Jorge Shafick Handal – El Salvador: La lucha continúa
Intervención en el Seminario de América Libre. Octubre 1996
Publicado en la Revista América Libre. Enero de 1997
Mis primeras palabras en este tema son para rendirle un homenaje a los miles de compañeros y compañeras que cayeron en esa larga guerra salvadoreña y a las víctimas civiles, las víctimas de la población desde antes que se desencadenara y se desplegara la guerra hasta que terminó, que suman 80.000 personas de todos los estratos sociales, las creencias religiosas, las profesiones y las banderas políticas e ideológicas.
Quiero rendir homenaje en particular a la gran cantidad de internacionalistas, de combatientes de América Latina, EE.UU., Canadá, de casi todos los países de Europa, que se incorporaron junto a nosotros para darnos una colaboración de sangre y voluntad en diversos momentos de la lucha en El Salvador. Un número importante de ellos murieron en nuestras tierras, incluso un joven argentino, Marcelo Feito.
Primero quiero decir que la unidad de izquierda revolucionaria en El Salvador es el factor clave de todo nuestro esfuerzo: logramos la unidad de todas las fuerzas de izquierda revolucionaria, sin quedar nadie afuera. Ésta fue una rara situación, un raro momento de afinidad que no es muy común, ni tradicional en la izquierda. La izquierda es quien más habla de unidad y es la que menos capacidad de unidad tiene.
La derecha cada vez que necesita unificarse lo hace con una gran agilidad, y logra cambiar el curso de los acontecimientos o defenderse de amenazas que tiene enfrente. Éste es un caso raro en el que la izquierda hizo algo parecido a eso que elogiamos de la derecha. Estábamos en una polémica muy larga desde 1970 y, en el año 79 había recrudecido, pero triunfó la revolución sandinista. Eso nos impactó a todos. Porque el elemento “unidad” allí había sido un factor importante. En medio de la polémica más dura fuimos capaces de poner en marcha nuestro proceso de unidad que duró muy pocos meses, desde diciembre del 79 cuando tres organizaciones hicimos el primer pacto, a octubre de 1980 cuando terminó ese proceso que culminó con la formación del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) que nos incluyó a todos.
En ese breve tránsito logramos unificar a todo el movimiento popular de masas, y creamos la Coordinadora Revolucionaria de Masas, donde estaban todas las tendencias y todas las alianzas. Eso nos permitió ir más lejos. Logramos también influir para que las fuerzas democráticas revolucionarias no armadas se involucraran en el Frente Democrático Revolucionario, donde también participamos. Este elemento de unidad de las fuerzas revolucionarias es clave para todo.
Otro elemento clave de nuestra guerra revolucionaria es que superamos de hecho el viejo debate sobre lucha armada o lucha política. Las cosas se venían presentando de esa manera en América Latina. O lucha armada o lucha política. Quienes estaban en la lucha armada no podían estar en la lucha política, porque era una infracción muy grave, pecado. Era como insistir en formas de luchas que se superaban, y tampoco podían estar en movimientos sociales, los cuales eran considerados como luchas atrasadas. La lucha armada era valorada como la forma superior de lucha, que abolía a todas las demás, y quienes no entendían ésto no eran revolucionarios sino reformistas.
Aunque eso formaba parte de todo el debate, de repente lo hicimos a un lado y pusimos en marcha un proceso en el que todo se combinaba: lucha armada, política, movimiento, lucha social, solidaridad internacional y agregamos algo más que es nuevo, que los sandinistas habían puesto en práctica pero no tuvieron tiempo de desarrollarlo plenamente: la lucha diplomática, como una variedad particular de la lucha política.
Ciertamente la guerra es la continuación de la política por otros medios. Aprendimos con la experiencia que una vez iniciada la guerra, las partes que se enfrentan desarrollan una política durante la guerra. No es que se pase de la lucha política a la guerra como algo químicamente diferente y puro, sino que debe haber una política durante la guerra y se enfrentan no sólo las fuerzas militares sino que se enfrentan dos políticas.
En el caso salvadoreño, el bloque de fuerzas enemigas estaba constituido, además de la dictadura, por la oligarquía, las cúpulas militares, el Estado como instrumento de ellos. Estaba también el gobierno de los Estados Unidos, que participó muy militantemente buscando derrotarnos. Sólo les faltó invadir. Tuvo fuerzas militares en el país, además de asesoramiento, apoyo financiero y militar. Fueron más de 6 mil millones de dólares que invirtieron durante los años 80 para derrotarnos. Más de 6 mil millones de dólares en un país pequeñito: somos 6 millones de habitantes y tenemos 20.000 km.
El gobierno de los EE.UU. en ninguna época ha hecho un donativo semejante a ningún país de América Latina.
¿Cuál era la política de ese bloque durante la guerra? En 1980, la guerra comenzaba a desplegarse. Aquí hay que distinguir entre lucha armada en general, y guerra, no son exactamente la misma cosa.
Lucha armada había en El Salvador desde 1970, pero eran acciones armadas dispersas, con un ritmo lento al comienzo, no era guerra todavía. La guerra es un enfrentamiento con las fuerzas militares de un Estado, con todas ellas, tierra, aire, mar. Un enfrentamiento con la inteligencia y contrainteligencia militar. La guerra es un fenómeno integral, no es sólo lucha armada. En El Salvador hubo una guerra.
A partir del año 80 va tomando esa característica y en enero de 1981 se despliega ya como guerra. En 1980, recrudecía la represión, las desapariciones y se llegaba a los 27 cadáveres diarios en las calles de San Salvador, fuera de los asesinatos en el interior, en el campo y en las carreteras. Además, y junto con eso, realizaron una reforma agraria, nacionalizaron la banca, la exportación de café y algodón. Ésas eran las medidas principales del programa por el que habíamos venido luchando durante muchos años. Decidieron hacerlo ellos.
Nosotros allí enfrentamos el primer desafío, para combinar la lucha armada revolucionaria con la lucha social y la lucha política.
Nosotros les decíamos a los campesinos: ésa no es la reforma agraria que nosotros estamos diciendo, pero tomen la tierra, constituyan sus cooperativas. Surgieron varios cientos de cooperativas. No tardaron los cooperativistas en ser víctimas también de la represión. Pero allí están todavía las cooperativas que abarcan un territorio importante del país. No pudieron quitarle el agua al pez. Entonces intensificaron la matanza. Dentro de esa matanza asesinaron a Monseñor Romero y a un grupo de monjas, que son los crímenes más conocidos. Junto a ello se aceleró la matanza en las calles, en las aldeas, en todo el país.
El 10 de enero de 1981 nosotros lanzamos una gran ofensiva, a la cual le pusimos por título: “la ofensiva final”.
