crisis orgánica del sistema en su totalidad, va a cambiar las relaciones intelectuales de fuerza dentro del campo de las teorías críticas. El marxismo es una teoría de la crisis par excellence, mientras que las teorías críticas no marxistas, como el posestructuralismo, la filosofía de Jacques Rancière o la teoría del reconocimiento de Axel Honneth, tuvieron poco que decir sobre la crisis. Por lo tanto, luego de un paréntesis posmarxista, es posible –y deseable, en mi opinión– que regrese el marxismo en formas más clásicas.

Conclusión

Para concluir, me gustaría comparar dos formas de compromiso intelectual que están separadas por más de 40 años. Durante la ocupación del Zucotti Park en Nueva York en el otoño de 2011, intelectuales críticos aclamados –entre los que se encontraban Žižek, Judith Butler y Cornel West– se acercaron para dar su apoyo a los ocupantes y hablar frente a ellos. Sus discursos eran transmitidos a través de los llamados “micrófonos humanos”. Una extraña ley neoyorquina prohíbe el uso de micrófonos eléctricos en espacios públicos, por lo que la única forma de que las voces de los oradores se trasmitieran era que los que estaban en las primeras filas le repitieran a la multitud en voz alta cada una de sus afirmaciones. Estos discursos fueron rápidamente publicados en YouTube.

Por supuesto que esta no fue la primera vez que intelectuales políticamente comprometidos hablaron en apoyo de un movimiento de protesta. La escena del Zucotti Park evoca un célebre discurso que dio el filósofo francés Jean-Paul Sartre en la planta automotriz de Renault en Boulogne-Billancourt, cerca de París, en 1970. Una famosa fotografía muestra a Sartre parado sobre un barril, dirigiéndose a los huelguistas y diciéndoles que la alianza entre los intelectuales y la clase obrera que existió alguna vez debía ser reconstruida. Eran tiempos de agitación revolucionaria, tanto en Francia como en otros lugares, y los intelectuales eran forzados a tomar partido. Se puede encontrar la fotografía en internet.

A pesar de las similitudes visuales, estas dos escenas, separadas por más de 40 años, son de hecho muy diferentes. En primer lugar, Sartre hablaba frente a trabajadores de la industria automotriz, mientras que Žižek, Butler y West se dirigieron a una audiencia mucho más indefinida. La sociología exacta del movimiento Occupy y de las recientes movilizaciones globales aún está en debate. Pero parece indiscutible que sus miembros se han reclutado más entre las clases medias que en el movimiento obrero al estilo del de los siglos XIX y XX, grupos con un “capital cultural” más alto, aunque también se involucren importantes sectores de las clases trabajadoras.

En segundo lugar, Žižek, Butler y West no hablaron frente a una fábrica ocupada, como lo hizo Sartre, sino en un espacio público. La ocupación de espacios públicos es el sello de estos nuevos movimientos, no solo del movimiento Occupy sino también de la “primavera árabe”, por ejemplo. La diferencia con los movimientos pasados es importante. La ocupación de los espacios públicos es, de hecho, una cuestión de “reclamar la calle” o de demandar el “derecho a la ciudad”, como diría Harvey. Pero también es un síntoma de que estos movimientos no saben qué más ocupar. Se ocupan fábricas cuando se desea hablar y organizar a la clase obrera, cuando se piensa que la clase trabajadora es una clase revolucionaria. Pero ¿a quién desean organizar los movimientos actuales cuando ocupan lugares públicos? Al “99%”, pero sin dudas esta es una categoría muy vaga…

Hay una tercera diferencia crucial entre las dos escenas. Sartre nunca fue en realidad un miembro de una organización de la clase obrera. Pero su universo político e intelectual estaba construido alrededor de la existencia de estas organizaciones, y ellas estructuraron el campo político en que Sartre habló cuando se dirigió a los trabajadores. Sartre fue compañero de ruta, primero del Partido Comunista francés (PCF), y luego de las organizaciones maoístas. Y ¿qué se puede decir sobre Žižek, Butler y West? Como ya mencioné, los intelectuales críticos de la actualidad, sin importar cuán políticamente comprometidos y radicales puedan ser, “flotan libremente” y no están orgánicamente conectados a ningún tipo de organización.

Creo que cuando tratamos de entender qué son las teorías críticas contemporáneas, necesitamos entender las diferencias entre estas dos escenas: Sartre en 1970, por un lado, y Žižek, Butler y West en 2011, por el otro. Es evidente que no se puede volver al tiempo de Sartre, no es posible ni deseable. Pero es indudable que con la actual crisis del capitalismo se necesitan compromisos intelectuales que estén más conectados con organizaciones políticas y sociales existentes y que, a la vez, estén basados en mapas más precisos de las fuerzas sociales efectivas

(1) Paidós, Barcelona, 2000.

(2) E. Laclau: La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2005.

(3) Abelardo Ramos (1921-1994) animó la llamada «izquierda nacional» –con un fuerte contenido antiimperialista y latinoamericanista– y una interpretación revisionista de la historia argentina. Estas visiones lo acercarían al peronismo. Es autor, entre otros libros, de Revolución y contrarrevolución en la Argentina (cinco tomos) e Historia de la nación latinoamericana (dos tomos) [N. del E.].

(4) Hay edición en español: Siglo XXI, México, DF, 2000.

(5) Cuenco de Plata, Buenos Aires, apostilla de Marcelo Topuzian.

(6) Tecnos, Madrid, 1985.

(7) Taurus, Madrid, 1998.

(8) Alianza, Madrid, 2006.

(9) Siglo XXI, México, DF, 1967.

(10) Akal, Madrid, 2015.

(11) Anthropos, Barcelona, 1999.

(12) Manantial, Buenos Aires, 1999.

(13) Manantial, Buenos Aires, 2008.

(14) Trotta, Madrid, 2006.

(15) Paidós, Madrid, 2002.

(16) Paidós, Buenos Aires, 2004.

(17) Pre-Textos, Valencia, 2002.

(18) Fayard, París, 1997.

(19) Jeanne de guerre lasse, Gallimard, París, 1991.

(20) D. Bensaïd: Une lente impatience, Stock, París, 2004.

(21) Brill, Leiden-Boston, 2007.

(22) Antonio Machado, Madrid, 2002.

(23) Península, Barcelona, 1995.

(24) «La santificación de Juana de Arco y la mujer francesa» en El Tiempo, 23/8/1920, disponible en www.marxists.org.
(25) T. Eagleton: Razón, fe y revolución, Paidós, Barcelona, 2012.

(26) Akal, Madrid, 2012

Tomado por acuerdo con la Revista Nueva Sociedad (http://nuso.org/) del número 261, Enero-Febrero 2016, y publicado con autorización de su autor.

  • Profesor titular de Sociología en la Universidad de París-Sorbonne (París IV). Es autor de Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos (Siglo XXI, Madrid, 2013) y de La nature est un champ de bataille. Essai d’écologie politique (La Découverte, París, 2014).

