Monseñor Gregorio Rosa Chávez es obispo auxiliar de San Salvador y presidente de Cáritas para América Latina y el Caribe. Colaborador histórico de Óscar Romero, es un activo defensor de los derechos humanos y ha ejercido como mediador en todo tipo de conflictos, especialmente en las negociaciones durante la guerra de El Salvador. Ahora continúa ejerciendo como mediador en numerosos conflictos sociales. Esta entrevista se realizó en México D.F. en mayo de 2005, durante la celebración del III Encuentro Internacional de la Radio, organizado por el Servicio Latinoamericano de Radio Nederland y la Red Nacional de Radiodifusoras y Televisoras Educativas y Culturales. En ella, Rosa Chávez se muestra muy crítico con los procesos de paz centroamericanos porque, afirma, se han basado en el olvido y la impunidad, no han tenido en cuenta las exigencias de verdad y justicia que deben guiar la salida de cualquier conflicto armado y no han significado un final real de la violencia. El fin de las guerras civiles que asolaron Centroamérica en los años ochenta no logró abordar las causas de los conflictos, por lo que estos continúan, ahora por otras vías.
Usted ha recibido un premio por su labor en la defensa de los derechos humanos.
Sí, lleva el nombre de un joven que fue asesinado durante la guerra de El Salvador, Herbert Olaya Sanabria. Su esposa es actualmente una militante de derechos humanos y magistrada de la Corte Suprema. Otorgan un premio cada año y el año pasado me lo dieron a mí. En mi país los derechos humanos fueron un arma de guerra y, después de ella, la lucha continúa, porque se firmó la paz pero no se atacaron las raíces de la violencia. Esto hace que la guerra continúe por otros métodos y caminos.
¿Cuáles son los principales errores cometidos en el proceso de paz de El Salvador?
Hay un documento que yo cito siempre a este respecto. Cuando el Papa nos visitaba por segunda vez en El Salvador, en 1996, la Iglesia publicó un documento que planteaba “a qué país viene el Papa”. Y la respuesta era que venía un país que firmó la paz pero no tiene la vivencia cotidiana de la paz. Después de la guerra aumentó la extrema pobreza y el desempleo, y hay una tremenda inseguridad ciudadana. Yo añadiría un cuarto elemento: es un país que firmó la paz pero no está reconciliado. Hay un temor inmenso a la reconciliación, la verdad y la justicia. Se pretende que olvidemos lo que pasó. Ésa es la fórmula del gobierno: perdón y olvido. Esto hace que la gente se desespere y que la violencia estalle por todos lados.
El país sufre el problema de la violencia y también el de la emigración.
Muchos de los pandilleros de ahora son hijos de gente que combatió, murió o que huyó del país para buscar mejores condiciones de vida. Es un país que expulsa a sus hijos, y hay que insistir en el derecho a emigrar y el derecho a quedarse. Esto supone el derecho a una vida digna dentro del país. Pero no es ésta la visión del gobierno. Prefiere tener fuera a gente que mande dólares antes que fortalecer las familias dentro. La realidad obliga a que seamos permanentemente un país expulsor. Esto es intolerable pero es la realidad cotidiana, cada día quinientas personas intentan salir de El Salvador. Muchos llegan a su destino, otros no, y un buen número regresa con una deuda inmensa que pagar y sin poder hacerlo.
¿Se puede decir que no se está haciendo lo suficiente para atajar las causas de la violencia sino que las políticas se centran en los síntomas?
El Salvador es el país más violento de América Latina, rivalizando con Guatemala y Honduras pero en el primer lugar. Y el remedio sería muy sencillo. Si hubiera apoyo real a las personas y las familias, si tuvieran una vida digna y oportunidades de estudio y trabajo para sus hijos, en poco tiempo bajaría a la mitad la cifra de homicidios. Pero el gobierno, con su política neoliberal, no quiere imaginar dónde están las verdaderas causas ni las quiere atacar. Hay maquillajes como el combate a la pobreza que se ha anunciado, pero no se va al fondo del problema. El presidente actual, Antonio Saca (de la Alianza Republicana Nacionalista, ARENA) ganó la presidencia, en parte, con una promesa de dar seguridad, y puso a las pandillas, las “maras”, como la causa principal de inseguridad. Como resultado de la legislación que se aplicó, actualmente hay casi 4.000 muchachos en la cárcel pero el índice de homicidios ha subido, y hay poco debate sobre las causas de la violencia. Ahora hay una iniciativa del diario La Prensa Gráfica, llamada “Todos contra la violencia”, que pretende crear un espacio para ese debate y está insinuando que después de la ley antimaras la violencia ha subido. Creo que quizá se abren resquicios para hablar en serio sobre el problema.