Quienes entre nosotros sostenían la tesis de la guerra popular prolongada, llegaron a la conclusión de que ya habían combatido durante 10 años, que era suficiente para hablar de prolongación, y que había que ir al desenlace. Es decir, tampoco la tesis de la guerra popular prolongada u otra tesis de definición rápida, fueron obstáculos para ponernos de acuerdo. Todos coincidíamos en que no podía haber una guerra larga en El Salvador, porque no podíamos resolver el problema de la retaguardia estable, y sin ella no puede haber frente continuo. Acabábamos de ver la experiencia sandinista, que había tenido una retaguardia en territorio costarricense asegurado por el gobierno, al lado de la frontera sur de Nicaragua, y también en algunas regiones en la frontera con Honduras.
Nosotros no podíamos hacer eso. No teníamos fronteras con ningún país gobernado por gobiernos amigos. Teníamos a Guatemala por el occidente, con un gobierno sumamente asesino. Al norte está Honduras. Los norteamericanos estaban posicionados allí para organizar la contrarrevolución a los sandinistas y también para organizar la contrainsurgencia contra nosotros. No tenemos fronteras con Nicaragua. Solo tenemos costa en el Océano Pacífico, no tenemos costa en el Caribe. Entonces no alcanzábamos a comprender cómo resolver en una guerra que se prolongara, el tema de la retaguardia. Fue cuando, a pesar de diferentes concepciones sobre guerra popular prolongada, definición rápida, insurrección, todos coincidimos en que necesitábamos una definición pronto. Por eso titulamos como ofensiva final la del 10 de enero de 1981.
No hubiéramos creído que, en realidad, se convertiría en la ofensiva inicial, y que seguiríamos combatiendo hasta el año 1991. Y realizamos aquella gran ofensiva con muchos miles de combatientes. Gran parte de ellos habían pedido permiso en sus trabajos para ir a realizar esta tareíta y luego volver. Así fue, y nosotros también nos vimos abocados a cumplir y plantear una política durante la guerra. Ya cuando estábamos preparando la ofensiva configuramos esta política. Sería la búsqueda de la solución política negociada al conflicto. Ésa fue la política durante toda la guerra y con esa idea peleamos. En la práctica resultó eficaz.
En enero de 1981, diez días después de nuestra ofensiva final, estaba tomando posesión de la Presidencia de los Estados Unidos el señor Reagan. Inmediatamente Estados Unidos se involucró más en el conflicto en El Salvador, multiplicó varias veces las operaciones militares, decidió enviar asesores militares, poner en marcha una cooperación que en poco tiempo multiplicó por 5 al ejército regular, lo dotó de aviación adecuada y de una flota de helicópteros, dotó de naves rápidas para la navegación en los canales marítimos de la costa salvadoreña, para hacer también desde allí la guerra contra nosotros. Situó embarcaciones militares frente a la costa, controló las fronteras para que no pudiéramos introducir armamentos.
En un comienzo no tuvieron una política durante la guerra, en un primer momento todo apuntaba a lograr una victoria rápida sobre el FMLN. Pensaban que 4 ó 6 meses serían suficientes y por lo tanto no necesitaban política. Alexander Haigh, que era general y al mismo tiempo Secretario de Estado, en algún momento aseguró que aplastar al FMLN sería tan sencillo como expulsar al borracho de la cantina.
Bueno, parece que no sólo nosotros nos equivocamos en aquello de lo final o lo inicial. Parece que también ellos se equivocaron: habrían de pasar 11 años más para que la guerra terminara.
Nuestra política durante la guerra frente al enemigo que no había elegido política todavía, comenzó a mostrar sus virtudes. En febrero de 1981, un mes después de la ofensiva, en el equipo de Reagan hubo un debate, y temporalmente prevaleció la opinión de quienes sostenían que para el gobierno de Reagan y para los Estados Unidos era mejor negociar rápidamente aquel conflicto, para poder concentrar toda su atención en su estrategia global contra la URSS.
La lección más importante de Vietnam era que había distraído a los Estados Unidos durante muchos años del foco del conflicto mundial, y que por eso la URSS los había aventajado en la carrera armamentista nuclear y por lo tanto era mejor negociar rápidamente. Esta opinión prevaleció por varios días.
Parece que la ofensiva de gran envergadura que nosotros realizamos en Enero les había impresionado y ya no creían que era fácil echar al borracho de la cantina. Entonces, nos contactaron por medio del gobierno de México, y nos propusieron negociar en Washington. Iba a participar el gobierno de Estados Unidos, el gobierno de El Salvador, la cúpula militar y nosotros. Nos ofrecieron territorio en México, la seguridad y la garantía del traslado a nuestra Comandancia General y la dirigencia del FDR.
Nosotros aceptamos, pero 48 horas antes de la reunión cambió la correlación de fuerzas dentro del equipo de Reagan, y entró a prevalecer el otro grupo que sostenía que al contrario, que aquello era fácil de ganar y que iba a ser una demostración de musculatura de la nueva política que se estaba instalando en la Casa Blanca, que iba a ser un buen mensaje para los revolucionarios de América Latina y del mundo, y que por lo tanto había que insistir en buscar nuestra derrota. Cancelaron la reunión.
Pero esto no pasó sin costos. En Agosto de 1981, recién instalado el gobierno de Mitterand en Francia, por iniciativa del gobierno de México, se produjo la declaración Franco Mexicana, y es así que el conflicto salvadoreño entra en el ámbito diplomático y se inicia el conflicto diplomático.
Se configuraron de esa manera dos políticas hacia al conflicto salvadoreño. Una la política del gobierno de Reagan que decía que el FMLN es un apéndice de la URSS, Cuba y Nicaragua, y por lo tanto un alto peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos; que por consiguiente debe ser derrotado militarmente. La declaración Franco Mexicana dice justamente lo contrario.
Primer punto: el conflicto salvadoreño es interno.
Segundo punto: no puede tener otra solución que la de política negociada.
Tercer punto: en esa negociación deben participar el FMLN y el FDR, por ser fuerzas políticas de representación nacional.
Desde el día siguiente se adhieren a la declaración gobiernos de Europa, excepto Inglaterra, principal socio de EEUU, que prefirió una posición ambigua, tampoco se declaró en contra. También se pronunciaron a favor algunos gobiernos de América Latina, de África y de Asia.
Aquello no era una simple posición propagandística. Era el enfrentamiento de dos políticas, y eso es lo que permitió que nosotros pudiéramos organizar una máquina diplomática que llegó a ser muy ramificada, de alta calidad y de mayores proporciones que la del Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador, a pesar del apoyo que Estados Unidos le daba al gobierno en el terreno diplomático.
Al principio no entendíamos bien que era aquello y tendíamos a confundir eso con la solidaridad. Pero en realidad había cosas que no eran compatibles, obligaban a hacer una distinción y debíamos tener personal especializado para ambas cosas. Hemos tenido así una cantidad de embajadores ante una cantidad de gobiernos.