Entrevista con Raewyn Connell:Masculinidades, colonialidad y neoliberalismo

Entrevista con Raewyn Connell:Masculinidades, colonialidad y neoliberalismo

Mélanie Gourarier, Gianfranco Rebucini, Florian Voros

Viernes 20 de septiembre de 2013
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Raewyn Connell, profesora de sociología en la Universidad de Sydney, estuvo en París el pasado junio en el marco de las jornadas de estudios “Les masculinités au prisme de l´hégémonie” en la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Ocasión para hablarde su trayectoria de investigadora así como sobre la historia y la actualidad de los planteamientos críticos de las masculinidades.

Tras haber consagrado sus investigaciones a las dinámicas de clase (Ruling Class, Ruling Culture 1977) y a las relaciones entre relaciones de clase y de género en el medio escolar (Making the Difference, 1982), Raewyn Connell desarrolla una teoría del género como estructura social (Gender and Power, 1987). Publica en 1995 la obra Masculinities, rápidamente traducida a varias lenguas europeas, así como al japonés, chino y hebreo entre otras. Esta obra constituye una referencia mayor para las ciencias sociales y para el desarrollo de los estudios sobre las masculinidades [masculinity studies].

Los masculinity studies se han constituido en particular alrededor del concepto de “masculinidad hegemónica”, que aparece en Australia en trabajos de sociología de la educación al comienzo de los años 1980, antes de conocer su primera formalización teórica en un artículo de 1985 (Carrigan, Connell, Lee “Towards a new sociology of masculinity”). Raewyn Connell plantea luego una conceptualización renovada de este concepto (Masculinities, 1995/2005; “Hegemonic Masculinity : Rethinking the concept”, 2005) que despliega sobre nuevos terrenos: la salud, la sexualidad, la colonialidad (Southern Theory, 2007) y la globalización (Gender: in world perspective, 2009). Este concepto intenta analizar los procesos de jerarquización, de normalización y de marginación de las masculinidades, mediante las cuales ciertas categorías de hombres imponen, a través de un trabajo sobre ellos mismos y los demás, su dominación a las mujeres, pero también a otras categorías de hombres.

Para empezar, nos gustaría que nos hablaras sobre el contexto de emergencia del concepto de masculinidad hegemónica. ¿Como explicas que el proyecto de los masculinity studies haya sido formulado por primera vez en la Australia de los años 1980?

¡Lo primero que tenéis que saber es que en Australia no solo hay cocodrilos y canguros! Más en serio, es importante recordar que Australia es un país mayoritariamente urbano, dependiente económicamente de la exportación de minerales y productos agrícolas. En la primera mitad de los años 1980, el país conocía una profunda transformación cultural y se disponía a atravesar una importante transición económica. Un rodeo histórico se impone para comprender ese singular contexto.

La Australia moderna es el resultado de la invasión europea de un territorio ocupado desde hace al menos cuarenta mil años por pueblos indígenas que habían construido en él una cultura y una relación con la tierra complejas. Los colonos aplastaron a las sociedades aborígenes en la casi totalidad del continente (solo un tercio de la población aborigen ha sobrevivido), para establecer en él un puesto de vanguardia masculinizado del capitalismo europeo, especializado en el comercio de materias primas (lana, minerales, trigo, carne) con la metrópoli.

Las olas migratorias europeas, asociadas a políticas estatales de desarrollo, han generado ciudades e infraestructuras orientadas hacia la industria de la exportación. La población colonial blanca ha desarrollado una ideología racista (cuya prolongación contemporánea es la política de “Australia blanca”), una identidad nacional masculinizada y una cultura dependiente, bastante leal hacia el Imperio británico. El siglo XX ha visto la emergencia de una economía industrial y de un estado providencia asociados a un sindicalismo poderoso, aunque una vez más dominado por los hombres, así como la aparición de una burguesía industrial. Estas transformaciones han tenido por efecto acelerar el desarrollo y la modernización del sistema educativo.

Los años 1960 y 1970 vieron la emergencia de protestas contra este orden social. Primero con el renacimiento político y cultural aborigen, que desembocó en el movimiento por el derecho a la tierra [Lands Rights movement]. Un movimiento estudiantil iconoclasta fue luego el laboratorio de una contracultura, de la que surgió en particular un movimiento ecologista. Un movimiento por la paz se oponía entonces a la implicación de Australia en las guerras imperialistas. Lo que nos interesa más directamente en esta historia, es la emergencia de una impugnación feminista del patriarcado australiano que se formuló en ese momento, rápidamente seguida por los combates gay y lesbiano contra la represión y la discriminación sexual.

El movimiento de liberación de las mujeres fue particularmente influyente durante los años 1970. Algunas feministas se acercaron a los grupos modernizadores en el interior del Partido Laborista, desplegando así su influencia en el corazón del estado. Otros crearon programas de women´s studies en la universidad, trasformando las formas de estudiar la historia, la literatura y la sociología. Más en general, el impacto cultural del feminismo permitió la emergencia de cuestionamientos sobre el sexismo y la subordinación de las mujeres en los terrenos de la educación, los medios, la sexualidad, la vida familiar, el trabajo y el sindicalismo.

Varios factores han convergido así en el alba de los años 1980 y permitido una puesta en cuestión de los hombres y de la masculinidad. El militarismo y el heroísmo guerrero habían sido vivamente criticados por el movimiento por la paz. La masculinidad heterosexual era cuestionada por el movimiento de liberación gay; y, a medida que se desarrollaba la epidemia de VIH/sida, era también la masculinidad gay la que se veía cuestionada. Las ciencias sociales feministas ponían en cuestión al “naturalidad” de las formas dominantes de masculinidad. Habiendo sido obtenidos un cierto número de avances feministas a través de las alianzas con hombres en el seno del Partido Laborista y de las burocracias del estado, la cuestión de la participación de los hombres en cambios positivos en las relaciones de género ganaba también en visibilidad.

Por otra parte, los dos mayores novelistas australianos de la era moderna son una mujer, Christina Sead, y un hombre homosexual, Patrick White; no se puede por tanto hablar de un establishment cultural patriarcal poderoso en Australia. La New Left y la contra cultura han dado a los y las jóvenes intelectuales de mi generación el sentimiento de que toda institución podía y debía ser puesta en cuestión. La expansión del sistema universitario (en el marco de la política modernizadora del estado australiano de los años 1940 a 1970) dio a muchos y muchas de nosotras una base institucional y recursos para la investigación.

Esos años constituyen por tanto un momento histórico en el que los muros que protegían la masculinidad convencional se agrietaban repentinamente, mientras nuevas coaliciones emergían y desarrollaban nuevas perspectivas.

¿Porqué has utilizado el concepto de hegemonía, en lugar de otra conceptualización de la dominación, para estudiar las masculinidades?

El concepto de hegemonía circulaba ya en el seno de la izquierda australiana en los años 1970 para pensar las relaciones de clase. Utilizábamos este concepto para analizar el poder de los hombres de negocios y de los hombres políticos conservadores en un país que tenía un movimiento sindical muy poderoso y un Partido Laborista capaz de ganar elecciones. Este concepto es por otra parte un elemento central del marco teórico de Ruling Class, Ruling Culture /1.

