La descolonización y el giro des-colonial

La descolonización y el giro des-colonial1
NELSON MALDONADO-TORRES2
University of California, Berkeley, USA
nmt@berkeley.edu
1 Este artículo es producto de la investigación del autor sobre descolonización y giro des-colonial. Una versión anterior ha sido presentada en la conferencia «Insurgencias Políticas Epistémicas y Giros De-coloniales» en la Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, Ecuador, del 17-19 de julio del 2006. Previamente publicado en Comentario Internacional: Revista del Centro Andino de Estudios Internacionales, no. 7 (2006-2007):65-78.
2 Ph.D. in Religious Studies, Brown University. Profesor en el Departamento de Estudios Étnicos en la Universidad de California en Berkeley y Presidente de la Asociación de Filosofía del Caribe.
Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489

Intentaré delinear dos asuntos en este trabajo. El primero versa sobre la vigencia actual de la descolonización, y el segundo sobre la idea de un giro des-colonial. Este segundo tema conlleva discusión acerca de la idea de descolonización, cuyo origen se encuentra en el horror ante el «mundo de la muerte» creado por la colonización. Ese escándalo u horror es también el fundamento central de lo que denomino la actitud des-colonial.
Esta actitud es la base principal para una postura ético-política y teórica que plantea nuevas bases para el conocer, lo que denominaremos como razón des-colonial. Tanto la actitud como la razón des-coloniales son partes fundamentales de lo que se presenta aquí como el giro des-colonial, el que plantea la descolonización (y no la modernidad) como proyecto todavía inacabado a nivel global (El tema de la descolonización como proyecto inacabado se discute en Grosfoguel, Maldonado-Torres, y Saldívar, 2005:3-27. Véase también Mignolo, 2003).
I. Vigencia actual del discurso sobre la descolonización
La descolonización ya no es hoy una referencia extraña o una referencia a procesos políticos del pasado. No le debemos esto sólo a la propagación de los estudios poscoloniales en Estados Unidos y América Latina, sino que vemos el termino descolonización usado en referencia a procesos políticos actuales tanto en Estados Unidos con relación a la presencia desafiante de chicana/os, puertorriqueña/os y migrantes de América Latina en el seno de la sociedad estadounidense, y en América Latina, por grupos de afro-descendientes e indígenas tanto en Ecuador, como en Bolivia y Brasil (Ver Grosfoguel, Maldonado-Torres, y David Saldívar, 2005; Walsh, 2005). El tema se va extendiendo a Francia después de las revueltas de argelinos y otros africanos en los suburbios de París, en Alemania, con el esfuerzo de intelectuales alemanes de mostrar otro lado de Europa (tanto la colonizadora como aquella que se benefició con la interacción con África y la presencia negra en Europa), y aun en Rusia donde intelectuales de los antiguos territorios de la Unión Soviética intentan comprender su situación y opciones actuales tras la caída del imperio que los unía.3 Lo mismo puede decirse de sujetos en Cataluña y Palestina, quienes ya han notado paralelismos con poblaciones racializadas fronterizas en los Estados Unidos en el caso de los primeros, y con pueblos indígenas en el caso de los segundos.4 El tema de la descolonización no atañe pues solamente a poblaciones marginadas en las Américas. Es más bien un tema que progresivamente adquiere relevancia mundial pues la colonización se ha vuelto y ya ha sido desde mucho tiempo el modus operandi mismo de la globalización. Pudiera aún decirse que el problema del siglo XXI será en gran parte el problema de la colonización en la forma del empobrecimiento continuo de poblaciones racializadas, de la invasión de sus territorios por parte de un nuevo imperialismo que busca hacer de los mismos piezas claves en el triunfo de la expansión de la lógica del capital en todo el mundo, y de la creación de murallas de contención entre las zonas privilegiadas y el antes llamado Tercer Mundo—tómese el caso de la frontera México/Estados Unidos. Debemos también considerar que la globalización de la cultura estadounidense lleva consigo tanto la propagación del deseo por ciertos patrones de consumo, cierta visión del sujeto sumamente individualista y consumista, así como también, como apunta Lewis Gordon, las distintas fobias racistas que le fueron constitutivas a los Estados Unidos como nación (Gordon, 2000:159). Es decir, la globalización continúa funcionando en parte como expansión de ideales truncados de humanidad y subjetividad, tanto como de poder y conocimiento.
3 Temas relacionados a la descolonización han aparecido recientemente en Francia en discusiones sobre los «indígenas de la república», en Alemania en el Instituto de Estudios Poscoloniales y Transculturales (Institut für Postkoloniale und Transkulturelle Studien, INPUTS) en la Universidad de Bremen, y en Rusia en el trabajo de intelectuales como Madina Tlostanova. Agradezco a Ramón Grosfoguel por ponerme al tanto de la discusión intelectual en Francia luego de las revueltas y a Walter Mignolo por el contacto con INPUTS. 4 Se han tenido discusiones sobre estos temas en los Programas de Estudios Latinos/Chicanos y de Estudios Étnicos Comparados en la Universidad de California, Berkeley. 65 TABULA RASA No.9, julio-diciembre de 2008 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489
La izquierda mundial tiende a entender, sin embargo, la dinámica imperialista como una oposición entre poder hegemónico por un lado y países periféricos por otro, es decir entre un bloque privilegiado y uno explotado, sin notar que el imperialismo también procede a través de la implantación de jerarquías de ser y de valor que dividen al mundo, por un lado entre blancos y sujetos de color en el norte, y entre distintos tipos de mestizos y poblaciones excluidas de proyectos nacionales en el sur. Para pensar la complejidad de la colonialidad vale pensar, tal como Aníbal Quijano ha apuntado, que la llamada «dependencia» no se puede explicar sólo a partir de fuerzas exteriores que se imponen a los países previamente colonizados, sino también a fuerzas interiores que mantienen distintas jerarquías raciales en los países en cuestión (Quijano, 2000, 1997). Son estás jerarquías las que continúan siendo reproducidas tanto en las formas de imperialismo actual como en proyectos de nacionalización basados en la hegemonía blanca o mestiza. Además hay que añadir que entre los racializados mismos también se establecen jerarquías de valor, lo que significa que la «diferencia colonial» (Mignolo) no sólo plantea una división epistémica entre sujetos investidos en el proyecto de colonización y los colonizados, sino también una heterogeneidad colonial jerárquica que se desenvuelve de forma distinta en distintos contextos y momentos históricos.5 El olvido de estas dimensiones lleva a que la crítica al imperialismo tienda a hacer invisible la existencia continua de las fuertes divisiones raciales en el mundo previamente colonizado, y el rol de estas divisiones en mantener el carácter subordinado de tales territorios en la economía mundial. La crítica al imperialismo a menudo tiende también a dejar de lado la dimensión prospectiva y de cambio de proyectos de descolonización. Todo esto hace pensar en un planteamiento de la feminista negra estadounidense Patricia Hill Collins cuando señala que si bien el problema del siglo XX pudo haber sido, tal y como lo reclama el sociólogo afro-americano W.E.B. Du Bois, el problema de la línea-de-color, el problema del siglo XXI será tanto el problema de la afirmación de las jerarquías raciales tradicionales y de su expansión como el de la negación de su existencia por sectores que las plantean como irrelevantes o como ya resueltas.6

Una alternativa a este problema constaría en investigar las formas en que las estructuras de poder modernas y posmodernas continúan produciendo la división entre amos y esclavos de las que habla Frantz Fanon, a la vez que mantiene y propaga divisiones raciales al interior mismo del espacio de los colonizadores como en el de los colonizados.7 Muy ligadas y emparentadas a las divisiones raciales también se encuentran otras formas fundamentales de diferenciación jerárquica como las de género y de sexualidad. Una teoría crítica hoy tendría que iluminar y proveer salidas ante esta realidad compleja. Es este tipo de teoría que mejor respondería a la exigencias de pueblos como el de Bolivia o de sectores en el pueblo chicano y latino en los Estados Unidos, para mencionar sólo a dos grupos que se encuentran o recientemente se han encontrado en primera plana (los latinos después de las marchas más numerosas en la historia de los EEUU a favor de los derechos de migrantes) por plantear desafíos descolonizadores en los que tanto el Estado, como la economía y la educación están envueltos.8 La conciencia sobre la relevancia y urgencia de esta tarea es lo que llamamos hoy el giro des-colonial.
5 Para una discusión de la noción de diferencia colonial véase Mignolo, 2003. Para un desarrollo más amplio del concepto de heterogeneidad colonial véase Maldonado-Torres, 2005.
6 Collins expuso esta idea en un panel dedicado a Du Bois en la reunión anual del 2004 de la Asociación Americana de Sociología llevada a cabo en San Francisco, California. Ver también Du Bois, 1969.
7 La relación amo y esclavo es discutida por Fanon en diálogo crítico con Hegel en el séptimo capítulo de Piel negra, máscaras blancas. Ver Frantz Fanon, 1973.
8 Estas agendas se reflejan en Grosfoguel y Cervantes-Rodríguez, 2002; Walsh, Schiwy, y Castro-Gómez, 2002.Nelson Maldonado-Torres La descolonización y el giro des-colonial 66 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489
II. El giro des-colonial9 Ya estamos acostumbrados en la academia a escuchar distintos tipos de giros. Toménse por ejemplo los giros lingüísticos y pragmáticos en los que tantos posmodernos como neo-kantianos basan su trabajo. Estos giros plantean que ya sea el universo del sentido en general o el de los actos de habla proveen las claves fundamentales para entender las formas en que nuestro mundo, es decir el mundo humano preñado de significado, opera. El giro des-colonial se refiere más bien, en primer lugar, a la percepción de que las formas de poder modernas han producido y ocultado la creación de tecnologías de la muerte que afectan de forma diferencial a distintas comunidades y sujetos. Este también se refiere al reconocimiento de que las formas de poder coloniales son múltiples, y que tanto los conocimientos como la experiencia vivida de los sujetos que más han estado marcados por el proyecto de muerte y deshumanización modernos son altamente relevantes para entender las formas modernas de poder y para proveer alternativas a las mismas. En este sentido, no se trata de una sola gramática de la descolonización, ni de un solo ideal de un mundo descolonizado. El concepto de giro des-colonial en su expresión más básica busca poner en el centro del debate la cuestión de la colonización como componente constitutivo de la modernidad, y la descolonización como un sinnúmero indefinido de estrategias y formas contestatarias que plantean un cambio radical en las formas hegemónicas actuales de poder, ser, y conocer. Un tercer elemento del giro des-colonial trata de una diferenciación entre la idea y el sentir por un lado, y el proyecto de descolonización por otro. La idea de descolonización es tan vieja como la colonización moderna misma. Se trata primeramente no de una idea como tal, sino de un sentimiento y sentido de horror ante el despliegue de las formas coloniales de poder en la modernidad, formas que se encargaron de dividir el mundo entre jerarquías de señorío y distintas formas de esclavitud basadas, ya no en diferencias étnicas o religiosas, sino más propiamente en diferencias presumidamente naturales, esto es, ancladas en la corporalidad misma de sujetos considerados como no enteramente humanos. Nos referimos a lo que se puede considerar como un grito de espanto por parte de un sujeto viviente y donador de sentido ante la aparición del mundo moderno/colonial que plantea la dispensabilidad de ciertos sujetos humanos como elemento constitutivo de su avance civilizatorio y de expansión global. La idea de descolonización también comprende el primer momento del giro des-colonial propiamente hablando. Este se trata de un cambio radical en la actitud del sujeto que confronta o es testigo de la expansión de este mundo de amos y esclavos.
9 Elaboro este tema en Maldonado-Torres, 2006:173-96. En esta sección también recojo, pero a la vez amplío y reviso algunos temas explorados en Maldonado-Torres, 2006b.67
La actitud des-colonial nace cuando el grito de espanto ante el horror de la colonialidad se traduce en una postura crítica ante el mundo de la muerte colonial y en una búsqueda por la afirmación de la vida de aquellos que son más afectados por tal mundo. Estamos hablando pues de una transición del horror a lo que se podría llamar, tomando la pista de la teórica chicana Chela Sandoval, como amor des-colonial (2000). El surgimiento de la actitud des-colonial envuelve pues un estado afectivo que le es fundamental, a la vez que puede considerarse, tal y como lo hace claro el afro-caribeño Frantz Fanon en su Piel negra, máscaras blancas (1973), en principio de un tipo particular de filosofía y producción teórica. Para entender la dimensión filosófica o teórica de la actitud des-colonial valdría la pena consultar recuentos sobre el origen del indagar filosófico. Uno de los clásicos y más influyentes es el recuento del fenomenólogo alemán Edmund Husserl, quien, siguiendo a Aristóteles, apuntaba al «asombro» del filósofo ante el mundo como punto de partida para el pensar filosófico (Husserl, 1981). La filosofía surge así cuando el mundo cotidiano adquiere un carácter no familiar, lo que resulta de una suspensión de las creencias usuales que tenemos acerca del mismo. El «asombro» ocurre pues cuando lo familiar se vuelve extraño, que apunta a limitaciones en el mundo mítico o tradicional de una sociedad en cuestión para entender el mundo. De ahí nace una indagación acerca de la verdad oculta que explica aquello que asombra. El surgimiento de la actitud des-colonial está relacionada de cierta manera pero es distinta de esta actitud filosófica. Distinto a la actitud teórica del filósofo en su concepción tradicional, la actitud des-colonial nace no a partir del «asombro» ante la naturaleza o lo usual, sino a partir del «horror» o espanto ante la muerte. El pensador en este caso no busca meramente hallar la verdad sobre un mundo que se le aparece como extraño, sino determinar los problemas de un mundo que se le aparece como perverso y de hallar las vías posibles para su superación. La búsqueda de la verdad aquí está inspirada no por el desinterés teórico, sino por la no-indiferencia ante el Otro, expresado en la urgencia de contrarrestar el mundo de la muerte y de acabar con la relación naturalizada entre amo y esclavo en todas sus formas.10 La teoría surge en este caso con un telos o finalidad definida: esta es la restauración de lo humano o la construcción del mundo del Tú, tal y como Fanon lo plantea (1973:192). La pregunta del qué y para qué conocer queda respondida aquí en términos de la oposición a la muerte del Otro y la posibilidad de la generosidad y el amor como superación de divisiones jerárquicas naturalizadas. 10 El tema de la no-indiferencia como actitud fundamental ante la diferencia queda planteada en Lévinas, 1974.Nelson Maldonado-Torres La descolonización y el giro des-colonial 68 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489
El cambio de la actitud natural racista o individualista de la modernidad a la actitud des-colonial de cooperación en la ruptura con el mundo de la muerte colonial es el momento más fundamental del giro des-colonial. La descolonización no se puede llevar a cabo sin un cambio en el sujeto. Este asunto está relacionado a lo que otros han denominado como la descolonización de la mente o del imaginario histórico y la memoria (Pérez, 1999; Ngugi, 1986). También está relacionado a una ética y una política de la liberación y al surgimiento de giros subjetivos descolonizadores particulares a distintas comunidades pero con relevancia más allá de ellas, tales como la atitude quilombola o cimarrona sobre las que algunos se encuentran trabajando hoy.11 Tal y como ya se ha planteado, el giro des-colonial en términos de un cambio de actitud fundamental en el sujeto que confronta o es testigo radical del colonialismo en alguna de sus formas es quizás tan viejo como el mundo colonial mismo. Este ha inspirado distintos proyectos des-coloniales en distintos momentos de la modernidad. No fue, sin embargo, hasta entrado el siglo XX que estos proyectos des-coloniales empezaron a encontrarse entre sí y llegaron a crear una conciencia global sobre la relevancia del proyecto inacabado de la descolonización. Aquí podemos listar como actores principales al movimiento pan-africanista y a las distintas gestas explícitas de descolonización por parte de indígenas en las Américas, africanos, asiáticos e inclusive algunos mestizos en los siglos XIX y XX. Esto muestra que si bien es cierto que no hay cambio des-colonial del mundo sin cambio en la actitud de sujetos, es a la vez cierto que cambios en el mundo abren nuevas posibilidades en términos de conocimiento y actitud. Cambios en el tiempo o en el espacio pueden facilitar o truncar las posibilidades en la toma de conciencia des-colonial y del proyecto mismo de descolonización.
11 Sobre filosofía y ética de la liberación ver Enrique Dussel, 1998. Con respecto a otros giros descolonizadores me refiero específicamente aquí al trabajo intelectual y activismo de los jóvenes afro-brasileiros del grupo Atitude Quilombola, y a Edison León, quién bajo la tutela y enseñanza del honorable maestro Juan García, se encuentra explorando los recursos des-coloniales de las comunidades cimarronas en América Latina.
Un incidente de gran escala que facilitó la propagación de la noción de un proyecto inacabado de descolonización a ser forjado por todos aquellos a nivel global que se oponen a la colonialidad en todas sus formas fue el decaimiento de Europa en la Segunda Guerra Mundial. Europa por mucho tiempo representó el lugar privilegiado de producción de modelos de convivencia y de control de la naturaleza que más afín eran al progreso humano. Por eso durante las revoluciones de independencia de los siglos XVIII y XIX en las Américas, las nuevas naciones rechazaban la hegemonía de un poder europeo, por ejemplo el español o portugués, pero sólo para seguir el modelo provisto por otro país europeo—siendo Francia el más notable. El siglo XIX se destacó así por distintas posturas de anti-imperialismo eurocéntrico. Se rechazaba la empresa imperial europea para justificar una empresa nacional o imperial local todavía inspirada por ideales de nación o imperio formulados en Europa que todavía continuaban la colonialidad del poder en distintas formas. Algo distinto ocurrió en al menos algunos de los procesos de independencia en el siglo XX después de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento Europa completa fue desprestigiada, y distintas comunidades alrededor del mundo ya perdían su fascinación con la misma. El intelectual, poeta, y político martiniquense Aimé Césaire (2006) lo expresó de forma sucinta: «Europa es indefendible» (cursivas en el original). En el momento que escribe, ya no era posible para sujetos como él rechazar una parte de Europa para reclamar otra. Europa entera y su proyecto civilizatorio estaban en cuestión. La situación era distinta tanto existencial como intelectualmente con relación a las revoluciones anti-imperialistas anteriores. Ya no podía confiarse en modelos hegemónicos del pasado, sino que había que construir nuevos modelos o poner en función previos modelos no totalmente europeos de convivencia e interacción con la naturaleza.

En su juicio sobre Europa, Césaire respondía a posiciones que intentaban justificar el colonialismo y por tanto oponerse a los nuevos procesos de descolonización en el siglo veinte haciendo uso de una supuesta conexión entre colonización y civilización. Se planteaba que la gesta colonial le había al menos traído la civilización a los colonizados, que les había llevado la «luz» de la civilización y los había sacado de las tinieblas del primitivismo—aunque, añadiríamos hoy, los conduciera a la realidad patética de la pobreza extrema y el subdesarrollo. Por tanto, con toda su rabia los colonizados también deberían estar agradecidos y respetar a aquellos que les trajeron la civilización. La respuesta de Césaire no pudo ser más visceral. Primero advierte la hipocresía del colonizador en su último intento por mentirle al colonizado.
Y como hoy se me pide que hable de la colonización y de la civilización, vayamos al fondo de la mentira principal a partir de la cual proliferan todas las demás.
¿Colonización y civilización?
La maldición más común en este asunto es ser la víctima de buena fe de una hipocresía colectiva, hábil en plantear mal los problemas para legitimar mejor las odiosas soluciones que se les ofrecen.
Eso significa que lo esencial aquí es ver claro y pensar claro, entender atrevidamente, responder claro a la inocente pregunta inicial: ¿qué es, en su principio, la colonización? (Césaire, 2006:16).
Césaire plantea de forma resumida aquí nuevas dimensiones de la actitud des-colonial en el momento histórico global del giro des-colonial. Se trata para Césaire de «ver claro» y de «entender atrevidamente», posturas que se plantean como antídotos a una hipocresía colectiva que insiste en darle continuidad al mundo colonizado de la muerte. El Discurso sobre el colonialismo de Césaire se presenta, tal y como he argumentado en otro lugar, como un nuevo «discurso del método» para el buen razonar (Descartes) tras el fracaso europeo (Maldonado-Torres, 2006). Se trata de la articulación precisa de la razón des-colonial cuya finalidad primordial no es solamente el cambio en métodos de conocimiento, sino también el cambio social. Me limitaré aquí a comentar sobre esta forma de razón y dejaré para otra ocasión la articulación de otros dos tipos de razones: la razón imperial y la razón colonial—una tiene que ver con la producción de la «mentira» e hipocresía imperial y la otra con formas de conocer e investigar que sucumben ante o son seducidas por las mismas. Se puede matar en Indochina, torturar en Madagascar, encarcelar en el Africa negra, causar estragos en las Antillas. Los colonizados saben que, en lo sucesivo, poseen una ventaja sobre los colonialistas. Saben que sus «amos» provisionales mienten (Césaire, 2006:13).
Tal y como la propone Césaire, la razón des-colonial puede vincularse a la percepción como mentirosos que los esclavos racializados han tenido de sus amos moderno/coloniales, pero que ahora ante la caída moral y espiritual de Europa, se hace más evidente:El giro-descolonial se refiere pues al momento cuando la sospecha del esclavo queda ratificada y altera la conciencia del esclavo de forma global. A la razón del colonizador investida de mentira, se opone en este caso una razón des-colonizadora (razón des-colonial) que se opone a la mentira y la hipocresía moderna/colonial. Es a partir de esta forma de razón que Césaire hace sus planteamientos y juicios, el primero de los cuales es que «la distancia de la colonización a la civilización es infinita, que de todas las expediciones coloniales acumuladas, de todos los estatutos coloniales elaborados, de todas las circulares ministeriales expedidas, no se podría rescatar un solo valor humano» (Césaire, 2006:14). Luego Césaire plantea que la colonización no sólo no civiliza al colonizado sino que desciviliza al colonizador. Es a partir de esta idea que Césaire plantea una relación íntima entre el colonialismo y el surgimiento del fascismo nazista en Europa. A los campos de concentración le preceden las colonias. El salvajismo de la colonización le regresa como boomerang al colonizador. De aquí que se planteen tareas descolonizadoras no sólo para el colonizado, sino también para el colonizador. La última oportunidad que tiene Europa consiste para Césaire no tanto en crear una Unión Europea, sino en unirse a los procesos de descolonización en el mundo, que son múltiples y diversos (Césaire, 2006:43). Con esto volvemos a los temas tocados en la primera parte donde se discute la vigencia actual de discursos sobre la descolonización. A eso le tendríamos que ahora añadir la relevancia actual de la actitud y la razón des-colonial. En conclusión, el giro des-colonial se trata pues de una revolución en la forma en que variados sujetos colonizados percibían su realidad y sus posibilidades tras la caída de Europa en la Segunda Guerra Mundial. Ya las bases del giro des-colonial estaban planteadas de antemano en el trabajo de intelectuales racializados, en tradiciones orales, en historias, canciones, etc., pero, gracias a eventos históricos particulares, se globaliza a mitad del siglo XX. De ahí en adelante puede decirse que se planteó un giro, ya no sólo al nivel de la actitud de sujetos o de comunidades específicas, sino al nivel del pensamiento mundial. El tema de la descolonización adquirió vigencia para distintos grupos que ahora se veían más seriamente entre sí, en vez de buscar en Europa las claves únicas para elaborar su futuro. El giro-descolonial que hace ver la descolonización como proyecto
inacabado a nivel mundial está acompañado de giros des-coloniales en distintas partes con características locales pero en relación y diálogo con otros tales giros. Me parece que es esta la tarea a profundizar en nuestros días, más aún cuando escuchamos gritos de revoluciones culturales que promueven precisamente la descolonización, e.g., Bolivia. Sujetos normativos en América Latina, es decir, comunidades mestizas, pero también otros sujetos comprometidos con visiones nacionales tradicionales, incluyendo a negros e indígenas mismos, han estado anclados en los anti-imperialismos eurocentristas o neo-coloniales de los siglos XIX y XX. ¿Podremos todos juntos entrar en el proyecto variado y múltiple de la descolonización? ¿Y en qué consistiría tal proyecto hoy? Me parece que ese es el reto que tenemos hoy ante nosotros.
Referencias
Césaire, Aimé. 2006. Discurso sobre el colonialismo. Madrid, Ediciones Akal.
Du Bois, W.E.B. 1969. The Souls of Black Folk. New York, The New American Library; London, The New English Library.
Dussel, Enrique. 1998. Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión. Madrid, Editorial Trotta; México, D.F., Universidad Autónoma Metropolitana—Iztapalapa, y Universidad Nacional Autónoma de México.
Fanon, Frantz. 1973. Piel negra, máscaras blancas. Buenos Aires, Arg., Editorial Abraxas.
Gordon, Lewis R. 2000. Existentia Africana: Understanding Africana Existential Thought. New York, Routledge.
Grosfoguel, Ramón, y Ana Margarita Cervantes-Rodríguez, eds. 2002. The Modern/Colonial/Capitalist World-System in the Twentieth Century: Global Processes, Antisystemic Movements, and the Geopolitics of Knowledge. Westport, Conn., Greenwood Press.
Grosfoguel, Ramón, Nelson Maldonado-Torres, y José David Saldívar. 2005. “Latin@s and the ‘Euro-American’ Menace: The Decolonization of the US Empire in the 21st Century.” en Latin@s in the World-System, eds. Ramón Grosfoguel, Nelson Maldonado-Torres y José David Saldívar, 3-27. Boulder, Col., Paradigm Press.
Grosfoguel, Ramón, Nelson Maldonado-Torres, y José David Saldívar. eds. 2005. Latin@s in the World System: Decolonization Struggles in the 21st Century U.S. Empire. Boulder, Col., Paradigm Press.
Husserl, Edmund. 1981. Crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. México, D.F., Ediciones Folios.
Lévinas, Emmanuel. 1974. Autrement qu’être; ou, Au-delà de l’essence. Dordrecht, The Netherlands, Kluwer Academic Publishers, Nelson Maldonado-Torres La descolonización y el giro des-colonial 72 Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 61-72, julio-diciembre 2008 ISSN 1794-2489

Hacia un pluri-versalismo transmoderno decolonial

Hacia un pluri-versalismo transmoderno decolonial1
RAMON GROSFOGUEL2
University of California – Berkeley, USA
grosfogu@berkeley.edu
Resumen
Este artículo discute el concepto de «Universal» en la tradición filosófica occidental y propone maneras otras, decoloniales, de pensar la Uni-versalidad como Pluri-versalidad a partir del pensamiento de Aimé Césaire, Enrique Dussel y los zapatistas. La primera parte discute el concepto de «Universal» desde Descartes hasta Marx pasando por Kant y Hegel.