El ex presidente de Costa Rica, Óscar Arias, ha planteado en varias ocasiones la idea de una Centroamérica sin ejércitos.
Ésa idea es muy interesante y Arias siempre cuenta el caso de su país. Cuando se abolió el ejército se pudo destinar más presupuesto para educación. Ahora hay una iniciativa para hacer de Centroamérica una zona de paz. Esto sería muy importante porque en El Salvador hay medio millón de armas en manos de civiles. Y según parece, en la venta hay implicados funcionarios del gobierno, a los que no interesa que se vendan menos armas. El 70 por ciento de los asesinatos son con arma de fuego y el año pasado se vendieron más de medio millón de municiones. Pero las armas no sirven: cuando uno tiene un arma para defenderse, tiene cuatro veces más posibilidades de que lo maten. Esta cultura del arma en manos de civiles es un negocio. En los últimos años, en los periódicos incluso se ven anuncios cuando llega el día del padre que dicen “haga un regalo que valga la pena a su papá: regálele este modelo de metralleta, fusil o pistola”. Esto indica la situación a la que estamos llegando.
¿Cree que la comunidad internacional ha ayudado lo suficiente a Centroamérica después de los procesos de paz?
A Centroamérica llegó mucho dinero que se deshizo como sal en el agua. Hubo mucho interés e iniciativas importantes. Creo que en el tema de ayuda internacional no estamos en la agenda como antes, pero en parte por culpa nuestra, por no saber aprovechar todas las oportunidades. Hay cosas muy interesantes, por ejemplo en el caso de España la cuestión de la ayuda autonómica, pero hay experiencias negativas respecto al canal oficial. En El Salvador un problema grave es que no tenemos una propuesta atractiva e interesante que implique a la sociedad civil. Ésta es vista desde muchos sectores como enemiga, no como un actor que tiene un proyecto. Esto nos lleva al problema de fondo: ¿Cuál es nuestro proyecto de país? ¿Qué país queremos? No tenemos mecanismos de redistribución de la riqueza ni de equidad, el gran drama de América Latina. Lo mismo ocurre con la democracia, que es formal pero no participativa, no práctica.
En Colombia se está viviendo ahora un proceso de desmovilización, con los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), en el que se plantea que es necesario ofrecer bastante impunidad a cambio de lograr la paz. ¿Qué consejo les daría desde las experiencias de Centroamérica?
El presidente Álvaro Uribe repite la tendencia de otros gobiernos de promover una “historia oficial” que no responde a la realidad. El caso colombiano es muy complejo porque el elemento narcotráfico lo contamina todo, incluso las esferas militares. Si esto no se reconoce el análisis queda falseado. Pero la verdad y la justicia son irrenunciables, como hemos comprobado en El Salvador, donde el Gobierno apostó por la fórmula “perdón y olvido”. Recuerdo una anécdota impresionante. Estábamos celebrando la Jornada de la Paz y una señora campesina se levantó y dijo: “El ejército mató a mis dos hijos. Yo ya perdoné a los asesinos, pero quisiera saber quiénes son para decirles que los perdono”. La audiencia se quedó petrificada. Esto ilustra por dónde va el camino correcto. En Colombia queda mucho por recorrer en los campos de la verdad y de la justicia. Si eso no se logra, toda solución será frágil, endeble y muy provisional.
Como presidente de Cáritas para América Latina y el Caribe, ¿qué opina de la situación en el resto del continente?