El término venía de Antonio Gramsci. Una parte de su trabajo estaba entonces disponible, en traducción inglesa o bajo al forma de comentarios. Su nombre era conocido. Había una emigración italiana hacia Australia, y la izquierda australiana seguía de cerca la actualidad del Partido Comunista italiano (que tenía culto por Gramsci), de la “vía italiana” y del eurocomunismo. Había estudiado también ese concepto en un contexto muy diferente, en el marco de enseñanzas de licenciatura en la Universidad de Melbourne. Estudiaba entonces la política griega de los siglos cuarto y quinto antes de JC, de donde viene la idea del eghemon en una alianza de fuerzas políticas /2.

El empleo del término de hegemonía se ha aceptado luego como evidente cuando se trata de analizar una configuración particular de las relaciones de género, una situación en la que la centralidad, el leadership y el poder de una minoría se habían estabilizado; y donde esta predominancia era menos impuesta por la fuerza que orgánicamente integrada en la cultura y las rutinas de la vida cotidiana.

Siempre he sido muy reticente respecto a las teorías funcionalistas y las teorías de la reproducción social, tanto si emanan de la derecha como si lo hacen de la izquierda, refiriéndose a la clase o el género. Cuando esas teorías son producto de intelectuales conservadores (como Parsons o Easton), se convierten en parte del orden hegemónico. E incluso cuando emanan de pensadores más progresistas (como Althusser, Bourdieu o Poulantzas), esas teorías tienden a inhibir, más que a aumentar, la capacidad del actuar militante. Mi reticencia hacia esas teorías se desarrolló en particular cuando realicé mi trabajo sobre enseñantes en la escuela pública, a quienes no es de ninguna ayuda explicar que están destinados y destinadas a la reproducción de las jerarquías sociales. De lo que tienen necesidad, es de teorías que trabajen prácticas pedagógicas de transformación social.

En el artículo “Rethinking the concept” /3, vuelves sobre los usos, las críticas y las traducciones culturales de que ha sido objeto el concepto de masculinidad hegemónica. ¿Cuál ha sido, como consecuencia, el efecto de esta circulación globalizada del concepto sobre tu propio trabajo?

Es paradójico. La proliferación globalizada de las investigaciones sobre las masculinidades es tal que no soy capaz de seguirlas todas. Me esfuerzo por leer lo más posible y muchas personas tienen el detalle de hacerme llegar sus trabajos –a veces en lenguas que no puedo leer, ¡pero me siguen interesando!

Este giro global de los estudios sobre la masculinidad debe alertarnos sobre la dimensión colectiva de la producción de conocimientos, así como sobre el carácter internacional de la fuerza de trabajo implicada en este proceso. Las ciencias sociales anglofonas mainstream son muy autorreferenciales y no se confrontan suficientemente con los demás contextos geográficos y culturales. Por contraste con algunos de mis colegas anglófonos, creo que mi visión más sombría y más compleja de los temas ligados a la masculinidad, proviene de mi localización en las orillas del Pacífico Sur y de mi colaboración con investigadores e investigadoras más allá de la metrópoli.

Esta circulación globalizada de las ideas me ha obligado también, con el tiempo, a cuestionar algunos de los presupuestos constitutivos de la primera versión de mi modelo de la hegemonía en las relaciones de género. La ironía está en que me doy cuenta ahora de que ¡ese modelo inicial en realidad tiene mucho en común con los sistemas teóricos cerrados que, por otra parte, me esforzaba por superar! Un mejor conocimiento de la historia del colonialismo, de las sociedades postcoloniales, así como de sus dinámicas de género, me ha obligado a reconocer que no se puede tomar como presupuesto de partida la existencia de un orden de género estable. Primero porque los órdenes de género precoloniales no son ellos mismos estáticos. Pero sobre todo porque la colonización destruye las estructuras sociales locales y las dinámicas que les son propias. Luego, el colonialismo reconstruye –o se esfuerza por reconstruir– un orden del género que se basa en nuevas bases; pero lo que resulta de ello es una sociedad de tensiones exacerbadas y violencia endémica. Las relaciones de poder postcoloniales globalizadas repiten estas dinámicas y esos conflictos en nuevos términos. En relación al modelo inicial, hoy concibo la hegemonía como una tentativa de realización del poder [achievement of power] más repleta de contradicciones, históricamente transitoria y más directamente ligada a la violencia.

¿Como pueden los estudios sobre las masculinidades contribuir a la lucha contra el masculinismo y a la resistencia frente al backlash antifeminista?

Hay dos aspectos en esta cuestión. Los masculinity studies son ante todo un proyecto de producción de conocimientos: investigar, teorizar, publicar, difundir. Creo (¡pero se trata de una creencia ciega por la herencia de la Ilustración y por las tradiciones protestante y socialista de las que he salido!) que la producción del saber y la enseñanza pública son capaces de hacer retroceder los prejuicios y el obscurantismo. Un corpus de conocimientos sólidos y accesibles sobre los temas relativos a las masculinidades es en sí un recurso social.

La otra vertiente de esta cuestión, más política, se refiere a las formas en que las ideas producto de este corpus de conocimientos pueden ser desplegadas en combates por la igualdad de género. Una contribución importante de los masculinity studies puede aquí sencillamente consistir en el aporte de la prueba –ya muy bien documentada– de que las masculinidades son diversas e históricamente cambiantes. El dogma de la fijeza de los caracteres masculinos (o femeninos) es en efecto una pieza esencial de la caja de herramientas de los reaccionarios de género, ya sea su lenguaje pseudo científico o pseudo religioso. Podemos demostrar ya, con pruebas, lo absurdo de ese dogma.

Puede también ser importante mostrar que los hombres no se benefician en bloque /4 de los dividendos masculinos generados por un orden de género patriarcal. Hay niveles de beneficio muy diferentes y ciertos grupos de hombres pagan en realidad un precio muy caro (en pobreza, en violencia, en depresión) por el mantenimiento del orden de género en vigor. Lo que quiere decir que ciertos hombres (y su número no hace más que aumentar) sacarán beneficios de la transformación progresista del orden de género y que pueden por tanto constituir aliados en el combate por el cambio. Tales coaliciones han emergido en el seno de la generación precedente /5 y continuarán emergiendo. Actualmente en marcha –un ejemplo entre otros es la implicación de hombres en investigaciones y programas de acción contra la violencia de género con los que colaboro en Asia del Sudeste.

En Francia eres conocida esencialmente como una socióloga especialista de las masculinidades. Sin embargo, tus primeros trabajos versan sobre las relaciones de clase y tus trabajos más recientes sobre la globalización y la colonialidad del poder. ¿Cómo se articulan estas tres dimensiones?

Mis publicaciones iniciales trataban de hecho sobre la concienciación social y política de los niños (retomaba algunas ideas de Piaget) y sobre las políticas electorales de derechas en Australia. Desde hace más de cuarenta años estoy en el mundo de la investigación y he trabajado en un amplio abanico de cuestiones que van desde la educación escolar a la teoría social crítica, pasando por el análisis de género, la sexualidad y la prevención del VIH, el trabajo de los y las intelectuales, o la reforma estatal –y muchas otras cosas, disponibles en mi página web www.raewynconnell.net.