La segunda parte discute el concepto otro de «universal» que desde una perspectiva decolonial afro-caribeña propone Aimé Césaire. La tercera parte analiza el concepto de «universal» implicado en la noción de transmodernidad propuesto por Enrique Dussel. La cuarta parte discute la diferencia entre posmodernidad y transmodernidad usando como ejemplo la noción posmoderna de hegemonía propuesta por Laclau y la noción transmoderna y pluriversal de la política propuesta por los Zapatistas en la Otra Campaña. Finalmente, se discuten las implicaciones de todo esto para el debate de la izquierda acerca del partido de vanguardia vs. movimiento de retaguardia.
1 Este artículo es producto de la investigación que el autor hace sobre pensamiento descolonial.
2 Profesor Asociado en el Departamento de Estudios Étnicos en University of California, Berkeley y Profesor Asociado en la Maison des Science de l’Homme en Paris. Ph.D., Temple University, 1992, Sociology.
Tabula Rasa. Bogotá – Colombia, No.9: 199-215, julio-diciembre 2008 ISSN

El Universalismo Occidental: Desde Descartes hasta Marx
En Occidente hay una larga tradición de pensamiento acerca de lo Universal. Descartes (1999), fundador de la filosofía moderna con su lema del «yo pienso, luego soy», entendía lo universal como un conocimiento eterno más allá del tiempo y el espacio, es decir, equivalente a la mirada de Dios.
En la lucha contra la teología cristiana hegemónica a mediados del siglo XVII, –que, siguiendo a Mignolo (2000), llamaré aquí la teo-política del conocimiento–, Descartes puso como fundamento del conocimiento al «yo» donde antes estaba el «Dios cristiano».
Todos los atributos del «Dios cristiano» quedaron localizados en el «sujeto», el «yo». Para poder reclamar la posibilidad de un conocimiento más allá del tiempo y el espacio, desde el ojo de Dios, era fundamental desvincular al sujeto de todo cuerpo y territorio, es decir, vaciar al sujeto de toda determinación espacial o temporal. De ahí que el dualismo sea un eje fundamental constitutivo del cartesianismo.
El dualismo es lo que le permite situar al sujeto en un «no-lugar» y en un «no-tiempo» que le posibilite hacer un reclamo más allá de todo límite espacio-temporal en la cartografía de poder mundial. Para poder situar al sujeto individual como fundamento de todo conocimiento, el monólogo interno del sujeto sin ninguna relación dialógica con otros seres humanos le permite hacer un reclamo de acceso a la verdad sui generis, es decir, como autogenerado, aislado de todas las relaciones sociales con otros seres humanos.
El mito de la auto-producción de la verdad por parte del sujeto aislado, es parte constitutiva del mito de la modernidad de una Europa auto-generada que se desarrolla por sí misma sin dependencia de nadie en el mundo. Entonces, al igual que el dualismo, el solipsismo es constitutivo de la filosofía cartesiana. Sin solipsismo no hay mito de un sujeto con racionalidad universal que se confirma a sí mismo como tal. Aquí se inaugura la ego-política del conocimiento que no es otra cosa que una secularización de la cosmología cristiana de la teo-política del conocimiento.
En la ego-política del conocimiento el sujeto de enunciación queda borrado, escondido, camuflado en lo que Santiago Castro-Gómez (2005) ha llamado la filosofía del punto cero. Se trata entonces de una filosofía donde el sujeto epistémico no tiene sexualidad, género, etnicidad, raza, clase, espiritualidad, lengua, ni localización epistémica en ninguna relación de poder y produce la verdad desde un monólogo interior consigo mismo sin relación con nadie fuera de sí. Es decir, se trata de una filosofía sorda, sin rostro y sin fuerza de gravedad. El sujeto sin rostro flota por los cielos sin ser determinado por nada ni por nadie.
Enrique Dussel (1994) nos ha recordado en múltiples ocasiones que el «ego cogito» cartesiano del «yo pienso, luego soy» está precedido por 150 años del «ego conquirus» imperial del «yo conquisto, luego soy». Recordemos que Descartes escribía su filosofía desde Ámsterdam, justo en el momento en que Holanda pasa a ser centro del sistema-mundo a mediados del siglo XVII. Lo que Enrique Dussel nos dice con esto es que las condiciones de posibilidad políticas, económicas, culturales y sociales de que un sujeto asuma la arrogancia de hablar como si fuera el ojo de Dios, es el sujeto cuya localización geopolítica está determinada por su existencia como colonizador/conquistador, es decir, el Ser Imperial.
De manera que el mito dualista y solipsista de un sujeto auto-generado sin localización espacio-temporal en las relaciones de poder mundial, inaugura el mito epistemológico de la modernidad eurocentrada de un sujeto autogenerado que tiene acceso a la verdad universal más allá del espacio y el tiempo por medio de un monólogo, es decir, a través de una sordera ante el mundo y por medio de borrar el rostro del sujeto de enunciación, es decir, a través de una ceguera ante su propia localización espacial y corporal en la cartografía de poder mundial.
El solipsismo cartesiano va a ser cuestionado por la filosofía occidental misma. Sin embargo, lo que va a perdurar como una contribución más permanente del cartesianismo hasta hoy en día es la filosofía sin rostro del punto cero que será asumida por las ciencias humanas a partir del siglo XIX como la epistemología de la neutralidad axiológica y la objetividad empírica del sujeto que produce conocimiento científico.
Aún cuando algunas corrientes como el psicoanálisis y el marxismo hayan cuestionado estas premisas, todavía los marxistas y psicoanalistas producen conocimiento desde el punto cero, es decir, sin cuestionar el lugar desde el cual hablan y producen conocimiento. Esto es fundamental para nuestro tema porque el concepto de universalidad que va a quedar impreso en la filosofía occidental a partir de Descartes es el universalismo abstracto.
Abstracto en dos sentidos: el primero tipo, en el sentido de los enunciados, un conocimiento que se abstrae de toda determinación espacio temporal y pretende ser eterno; y el segundo tipo, en el sentido epistémico de un sujeto de enunciación que es abstraído, vaciado de cuerpo y contenido, y de su localización en la cartografía de poder mundial desde el cual produce conocimientos para así proponer un sujeto que produce conocimiento con pretensiones de verdad, como diseño global, universal para todos en el mundo. El primer tipo de universalismo abstracto (el de los enunciados) es posible solamente si se asume el segundo (el del sujeto de enunciación). El primer sentido de universalismo abstracto, el del universalismo basado en un conocimiento con pretensiones de eternidad espacio-temporal, de enunciados que se «abstraen» de toda espacialidad y temporalidad, ha sido cuestionado dentro de la propia cosmología y filosofía occidental. Pero el segundo sentido de universalismo abstracto, en el sentido epistémico del sujeto de enunciación sin rostro ni localización espacio-temporal, el de la ego-política del conocimiento, ha continuado hasta nuestros días con el punto cero de las ciencias occidentales aún entre los críticos del propio René Descartes y es uno de los legados más perniciosos del cartesianismo.
Immanuel Kant (2004a), un siglo más tarde (s. XVIII), pretende resolver algunos de los dilemas del universalismo cartesiano poniendo las categorías de espacio y tiempo como localizadas en la mente de los «hombres» y por tanto como categorías universales a priori de todo conocimiento. El sujeto trascendental kantiano no puede producir conocimiento fuera de las categorías de tiempo y espacio, como pretende el cartesianismo, porque dichas categorías ya están en la mente de todos los hombres (Kant 2004a). Para Kant, estas son las condiciones de posibilidad de la intersubjetividad universalista, es decir, de que todos los hombres puedan reconocer un conocimiento como verdadero y universal. Contrario a Descartes, para Kant el conocimiento humano tiene límites y no puede conocer «la cosa en sí». Pero reformando y continuando la tradición cartesiana, para Kant son las categorías a priori innatas de la mente compartidas por todos los hombres, las que organizan el caos del mundo empírico de tal manera que se pueda producir un conocimiento que sea reconocido intersubjetivamente como verdadero y universal.
El eurocentrismo implícito en Descartes, Kant (2004b) lo va a hacer explícito. En Kant (2004b) la razón trascendental no va a ser una característica de todos los seres que desde una perspectiva descolonizadora anti-racista y anti-sexista incluiríamos como seres humanos. Para Kant la razón trascendental solamente la tienen aquellos considerados como «hombres». Si tomamos sus escritos antropológicos, vemos que para Kant (2004b) la razón trascendental es masculina, blanca y europea. Los hombres africanos, asiáticos indígenas, sureuropeos (españoles, italianos y portugueses) y todas las mujeres (incluidas las europeas) no tienen acceso a la «razón». La geografía de la razón cambia con Kant pues él escribe su filosofía desde Alemania en el siglo XVIII, justo en el momento en que otros imperios en el noroeste de Europa (incluidos Francia, Alemania e Inglaterra) desplazan a Holanda y en competencia entre sí constituyen el nuevo centro del sistema-mundo.

