Este es un tiempo en el cual en el ejercicio de la ciudadanía los argentinos, en las provincias y en la ciudad autónoma de Buenos Aires, tenemos que tomar decisiones cívicas.
Elegir es la oportunidad de optar por esto o por aquello, que si bien terminará siendo una elección subjetiva, esta subjetividad estará compuesta por condicionamientos ideológicos y por la manera en que el contexto y las circunstancias que de éste se desprenden nos atraviesan. Elegimos desde nuestra visión de la realidad, desde nuestros anhelos de bienestar, concepto de justicia, desde nuestras necesidades insatisfechas, aunque en algunos casos, también se lo hace desde una construcción inconsciente de la dependencia y del miedo a tomar decisiones cualitativas, miedo al cambio. En el marco de la política decidimos y elegimos en función de los elementos y herramientas que tenemos para analizar el acto político y sus consecuencias.
Recuerdo que cuando cursaba la escuela secundaria el Prof. Céspedes, que nos daba Educación Democrática, nos enseñaba la importancia de la plataforma política de los partidos. Es decir que la decisión se realiza desde el lugar de la evaluación de las propuestas y compromisos que asumen los partidos políticos a través de sus candidatos. Por lo tanto si para elegir hay que conocer propuestas, elegir sin propuestas será un rasgo peligroso que se sustenta sólo en las apreciaciones superficiales y que de pronto, al no tener propuesta, tampoco habrá nada desde lo programático de lo cual pedir rendición de cuentas a aquellos que ejerzan el poder.
Ya en tiempos de Lutero (1) , el reformador hablaba de la relación armónica entre la prosperidad de la ciudad y la capacidad de los ciudadanos para generarla y sostenerla. Y si bien el concepto de democracia de Lutero habrá que entenderlo en su contexto posfeudal, no es menos cierto que desde la ética protestante hemos adquirido una concepción plenamente responsable de cómo se incorpora el concepto de el amor al prójimo, como eje sostenedor de la Teología, en la construcción de los postulados que hacen al gobierno temporal. ¿O acaso el gobierno temporal puede prescindir del amor al prójimo, con todas sus implicancias? Es una cuestión de elección y a la vez una cuestión de valores, como el planteo que Josué(2) hace al pueblo de Israel, “Pero si no quieren servir al Señor, elijan hoy a quien van a servir…Nosotros serviremos al Señor, pues él es nuestro Dios” (Josué 24:15) o como aquel otro que Jesús hace a los discípulos, luego que muchos que lo habían seguido lo dejaron, en San Juan 6:67,: “…ustedes también quieren irse?”. Las decisiones también serán parte de nuestra construcción de los valores. Por lo tanto no debiera haber elección posible entre quienes son mentirosos, corruptos o totalitarios en su concepción del poder, sin dejar de lado aquellos otros que pasan asistencia en los mitines políticos para comprobar “el pago” de la ayuda, como acto indigno de negociar con la necesidad de la gente, y que hacen uso del poder desde una concepción autoritaria que niega lo diverso. Menos aún de aquellos que se sostienen a través del clientelismo político creyendo erróneamente que los fondos que administran les pertenecen, por lo tanto al subvertir el valor de la democracia generan condiciones de dependencia. No es casualidad comprender el paradigma de que a mayor pobreza menor nivel de reacción frente a las tentadoras ofertas de comprar los votos por ilusorias seguridades económicas, estabilidades laborales o cualquier otra cosa que se le parezca. Será necesario advertir sobre la práctica del nepotismo(3), donde los primeros que se conchaban son los parientes con maniobras sutiles y groseras. Es indudable que desde nuestra ética cristiana no nos sentiríamos representados por ningún proyecto que favorezca “al mercado”(4) más que a las personas y que se desentienda de la administración de la cosa pública para ponerla en manos de algunos pocos para acumular riqueza.