Es cierto que nosotros teníamos buenas relaciones con todo el campo socialista y con Cuba y Nicaragua, pero en lo que se refiere a financiamiento, y hay que decirlo con todas sus letras, una parte mayoritaria de ese financiamiento venía de Europa Occidental.
No me refiero de parte de los gobiernos, pero la relación que se estableció fue de un marco tal que lo hizo posible. Y esa definición de dos políticas fue posible a partir de que nosotros aceptamos la política de la solución negociada. Esa idea también entró muy profundamente en la sociedad norteamericana y llegó a diversos centros de poder de los Estados Unidos. Nosotros, además de un gran movimiento de solidaridad que llegó a tener muchos cientos de Comités de Solidaridad dentro de los Estados Unidos, también llegamos a establecer una relación continua con diversos centros de poder, especialmente con el Congreso.
Y hay algo que es poco conocido, durante la guerra tuvimos una oficina de representación diplomática nuestra en Washington, a pocos cientos de metros del Departamento de Estado, y ni siquiera el gobierno de Reagan pudo expulsarla ya que echó raíces en diversos sectores de la sociedad y del poder de los Estados Unidos.
Hay una serie de problemas que tienen que ver con la lucha armada misma. El problema de resolver la armamentización, resolver la reposición de las bajas. Es un problema profundamente político. No basta tener armas, se necesita quienes la empuñen, y ésa es una decisión voluntaria, individual. Exige un gran trabajo social, político, etc.. Otro problema es la construcción de la retaguardia. Nosotros llegamos a resolver el problema de la construcción de la retaguardia en nuestro propio país, de una manera completamente distinta de la que puede leerse en los manuales. Es un problema muy interesante que tiene que ver con la participación de la gente, de la sociedad.
Había que resolver el problema de la conducción militar. Éramos cinco partidos, cada uno con su ejército. Había cinco ejércitos pero había una sola guerra. No podía haber cinco guerras. Resolver ese problema también fue un desafío. Al principio, como habíamos leído muchas cosas de la segunda guerra mundial, intentamos construir un Estado Mayor conjunto, y nos la dábamos de Mariscales, pero no resultó y tuvimos que crear otra metodología que resultó sumamente eficaz. Luego, otro problema militar estratégico, fue el de la regularización e irregularización de la guerra.
Desde los años 30 se había organizado, bajo la dirección del Ejército, lo que se llamaba el Servicio Territorial del Ejército. Éstas eran a nivel de base, patrullas militares formadas por la población civil, en su mayoría con los que habían hecho el servicio militar, más otros que reclutaban. Eran patrullas militares con 22 efectivos cada una, uno de ellos el Comandante de Patrullas. Éstas tenían una dependencia de la Comandancia Municipal y luego de una Departamental que era al mismo tiempo el Jefe del Servicio Departamental de cada Departamento, lo que ustedes llaman provincias. Había ahí un Coronel que era también el Jefe de la Guarnición Militar de los efectivos regulares de las FFAA y de la Policía, porque en los años 30 el Ejército quedó como jefe de la Policía. Estas patrullas militares funcionaban en todo el territorio nacional, tanto en las zonas rurales como en los barrios de las ciudades. El país tiene unos 3.200 cantones y el que menos, tenía hasta dos y tres patrullas. Había cantones que por su población tenían catorce o quince de esas patrullas. Es decir, estábamos frente a un aparato de más de 200 mil personas, en un país que ya en los años 60 tenía unos escasos 3 y medio millones de habitantes.
A la hora de votar, ese aparato generaba por lo bajo 400 mil votos, lo que por las condiciones del país, era suficiente para ganar las elecciones, incluso sin hacer campaña propagandística. Por eso la dictadura militar había entrado en una fase electoral; había elecciones rigurosamente cada dos años para Alcaldes y Diputados y cada cinco años para Presidente. Así resolvían las contradicciones internas del Ejército: quién va a ser el Rey durante los siguientes cinco años, eso lo decidían los militares y luego lo imponían por una de esas mascaradas electorales con la que el Servicio Territorial generaba inmediatamente la victoria.
Llegamos a la conclusión de que había que disputarles ese terreno. El PC era ilegal. Nunca fue legal, a no ser por un breve período después de su fundación, por unos meses. Pero nosotros nos las ingeniamos para participar en otro partido legal, ponernos otra camisa, hacer alianzas y participar.
En 1970 vino la división. Habíamos tenido la primer participación, habíamos chocado con ese aparato, y se había demostrado que no era posible. Pero había quienes sosteníamos que no bastaba que nosotros, los dirigentes, llegáramos a esa conclusión por la vía del análisis; que era necesario que la gente, la población, llegara a la misma conclusión; que hiciera su experiencia. Otros compañeros consideraron que no era ese el camino adecuado y que había que iniciar la acción armada. Del mismo tronco del Partido Comunista surgieron otras organizaciones. Surgió también una organización proveniente principalmente de la Juventud Social Cristiana que se fue radicalizando.
En los comienzos de los años 70 comenzaron las acciones armadas, mientras nosotros insistíamos en organizar la batalla electoral, a sabiendas de que no iba a resolver el problema del poder, de la eliminación de la dictadura militar, pero que era indispensable que la gente fuera ella misma a hacer su experiencia y era necesario disputarle ese aparato a la dictadura. Al fin de cuentas esas patrullas militares eran formadas por campesinos, trabajadores, y había que hacer un esfuerzo político para abrirle grietas a esa tupida red de dominación.
En el año 71 hicimos un pacto con los Demócratas Cristianos, un partido que había tomado bastante cuerpo, y con un pequeño partido que después ingresaría en la Internacional Socialista, un partido socialdemócrata. Aquello fue muy criticado por muchos Partidos Comunistas: ¿cómo era que entrábamos en un acuerdo con los demócratas cristianos decían los europeos si la democracia cristiana surgió después de la segunda guerra mundial para contener el avance del socialismo; era el partido de la burguesía?
Nosotros nos ateníamos a lo que ocurría en El Salvador, allí las cosas eran otras, a ellos también los estaban reprimiendo. Y además ¿cómo llegábamos a un acuerdo con un partido socialdemócrata? Bueno, nosotros lo hacíamos tal vez por “ignorantes” porque no habíamos sido marcados por aquella historia de los años ‘30 y ‘40, por aquella historia del movimiento comunista internacional.
Formamos la Unión Nacional Opositora, la UNO, y ganamos las elecciones presidenciales de 1972. Ése fue el inicio de la crisis de la dictadura militar, porque significaba que una parte de todo ese aparato había sido influido, y que a pesar de las órdenes que recibían no estaban votando por los candidatos de la dictadura, sino que estaban votando a esta coalición.