En Kant se mantiene el dualismo mente-cuerpo y el solipsismo cartesiano, pero reformado y actualizado. Kant cuestiona el primer tipo de universalismo abstracto cartesiano (el de los enunciados), es decir, la posibilidad de un conocimiento eterno de la cosa en sí, más allá de toda categoría de espacio-temporalidad. Pero mantiene y profundiza el segundo tipo de universalismo abstracto cartesiano, el epistemológico, en el hace explícito lo que en Descartes era implícito: solamente el hombre europeo tiene acceso a producir conocimientos universales, es decir, un sujeto de enunciación particular define para todos en el planeta lo que es universal. De ahí que cuando Kant propone su cosmopolitismo, se trata de un provincialismo europeo camuflado y vendido al resto del mundo como diseño global / imperial /universal.
Hegel (1999), en las primeras tres décadas del siglo XIX, revoluciona de dos maneras fundamentales la filosofía occidental. Hegel va a cuestionar el solipsismo para situar el sujeto de enunciación en un contexto histórico-universal (Hegel, 1997, 1999) y va a superar el dualismo al plantear la identidad del sujeto y el objeto (Hegel, 2004). Esto lo logra Hegel cuestionando el trascendentalismo kantiano de dos maneras: 1) en lugar de categorías innatas, Hegel (1999) historiza las categorías filosóficas y 2) en lugar del dualismo kantiano acerca de la imposibilidad de conocer la cosa en sí, para Hegel la verdad es el todo, es decir, el proceso mismo de movimiento dialéctico del pensamiento que capta el movimiento de la cosa misma (Hegel, 2004). Para Hegel el movimiento del pensamiento va de lo abstracto a lo concreto. El desarrollo de las categorías corre paralelo a la historia universal, siendo ésta una expresión de la primera. Las categorías o conceptos se deducen a partir de las mediaciones, contradicciones y negaciones del pensamiento y se mueven de universales abstractas hacia universales concretas. Por negación de categorías, Hegel no entiende desaparición de las mismas sino subsunción, es decir, que las categorías simples se mantienen como determinaciones de las categorías más complejas. A través de ese movimiento, Hegel pretende llegar a un Saber Absoluto válido más allá de todo tiempo y espacio. Por universalismo abstracto, Hegel entiende categorías simples, es decir, sin determinaciones, que no contienen dentro de sí otras categorías. Este es el punto de partida hegeliano.
Lo universal concreto para Hegel serían aquellas categorías complejas que, luego de que el pensamiento ha pasado por varias negaciones y mediaciones, son ricas en múltiples determinaciones (Hegel, 1997, 1999). Por múltiples determinaciones, Hegel entiende aquellas categorías complejas que contienen subsumidas (sin que desaparezcan) las categorías más simples luego de éstas ser negadas a través de un proceso dialéctico de pensamiento. El método dialéctico hegeliano es una maquinaria epistémica que va a subsumir y transformar toda alteridad y diferencia en parte de lo mismo hasta llegar al Saber Absoluto que sería «el saber de todos los saberes» y que coincidiría con el fin de la historia pues de ahí en adelante nada nuevo puede ser producido a nivel del pensamiento y de la historia humana. En la pretensión de Saber Absoluto, Hegel termina traicionando su innovación a nivel del universalismo epistémico, el de los enunciados, cuando en lugar de continuar con su historización de las categorías y los enunciados, el saber absoluto sería un nuevo tipo de universalismo cartesiano verdadero para toda la Humanidad y para todo tiempo y espacio. La diferencia entre Descartes y Hegel es que para el primero el universalismo eterno es a priori, mientras que para el segundo el universal eterno solo es posible a través de una reconstrucción histórica a posteriori del Espíritu Universal a través de toda la historia de la humanidad. Pero por «Humanidad», Hegel no reconoce a todos los humanos. Hegel se veía así mismo como el filósofo de los filósofos, como el filósofo del fin de la historia. Hegel, en continuidad con el racismo epistémico de los filósofos occidentales que le antecedieron, concebía el espíritu universal, la razón, moviéndose de Oriente hacia Occidente (Hegel, 1999).
Oriente es el pasado que quedó estancado, Occidente es el presente que desarrolló el Espíritu Universal y la América blanca es el futuro. Si Asia forma una etapa inferior del espíritu universal, África y el mundo indígena no forman parte del mismo y las mujeres ni siquiera son mencionadas excepto para hablar del matrimonio y la familia. Para Hegel, el Saber Absoluto, si bien es un universal concreto en el sentido de que es el resultado de múltiples determinaciones, solamente podía ser alcanzado por un hombre-blanco-cristiano-heterosexual-europeo y la multiplicidad de las determinaciones del saber absoluto son subsumidas al interior de la cosmología / filosofía occidental. Nada queda fuera como alteridad en el Saber Absoluto hegeliano. Por consiguiente, el racismo epistemológico cartesiano y kantiano del universalismo abstracto epistémico (Tipo II), donde desde un particular se define lo universal, queda intacto en Hegel. Filosofías otras como las orientales son despreciadas y en el caso de filosofías indígenas y africanas no son dignas de ser llamadas filosofía pues el Espíritu Universal nunca pasó por allá.
Marx, a mediados del siglo XIX, hace variaciones importantes dentro de la trayectoria del pensamiento filosófico occidental. Vamos a limitarnos aquí a los dos tipos de universalismo en discusión. Marx hace una crítica a la dialéctica hegeliana por su idealismo y al materialismo de Feuerbach por su mecanicismo / reduccionismo, por su ausencia de dialéctica frente a la práctica humana de transformación de la naturaleza y de sí mismo. Para Marx, el movimiento hegeliano de lo abstracto a los concreto no es un movimiento simplemente de categorías filosóficas sino de categorías de la economía política (Marx, 1972). Contrario a Hegel, para Marx las determinaciones de la economía política sobre la vida social de los humanos adquiere primacía sobre las determinaciones conceptuales. De ahí que en Marx, el elevarse de lo abstracto a lo concreto hegeliano sea un movimiento del pensamiento en el interior de las categorías de la economía política de su época (Marx, 1972). Aunque la definición de abstracto y concreto es muy parecida a la de Hegel, en la que lo concreto es lo rico en múltiples determinaciones, Marx se diferencia de Hegel en la primacía que le da a las categorías de la economía política y en el hecho de que hay un movimiento anterior al elevarse de lo abstracto a lo concreto que Hegel no reconoce y es el movimiento de lo concreto hacia lo abstracto, es decir, desde la percepción sensorial y realidad empírica situada en un momento de la evolución de la economía política y la lucha de clases hacia las categorías más abstractas (Marx, 1972).
Al igual que Hegel, Marx historiza las categorías. Sin embargo, lo que para Hegel es el punto de partida, es decir, las categorías universales más abstractas de las cuales deduce la realidad, en Marx (1972) las categorías abstractas son puntos de llegada. En el giro materialista de Marx, las categorías más abstractas son aquellas que se producen a partir de un proceso histórico-social de pensamiento muy complejo. De manera que para Marx el movimiento del pensamiento va, primero, de lo concreto hacia lo abstracto para producir categorías simples y abstractas y, luego, hace el retorno de lo abstracto hacia lo concreto para producir categorías complejas.
Hegel veía el segundo movimiento (de lo abstracto a lo concreto, de conceptos simples a conceptos complejos), pero por su idealismo era ciego ante el primer movimiento (de lo concreto hacia lo abstracto, de conceptos vacíos hacia los conceptos más simples). Por ejemplo, la categoría trabajo es una categoría simple que surge en un momento particular de la historia humana cuando socialmente el trabajo se abstrae de su multiplicidad concreta. De acuerdo a Marx, esto solamente se da en el sistema capitalista cuando las relaciones mercantiles se hacen dominantes en las relaciones sociales de producción. El pensamiento económico solamente puede abstraer esta categoría como concepto simple y abstracto en determinado momento de desarrollo de la historia humana. Anteriormente, para hablar de trabajo se hacía referencia al trabajo concreto que realizaba la persona: zapatero, costurero, agricultor, etc. Es cuando socialmente se miden los diversos trabajos por su valor de cambio (tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía) y no por su valor de uso (el tipo de trabajo cualitativo envuelto para producirla) cuando se posibilita socialmente la emergencia de la categoría «trabajo» como concepto abstracto con indiferencia del trabajo concreto particular. Es decir que para Marx el pensamiento no surge de la cabeza de la gente en determinado momento de desarrollo del espíritu como pareciera ocurrir con Hegel, sino que surge de determinada situación histórico-social concreta del desarrollo de la economía política. Así, Marx sitúa epistémicamente la producción de conocimiento, no como resultado del desarrollo del Espíritu de una época sino del desarrollo material de las relaciones de producción. Este aterrizaje de la historia del Espíritu hegeliano hacia la historia de la economía política y su relación con el pensamiento de una época, es lo que hace a Marx darle un viraje materialista a la dialéctica hegeliana. Por consiguiente, Marx va a enfatizar en el carácter de clase de la perspectiva política, teórica y filosófica en cuestión. El punto de vista del proletariado será para Marx el punto de partida epistemológico para una crítica frente a lo que él caracterizaba como la economía política burguesa. Esto representaba una ruptura importante con la tradición filosófica de occidente en cuanto a los dos tipos de universalismos. En el tipo A, el universalismo de los enunciados, Marx situaba los enunciados, al igual que Hegel, en contexto histórico. Diferente a Hegel, el contexto histórico ya no era el Espíritu universal sino el desarrollo de la economía-política, del modo de producción y de su correspondiente lucha de clases. Las condiciones de producción toman primacía sobre la conciencia en toda época histórica, enunciado todavía universal abstracto, pero en cada época variaría el cómo opera la determinación «en última instancia» de los proceso económicos. Tenemos aquí un universal abstracto que se llenaría con los contenidos de la economía política de cada época histórica, haciéndose concreto. Por su parte, en el universalismo abstracto tipo B, Marx situaba el sujeto de enunciación según su relación con las clases y con la lucha de clases. De manera, que contrario a la tradición que va desde Descartes hasta Hegel, Marx sitúa su geopolítica del conocimiento en relación con las clases sociales. Marx piensa desde la situación histórico-social del proletariado europeo.
Desde ahí propone un diseño global / universal como solución a los problemas de toda la humanidad: el comunismo. Lo que Marx mantiene en común con la tradición filosófica occidental es que su universalismo a pesar de que surge desde una localización particular, en este caso el proletariado, no problematiza el hecho de que dicho sujeto sea europeo, masculino, heterosexual, blanco, judeo-cristiano, etc. El proletariado de Marx es un sujeto en conflicto con el interior de Europa, lo que no le permite pensar fuera de los límites eurocéntricos del pensamiento occidental. La diversalidad cosmológica y epistemológica así como la multiplicidad de relaciones de poder sexual, de género, racial, espiritual, etc., no queda incorporada ni situada epistémicamente en su pensamiento.
Al igual que los pensadores occidentales que le antecedieron, Marx participa del racismo epistémico en el que solamente existe una sola epistemología con capacidad de universalidad y ésta sólo puede ser la tradición occidental. En Marx, en el universalismo epistémico de segundo tipo, el sujeto de enunciación queda oculto, camuflado, escondido bajo un nuevo universal abstracto que ya no es «el hombre», «el sujeto trascendental», «el yo», sino «el proletariado» y su proyecto político universal es «el comunismo». De ahí que el proyecto comunista en el siglo XX fuera desde la izquierda otro diseño global imperial / colonial que bajo el imperio soviético intentó exportar al resto del mundo el universal abstracto del «comunismo» como «la solución» a los problemas planetarios. Marx reproduce un racismo epistémico muy parecido al de Hegel que no le permite afirmar que los pueblos y sociedades no-europeas son coetáneos ni que tienen la capacidad de producir pensamiento digno de ser considerado parte del legado filosófico de la humanidad o de la historia mundial. Para Marx, los pueblos y sociedades no-europeas son primitivos, atrasados, es decir, el pasado de Europa. No habían alcanzado el desarrollo de las fuerzas productivas ni los niveles de evolución social de la civilización europea. De ahí que a nombre de civilizarlos y de sacarlos del estancamiento ahistórico de los modos de producción pre-capitalistas, Marx apoyara la invasión británica de la India en el siglo XVIII y la invasión estadounidense del norte de México en el siglo XIX.
Para Marx, el «modo de producción asiático» era el concepto orientalista con que caracterizaba a las sociedades no occidentales. El «modo de producción asiático» se caracterizaba por su incapacidad de cambio y transformación, es decir, por su siempre infinita y eterna reproducción temporal. Marx participaba de la linealidad del tiempo del pensamiento evolucionista occidental. El capitalismo era un sistema más avanzado y, siguiendo la retórica de salvación de la modernidad eurocentrada (Mignolo, 2000), era mejor para los pueblos no-europeos acelerar por medio de invasiones imperiales su proceso evolutivo hacia el capitalismo que continuar estancados en formas antiguas de producción social. Este evolucionismo economicista llevó a los marxistas en el siglo XX a un callejón sin salida. El pensamiento marxista desde la izquierda quedó atrapado en los mismos problemas de eurocentrismo y colonialismo en que quedaron atrapados pensadores eurocentrados desde la derecha.
Hasta aquí quiero destacar dos puntos cruciales:
Cualquier cosmopolitismo o propuesta global que se construya a partir del 1. universalismo abstracto de segundo tipo, es decir, del epistemológico, de la ego-política del conocimiento, no escapará de ser un diseño global imperial /colonial. Si la verdad universal se construye a partir de la epistemología de un territorio, una sola tradición de pensamiento y un cuerpo particular (sea occidental, cristiano o islámico) en exclusión y marginalización de los otros, entonces el cosmopolitismo o propuesta global que se construya desde dicha epistemología universalista abstracta será inherentemente imperialista / colonial.
El universalismo abstracto epistémico en la tradición de la filosofía occidental 2. moderna forma parte intrínseca del racismo epistemológico. Si la razón universal y la verdad solamente puede partir de un sujeto blanco-europeo-masculino-heterosexual y si la única tradición de pensamiento con dicha capacidad de universalidad y de acceso a la verdad es la occidental, entonces no hay universalismo abstracto sin racismo epistémico. El racismo epistemológico es intrínseco al «universalismo abstracto» occidental que considera inferiores a todas las epistemologías no-occidentales y encubre quién habla y desde dónde habla en las relaciones de poder global. Entonces, si no existe pensamiento fuera de alguna localización particular en el mundo, la pregunta es: ¿cómo salir del dilema entre particularismos provinciales aislados versus universalismos abstractos camuflados de «cosmopolitas» pero igualmente particulares y provinciales? ¿Cómo descolonizar el universalismo occidentalista?
Aimé Césaire y su Universalismo Otro
Para salir del atolladero de la ego-política del conocimiento es indispensable mover la geografía de la razón hacia una geopolítica y corpo-política del conocimiento «otra». Aquí cambiaremos la geografía de la razón de los filósofos occidentales hacia el pensador afro-caribeño Aimé Césaire, de la isla de Martinica y quien fuera el maestro de Fanon. Aimé Césaire en su carta de renuncia al Partido Comunista Francés a mediados de los años cincuenta del siglo pasado y dirigida al Secretario General en la época, Maurice Thorez, ataca el universalismo abstracto del pensamiento marxista eurocéntrico. Césaire dice lo siguiente:
¿Provincialismo? En absoluto. No me encierro en un particularismo estrecho. Pero tampoco quiero perderme en un universalismo descarnado. Hay dos maneras de perderse: por segregación amurallada en lo particular o por disolución en lo “universal”. Mi concepción de lo universal es la de un universal depositario de todo lo particular, depositario de todos los particulares, profundización y coexistencia de todos los particulares (Césaire, 2006: 84)
El eurocentrismo se perdió por la vía de un univeralismo descarnado que disuelve todo particular en los universalismos. El concepto de «descarnado» es aquí crucial. Para Césaire, el universalismo abstracto es aquel que desde un particularismo hegemónico pretende erigirse en diseño global imperial para todo el mundo y que al representarse como «descarnado» esconde la localización epistémica de su locus de enunciación en la geopolítica y la corpo-política del conocimiento. Este movimiento epistémico típico de las epistemologías eurocéntricas del «punto cero» y de la «ego-política del conocimiento» ha sido central en los proyectos coloniales. Con esta crítica, Césaire, desde la memoria de la esclavitud y la experiencia de la corpo-política del conocimiento de un negro caribeño, desvela y visibiliza la geopolítica y la corpo-política de conocimiento blanca-occidental camuflada bajo el universalismo abstracto «descarnado» de la ego-política del conocimiento. El imperio francés con su republicanismo universalista ha sido uno de los exponentes mayores del universalismo abstracto al pretender subsumir, diluir y asimilar a todos los particulares bajo la hegemonía de una sola particularidad, en este caso, el hombre blanco occidental. Este es el universalismo que gran parte de las élites criollas blancas latinoamericanas, imitando el republicanismo imperial francés, han reproducido en los discursos de «nación» disolviendo las particularidades africanas e indígenas en el universal abstracto de la «nación» que privilegia la particularidad de la herencia europea de los blancos criollos sobre los demás. Pero vemos también la reproducción del universalismo colonial eurocentrado no solamente en los discursos de derecha, sino también en corrientes contemporáneas marxistas y pos-marxistas, como discutiremos más adelante.
Frente al proyecto del universalismo abstracto racista e imperial y contrario a los fundamentalismos tercemundistas, la descolonización para Césaire desde la experiencia afro-caribeña no pasa por afirmar un particularismo estrecho y cerrado que conduzca a un provincialismo o a un fundamentalismo segregacionista que se amuralla en su particularidad. Para Césaire, la descolonización pasa por la afirmación de un universalismo concreto depositario de todos los particulares. Si el universalismo abstracto establece relaciones verticales entre los pueblos, el universalismo concreto de Césaire es necesariamente horizontal en sus relaciones entre todos los particulares. Aquí la noción de universalismo concreto adquiere otra significación muy distinta a la de Hegel y Marx. Si el universalismo concreto en Hegel y Marx eran aquellos conceptos ricos en múltiples determinaciones pero dentro de una misma cosmología y una mismo episteme (en este caso la Occidental), donde el movimiento de la dialéctica tritura toda alteridad en lo mismo, en Césaire el universalismo concreto es aquel que es resultado de múltiples determinaciones cosmológicas y epistemológicas (un pluri-verso, en lugar de un uni-verso). El universalismo concreto «césaireano» es el resultado de un proceso horizontal de diálogo crítico entre pueblos que se relacionan de igual a igual. El universalismo abstracto es inherentemente autoritario y racista mientras que el universalismo concreto de Césaire es profundamente democrático. Esta intuición filosófica de Césaire, pensada desde la geopolítica y corpo-política afro-caribeña, ha sido fuente de inspiración para pensar en salidas prácticas a los dilemas contemporáneos de la explotación y dominación del sistema-mundo contemporáneo. Inspirado en estas intuiciones filosóficas de Césaire intentaré contestar las siguientes preguntas: ¿Que sería hoy día un proyecto de descolonización universalista concreto césaireano? ¿Cuales son las implicaciones políticas de este proyecto? ¿Cómo concretizar estas intuiciones filosóficas de Césaire en un proyecto de transformación radical del patrón de poder colonial de este «sistema-mundo europeo/ euro-norteamericano capitalista / patriarcal moderno / colonial»?
La transmodernidad como proyecto utópico descolonizador
Un diálogo horizontal liberador, en oposición al monólogo vertical de Occidente, requiere de una descolonización en las relaciones globales de poder. No podemos asumir el consenso habermasiano o las relaciones horizontales de igualdad entre las culturas y los pueblos cuando a nivel global están divididos en los dos polos de la diferencia colonial. Sin embargo, podemos comenzar a imaginar mundos alter-nativos más allá de la disyuntiva eurocentrismo versus fundamentalismo. La transmodernidad es el proyecto utópico que, desde la mirada epistémica mestiza en América Latina, propone Enrique Dussel (1994) para trascender la version eurocéntrica de la modernidad. En oposición al proyecto de Habermas que propone como tarea central la necesidad de culminar el proyecto inacabado e incompleto de la modernidad, la transmodernidad de Dussel es el proyecto para culminar a través de un largo proceso el inacabado e incompleto proyecto de la descolonización. La transmodernidad sería la concretización en el nivel del proyecto político del universalismo concreto que la intuición filosófica césaireana nos invita a construir. En lugar de una modernidad centrada en Europa / Euro-norteamérica e impuesta como proyecto global imperial / colonial al resto del mundo, Dussel argumenta por una multiplicidad de propuestas críticas descolonizadoras contra la modernidad eurocentrada y más allá de ella desde las localizaciones culturales y epistémicas diversas de los pueblos colonizados del mundo.
Si no hay un afuera absoluto a este sistema-mundo, tampoco hay un adentro absoluto. Las epistemologías alternas podrían proveer lo que el crítico cultural caribeño Edward Glissant propone: una «diversalidad» de respuestas a los problemas de la modernidad realmente existente. La filosofía de la liberación sólo puede venir de los pensadores críticos de cada cultura en diálogo con otras culturas. La liberación de la mujer, la democracia, los derechos civiles, las formas de organización económicas alternas a este sistema solo pueden venir de las respuestas creativas de los proyectos ético-epistémicos locales. Por ejemplo, las mujeres occidentales no pueden imponer su noción de liberación a las mujeres del mundo islámico o indígena. De igual forma, el hombre occidental no puede imponer su noción de democracia a los pueblos no-europeos. Esto no representa un llamado a buscar soluciones fundamentalistas o nacionalistas a la colonialidad del poder global. Es un llamado a buscar en la diversalidad epistémica y la transmodernidad una estrategia o mecanismo epistémico hacia un mundo descolonizado transmoderno que nos mueva más allá de los fundamentalismos del tipo eurocentrista primermundista y del tipo eurocentrista tercermundista.
Por los últimos 513 años del sistema-mundo Europeo / Euro-americano moderno / colonial capitalista / patriarcal fuimos del «cristianízate o te mato» en el siglo XVI, al «civilízate o te mato» en los siglos XVIII y XIX, al «desarróllate o te mato» en el siglo XX y, más recientemente, al «democratízate o te mato» a principios del siglo XXI. Ningún respeto ni reconocimiento a formas de democracia indígenas, islámicas o africanas. Las formas de alteridad democráticas son rechazadas a priori. La forma liberal occidental de democracia es la única legitimada y aceptada, siempre y cuando no comience a atentar contra los intereses hegemónicos occidentales. Si las poblaciones no-europeas no aceptan los términos de la democracia liberal, entonces se les impone por la fuerza en nombre del progreso y la civilización. La democracia necesita ser reconceptualizada en una forma transmoderna para poder decolonizarla de su forma liberal occidental, es decir, de la forma racializada y capitalista de la democracia occidental. Por medio de la radicalización de la noción de exterioridad de Levinas, Dussel ve el potencial epistémico de aquellos espacios relativamente exteriores que no han sido completamente colonizados por la modernidad europea.
Estos espacios exteriores no son ni puros ni absolutos. Ellos han sido producidos y afectados por la modernidad / colonialidad del sistema-mundo. Es desde la geopolítica y corpo-política del conocimiento de esta exterioridad o marginalidad relativa que emerge el pensamiento crítico fronterizo como una crítica de la modernidad hacia un mundo descolonizado transmoderno pluriversal de múltiples y diversos proyectos ético-políticos en los que una real comunicación y diálogo horizontal con igualdad pueda existir entre los pueblos del mundo más allá de las lógicas y prácticas de dominación y explotación del sistema-mundo. Sin embargo, para lograr este proyecto utópico es fundamental transformar el sistema de dominación y explotación del patrón de poder colonial del presente «sistema-mundo europeo / euro-norteamericano moderno-colonial capitalista / patriarcal».
¿Pos-modernidad vs. trans-modernidad?
Todo lo dicho hasta ahora no tiene nada que ver con la perspectiva posmodernista. La perspectiva transmoderna no es equivalente a la crítica posmodernista. La posmodernidad es una crítica eurocéntrica al eurocentrismo. Reproduce todos los problemas de la modernidad / colonialidad. Tomemos de ejemplo al posmodernismo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1985) y contrastémoslo con el zapatismo. Para Laclau y Mouffe los procesos de formación de hegemonía se constituyen cuando un sujeto particular se convierte en significante vacío a través del cual todos los particulares se identifican y lo imprimen de sentido, estableciendo cadenas de equivalencia entre sí y creando simultáneamente cadenas de diferencia contra un enemigo común. Este bloque de poder contra-hegemónico es siempre hegemonizado por un particular que se convierte en representante de todas las formas de opresión contra un enemigo común pero que no incorpora cada particularidad en sí misma sino que las disuelve en el universal abstracto del significante vacío representativo del sujeto particular que articule las cadenas de equivalencia entre los oprimidos. Por eso para Laclau un ejemplo de proceso hegemónico es el grito de «Viva Perón» (Laclau, 2005). Este grito de «Viva Perón», a través del cual todos los oprimidos se identificarían, disuelve todas las demandas particulares en un universal abstracto, en este caso privilegiando el movimiento peronista con su significante «Perón», que hegemoniza el bloque de poder popular contra el enemigo común. El problema con Laclau y Mouffe es que no pueden concebir otras formas de universalismo que no sea la del universalismo abstracto eurocentrado donde un particular se erige en representativo de todos los particulares sin reconocerlos a plenitud y disolviéndolos en su particularidad
y sin que el nuevo universal sea resultado de una negociación entre todos los particulares. Por supuesto, para Laclau y Mouffe la diferencia que se alcanza a reconocer tiene un límite: la alteridad epistemológica. La alteridad epistémica de los pueblos no-europeos no es reconocida. Se reconocen solamente las diferencias en el interior del horizonte de significaciones de la cosmología y epistemología occidental. Para Laclau y Mouffe no hay un afuera, ni siquiera un afuera relativo al pensamiento occidental. Observemos el contraste entre esta forma de universalismo y la que proponen los Zapatistas con la «Otra Campaña». Vale aclarar que aquí no estoy prejuzgando el éxito o fracaso de una visión política pues en la lucha política nada está garantizado. Se puede ganar o perder, lo que quiero enfatizar aquí es la concepción «otra» de hacer política. Los Zapatistas lejos de ir al pueblo con un programa pre-hecho y enlatado como hacen todos los partidos de derecha e izquierda, parten de la noción de los indígenas tojolabales del «andar preguntando». El «andar preguntando» plantea una manera otra de hacer política muy distinta al «andar predicando» de la cosmología judeo-cristiana occidental reproducida por marxistas, conservadores y liberales por igual. El «andar preguntado» está ligado al concepto tojolabal de democracia entendida como «mandar obedeciendo» donde «el que manda obedece y el que obedece manda» lo cual es muy distinto a la democracia occidental donde «el que manda no obedece y el que obedece no manda». Partiendo de esta cosmología «otra», los Zapatistas, con su «marxismo tojolabaleño», comienzan la «Otra Campaña» desde el «retaguardismo» que va «preguntando y escuchando», en lugar del «vanguardismo» que va «predicando y convenciendo». La idea de la «Otra Campaña» es que al final de un largo «Diálogo Crítico Transmoderno» con todo el pueblo mexicano se articule un programa de lucha, un universal concreto que incluya dentro de sí las demandas particulares de todos los sujetos y epistemes de todos los oprimidos mexicanos. Los zapatistas no parten de un universal abstracto (El Socialismo, El Comunismo, La Democracia, La Nación, como significante flotante o vacío) para luego ir a predicar y convencer de la justeza del mismo a todos los mexicanos. Ellos parten del «andar preguntado» en el que el programa de lucha es un universal concreto construido como resultado, nunca como punto de partida, de un diálogo crítico transmoderno que incluye dentro de sí la diversalidad epistémica y las demandas particulares de todos los oprimidos de México. Observen cómo éste es un «Universal Otro», como diría Walter Mignolo (2000), un pluriversal muy distinto a los universales abstractos del «significante vacío» de los procesos hegemónicos de Laclau y Mouffe, el «subalterno» de Gramsci o la «multitud» de Hardt y Negri. La descolonización de la noción de universalidad occidental eurocentrada es una tarea central para hacer posible el lema Zapatista de construir «un mundo donde quepan otros mundos». Partido de Vanguardia vs. Movimiento de Retaguardia
Esta discusión tiene implicaciones fundamentales para los debates de la izquierda contemporánea. El partido leninista parte de una noción cosmológica mesiánica cristiana. Cuando Lenin (1977) nos dice que «sin teoria revolucionaria, no hay movimiento revolucionario» usa a Kautsky como modelo. Lenin cita a Kautsky para decir que los obreros eran incapaces de producir conciencia de clase y teoría revolucionaria porque éstos no tenían la capacidad de producir espontáneamente ni su teoría ni su conciencia de clase. Por tanto, esto solo les puede llegar desde afuera, es decir, predicándola. ¿Y quienes son los que producen esta teoría y van a predicarla? De acuerdo con Kautsky, apoyado por Lenin, solamente los intelectuales burgueses, críticos de su propia posicionalidad de clase, les es posible producir la conciencia y la teoría que el proletariado necesita para emanciparse. De ahí la necesidad de un partido de vanguardia. Este es otro viejo debate, que hay que revisar con lentes decoloniales. En Lenin, vía Kautsky, se reproduce la vieja episteme colonial donde la teoría es producida por las élites blancas-burguesas-patriarcales-occidentales y las masas son entes pasivos, objetos y no sujetos de la teoría. Tras el supuesto secularismo, se trata de la reproducción del mesianismo judeo-cristiano encarnado en un discurso secular marxista de izquierda. La diferencia entre Lenin y Kautsky es en el tipo de mesianismo. En Lenin se reproduce de manera muy cruda el mesianismo cristiano, mientras que en Kautsky se reproduce el mesianismo judío. En el mesianismo judío, como el Mesías nunca ha llegado, lo importante es el mensaje y no el mensajero. Por el contrario, en el mesianismo cristiano, a diferencia del mesianismo judío (¿Kautsky?), como el mesías llegó, resucitó y todavía vive, es más importante el mensajero que el mensaje. En el mesianismo judío están los profetas anunciando la llegada del mesías y el fin de los imperios terrestres. En el mesianismo cristiano está el mesías y se trata no tanto de cuestionar lo que dijo sino de entregarse al mesías sin mucho cuestionamiento. Del mesianismo cristiano leninista, llegamos a Stalin, seminarista cristiano convertido al bolchevismo. En fin: Stalin es un resultado de Lenin. ¿Qué pasa cuando la política sale de la cosmología judeo-cristiana hacia cosmologías otras? Sin negar la posibilidad de mesianismos otros, en los zapatistas el giro decolonial se da en una forma «otra» de hacer política que partiendo de cosmologías indígenas en el sur de México proponen formas alternas de práctica política. Los zapatistas parten del «andar preguntado» y de ahí proponen un «movimiento de retaguardia» que contribuya a articular un amplio movimiento pensado desde los «condenados de la tierra» de todo México. El «andar preguntando» lleva a lo que los Zapatistas llaman «movimiento de retaguardia» frente al «andar predicando» del leninismo que lleva al «partido de vanguardia». El partido de vanguardia parte de un programa a priori enlatado que como es caracterizado de «científico» se autodefine como «verdadero». De esta premisa se deriva una política misionera de predicar para convencer y reclutar a las masas a la verdad del programa del partido de vanguardia. Muy distinta es la política pos-mesiánica Zapatista que parte de «preguntar y escuchar» donde el movimiento de «retaguardia» se convierte en un vehículo de un diálogo crítico transmoderno, epistémicamente diverso, y por consiguiente, decolonial.
Referencias
Castro-Gómez, Santiago. 2005. La poscolonialidad explicada a los niños, Popayán, Colombia, Editorial Universidad del Cauca.
Césaire, Aimé. 2006. Discurso sobre el colonialismo, Madrid, Akal.
Descartes, René. 1999. Discurso del Método, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva.
Dussel, Enrique. 1994. 1492: El Encubrimiento del Otro: Hacia el Origen del «Mito de la Modernidad», La Paz, Bolivia, Plural Editores.
Kant, Immanuel. 2004a. Crítica de la Razón Pura, Buenos Aires, Editorial Losada. 2da edición.
Kant, Immanuel. 2004b. Antropología, Madrid, Alianza Editorial.
Hegel, G.W.F. 1997. Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas, México DF., Editorial Porrúa. Hegel, G.W.F. 1999. Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, Madrid, Alianza Editorial.
Hegel, G.W.F. 2004. La fenomenología del espíritu, México DF., Fondo de Cultura Económica.
Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal. 1985. Hegemony and Socialist Strategy, London, Verso.
Laclau, Ernesto. 2005. La razón populista. México, Fondo de Cultura Económica.
Lenin, V.I. 1977. ¿Qué hacer?, Pekín, Ediciones en lenguas extranjeras.
Marx, Karl. 1972. Introducción General a la Crítica de la Economía Política, Buenos Aires, Cuadernos Pasado y Presente.
Mignolo, Walter. 2000. Local Histories, Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledges and Border Thinking, Princeton, Princeton University Press.

De la metafísica de la subjetividad al sujeto como persona

De la metafísica de la subjetividad al sujeto como persona
Marta-Cecilia Betancur G

Danilo Cruz-Vélez no sólo tiene el valor de haber introducido en Colombia los estudios sobre fenomenología y hermenéutica, sino de haber realizado investigaciones que descubren los aportes más importantes de las filosofías de Heidegger y de Husserl, como sucede en el estudio llevado a cabo por el pensador en “La superación de la metafísica de la subjetividad” [Cruz Vélez, Danilo. Filosofía sin supuestos. Universidad de Caldas: Manizales, 2001.]

En este escrito, el pensador descubre el alcance de la teoría de Heidegger sobre el ser del hombre en cuanto hace una crítica radical a la concepción de toda la metafísica occidental sobre el hombre como sujeto. La obra del filósofo alemán es para Danilo Cruz una destrucción de la metafísica de la subjetividad, lo cual se ha visto confirmado por la lectura atenta de la obra de Heidegger y por la influencia que éste ha ejercido en la filosofía contemporánea a través de filósofos como Ricoeur, Vattimo y Charles Taylor.
Efectivamente, la superación de la metafísica de la subjetividad en gran parte fue obra del filósofo alemán. Además, la crítica realizada por Wittgenstein a la substancialización del yo, así como a la idea de que el sujeto o la substancia pensante se conoce por introspección, confirman la pertinencia de los estudios de Danilo Cruz sobre Heidegger.
Éste critica la noción de sujeto como substancia pensante y como supuesto soporte permanente de accidentes. Wittgenstein también discute esa noción de substancia y critica el supuesto conocimiento netamente introspectivo y autorreflexivo de ese sujeto.
Las dos críticas han incidido en una nueva concepción sobre el hombre, en la cual ha avanzado de manera considerable Paul Ricoeur. En “la superación de la metafísica de la subjetividad”, Danilo Cruz defiende y demuestra que mientras que Husserl es la culminación de la metafísica del sujeto, Heidegger, por el contrario, es su superación.
“La pieza que ambos persiguen en el camino histórico es el sujeto afirma el pensador pero sus intenciones son diferentes. Lo que Husserl pretende es justificar la convicción que sustenta todo su pensamiento, según la cual el sujeto es la fuente del ser. Heidegger, en cambio, quiere desenmascarar esta convicción como un supuesto insostenible”[[Ibíd., pp. 112-113.]].
Heidegger orienta el estudio del ser del hombre por un nuevo rumbo al investigarlo como Dasein, como ser en el mundo, como ser existente o como ser en el tiempo, y, para hacerlo, debe destruir el camino seguido por la metafísica tradicional, especialmente desde Descartes, que ha consolidado la concepción del hombre a partir de la asunción de éste como yo pienso o substancia pensante.
Mientras el objetivo de Heidegger[Varias razones da Danilo Cruz para defender la idea de que ese es el interés de Heidegger, así no aparezca el camino deconstructivo expresado de manera abierta en Ser y Tiempo: en primer lugar, la expresión misma “Metafísica de la subjetividad” “es una expresión acuñada por Heidegger para designar el período del pensamiento europeo que va de Descartes a Husserl” (2001: p.107), segundo, el título que dejó señalado Heidegger para la segunda parte de “Ser y tiempo” y que no se publicó: “Destrucción de la historia de la ontología”, en la cual se proponía un estudio de la res cogitans de Descartes. Y, por último, sus clases en Marburgo, las cuales inicia con un curso y un seminario sobre “El comienzo de la Filosofía Moderna”.] es la superación de la metafísica de la subjetividad para elaborar una nueva concepción del hombre, “lo que Husserl pretende es justificar la convicción que sustenta todo su pensamiento según la cual el sujeto es la fuente del ser”[Ibíd., p. 113.], el yo o el sujeto persisten como fundamento trascendental del conocimiento y del mundo.
En este sentido la fenomenología de Husserl es la síntesis del pensamiento sobre el sujeto que se inaugura desde Descartes y que será objeto de la rebeldía de Heidegger. Para reconstruir el camino crítico recorrido por Heidegger, Danilo Cruz se ocupa de tres temas: la identificación del sujeto y el yo en la filosofía moderna, el yo y el sujeto trascendental en Kant y la concepción del yo en Husserl.
La tarea de Heidegger y la labor reconstructiva de Danilo Cruz consisten en desentrañar el origen de los conceptos de objeto y sujeto, según como fueron concebidos desde la filosofía moderna. El significado que ellos adquirieron en esa época y que domina el escenario filosófico hasta hoy, fue completamente nuevo y orientó la investigación sobre el ser del hombre y del mundo considerados desde entonces a partir de esa relación.
Estos son puntos de vista originarios de la época moderna, con Descartes. Una novedad filosófica es que el sujeto pasa a ser el sujeto pensante, el yo pienso, la substancia pensante. Pero ¿de dónde vienen estos conceptos y qué cambios se ha dado en ellos? El término ¨sujeto¨ proviene de ¨Subjectum¨ que significa soporte y sustrato permanente de cualidades; en la época moderna se utilizó Subjetctum como hipokeímenon o substantia que significa el substrato o soporte permanente de cualidades y propiedades, dado que éstas no se pueden dar en la nada. Las propiedades son propiedades de algo, una substancia.
Antes de la asunción de hipokeímenon como subjectum, el significado de este término era muy distinto al del término de ¨sujeto¨ en la filosofía moderna. En ésta es lo arrojado a la base, lo subpuesto; ontológicamente “el ese en se en el que reposan y se fundan las propiedades”[[Ibíd., p.125.]] (2001: p. 125). En el latín anterior ¨el sujeto¨ estaba ligado a la noción gramatical de sujeto como aquello de lo cual se habla en la proposición. Y aquello de lo que se habla son las cosas, la casa, el árbol, Juan. Esta forma de entenderlo va a aparecer de nuevo en la Filosofía Contemporánea con la teoría de la acción de Ricoeur y de algunos otros filósofos del lenguaje.
Al asumir hipokeímenon como subjectum en la filosofía moderna, las cosas cambian, éste término acoge las notas esenciales de aquél, por lo que recoge las características de sustrato absoluto y soporte de propiedades que reposa en sí mismo. Mientras que subjectum no tenía que ver con el yo, objectum, si que tenía que ver, puesto que era lo representado por el yo. Objeto eran la cosa en cuanto idea y representación del hombre.

