Managua, Nicaragua. 11 de noviembre de 1989. Son las siete y cuarto de la noche cuando Joaquín Villalobos, comandante del ERP, escucha por radio que sus unidades, en El Salvador, ya han tomado sus respectivas posiciones. “Ya la hicimos”, dice para sí.
Los primeros disparos sucedieron frente a la comandancia del Ejército en Ayutuxtepeque, San Salvador. Una columna de insurgentes de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) había desviado el camino y la confusión permitió que los soldados, a pesar de la oscuridad reinante, la descubrieran y le comenzaran a disparar.
La unidad miliciana respondió lanzando dos cohetes de RPG- 7.
“Aunque los descubrieron antes de tiempo, venían con mucho poder de fuego y lograron controlar la situación”, recuerda Facundo Guardado, entonces coordinador de las FPL en San Salvador durante la ofensiva.
El enfrentamiento de Ayutuxtepeque fue el primero de una ofensiva militar que el FMLN había gestado durante casi un año, cuando varios acontecimientos nacionales e internacionales indujeron a la comandancia general del Frente a entrar en acción.
En su lógica, era imprescindible realizar una incursión de gran envergadura sobre las principales ciudades de El Salvador antes de sentarse a negociar con el gobierno del Presidente Alfredo Cristiani.
La conclusión de la comandancia se daba en tres contextos. Primero, finalizaba la década de los ochenta y el bloque de países socialistas en Europa comenzaba a ceder ante presiones internacionales para permitir una apertura democrática. Este hecho abría un nuevo orden mundial que, sin duda, afectaría al FMLN.
Segundo: a nivel regional, en Nicaragua, el gobierno del Frente Sandinista para la Liberación Nacional (FSLN) celebraría elecciones libres después de una década de gobierno continuo. De perder los sandinistas, el FMLN se quedaría sin el más importante apoyo estratégico.
Y, tercero, El Salvador era escenario de cambios: Alfredo Cristiani había sido electo como el primer presidente arenero, hecho que daba fin al reinado de la Democracia Cristiana. “Es importante tomar en cuenta que se fue configurando un clima propicio para poder acercarse a una negociación”, asegura Guardado.
La estrategia
Julio de 1989. Managua, centro de operaciones de la comandancia general del FMLN. En una casa enorme, con salones grandes, Joaquín Villalobos, Salvador Sánchez Cerén, Francisco Jovel, Eduardo Sancho y Schafik Handal estaban sentados en torno a la mesa de la sala principal. Preparaban el plan estratégico para la ofensiva que dirigirían. Esa era apenas una de las largas y extenuantes jornadas de trabajo que tuvieron el resto de semanas hasta noviembre.
El plan que discutían partía de dos factores: necesitaban contar con tiempo y territorio suficientes para llevar a cabo con éxito la acción militar. Joaquín Villalobos les explicaba que la conjunción de ambos aspectos debía ocasionar crisis en el Ejército y el Gobierno.
¿De qué forma lo conseguirían? “El principio que planteamos fue penetrar la ciudad y fortificarnos en las zonas populares. Así, cuando el Ejército intentara sacarnos no iba a poder. Pasarían los días y pronto íbamos a estar en CNN y otros espacios de prensa internacional. Todo eso iba a provocar un impacto, de tal forma que se tradujera en una intervención de los cascos azules de la ONU y entonces se iba a generar una verdadera negociación con la intervención de la ONU”, explica Villalobos.
insurrección
Aunque toda la comandancia coincidía en el objetivo, las reuniones se volvían agrias cuando se discutía la posibilidad de una insurrección popular.
Francisco Jovel asegura que Joaquín Villalobos era el más entusiasta con esa idea. Sin embargo, este último explica que esa posibilidad sencillamente no era viable y que, por lo tanto, nunca la visualizó: “Eso simplemente fue un mito.
Tanto el FMLN como el Ejército se habían desarrollado militarmente, eran ejércitos empatados, pero no se podía poner a combatir a la población porque no estaba militarmente preparada para enfrentar al Ejército”.
Eduardo Sancho coincide con Villalobos y agrega que el tema de la insurrección era algo muy subordinado al objetivo original… que era demostrar fuerza de combate.
Pese a las divergencias que surgían, la comandancia general terminaba por sobreponer el objetivo común.
Para poder llevar a cabo las acciones previas a la ofensiva, desde enero hasta octubre de 1989 la dirigencia manejó un fondo común y otro individual que sirvió para pagar la logística. Y aunque ninguno de los entrevistados recuerda una cifra exacta del monto, casi todos coinciden en que éste sobrepasaba los $2 millones.
Cada una de las cinco organizaciones manejaba sus propios fondos, procedentes de los rescates que cobraban por secuestros a empresarios del país y del aporte que les daba la solidaridad internacional.
