SAN SALVADOR, 27 de diciembre de 2009 (SIEP) “Cuando vi la bandera del Viet-Cong flameando sobre la Quinta Avenida de Nueva York me dieron ganas de llorar, me llene de alegría, porque el pueblo vietnamita no iba a ser derrotado…” nos comparte Roberto Pineda, de 50 años, del Centro de Estudios Marxistas “Sarbelio Navarrete.”
Sentí un inmenso gozo y corrí a incorporarme al contingente independentista puertorriqueño que gritaba todo pulmón: ¡Jíbaros si, yanquis no! ¡Despierta boricua, defiende lo tuyo! Mi vida estaba siendo definida en ese momento al lado de los que luchaban contra el imperio…era una tarde calurosa de agosto de 1971.Nixon estaba bombardeando Hanoi.
Hasta escribí un poema: En Viet-Nam/ Yo se/ que mucho se muere…/ pero mas de lo que muere se vive/ se vive libre/ de pie/ de cara al sol como dice Marti/ los vietnamitas prefieren morir de pie/que vivir de rodillas.
Llegue a esa cita con la historia luego de leer una invitación en el periódico puertorriqueño Claridad, que había comprado en una estación de tren en uno de mis interminables y agotadores recorridos por la red de trenes subterráneos que me conducían de Brooklyn al Bronx, y de Queens a Manhattan.
Acostumbraba leer periódicos latinoamericanos y caribeños, pero Claridad era diferente. Estaba escrito en un lenguaje que me atraía, que me seducía, me identificaba…unos meses antes, en mayo, había convencido a mi hermana de ir a comprarme como regalo de cumpleaños, a una librería de la Calle 14, un tomo grueso de la editorial mexicana Era, con el titulo de Obra Revolucionaria, de Ernesto Che Guevara.
Fue como una Biblia. Fue un libro revelador de como funcionaba el mundo y para que debía vivirse la vida. Incluso me compre una boina, le puse una estrella y me esmere en lucir una melena parecida al Che…con el toque niuyorquino de un jacket de blue jean.
Me impacto la frase del Mensaje a la Tricontinental: En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea. Siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado a un oído receptivo y otra mano se tienda empuñar nuestras armas y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria.”Me sigue impactando y me definió la vida.
En enero de 1971 aterrice en el aeropuerto Kennedy de Nueva York junto con mi mama y mi sobrino Carlos Ernesto. Tenía doce años. Llegue con un saco verde comprado en el almacén Paris Volcán. Volamos del aeropuerto de Ilopango hacia Miami. Era como un sueño. Un mundo nuevo se abría a mis sentidos. Mi hermana Esther llego a recibirnos al aeropuerto junto con su compañero Frank, un panameño. En la radio del vehiculo se escuchaba una melodía de los Jackson Five. Era de noche, hacia un frió desconocido, con ráfagas de viento que golpeaban mi rostro todavía tropical. Me tenían preparado un abrigo café claro. Vivíamos en la calle 167 y Avenida Cromwell del Bronx, a seis cuadras del Yankee Stadium. Me sorprendió la pobreza de los barrios populares del Bronx. Pensaba ingenuamente que no existía la pobreza en los United States…
Vivíamos en un cuarto piso, y como horizonte aparecía una estación de trenes que pasaban cada cinco minutos y edificios y más edificios. La primera mañana nos sorprendió la nieve cubriéndolo todo. Salí a caminar. Había un parque, hacia frío…era un mundo nuevo. Fume un cigarrillo…
La escuela quedaba al cruzar la calle. Todo era diferente. Me impacto el idioma. La profesora me hacia preguntas que no podía responder. Era un aula multirracial: negros, puertorriqueños, blancos, chinos. Un niño puertorriqueño trataba de ayudarme con el idioma, nos hicimos amigos.
Regreso al Desfile…me incorporo en la calle 59 y el desfile concluye en la calle 86, cerca del Museo Metropolitano. Marcho en el contingente de los Young Lords. Abordo a un dirigente, de nombre Junior. No habla mucho español. Le digo que quiero publicar un artículo sobre Vietnam en su periódico Palante. Me da una dirección para buscarlo. Queda en el Sur del Bronx. Llego unos días después, platicamos. Se nos dificulta comunicarnos…es un puertorriqueño nacido en Nueva York que habla poco español. Venimos de mundos diferentes…
Y de nuevo Claridad me ilumina el sendero. Aparece la dirección de un comité del Partido Socialista Puertorriqueño en El Barrio, apunto la dirección (calle 125 y 3ra. Avenida) y me dirijo a buscarlos. Voy por la mañana y esta cerrado, pero veo el local del PSP. Me gusta, hay posters de marchas a Washington y del Che. Es un jueves de septiembre. Llego de nuevo por la tarde y esta abierto. Entro, me miran sorprendidos… tengo doce años.
Les explico que soy salvadoreño y quiero integrarme a la lucha…se ven entre ellos y me dice Monchito: ¡Adelante! Estaban estudiando un folleto de Engels, del que me dan copia: era El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre…lo discutimos, solo escucho, estoy yo con los que debía de estar. Los había encontrado. Esa noche no dormí de felicidad…quedamos de vernos el próximo sábado.
Esa fue mi primer celula, mi primera familia de lucha. Estaba Monchito, de alrededor de 30 años, que lucia como Garrid, el personaje de Harry Potter; Olga Sanabria, que era la responsable del comité, una encantadora trigueña, menuda y disciplinada; Ramón Cintron, de Ponce, muy amistoso, bromista, Luís Salas, había participado en el levantamiento nacionalista de 1950, siempre nos llegaba regalar morcillas. Había un dominicano negro, Jim, que hablaba poco español, y había estado en Viet-Nam.
Llegue el sábado, fui el primero en llegar al local, estaba ansioso por ver que es lo que los revolucionarios de carne y hueso hacían. Luego llego Olga y abrió. Luego llego Ramón. Me dieron 25 ejemplares de Claridad para irlos a vender, me fui a la esquina de la calle125 y 7ma. Avenida, cerca de la marqueta y empecé a vender. Me sentía muy orgulloso de hacerlo, era ya un militante…y alrededor del mediodía los termine y me fui a dejar lo vendido…esta seria una rutina de verano y de invierno. Hoy ya no lo compraba en los quioscos del subway, hoy lo vendía…divulgaba la prensa revolucionaria.
Por medio de Claridad y de otras lecturas me fui adentrando en la historia puertorriqueña. En 1898 habían sido invadidos. Y eran una colonia yanqui. Y empecé a conocer al Maestro Don Pedro Albizu Campos. Me impacto para toda la vida su frase: la patria es valor y sacrificio. Consideraba que el valor supremo del ser humano es el valor. El compromiso político por la justicia. Iba recogiendo estas enseñanzas de luchadores del pasado. Conocí a Ramón Emeterio Betances y el Grito de Lares. Conoci a Eugenio Maria de Hostos. Conoci a José de Diego.
Y asistí a mi primer Grito de Lares el 23 de septiembre en el Sur del Bronx. Escuche hablar a Ramón Arbona. Me impresiono. Dijo: “Lares es Newark, Lares es Hoboken, Lares es El Bronx, Lares es todo lugar donde se levante la dignidad del pueblo puertorriqueño.”Lo felicite. El era el responsable del PSP para Estados Unidos. Me fui percatando de la existencia de otros grupos independentistas: el Partido Nacionalista, el Comité MINP, y sectores de la izquierda estadounidense. Yo ya estaba alineado.
Llegaba religiosamente al Comité. En el PSP habían dos categorías; militantes y afiliados. No estaba en ninguna pero trabajaba con el celo de un neófito. Fui asumiendo aspectos culturales boricuas: conociendo su historia, su comida, los nombres de sus pueblos: Caguas, Bayamón, Santurce, Ponce, etc. Leyendo a sus poetas y disfrutando de su música tradicional. Y aprendí a respetar la conducción de Juan Mari Bras. Un gran líder. Muy parecido a Schafik.
Me gustaba mucho Roy Brown y el Grupo Taone. La canción Monon de Roy Brown fue una de mis favoritas: Voló y voló… Me gustaba también El Topo: Antonia tu nombre suena a historia de un pueblo que se busca y se ha encontrado en ti. Pero en esa época Nueva York estaba envuelta en los ritmos sensuales de Marvin Gaye… Ain’t No Mountain High Enough…
Continuara…