Así, la moderna metafísica de la subjetividad se basa en la relación sujeto/objeto, pero no a partir de la manera como eran entendidos en la filosofía medieval, sino por una transformación de su significado. En Descartes el sujeto pasa a ser el yo, el ego cogito. ¿Pero, cómo ocurre ese tránsito? Veamos. Todo se origina en la necesidad planteada por Descartes de encontrar la certeza, de aspirar a un conocimiento cierto, a la certitudo.

Esta búsqueda de la certeza lo lleva mediante el método de la duda a buscar una primera verdad indubitable, un fundamento absoluto que encuentra en el “yo pienso”. Este es el subjectum que satisface las exigencias de la verdad como certeza, el subjectum indubitable.

“Por tanto, el ego cogito es ese subjectum privilegiado que se busca”[[Ibíd., p 131]]. Descartes también pregunta por el hipokeímenon, esto es, por el ser que es sustrato permanente, por el ser en sí, pero lo hace mediante la palabra latina substantia que había recibido de la filosofía medieval. Desde Descartes, el yo que piensa es el ser por excelencia. De lo único que se tiene certeza es de que “yo pienso”; todas las cosas y los conocimientos, en principio, no son más que contenidos de mi conciencia.
Ahora bien: “si el ego cogito es el subjectum por excelencia, en él tienen que reaparecer las notas del hipokeímenon fijadas anteriormente, pero elevadas de acuerdo con su excelencia al sumo grado. El subjectum, el sujeto o el yo pienso, es lo subyacente en todos los actos, lo permanente en los cambios y el sustentáculo o soporte de propiedades. Por último, el yo es el fundamento por ser lo absoluto. Las cosas son relativas a mí, a la substancia.
“El único subjectum es el yo. La metafísica moderna saca esta consecuencia implícita en el punto de partida cartesiano; pero esto no ocurre de un golpe, sino en lenta evolución. Descartes emplea aún en las Meditaciones el término subjectum en el sentido medieval. En Kant encontramos una completa identificación de sujeto y yo, aun cuando algunas veces, muy pocas, usa el primero en el viejo sentido. Desde el llamado idealismo alemán (Fichte, Schelling y Hegel) hasta Husserl, la identificación sí es total.
El sujeto y el yo son lo mismo”[Cruz Vélez. Op. cit., pp. 132-133.] Danilo Cruz sigue con sumo rigor el desarrollo de esa idea en Kant y Husserl, para demostrar que ni uno ni otro superan la posición cartesiana, los dos giran en los mismos presupuestos. Kant quiere destruir el concepto errado del yo elaborado por Descartes, quien descubrió un yo trascendental pero lo explicó como un yo empírico, dado que encontró un yo que es condición trascendental del conocimiento o de los contenidos de conciencia, pero lo estudió como una substancia pensante, aplicándole los conceptos recibidos de la tradición, esto es, de la ontología de las cosas.
El sujeto, en Kant, en cuanto “yo pienso” o ego cogito es un yo fundamento, puro, trascendental, condición de posibilidad de todas las representaciones del mundo. Sigue siendo lo permanente, en Kant. Es sujeto, ya no en cuanto substancia, o substrato real de lo objetivo, sino en el sentido de que hace posible toda representación, es sujeto del pensar, de la unión en el juicio predicativo, de la construcción de síntesis. “Por ello, el yo es subjectum: actividad unificante, siempre idéntica a sí misma, que está a la base de la multiplicidad de las representaciones… el yo es forma de toda representación; es decir, aquello que fija la ley invariable del representar”[Ibíd., p.150.]
Sin embargo, lo que plantea Heidegger es que Kant no logra superar completamente ni la cosificación del yo ni la metafísica de la subjetividad. Esto es así porque el filósofo le sigue otorgando al ego cogito las características del hipokeímenon o de la substancia: “la permanente presencia… El yo es lo permanentemente presente en todas las representaciones, lo idéntico a sí mismo en todos sus actos, lo que no cambia en la multiplicidad cambiante del representar”[[Ibíd., p.151.]].
La concepción substancialista y cosificadora sigue haciendo sus trampas, como el genio maligno cartesiano, al aparecer de nuevas formas en la filosofía de Kant[Realmente la noción de substancia, el dualismo substancialista, la cosificación y, por tanto, la metafísica de la subjetividad aparecen en toda la filosofía moderna, incluyendo al empirismo inglés, como lo han mostrado muy bien Heidegger y Wittgenstein. Existen hoy importantes escritos sobre este problema. Cfr. Risieri Frondizi. Substancia y función en el problema del yo. Jorge Vicente Arregui. Acción y sentido en Wittgenstein. EUNSA: Barañain-Pamplona, 1984, cap. 8.]
Señalando lo que interesa destacar, retomemos las ideas que Husserl construye sobre el yo. Convirtiendo la duda metódica de Descartes en una epojé fenomenológica, que pone entre paréntesis el mundo empírico trascendente, se vislumbra un yo no empírico que se constituye en subjectum, soporte o sustrato permanente de los datos subjetivos o del flujo constante de las corrientes de vivencias. Es un yo puro, que, en efecto, en el §57 de Ideas, aparece, como señala Danilo Cruz, determinado mediante algunas unas observaciones.
“¿Qué es entonces el yo puro? Las vivencias constituyen una corriente, un flujo incesante en que todo está cambiando. Pero en la base de ellas hay un substrato invariable que las sustenta: el yo puro. Este es por lo tanto, subjectum. Y sus notas ontológicas fundamentales son la permanencia y la identidad”[Husserl. Ideen 57. Citado por Danilo Cruz. Ibíd. P. 159.]
Como se ve, en el yo puro aparecen de nuevo las características del subjectum de la Filosofía Moderna en todo el esplendor de la metafísica. El mundo es trascendente y no aparece más que como una corriente de vivencias en un yo puro trascendental, que es condición de ellas. Frente a la continuidad del cambio, al carácter fluctuante de las vivencias que son ausencia y presencia, la permanencia y la identidad están en el yo puro trascendental.
Lo que importa resaltar aquí es la forma como llega Husserl a encontrar “el yo” en cada caso: siempre en medio de la búsqueda de un sustrato o soporte de propiedades. Analizando en primera persona ciertos contenidos mentales, lo que queda es un soporte a sustrato de tales contenidos. Se parte de un yo que piensa, que siente, que recuerda y que imagina. Ahora bien, ¿qué método nos ha brindado este resultado? El camino de la reflexión. Husserl ha seguido el método sugerido por Descartes.
De nuevo, como éste, ha partido de la primera persona y ha realizado el estudio del yo a partir o de la reflexión sobre sí mismo. Es una indagación a partir de la primera persona, del conocimiento privado o íntimo. “En la reflexión me vuelvo sobre el yo que percibe convirtiéndolo en objeto”[Ibíd., p. 169.] Se da una división del yo, en un yo que percibe, que piensa, y un yo objeto de la percepción interna.
En la argumentación de este filósofo se conservan los supuestos no sometidos a la discusión, que serán el objeto de la crítica de Heidegger, Wittgenstein y Ricoeur: el primer problema es la ubicación en la primera persona, el segundo, la conservación del prejuicio substancialista y el tercero la aceptación de la intuición y la reflexión, consideradas como autorreflexión sobre vivencias.
La crítica de estos tres filósofos supone la asunción de una nueva concepción sobre el hombre, y un gran valor de Danilo Cruz consiste en haber señalado el cambio para la teoría del hombre que significa la posición nueva defendida por Heidegger. “Por ello afirma el profesor Cruz Vélez decíamos al comienzo que el tema efectivo de la obra es el Dasein. Desde este punto de vista hay que considerarlo como una superación de la metafísica de la subjetividad, pues la tematización del hombre como Dasein lo que viene a superar primeramente es la idea del hombre como sujeto, la cual es el fundamento de dicha metafísica”[Ibíd., p. 190.]
Dasein y sujeto de la acción
Con el fin de evitar una presentación muy complicada del problema, conviene ubicar la crítica a esos supuestos en la discusión realizada por Ricoeur, quien nos llevará a las posiciones de Heidegger y de Wittgenstein. En primer lugar, cabe advertir que el mayor interés de la filosofía de Ricoeur se centra en el estudio del hombre. Su filosofía es en gran medida una Antropología filosófica en cuanto tiene por objetivo principal avanzar en la comprensión de sí del hombre, para lo cual se apoya en la empresa iniciada por Heidegger y en algunas indicaciones de Wittgenstein de gran importancia en la superación de la metafísica de la subjetividad.
Lo que hace Ricoeur, entonces, siguiendo a Heidegger, es superar la metafísica de la subjetividad, que, como hemos visto asimila el sujeto con el yo y con el hombre, desde Descartes. Ricoeur busca superar el estudio del hombre del ámbito en el cual se había instalado de Descartes a Husserl, a saber, la metafísica de la subjetividad. Se trata de superar la concepción del hombre que lo consideraba como substancia pensante y en la cual se pasaban por alto características y propiedades fundamentales.
Se trata de bajar al hombre del rango metafísico e idealista en que se asumía para su estudio, entre lo que cabe destacar la pérdida del carácter corporal, del carácter vivencial o vital y del carácter temporal. De manera muy resumida, sinteticemos las críticas realizadas por Ricoeur a ese modelo fundado en Descartes: En primer lugar el hombre no es una substancia pensante.
Con Heidegger, Ricoeur afirma que antes que seguir considerando al hombre como un sujeto que conoce y se enfrenta a un objeto por conocer, hay que llevarlo a su modo de ser más originario, en cuanto “ser en el mundo”. Para Ricoeur como para Heidegger el hombre es un ser vital, un existente, un ser en el que su manera de ser es “existir”. Ricoeur parte de las fórmulas que había propuesto Heidegger para analizar al hombre y que son tan bien expuestas por Danilo Cruz. Frente al sujeto moderno pensado como condición trascendental de conocimiento, Heidegger propone girar la pregunta hacia la relación del hombre con el ser, a la relación más originaria del hombre con el mundo; de modo que el que entra en relación no es un sujeto frente a un objeto sino el ser humano. El hombre es un Dasein, es una relación con el ser que se caracteriza por el comprender. El Dasein es existencia.
En segundo lugar, la crítica a la concepción del hombre como sujeto enfrentado a un objeto y como substancia pensante lleva consigo en Ricoeur una segunda objeción: la crítica a la teoría de Descartes y de Husserl de que el yo es lo primero que se conoce y cuyo conocimiento se realiza por intuición, es decir por un conocimiento inmediato, no mediado y por introspección o mediante la percepción de un objeto interior.
Ricoeur discute esas dos posiciones y afirma que el yo del hombre no es lo primero que se conoce sino lo más complejo por conocer; que el conocimiento del hombre es un proceso, es una interpretación a lo largo de su vida. A esa concepción cartesiano-husserliana, por tanto, Ricoeur le opone la idea de que el hombre se conoce de manera mediada a través de los símbolos, del lenguaje y de su objetivación a través de la cultura.
A partir de la idea de que el conocimiento de sí del hombre no es inmediato, Ricoeur lleva la crítica más lejos, pues considera que este conocimiento tampoco puede darse solamente por introspección y autorreflexión. Y en este aspecto acude a la crítica realizada por Wittgenstein al conocimiento y al lenguaje privados. Esta crítica está ligada en Wittgenstein a una crítica a la perspectiva egocéntrica de la que parte la filosofía moderna de Descartes y del empirismo inglés y que aparecen en la Filosofía Contemporánea en el positivismo lógico y la fenomenología[Cfr. Wittgenstein. Investigaciones filosóficas § 240 a 323.]
La perspectiva egocéntrica consiste en realizar el estudio del conocimiento, del mundo y del hombre a partir de la primera persona, del yo o del estudio del propio caso. “Este punto de vista filosófico fue inaugurado oficialmente por Descartes cuando, como resultado de la duda metódica, decidió filosofar partiendo de los datos que le eran accesibles desde la clausura del cogito, pero no es privativo del cartesianismo, ni siquiera de la tradición del racionalismo continental, sino que se encuentra también en los empirismos clásico y contemporáneo”[García Suárez, Alonso. La lógica de la experiencia. Madrid: Tecnos, 1976, p. 72.]
En la perspectiva egocéntrica el estudio de los problemas se lleva a cabo desde la primera persona, por lo que ha tenido como consecuencias la caída en el solipsismo y el escepticismo, por un lado, y en el conductismo, por el otro. La caída en el solipsismo y en el lenguaje privado se ha hecho evidente en la dificultad de Descartes para intentar de nuevo la recuperación del mundo y del propio cuerpo. Una vez se ha asumido la perspectiva egocéntrica todo en el mundo pasa a ser una construcción del sujeto. Esto también se ve claramente en la dificultad de un sector de la filosofía contemporánea para demostrar la existencia de las otras mentes, pregunta mediante la que pretenden plantear la existencia de los “otros hombres”.
Para Wittgenstein la existencia misma del lenguaje nos permite salir de esa postura. El lenguaje no es nunca privado, ni es posible un lenguaje completamente privado y limitado al sujeto que lo usa. El lenguaje es desde siempre, originariamente, público. El lenguaje es social, intersubjetivo y público. Las reglas del lenguaje, para que sean reglas, deben ser seguidas por más de un hombre, en más de una ocasión. El significado del lenguaje en ninguna ocasión es un objeto interior o privado. El significado lo establece el uso, de manera social; es en medio de la praxis social como se establecen y se aprenden los significados. La teoría del lenguaje privado surge, para el Wittgenstein de las investigaciones, en el equivocado modelo del nombre y del referente como su significado, que condujo a la substancialización y a la cosificación.
Con base en estos planteamientos Ricoeur hace un giro y realiza una propuesta nueva sobre lo que es el hombre como sujeto. Observemos que Ricoeur no quiere renunciar a la idea del hombre como sujeto, sino a la forma como se concibe desde la filosofía moderna, para lo cual inicia una redefinición y reconceptualización del término. Para hacerlo se apoya en lo que había afirmado: que el hombre se conoce a través de sus obras, del lenguaje y de sus acciones.
En este caso va a acudir al lenguaje y concretamente al lenguaje de la acción. Se había dicho que el sujeto era también en la gramática y en la filosofía medieval el sujeto de la oración, aquello de lo cual se predica en la oración. Pues bien, aquello de lo cual se habla son los seres del mundo, entre los cuales se encuentra un sujeto especial, que aparece en un tipo especial de oraciones, los enunciados de acción. El hombre es el sujeto agente del cual se habla en los enunciados referidos a las acciones, y es además, el que enuncia el enunciado. En las oraciones de primera persona como “te juró que te esperaré”, el sujeto es autorreferencial, dado que coincide con el sujeto locutor del enunciado, esto es, quien habla. En dos obras se refiere Ricoeur específicamente al hombre como sujeto, El discurso de la acción y Sí mismo como otro.
En El Discurso de la Acción realiza el análisis lingüístico del sujeto agente que se desprende de las frases de acción. El sujeto que de allí surge es un sujeto que realiza acciones de diverso rango de voluntariedad, motivadas por intencionalidades, causas o motivos; un agente que es responsable de sus acciones en cuanto puede tomar decisiones y cambiar el rumbo de los acontecimientos; una persona capaz de tomar decisiones y de actuar de acuerdo con ellas. Por otra parte, numerosas frases de acción descubren un sujeto que no sólo actúa libremente sobre el mundo de acuerdo con intenciones, sino también un sujeto que es paciente, que padece, en el sentido de que también sufre las determinaciones del mundo, lo que quiere decir que el sujeto es agente y paciente.
Ahora bien, ¿cuál es la conveniencia de iniciar el estudio del sujeto a partir del análisis lingüístico? El recurso al lenguaje saca al discurso filosófico de la fenomenología del tinte idealista que tenía, a partir de la intuición personal de esencias y de vivencias. El estudio se saca de la perspectiva egocéntrica y se ubica donde lo posicionó Wittgenstein, en el análisis del lenguaje como medio social intersubjetivo y público donde se arraigan y originan esas experiencias; el análisis lingüístico descubre que la persona de la enunciación es el sujeto agente de la acción.
Y la descripción fenomenológica descubre a la persona y el mundo de símbolos y significados en que habita ese sujeto. Un sujeto que es cuerpo, que es naturaleza pero que es también sociedad y cultura. Una persona que da sentido a la experiencia, a través del universo de símbolos. Esta forma de interpretar al hombre deja al descubierto el mundo social y cultural en que habita. Esto nos demuestra que las investigaciones y los aportes realizados por Danilo Cruz a la crítica de la Metafísica de la subjetividad llevada a cabo por Heidegger son plenamente acertadas y pertinentes, lo cual se percibe claramente por el desarrollo que ha tenido el problema a través de filósofos como Paul Ricoeur.

Conoce a cinco de los hombres más ricos de Centroamérica 2016

Conoce a cinco de los hombres más ricos de Centroamérica 2016
Forbes Centroamérica presentó la lista de los empresarios más ricos e importantes del área.
Empresarios centroamericanos destacan en la lista de los hombres más ricos, según Forbes. / Foto Por ShutterStock

Por elsalvador.com

May 02, 2017- 05:30

Según la Revista Forbes, durante 2016, la riqueza y las inversiones de los hombres más prominentes de Centroamérica se caracterizaron por la búsqueda de nuevos mercados para diversificar sus respectivos nichos de negocio, fue un año muy activo en ese sentido, lo que refleja la visión y la pericia de los cinco hombres que conforman es listado de empresarios este año.

Los millonarios centroamericanos se reinventaron, pese a la situación económica y política de sus países, logrando ganancias, ya que buscaron nuevos horizontes en diferentes industrias o seguir expandiéndose en sus rubros.

Mario López Estrada

Nació en 1938 y estudió Ingeniería Civil en la Universidad pública de Guatemala. Según un análisis financiero del portal de Internet ¨bloomberg¨ en el periodo de 1986 a 1991, se desempeñó como Ministro de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda.

En 1983 incursionó en el agresivo negocio de la telecomunicación en el año de 1993, desde entonces ha logrado colocar a la empresa Tigo Guatemala, como la empresa de telecomunicaciones número uno en ese país. El empresario ha trabajado en la industria de la construcción, telecomunicaciones y energías renovables.

Hoy día compite por el control de las telecomunicaciones en Guatemala nada menos que con Carlos Slim Helu, el segundo hombre más rico del mundo. Actualmente ocupa el cargo de presidente de Telefónica Tigo Guatemala.

Posee activos de 1,000 millones de dólares y estima que sus ingresos son de 2,555 millones de dólares. Opera en Centroamérica, Paraguay y Bolivia.

Ricardo Poma

El empresario salvadoreño Ricardo Poma es presidente del Grupo Poma. Posee activos totales por el orden de los 1,400 millones de dólares. Tiene operaciones en Estados Unidos, Colombia, Centroamérica y República Dominicana.

Dentro de su conglomerado, Grupo Poma cuenta con cuatro divisiones: el Grupo Roble, que opera centros comerciales en Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, y ha edificado 60,000 viviendas; Excel Automotriz; y Real Hotels & Resorts, que opera 28 hoteles en Centroamérica, Estados Unidos, México, Panamá, República Dominicana y Colombia.

Lea también: ¿Quiénes son los pentamillonarios?

También es propietario de Grupo Solaire, unidad industrial que produce implementos para el sector de la construcción. Según la revista Forbes, el grupo está incursionando en el negocio de la eficiencia energética y el desarrollo de proyectos de energía renovable.

Roberto Kriete

Es cofundador de Avianca Holdings y presidente de Grupo Kriete. Aunque no hay una cifra actualizada de sus activos totales, el reporte financiero de Avianca Holdings a 2016 indica que llegan casi a unos $6,590 mil millones.

Según el portal de Avianca, Kriete es fundador y miembro del Consejo Directivo de la línea aérea Volaris, de México; Presidente de la Junta Directiva de Avianca Taca y Presidente de la Asociación Latinoamericana de Líneas Aéreas (Alta).

Lea también: 10 reglas de oro de los millonarios para que aprendas a ganar más dinero

La Compañía de Inversiones del Grupo Kriete, la cual preside, realiza inversiones locales e internacionales en bienes raíces, agroindustria, hotelería, capital de riesgo y acciones de capital privado.

Kriete tiene una maestría en Administración de Empresas, por el Boston College, Massachussets; y una licenciatura en Economía, por la University of Santa Clara, de Santa Clara, California, Estados Unidos.

Carlos Pellas

El nicaragüense Carlos Pellas es presidente de Grupo Pellas, Según Forbes, sus activos totales a 2015 suman los $1,100 millones.

Lea también: David Rockefeller, el último de una generación de millonarios y filántropos

El conglomerado económico aglutina 25 empresas, entre éstas: Flor de Caña, SER, Casa Pellas, BAC Florida Bank, E. Chamorro, CEM JWT, División Internacional, GBM, Seguros América, Alpesa, GID Américas, Hospital Metropolitano Vivian Pellas, VOS TV, Coinca, Comunicaciones Inalámbricas de Centroamérica, Pellas Development Group, Guacalito de la Isla, Nicaragua’s Emerald Coast, Mukul, Beach, Golf & Spa; Santa María, Golf & Country club, Zona Deportiva, Frutan Nicaragua, Distribuidora Istmania, Centro Plaza Occidente, Distribuidora Salvadoreña y Grupo Pellas-Motta.

Con presencia en Estados Unidos, Centroamérica y el Caribe, se estima que Grupo Pellas tiene ventas por $1,500 millones anuales, que representan el 13% del PIB nicaragüense . Se estima que el Grupo Pellas da empleo a 23,000 personas en Centroamérica (dato a 2016).

Stanley Motta

Stanley Motta es el presidente del Grupo Assa, Motta International y Copa Holdings. En 2016 el empresario posee activos totales: 6,134 millones de dólares. El dato de este año aún no está disponible. Según datos de Forbes, solamente Copa holding factura: 2,721 millones de dólares.