La ayuda más importante provenía de una campaña permanente que se realizaba en la República Federal de Alemania llamada “Armas para El Salvador”.
Pero ese dinero no bastaba. La magnitud de la incursión obligó a que los cinco comandantes dispusieran todos sus recursos a disposición. Parte de los fondos se gastó en la compra de zapatos, uniformes, alimentos, mochilas y municiones. Porque lo que venía no era una batalla más. Era la más importante de todo el conflicto.
Detalles afinados
Durante los días previos al ataque, el FMLN comenzó a trasladar las tropas, más de 2,000 hombres, desde el interior del país hacia los centros urbanos, incluyendo la capital.
Mientras el FMLN trataba de mantener ocultos sus movimientos, avanzando durante la noche, sus planes eran un secreto a voces para todos, incluso para el mismo Ejército.
“Cuatro días antes había un silencio casi total de los radios del FMLN; eso nos indicaba que algo iba a pasar”, recuerda el general Mauricio Ernesto Vargas, que en 1989 era comandante del Ejército de la zona oriental. Pero días antes de la incursión la historia dio un giro inesperado. El ERP detectó que de una de sus unidades se filtraba información que iba a parar al Estado Mayor.
Para identificar al “soplón”, la dirigencia del ERP lanzó una información falsa.
“Desinformaríamos al Ejército y además íbamos a identificar de dónde venía la fuga”, explica Claudio Armijo, coordinador del ERP en San Salvador durante la ofensiva.
La estrategia dio resultado: una semana antes de la ofensiva, René Emilio Ponce, jefe del Estado Mayor Conjunto, apareció en los periódicos afirmando que la comandancia general del FMLN había abortado una ofensiva militar.
La noticia provenía de sus fuentes de inteligencia, reconoce el mismo Ponce.
“Una de las fuentes principales de información que teníamos eran las infiltraciones que se hacían, no solamente al ERP o a la RN, sino a todas las filas del FMLN”, afirma sonriente.
Pero aquella información era falsa.
“Era una acción de contrainteligencia que se debía soltar para cuidar el plan”, dice Armijo. El cuidado tenía su razón: no sería un simple enfrentamiento; militarmente, la ofensiva planteaba un cambio estratégico, pues llevaría la guerra del campo a la ciudad.
Como San Salvador sería el ojo del huracán cada organización movilizó a lo mejor de sus tropas hasta las colonias populares de la capital.
Los demás combatientes quedaron en los terrenos que mejor conocían: sus zonas de combate tradicionales.
Ese sentido común permitió que, por ejemplo, las unidades del ERP llegaran a tiempo a los sitios establecidos.
Por eso fue también que aquella noche de noviembre Joaquín Villalobos quedó menos preocupado después de escuchar que sus guerreros estaban listos para la acción.
A las 7:15 de la noche de aquel sábado, el comandante se tomó un trago de whisky. Quince minutos después, El Salvador se volvía escenario de la mayor ofensiva guerrillera.
El plan en marcha
Norte de San Salvador. Sábado 11, 19:30 horas. Las unidades del resto de las organizaciones terminaban por tomar posición.
Algunos vecinos de dicha zona ya esperaban visita. Se trataba de los colaboradores y milicianos del FMLN que durante semanas habían trabajado en la logística del plan, preparando el terreno.
El área metropolitana estaba sitiada por las fuerzas insurgentes y en medio enfrentamientos, mientras el resto de la población permanecía en casa, temerosa.
En el interior del país también había enfrentamientos. La ofensiva pretendía afectar los centros militares más importantes de El Salvador.
Los combates continuaron más de lo esperado por los militares. Ellos, en un primer momento, creían que todo se trataba de una simple incursión guerrillera; pero, 72 horas después del inicio de los enfrentamientos, los alzados en armas seguían parapetados en los mismos lugares. Y, sobre todo, continuaban atacando la retaguardia del Ejército: San Salvador.
Fue en ese momento cuando, a juicio de todos los ex guerrilleros entrevistados por Vértice, el Ejército, a través de la Fuerza Aérea, comete su primer gran error. Las zonas populares del norte de la capital comenzaron a ser bombardeadas.
“Las colonias populares fueron ametralladas y bombardeadas de manera cruel porque pensaban que eran gente de la guerrilla. El panorama era caótico”, recuerda Roberto Orlando Cruz, director Ejecutivo de Comandos de Salvamentos.
La tarde del 15 de noviembre, durante una reunión, el Estado Mayor y los jefes de los comandos militares replegados en el área metropolitana llegaban a la conclusión de que “era necesario emplear todos los recursos que tenían para evitar que San Salvador cayera en manos del FMLN”, recuerda el General Ponce.