El resultado fue un recrudecimiento de la persecución, las matanzas, los desaparecidos. Surgieron los escuadrones de la muerte. Entre tanto se desarrollaba una polémica muy dura en la izquierda, con toda clases de epítetos: electoreros de un lado, de otro lado aventureros, ultraizquierdistas. Reformistas nos decían como un gran insulto. Y la década del ‘70 avanzó en esos dos carriles que sólo se relacionaban entre sí por una polémica muy dura.
Fuimos a varias elecciones de diputados, y luego vino una nueva elección presidencial. La UNO se había extendido mucho más, porque la gente tenía esperanza en el esquema electoral y tenía más esperanza después que se ganó la primera vez. En 1977 volvimos a ir a elecciones presidenciales, y llevamos como candidato a un militar retirado demócrata, tratando de tender un puente con una parte del ejército. Ganamos las elecciones otra vez, y de nuevo eso fue rechazado, y la matanza fue peor.
Mientras tanto, los compañeros de las organizaciones armadas que habían iniciado su acción con la tesis de que la lucha armada era la forma superior de lucha y eliminaba todas las otras formas de lucha, ya habían comenzado a corregir y habían generado grandes organizaciones populares, revolucionarias. Entonces resultaba que había dos grandes movimientos, y los dos eran grandes movimientos de masas, todos enfilados contra la dictadura.
En 1979 triunfa la revolución sandinista y eso nos iluminó. Las corrientes que había dentro de los sandinistas se unificaron. Ellos hicieron una combinación de lucha armada, lucha política, lucha diplomática y triunfaron.
Entonces nosotros decidimos unificarnos. Ya en 1979, en octubre, hubo un intento de salida militar. El movimiento de la juventud militar dio un golpe de estado. Formó un gobierno, incluyó a la izquierda y al centro, pero ese gobierno se descompuso muy pronto, los sectores más reaccionarios del ejército lo llevaron al fracaso en poco tiempo. Su respuesta fue incrementar la matanza. En ese contexto la izquierda se reunificó para ir a la guerra. El año ‘80 fue un año de guerra, no desplegada totalmente sino hasta enero de 1981.
El año ‘80 fue un año muy decisivo en todo sentido. Por un lado, logramos construir aparte de nuestro proceso de unidad de la izquierda revolucionaria, el Frente Democrático en amplia alianza con fuerzas democráticas antidictadura, en la que se incluían partidos y organizaciones sociales.
La Iglesia Católica, encabezada por el Arzobispo Oscar Romero se había colocado de una manera muy clara frente a la dictadura, y había adoptado lo que el Arzobispo llamó la opción por los pobres, y fue asesinado.
En octubre se puso fin al proceso de unificación de la izquierda. Se incluyeron las cinco organizaciones. El PC participó de este primer acuerdo en diciembre del ‘79, entre tres organizaciones. Ya nosotros habíamos comenzado a hacer las primeras acciones armadas desde los días siguientes a las elecciones presidenciales de 1977; así es que se unifican estos dos grandes torrentes.
El agotamiento de las posibilidades de la lucha política, de la lucha electoral, a esa altura había sido comprendido por la población, por la grandes mayorías, y se estaba realizando un gran viraje popular a favor de la lucha armada. Para todo el mundo, no sólo para los dirigentes, estaba agotada la lucha electoral.
Esto explica por qué el FMLN desde un comienzo, fue una gran organización político militar; porque desde el comienzo de la gran ofensiva de enero de 1981 pudimos realizarla con miles de combatientes. Nosotros no somos el caso de un pequeño grupo que se instala en la montaña y va creciendo.
El FMLN surgió con profundas raíces populares nacionales y así nos vamos a la guerra. Es decir, literalmente la guerra era la continuación de la política por otros medios, no sólo por decreto de declaraciones de las cúpulas dirigentes, sino por ejercicio de cientos de miles de personas. Allí quedaban concluidas y descartadas aquellas tesis, aparentemente muy iluminadas, sobre las formas de lucha, y sobre que la lucha armada descartaba todas las otras formas de lucha.
Ahora, cuando volvemos los ojos atrás, a esa década de los ‘70, los comunistas hemos corregido nuestra visión sobre las organizaciones armadas que surgieron en esa década, y hemos considerado que sin esas organizaciones el gran viraje de la población no hubiera tenido un cauce, una puerta abierta hacia otra forma de lucha.
Las organizaciones armadas también han corregido su visión sobre nosotros, porque ahora entienden muy claramente que sin aquel ejercicio, sin agotar, sin llevar al pueblo a agotar por sí mismo esta posibilidad, no se habría producido el gran viraje en favor de la lucha armada. De esa forma la dictadura hubiera podido seguir jugando con una parte de la población y aislando.
Me he detenido mucho en contar todo esto porque creo que es muy importante reflexionar sobre el fondo que hay detrás de los acontecimientos. Bastante falta nos hace a la izquierda deshacernos de algunos dogmas y algunas verdades supuestamente establecidas.
Quiero referirme ahora a cómo nosotros no veíamos posible la construcción de una retaguardia, y por lo tanto una guerra que se prolongara en El Salvador. Por eso buscamos una solución rápida con la gran ofensiva del 10 de enero de 1981.
Ya les conté que una gran parte de los participantes de esa ofensiva pidió permiso en su trabajo para ir a cumplir esa tareíta del fin de semana.
En realidad, esa gran ofensiva final, como le llamamos, fue la ofensiva inicial de una guerra que se extendería durante todos los años ‘80.
Pero lo que estaba detrás de ese error, era el problema de la retaguardia. ¿Cómo concebir una guerra que se prolongara si no podíamos contar con una retaguardia estable?. Los sandinistas la habían tenido en Costa Rica, porque el gobierno de Costa Rica en ese tiempo le había permitido organizar en una franja fronteriza del territorio la retaguardia: hacer uso de los hospitales, de sus pistas de aviación para recibir abastecimiento, etc.. etc.., hacer uso del territorio para entrenamiento de unidades, para el funcionamiento de su Comandancia.
Allá en la frontera con Honduras había territorios donde tenían las mismas facilidades. Nosotros no teníamos nada de eso. En Honduras se habían posicionado los norteamericanos, estaban organizando la revolución contra los sandinistas. En Guatemala había regímenes muy reaccionarios, con una lucha antiguerrillera muy antigua. Nicaragua no tiene fronteras con El Salvador.
Entonces no entendíamos cómo forjar una retaguardia dentro de aquél país de 20 mil kilómetros cuadrados, con ese tremendo aparato militar y policial que además, estaba siendo fortalecido por los Estados Unidos, que multiplicaron por cinco los efectivos del ejército, le dieron armamento muy moderno, y asesoramiento con su experiencia en la guerra contrainsurgente en Viet Nam.
Les dieron una aviación adecuada, helicópteros y aviones especializados en ese tipo de lucha.
