EL MARXISMO Y LA FORMACIÓN DE UN SUJETO REVOLUCIONARIO
TRANSFORMADOR
“Sujetos Transformadores: una Aproximación Marxista desde Colombia de las Luchas Sociopoliticas Actuales en América Latina”.
(Versión preliminar)
Por Jaime Caycedo Turriago 1
La raíz de todo sujeto histórico está en la lucha de clases. Pero el sujeto mismo no es reductible a la clase en todos los momentos del devenir. De hecho un sujeto puede unir o amalgamar varias clases, capas y grupos sociales. No remite, por tanto, sólo a una teoría de las clases sociales y de sus confrontaciones. La configuración de un sujeto sociotransformador pasa no sólo por las estructuras sino por la historia real.
El sujeto revolucionario potencial emerge de las condiciones de existencia materiales, que el régimen capitalista crea como una necesidad de su propio desarrollo, pero sólo deviene sujeto eficaz, realmente revolucionario y transformador, cuando su conciencia política está plenamente constituida para alcanzar y ejercer la hegemonía y concluir la realización de su proyecto histórico. Esta maduración del sujeto no es, en forma alguna,
espontánea. Es el resultado de la lucha social de clases, de la “comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico”. Es una síntesis de conocimiento y acción, de acción guiada por el conocimiento.
En otras palabras, de la acumulación de las fuerzas propias tendientes a la unidad; de la acumulación de contingentes provenientes de otras clases y capas sociales que “se adhieren” y pasan a ser parte del sujeto; y de la calificación de los factores subjetivos, es decir, de la acumulación y sistematización de la teoría y de la experiencia en la lucha política por un colectivo humano que domina los medios, pacíficos y no pacíficos, de
acceder al poder “mediante la conquista de la democracia” en su propio ambiente nacional, derrocando a su propia burguesía, como parte de un proceso internacional, globalista podríamos decir hoy, de cambio y transformación mundiales.
Este proceso de formación y maduración del sujeto lo convierte en la fuerza del cambio, la corriente histórica de la transformación social, dirigida por una conciencia de su función que mira adelante, por encima de las barreras nacionales, y se esfuerza por representar los intereses del movimiento en su conjunto, en todos los momentos o fases
de la lucha por la emancipación social.
1 Caycedo Turriago, Jaime, Antropólogo, MSC en Análisis Político y Económico y Relaciones Internacionales, Doctor en Ciencias Filosóficas. Profesor de la Universidad Nacional de Colombia.
Por eso , el sujeto transformador asume, en la historia de las revoluciones del siglo XX, las tareas de la liberación nacional frente al globalismo colonialista y al imperialismo, junto con las tareas de clase y las de la democracia. No siempre el objetivo democrático logró su desarrollo pleno en el socialismo histórico. En la experiencia real sufrió graves
distorsiones, en su conjugación con la defensa y permanencia de las revoluciones (en los casos en que las hubo) y de las conquistas sociales avanzadas.
Las vicisitudes históricas del sujeto en la vivencia del “socialismo histórico”, muestran una separación entre objetivos sociales transformadores mucho más exigentes y el desenvolvimiento del poder burocrático y desligado de la fase social que esos mismos cambios habían hecho surgir. El sujeto “aprendiz de brujo” no logra conjurar las fuerzas sociales que ha desencadenado, las expectativas que la nueva sociedad ha creado, el nivel cultural más elevado que la experiencia social puso en marcha, muchas veces sin las motivaciones ideológicas y los referentes éticos capaces de fundar liderazgo político y moral duradero por su solidez.
La deslegitimación del sujeto transformador que pierde sus referentes, desbordado por
las nuevas necesidades y requerimientos que la sociedad ha engendrado es, sin duda,
una de las razones del derrumbe del “socialismo real”. Su crisis, en los casos específicos
de la URSS y de Europa Oriental, no pudo ser resuelta por la vía de la reestructuración
del socialismo, carente de una sólida sustentación teórica y débil en la lucha ideológica,
frente a los enemigos siempre vivaces de la enajenación redescubierta: el
anticomunismo como “destino manifiesto”, el “mundo libre” como alianza de todos los
oportunismos mundiales, la disgregación – sin dolientes – de los aparatos hegemónicos
del socialismo histórico, la desaparición del poder revolucionario.