Estos diferentes proyectos no están necesariamente unidos por una coherencia. Me he dedicado a responder a los problemas públicos, a las crisis y a los nuevos marcos de pensamiento según se planteaban. He trabajado en el seno de una decena de equipos de investigación, que utilizaban cada uno estilos y métodos de investigación diferentes. Sería falso decir que cada uno de esos proyectos formaba parte de un gran proyecto crítico coherente.

Pero pienso que existen conexiones entre esos proyectos. Es en cualquier caso la tesis convincente de Demetris Z. Demetriou, que ha estudiado atentamente las relaciones entre mis investigaciones sobre las relaciones de clase y las realizadas sobre las relaciones de género /6… ¡y debo confesar que es un poco aterrador ver tu propio trabajo sometido a una lectura tan rigurosa!

Creo que mis investigaciones sobre las masculinidades, las relaciones de clase y la colonialidad del saber comparten un mismo compromiso crítico hacia el poder, las desigualdades sociales, la institucionalización de los privilegios y la justicia social en su sentido más amplio.

Comparten también una conciencia histórica (una de mis obras más conocidas en Australia se titula por otra parte Class Structure in Australian History /7) y, así, una atención a los cambios estructurales y a las luchas sociales. Es un método que me parece esencial para toda investigación –incluso muy localizada– movida por una preocupación por la justicia social.

Esas agendas de investigación tienen además en común el dedicarse a dar cuenta de la textura de lo real, de la materia rugosa de los procesos sociales y de la irreductibilidad de las gentes, de la experiencia y de las instituciones. Durante estos años, la entrevista biográfica y el análisis por estudio de casos son las herramientas que he utilizado más. Se trata de un método lento, laborioso, reacio a la automatización. No tiene igual para dar cuenta de la complejidad de las situaciones locales a la vez que toma el pulso de las dinámicas globales. Este método fuerza igualmente a los y las investigadoras a interactuar con personas de carne y hueso, que las rutinas científicas tienden a abstraer a través de su léxico: “sujeto”, “actor”, “agente”. Ellos y ellas están entonces obligados a tratarles con respeto, incluso cuando sus prácticas sociales les resultan detestables. Me he encontrado por ejemplo en esa situación durante mis entrevistas con hombres de negocios.

En Southern Theory, propones un relato alternativo de la producción del saber en ciencias sociales. ¿Cuáles son las implicaciones de este planteamiento crítico para los estudios de género y, más en particular, para el estudio de las masculinidades?

La tesis de Southern Theory tiene numerosas implicaciones para los estudios de género. Consagro justamente una parte importante de mi trabajo más reciente al estudio de estas implicaciones.

En una palabra, lo que entendemos por gender theory es de hecho una teorización de las relaciones de género salida de la metrópoli global, es decir de Europa y de América del Norte. Entonces no es sorprendente que esta teorización tenga sentido en relación a las experiencias sociales propias de esas regiones. Por evidente como pueda parecer desde el punto de vista de la sociología del conocimiento, esto es raramente tomado en cuenta en los estudios de género tal como son practicados.

Sin embargo esos países no se han desarrollado de forma aislada: hablamos de metrópolis coloniales de antaño y de los centros del capitalismo globalizado de hoy. Esos países han construido una economía global del saber en la que la metrópoli es el lugar de la teoría y la periferia (donde vive la gran mayoría de la población mundial) es el lugar de la recogida de datos. La producción del saber en la periferia está entonces fuertemente subordinada a los conceptos, teorías, metodologías y paradigmas de la metrópoli. Se trata de un modelo general, que se aplica a los estudios de género.

Sin embargo, las sociedades colonizadas se han dedicado a pensar la colonización independientemente de los colonos. Las sociedades de la periferia continúan produciendo un trabajo intelectual a contracorriente de esta economía dominante del saber. Es lo que llamo “la teoría del Sur” [southern theory], que no es un “saber indígena” estático, sino una respuesta intelectual a la experiencia social de la colonización y a las sociedades postcoloniales de hoy. Southern Theory cuenta la historia de un amplio conjunto de proyectos intelectuales llevados a cabo en diferentes continentes. La obra se inscribe en un movimiento teórico más amplio y en pleno auge que muestra la riqueza del pensamiento social salido de las diferentes regiones del sur, entre ellos Alternative Discourses in Asian Social Science /8 de Farid Alatas, Provincializing Europe /9 de Dipesh Chakrabarty, o también Theory from the South /10 de Jean and John Comaroff.

Re-Orienting Western Feminisms /11 de Chilla Bulbeck es un libro que muestra la proliferación del pensamiento feminista por las diferentes regiones del Sur. Hay igualmente excelentes revistas feministas como Cadernos PAGU y Estudos Feministas en Brasil, Feminist Africa en Africa del Sur, l’Indian Journal of Gender Studies en India, Debate Feminista en México, al-Raida en Líbano o también Australian Feminist Studies en Australia, de las que los y las investigadoras de la metrópoli pueden aprender mucho. Investigadoras feministas importantes como Bina Agarwal, Fatima Mernissi, Amina Mama, Heleith Saffioti o Teresa Valdés, deberían formar parte de todas las listas de lectura propuestas a los y las estudiantes de las universidades del Norte.

Los universitarios del norte que trabajan en el terreno de los estudios sobre las masculinidades tienen a veces conocimiento de las investigaciones empíricas sobre los países del Sur. Pocos se confrontan en cambio con los saberes sobre los hombres y las masculinidades producidos en los mundos postcoloniales. Esto se debe en parte a que estos últimos no son siempre etiquetados como “investigaciones sobre las masculinidades”. Hay sin embargo mucho que aprender de los escritos de Ashis Nandy /12 sobre las dinámicas interactivas en marcha en la formación de las masculinidades; de los de Octavio Paz /13 sobre los movimientos políticos y culturales conservadores en términos de género; así como de las novelas de Chinua Achebe /14 sobre el impacto del poder exterior sobre el mantenimiento de la autoridad masculina. Y no me refiero aquí más que a antiguas generaciones de intelectuales. Este trabajo de descentramiento es, creo, el desafío más importante a asumir por los estudios sobre las masculinidades de mañana.

Has insistido recientemente sobre la importancia de contemplar a los trabajadores/trabajadoras intelectuales como trabajadores/trabajadoras /15. ¿Cuáles son las implicaciones prácticas de ello?

Las enseñanzas que saco de las investigaciones que he consagrado al trabajo intelectual –ya se trate de historias de vida, de estudios cuantitativos o de teorizaciones, o que esos trabajos traten sobre Australia u otras regiones /16– nos conducen a lo que decía antes sobre la economía global del conocimiento. La producción del saber es un proceso social –un proceso social globalizado. Esta producción moviliza una fuerza de trabajo diferenciada que, contemplada a escala global, representa una formación social importante. Esta producción requiere recursos sociales, tiene consecuencias complejas y es históricamente cambiante.

Esto tiene implicaciones prácticas importantes. Es fundamental primero reconocer las posiciones diferenciadas de los diversos grupos implicados en lo que es aparentemente un campo académico unificado, en este caso los masculinity studies. ¿Qué tipo de trabajo obtiene los recursos? ¿Qué tipo de trabajo carece de recursos?