La solución que veíamos ante esa circunstancia era una definición rápida, pero eso no ocurrió. Hicimos esa gran ofensiva, ciertamente les causamos unos estragos grandes al ejército. Hasta coroneles murieron, no sólo soldados, pero no pudimos definir la situación. Se creó una situación muy curiosa. No podíamos seguir alargando el asedio contra todas las fortalezas. En eso estábamos siguiendo la experiencia sandinista, pusimos bajo asedio a prácticamente todas las fortalezas del ejército y la policía del país, pero no pudimos definir.
Nuestras fuerzas estaban intactas, pero las municiones se agotaban. Tuvimos que ordenar el repliegue, ¿a dónde ir? A los compañeros ahí en el terreno se les ocurrió proponernos a la Comandancia General que se iban a replegar a las zonas donde había organización popular más desarrollada, por lo menos por unos días. En la Comandancia, además de aceptar eso, comenzamos a preparar una segunda ofensiva para ocho o diez días, pues pensábamos que más tarde era insostenible la situación.
En el curso de esa preparación surgió la idea de resistir, fortalecernos y avanzar. En vez de tomar el camino de una ofensiva tras otra, que nos iba a desgastar, llevamos adelante un proceso de resistencia, para pasar a una fase de fortalecimiento y luego poder retomar la ofensiva.
Estabamos viendo que donde había organización popular nuestra fuerza se mantenía, que habíamos podido organizar el abastecimiento, cuidar la salud, que la población cooperaba mucho. Entonces seguimos ese curso. Pero seis meses después, estábamos enfrentados a un problema muy serio. Cada vez que el ejército incursionaba con grandes operativos sobre esas zonas y nosotros teníamos que movernos, la población se iba con nosotros, con sus hijos y hasta con sus animalitos, con gran temor al ejército que seguramente se iba a cobrar con la población el habernos apoyado, lo cual fue cierto. Se las cobró en varias ocasiones. Fue la época de grandes matanzas en el campo, las quemas de casas, la destrucción de animales, el desaparecimiento de poblados.
Eso parecía ser la confirmación de que no podía construirse la retaguardia. Además, nosotros no tenemos selvas, lo que hay son unos bosques artificiales de las plantaciones de café, pero debajo de eso hay caminos por todos lados y hay una gran población.
El manual de guerra de guerrillas del Che Guevara nos aconsejaba que un campamento guerrillero debía estar a un determinado número de kilómetros, como mínimo, de cualquier camino, de cualquier carretera, lo mismo respecto a los centros de población y resulta que eso no existe en el país. Nosotros tenemos una densidad de unos 250 habitantes por km cuadrado y está lleno de caminos por todos lados. Entonces, comprendimos una verdad que resultó la clave. Para nosotros la montaña, la selva, es el pueblo.
En vez de retirarnos, debemos pegarnos con la población, y eso lo hicimos en un primer momento, pero ahora venía el otro problema. La población se movía con nosotros. Éxodo de miles y miles. A mí me tocó un éxodo con alrededor de 12 mil personas. La gente no hacía el menor ruido, las madres con los hijos pequeños para evitar que lloren los ponían en sus pechos y aquello avanzando en la oscuridad con gallinas y cerdos, llevándose sus pertenencias y diciendo: “nosotros vamos donde van los fusiles porque no tenemos vida, nos van a exterminar”.
Entonces, la población se transformaba en carga. La población nos ayudaba a resolver el problema de la alimentación, del abastecimiento, de la medicina, pero a partir de ese momento, nosotros teníamos que alimentar a la gente, curarla, no sólo a nuestro ejército sino a la población.
Esa guerra no iba a ir a ninguna parte. Y seguía pareciendo la confirmación de lo que habíamos temido: que no se podía construir retaguardia.
Pero, esta idea de que el pueblo es la retaguardia, el pueblo es la montaña, la selva, la fuente de nuestro poder, nos llevó a encontrar el camino. Nos iluminó la experiencia de los vietnamitas. Por eso tiene tanta importancia la globalización de los de abajo. A esto los vietnamitas le llamaban “defender la legalidad de las masas”.
¿Qué quería decir? Debíamos convencer a la gente de que no se moviera, que dejara que lo hagamos nosotros, y que al llegar el ejército, simularan estar apoyando al ejército. Pero eso lo tenían que hacer miles de gentes, de niños, de ancianos, y eso sólo se puede lograr si la gente está de acuerdo, porque cada uno educa a su propia familia, y eso se logró.
Claro que, en el primer momento, logramos que se construyeran algunos refugios con protección internacional y de las iglesias, para llevar a los más conocidos y conocidas en apoyo a nosotros, a quienes se habían destacado más; y a la gente de mayor edad, para que no hubiera en un primer momento el peso de la angustia de la familia. Pero la gente decidió quedarse. Ya habían sucedido seis grandes matanzas horribles en donde morían de 300 a 500 personas. Una vez, luego de bajar un acantilado para pasar un río, cuando la gente iba subiendo en la mañana por un camino de rocas, la aviación los descubrió y les tiró, muriendo más de 120 personas. La gente aprendió a hacer la política llamésmola así de doble cara. Se quedaban a la llegada del ejército, lo recibían, le ofrecían de comer, entraban a las casas; esto lo aprendieron a hacer hasta los niños. Ayudó a la defensa de la población y a desinformar al ejército.
El ejército empezó a creer que tenía un gran apoyo y así se resolvió el problema de la retaguardia. Así se fue estabilizando todo aquello. El país quedó dividido en tres tipos de territorios.
Uno, los territorios bajo control del FMLN. No quiere decir zonas liberadas. Allí el ejército podía entrar y lo hacía, pero no se podía quedar, porque nosotros teníamos el dominio militar y territorial pero también el social y político; y si ellos se quedaban más tiempo sufrían un desgaste muy fuerte. Entonces, entraban en operativos calculados en el tiempo y luego se iban. Hubo territorios donde el ejército sólo pudo entrar luego de dos años; otros, cada 6 meses; otros, donde era más frecuente. Eran nuestras retaguardias.
Estaban los territorios bajo control del ejército enemigo. También en esos territorios nosotros entrábamos, podíamos realizar operaciones pero no nos podíamos quedar. Podíamos tomar una población durante un día, pero después teníamos que salir para evitar el exterminio. Eran sus retaguardias.
Había un tercer tipo de territorios: los territorios en disputa. Y en esto quisiera detenerme un poco, porque esta experiencia muestra la tremenda disputa entre la lucha armada, la lucha política, la lucha social. No es que unos hacen la lucha armada y otros la social, eso también había. En la retaguardia enemiga se desarrolló fuertemente el movimiento social, a pesar de la represión, los sindicatos, las organizaciones estudiantiles, los maestros, las organizaciones comunitarias. Eso era una expresión más o menos separada de las formas de lucha, separadas en tiempo y espacio.