La maduración del sujeto revolucionario en las condiciones de la globalización actual, en
el período post-bipolar, bajo la hegemonía capitalista de orientación neoliberal, no puede
suceder bajo las formas de la historia clásica. Los procesos de reestructuración
capitalista, aproximan los enfoques de la realidad actual al mundo global visionado por
Marx y, a la vez, la alejan de las experiencias concretas que ejemplificó con su
extraordinaria capacidad teórica. Esto es muy importante para pensar el presente. Por
eso, bien cabe la pregunta: ¿En qué momento vivimos? ¿En qué momento de la
construcción del sujeto transformador nos hallamos?
PARA UNA REFERENCIA AL MOMENTO ACTUAL
La formación de una conciencia acerca de la unidad del pueblo frente a sus
opresores, por encima de los prejuicios y las trampas que la sociedad burguesa
interpone para dividir, atraviesa laberintos intrincados y accede a mesetas
imprevistas según las condiciones básicas de partida, el desenvolvimiento “natural”
de la lucha de clases y la concepción estratégica que ponen en juego los sujetos
sociopolíticos y culturales.
Las ideas de la emancipación en condiciones complejas resultan ser,
necesariamente, complejas. Ante todo, porque la razón de la complejidad está en la
estructura misma de la totalidad social. Dicho de otra forma, también es complejo
para los dominadores ejercer su dominación. Solo pueden “simplificar” sus
procedimientos con dosis acrecentadas de violencia, represión, y/o perfidia
ideológica mediática para desnaturalizar y enmascarar – con trajes y máscaras
prefabricados a la medida – los argumentos y la razón de quienes luchan por la
emancipación.
La acción de los dominadores y del Estado en torno a la llamada “amenaza
terrorista”, esto es, la guerra preventiva antiterrorista como política permanente de
la actual globalización asume para América Latina, desde el imperialismo, las
características de una recolonización, con todos los ingredientes atribuibles a este
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concepto. Esta acumulación de ventajas unilaterales a la dominación
transnacionalizada del gran capital incluye componentes geopolíticos evidentes y,
además, formas de intervencionismo político-militar – no menos graves por
presentarse camufladas – junto con una avalancha de recursos de agresión
mediática. Esta verdadera “guerra colonial”, de la globalización y desde ella,
impone al conocimiento científico y a la intuición de los dominados dos requisitos:
a. El de concebir su proyecto contrahegemónico con el enfoque de un cambio
transformador radical y completo de las actuales condiciones de existencia; b. El de
trabajar por reunir, en un haz de voluntades, las fuerzas de la resistencia y los
factores del cambio político transformador como vía de emancipación. Un elemento
que corre en ayuda de este proyecto es la experiencia, propia y compartida, en el
campo de los rasgos culturales comunes a las sociedades latinoamericanas y a la
extraordinaria creatividad combativa de sus pueblos.
La experiencia de Colombia puede ilustrar la complejidad, de y en la que empiezan
a formarse estas experiencias. Confrontado a la maniobra de una reelección
presidencial, impuesta como una especie de “golpe de Estado” desde el poder, el
pueblo colombiano pone en demostración los acervos disponibles para resistir y
avanzar en la transformación estratégica de sus condiciones de lucha.