Otra de las características de las campañas electorales, y en esto permítanme decir que no solamente alcanza al gobierno civil sino a otras organizaciones, es cuando los argumentos para conseguir el reconocimiento de lo propio y los votos, no se sustenta en las calidad de las propuestas sino en la desvalorización y ataque despiadado a los supuestos adversarios, generando en la conciencia colectiva la idea de que hay que cuidarse de supuestos malos e inmorales como única alternativa muchas veces miserable para sostener lo propio, que rehuye al debate de las ideas y se anquilosa en la chicana fácil y el chisme gratuito de la lengua, para ello basta oír los debates en los medios de los candidatos y en otras organizaciones, y el rol dado a “los punteros barriales” para sostener el poder, sin valorar los riesgos y sin estar dispuestos a rendir cuentas de sus actos.
También desde el lugar de la fe será importante decirle a los candidatos, estén éstos en el poder o no, que el ejercicio de la ciudadanía los compromete delante de Dios y del pueblo a rendir cuenta de aquellas cosas que son consecuencia de sus actos de gobierno y no confundir la justicia temporal de los hombres, necesaria en el plano democrático, con la justicia divina que una comprensión no acabada pretende convencernos que el único lugar donde se somete a juicio las injusticias y los actos de corrupción será en el cielo. Que gobernar no es cuestión de amiguismo ni que la generosidad del estado permite con sus dineros hacer una romería de obsecuentes que viven a costa del pueblo. Será cuestión de tener la honradez como valor y la capacidad de gestión como atributo; comprender que no alcanza con que haya leyes si éstas no van acompañadas de la decencia de los políticos para que estén al servicio de la comunidad.
Por lo tanto partiendo de que se elige desde un proyecto sobre el cual se pedirán rendiciones de cuenta; este proyecto para los cristianos tendrá que ver con el amor al prójimo y todo lo que se desprende de este sentir, consecuentemente elegiremos un proyecto económico que sirva para la vida y a las necesidades de todos, que nos animemos a desafiar las prácticas que convierten los dones de la creación de Dios en mercancías y ganancias, especialmente cuando esa actividad perjudica a los pobres. Como cristianos también estamos llamados a optar por una propuesta que promueva la justicia y los Derechos Humanos, y que asuma un compromiso serio con la educación y la salud. Será de actitud cristiana no votar a mentirosos ni a autoritarios, que hacen de la exclusión su forma de poder, ni a cualquier uno que quiera convencer a la comunidad que lo que se hace “son logros personales” y no el producto de la administración de los bienes y dineros que la Nación y el pueblo le han depositado.
Una sociedad adulta no le teme al debate de las ideas, ya que éste la enriquece, sólo los mediocres lo negarán por la incapacidad de sostener sus proyectos o porque sencillamente no los tienen. Habrá que valorar una propuesta que considere seriamente la dignidad de las personas, favoreciendo el conocimiento, la generación de recursos genuinos y presente un programa a favor de los sectores más excluidos de la sociedad. Habrá que no dejarse seducir, en nombre de la necesidad, por cualquier intento de transformar el tiempo previo a las elecciones en la navidad de las dádivas y los regalos para compensar el sufrimiento de la gente, no por la gente sino por los propio intereses de políticos que no hacen honor a la política, para seguir haciendo en nombre de la política más de los mismo.
Quedará a los ciudadanos pensar, por el presente y futuro de nuestros hijos, que Otra forma de hacer política es posible.
Ricardo Veira
Septiembre 2005
(1) Reformador de la Iglesia (1483-1546)
(2) Sucesor de Moisés, cf. Josué 1:1.
(3) Del latín nepoten. Concesión de los mejores empleos y los favores del estado a los sobrinos. Esa práctica terminó por impregnar la administración de los asuntos públicos, asociada a la corrupción y la falta de escrúpulos.
(4) Concepción filosófica dada a la comprensión que el neoliberalismo hace de la economía.