Pero en las zonas en disputa había una vinculación inseparable en el tiempo, en el espacio y en las personas. Allí nosotros desarrollamos lo que llamamos trabajo de expansión. Unidades pequeñas de combatientes que iban a vincularse con la población. No iban a combatir. Si era necesario lo hacían, pero no era su misión. Es más, no tenían armas en las manos, salvo raras veces. Realizaban un trabajo con el apoyo de la gente, organizando redes de inteligencia de la población para que nosotros pudiéramos conocer el movimiento del enemigo. Redes de abastecimiento para organizar la compra de medicinas, material quirúrgico, de comida; o los cultivos por cuenta del FMLN.
El FMLN adelantaba dinero para que cultivaran y una parte de las cosechas se la estábamos comprando por anticipado. Quienes participaban de eso se estaban jugando la vida, entonces, había que hacer un trabajo político de ganar a la gente para organizar eso. Desde allí se preparaba gente para las milicias, y en un nivel más alto las guerrillas secretas. Se cumplían misiones, como por ejemplo: la realización de la línea permanente de sabotaje contra los tendidos eléctricos; o contra los transportes militares. La primera era más simple. A esa altura ya habíamos dinamitado todas las estructuras metálicas, es decir, las torres, y lo que había eran postes de maderas o de cemento. Esta fuerza primaria de combate se guiaba por la línea de que hay que convertir todo en armas. De tal manera, que nosotros no les suministrábamos explosivos sino que uno se hacía las herramientas.
Iban de una aldea a otra a cumplir esa misión, de tal manera que regresaban en la noche y no se sabía quién era. Si el poste era de cemento se lo derribaba con masa. Todo se hacía con herramientas de trabajo, en cualquier casa las hay.
Contra el transporte, allí sí había que enseñarles a manejar explosivos. Pero eran unidades de combate de dos y a veces de una persona. Ponían las minas, en algún recodo de algún camino donde frecuentemente pasaba el transporte, lo camuflaban y por ahí a unos 20 ó 25 metros, en un lugar alto, estaba el que iba a hacer estallar todo, con un cablecito de esos finitos y sin ninguna sofisticación, porque resulta que las sofisticaciones no sirven. Provocaban tremendos estragos. Ellos no andaban armados ni nada, estaban con sus herramientas de trabajo y seguían caminando.
En las ciudades pasamos a organizar la milicias, pero también los comandos urbanos. Es decir, que estábamos disputando el territorio y disputando la retaguardia. Sin vinculación profunda del trabajo político, de la lucha social y de la lucha armada, eso no era posible. Quería detenerme en esto para señalar los nuevos conceptos que han surgido de una experiencia como la nuestra. Ya ese viejo discurso de las formas superiores e inferiores no tiene sentido.
La guerra se fue desarrollando, y a finales de los años ‘80 nosotros teníamos un poderío muy grande. Es entonces que la historia mundial nos juega una mala pasada. Empieza a derrumbarse el campo socialista en Europa Oriental y la URSS, eso alargó la guerra. Nuestros enemigos estaban convencidos de su propia propaganda, nosotros para ellos éramos apéndices de aquello y si aquello se estaba cayendo nosotros también caeríamos. Estaban subestimando nuestras profundas raíces populares y nacionales y nuestras grandes ramificaciones internacionales.
Ya les dije que gran parte del financiamiento vino de Europa occidental. También tuvimos apoyo de los países socialistas. Pero también vino de los Estados Unidos, donde se organizaron una multitud de organismos de solidaridad y de relaciones múltiples y donde pudimos hacer un trabajo fuerte.
Sobre este trabajo internacional de solidaridad y diplomático quiero sacar una conclusión. Ese trabajo a nosotros nos desmitificó el mundo. Nosotros pudimos conocer a una gran multitud de países por dentro, no sólo a los escalones populares sino también en los niveles de relaciones con los Estados. En Estados Unidos con el Congreso. Hasta funcionarios del Departamento de Estado tomaron contacto con nuestra oficina. Eso nos dio un conocimiento más directo, y fuimos abandonando una serie de fantasmas con que nos movemos nosotros en la izquierda, de imágenes, que no sólo no corresponden a las realidades sino que nos impiden tomar contacto y movilizar genuinas fuerzas progresistas que se albergan en todos esos países. Que nos impiden conocer las diferenciaciones y hasta contradicciones que hay en las esferas de poder.
Nosotros establecimos relaciones con una variedad de fuerzas políticas mundiales. Teníamos relaciones con las fuerzas de izquierda y teníamos relación con los socialdemócratas y con la Internacional Socialista. Y con la Democraia Cristiana, mientras estaba gobernando Duarte en El Salvador, aliado de la cúpula militar asesina. Después que había sido aliado nuestro, se nos había dado vuelta la chaqueta. En un criterio lineal, como hemos acostumbrado nosotros, habríamos llegado a la conclusión que no debíamos tener ninguna relación con la Democracia Cristiana internacional. Pues no. Llegamos a la conclusión de que debíamos tener y tuvimos buena relación, y nos ayudaron a aislar a ese Partido Demócrata Cristiano que estaba jugando un papel muy negativo.
Realmente nosotros aprendimos a no aceptar límites en ese trabajo. Más bien era el enemigo el que tenía que ir corriendo tras nosotros para hacer un trabajo conspirativo cerca de las fuerzas con las que tomábamos contacto para que no nos hicieran caso y no tomaran relación con nosotros.
Creo que en esta época de globalización, si vamos a globalizar también nosotros, es necesario quitarse algunas telarañas de la cabeza. Es fácil también que lo coopten a uno, pero eso obliga a aclararnos más nosotros mismos, tener claridad de qué queremos. Siempre se pierde alguna gente en eso, siempre hay costos, pero así es todo y hay que aprender a administrar esas situaciones.
Todo esto desembocó en la negociación. No querían negociar con nosotros. La negociación la impusimos nosotros, era nuestra política durante la guerra.
En enero de 1989, está llegando a la presidencia de los EE.UU. Bush. Hay que recordar que los EE.UU. forman parte del bloque enemigo nuestro, no ideológicamente, sino activamente. Ellos estaban participando activamente para derrotarnos, con gran apoyo económico como no se lo han dado para luchar contra ninguna guerra revolucionaria en América Latina al poder de la reacción. Lo único que se compara a lo que pasó en El Salvador es la guerra contra los sandinistas, pero ya los sandinistas estaban en el poder. Pero a Somoza no entraron a defenderlo. A Batista no entraron a jugarse. En el caso nuestro sí. Más de 6 mil millones de dólares gastaron allí para aplastarnos y enviaron fuerza militar. No sólo tenían asesores.
Hace poco, ellos confesaron, pues le hicieron un homenaje a sus caídos. Allí salió a la luz que durante los 80 había habido un poco más de 5 mil efectivos militares en El Salvador, que habían estado participando en combates frecuentemente, por lo cual habían muerto algunas decenas. A pesar de que decían que estaban solamente aconsejando.