Afirmamos que la formación de una conciencia de la emancipación como conciencia
revolucionaria en Colombia se ha desenvuelto históricamente en confrontación con
formas de modernización de esencia conservadurista y autocrática, guiadas desde
el Estado de clase y sus aparatos ideológicos, que han mostrado la tendencia a
excluir del campo de las manifestaciones ideopolíticas toleradas las creaciones
provenientes de la experiencia popular y del sincretismo de las mismas con las
experiencias latinoamericanas, revolucionarias y progresistas. La creación de una
superestructura virtual, soportada en el autoritarismo militarista y mediático que
impregna todas las instancias del Estado y se vierte sobre la sociedad civil, encubre
apenas la alianza histórica de la vieja oligarquía decimonónica y el imperialismo
estadounidense con su proyección geopolítica de control continental. Los principales
factores y, a la vez, soportes de la conciencia de la emancipación son los sujetos
antisistémicos de la formación sociohistórica colombiana cuya práctica política ha
creado las bases de los saberes para avanzar en el actuar transformador. Estos
sujetos antisistémicos, que se manifiestan en todas las variadas expresiones del
movimiento popular colombiano, desde la lucha de masas por las libertades y
derechos fundamentales, hasta la lucha armada revolucionaria, han contribuido –
quién más, quién menos, en distintos momentos – a la formación de una pedagogía
y una experiencia de la unidad que ha permitido abrir horizontes y perspectivas
ciertas a la lucha por la emancipación.
En esta primera aproximación a este tema examinaremos, en primer término, las
condiciones impuestas por el poder dominante dirigidas a forzar el predominio de
un pensamiento único desde el Estado y el sistema mediático. En un segundo
momento trataremos de sintetizar la historia de las experiencias conducentes a la
unidad popular como condición y vía de las prácticas emancipatorias en el caso
colombiano.
RÉGIMEN POLÍTICO Y LUCHA POR LA EMANCIPACIÓN
El régimen político colombiano ha variado poco en el último largo medio siglo. En su
formación histórica cumplió un papel demarcado el viraje reaccionario del
imperialismo hacia la guerra fría y su secuela de militarización, macartismo,
destrucción de los derechos y libertades de los trabajadores y los ciudadanos, e
impulso de diferentes variantes de la guerra preventiva, entendida como un factor
de contención de la rebeldía popular, que había estallado como presencia
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trascendental, aunque caótica, de la multitud en la protesta por el magnicidio del 9
de abril de 1948 y en el auge significativo de la resistencia armada campesina.
El estallido político y social, acallado mediante la represión violenta y las masacres
de Estado, en los días y semanas que siguieron, a pesar de no haber encontrado,
en su momento, el cauce de una dirección política eficaz y revolucionaria, no
impactó menos la sociedad en su conjunto, no dejó de convertirse en un referente
histórico obligado de la vida nacional. Particularmente, no dejó de constituir un
punto muy alto de la confrontación de clase, entendida ésta en el sentido más
amplio, como enfrentamiento entre el sentimiento popular de ampliar el espacio de
las libertades, de rechazar su cercenamiento sostenido, de encontrar un campo de
participación en la búsqueda de vías para la justicia social, destruida en la figura
sacrificada del líder y en la política de sangre y fuego que luego habrá de
consagrarse como esencia de los gobiernos conservadores de aquel período (1946
– 1953); y la lucha popular contra la violencia de Estado, la represión generalizada
antipopular y el enfrentamiento interpartidista liberal-conservador, relanzado como
instrumento de la derechización del Estado en el ambiente de servilismo hacia la
política anticomunista y antisoviética de los Estados Unidos. El golpe militar de
1953 (1953 – 1957) aparentó separarse de esa línea, pero pronto mostró su
seguidismo.
El Frente Nacional (1958 – 1974) y los gobiernos posteriores a su terminación
(1974 – 1991) prosiguieron la tensa y pertinaz batalla por derechizar el Estado y el
régimen político, en contravía del interés de crecientes fuerzas sociales y
corrientes populares de la sociedad, traduce la tendencia secular de la gran
burguesía dependiente del imperio y de los grupos financieros colombianos. Esta
tendencia a una pretendida modernización autoritaria, en permanente asíntota con
los modelos emparentados con el fascismo, sobre todo por su recurso a la violencia
de Estado – abierta o encubierta, según las circunstancias – y su “domesticación”
bajo los recetarios del Conflicto de Baja Intensidad, CBI, como forma de la guerra
preventiva, constituye, en cierto modo, a una creación original de la gran burguesía
colombiana. La dictadura encubierta, pertrechada de todos los pretextos legales
para aparentar una legitimidad mientras los seres humanos, titulares de los
derechos que les otorga una supuesta ciudadanía, son muertos, torturados,
desaparecidos, refugiados interna y externamente, frente a una mirada entre
tímida, cómplice o, simplemente, hipócrita, de la llamada Comunidad internacional,
es indicativa de las formas de democracia restringida que el imperialismo valida.
