Dimas, comandante, humano y amigo
Martes, 22 Diciembre 2009
Por Bernardo Menjívar (*)
Su presencia inspiraba seguridad, pero sobre todo destacaba su humanismo, su calidez y la sencillez
SAN SALVADOR – Conocí a Dimas allá por 1981, en La Montañona, Chalatenango, cuando yo apenas era un cipote de unos doce años, tuve el privilegio de acompañarle por un periodo aproximado de dos años en el estado mayor de las FPL, como mensajero (correo) y después como parte del equipo de comunicaciones, y a pesar de mi corta edad percibía que él depositaba bastante responsabilidad y confianza en mi.
Su presencia inspiraba una gran seguridad a los que le acompañábamos, pero sobre todo destacaba su humanismo, su calidez y la sencillez que lo caracterizaba, sin que eso disminuyera su carácter fuerte y enérgico a la hora de dirigir las batallas más importantes en los frentes de guerra, pero por supuesto, siempre evaluaba los aspectos humanos. Al dar una orden de combate, trataba de poner lo menos posible en riesgo a los combatientes y celebrara con sencillez y serenidad las victorias.
Tenia una memoria impresionante, en medio de centenares de combatientes casi siempre se dirigía a la mayoría de ellos por su nombre al saludarlos, siempre estaba muy atento a todos los detalles de alimentación, salud y estado de ánimo de las tropas.
En mi caso tuve el privilegio de tener una relación personal de amistad y muy familiar con Dimas, quizás por lo joven que era cuando lo conocí tuve la sensación de que me trataba como a un hijo y durante todo el periodo de la guerra siempre que visitaba los lugares donde me encontraba, tenia el detalle de preguntar por mi, visitarme y darme consejos.
Uno de esos sitios donde me visitó fue en un lugar llamado Guanabo, en La Habana, Cuba, cuando me encontraba en rehabilitación de una lesión de guerra; y no olvido lo que en esa ocasión me expresó. A pesar de verme en una silla de ruedas sin poder caminar me planteó lo siguiente: “Tenés que recuperarte lo más pronto posible y prepararte para el futuro, y espero que cuando triunfemos te conviertas en uno de los oficiales de nuestro ejército”. No he olvidado nunca esas palabras de aliento por la inyección de optimismo que significaron en mi estado de ánimo de aquel momento, y no sólo fueron palabras, también les pidió a los jefes encargados de aquel lugar brindarme todo el apoyo para mi pronta rehabilitación.
A pesar de la seriedad que debía mantener, por sus altas responsabilidades en el frente, siempre tenía tiempo para las bromas, conmigo el principal motivo de las bromas era el hecho de que durante mucho tiempo aparentemente no crecía, supongo que se debía a que nos alimentábamos de vez en cuando, o dicho de otra manera, comíamos salteado, además es muy probable que los alimentos que consumíamos no tenían las calorías necesarias para que nos desarrolláramos con normalidad, pues había que comer lo que cayera, por lo cual constantemente me preguntaba: “¿Javiercito cuantos años tenes? Tengo 12, le contestaba yo. Entonces soltaba la carcajada y me decía, “hace como dos años que te vengo preguntando y siempre me decís que tenés 12 ó 13 años, o creo que hasta te los estás quitando pero yo veo que no pasás de ahí”.
Al final siempre me daba una palmada en la espalda y me animaba: “no te preocupés Javiercito que ya te vas a dar un buen estirón”.
Cuando nos trasladábamos de un campamento a otro o debíamos movernos entre diferentes frentes de guerra, realizábamos caminatas de noches enteras o a veces días y noches continuas, Dimas siempre iba pendiente de mi resistencia, quizás por ser el más pequeño del grupo y por padecer ciertos síntomas asmáticos, me tenía mucha consideración y en el camino siempre me preguntaba: “¿Cómo te sentís, todavía aguantas?” Si, compa Dimas, todavía aguanto démosle, le respondía yo. Entonces el me decía: “vamos a ir a tu ritmo cuando ya no aguantés avísame”. Está bien compañero Dimas, contestaba yo con mucho respeto y continuábamos la marcha.
El último encuentro que sostuvimos tuvo lugar en un foto estudio en las proximidades del 7 Sur, en Managua Nicaragua, en agosto de 1989, unos meses antes de su muerte. Me mandó a llamar con otro compañero sin que me dijera de que se trataba de Dimas, por las mismas medidas de compartimentación que se acostumbraban en aquellas circunstancias; hasta que llegué al lugar supe de quién se trataba, nos saludamos con mucha emoción sin saber que aquella sería la última vez que nos encontraríamos.
Platicamos de los caídos en combate en los fretes guerra, de los que aún quedaban vivos, de la situación de aquel momento, de mi familia que también él conocía… En realidad hablamos de todo un poco, mientras esperábamos que el fotógrafo revelara las fotografías que él se había tomado para un documento de viaje, pero lo que más lamento de esa última vez que nos reunimos es que estando frente al fotógrafo no se me haya ocurrido tomarme una foto con aquel extraordinario amigo.
Hace 20 años, el 12 de diciembre de 1989, en las faldas del volcán de San Salvador después de haber dirigido con éxito aquella heroica batalla perdió la vida un extraordinario ser humano, uno de los más destacados y experimentados comandantes guerrilleros de nuestra gesta histórica y un ejemplar maestro de la vida: Nicolás Hernán Solórzano Sánchez, “Comandante Dimas Rodríguez”.
Los que le recordamos y conocimos a Dimas no terminaremos nunca de rendirle homenaje y no nos cansaremos de divulgar el ejemplo de valentía, humildad y audacia de aquel incansable luchador de causas justas que seguirá vivo en nuestro espíritu y en las nuevas generaciones.
Gloria eterna a Dimas y a todos los que ofrendaron sus vidas sin esperar nada a cambio, simplemente por el bien común y una vida digna para todos. Ahora que vemos algunos frutos de su sacrificio, honrémoslos y hagamos las cosas lo mejor posible como ellos lo habrían hecho. Es la mejor manera de homenajearlos y tomar su legado.
(*) Ex guerrillero, lisiado y colaborador de ContraPunto