La fortuna de Motta proviene de sus inversiones en tiendas libres de impuesto, las aerolíneas, las comunicaciones, los puertos y la banca. Desde 1990, el presidente del grupo ha impulsado Attenza, la cadena de duty free con presencia en veinte aeropuertos latinoamericanos donde distribuye productos de cosmética, perfumería, relojería y accesorios de marcas como Carolina Herrera, Bulgari, Calvin Klein y Clinique, entre otras.

Fue el negocio de las tiendas tiendas libres el que llevó a Motta a la industria de la aviación, específicamente a Copa Airlines, una aerolínea de la cual es socio mayoritario. La historia de la riqueza de la familia Motta comienza en 1950 cuando el panameño Alberto Motta puso en marcha el primer comercio en la Zona Libre de Colón (ZLC), que empezó con la distribución de licores y periódicos.

Hegemonic transitions and cultural change

Hegemonic transitions and cultural change: The making and unmaking of hegemonic modernity in the modern world system

Steven Marc Sherman
PhD Dissertation State University of New York at Binghamton 325 (1999)

The meaning of contemporary cultural change has been the source of considerable debate. The ‘Americanization’ of the world and the emergence of Postmodern forms of thought and cultural production have been interpreted as signs variously of limitless American political strength, Japanese/East Asian weakness and a profound epistemological break with enlightenment forms of thinking. This project attempts to situate these phenomena historically by comparing them to similar phenomena in the past.

Three periods are investigated. In the first, 1500-1650, Italian culture dominates the imagery, texts, and habits of the elites of Europe. Yet Italy had by 1500 become politically subordinate to Spain and France.

“The European Renaissance”, constituted by a scattered, transnational intellectual community, uncovered diverse approaches to the study of the world. Yet its dreams of a new age of enlightened investigation were smashed by the onset of the thirty years war. By 1650, the Dutch Republic had emerged as the greatest power in Europe. Yet its major cultural production, genre painting, was distinct from the Italian dominated trend.

The Dutch Republic also provided the context for Descartes, whose attempt to abstract and rise above empirical knowledge marked a break with the diverse, often hermeneutic approaches of the Renaissance.

In the next period, 1650-1820, France emerged as the center of elite culture in Europe. While France was not entirely eclipsed as a great power, its declining military fortunes stood in inverse relation to its ascending popularity. Exiled, dispersed Huguenots led the way to the creation of a new transnational community, searching for economic, political and religious enlightenment through unhindered investigative daring and the cultivation of the ‘republic of letters’. Yet they too, were eclipsed by the period of wars and revolutions beginning in 1789.

The ascending power, the United Kingdom, was most distinguished by its production of novels, which, like Dutch painting, were not widely regarded as serious culture. After the period of wars, as it attained hegemony, the British substituted of economic liberalization for political liberation and the advocacy of family, tradition, and religion as bulwarks against excessively rapid change.
In the final period, 1848-1950, Britain enjoyed considerable cultural popularity, although perhaps not as great as France or Italy. Nevertheless, the belle epoque it presided over ended abruptly in 1914, and upper-middle class, nineteenth century culture was rapidly eclipsed thereafter.

A new transnational community, led by the diasporic community of secular Jews, produced modernist ways of thought which pulled all elements of social life into the reign of science as well as producing unprecedented explorations of subjective life. Alliances between modernists and state leaders were short lived, however, as populist forms of culture proved more valuable in assuring the consent of the governed.

The rising power, the US, was most notable for producing the cinema, again ignored in ‘serious’ intellectual circles. On its ascension, the US circumscribed modernism by narrowing the subjective to the purely internal and detaching social science from history. In the conclusion, this history is employed to cast doubt on the ideas suggested in the introduction that the Americanization of the world indicates US political/military strength and that the emergence of postmodernism indicates a linear progression towards a new epistemology.

Un análisis histórico-económico clásico de la actual crisis (2009)

Un análisis histórico-económico clásico de la actual crisis. Entrevista con Robert Brenner
22/02/2009
Seongjin Jeong entrevistó para el diario coreano Hankyoreh (22 de enero 2009) a nuestro amigo y miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO Robert Brenner, que nos hizo llegar el original inglés del texto. Quien ha hecho en los últimos 10 años los análisis histórico-económicos acaso más profundos y premonitorios sobre la naturaleza de la vida económica capitalista mundial del final del siglo XX, se confirma aquí como uno de los más lúcidos y penetrantes analistas del presente. SP.
La mayoría de analistas califican la presente crisis como crisis financiera. ¿Está usted de acuerdo con esta denominación?

Es comprensible que los analistas de la crisis hayan situado el punto de partida en la banca y el mercado de valores. Pero el problema es que no han ido más allá. Empezando por el propio secretario del Tesoro, Paulson, y el presidente de la Reserva Federal, Bernanke, han sostenido que la crisis puede explicarse en simples términos de problemas en el sector financiero.
Al mismo tiempo, aseveran que la economía real subyacente es fuerte, que los llamados fundamentos están en forma. La desorientación no podría ser mayor. El principal origen de la crisis actual está en el declive del dinamismo de las economías avanzadas desde 1973 y, especialmente, desde 2000. El crecimiento económico en los EEUU, Europa occidental y Japón se ha deteriorado seriamente en cada ciclo en términos de indicadores macroeconómicos muy estándar: PIB, inversión, salarios reales, etc. Aún más, el ciclo económico recién acabado, desde 2001 hasta 2007, ha sido, con mucho, el más endeble desde el período de posguerra, y ello a pesar del mayor estímulo económico público de la historia de los EEUU en tiempo de paz.

¿Cómo explicaría el debilitamiento a largo plazo de la economía real desde 1973, lo que usted llama la larga caída?
Lo que lo explica es sobre todo un declive profundo y duradero de la tasa de rendimiento en inversión de capital desde finales de los sesenta. La incapacidad de recuperar la tasa de beneficio es lo más destacable a la vista de la enorme caída de los salarios reales durante el período. La causa principal, aunque no la única, del declive de la tasa de beneficio ha sido una tendencia persistente a la sobrecapacidad en las industrias manufactureras mundiales. Lo que ha ocurrido es que nuevos poderes industriales fueron ingresando, uno tras otro, al mercado mundial: Alemania y Japón, los nuevos países industrializados del noreste asiático, los tigres del sureste asiático y, finalmente, el Leviatán chino.
Esas economías de desarrollo tardío producían los mismos bienes que ya producían las economías más tempranamente desarrolladas, pero más baratos. El resultado ha sido un exceso de oferta en relación con la demanda en una industria tras otra, y eso ha implicado precios y, por lo mismo, beneficios bajos. Las empresas que han sufrido reducción de beneficios, además, no han abandonado dócilmente sus industrias. Han intentado conservar su lugar recurriendo a la capacidad de innovación, aumentando la inversión en nuevas tecnologías.
Huelga decir que eso no ha hecho más que empeorar la sobrecapacidad. A causa de la caída de su tasa de rendimiento, los capitalistas obtenían plusvalías cada vez menores de sus inversiones. De ahí que no tuvieran más opción que aminorar el crecimiento en maquinaria, equipo y empleo; y, al tiempo, a fin de restaurar la rentabilidad, contener las indemnizaciones por desempleo, mientras los gobiernos reducían el gasto social. Pero la consecuencia de todos estos recortes de gasto ha sido un problema de demanda agregada a largo plazo. La persistente endeblez de la demanda agregada ha sido el origen inmediato de la endeblez a largo plazo de la economía.
La crisis, en realidad, ha sido provocada por el estallido de la histórica burbuja inmobiliaria, que se ha estado inflando durante toda la década. ¿Cómo juzga su importancia?
La burbuja inmobiliaria debe entenderse en relación con la sucesión de burbujas de precios de activos que ha sufrido la economía desde mediados de los noventa y, especialmente, con el papel de la Reserva Federal estadounidense en alimentar dichas burbujas. Desde el principio de la larga caída, las autoridades económicas públicas han intentado capear el problema de una demanda insuficiente incentivando el aumento del préstamo, tanto público como privado. De entrada, recurrieron al déficit presupuestario, evitando así recesiones verdaderamente profundas. Pero, con el tiempo, los gobiernos conseguían inducir cada vez menos crecimiento económico de lo que tomaban a préstamo.
En efecto, a fin de conjurar el tipo de profundas crisis que han acosado históricamente al sistema capitalista, han tenido que aceptar la tendencia hacia el estancamiento. Durante los primeros noventa, los gobiernos en los EEUU y Europa, encabezados por la administración Clinton, intentaron célebremente romper su adicción al endeudamiento, poniendo todos proa de consuno hacia el territorio de los presupuestos equilibrados. La idea era dejar que el mercado libre gobernara la economía. Pero, como aún no se había recuperado la rentabilidad, la reducción de los déficits asestó un duro golpe a la demanda y contribuyó a producir, entre 1991 y 1995, la peor de las recesiones y el más bajo crecimiento de la era de posguerra.
Para lograr que la economía volviera a una senda de crecimiento, las autoridades estadounidenses acabaron adoptando un enfoque aplicado por primera vez en el Japón de fines de los ochenta. Mediante la imposición de tipos de interés bajos, la Reserva Federal facilitaba el préstamo al tiempo que incentivaba la inversión en activos financieros. Al dispararse los precios de los activos, las empresas y familias obtendrían enormes aumentos de riqueza, al menos sobre el papel. Estarían, por tanto, en condiciones de tomar préstamos a una escala titánica, de incrementar infinitamente la inversión y el consumo y, así, conducir la economía.
El déficit privado, pues, vino a substituir al déficit público. Lo que podría llamarse keynesianismo de precios de activos sustituyó al keynesianismo tradicional. Por tanto, durante la última docena de años hemos asistido a un extraordinario espectáculo en la economía mundial, y es que la continuación de la acumulación de capital ha dependido literalmente de unas oleadas de especulación de dimensiones históricas cuidadosamente alimentadas y racionalizadas por los diseñadores ─y reguladores─ de las políticas públicas: primero, la burbuja del mercado de valores de finales de los noventa, y después, las burbujas de los mercados inmobiliario y crediticio de los primeros años 2000.
Usted fue profético al prever la actual crisis, así como la recesión de 2001. ¿Cuál es su perspectiva respecto a la economía mundial? ¿Empeorará o se recuperará antes del final de 2009? ¿Espera que la actual crisis sea tan severa como la gran depresión?
La crisis actual es más seria que la peor de las recesiones previas del período de posguerra, la que se dio entre 1979 y 1982, y es concebible que rivalice con la Gran Depresión, a pesar de que no hay modo de saberlo realmente. Quienes se dedican a la realización de pronósticos económicos subestimaron su virulencia porque sobreestimaron la solidez de la economía real, sin comprender hasta qué punto dependía ésta de una acumulación de deuda fundada en las burbujas de los precios de los activos.
En los EEUU, el crecimiento del PIB durante el reciente ciclo económico de 2001-07 ha sido, con mucho, el más bajo de la época de posguerra. No ha aumentado el empleo en el sector privado. El incremento de maquinaria y equipo ha sido cerca de un tercio más bajo que el de la posguerra. Los salarios reales se han mantenido prácticamente estancados. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, no se han registrados aumentos en el ingreso medio familiar. El crecimiento económico ha ido a parar íntegramente al consumo personal y a la inversión en residencia, lo que ha sido posible por el crédito fácil y el aumento de los precios de la vivienda. El resultado económico ha sido esta endeblez, aun a pesar del enorme estímulo de la burbuja inmobiliaria y de los enormes déficits federales de la administración Bush. La vivienda por sí sola sumó casi un tercio del crecimiento del PIB y cerca de la mitad del aumento del empleo entre 2001 y 2005. Era, por tanto, esperable que cuando reventara la burbuja inmobiliaria, cayeran el consumo y la inversión en residencia y se hundiera la economía.
Muchos sostienen que la actual es una típica “crisis Minsky”, no una crisis marxiana, aduciendo que la explosión de la burbuja financiera especulativa ha jugado un papel central en ella. ¿Cómo les respondería?
Es ocioso contraponer así los aspectos reales y financieros de la crisis. Como he resaltado, es una crisis marxiana: hunde sus raíces en una caída a largo plazo de la tasa de beneficio y en la incapacidad de recuperación de la misma, lo que está en el origen principal de la disminución de la acumulación de capital hasta ahora. En 2001, la tasa de beneficio de las empresas no financieras fue la menor del período de posguerra, con la excepción de 1980. Las empresas no han tenido, por tanto, otra opción que contener la inversión y el empleo, pero eso ha agravado el problema de la demanda agregada, nublándose así el clima económico. Esto es lo que explica el extremadamente bajo crecimiento observable en el ciclo económico que acaba de terminar. Sin embargo, para comprender el colapso actual hay que demostrar la conexión entre la endeblez de la economía real y el desplome financiero.
El vínculo principal es la que se da entre la cada vez mayor dependencia del préstamo para que la economía siga funcionando y la predisposición pública, todavía mayor, a confiar en las subidas de los precios de los activos para lograr mantener viva la dinámica del préstamo. La condición básica de las burbujas en los mercados inmobiliario y crediticio era la perpetuación de un coste bajo del préstamo. La endeblez de la economía mundial, especialmente después de las crisis de 1997-98 y 2001, además de las enormes adquisiciones de dólares por parte de gobiernos asiáticos para mantener al mismo nivel sus divisas y el crecimiento del consumo estadounidense, provocó unos tipos de interés insólitamente bajos.
Al mismo tiempo, la Reserva Federal mantuvo los tipos de interés a corto plazo más bajos que nunca desde los años cincuenta. Como prestaban tan barato, los bancos estaban dispuestos a conceder préstamos a especuladores cuyas inversiones provocaban un precio cada vez más alto de activos de todo tipo y un rendimiento en el préstamo (tipos de interés de los bonos) cada vez menor. Sintomáticamente, los precios de la vivienda se dispararon y el rendimiento en términos reales de los bonos del tesoro estadounidense se hundió. Pero como los rendimientos cayeron cada vez más, a las instituciones del mundo que dependían de los rendimientos del préstamo les resultó cada vez más difícil obtener beneficios suficientes.
Los fondos de pensiones y las compañías de seguros fueron golpeados de forma particularmente dura, pero también se vieron afectados los fondos hedge de cobertura y los bancos de inversión. Esas instituciones se mostraron más que dispuestas a realizar enormes inversiones en unas obligaciones respaldadas por hipotecas subprime más que dudosas a causa de los insólitamente elevados rendimientos ofrecidos y con desprecio de unos riesgos no menos insólitamente elevados. Lo cierto es que no lograron sacar tajada suficiente.
Su masiva adquisición de obligaciones hipotecariamente respaldadas es lo que facilitó a los institutos bancarios generadores de hipotecas seguir realizando préstamos a prestatarios cada vez menos calificados. La burbuja inmobiliaria alcanzó proporciones históricas y permitió que prosiguiera la expansión económica. Ni que decir tiene, eso no podía durar mucho. Cuando cayeron los precios de la vivienda, la economía real entró en recesión y el sector financiero se desplomó, porque el dinamismo de una y de otro se fundaba en la burbuja inmobiliaria.
Lo vemos ahora es que la recesión está empeorando el desplome, porque contribuye a exacerbar la crisis inmobiliaria. Y que el desplome está intensificando la recesión, porque está dificultando el acceso al crédito. Precisamente es esa interacción entre una crisis de la economía real y una crisis del sector financiero que se alimentan mutuamente lo que hace que el despeñadero hacia la depresión se resista a todas las políticas intentadas por las autoridades y que el potencial de catástrofe resulte tan evidente.
Aun concediendo que el capitalismo de posguerra hubiera entrado en un período de larga caída en los años setenta, parece innegable que la ofensiva capitalista neoliberal ha impedido el empeoramiento de la caída de la producción desde los ochenta.
Si por neoliberalismo se entiende el giro hacia las finanzas y la desregulación, no veo cómo puede haber ayudado eso a la economía. Pero si por neoliberalismo se entiende el desmedido asalto de los empresarios y los gobiernos a los salarios obreros, a las condiciones laborales y al estado del bienestar, la cosa ofrece pocas dudas: se ha impedido que la caída de la tasa de beneficio haya sido todavía peor. Con todo, la ofensiva de la patronal no esperó hasta la denominada era neoliberal de los ochenta. Comenzó con el despertar de la caída de la rentabilidad, iniciada a principios de los setenta, de la mano del keynesianismo. No condujo, empero, a la recuperación de la tasa de beneficio, y no hizo sino exacerbar el problema de la demanda agregada. El debilitamiento de la demanda agregada terminó por obligar a las autoridades económicas a adoptar formas de estímulo económico más potentes y temerarias: el “keynesianismo de precios de activos” que condujo al actual desastre.
Hay quien ha defendido que un nuevo paradigma de “financiarización” o “capitalismo financiero” ha provocado un llamado “resurgimiento del capital” (Gerard Dumeneil) desde los ochenta hasta el presente. ¿Qué piensa de las tesis de la “financiarización” o “capitalismo financiero”?
La idea del capitalismo financiero es una contradicción en los términos, porque, genéricamente hablando ─hay excepciones significativas, como el préstamo al consumidor─, el beneficio financiero sostenido depende de la obtención de beneficios sostenidos en la economía real. Para responder a la caída de la tasa de beneficio, algunos gobiernos, encabezados por el de los EEUU, incentivaron el giro hacia las finanzas mediante la desregulación del sector financiero. Pero, como la economía real seguía languideciendo, el principal resultado de la desregulación fue la intensificación de la competencia en el sector financiero, lo que hizo más difícil la obtención de beneficios e incentivó una especulación aún mayor y la adopción de riesgos.
Destacados ejecutivos de bancos de inversión y fondos hedge estaban en condiciones de obtener fabulosas fortunas, ya que sus remuneraciones dependían de los beneficios a corto plazo. Podían asegurarse temporalmente altos rendimientos mediante la expansión de sus préstamos basados en activos e incrementando el riesgo. Pero esa forma de hacer negocio, tardara más o menos en verse, era a expensas de la salud financiera a largo plazo de las propias empresas, y en el caso más espectacular, condujo a la caída de los bancos de inversión más importantes de Wall Street.
Todas y cada una de las sedicentes expansiones financieras habidas desde los años setenta han terminado rápidamente en una desastrosa crisis financiera y han precisado de enormes rescates públicos. Lo que vale para el boom crediticio del tercer mundo en los años 70 y principios de los 80, no menos que para el auge del ahorro y el crédito, la manía de compra apalancada de empresas y la burbuja de los bienes raíces comerciales de los 80, o para la burbuja del mercado de valores de la segunda mitad de los 90 y, huelga decirlo, para las burbujas inmobiliaria y crediticia de los primeros años 2000. El sector financiero parecía dinámico sólo porque los gobiernos estaban dispuestos a hacer lo que hiciera falta para apoyarlo.
El keynesianismo o estatismo parece presto a volver como el nuevo Zeitgeist [espíritu de la época]. ¿Cuál es su valoración general del keynesianismo o estatismo renaciente? ¿Puede contribuir a resolver o, cuando menos, aliviar la actual crisis?

Los gobiernos actualmente no tienen otra opción que la de volver al keynesianismo y al estado para intentar salvar la economía. Después de todo, el libre mercado se ha demostrado totalmente incapaz de impedir o hacer frente a la catástrofe económica, por no hablar de asegurar la estabilidad y el crecimiento económicos. De aquí que las elites del mundo político, que todavía ayer celebraban la desregulación de los mercados financieros, se hayan vuelto de un día para otro y sin excepción keynesianas. Pero hay razones para dudar de que el keynesianismo –en el sentido de enormes déficits públicos y crédito fácil para hinchar la demanda— pueda llegar a tener el impacto que muchos esperan.
Lo cierto es que durante los últimos siete años, y merced a la burbuja inmobiliaria cebada por el préstamo y el gasto de la Reserva Federal y por los déficits presupuestarios de la administración Bush, hemos asistido a lo que probablemente sea el mayor estímulo económico keynesiano de la historia en tiempos de paz. Y sin embargo, no ha alcanzado sino para lograr el ciclo económico más endeble de la época de posguerra. Ahora el desafío es mucho mayor, todavía. A medida que colapsa la burbuja inmobiliaria y que la obtención de crédito se hace más y más difícil, los hogares reducen el consumo y la inversión en residencia.
Por consecuencia, caen los beneficios empresariales. Lo que trae consigo recortes salariales y un ritmo acelerado de despido de trabajadores, lo cual, a su vez, genera una espiral descendente de demanda y rentabilidad a la baja. Las familias han contado durante largo tiempo con el aumento de los precios de la vivienda para estar en condiciones de que les presten más y han ahorrado para ello. Pero ahora, forzadas por la acumulación de deudas, tienen que reducir el préstamo y aumentar el ahorro; y eso, en el preciso instante en que la economía más necesita que consuman.
Lo presumible es que el grueso del dinero que el estado ponga en manos de las familias será destinado al ahorro, no al consumo. Si el keynesianismo a duras penas logró activar la vida económica en la fase de expansión, ¿qué puede esperarse que haga en medio de la peor recesión desde los años treinta? Para obtener un efecto significativo en la economía, la administración Obama tendrá probablemente que pensar en una enorme oleada de inversiones públicas directas o indirectas; en realidad, en una forma de capitalismo de estado.
No obstante, acometer esa tarea en serio exige superar enormes obstáculos políticos y económicos. La cultura política estadounidense es tremendamente hostil a la empresa pública. Por otro lado, el nivel de gasto y endeudamiento que todo eso implicaría podría amenazar al dólar. Hasta ahora, los gobiernos del Este asiático han financiado alegremente los déficits externos y públicos estadounidenses, a fin de mantener, a un tiempo, el consumo estadounidense y sus propias exportaciones. Pero con una crisis que está llegando a afectar hasta a China, esos gobiernos podrían ver menguada su capacidad de financiación de los déficits estadounidenses, sobre todo porque estos últimos se han disparado a una magnitud sin precedentes. La perspectiva verdaderamente aterradora que asoma en el horizonte es el desplome del dólar.
¿Cuál es su valoración general de la victoria de Obama en las últimas elecciones a la presidencia? ¿Piensa que Obama es el “mal menor”, comparado con la administración Bush? Muchos consideran a Obama el Franklin D. Roosevelt del siglo XXI. Obama promete un “nuevo New Deal”. ¿Cree usted que los progresistas anticapitalistas pueden dar apoyo crítico a algunas medidas de este “nuevo New Deal”?
El triunfo de Obama en las elecciones debe ser bienvenido. Una victoria de McCain habría sido una victoria para el Partido Republicano y habría dado un enorme impulso a las fuerzas más reaccionarias de la escena política estadounidense. Se habría visto como un aprobado al hipermilitarismo y al imperialismo de la administración Bush, así como a su programa explícito de eliminación de lo que queda de sindicalismo, estado de bienestar y protección ambiental. Dicho esto, Obama es, como Roosevelt, un demócrata de centro, de quien no puede esperarse que, por sí propio, haga gran cosa en defensa de los intereses de una inmensa mayoría que seguirá estando sometida a un desapoderado asalto empresarial empeñado en recuperar sus menguantes beneficios mediante la reducción del empleo, de las indemnizaciones, etc.
Obama apoyó el titánico rescate del sector financiero, que acaso represente el mayor expolio al contribuyente estadounidense de la historia norteamericana, sobre todo porque se concedió sin contrapartidas para poner brida a los bancos. También apoyó el rescate de la industria automovilística, aun a sabiendas de que estaba a enormes reducciones de las indemnizaciones para los trabajadores. El balance es de Obama, como de Roosevelt, sólo puede esperarse que tome acciones resueltas en defensa del pueblo trabajador si se le empuja por la vía de la acción directa desde abajo. La administración Roosevelt sólo aprobó el grueso de la legislación progresista del New Deal, incluyendo la Ley Wagner y la Seguridad Social, arrastrado por la presión de una gigantesca y masiva oleada de huelgas. Algo parecido puede acaso esperarse de Obama.
Según Rosa Luxemburg y, más recientemente, David Harvey, el capitalismo supera su tendencia a la crisis mediante la expansión geográfica. Según Harvey, ello a menudo se incentiva mediante inversiones enormes en infraestructura para apoyar al capital privado, a menudo a la inversión extranjera directa. ¿Cree usted que el capitalismo puede encontrar una solución a la crisis actual, en la terminología de Harvey, mediante un “arreglo espacio-temporal-espacial”?
Ésta es una cuestión compleja. Para empezar, creo que es verdadera –y de importancia decisiva— la afirmación, según la cual la expansión geográfica ha sido un elemento esencial en todas las oleadas de acumulación de capital que registra la historia Puede decirse que el crecimiento del volumen de la fuerza de trabajo y el crecimiento del espacio geográfico son condiciones sine qua non, esenciales, del crecimiento capitalista.
El auge de la posguerra es un buen ejemplo, porque se dieron espectaculares expansiones del capital en el sur y el suroeste de los EEUU y en una Europa occidental y un Japón devastados por la guerra. Las inversiones de los EEUU jugaron un papel decisivo, no sólo en los propios EEUU, sino también en la Europa occidental de la época. Sin duda, la expansión de la fuerza de trabajo y del área geográfica capitalista era indispensable para las altas tasas de beneficio que hicieron tan dinámico el boom de posguerra.
Desde un punto de vista marxista, éste fue un ciclo clásico de acumulación de capital, e implicó, necesariamente, tanto la integración de enormes masas de trabajadores fuera del sistema, especialmente del agro precapitalista en Alemania y en Japón, como la incorporación o reincorporación de espacios geográficos adicionales a una escala enorme. Sin embargo, yo creo que, vista en perspectiva, la pauta mostrada por el largo declive al que hemos venido asistiendo desde finales de los sesenta y principios de los setenta, ha sido diferente. Es cierto que el capital ha respondido a la rentabilidad menguante mediante la expansión exterior, intentando combinar técnicas avanzadas con mano de obra barata. Se calla por sabido que el Este asiático constituye el caso principal: representa indudablemente un momento de alcance histórico-universal, una transformación esencial, del capitalismo. Pero a pesar de que la expansión al Este asiático puede interpretarse como respuesta a una rentabilidad menguante, no ha sido, en mi opinión, una solución satisfactoria. Porque, a fin de cuentas, la nueva producción industrial que tan espectacularmente ha surgido en el Este asiático, a despecho de que produzca más barato, se solapa demasiado con lo que se produce en el resto del mundo. El problema es que, a escala sistémica, eso exacerba más que resuelve el problema de sobrecapacidad. En otras palabras: la globalización ha sido una respuesta a la rentabilidad menguante; pero como las nuevas industrias, lejos de ser esencialmente complementarias en la división mundial del trabajo, son redundantes, el resultado ha sido la persistencia de los problemas de rentabilidad. El balance, creo yo, es que para resolver realmente el problema de rentabilidad que ha asolado durante tanto tiempo al sistema ─lenta acumulación de capital y generación de niveles de préstamo cada vez mayores para mantener la estabilidad─, el sistema necesitaba una crisis que había sido durante tan largo tiempo aplazada. Y como el problema es la sobrecapacidad, enormemente agravada por la acumulación de deuda, lo que aún se necesita, según la visión clásica, es una depuración sistémica, esto es, la purga de las empresas de costes altos y beneficios bajos, con el consiguiente abaratamiento de los medios de producción y la reducción del precio de la mano de obra. Ésta de la crisis es la vía histórica por la que el capitalismo ha logrado restaurar la tasa de beneficio y sentar las bases necesarias para una acumulación de capital más dinámica. Durante el periodo de posguerra se logró evitar las crisis; el coste de evitarlas fue la incapacidad para reactivar la rentabilidad, lo que llevó a empeorar la situación de estancamiento. La crisis actual es la depuración que nunca sucedió.
Entonces, ¿cree usted que sólo la crisis puede resolver la crisis? Ésta es una respuesta marxiana clásica.