En varias ocasiones estuvo a punto de producirse una invasión. Todos ellos eran parte del bloque enemigo. Llegaba el señor Bush a la presidencia, con la fama de que era un político más pragmático y moderado que Reagan, y nosotros preparamos una propuesta de negociación.
Hay que decir que como nuestra búsqueda era la de una solución política negociada, a lo largo de toda la guerra hicimos más de 20 propuestas. Entonces hicimos la más audaz y arriesgada de todas las propuestas.
Ese año debía haber elecciones presidenciales en El Salvador y propusimos que se retrasaran por 6 meses para tener tiempo de organizarnos políticamente y participar de las elecciones, con el compromiso de que acataríamos y respetaríamos el resultado, y que además reconoceríamos como única fuerza militar en el país el ejército del Estado, siempre y cuando se autodepurara de elementos asesinos y el tercer punto, que se creara una Procaduría de defensa de los Derechos Humanos. Eso era todo.
Muy generosa, muy riesgosa. En un primer momento el Departamento de Estado hizo unas declaraciones de apoyo a la idea, sin comprometerse. En El Salvador, entre las diversas fuerzas políticas se convirtió en un gran debate. Fueron a dialogar con nosotros a México todos los partidos.
Ya cuando parecía que aquello iba a caminar, el gobierno de los Estados Unidos dijo: “no, hemos llegado a la conclusión que esa propuesta tan blanda tiene su origen en el descalabro que empieza a ocurrir en Europa del Este, y en otras palabras eso expresa el debilitamiento del FMLN” entonces, “hay que esperar y no hay que negociar, hay que esperar que se debiliten y los aplastamos”.
Rechazaron la propuesta. Nosotros teníamos mucha información. A esa altura nuestro aparato de inteligencia era muy fuerte, tanto en lo nacional como a nivel internacional. Nosotros supimos qué era lo que había pasado. Fue entonces que decidimos preparar una gran ofensiva. Porque esa lógica no se podía derrotar con otro discurso. El lenguaje político no siempre se hace con las palabras, también hay que hacerlo con los hechos.
En febrero de 1989 comenzamos a preparar esa gran ofensiva. Pero la orden la daríamos si se justificaba en el plano político concreto. Vinieron las elecciones. Salió de Presidente este señor Christiani del Partido ARENA, el más conservador de derecha.
Él en su discurso dijo que estaba dispuesto a dialogar, no a negociar. A esa altura, la solución negociada se había ido abriendo paso. Con el gobierno de Duarte hubo tres diálogos, no negociaciones.
La diferencia entre diálogo y negociación es muy clara. En el diálogo uno va a hablar de cualquier cosa y firma un comunicado diciendo que se va a volver a reunir, pero acuerdos, negociación concreta de puntos concretos, nada de eso.
Este hombre dijo en su discurso de toma de posesión que iba a dialogar. Nombró una comisión de diálogo con personas que no eran del gobierno, sino que eran personalidades, notables, y nosotros rechazamos eso. Se vieron obligados a formar otra comisión con ministros. Se hicieron dos diálogos. Por supuesto no llegaban a nada, porque la estrategia la determinaban en Washington y era esperar a que nosotros nos debilitáramos.
En el segundo diálogo, muy descaradamente, nos plantearon que 48 horas. después de terminada la reunión cesara unilateralmente la acción militar, se permitiera que el ejército del estado ocupara todo el territorio; además debíamos comprometernos a parar la guerra política. Tanto la del FMLN como acallar los sindicatos, las organizaciones populares, los partidos y las iglesias. Debíamos taparle la boca a todo el mundo. Yo no creo que hayan pensado que íbamos a aceptar, eso era un provocación. Nosotros presentamos todas nuestras propuestas por escrito y rechazamos esa. Entonces, nos comprometimos que nos íbamos a volver a reunir, como era tradicional en esos casos, pero días después realizaron una gran provocación en San Salvador. Dinamitaron un pequeño edificio que era la sede de la Federación de Trabajadores, en el momento en que estaba reunido su cuerpo directivo. Salió muerta la mayor parte de su dirección, una cantidad de trabajadores y trabajadoras que estaban allí. Entonces nosotros dimos la orden de inicio de la ofensiva general el 11 de noviembre de 1989. La ofensiva consistió en la invasión guerrillera sobre las ciudades principales, especialmente sobre la capital. Cuando estábamos combatiendo en San Salvador se derrumbaba el muro de Berlín. No podía ser más simbólico, el mensaje era claro.
Además, era un buen mensaje para nuestra propia gente. Por eso es que nosotros no sufrimos una gran crisis con ese derrumbe, claro que tuvimos estragos. La ofensiva se había propuesto derrotarlos como primer objetivo. Pero como ya los conocíamos y sabíamos que detrás estaban los norteamericanos que les reponían dinero y armamentos y estaban dispuestos a poner más; sabíamos que muy difícilmente iba a terminar – aunque no podía descartarse – en una victoria militar.
Habíamos diseñado un segundo objetivo: si no hay victoria militar hay que forzar la negociación, no el diálogo. Y eso es lo que nos permitió pasar a la negociación. Pero cuando ya la negociación se había iniciado, perdieron las elecciones los compañeros del Frente Sandinista en Nicaragua, y aquello hizo el efecto Alka Seltzer en las filas enemigas y en Washington. Se volvió a levantar la espuma y la tesis de que ahora sí no teníamos remedio, de que habían quedado cortadas todas las posibilidades, porque la posibilidad de Cuba, sin Nicaragua, no podía en la práctica implementarse. Entonces la negociación prácticamente no avanzó, en espera otra vez de que, como apéndice de aquel socialismo que se derrumbaba y de la revolución sandinista, nosotros también nos íbamos a derrumbar. Tuvimos que organizar otra gran ofensiva, menos conocida que la anterior pero muy eficaz militarmente, la de noviembre de 1990, con otro diseño más militar que político y les causamos enormes reveses.
¿Qué surgió de la negociación? No voy a hacer un balance general, ni voy a hablar de todo lo que allí se pactó. En términos generales se pactó una gran Reforma del Estado, en buenas cuentas la supresión de la dictadura militar, la desmilitarización del Estado y la sociedad, ése era el eje central. Se trata de un genuino desmontaje del aparato de la dictadura militar.
Primero: disolvimos las cuatro policías que estaban bajo control del ejército.
Segundo: disolvimos el servicio territorial que era del ejército. Disolvimos las defensas civiles que habían surgido en los días iniciales de la guerra y que llegó a ser un cuerpo armado de cerca de 40 mil efectivos, además del ejército regular. Disolvimos todas las unidades élites de contrainsurgencia que habían sido creadas con asesoría norteamericana. Tanto las de gran tamaño como las pequeñas. Se reformó la inteligencia, se prohibió al ejército hacer inteligencia política, en adelante sólo podían hacer inteligencia militar.