“La población había sido evacuada a escuelas y al Estadio Flor Blanca, eran como 80 mil personas. Para nosotros, los que habían quedado en las zonas eran simpatizantes del FMLN”, añade.
La respuesta a los bombardeos fue un cambio en la estrategia del único plan que existía. Desde Managua, Joaquín Villalobos se comunicó con Armijo para preguntarle si existía un corredor seguro que conectara desde donde estaban combatiendo hasta las colonias Escalón y San Benito.
Ante la respuesta positiva de Armijo, Villalobos dictó que unidades de las FPL y el ERP incursionaran en tales colonias. Al menos así lo plantea él. Pero Francisco Jovel y Eduardo Sancho, de la comandancia general, aseguran que dicha incursión era parte del plan original.
Vértice no pudo contrastar esta información con Schafik Handal y Salvador Sánchez Cerén (también de la comandancia). El primero, envió un mensaje diciendo que “no le interesaba hablar de este tema, pues no tenía tiempo”. Sánchez Cerén explicó que podía dar entrevista después, a partir del lunes 8 de noviembre.
Improvisación o no, tanto Villalobos como Sancho aseguran que conocían el terreno de antemano. “Tuvimos de manera permanente una unidad en el volcán de San Salvador y varias veces incursionamos en esas zonas. Por eso no nos costó entrar”, reafirma Facundo Guardado.
¿Qué pretendían con llegar a esas colonias? En primer lugar, distraer al Ejercito pues en esos sectores había puntos neurálgicos como la Residencia Presidencial, el Estado Mayor y la Embajada de Estados Unidos, entre otros.
En segundo lugar, el bombardeo a las zonas populares y la muerte de los jesuitas, el 16 de noviembre, mostraba la desesperación en que habían caído los militares. Y eso, a juicio de la comandancia general, ubicaba al FMLN en una mejor posición para negociar.
Llegar a la Escalón tenía otra intención: la madrugada del 21 de noviembre, 11 días después de haber comenzado la ofensiva, fuerzas de las FPL y el ERP se tomaron la torre del Hotel Sheraton, ahora Radisson, donde se encontraba un grupo de asesores norteamericanos y Joao Baena Soares (Secretario General de la OEA).
Eduardo Sancho y Villalobos aseguran que la presencia de esos personajes en el lugar fue una casualidad.
Esta postura es compartida por el comandante de la RN Roberto Cañas, quien en ese momento estaba en México como parte de la comisión negociadora del FMLN: “Cuando supimos que estaban ellos adentro nos comunicamos inmediatamente con los contactos que teníamos en Washington para explicarle al Departamento de Estado que la cosa no era contra ellos”.
Las unidades de las FPL y el ERP estuvieron solamente pocas horas en el hotel; sin embargo, esa acción fue —de acuerdo con los entrevistados— la pauta para posicionar al FMLN en la prensa internacional, después de la muerte de los jesuitas.
La misión no duró pues fue interrumpida por fuerzas especiales del Ejército, que sacaron a los guerrilleros del hotel.
Al día siguiente, el 22, los insurgentes comenzaron a replegarse hacia sus retaguardias. Si bien hubo posteriores enfrentamientos no fueron de gran magnitud.
Desde entonces, la ofensiva “Hasta el tope y punto” comenzó a ser parte de la historia.
Hoy, después de 15 años, todos los entrevistados por Vértice coinciden en que era necesario una ofensiva de esa envergadura para poder sentarse a negociar. “De lo contrario, esta guerra todavía estuviera”, sentencia Francisco Jovel. Sus ex compañeros coinciden con él.
Los misiles que no lograron lanzar
Durante la guerra, el FMLN no usó misiles tierra aire.
Trato entre EE.UU. – URSS
Por acuerdo de George Bush (padre) y de Mijail Gorbachev, presidentes de Estados Unidos y de la Unión Soviética, respectivamente, el Frente nunca pudo obtener misiles tierra-aire. Durante la planificación de la ofensiva de 1989, Joaquín Villalobos negoció con Fidel Castro para que le consiguiera algunos. Sin embargo, Castro no agilizó los trámites. Poco antes de que terminara la incursión, salió de Managua un avión y un barco con cargamento bélico, incluyendo los misiles… pero de fabricación norcoreana.
Sin embargo, segundos antes de tocar tierra salvadoreña, el avión cayó y se perdió el cargamento. Y los que llegaron por barco no sirvieron. Fue hasta después de las elecciones en Nicaragua que un alto mando de la Fuerza Aérea de ese país le vendió al ERP una importante dotación de misiles rusos. Fueron los que usaron durante la poco conocida ofensiva de 1990.