Creo que es lo más probable. La analogía sería como sigue. De entrada, a principios de los años treinta, el New Deal y el keynesianismo resultaron ineficaces. En realidad, a pesar de la amplitud temporal de toda una década, no lograron sentar las bases de un nuevo boom, como se vio con la caída en la profunda recesión de 1937-38. Pero, finalmente, como resultado de la larga crisis de los treinta, se llegó a la purga de los costes altos y de los medios de producción con beneficios bajos, lo que terminó por sentar las bases para unas tasas de beneficio altas. De manera que, a fines de los años treinta, podía decirse que la tasa potencial de beneficio era alta y que todo lo que se necesitaba era un estímulo de la demanda. Esa demanda, huelga decirlo, vino a proporcionarlas el enorme gasto armamentístico de la Segunda Guerra Mundial. Así pues, durante la guerra se obtuvieron tasas de beneficio altas, y esas tasas altas sentaron las bases necesarias para el ulterior boom postbélico. Pero yo creo que, aun si se hubieran ensayado, los déficits keynesianos no habrían podido funcionar en 1933, porque antes era necesario, por decirlo en términos marxianos, una crisis que saneara el sistema.
¿Cree que la actual crisis supondrá un desafío a la hegemonía de los EEUU? Teóricos del sistema-mundo como Immanuel Wallerstein, también entrevistados por Hankyoreh, sostienen que la hegemonía del imperialismo americano está en declive.
Ésta es una cuestión muy compleja. Tal vez ande yo muy errado, pero pienso que muchos de los que creen que ha habido un declive de la hegemonía estadounidense tienden a ver esa hegemonía en términos de poder geopolítico, y al final, como capacidad militar norteamericana. Desde este punto de vista, es principalmente el predominio estadounidense lo que produce el liderazgo americano, es el poder estadounidense sobre y contra otros países lo que mantiene a los EEUU en la cumbre. Yo no veo así la hegemonía estadounidense.
Yo veo a las elites del mundo, especialmente a las del núcleo capitalista en el sentido lato de la palabra, muy satisfechas con esa hegemonía norteamericana, porque eso significa que son los EEUU quienes asumen el papel y el coste de policías del mundo. Eso vale también, en mi opinión, incluso para las elites de los países más pobres. ¿Cuál es el objetivo de los policías del mundo norteamericanos? No es atacar a otros países. Es, sobre todo, mantener el orden social a escala mundial, crear condiciones estables para la acumulación de capital global.
Su principal propósito es erradicar cualquier desafío popular al capitalismo, proteger las relaciones de clase existentes. Durante la mayor parte del periodo de posguerra, hubo desafíos nacionalistas-estatistas, especialmente desde abajo, al libre albedrío del capital. Fueron, desde luego, sometidos por los EEUU con la fuerza más brutal, con las expresiones más descarnadas de la dominación estadounidense. Aunque dentro del núcleo lo que había hegemonía norteamericana, fuera de ese núcleo había dominación. Pero, con la caída de la Unión Soviética, la entrada de China y Vietnam en la vía capitalista y la derrota de los movimientos de liberación nacional en lugares como Sudáfrica y Centroamérica, la resistencia al capital en el mundo en vías de desarrollo fue, al menos temporalmente, debilitada.
Así, actualmente, los gobiernos y elites no sólo de Europa occidental y oriental, Japón y Corea, sino también de Brasil, la India y China ─la mayoría de países que pueda usted nombrar─ prefieren el mantenimiento de la hegemonía estadounidense. La hegemonía norteamericana no caerá por el surgimiento de algún otro poder capaz de competir con ella por el dominio del mundo. China, más que nadie, prefiere la hegemonía americana. Los EEUU no planean atacar a China y, hasta la fecha, han mantenido su mercado completamente abierto a las exportaciones chinas. Con los EEUU en el papel de policías del mundo y asegurando un comercio y unos movimientos de capital cada vez más libres, China puede competir en términos de costes de producción en un campo en igualdad de condiciones, y eso es increíblemente beneficioso para China; mejor, imposible. ¿Puede seguir la hegemonía estadounidense con la actual crisis? Ésta es una pregunta harto más ardua.
Pero creo que, en el primer caso, la respuesta es sí. Las elites del mundo quieren por encima de todo mantener el actual orden globalizado y los EEUU son la clave para ello. Nadie, entre las elites del mundo, intenta explotar la crisis y los enormes problemas económicos de los EEUU para desafiar a la hegemonía norteamericana. China sigue diciendo “no vamos a seguir pagando para que los EEUU sigan derrochando”, en alusión a los actuales récords en déficits por cuenta corriente sufragados por China durante la pasada década y a los titánicos déficits presupuestarios que están generando actualmente los EEUU.
Pero ¿cree usted que China cortará ahora con los EEUU? En absoluto. China todavía está vertiendo todo el dinero que puede en los EEUU para intentar que mantengan a flote su economía y poder ella mantener así su vía de desarrollo. Claro está que siempre es posible todo lo que se desea. La profundidad de la crisis china puede llegar a ser de tal calado, que ya no le permita financiar por más tiempo los déficits de los EEUU. O la política de la Reserva Federal de embarcarse en unos déficits cada vez mayores e ir imprimiendo moneda podría terminar llevando al hundimiento del dólar y provocando una verdadera catástrofe.
Sea ello como fuere, los dados están echados. Si tales cosas llegaran a suceder, habría que construir un nuevo orden. Pero en condiciones de crisis profunda sería extremadamente difícil, porque en circunstancias así, los EEUU, lo mismo que otros estados, podrían fácilmente deslizarse por la pendiente del proteccionismo, el nacionalismo o incluso de la guerra.
Creo que en este momento las elites del mundo están todavía tratando de evitar esa deriva: no están preparadas para eso. Lo que quieren es mantener los mercados, el comercio, abiertos. Y ello porque han comprendido que la última vez que el estado recurrió al proteccionismo para resolver el problema fue durante la Gran Depresión, lo que no sirvió más que para empeorarla, porque cuando algunos estados iniciaron políticas proteccionistas todo el mundo hizo lo propio y el mercado mundial se cerró. Luego, por supuesto, vino el militarismo y la guerra. En la actualidad, el cierre de los mercados mundiales sería evidentemente desastroso; por eso elites y gobiernos se afanan de consuno en impedir salidas proteccionistas, estatistas o militaristas.
Pero la política no es sólo la expresión de lo que las elites quieren, y además, las elites son tornadizas, y lo que quieren puede cambiar de un día para otro. Por lo demás, las elites suelen estar divididas, y la política tiene autonomía. De manera que, por poner un ejemplo, difícilmente puede descartarse que, si la crisis se pone muy fea ─lo que llegados a este punto no sería una gran sorpresa─, asistamos al regreso de políticas derechistas de carácter proteccionista, militarista, xenófobo o nacionalista. Este tipo de políticas podría tener no sólo un amplio atractivo popular. Sectores crecientes del mundo empresarial podrían llegar a verla como la única salida, puesto que si ven a sus mercados hundirse y al sistema en depresión, pueden considerar necesaria la protección contra la competencia y subvenciones públicas a la demanda mediante el gasto militar.
Ésta fue, huelga decirlo, la respuesta que prevaleció en gran parte de Europa y Japón durante la crisis del periodo de entreguerras. Tenemos ahora a una derecha apabullada por los fracasos de la administración Bush y por la crisis. Pero si la administración Obama no es capaz de impedir el hundimiento económico, podría volver fácilmente… sobre todo porque los demócratas no ofrecen la menor alternativa ideológica real.
Ha hablado de una crisis potencial en China. ¿Qué piensa del estado actual de la economía china?
Creo que la crisis china irá a peor, mucho peor de lo que la gente espera. Por dos razones esenciales. La primera es que la crisis norteamericana, y la crisis global más en general, es mucho más grave de lo que la gente esperaba, y en última instancia, la suerte de la economía china depende inextricablemente de la suerte de la economía estadounidense y de la de la economía global. No sólo porque China depende en gran medida de sus exportaciones al mercado estadounidense; también porque la mayor parte del resto del mundo depende a su vez mucho de los EEUU, y eso incluye especialmente a Europa.
Si no voy errado, Europa se ha convertido recientemente en el mayor mercado de las exportaciones chinas. Pero como la crisis originada en los EEUU ha llegado a Europa, el mercado europeo se contraerá también para los bienes chinos. De modo, pues, que la situación es para China mucho peor de lo que la gente esperaba, porque la crisis económica es mucho peor de lo que se esperaba. La segunda razón es ésta: el entusiasmo con el crecimiento realmente espectacular de la economía China ha llevado a mucha gente a ignorar el papel desempeñado por las burbujas en curso seguido por la economía china. China ha crecido básicamente con las exportaciones, y señaladamente, merced a un creciente excedente comercial con los EEUU. A causa de ese excedente, el gobierno chino ha tenido que tomar medidas políticas para mantener baja su moneda y competitiva su industria.
Concretamente, ha comprado a gran escala activos denominados en dólares estadounidenses imprimiendo enormes cantidades de renminbi, la moneda china. Pero el resultado ha sido la inyección de enormes cantidades de dinero en la economía china, haciendo cada vez más fácil el crédito durante un largo periodo. Por un lado, las empresas y gobiernos locales han utilizado este crédito fácil para financiar inversiones en masa. Pero esto ha hecho cada vez mayor la sobrecapacidad.
Por otro lado, han usado el crédito fácil para comprar tierras, casas, acciones y otros tipos de activos financieros. Pero eso ha contribuido a generar grandes burbujas de precios de activos, las cuales, lo mismo que en los EEUU, han contribuido a su vez a disparar préstamos y gastos. Cuando estallen las burbujas chinas, el calado de la sobrecapacidad se hará más evidente. El estallido de las burbujas chinas representará, también en gran parte del resto del mundo, un duro golpe para la demanda de consumo e inducirá una dañina crisis dañina. En suma: la crisis china puede llegar a ser una cosa muy seria, y podría hacer que la crisis global tomara un rumbo todavía más grave.
Así, usted cree que la lógica capitalista de superproducción se da también en China.
Sí, como en Corea y en gran parte del Asia oriental a finales de los noventa. No es tan distinto. Lo único que no ha ocurrido todavía es el tipo de revaluación de la moneda que mató, que liquidó realmente a la expansión industrial coreana. El gobierno chino está haciendo todo por evitarlo.
Por lo tanto, no está usted de acuerdo con la definición de la sociedad china como “economía de mercado no capitalista”.
No, en absoluto.
¿Cree usted, pues, que China es actualmente capitalista?
Creo que es totalmente capitalista. Acaso pudiera haberse dicho que China tenía un mercado no capitalista durante los ochenta, cuando experimentaba un impresionante crecimiento merced a las empresas urbanas y aldeanas. Eran de propiedad pública, de los gobiernos locales, pero operaban en el mercado. Esa forma económica puede decirse que iniciaba la transición al capitalismo. Así, tal vez hasta principios de los noventa, se mantuvo un tipo de sociedad de mercado no capitalista, especialmente porque había un gran sector industrial de propiedad y dirección del estado central. Pero a partir de entonces lo que ha habido es una transición al capitalismo que, a día de hoy, puede darse por completamente colmada.
¿Qué piensa de la dureza de la crisis económica coreana que se avecina? ¿Cree que podría ser más grave que la crisis del FMI de 1997-98? Para hacer frente a la crisis venidera, el gobierno de Lee Myung-bak está resucitando ahora la inversión para construir enormes infraestructuras sociales al estilo de Park Cheng-Hee, especialmente el “Gran Canal” de la península coreana, al tiempo que copia las políticas de crecimiento verde de Obama. Sin embargo, el gobierno de Lee Myung-bak intenta todavía mantener las políticas de desregulación neoliberal del período que siguió a la crisis de 1997, especialmente mediante el Acuerdo de Libre Comercio entre los EEUU y Corea. Podría llamársele propuesta híbrida, ya que combina lo que parece un anacrónico retorno al método de desarrollo dirigido por el estado al estilo de Park Cheng-Hee con el neoliberalismo contemporáneo. ¿Servirá para combatir o paliar la crisis que se avecina?
Lo dudo mucho. No necesariamente porque represente una vuelta al capitalismo organizado por el estado, al estilo de Park, ni porque abrace el neoliberalismo. Es porque, cualquiera que sea su forma interna, sigue dependiendo de la globalización en un momento en que la crisis global está produciendo una extraordinaria contracción del mercado mundial. Hablando de China daba yo hace un rato por probable que se encuentre con un grave problema. Pero China tiene salarios bajos y un mercado interno potencial enorme, de manera que con el tiempo es concebible que pueda tener una posición mejor que Corea para afrontar la crisis, aunque tampoco estoy totalmente seguro de eso. Descuento, en cambio, como seguro que Corea se verá duramente golpeada por la crisis. Ya le ocurrió en 1997-98, pero le salvaron la burbuja del mercado de valores estadounidense y el consiguiente crecimiento del préstamo, el gasto y las importaciones norteamericanos. Pero cuando reventó la burbuja del mercado de valores estadounidense en 2000-02, Corea cayó en lo que se antojaba como una crisis aún más grave que la de 1997-98. Hete aquí, sin embargo, la burbuja inmobiliaria estadounidense vino recientemente al rescate de Corea. Pero ahora ha reventado esa burbuja, la segunda burbuja estadounidense, y no hay una tercera para sacar a Corea de la crisis. No es necesariamente porque Corea lo esté haciendo mal. Es que no creo que haya en parte alguna del mundo una vía de salida fácil para nadie que se haya convertido en parte de un sistema capitalista verdaderamente global e interdependiente.
Así, está diciendo que el entorno externo está mucho peor que nunca antes.
Ésa es la idea principal.
¿Cuáles son, pues, las tareas más urgentes de los progresistas en Corea? Los coreanos progresistas son muy críticos con Lee Myung-bak. Suelen apoyar el estado del bienestar y la redistribución de la renta como alternativa al proyecto de Lee de invertir en la construcción del Canal, con grandes costes sociales. Ésta es la cuestión más caliente en la sociedad coreana de hoy. Los progresistas coreanos señalan que, a pesar de que Lee Myung-bak hable de crecimiento verde, su proyecto de construcción destruiría ecosistemas enteros. ¿Está de acuerdo con ellos?
Evidentemente, hay que oponerse a esos proyectos, ecológicamente desastrosos.
¿Cree que, en plena crisis económica, la construcción de un estado del bienestar como el de Suecia sería una estrategia razonable para los progresistas coreanos?
Creo que lo más importante para los progresistas coreanos es el refuerzo de las organizaciones del movimiento obrero. Sólo reconstruyendo el movimiento obrero coreano puede la izquierda construir el poder que necesita para obtener cualquiera de sus reivindicaciones. La única manera de que el pueblo trabajador pueda realmente desarrollar su poder es mediante la construcción de nuevas organizaciones en el transcurso de la lucha, y solo mediante la lucha puede lograr el advenimiento de políticas progresistas o la definición de lo que debería ser una política progresista en este momento. Creo que la mejor manera de forjar una respuesta política de izquierda actualmente es contribuir a que la gente más afectada se organice y logre poder para definir colectivamente sus intereses. De modo que, más que intentar resolver ahora, de modo tecnocrático, desde arriba, la cuestión de cuál sea la mejor respuesta, la clave para la izquierda es catalizar la reconstitución del poder del pueblo trabajador. Obviamente, el movimiento obrero coreano se ha visto debilitado desde la crisis de 1997-98. Como mínimo, la prioridad para los progresistas debería se plantearse qué hacer para mejorar el contexto de la organización de la fuerza de trabajo, qué hacer, precisamente ahora, para reforzar los sindicatos. Sin una reactivación del poder de la clase obrera, la izquierda no tardará en descubrir que la mayor parte de cuestiones de políticas públicas se convierten en materia de pura especulación académica. Quiero decir que si la izquierda tiene que influir en las políticas públicas, ha de haber un cambio, un gran cambio, en la correlación de fuerzas de clase.
¿Espera usted que los recientes fracasos del neoliberalismo abran puertas a los progresistas de todo el mundo?
El fracaso del neoliberalismo ofrece, desde luego, importantes oportunidades que no teníamos antes. El neoliberalismo nunca resultó atractivo para buena parte de la población. El pueblo trabajador jamás se ha identificado con mercados libres, finanzas libres y todo eso. Pero creo que la mayor parte de la población se había convencido de que era la única opción, de que no había alternativa. Pero ahora la crisis ha revelado la bancarrota total del modelo neoliberal de organización económica, y puede vislumbrarse el cambio. Se ha manifestado eso con vigor en la oposición del pueblo trabajador americano a los rescates de los bancos y del sector financiero. Dicen, sobre poco más o menos: “nos han contado que salvar las instituciones financieras, los mercados financieros, es la clave para restablecer la economía, la prosperidad. Pero no nos lo creemos. No queremos que ni un centavo más de nuestro dinero vaya a aquellos que no hacen más que robarnos”. De modo que hay un gran vacío ideológico y se ha abierto un importante flanco para la penetración de ideas de izquierda. El problema es que hay muy poca organización del pueblo trabajador; está solo, carece de expresión política. Así que puede decirse que hay grandes oportunidades creadas por el contexto político o por el clima ideológico, pero que eso, por sí mismo, no proporcionará soluciones progresistas. De modo que, nuevamente, la máxima prioridad para los progresistas ─para cualquier activista de izquierda─, allí donde deberían ser más activos, es en el intento de reavivar las organizaciones del pueblo trabajador. Sin resucitar el poder de la clase obrera, poco progreso podrá hacerse, y el único modo de revivir ese poder es la movilización para la acción directa. Sólo mediante la acción, colectiva y masiva, del pueblo trabajador se podrá crear la organización y acumular la energía necesaria para proporcionar la base social para una transformación, por así decirlo, de su propia conciencia, para la radicalización política.
Robert Brenner, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es director del Center for Social Theory and Comparative History en la Universidad de California-Los Ángeles. Es autor de The Boom and the Bubble (Verso, Londres, 2002), un libro imprescindible para entender la historia económica del último medio siglo, el origen de la llamada “globalización” y la situación presente. (Hay una excelente versión castellana de Juan Mari Madariaga: La expansión económica y la burbuja bursátil, Akal, Madrid, 2003).
Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Escribano
Fuente:
Hankyoreh, 22 enero 2009

Lessons from Hitler’s Rise

Lessons from Hitler’s Rise
Christopher R. Browning
April 20, 2017 Issue
Hitler: Ascent 1889–1939
by Volker Ullrich, translated from the German by Jefferson Chase
Knopf, 998 pp., $40.00
Past Pix/SSPL/Getty Images
Supporters greeting Adolf Hitler as he arrived at the Berghof, his retreat at Berchtesgaden in the Bavarian Alps, circa 1935

When the original German edition of Volker Ullrich’s new biography, Hitler: Ascent 1889–1939, was published in 2013, the current political situation in the United States was not remotely conceivable. The reception of a book often transcends the author’s intentions and the circumstances in which it was written, of course, but rarely so dramatically as in this case. In early 2017 it is impossible for an American to read the newly published English translation of this book outside the shadow cast by our new president.

To begin I would stipulate emphatically that Trump is not Hitler and the American Republic in the early twenty-first century is not Weimar. There are many stark differences between both the men and the historical conditions in which they ascended to power. Nonetheless there are sufficient areas of similarity in some regards to make the book chilling and insightful reading about not just the past but also the present.

Ullrich establishes that Hitler’s early life was not quite as impoverished or oppressive as he later portrayed it in Mein Kampf. Even after first his father and then his mother died, he lived on various orphan pensions and small inheritances. During periods when these resources were insufficient, Hitler did indeed lead an impoverished existence in men’s hostels, scraping out a bare subsistence by selling his paintings, and even briefly experiencing homelessness. More important was the fact that by the age of twenty-five—lacking education, career training, or job experience—he was still a man completely adrift, without any support network of family or friends, and without any future prospects. Nothing could be more different from Trump’s life of privilege, prestigious and expensive private schools, and hefty financial support from his father to enter the business world.

For Hitler, World War I was a decisive formative experience. He volunteered for the Bavarian army, endured fierce frontline combat in the fall of 1914, and then miraculously survived four years as a courier between regimental headquarters and the trenches. For Hitler the war meant structure, comradeship, and a sense of higher purpose in place of drift, loneliness, and hopelessness; and he embraced it totally. For many veterans who survived the war, it was a tragic and senseless experience never to be repeated. For Hitler the only tragedy was that Germany lost, and the war was to be refought as soon as it was strong enough to win. For Trump the Vietnam War was a minor inconvenience for which he received four deferments for education followed by a medical exemption because of bone spurs, and his self-proclaimed heroic equivalent was avoiding venereal disease despite a vigorous campaign of limitless promiscuity. In war as in childhood, Hitler and Trump could not have had more different experiences.

Ullrich takes a very commonsense approach to Hitler’s sex life, eschewing sensational allegations of highly closeted homosexuality, sexual perversion that caused him to project his self-loathing onto the Jews, asexuality commensurate with his incapacity for normal human relations, or abnormal genitalia that either psychologically or physically impeded normal sex. He surmises that Hitler (having refused to join his comrades on trips to brothels during the war) remained a virgin until at least the immediate aftermath of World War I, and remained intensely private about his relations with women thereafter.

The discreet and undemanding Eva Braun (twenty-two years his junior), consistently hidden from the public, proved to be the perfect match in facilitating Hitler’s desire to maintain the image that his total devotion to the cause transcended any mere physical needs or desires. Once again, the contrast with Trump—parading a sequence of three glamorous wives and boasting about the extent of his sexual conquests, his ability to engage in sexual assault with impunity because of his celebrity, as well as the size of his manhood—could not be starker.

In a March 1936 speech to workers at a Krupp factory in Essen, Hitler proclaimed: “I am probably the only statesman in the world who does not have a bank account. I have no stocks or shares in any company. I don’t draw any dividends.” Just as Hitler cultivated the image of transcending any physical need for the companionship of women, he also cultivated the pose of an ascetic man beyond materialistic needs. In reality he had a large Munich apartment and an expanded and refurbished mountain villa at Berchtesgaden in the Bavarian Alps, and he loved his Mercedes cars. His royalties from Mein Kampf and access to secret slush funds meant that he would never go wanting.

But these modest luxuries were not flaunted in the face of less-well-off Germans. Usefully for Hitler, the limitless greed and corruption of many of his followers, from the ostentatious Hermann Göring down to the local “little Hitlers” who utilized their newfound power to shamelessly enrich themselves, sharpened the contrast with his public asceticism. This appearance of simple living helped keep the image of the Führer untarnished, while the high living of party leaders and functionaries remained the focal point of popular resentment.

Once again in contrast, virtually no businessman flaunted his wealth and gold-plated name as blatantly as Donald Trump, and his entry into politics only increased the audience for this flaunting. Once elected he openly refused any of the traditional limits on conflict of interest through divestiture of his assets into a blind trust, and has filled his cabinet with fellow billionaires. The emoluments clause of the Constitution, hitherto untested due to commonly accepted axioms of American political culture, may remain so (given the Republican stranglehold on the House of Representatives through at least 2018 and very likely beyond), as Americans experience corruption, kleptocracy, and “bully capitalism” on an unprecedented scale.

If Hitler and Trump are utterly different in their childhoods and wartime experiences on the one hand and attitudes toward women and wealth on the other, the historical circumstances in which they made their political ascents exhibit partial similarities. Within the space of a single generation, German society suffered a series of extraordinary crises: four years of total war that culminated in an unexpected defeat; political revolution that replaced a semiparliamentary/semiautocratic monarchy with a democratic republic; hyperinflation that destroyed middle-class savings and mocked bourgeois values of thrift and deferred gratification while rewarding wild speculation; and finally the Great Depression, in which the unemployment rate at its worst exceeded a staggering 30 percent.

For many Germans these disasters were unnecessarily aggravated by three widespread but false perceptions: that the war had been lost because of a “stab in the back” on the home front rather than the poor decisions and reckless gambles of the military leadership; that the Versailles Treaty was a huge, undeserved, and unprecedented injustice; and that not just Communists but moderate Social Democrats, feckless liberals, and Jews—having delivered Germany to defeat and the “chains” of Versailles—threatened Germany with “Jewish Bolshevism.” According to Ullrich, it was this toxic brew that Hitler imbibed in postwar Munich, much more than his experiences in pre-war Vienna (his portrayal in Mein Kampf notwithstanding), that turned him from a complete nonentity into a rabidly anti-Semitic ideologue and radical politician.

The experience of Americans in recent years has not been one of sequential, nationwide disasters but of uneven suffering. After two protracted wars in Iraq and Afghanistan and a barely avoided total economic meltdown in 2008–2009, many Americans have enjoyed a return to comfort, security, and even prosperity, while wealth has continued to concentrate at the top. But for the sector of the population that provides the vast bulk of the recruits to our professional army, the endlessly repeated tours of duty, the inconclusive outcomes of the wars they fought, and the escalating chaos in and threat of terror from the Middle East are disheartening and demoralizing. For industrial workers and miners whose jobs have been lost to automation, globalization, and growing environmental consciousness, the post-2008 economic stagnation has meant an inescapable descent into underemployment, drastically lowered living standards, and little prospect of recovering their lost status and income.

For the first time, the life expectancy of middle-aged white Americans without a college education has significantly shortened, above all because of “diseases of despair,” especially alcoholism, drug addiction, and suicide. For social conservatives whose predominately white and Christian milieu and deference to male dominance were both taken for granted and perceived as inherent in shaping American identity, the demographic rise and political activism of nonwhite minorities, the emergence of women’s rights, and the transformation of societal attitudes toward homosexuality, especially among the younger generation, have been surprising and to many dismaying. The division of society into what the ill-fated John Edwards once called the “two Americas” has intensified. One optimistically sees America as functional and progressing, while the other pessimistically sees America as dysfunctional and declining.

However unequal in severity the situations in the two countries were, large numbers of Germans and Americans perceived multiple crises of political gridlock, economic failure, humiliation abroad, and cultural-moral decay at home. Both Hitler and Trump proclaimed their countries to be “losers,” offered themselves as the sole solution to these crises, and pledged a return to the glories of an imagined golden past. Hitler promised a great “renewal” in Germany, Trump to “make America great again.” Both men defied old norms and invented unprecedented ways of waging their political campaigns. Both men developed a charismatic relationship with their “base” that centered on large rallies. Both emphasized their “outsider” status and railed against the establishment, privileged elites, and corrupt special interests. Both voiced grievances against enemies (Hitler’s “November criminals” and “Jewish Bolsheviks,” Trump’s “Mexican rapists,” “radical Islamic terror,” and the “dishonest” press). And both men benefited from being seriously underestimated by experts and rivals.

However, while both men created coalitions of discontent, their constituencies were quite different. The first groups to be taken over by Nazi majorities were student organizations on university campuses. In their electoral breakthrough in 1930, the Nazis won the vast majority of first-time voters, especially the youth vote. Above all, the Nazis vacuumed up the voters of other middle-class parties, and women of different social backgrounds voted in roughly the same proportions for the Nazis as men.

The two groups among whom the Nazis were relatively unsuccessful were Germany’s religious-block voters (in this case Catholics voting for their own Center Party) and blue-collar industrial workers (who more often shifted their votes from the declining moderate Social Democrats to the more radical Communists rather than to the Nazis). Still, the Nazis drew votes much more broadly across German society than any of their rival class- and sectarian-based parties and could boast with some justification to be the only true “people’s party” in the country.
Adolf Hitler
Adolf Hitler; drawing by Pancho

In the end the Nazis built a strong base and won a decisive plurality in Germany’s multiparty system. The party reached 37 percent in the July 1932 elections and declined to 33 percent in November in the last two free elections, before it peaked at 44 percent in the manipulated election of March 1933.

Unlike Hitler, who won voters away from other parties to the Nazis, Trump did not build up his own party organization but captured the Republican Party through the primaries and caucuses. Despite this “hostile takeover” and Trump’s personal flaws, traditional Republicans (including women, whose defection had been wrongly predicted) solidly supported him in the general election, as did evangelicals. In contrast, the Democrats failed both to maintain Obama’s level of voter mobilization among African-Americans and youth and to hold onto blue-collar white male voters in the Great Lakes industrial states (especially in Wisconsin, Michigan, and Pennsylvania) who had voted for Obama in the two previous presidential elections, but had already deserted the Democratic Party in the previous three state elections. Trump’s 46 percent of the vote in a basically two-party race barely exceeded Hitler’s maximum of 44 percent in a multiparty race, but it was strategically distributed and thus sufficient for an electoral college victory despite Hillary Clinton’s receiving nearly three million more votes nationwide.

While Trump attained the presidency through a constitutionally legitimate electoral college victory, Hitler was unable to obtain the chancellorship through electoral triumph and a parliamentary majority. Rather he came to power through a deal brokered by Germany’s nationalist and authoritarian conservative elites and President Paul von Hindenburg. Having mobilized the large popular base that the old elites could not, Hitler was indispensable to their plans to replace the increasingly defunct Weimar democracy with authoritarian rule.

As Ullrich admirably demonstrates, it was not the inexorable rise of the Nazis but rather the first signs of their decline in the November 1932 elections (exhausted, bankrupt, and demoralized from constant campaigning without ultimate victory) that led conservative elites to accept Hitler’s demand for the chancellorship, before his stubborn holdout could ruin his own party and leave the conservatives to face the left without popular support. Many of Hitler’s and the conservatives’ goals overlapped: ending Weimar’s parliamentary democracy; rearming; throwing off the Versailles Treaty and restoring the borders of 1914; crushing the “Marxists” (i.e., Social Democrats and labor unions as well as Communists); and de-emancipating Germany’s Jews. The fundamental assumption of these conservative elites was, of course, that they would control Hitler and use him to realize their agenda, not vice versa.

Trump the populist and the traditional Republicans have likewise made a deal to work together, in part to realize those goals they share: tax “reform” with special emphasis on cuts for the well-off; deregulating business and banking; curtailing environmental protections while denying man-made climate change; appointing a Scalia-like justice to the Supreme Court; repealing Obamacare; increasing military spending; increasing the deportation of undocumented immigrants and “sealing the border”; shifting resources from public to charter schools; expanding the rights of individuals or businesses to discriminate against unprotected groups in the name of religious freedom; ending the right to abortion; and on the state level intensifying voter suppression.

It is highly unlikely, however, that Mitch McConnell, Paul Ryan, and other Republican legislators share Trump’s enthusiasm for a trillion-dollar infrastructure package; his pledge not to cut Social Security and Medicare; the replacement of broad, regional free trade agreements with narrow, bilateral trade treaties; and some economic conjuring trick to reopen closed coal mines, steel mills, and factories. Presumably some of these Trump promises will be set aside (as already appears to be happening to his promise of a health plan that covers more people with better care at less cost, though not sufficiently to the satisfaction of hard-core conservatives), and further conflict looms ahead.

If both Hitler and Trump made deals with conservative political partners on the basis of partially overlapping goals and those partners’ wishful thinking, it is simply not possible for Trump to consolidate absolute power and dispense with his allies with either the speed or totality that Hitler did. One of the most chilling sections of Ullrich’s biography deals with the construction of the Nazi dictatorship. Through emergency decrees of President Hindenburg (not subject to judicial review), freedom of the press, speech, and assembly were suspended within the first week. Due process of law and the autonomy of state governments were gone within the first month, as the government was empowered to intern people indefinitely in concentration camps without charges, trial, or sentence, and to replace non-Nazi state governments with Nazi commissioners. By the sixth week, the Communist Party had been outlawed and the entire constitution had been set aside in favor of Hitler (rather than Hindenburg) ruling through decree.

In the third month equality before the law was abrogated with the first anti-Jewish decrees and the purging of the civil service, and in the fourth month the labor unions and the Social Democratic Party were abolished. The remaining political parties disbanded themselves in month five. In June 1934 Hitler carried out the “Blood Purge.” Among its victims were former chancellor Kurt von Schleicher and his wife as well as hundreds of others on Hitler’s enemies list. Former vice chancellor Franz von Papen, who had brokered the deal that brought Hitler to power, was dispatched as ambassador to Austria. It was as if Hillary and Bill Clinton were gunned down in their doorway, and Mike Pence sent off as ambassador to Canada.

Partly because Trump does not have an independent party and paramilitary militia totally committed to him personally and partly because American democracy is in no way as atrophied as was the Weimar Republic, such a whirlwind creation of dictatorship is not a possibility in 2017. Courts continue to exercise judicial review and uphold due process, governors in states like California and Washington are not being deposed and replaced, the exercise of free speech, press, and assembly under the Bill of Rights is still intact, and opposition parties are not being outlawed. Equally important, large numbers of people are frequently and visibly exercising their rights of assembly and speech, and the news media have not sought to ingratiate themselves with the new regime, thereby earning the administration’s reprimand that they are both the real “opposition” and the “enemy of the people.” Whatever the authoritarian tendencies of Trump and some of those around him, they have encountered limits that Hitler did not.

Two factors that Ullrich consistently emphasizes are Hitler’s ideological core on the one hand and the fact that he made no attempt to hide it on the other. On the contrary, knowledge of it was available to anyone who cared enough to look. If Hitler’s first postwar biographer, Alan Bullock, treated him as a tyrant seeking power for its own sake, Ullrich embraces the research of the late 1960s, especially by Eberhard Jäckel,* who laid out how, over the course of the 1920s, Hitler’s worldview crystallized around race as the driving force of history. He believed the Jews constituted the greatest threat to Germany’s racial purity and fighting spirit, and thus to its capacity to wage the eternal struggle for “living space” needed to sustain and expand Germany’s population and vanquish its rivals.

Ullrich also accepts later research that demonstrates that this worldview did not constitute a premeditated program or blueprint, but provided the parameters and guidelines for how Nazi racial, foreign, and military policy evolved and radicalized over the twelve years of the Third Reich. Ascent ends in March 1939, with the occupation of Prague as Hitler’s last bloodless victory. But it is clear to Ullrich that no one should have been surprised that Hitler’s ideologically driven career was destined to culminate in war and genocide.

With Trump, of course, we have neither historical perspective nor discernible ideological core. The overwhelming impression is that his ego and need for adulation, as well as his inability to discern simple reality and tell the truth when his ego is threatened, are his driving forces, not ideology. Among his appointees, however, is the Breitbart faction of Steve Bannon and Stephen Miller, who embrace a vision of what Bannon euphemistically calls “economic nationalism.” It combines white supremacy; the Leninist “deconstruction” of the New Deal/cold war administrative state; Islamophobia (especially in seeing a titanic and irreconcilable clash of civilizations between Islam and the West); the dismantling of the current international order (UN, EU, NATO, NAFTA, etc.) in favor of a return to unfettered and self-assertive, ethnically homogeneous nation-states; affinity with Putin’s Russia and other ultra-nationalist and increasingly authoritarian movements in Europe; and apocalyptic historical thinking about the end of the current era (a roughly eighty-year cycle that began in the 1930s) and the emergence of a new one in the very near future.

Trump shares these views sufficiently to have made Bannon the chief strategist of his administration, and his easy resort to racist rhetoric—the birther myth, Mexicans as rapists and criminals, the Muslim ban, Lindbergh’s “America First” slogan—makes clear that he is perfectly comfortable stoking racism. But it is not clear if any of this ideological package would have priority over his central agenda of self-aggrandizement. The future direction of the Trump administration depends in no small part on the extent to which the Bannon-Miller faction prevails over the collection of traditionalists, military officers, and billionaires whom Trump has also appointed to important positions.

Ullrich also shows that the phenomenal rise in Hitler’s popularity—his ability to win over the majority of the majority who did not vote for him—crucially resulted from the dual achievement of a string of bloodless foreign policy victories on the one hand and economic recovery (especially the return to full employment) on the other. Full employment was accomplished above all by rearmament through huge deficit spending and enormous trade deficits that resulted from bilateral trade deals. They created an economic house of cards in which the frenetic pace of preparing for a major war planned for 1942–1943 required the gamble of seizing Austrian and Czech resources while avoiding war in 1938–1939. The infrastructure program of building autobahns had a very minor, mostly cosmetic, part in economic recovery.

Trump too has staked his political future on economic promises of 4 percent growth; the reopening of coal mines, steel mills, and factories in regions of economic blight; and the replacement or renegotiation of free trade agreements (that were based on the assumption of mutual benefit) with bilateral trade deals in which America wins and the other side loses. In this regard the goal of his bilateral trade agreements is exactly the opposite of Hitler’s, i.e., he seeks trade surpluses, while Hitler paid for crash rearmament in part through trade deficits that would allegedly be paid off later or preferably canceled through conquest. Trump is tied to a political party that traditionally has favored free trade and abhors deficit spending for any purposes other than providing tax cuts for the wealthy, increasing the military budget, and justifying cuts to the welfare safety net.

It is unclear how Trump’s populist promises on health care, Social Security and Medicare, infrastructure rebuilding, and recovery of blighted industries can be accomplished, particularly in an environment of potential trade war, higher cost of living due to import taxes and diminished competition, possible decline in now relatively prosperous, cutting-edge export industries, and agrobusiness that needs both export markets and cheap immigrant labor. Tax cuts, deregulation, and reckless disregard for the environment are the Republican panaceas for the economy. Will they provide even a temporary boost (before the balloon bursts and the bill comes due as it did for George W. Bush in 2007–2008) sufficient to help Trump escape the economic and political cul de sac into which he has maneuvered himself? Here too the future direction of the Trump administration is unclear.

Hitler and National Socialism should not be seen as the normal historical template for authoritarian rule, risky foreign policy, and persecution of minorities, for they constitute an extreme case of totalitarian dictatorship, limitless aggression, and genocide. They should not be lightly invoked or trivialized through facile comparison. Nonetheless, even if there are many significant differences between Hitler and Trump and their respective historical circumstances, what conclusions can the reader of Volker Ullrich’s new biography reach that offer insight into our current situation?

First, there is a high price to pay for consistently underestimating a charismatic political outsider just because one finds by one’s own standards and assumptions (in my case those of a liberal academic) his character flawed, his ideas repulsive, and his appeal incomprehensible. And that is important not only for the period of his improbable rise to power but even more so once he has attained it. Second, putting economically desperate people back to work by any means will purchase a leader considerable forgiveness for whatever other shortcomings emerge and at least passive support for any other goals he pursues. As James Carville advised the 1992 Clinton campaign, “It’s the economy, stupid.” Third, the assumption that conservative, traditionalist allies—however indispensable initially—will hold such upstart leaders in check is dangerously wishful thinking. If conservatives cannot gain power on their own without the partnership and popular support of such upstarts, their subsequent capacity to control these upstarts is dubious at best.

Fourth, the best line of defense of a democracy must be at the first point of attack. Weimar parliamentary government had been supplanted by presidentially appointed chancellors ruling through the emergency decree powers of an antidemocratic president since 1930. In 1933 Hitler simply used this post-democratic stopgap system to install a totalitarian dictatorship with incredible speed and without serious opposition. If we can still effectively protect American democracy from dictatorship, then certainly one lesson from the study of the demise of Weimar and the ascent of Hitler is how important it is to do it early.

*

Eberhard Jäckel, Hitler’s Weltanschauung: A Blueprint for Power (Wesleyan University Press, 1972), originally published in German in 1969. ↩

Mirando el ‘Brexit’ desde la City: una historia de dinero y poder

Mirando el ‘Brexit’ desde la City: una historia de dinero y poder
MIGUEL OTERO IGLESIAS
Analista senior de Economía Política Internacional en el Real Instituto Elcano.
ECONOMÍA EXTERIOR nº 76 Primavera 2016

El 40 por cien del negocio mundial de la City se hace con Europa gracias a que todos los agentes que operan desde allí obtienen ‘un pasaporte europeo’ para poder captar e invertir fondos libremente en toda la UE, sea cual sea su nacionalidad. Un privilegio que se perdería con el ‘Brexit’.
La visión de la City de Londres sobre el euro, el núcleo duro de la Unión Europea, es la siguiente: el euro es un barco que se empezó a construir en 1989, salió de puerto en 2002 y en 2010, por estar mal construido, empezó a hacer aguas. El navío no tiene capitán. Ahora mismo tiene un buen jefe de máquinas, Mario Draghi, y múltiples oficiales de puente que se turnan, aunque predominan alemanes y franceses. Cuando estos se ponen de acuerdo, hay cierta esperanza de que el barco se arregle. Tarea difícil porque se tiene que hacer sobre la marcha y en alta mar. Pero cuando discrepan, la tripulación baja el ánimo y parece que la embarcación se va a pique.
En general, la City cree que el barco se hundirá y saca pecho por haber avisado, antes de que saliese a puerto, de que el buque estaba mal construido. Desde la lejanía, con cierta aprehensión, pero también con regocijo, se comentan las penurias de la tripulación. Aun así, no se descarta del todo que el barco tenga solución. Todavía hay mucho respeto, y cierto temor, hacia los miembros teutones de la tripulación, por su eficiencia y fe ciega en el proyecto europeo. Por esta razón, la City tienen preparada una lancha motora para el día que llegue la noticia de que el barco se ha reparado. Porque si finalmente se arregla, la City tiene que estar en cubierta y codecidir quién va a ser el capitán.
Esta metáfora resume bien la posición de la City frente a un posible Brexit, o dicho de otra forma, la salida de Reino Unido de la UE. La City siempre ha estado muy ligada al poder. Para muchos de sus miembros, en plena era de la globalización, este poder todavía reside en Westminster. Ellos representan el alma conservadora, inglesa (que no británica) e insular de la City.
Suelen ser corredores de bolsa (brókers) y fondos de inversión de tamaño medio y pequeño que quieren que Reino Unido salga de la UE porque ven en Bruselas la capital de un creciente monstruo jerárquico y burocrático que quiere colonizar a base de regulación, y quizá algún día incluso de impuestos, a la que en su día fue la metrópolis del Imperio británico. Su estrategia es la siguiente: si la UE se desmorona, mejor salirse cuanto antes. Si al final los europeos continentales crean una unión política, mejor escapar del yugo regulador antes de que ocurra.
Sin embargo, este grupo, que se podría denominar “nativista”, tiene poco poder. La City hoy está dominada por actores con alma liberal, multinacional y cosmopolita que saben que el poder se ha trasladado a Bruselas y Fráncfort y entiende que, mientras el proyecto europeo de integración siga en pie y avanzando, sería un grave error, y una ingenuidad, pensar que con tal de apertrecharse detrás del canal de la Mancha se va a recuperar la soberanía británica.
El mercado único en servicios y la actividad financiera denominada en euros son demasiado importantes para que los gigantes de la City los dejen escapar. Por ello, muchos apoyarán al primer ministro David Cameron en su campaña por la permanencia en el referéndum del 23 de junio. Está por ver, sin embargo, si será un apoyo positivo. Aunque la mayoría de británicos son conscientes de la importancia de la City para su economía, muchos otros están molestos porque son los de fuera quienes se llevan los mayores beneficios.
‘Brexit’, visto desde el pasado
La City no es homogénea. Hay diferentes visiones e intereses y, para distinguir mejor las diferentes posiciones frente a un posible Brexit, es importante conocer la historia de esta Milla Cuadrada. A veces se olvida que la Corporación de la City “es la comuna democrática más antigua del mundo”. Se ha construido sobre las ruinas milenarias del asentamiento romano de Londinium, y el estatus de “ciudadano” de la City se ha mantenido desde entonces. Su independencia se consolidó a finales del siglo XI cuando Guillermo el Conquistador, después de invadir Inglaterra, respetó “la libertad de sus gentes” y, la Corporación se declaró oficialmente una comuna en 1191. Desde entonces ni la Carta Magna de 1215, ni los subsecuentes reyes –incluidos los Tudor, los Estuardo y la reina Victoria– ni Westminster han podido o querido quitarle su autonomía.
Su enorme riqueza basada en la libertad para hacer negocio, sus eficientes instituciones democráticas y legales –sustentadas sobre el Derecho común– y su sistema de milicias han hecho que durante siglos la City tuviese “su propio gobierno, sus propios impuestos y sus propios jueces”. Mucha de esta independencia se mantiene todavía hoy. La corporación sigue siendo el único gobierno de la City.
Es por eso que muchos la consideran el mayor centro financiero off-shore. Sin embargo, la centralidad de Londres en las finanzas globales no surge solo de su atractivo para hacer negocios. Si no fuese por el poder del Imperio británico, Londres nunca habría llegado a ser lo que es. En este sentido, la batalla de Waterloo, 1815, marca un punto de inflexión. Hasta entonces la capital financiera del mundo era Ámsterdam, pero tras la derrota de Napoleón, muchos bancos, intermediarios financieros y aseguradoras del continente se trasladaron a la City.
El mercado único y la actividad financiera en euros son muy importantes para que la City los deje escapar
En su análisis de la historia de la City, David Kynaston, explica que fue durante el “largo siglo” de 1815 a 1914, año de comienzo de la Primera Guerra mundial, cuando la Milla Cuadrada desarrolló sus dos almas. La nativista, más insular y por tanto más patriótica, y la liberal, más cosmopolita. Al igual que hoy, durante los años de la Belle Époque (la primera gran oleada de globalización), llegaban a Londres los más inteligentes y aventureros de todo el mundo. Fue en este periodo cuando Mayer Amschel Rothschild, judío alemán, y otros muchos extranjeros amasaron sus grandes fortunas. Desde entonces, la Milla Cuadrada se ha convertido en una aldea global, con sus inherentes tensiones entre locales y foráneos. Algo palpable hoy en el debate sobre Brexit.
Sin embargo, pese a sus diferencias, y precisamente porque la corporación es el órgano de gobierno que amortigua y cohesiona los diferentes intereses de la aldea, la City siempre ha tenido el mismo lema y visión estratégica: to play the game (saber jugar la partida). Y eso en el mundo de las finanzas quiere decir estar lo más lejos posible del poder político para hacer negocios libremente pero lo más cerca para influir en él, y si fuese necesario, buscar su protección.