La reforma constitucional de 1991 fue un ensayo de reglamentar los medios
represivos sin desmontar el tutelaje militarista sobre la sociedad y el Estado. El
esfuerzo por instituir nuevas libertades y derechos (derecho de amparo, algunas
modalidades de acciones afirmativas, consultas populares, revocatoria del mandato
de algunos elegidos, elección popular de alcaldes y gobernadores, etc.) no modificó
el esquema de la tradición dominante en el ejercicio del poder. A la vieja práctica
del estado de sitio permanente se sustituyó el intento de hacer regir el estado de
excepción hasta sus límites extremos y, ante el fracaso de estas medidas, intentar
introducir leyes antiterroristas, el modelo estadounidense de justicia acusatoria, la
extradición de nacionales a Estados Unidos, la judicialización de la protesta social,
la eliminación del delito político, su tránsito a “sedición” para otorgarle status
político a los terroristas paramilitares. El esquema que orienta las prácticas de la
dominación de clase permanece y se convierte en una herramienta perversa de
nuevas funciones que termina auto asignándose el poder. Así, por ejemplo, el
modelo neoliberal se impuso desde adentro del Estado, como un asalto grotesco
para desvertebrar lo público, sin consideración ninguna por las consecuencias que
acarrean las privatizaciones como otra forma de desnacionalización del Estado y
fragilización de su autodeterminación política y económica.
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Como resultado, los pocos o muchos avances democráticos de la Constitución de
1991 se han ido reversando, han dado paso a formas que desnaturalizan y
restringen los derechos, y condicionan las libertades. Lo que no se lograr
contrarreformar, se desconoce de facto mientras el poder consigue las mayorías
parlamentarias sumisas que le permiten crear nuevas figuras constitucionales. Es
el caso de la reelección presidencial inmediata del presidente en ejercicio que
contó, a finales de 2005, con la aprobación de una Corte Constitucional alineada
mayoritariamente con el poder ejecutivo.
Tal estado de cosas solo puede ser transformado con la intervención popular y el
cambio político democrático. El viraje que Álvaro Uribe intenta introducir en el
régimen político colombiano mira al pasado. Si el capitalismo colombiano se afianzó
en el medio siglo XX – con sus características propias de dependencia estructural y
geopolítica frente al imperialismo – en medio del desangre nacional de la violencia y
la antiodemocracia, Uribe intenta repetir esta historia justo cuando resuenan
nuevos clarines de autodeterminación, antiimperialismo y lucha de los pueblos, y el
imperio muestra sus debilidades de cara a América Latina.
La comedia actual no es que el régimen político colombiano logre arrastrar
mayorías ciegas, insensibles o “embrujadas”. Lo nuevo de la realidad son dos
aspectos indisolubles: por un lado, si en el pasado los enviones autoritarios
encendían las hogueras de la guerras civiles (Guerra de los Mil Días o las
resistencias campesinas armadas en la segunda mitad del siglo XX) ahora el viraje
a la ultra derecha se intenta en medio de la guerra, esto es, lejos de la conciliación
o la solución política, más en el contexto de la solución militar. Uribe porfía, como
quien trata de colocar un pararrayos en medio de una tormenta. Piensa que el amo
imperial sostendrá indefinidamente sus propósitos. Y, sobre todo, sobrestima el
alcance de su paternalismo demagógico y militarista – sin resultados para las
mayorías populares – como soporte de su proyecto. Por otro lado, el aprendizaje
que muchos sectores están haciendo de las experiencias modeladas por la historia
nacional. Especialmente, el aprendizaje y las expectativas renovadoras que la
unidad despierta en amplios espacios populares. Expectativas alimentadas por el
entorno latinoamericano, sobre todo en cuanto envuelven opciones reales de
cambio que, en todo caso, muchos asocian a las posibilidades reales de acceso
popular (y plebeyo) al poder político. La dupleta de Próspero y Ariel está rota.
Calibán asume las riendas del Estado en varios países del continente.