Contemplar a los y las investigadoras como trabajadores y trabajadoras equivale a colocar el foco sobre las relaciones concretas que ellos y ellas mantienen los unos con los otros, por ejemplo sobre las formas de trabajo cooperativo y prácticas comunicacionales que están implicadas en un campo científico dado. Esto coloca igualmente el foco sobre las formas de gubernamentalidad y de control que acaban rigiendo este campo científico –siguiendo el giro gerencial en la gestión de las universidades, de la parte creciente de los fondos privados en la financiación de la investigación, o de la predominancia de las ONGs y de los programas de ayuda en la financiación de la investigación social en los países pobres.

¿Cuál puede ser la contribución de los estudios sobre las masculinidades a la crítica del neoliberalismo globalizado?

La cultura neoliberal está –y es un punto importante– masculinizada desde el comienzo. El modelo del “actor racional”, alrededor del cual la teoría económica neoliberal se ha construido, es una figura masculina. Las políticas neoliberales, en su rechazo a toda forma de democracia participativa, no dejan de recurrir a la figura política del “hombre fuerte” y dedican un culto a la toma de decisión autoritaria, racional, eficaz y sin piedad. La mercantilización de los deportes de competición masculinos, de la Fórmula 1 a la Copa del Mundo de fútbol, constituye un laboratorio fascinante para el estudio del neoliberalismo y de las dinámicas de masculinidad.

Pero existen conexiones más concretas entre masculinidad y neoliberalismo, en particular vía el sistema de gestión empresarial. La globalización neoliberal produce nuevas instituciones y nuevos espacios sociales que se extienden a escala global –en particular a través de la World Wide Web, el estado de seguridad transnacional, los mercados mundiales y las firmas multinacionales. Cada una de esas instituciones está organizada por un régimen de género complejo y geográficamente extenso.

Son terrenos de formación de la masculinidad –y están hoy entre los terrenos más importantes a estudiar. Tenemos necesidad de más investigaciones en este dominio. Sería preciso que los estudios localizados sobre las masculinidades estén más atentos a las conexiones entre los contextos locales y esos terrenos globales.

En el corazón de las firmas multinacionales –así como más allá de esas firmas, en otros terrenos globales– se despliega la masculinidad de las nuevas élites de directivos y patronales. Siendo esas élites de difícil acceso, incluso para los investigadores del Norte, han sido puestas en pie diferentes estrategias de acercamiento : el estudio de las representaciones mediáticas de los directivos de las empresas, el estudio de sus huellas documentales, o también la entrada por la joven generación (este ha sido mi planteamiento). Algunos investigadores han logrado tener un acceso más directo y estoy segura de que se aprenderá pronto mucho de los resultados de estas investigaciones.

La investigación sobre las masculinidades no es por supuesto la única llave de comprensión del orden neoliberal mundial. Pero ésta ayudará a la comprensión del funcionamiento de las instituciones neoliberales, así como de los contextos en los que las decisiones son tomadas y las estrategias decididas.¿Cómo, por ejemplo, son pensados y puestos en marcha los proyectos de las firmas multinacionales que saquean las tierras, desplazan poblaciones, destruyen ecosistemas, generan violencia social o vierten polución para los próximos miles de años? El análisis de la dimensión de género de la cultura de los directivos empresariales, así como de los proyectos de vida de los hombres que dirigen esas firmas nos permitirá comprender mejor y así luchar mejor contra esos modos de gestión y de explotación.

10/09/2013

http://www.contretemps.eu/print/interviews/masculinit%C3%A9s-colonialit%C3%A9-n%C3%A9olib%C3%A9ralisme-entretien-raewyn-connell

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

Notas

1/ R.W. Connell, Ruling Class, Ruling Culture. Studies in conflict, power and hegemony in Australian Life, Cambridge University Press, Cambridge, 1977.

2/ NdT : Sobre este tema, George Hoare et Nathan Sperber escriben : “En griego antiguo, el término [hegemonía] deriva de eghestai que significa “dirigir”, “conducir”. Esta palabra dará más tarde lugar a la palabra eghemon que durante la guerra del Peloponeso, designaba la ciudad más poderosa, en posición dirigente en la alianza de las diferentes ciudades griegas entre si”. Introduction à Antonio Gramsci, La Découverte, Paris, 2013, p. 94.

3/ R.W. Connell, James Messerschmidt, “Hegemonic Masculinity : Rethninking the Concept”, in Gender & Society, vol. 19, n°6, 2005, p. 829-859.

4/ NdT : En francés en el texto.

5/ NdT : Sobre este punto, ver : Pauline Debenest, Vincent Gay et Gabriel Girard, “Les masculinités et les hommes dans les mouvements féministes, entretien avec Raewyn Connell” in Féminisme au pluriel, Syllepse, Paris, 2010, p.59-76.

6/ Demetris Z. Demetriou, “Towards a genealogy of R.W. Connell’s notion of ‘‘structure’’, 1971-1977”, in Nathan Hollier (dir.) , Ruling Australia, Australian Scholarly Publishing, Melbourne, 2004, p. 24-44.

7/ R.W. Connell, Terry Irving, Class Structure in Australian History : Documents, Narrative and Arguments, Longman, Melbourne, 1980.

8/ Syed Farid Alatas, Alternative Discourses in Asian Social Science : Responses to Eurocentrism, Sage Publishers, New Dehli, Thousand Oaks et Londres, 2006.

9/ Dipesh Chakrabarty, Provincialiser l’Europe. La pensée postcoloniale et la difference historique, trad. Nicolas Vieillescazes et Olivier Ruchet, Editions Amsterdam, Paris, 2009 [edición original: 2007].

10/ Jean Comaroff, John L. Comaroff, Theory from the South : Or How Euro-America Is Evolving Towards Africa, Paradigm Publishers, Boulder, Colorado, 2011.

11/ Chilla Bulbeck, Re-Orienting Western Feminisms : Women’s Diversity in a Postcolonial World, Cambridge University, Press, Cambridge, 1998.

12/ Ashis Nandy, The intimate ennemy. Loss and recovery of self under colonialism, Oxford University Press, New Dehli, 1983. NdT: Marc Saint-Upéry ha realizado un retrato intelectual y político Ashis Nandy, “L’expérience impériale et l’esprit indien”, in La Revue des Livres, n°5, mai-juin 2012.

13/ Octavio Paz, Le labyrinthe de la solitude, nouvelle édition augmentée, trad. Jean-Clarence Lambert, Gallimard, Paris, 1990 [edición original: El laberinto de la soledad, 1950]

14/ Chinua Achebe, Le monde s’effondre, trad. Michel Ligny, Editions Présence Africaine, Paris, 1966 [edición original: Things Fall Apart, 1958]

15/ Raewyn Connell, « La vocation de la sociologie : un travail collectif à l’échelle mondiale » in Dialogue global, vol. 3, n°3, mai 2013, p. 4-6.

16/ Una lista de los trabajos de Raewyn Connel sobre el trabajo intelectual es consultable en su página web .

