Cuba
Una apuesta decisiva
por Jorge Gómez Barata *
No hay que ser devoto para admitir que la codicia y el egoísmo forman parte de una especie de pecado original que persigue a los seres humanos desde la cuna y los hace como son: un magnifico haz de luces y sombras, un manojo de elevados sentimientos y repugnantes mezquindades, un receptáculo donde conviven virtudes y defectos.
————————————————————————————————————————
18 de enero de 2006
Desde
La Habana (Cuba)
Es verdad que al nacer, se llega desnudo, indefenso y sin bienes, aunque también lo es que segundos después unos serán envueltos en pañales de seda, cubiertos con holán fino, abrigados en calidos zurrones y depositado en cunas blasonadas, otros más desafortunados, encontrarán brazos maternales desnudos, senos agotados y harapos.
Unos llegan a la vida como a una fiesta, otros a una guerra. Unos lucharan contra la obesidad y el colesterol, otros contra el hambre. La batalla será a muerte. La guerra de clases los hará diestros, resueltos y aguerridos, no mejores.
Frente a esas tendencias disolutivas, la sociedad se ha protegido con los preceptos religiosos y morales, las leyes, la ética y las doctrinas humanistas que conviven con afanes egoístas, legitimados por las mismas leyes, la misma moral y la misma fe. Capitalistas y proletarios rezan al mismo Dios que, a pesar de su inmenso poder, no puede complacerlos a ambos. Unos serán consolados, otros absueltos.
La corrupción tiene raíces sociales y las únicas armas eficaces para combatirla son la justicia social y los valores humanos, todos incluidos, los de la razón y los de la fe, reforzados por la educación y la cultura que desarrollan la espiritualidad y promueven la convivencia.
La sociedad de clases, etapa inevitable y trágicamente duradera, no logra desplegar un sistema inmunológico suficientemente perfecto como para servir de escudo a las tentaciones que asechan por doquier. Todavía es peor cuando, como ocurre ahora a nivel planetario, esa precaria protección se derrumba.
La corrupción es universal y ha invadido la política y el gobierno, las iglesias y la fe; los ejércitos y la policía, los negocios y la administración de justicia; penetra el mundo laboral y contamina el trabajo honrado, se infiltra en las prisiones y priva de vergüenza a los que ya no tienen libertad y amenaza con acabar con la amistad y corromper el amor.
Las razones por los que la corrupción progresa de modo galopante se relacionan, sobre todo, con el dramático debilitamiento de las defensas que la sociedad edificó para contenerlas, que han cedido ante el empuje del mercantilismo, el protagonismo del dinero, la tentación al enriquecimiento ilícito, el estimulo a la usura, el engaño, la estafa, los negocios turbios y las operaciones especulativas, esencialmente fraudulentas, entre ellas las que se realizan con impresionantes masas de dinero, acciones y otros valores.
El afán de lucro y el consumo irracional, devenido ideología dominante, hacen que los preceptos de satisfacer las necesidades por medio del trabajo resulten inviables. La hipótesis de que el estilo de vida vigente en los Estados Unidos y Europa, basado en la irracionalidad y el consumismo pudieran adoptarse a nivel planetario, más que una quimera, es la crónica de una muerte anunciada.
La batalla contra la corrupción debiera ser una empresa global y un esfuerzo por perfeccionar los estilos de vida, los hábitos de consumo, haciendo del bienestar y la felicidad un camino, no un destino al que unos logran llegar y otros no.
Mientras ese momento de sabia y tal vez utópica concertación llega, (o no llega), a Fidel Castro no le ha temblado el pulso y ha convocado a otra batalla decisiva en la cual, según su urgente apelación, se define el triunfo del proyecto histórico de la revolución cubana.
Cuba es una isla sólo en el sentido geográfico y una parte del mundo y de la época en los aspectos económicos, sociológicos, ideológicos y culturales. El país no es ni quiere ser un monasterio (donde, por cierto, también hay corruptos) ni sueña con vivir en una urna de cristal.
Las virtudes no son cualidades abstractas, sino los rasgos mejores de los hombres y las mujeres, los jóvenes y los niños que habitan un tiempo histórico y que han de prosperar junto con la cultura, la salud, el enriquecimiento espiritual y el bienestar material.
Fidel Castro ha optado por abrir el debate social, es decir convertir el cometido en un empeño de masas, profundizar en las razones sociales y económicas que acompañan esos fenómenos negativos o dan lugar a ellos. Al movilizar a los jóvenes y llamarlos a colocarse al frente de ese esfuerzo, no sólo adopta el mejor camino, sino tal vez el único posible.
Es cierto que en Cuba hay serias manifestaciones de corrupción y también es verdad que sus dimensiones harían sonreír a los grandes corruptos de este mundo, que gastan millones en una noche de juerga, pero no se trata del tamaño del tumor, sino de su malignidad.
En la maravillosa arquitectura humana, conviven la virtud y el pecado que prevalecen alternativamente. En la sociedad cubana también se manifiestan esos contrarios. Es verdad que hay corrupción, pero también hay reservas morales, determinación y fuerzas para combatirla.
Jorge Gómez Barata
Profesor universitario, investigador y periodista cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU.