SAN SALVADOR, 28 de diciembre de 2009 (SIEP) “Todavía me estremezco al escuchar los acordes de Con una pequeña ayuda de mis amigos de Joe Cocker. Marco una época en mi generación, muchos bailábamos imitando su particular forma de cantar. Fuimos la generación de Woodstock en El Salvador, era el inicio de los años setenta…” nos comenta Roberto Pineda.
“Nos enteramos de Woodstock con la película que fuimos religiosamente a ver, llenando los cines. Woodstock nos mostró una nueva cultura basada en paz, amor y música. Era una cultura que desafiaba los patrones impuestos por la dictadura militar de derecha. Surgieron nuevos héroes y heroínas. Nos dejamos crecer el pelo y usamos collares y ropa psicodélica, sandalias, pantalones acampanados, camisas floreadas o fosforescentes. Estábamos desafiando los uniformes de los cuarteles y el pelo rapado de los militares. Éramos diferentes…”
Joe Cocker se volvió el maestro de la amistad. Carlos Santana era nuestras raíces latinas. Nuestra contribución a esa nueva cultura. Buscábamos afanados los long play de este misterioso grupo musical Santana Abraxas. Carlitos con su Mujer de magia negra nos hechizo, nos sedujo. Y también Jimy Hendriz, entonando el Star Spangled Banner con los dientes en las cuerdas de la guitarra. Y los Doobie Brothers.
Y la chicana Joan Báez con su canción Joe Hill nos enseño que la guerra en Vietnam era inmoral, una guerra al servicio de los ricos, al servicio de militares retrógrados como los que teníamos en El Salvador. Fue una revelación que nos ayudo a descubrir quienes eran los enemigos: estaban en los cuarteles. Fuimos una generación profundamente antimilitarista.
En las fiestas con luces negras o moradas, la tranquilidad vegetal de la marihuana sustituyo a la violencia del alcohol de las pasadas generaciones. Y surgió una amistad entre barrios y colonias que estaban en la onda…Los de Montserrat visitaban a los de la Col. Atlacatl. Y viceversa. El símbolo de peace and love era el saludo de una generación que rompía con el pasado y miraba hacia el futuro.
Y luego para centenares de jóvenes, el aprendizaje de la solidaridad hippie expresado en un nuevo tipo de apretón de manos dio paso a los puños alzados en las marchas en apoyo a los maestros de ANDES y a los mítines de la UNO. Y la figura del Che se alzaba invicta en nuestros corazones de jóvenes idealistas.
Los militares no estaban equivocados, sabían que detrás de cada melenudo se hallaba un guerrillero en potencia. Y cuando los Guardias Nacionales capturaban y peloneaban a los jóvenes de la ciudad y del campo, alimentaban el odio hacia la dictadura. Y surgió la consigna: gorilas hijos de puta, los estudiante somos vergones…”
Estudiaba sexto grado en la Escuela parroquial Nuestra Señora de Fátima, en la Colonia La Rabida. Tenía el pelo largo. A mis once años cultivaba la precocidad de la vida. Mi maestra era la señorita Francisca, que muchos años después me reconoció y me recordó los nombres de todos mis compañeros…
Carlos Leiva era nuestro guru. Era mi cuñado. Tenía personalidad. Había estudiado en Colegio Don Bosco. Usaba el pelo cortado a lo Yul Brinner en Taras Bulba y casaca militar con signos de paz y amor. Sandalias. Amistoso. Seductor. Me acuerdo de una excursión que hicimos un 24 de diciembre a El Salto, una catarata y laguna en San Diego. Pasamos la noche mirando caer el agua, conversando sobre el milagro de la naturaleza…
En las fiestas se bailaba American Woman:
American woman, stay away from me
American woman, mama let me be
Don’t come hanging around my door
I don’t want to see your face no more
I got more important things to do
Than spend my time growin’ old with you
Now woman, stay away
American woman, listen what I say…