Una vida de Michel Foucault, el filósofo que se atrevió a todo

Una vida de Michel Foucault, el filósofo que se atrevió a todo

25 noviembre 2013 § 21 comentarios

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Cuando murió, el 25 de junio de 1984, Michel Foucault era el pensador más famoso del mundo. Aunque quizá fuese algo menos popular de lo que había logrado serlo Jean-Paul Sartre después de la Segunda Guerra Mundial, desde fines de los 60 su obra ocupó el lugar central.

Michel Foucault murió a los 57 años: tenía sida en una época en la que la enfermedad era rápidamente mortal. El virus que la causa había sido descubierto, apenas un par de años antes de que el filósofo muriese, por Luc Montagnier, un investigador que fue discípulo del doctor Paul Foucault, padre de Michel.

Hijo, nieto y bisnieto de médicos, a Michel no le resultó fácil decirle a su padre que no iba a continuar la tradición familiar. A los once años sorprendió a sus mayores que daban por descontado que sería cirujano cuando les anunció que deseaba ser profesor de Historia. A pesar de tal atrevimiento infantil, Foucault mantuvo toda su vida una relación privilegiada con la medicina, aunque fue una relación signada por una desconfianza esencial.

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Desde muy niño el filósofo conoció el sufrimiento. Se sabía diferente y su entorno le demostraba de mil maneras que eso no estaba bien. Criado en un hogar en el que la fuerte tradición católica de la rama paterna regía hasta los mínimos detalles de la vida cotidiana, miembro de la puritana clase media provincial de las décadas del 30 y del 40, el muchachito había descubierto que, a diferencia de lo que decían la mayoría de sus compañeros, él se sentía atraído por los varones. Ese descubrimiento se volvió una tortura: no sabía qué hacer, a quién recurrir, cómo vivir.

En su hogar las presiones para que el niño se “encauzara” debían de ser intolerables. El filósofo contó, poco antes de morir, que siendo pequeño su padre lo llevó a una de las salas de operaciones del Hospital de Poitiers para que fuese testigo de la amputación de la pierna que se le estaba realizando a un enfermo. El objetivo era inducir al niño a que “se hiciese hombre”. La vida para él se convirtió en una tortura: hasta mediados de sus 20 años, Foucault intentó varias veces suicidarse, su afición al alcohol nació en esa época.

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Sin embargo, el haber sobrevivido al escándalo de ser un adolescente homosexual en un mundo que consideraba que esa orientación sexual era una enfermedad o una forma de degeneración moral, el haber sido capaz de superar semejante condena lo acostumbró al riesgo, lo fortaleció y lo capacitó para intervenir en los combates intelectuales que lo esperaban, no menos feroces que las crueles burlas y los brutales sarcasmos que tuvo que soportar en sus años de estudiante.

En principio, Foucault aprendió desde muy joven a enfrentar las cuestiones desde un lugar absolutamente original. En las disputas que la izquierda y la derecha mantenían durante los calientes años de la Guerra Fría, aunque se había alineado con la izquierda (incluso, ingresó al Partido Comunista, siguiendo a su amigo Louis Althusser), su posición estaba tan lejos de ser ortodoxa que no le resultó extraño a nadie que dejara el comunismo tan rápidamente como había ingresado. Nunca fue un izquierdista típico; sus posiciones políticas escandalizaban tanto a los conservadores como a los progresistas.

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Brillante en una generación de hombres brillantes (entre sus muchos compañeros de estudios se destacaban Pierre Bourdieu y Paul Veyne, entre sus amigos figuran Pierre Boulez, Roland Barthes y Gilles Deleuze), Foucault sobresalió desde el comienzo de su carrera universitaria. Sus maestros (Maurice Merleau-Ponty, Georges Dumézil, Louis Althusser, Jean Hyppolite, Georges Canguilhem) creyeron, desde que lo conocieron, que era “la promesa de su generación”.

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Aún siendo niño estaba obsesionado por ocupar los primeros puestos en el estudio. En Poitiers sólo era superado por un compañero cuyo nombre parece una broma del destino: Pierre Riviere (el mismo que el del asesino que escribió las famosas memorias que Foucault analizó en Yo, Pierre Riviere maté a mi padre…). Uno de los recuerdos más amargos de su adolescencia está relacionado con la lucha por la primacía en la escuela. El jovencito Michel vio llegar de golpe, en plena invasión alemana, a muchachos judíos que escapaban de París, ocupada por los nazis. Los jóvenes parisinos tenían, obviamente, mejor formación que los de Poitiers y enseguida superaron a Michel. El detestó tanto esta situación que se encerró en una fantasía que no lo abandonó: en ella los de París “desaparecían”, eran secuestrados y deportados de Poitiers. Esa fantasía se hizo realidad muy pronto: los chicos judíos fueron enviados a los campos de concentración. El adulto e iconoclasta Michel Foucault aún sentía culpa por la forma en la que la historia realizó su deseo.

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La Beatriz de Foucault fue Nietzsche. Como Beatriz guía a Dante en la Divina Comedia, la obra de Friedrich Nietzsche (especialmente los textos que escribió casi al borde de la locura) fueron para Foucault una iluminación. Casi como ningún otro de los expertos en Nietzsche (ni siquiera pensadores tan sutiles como Giorgio Colli), Foucault supo ver en el autor del Origen de la tragedia al poeta tanto como al filósofo, al artista tanto como al pensador. Para Foucault (como para Nietzsche) la forma, el tono poético que recorre su escritura y la apelación al aforismo nunca fueron cuestiones secundarias.

Nietzsche también le permitió sentirse más seguro para elaborar su punto de vista singular. Como suele suceder con muchos jóvenes que se sienten incómodos a causa de su posición de extraño a las normas y a los estilos que definen al grupo de “pertenencia”, también a Foucault la obra de Nietzsche le reveló el poder y el goce de ser diferente. Esta obra fue su guía y su sostén; le ayudó a comprender que tener un punto de vista original no era un pecado por el que debía pagar caro. Hay un par de aforismos nietzscheanos que lo acompañaron toda la vida, casi como mantras para una meditación personal. Uno de esos aforismos (el que, según el filósofo francés, marcó cada momento de su vida), él lo parafraseaba así: “Se trata de llegar a ser lo que uno verdaderamente es”. El otro reza: “El amor a la verdad es terrible y poderoso”.

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Entre las influencias que el propio Foucault consideró esenciales para su formación se destacan Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre (con quien se enfrentó más de una vez y de manera tan dura que le llevó mucho tiempo reconocer la deuda que tenía con su obra). No es casual que Sartre sea dramaturgo y novelista, además de filósofo. Como Roland Barthes, Foucault apreciaba sin discusión la obra literaria de Sartre. Tampoco es casual que Heidegger sea uno de los pocos filósofos que fundó gran parte de su reflexión sobre la poesía, a la que consideraba una potencia reveladora.

El punto de vista original que caracteriza la indagación foucaultiana, su mirada poco habitual en el mundo del pensamiento es, sin embargo, frecuente en el universo de la literatura. Se podría decir que Foucault es el más literario de los filósofos o el más filosófico de los escritores. Muchas de sus referencias “teóricas” son literarias. No es accidental, por ejemplo, que, al comienzo de Las palabras y las cosas, diga que la investigación de ese libro que lo catapultó a la fama (incluso, a la popularidad) nació de un fragmento de uno de los ensayos de Jorge Luis Borges que se encuentra en Otras inquisiciones: “El idioma analítico de John Wilkins”. Borges (al igual que su admirado Oscar Wilde) era un maestro en el difícil arte de expresar ideas extremadamente complejas y peligrosas mediante paradojas brillantes y sutilezas estilísticas.