La creación en 1694 del Banco de Inglaterra fue un claro ejemplo. Los acreedores privados de la City, cansados de que el rey de Inglaterra incurriese en impagos, le exigieron al monarca, Guillermo de Orange, que les concediese el monopolio de la creación de dinero, si quería obtener nuevos préstamos para luchar contra Francia pero, al mismo tiempo, le pidieron que amparase el nuevo banco con su mandato real. Así, se unían dos extraordinarios poderes: la credibilidad crediticia de los financieros privados y la legitimidad y el monopolio de la violencia del soberano.
Pero el poder, aunque más lento que el capital, también es móvil y las dos guerras mundiales del siglo XX hicieron que el Imperio británico se desmoronase y Londres dejase de ser la plaza financiera del mundo. El testigo lo recogió Nueva York, que se convirtió en la auténtica metrópolis del capitalismo global.
Por entonces, se pensaba que Londres caería en la misma liga que Ámsterdam o París, pero dos episodios clave en la segunda mitad del siglo XX convirtieron de nuevo Londres en el centro financiero más internacional. En los dos hay una estrecha colaboración entre la City y el gobierno británico: el poder. El primero fue el desarrollo en los años sesenta del Euromarket en Londres.
Un mercado offshore que ofrecía productos financieros denominados en dólares en el continente europeo, de ahí su nombre. Estos depósitos en moneda americana eran muy atractivos por dos razones. Porque ofrecían un tipo de interés más alto que el de Estados Unidos, lo que hizo que muchos fondos americanos se viniesen a la City, y porque su opacidad servía de refugio para los petrodólares del golfo Pérsico y los soviet dólares del bloque comunista.
Muchos se preguntan todavía cómo fue posible que en pleno sistema de Bretton Woods, con controles de capitales y estricta regulación financiera, hubiese un mercado off-shore totalmente desregulado. La pregunta no es baladí, porque hay cierto consenso entre los expertos de que el Euromarket fue una de las causas del colapso de Bretton Woods, también conocido como los 30 años dorados del capitalismo. Todo indica que el Euromarket se desarrolló con la connivencia del Banco de Inglaterra.
Parece imposible creer que si hubiera querido cerrarlo no tuviese la capacidad para hacerlo. La Old Lady (“vieja dama” –así denomina la City al Banco de Inglaterra–) hizo la vista gorda porque le interesaba que el capital americano y del resto del mundo volviese a su Milla Cuadrada.
Exactamente por la misma razón, 20 años después, en 1986, Margaret Thatcher impulsó el Big Bang en la City, el segundo episodio que explica por qué todavía hoy, en la segunda década del siglo XXI, la City compite con, y en muchos casos supera a, Nueva York como capital de las finanzas globales. Es bien sabido que el Big Bang desreguló mucha de la actividad de la City, pero lo más importante quizá es que permitió que sus instituciones financieras fueran de propiedad extranjera, lo que hizo que desembarcaran en la Milla Cuadrada los grandes bancos de inversión americanos y los bancos universales europeos.
Este cambio transformó completamente la geografía y la cultura de la aldea, incluida su corporación, y es clave para entender el debate actual sobre el Brexit. Muchos de los históricos Merchant Banks de la City, como Barings Bank y Schroders, fueron devorados. Rothschild es de los pocos que sobrevive. La cultura cambia porque el otro lema de la City: my word is my bond (“mi palabra es mi obligación”), muy usada entre los banqueros como símbolo de la confianza mutua, ya no rige. La City pasa de ser un club selecto y conservador de hombres grises y cierta edad, a ser un gran casino global donde ingenieros franceses de 28 años ganan cientos de miles de libras al año.
‘Brexit’, vista desde el presente
Para Kynaston, el Big Bang de 1986, y la consecuente transformación de la City, explican la crisis financiera de 2008. En los momentos de máxima tensión, cuando el mercado interbancario se congeló por completo se observó como el pilar de la vieja City: my word is my bond había desaparecido. La confianza entre operadores ya no existía, y en el mundo de las finanzas, cuando esta se esfuma el sistema crediticio colapsa. Para Kynaston, igual que para muchos funcionarios de Europa continental, la City se ha convertido en un monstruo indomable y hasta que no se vuelva a regular como es debido seguirá produciendo crisis financieras. La falta de ética y la actividad ilegal son alarmantes. Los escándalos de la manipulación de la tasa Libor, los tipos de cambio y los precios de los metales preciados así lo demuestran. No es de extrañar que la City no sea muy popular ni en Bruselas ni entre la ciudadanía británica.
Aun así, a pesar de los escándalos, todo británico reconoce que la City es una máquina de generar dinero. Esta pequeña aldea global alberga 250 bancos internacionales y genera, con sus tentáculos en todo el país, el 10 por cien del PIB y el 12 por cien de los ingresos fiscales de Reino Unido. En el mercado de divisas y en el de derivados de tipos de interés supera a Wall Street, acaparando el 40 y el 50 por cien, respectivamente, del negocio mundial. La City atrae a los jóvenes más inteligentes del mundo.
En total, los servicios financieros emplean a dos millones de personas en todo Reino Unido. De los 280.000 que trabajan en la City, el 22 por cien no es británico y 38.000 son ciudadanos europeos. Hay 125 compañías de la UE listadas en la bolsa y los bancos europeos tienen cerca de dos billones de euros de activos en Londres. La City es, sin duda, el centro financiero del euro, gestionando el 40 por cien de las operaciones denominadas en esta moneda.
La experiencia, reputación y redes tejidas durante siglos, el inglés como lengua franca y la zona horaria –que permite presenciar el cierre de Asia, toda la jornada europea, y el inicio de la sesión de Wall Street– hacen de la City un gigante tablero de distribución de capital (switchboard) que puede convertir en cuestión de segundos ahorros procedentes de Indonesia en inversiones destinadas a Argentina.
Esto hace que la City sea más internacional incluso que Wall Street, que se alimenta mucho más de capital nacional. Sin embargo, pese a su globalidad, la City vive sobre todo del mercado único de la UE, que con 500 millones es el más grande y con mayor capacidad de ahorro e inversión del mundo. El 40 por cien del negocio mundial de la City se hace con Europa, gracias a que todos los agentes financieros que operan desde la Milla Cuadrada, indistintamente de su nacionalidad, obtienen “un pasaporte europeo” para poder captar e invertir fondos libremente en toda la UE. Un privilegio que se perdería con el Brexit.
Aunque en general la percepción en Europa es que toda la City está a favor de permanecer, la realidad es otra
Esta amenaza explica por qué la mayoría de los grandes bancos americanos como JP Morgan, Bank of America o Goldman Sachs, han expresado públicamente su preocupación por un posible Brexit, al igual que bancos europeos como Deutsche Bank o el Santander. Goldman Sachs ha anunciado que apoyará la campaña por la permanencia con 500.000 dólares y es probable que otros bancos hagan lo propio. El banquero que ha hablado más claro ha sido Jamie Dimon, consejero delegado de JP Morgan, el banco más grande de EE UU: “si no podemos usar nuestro pasaporte desde Londres, no nos quedará otro remedio que establecer varios centros de operaciones en Europa”.
Si esto ocurriese, Dublín sería la ciudad más beneficiada del Brexit por el inglés, la franja horaria y su industria financiera, pero lo más probable es que el sector financiero europeo se fragmentase entre la City, la capital irlandesa, París y Fráncfort. Esta redistribución, aunque traería más volumen de negocio para la eurozona, sería perjudicial para Europa, pues el mundo financiero trabaja en redes profesionales estrechas, personal y geográficamente, y si no las encuentra en el Viejo Continente, el talento se irá a Nueva York o a los centros financieros asiáticos como Hong Kong o Singapur. Por esto, los grandes operadores de la City se oponen abiertamente a un Brexit.
Ellos son los representantes del alma cosmopolita de la City, pero la otra alma de la aldea global londinense piensa muy distinto. Aunque en general la percepción en Europa continental es que toda la City está a favor de permanecer, la realidad es otra. En el debate sobre un posible Brexit, la Milla Cuadrada se divide en dos tribus. Por un lado, los grandes bancos y banqueros de inversión que rechazan el Brexit y por otro, los pequeños corredores de bolsa, los fondos de capital riesgo (hedge funds) y las pequeñas asesorías patrimoniales.
Estos últimos están a favor del Brexit porque la creciente regulación impuesta por Bruselas desde la crisis de 2008 –como la directiva para los Gestores de Fondos Alternativos o Mifid2– les supone unos gastos que consideran desorbitados. Boris Johnson, alcalde de Londres, pretende ser el defensor de este “pequeño” capital británico que se enfrenta al gran capital global dominado por los americanos y asociado con Bruselas.
Para los pequeños operadores de la City, que invierten sobre todo en Reino Unido y atraen mucho capital, bien de la Islas Británicas (y sus paraísos fiscales asociados), o de fuera de la UE, el pasaporte al mercado único importa poco. Muchos de ellos tienen todavía una visión romántica del Imperio británico y su actitud de laissez faire hacia las finanzas. Piensan que salirse de la UE les ayudaría a liberalizar la economía y establecer el marco regulatorio que más conviene a la City. Las palabras de Crispin Odey, fundador del hedge fund Odey Asset Management son representativas de esta visión: “Europa nos está convirtiendo en una colonia y nosotros estamos acostumbrados a ser un imperio. No queremos seguir reglas que no hemos decidido”.
Pero justo por esa razón los grandes poderes de la City –tanto los británicos cosmopolitas de HSBC como los globales de Goldman Sachs– no quieren abandonar el barco. Ellos saben que fuera de la UE lo más probable es que Londres deba operar dentro del marco regulatorio de la UE sin que Westminster o Downing Street tengan ningún tipo de influencia. La City quiere seguir jugando la partida y sabe perfectamente que si no está en la UE verá el juego desde el banquillo. Por ello, tanto la Old Lady como la corporación de la City –las dos instituciones más históricas e influyentes de la Milla– han declarado de modo oficial ante la opinión pública británica su oposición al Brexit. Un posicionamiento que no ha gustado nada a los nativistas, pero esas son las desventajas de tener menos dinero y poder. Una lógica que los ciudadanos de la City entienden bien desde hace siglos.

Segunda vuelta electoral en Ecuador: Entre logros, decepción y fractura del movimiento social

Segunda vuelta electoral en Ecuador: Entre logros, decepción y fractura del movimiento social
marzo 29, 2017 Voces Comentar
Publicado en: Actualidad, Entrevista, Internacionales

Francois HoutarSergio Ferrari entrevista al sociólogo francés François Houtart.
En un continente latinoamericano mutante, la segunda vuelta electoral del domingo 2 de abril en Ecuador marcará rumbos. Aunque el tema internacional está prácticamente ausente en la campaña, los resultados marcarán tendencias y reforzarán alianzas continentales.

Si gana Lenin Moreno del oficialista partido Alianza PAIS saldría reforzado el proyecto integrador regional. Si fuera ungido presidente el banquero Guillermo Lasso, candidato de la opositora alianza CREOSUMA, el país sudamericano pasaría a reforzar el polo continental pro-neoliberal, alineado detrás de Michel Temer en Brasil y Mauricio Macri en Argentina.

En la primera vuelta del pasado 19 de febrero, aunque Moreno obtuvo 1 millón de votos más que Lasso, por escasas décimas no logró el 40% que le hubiera abierto la puerta imperial para continuar la línea impulsada en los últimos diez años por Rafael Correa en la presidencia.

Logros cuantificables

Los resultados del próximo domingo podrán ser entendidos como un plebiscito positivo o negativo sobre los progresos promovidos por Rafael Correa y su proyecto de “Revolución Ciudadana”. En particular en lo social, y en el desarrollo de obras públicas -carreteras, puentes, aeropuertos etc. En un país de cerca de 14 millones de habitantes, logró reducir en un 6 % la pobreza y sacar de la miseria extrema a casi 2 millones de sus compatriotas. Se dieron avances significativos en la atención médica pública y se contabilizaron 1 millón 200 mil nuevos estudiantes.

En síntesis, “logros reales pero limitados en cuanto a su contenido. No tuvieron suficientemente en cuenta muchos aspectos, como el ritmo de las transformaciones culturales, la erosión de la soberanía alimentaria y los costos ambientales”, señala el religioso y sociólogo belga François Houtart, quien desde hace seis años reside en Quito y trabaja como profesor universitario y asesor de movimientos sociales.

A pesar de su relación de amistad con el presidente Correa, Houtart no mide sus críticas al actual modelo. “Son cifras que indican avances cuantitativos en la perspectiva de modernizar la sociedad, pero sin transformarla de fondo”, señala Houtart en entrevista telefónica.

Se dio, por ejemplo, una ausencia total de políticas agrarias: “no hubo ni reforma agraria ni políticas campesinas” enfatiza el fundador del Centro Tricontinental (CETRI) en Lovaina y de su prestigiosa publicación Alternatives Sud. Y hace referencia a un estudio del 2013 que indicaba un 44% de pobreza en las zonas rurales y un 19.5 % de pobreza extrema. El actual Gobierno impulsó, por el contrario, una agricultura moderna de monocultivos de exportación que destruye los bosques y expulsa a los campesinos de sus tierras. En síntesis, “no hubo durante estos años un proyecto de transformación fundamental de la sociedad sino una modernización del capitalismo”. Si al principio se podía pensar que se trataba de un socialismo del siglo XXI, se introdujo paulatinamente una “restauración conservadora” dentro del proyecto mismo. La crisis provocada por la caída de los precios de las materias primas aceleró la regresión, privilegiando los intereses del mercado.

Desilusión y “alineación política”

Una parte de los movimientos sociales entre ellos organizaciones indígenas y de fuerzas de izquierda que originariamente apoyaron al proceso, “se sienten profundamente decepcionados”.

Cuando el Gobierno vio que esos movimientos le daban la espalda decidió crear nuevas organizaciones sociales que respondían a su proyecto. Se dio así una fractura político-social muy profunda que sigue marcando la realidad social del país y que tiene una influencia en el comportamiento electoral de unos y otros, explica Houtart.

Algunos de esos sectores “prefieren ahora darle su voto a Lasso y no a Moreno. Optan por apoyar a un representante del gran capital financiero, argumentando que en todo caso la situación no cambiaría demasiado”. Al mismo tiempo, reflexiona, Lasso promovió un discurso astuto. Prometió la amnistía para algunos dirigentes sociales presos; el abandono de juicios abiertos contra líderes indígenas. Se comprometió a no autorizar la actividad minera sin consulta previa con los pueblos originarios, principio ya inscrito en la Constitución, pero no siempre respetado.

Se da una “verdadera alienación política de esos sectores sociales e indígenas que van a votar contra sus propios intereses más por argumentos afectivos que razonables”, enfatiza Houtart. Algunos piensan que va a ser más fácil luchar contra la verdadera derecha, que, contra la derecha maquillada como izquierda, enumera. Subjetivamente, son sectores que han sufrido y viven una gran decepción hacia el modelo de Correa, lo que define una situación muy compleja, por momentos inexplicable y de muy difícil recuperación o reconstrucción, sintetiza Houtart con cierto escepticismo sobre el futuro.

Y se distancia parcialmente de algunos de esos argumentos: “no estoy de acuerdo que Correa esté estableciendo el neo-liberalismo”. Su proyecto es, como sucede en otros países de la región, post-neoliberal, aunque no post-capitalista. Un capitalismo moderno que integra también como importante la lucha contra la pobreza. Pero que, incluso, aumenta los niveles de deuda externa a niveles semejantes al 2007 fecha cuando llegó al Gobierno.

Crisis conceptuales

Con el paso del tiempo Correa priorizó su rol de líder carismático. Trató de instrumentalizar los movimientos sociales-o creó otros paralelos-, impulsó una comunicación intensiva desde arriba e incluso criminalizó una parte de la protesta social.

Todo esto al tiempo que mantenía su discurso progresista original, lo que complica, muchas veces la comprensión de lo que se debate en torno al segundo turno electoral. Se presenta, argumenta Houtart, como una lucha entre la izquierda y la derecha tradicional. Cuando en realidad se trata de un combate entre la derecha oligárquica tradicional, apoyada por el imperio, expresada en el candidato Guillermo Lasso, que busca desesperadamente recuperar el poder político y una derecha moderna en alianza con actores de izquierda en su mayoría provenientes de los movimientos sociales de los años 70.

En paralelo, los movimientos sociales tradicionales, confrontan una crisis profunda como en otras regiones del mundo. Perdieron la visión estratégica de una transformación profunda de la sociedad y entraron de lleno en el juego político electoral a corto plazo, concluye.

  • Sergio Ferrari en colaboración con el periódico suizo Le Courrier y E-CHANGER, ONG de cooperación solidaria

Cimientos podridos

24/03/2017 16:09:12
Cimientos podridos

Algunos ya sabrán: el joven Miguel Ángel Deras, Miguelito, fue sobreseído definitivamente el pasado 22 de febrero por el Juzgado Especializado de Instrucción ‘B’ de San Salvador.

Pido disculpas para los que ya saben pero, para los que no, trataré de condensar su caso en un párrafo: a Miguelito lo detuvieron en la casa de sus padres el 17 de mayo de 2016, lo presentaron encadenado, nos dijeron que era un terrorista de la 18-Revolucionarios llamado el Slipy de la Santa María, y lo involucraron en la peor masacre cometida en El Salvador en el último lustro. El 25 de mayo publicamos en El Faro una investigación que demostraba que Miguelito ni siquiera era marero, pero la Fiscalía igual pidió que lo encarcelaran por más de 300 años, la Policía Nacional Civil lo tuvo 59 días encerrado en condiciones infrahumanas, y pasó otros siete meses con medidas sustitutivas, antes del sobreseimiento definitivo.

Hoy es un joven sin deudas con la justicia. ¿Y ahora qué? ¿Un triunfo del bien sobre el mal? ¿Somos hoy una mejor sociedad que ayer? ¿Periodismo justiciero? ¿Misión cumplida? ¿…?Nada que ver. Como el periodista que destapó y dio seguimiento al caso, no negaré que haber contribuido a su libertad genera cierta satisfacción profesional y personal, pero muy limitada –créanme– tras conocer los pormenores y las posibles consecuencias ante la opinión pública.

Miguelito ha tenido que irse de su Quezaltepeque natal por miedo a represalias de los mismos policías que lo detuvieron. Su familia vendió el puesto del mercado y se endeudó para pagar los desorbitados honorarios del abogado. Ni fiscales ni policías ni jueces ni funcionario gubernamental alguno le han pedido perdón, ni qué decir sobre indemnizaciones, reparaciones o similares. El Estado salvadoreño le aplicó la dosis completa de manodurismo; incluso le colocaron un revólver cuando lo detuvieron, pero chucho no come chucho, y nadie va a abrir una investigación por estos delitos y negligencias que cometen los empleados públicos que forman parte de un sistema de justicia arbitrario, corrupto y que se ensaña contra los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

Claro que me alegro por Miguelito y su familia, pero me resisto a identificar su historia como una con final feliz por dos razones fundamentales: la primera, porque me niego a rimar con la palabra felicidad nada que suponga haber pasado un solo día en cualquiera de las mazmorras en las que el Estado mantiene a los privados de libertad, y Miguelito se comió dos meses en unas bartolinas policiales hacinadas y fétidas, entre verdaderos mareros.

Pero la razón más importante por la que el Caso Miguelito me ha dejado un sabor más agri que dulce es porque el Estado lo puede terminar usando, de manera más o menos premeditada, para darse baños de pureza, para presentarse como un sistema justo y garantista, un sistema en el que cuando se comete un error, este termina subsanado de una u otra forma.

No hay sistema en el mundo que esté exento de abusos de autoridad y de errores judiciales; ni siquiera los Estados de derecho que admiramos por su sólida institucionalidad y su pedigrí democrático.

Cuando casos como el de Miguelito suceden en países que funcionan, el periodismo se torna fundamental para señalar y corregir los yerros. Pero en El Salvador los errores no son la excepción dentro de un modelo potable. Los abusos, los encubrimientos y las desidias protagonizadas por policías, soldados, fiscales, abogados, peritos y jueces son pan de cada día. Se fabrican pruebas incriminatorias, se moldean los testimonios de los testigos criteriados, se prevarica, se violan los derechos humanos, se ejecuta extrajudicialmente con total impunidad…

Este ‘sistema de justicia’ se aplica con especial dureza contra los sectores más desfavorecidos, aquellos a los que Monseñor Romero llamó los ‘sinvoz’. No es algo nuevo ni mucho menos, pero la guerra contra las maras iniciada en enero de 2015 y sobre todo las medidas extraordinarias que se aplican desde marzo de 2016 han intensificado estas prácticas hasta niveles quizá no vistos desde la guerra civil.

No es una excepción Miguelito. No es una excepción la masacre de San Blas. No es una excepción Wendy Morales. No son una excepción los esposos Mejía Hernández. No es una excepción Daniel Alemán. No es una excepción que en dos años la Policía Nacional Civil haya matado a mil salvadoreños en ‘enfrentamientos’. No es una excepción…

Foto -580

Los atropellos que comete el Estado salvadoreño van desde los registros violentos y vejatorios hasta las ejecuciones extrajudiciales, pasando por las detenciones arbitrarias y los juicios viciados. Eso sí: tratan de no afectar a todos los estratos sociales por igual. Si eres pobre, joven, varón y vives en una comunidad controlada para las maras, se multiplican las posibilidades de ser víctima de la maquinaria estatal.

Como ocurre con los iceberg, los casos que trascienden son apenas una fracción de los que están ocurriendo, y por lo general se airean más las injusticias cometidas contra personas de estratos clasemedieros. Por eso el sinsabor con Miguelito. Bien por él, reitero, pero ante los ojos de una sociedad violenta y clasista y anestesiada como la salvadoreña me temo que el ‘final feliz’ puede tener un efecto contraproducente: dar la sensación de que el sistema corrige sus errores, y que estos son excepción.

Dudo que resulte nada bueno de la represión miope y brutal y desproporcionada que abandera un gobierno que dice ser de izquierdas, apoyado por todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria, por una mayoría social, y con la complicidad de las instituciones estatales que deberían ser un contrapeso. Esta estrategia genera votos, pero está llenando el país de ‘víctimas colaterales’ y de personas resentidas contra el Estado por haber sufrido en carne propia abusos, o ser familiar de o amigo de. Por otro lado, se está incubando en un grupo de policías, soldados y fiscales la idea de que se puede actuar al margen de la ley, de que “cuando la patria está en peligro, todo está permitido”, como se tuiteó en septiembre pasado desde la cuenta oficial de Twitter de la Policía Nacional Civil.

Resentimiento creciente en el bajomundo, funcionarios armados que creen estar por encima de la ley, y una ciudadanía que –salvo los casos que le afectan de cerca– aplaude o tolera la violación sistemática de los derechos humanos. No parecen los mejores cimientos para la sociedad en la que uno quiere que crezcan sus hijos.