La dinámica latinoamericana es muy impactante para Cáritas, quizá la cuestión más significativa es cómo acompañamos todo el proceso del Foro Social Mundial. A la última edición en Porto Alegre asistieron en torno a quinientas personas de Cáritas de América Latina y otros continentes. Acompañamos a la sociedad civil en sus luchas sociales. Dependiendo de los países la realidad es más o menos dramática, pero una cosa es clara: el continente necesita atacar las causas de la pobreza. En tiempos del Jubileo se planteó la condonación de la deuda externa y hubo un diálogo del más alto nivel entre el Vaticano, el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y los organismos financieros internacionales. Nuestra postura fue: estamos a favor de la condonación pero a condición de que, primero, con ese dinero se combata la extrema pobreza; dos, se fortalezcan las políticas sociales y tres, se combata la corrupción. Estos son los parámetros clave para juzgar el estado de un país.
¿Cuáles son los principales problemas de los sistemas políticos latinoamericanos?
En este momento hay un profundo desencanto con la democracia, una total desilusión con la clase política y una crisis de los partidos políticos. Esta crisis y la falta de credibilidad de la clase política es la razón de la emergencia de la sociedad civil. Es muy importante el poder de las bases, por ejemplo las radios comunitarias, que educan a la gente. Cuando la gente tiene la información adecuada puede formarse una opinión y articular una propuesta. Actualmente hay un claro problema de falta de líderes. La política tiene como misión guiar los sueños colectivos de la población y, ahora, la gente no sueña, al ver a los políticos más bien tiene pesadillas. Ésta es una gran tarea, hay que formar una nueva clase política y líderes, personas que conduzcan los procesos. Proceso es la otra palabra mágica y en Cáritas lo tenemos muy claro, que no bastan las acciones aisladas sino que hay que impulsar procesos. En la visión de Cáritas hay cuatro momentos: primero la asistencia humanitaria, después la promoción humana. Esto es lo más fácil. Lo difícil viene después, cuando hay que preguntarse por qué hay pobres; esto nos lleva a la incidencia política. Y por último, para llegar a una verdadera reconciliación hay que rehacer el tejido social.
¿Qué expectativas se abren con el tratado de libre comercio que están firmando los países centroamericanos con Estados Unidos?
En esta cuestión la sociedad no fue consultada ni pudo opinar, y le han vendido una idea que es falsa. Hace poco decía el presidente salvadoreño que necesitamos empleos y los tendremos con el tratado de libre comercio. Pero no dijo qué tipo de empleo va a ser, y con cinco dólares diarios no se consigue desarrollo humano. Los gobernantes apuestan a esto y es una cuestión dramática, como muestra en Guatemala el tema de los medicamentos genéricos. Su legislación permitía que la gente tuviera acceso a estos medicamentos, más baratos, y el tratado no lo permite por las patentes farmacéuticas. Entonces los países vecinos presionan a Guatemala pidiéndole que, para poder firmar el acuerdo y por el interés de todos, suprima esa posibilidad. Esto dice mucho del tratado.
Actualmente, en varios países de América Latina los electorados se están inclinando hacia opciones de izquierda. ¿Puede abrir esta tendencia nuevas posibilidades para la región?
Un hecho claro ha sido la reciente elección del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA). Es la primera vez no triunfa el candidato apoyado por Estados Unidos, el mexicano Luis Ernesto Derbez. Y el gigante del Norte tiene que soportar a José Miguel Insulza, un hombre que es muy moderado pero bastante independiente. Este dato es interesante. El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) no se ha podido aprobar y está herido de muerte. Hay una dinámica global esperanzadora. Habría que hacer muchos matices porque no es lo mismo Venezuela que Argentina, Chile o Brasil, pero todo apunta una misma dirección. Parece que la esperanza ha renacido. Hubo una ola igual en Europa hace unos años, cuando había gobiernos socialistas en todas partes, y luego vino la oleada neoliberal. ¿Dónde está ahora la Europa social? Yo me asombro cuando oigo a líderes europeos que hablan de la Europa del capital y no de la Europa social. Eso indica una crisis de valores, ante la que países jóvenes como los nuestros pueden ser portadores de esperanza si logran tener líderes confiables. La sociedad civil está despertando y ése es un indicativo positivo. Una sociedad civil auténtica tiene un liderazgo que no busca poder y que puede articular respuestas y, si participa en política, lo hace como delegado de esa sociedad civil, sin perder la perspectiva ni la consistencia ética.