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El estilo de Foucault (pero el estilo no es secundario, “el estilo es el hombre”) es literario: desde la inclusión de micronarraciones que son esenciales para el desarrollo del argumento hasta el trabajo con la escritura (una escritura que abunda en metáforas, una escritura que apela a transformar muchas de sus frases en epigramas, casi en versos, y a sus párrafos en aforismos) hacen de Foucault un escritor, antes que un pensador. El niño que decidió ser profesor de Historia se convirtió en uno de los escritores que más profundamente han reflexionado sobre la Historia, en un poeta del pensamiento y en un narrador teórico.

Su tesis principal (presentó dos; la segunda, titulada Kant, Anthropologie introducción, traducción y notas no se editó) fue presentada, en 1961, por G. Canguilhem y D. Lagache: era Historia de la locura en la época clásica. Apenas aparecido, el libro fue saludado como una contribución esencial a la historia de las mentalidades por historiadores de la talla de Fernand Braudel. A raíz de este texto comienza una serie de programas de radio dedicados a “historia de la locura y literatura” que se mantienen en el aire casi un año.

La Historia de la locura lo convierte en el pensador de moda en el medio intelectual francés. El diario Le Monde lo califica como un “intelectual absoluto, fuera del tiempo”. En ese libro fundacional, Foucault insiste en pensar la locura en su especificidad, no como una esencia inmutable que se mantendría a través del tiempo y las culturas (sólo cambiarían las formas de designarla), sino que es propia de cada momento histórico, de cada contexto cultural, social, económico. Mientras más precisamente es definida desde el punto de vista de la ciencia, la locura se convierte en cada vez más inaprensible. Sin embargo, su costado políticamente explosivo recién se pondrá de manifiesto tras el Mayo Francés, cuando Foucault se relacione con los antipsiquiatras, Ronald Laing y David Cooper, y con los que critican el encierro en el manicomio, como Basaglia.

A fines de ese año, Foucault termina de escribir El nacimiento de la clínica (libro al que presenta como “las sobras de la Historia de la locura“), que aparecerá dos años más tarde. La medicina vista desde la crítica más virulenta contra el saber médico sigue ocupando un lugar central en su pensamiento. A diferencia de los que critican la medicina moderna por sus errores (por los efectos secundarios que tienen los medicamentos o por los diagnósticos errados), Foucault critica la medicina en su “esencia”: el saber médico es negativo por sí mismo, sobre todo cuando “acierta”, porque por su mecánica destructiva ver a la enfermedad como algo a combatir crea las condiciones de nuevas enfermedades, que serán más difíciles de controlar.

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En 1966 aparece su libro más difundido, Las palabras y las cosas. La conclusión del ensayo contribuyó a que la prensa lanzara una polémica (para Foucault como para muchos otros intelectuales es una discusión fundamentalmente “mediática”) que ocupó durante meses las páginas de los principales periódicos franceses: la muy mal entendida cuestión de lo que se llamó “la muerte del hombre”. Foucault, que estaba interesado en desmontar el mecanismo de naturalización del pensamiento (un mecanismo que hace que se crea que los conceptos, así como también los problemas y las soluciones científicas, son eternos o casi porque el pensamiento es visto como si estuviera fuera de la historia), escribió, como conclusión de su investigación: “En todo caso, una cosa es cierta: el hombre no es el problema más antiguo ni el más constante que se haya planeado el saber humano (…) El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin. Si esas disposiciones desaparecieran tal como aparecieron, si, por cualquier acontecimiento cuya posibilidad podemos cuando mucho presentir, pero cuya forma y promesa no conocemos por ahora, oscilaran, como lo hizo, a fines del siglo XVIII, el suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena”.

En los apasionados días del Mayo Francés, el pensador se encontraba entre dos continentes (Europa y Africa) y, además, nadando entre dos aguas: pocas horas antes de la sublevación estudiantil Foucault es un académico de prestigio, un profesor querido, pero “elitista”, un hombre que está discutiendo con el gobierno el futuro de la educación secundaria y universitaria de Francia. Es un hombre que ha “renegado” de Marx. La mayoría de la izquierda lo califica de “violentamente anticomunista”.

Dicta cursos en Túnez a la vez que es nombrado profesor de la Universidad de Nanterre, que será una de las trincheras más ardientes durante la revuelta estudiantil. Casi todo mayo, Foucault permanece bloqueado en Túnez; recién puede abordar un vuelo a París el 27. Llega justo para sumarse al mitin de los líderes de la izquierda que se realizó en el estadio Charléty. Con idas y vueltas a Túnez, Foucault participa de las últimas manifestaciones francesas, antes de que el partido de De Gaulle gane ampliamente las elecciones convocadas por Pompidou. Foucault declara que las revueltas hiperideologizadas de los estudiantes franceses no le interesan demasiado. Agrega que, por el contrario, “la militancia violenta, corporal y necesaria” de los tunecinos le hizo redescubrir el amor a la militancia.

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Pocos días después de acabada la revuelta, Hélene Cixous lo invita a participar en la creación de la universidad de Vincennes. Aunque se lo convocó con el fin de dirigir el proyecto, Foucault sólo acepta ayudar a conformar los departamentos de psicoanálisis (en conjunto con el lacaniano Serge Leclaire) y de filosofía (junto a Alain Badiou). Mientras los intelectuales soviéticos en la revista Literatournaa Gazeta atacan duramente el “antimarxismo y antihumanismo” de Foucault, el nuevo ministro de Educación de Francia, Olivier Guichard, no le concedió validez nacional a la licenciatura en filosofía otorgada por Vincennes (donde el pensador enseñaba) porque “tiene demasiados cursos dedicados a la política y al marxismo”.

A comienzos de 1970 realiza su primer viaje a Estados Unidos. Desde allí conquistará al mundo intelectual. Al mismo tiempo que llega a Berkeley, a las experiencias con las drogas de manera muy tímida y a las prácticas sexuales sadomasoquistas no tan tímidamente, Foucault empieza a enfocar su trabajo sobre el problema del poder y de la relación entre saber y poder. En respuesta a un largo artículo que Althusser había publicado en La Pensée, en el cual los aparatos de Estado se diferencian según funcionen por la violencia o por la ideología, Foucault escribe un artículo que critica esa distinción. Es el origen de otro de sus libros más difundidos: Vigilar y castigar, que verá la luz un lustro más tarde. A la vez, funda el Grupo de Información sobre las Prisiones (GIP), como una forma de intervención específica sobre la realidad.

Es en esa época que Foucault escribe sobre las cárceles. Se interroga por qué las prisiones, a pesar de contener una población minoritaria, ejercen tal fascinación social. El cree que las prisiones fascinan porque permiten a los “buenos, a los ciudadanos irreprochables”, a los que se consideran socialmente “inocentes” ejercer el mal sin límites: “Todas las violencias y arbitrariedades son posibles en la prisión, aunque la ley diga lo contrario, porque la sociedad no sólo tolera, sino que exige, que al delincuente se lo haga sufrir”.

En su lección inaugural del Collge de France, el 2 de diciembre de 1970, Foucault expone sobre la cuestión del poder. Durante 13 años, cada miércoles a las 17.45 expondrá sus investigaciones. El tema del primer curso, titulado “La voluntad de saber”, es la contraposición de los modelos teóricos de Aristóteles y Nietzsche. La concurrencia fue tan masiva que no sabían dónde ubicar tanta gente.

Foucault comienza un período de apertura a todos los temas, a todas las formas de abordaje: los 70 serán años de intenso aprendizaje y de elaboración apasionada. Al regresar de su viaje a Irán (aún gobernado por el sha) en 1977, dirá una de sus frases más difundidas y, quizá, menos entendidas: “Hay más ideas en el mundo que las que se imaginan los intelectuales”.

La experiencia californiana que vivió durante sus últimos diez años fue esencial. En Berkeley enseñó (e investigó). En los saunas gay de Los Angeles accedió a prácticas sadomasoquistas que, además de subyugarlo, le permitieron desarrollar una reflexión original sobre el goce a través del dolor (es el Foucault más intenso y el menos difundido en las universidades).

A pesar de que su interés por la sexualidad pueda parecer obvio (interés reflejado en su última obra, los tres tomos de la Historia de la sexualidad), el enfoque que Foucault le da a la cuestión no lo es. Para el propio filósofo fue un problema acceder a pensar lo sexual. Cuando en sus años universitarios le dieron como tema de investigación filosófica “la sexualidad”, Foucault se enojó con Canguilhem por proponer “algo así como objeto de la filosofía”. Por el contrario, después de recorrer un largo camino, en sus investigaciones de los 70, él pregunta, en primer lugar, por qué la sexualidad es objeto de una preocupación moral (y ya la pregunta desarma la “naturalidad” de la cuestión, ya deja de ser obvio que el sexo es un problema moral: está claro que alguien, alguna institución, un poder necesita que el sexo sea supervisado por la moral).

Su obra se fue acercando a su ideal de vida: llegar a ser lo que verdaderamente se es. A la vez que el circunspecto Foucault el que había negado la importancia de la vida para la obra fue capaz de ir dejando de lado sus propios temores y se atrevió a manifestarse, comenzó a importarle no sólo quién habla, sino cómo se vive una experiencia. Esto iluminó su obra. Su filosofía se transformó en aquello que Sartre deseó producir pero no logró articular: una ética. La ética de Foucault nació cuando, en su reflexión, se encontró con sus maestros: los antiguos griegos. Esa intensidad final, nacida del riesgo, otorga a su obra una consistencia clásica. Quizá por eso sus ideas no parecieran correr el riesgo de desvanecerse como un rostro de arena en el borde del mar.

A paso lento en la dirección de siempre

A paso lento en la dirección de siempre
Editorial UCA
06/05/2016

Han pasado ya tres meses desde la captura de cuatro de los 17 exmilitares acusados de la autoría de la masacre en la UCA. Desde entonces, el asunto entró en una etapa de aparente aletargamiento. Otros temas llenaron los espacios de los medios y el acontecer diario ha pasado de largo ante algo tan importante para combatir la impunidad. Sin embargo, el proceso nunca ha dejado de moverse. El grupo de defensores de los acusados (tanto de los ya capturados como de los que están prófugos) no deja de tramar estrategias y presentar recursos para la no extradición de los exmilitares. En los más de 26 años transcurridos desde los asesinatos, el caso ha estado plagado de arbitrariedades y de flagrantes ilegalidades, ha padecido el desinterés de los Gobiernos de turno y ha provocado, cada vez que se pide justicia, el resurgir de amenazas de nuevos derramamientos de sangre.

Lo que ha sucedido en estos primeros meses del año no se distancia de la historia del caso a lo largo de cinco lustros. Primero, inexplicablemente, la Policía tardó un mes en proceder a las capturas. Y cuando las realizó, solo capturó a cuatro de los exmilitares, justo a los que ya fueron procesados en el simulacro de juicio de 1991. Los otros trece, los de más alto rango, los que nunca se han sentado en el banquillo de los acusados, siguen libres. O la Policía adolece de un grado alarmante de incapacidad, o este proceder evidencia, una vez más, la vergonzosa complicidad de los gobernantes de turno. Además, aunque del diente al labio se dice respetar la independencia de poderes, todo el que puede vierte su opinión para intentar influenciar la decisión del pleno de la Corte Suprema de Justicia, que debe decidir si la extradición aplica.

Por su parte, poco después de las capturas, el Presidente de la República convocó a los líderes de los partidos políticos para conversar con ellos sobre el cumplimiento de la notificación roja. Nunca trascendió el contenido de la reunión, solo se constató la complacencia de los dirigentes con la conducta gubernamental. El Vicepresidente de la República fue aún más lejos y se manifestó en los mismos términos que los defensores de los exmilitares. La asombrosa coincidencia de posiciones con los líderes de la derecha más conservadora del país también tiene su correlato en actuaciones que riñen con la ética, la honestidad y la transparencia.

Del lado de la Corte, hay magistrados que se han excusado de participar en el caso y otros que habiendo tomado postura pública antes en contra de la extradición, defienden con terquedad su derecho a conocerlo. También ha trascendido la noticia de la renuncia de algunos magistrados suplentes que, aunque no lo admitan, parece motivada por el deseo de no participar en esta deliberación. Los grandes medios de comunicación siguen jugando el mismo papel desde que se cometió la masacre, aunque ya no mienten con descaro como antes; hoy buscan disimular su parcialidad. La interposición del recurso del amicus curie por parte de cuatro instancias, entre ellas la UCA, no ha merecido ningún titular en los grandes medios, mientras que la opinión de abogados “notables” a favor de los exmilitares se publica con asombrosa extensión.

En realidad, aunque se viertan y repitan argumentos jurídicos, lo que hay en la mayoría de declaraciones son posiciones políticas. Se siguen lanzando razonamientos que han sido triturados por la racionalidad de un Estado democrático de derecho. Los abogados defensores, los juristas que dicen solo dar su opinión legal y, en general, los que defienden a los exmilitares vierten argumentos para oponerse a la extradición, pero ninguno se atreve a decir que los encausados son inocentes. Tácitamente, todos asumen la culpabilidad, porque si afirmaran que sus defendidos no han sido vencidos en juicio, estarían admitiendo que nunca han sido juzgados, como realmente sucedió. Ahora los que dan seguimiento al proceso temen que lo que se decida en torno a los cuatro capturados se extienda a los prófugos, para que puedan salir del escondite donde están protegidos institucionalmente. Ello representaría un ladrillo más en el edificio de la impunidad en el que se ha buscado confinar al caso.

Todo parece indicar que el asunto se está moviendo a paso lento, sin aspavientos, pero en la dirección de siempre: dejar en la impunidad las atrocidades cometidas durante el conflicto armado. Ojalá nos equivoquemos.