Claro que ellos tienen sus aparatos, pero financiar eso es cada vez más difícil. Hay que recordar que estamos en el Parlamento y está allí la discusión presupuestaria.
Ellos tratan de mantener una falta de transparencia de ciertos renglones del presupuesto militar pero se les está acabando. Se creó por separado un órgano de inteligencia del Estado no militar. Se redujeron los efectivos del ejército a la mitad, 30 mil. Sabíamos que eso no llegaría muy lejos. Se abolió la doctrina de la Seguridad Nacional y en la mesa de negociación negociamos otra doctrina muy diferente. La doctrina que hoy tiene el ejercito Salvadoreño surgió de la mesa de negociación. A tono con esto se reformó la educación militar, en una comisión que está integrada también por nosotros. Ya se hizo la reforma. Eso va a dar resultado a mediano plazo.
Se pactó la depuración del cuerpo de oficiales. Esta vez ya no con una comisión formada por ellos mismos. Se constituyó una comisión integrada por civiles salvadoreños, personalidades que dicho sea de paso actuaron con gran valentía. Nosotros dudábamos, pero la dictadura militar era un problema que estaba en la nuca de todo el pueblo y toda la nación.
Ya no quería la gente tener nada que ver con eso. No sólo la gente de abajo sino también la gente de arriba y de las capas medias. Entonces esa comisión cumplió un papel muy valiente y no hizo lo que ocurre en otros casos, que empieza a depurar a los mandos inferiores dejando intacto los superiores. Acá se empezó desde el Jefe del Ejército para abajo y pusieron fuera del ejército a una lista de 120 represores. No era todo lo que había que haber sacado. Pero por el hecho de haber perdido la cabeza, un pedazo de la mano, por allá la lengua, ya no podían ser los mismos. Además, los nuevos cargos fueron ocupados por nuevos oficiales. Se hizo la depuración.
Se reformó la Constitución en el punto de las misiones de las FFAA. Las FFAA a esa altura tenían una gran cantidad de misiones que estaban reforzadas por la Constitución del 83 que era una Constitución que surgió en la guerra y para la guerra. Allí el ejército era un suprapoder, de hecho lo era desde hace tiempo, pero desde entonces también constitucionalmente. Además de la defensa de la soberanía y del territorio (lo clásico en los ejércitos), ellos eran encargados de la seguridad pública, la paz interior, del respeto a las leyes y a la Constitución. Estaban por encima de la Corte Suprema de Justicia. Tenían tácticamente autorización constitucional para dar golpe de estado bajo cualquier pretexto.
Tenían a la sociedad bajo su control, no sólo en la cúpula del Estado sino hasta en el último rincón del país, menos la parte de donde los habíamos sacado.
Entre otras cosas les quitamos el ámbito de seguridad pública, de paz interna, sólo quedaron con defensa de la soberanía y de integridad del territorio.
Se constituyó una nueva policía, la policía nacional civil. Esa policía fue diseñada en la mesa de negociaciones. De allí salió su doctrina, su estructura, el plan de construcción, la creación de la Academia de Seguridad Pública.
Tuvimos un gran apoyo mundial en ese sentido. Del Secretario General de las Naciones Unidas que era el intermediador. De la mesa de negociación salió la Ley Orgánica de la Policía. Ése es el principal cambio en la práctica. Fue lo que le puso fin a la dictadura militar y le puso fin, no digo de manera irreversible, pero le puso fin a 100 años de regímenes autoritarios. Abrió espacios, que son los espacios que estamos peleando.
Se acabó la represión. No hay presos políticos y eso les hace muy difícil manejar las crisis. En este momento el país ha entrado en recesión. El empobrecimiento de la población ha crecido grandemente. Crece la concentración de la riqueza, la descomposición del tejido social, la gran ola de delincuencia, del crimen organizado. Hay un gran descontento que trasciende a los sectores populares. Por primera vez en la historia del país, es un descontento que abarca a sectores empresariales, no sólo a pequeños y medianos. El modelo neoliberal los está desmantelando.
Primera vez que coincide el descontento. En los viejos tiempos, ¿cómo se resolvían las crisis políticas? Había algún golpe militar. Y en la mañana siguiente el país se encontraba con que estaban poniendo en libertad a los presos, haciendo alguna amnistía, la gente iba a las puertas de las cárceles y parecía que iba a haber democracia, hacían alguna apertura temporal del ejercicio de la democracia y así capeaban el temporal.
Ahora no tienen ese recurso. Primero, no está la dictadura militar con su tremendo aparato; y segundo el descontento, a diferencia de todo este ciclo, gira alrededor del régimen político, del régimen económico – social. El descontento está allí. No es sólo el descontento popular. Es el descontento de esos sectores empresariales mayoritarios.
El FMLN se transformó, por los acuerdos, en un partido político. En los primeros tiempos eso fue muy difícil. Muy fácilmente se crean los organismos partidarios en todo el país, eso fue cosa de días. Otra cosa es aprender a hacer la lucha política en estas condiciones.
Nosotros la hacíamos en las otras condiciones. Los combatientes se enfrentan con un problema sicológico. Durante la lucha armada cada uno tiene su arma, se ha incorporado a la lucha por su voluntad, por considerar justa la causa. Tiene el arma en la mano y en el combate se realizan cada uno de los individuos. Hay una congruencia entre los objetivos, ideales y la acción. Cada uno siente que pesa y contribuye.
¿Qué pasa en la lucha política? Es otra cosa. La acción individual no pesa de la misma manera. La realización no ocurre tan automáticamente. Hay que aprender a dominar una multitud de temas. La lucha política se hace cada vez más complicada. Hay que ganar a la gente. Estábamos acostumbrados a ganar a la gente para aquel otro enfrentamiento. Ahora es otra cosa. Hay una gran disputa por la mente de la gente. Ya no es tan fácil distinguir quiénes son los buenos y quiénes los malos. En la guerra sí, yo estoy de este lado y los otros de aquel lado.
Además, aquel derrumbe del socialismo de estado también trajo algún derrumbe en la cabeza de algunos dirigentes que creyeron en el discurso del fin de la historia. Decidieron abandonar el barco de la revolución que según ellos era obsoleto e iniciar su tránsito a otra embarcación. Se fueron y formaron otro partido. Hoy son nadie. Si, ésto fue hasta muy simbólico porque hasta Joaquín Villalobos que había recibido un fusil que le regaló Fidel, como para lanzar un mensaje de que se había hecho bueno, se fue a México y en una ceremonia pública le entregó el fusil a Salinas de Gortari, el fusil que le había regalado Fidel Castro.
Todo aquello, al principio, causó mucha confusión, mucha frustración. Como la búsqueda de una solución política negociada fue nuestra posición durante toda la guerra y como era discutida por todos, en los frentes, en el exterior, en todas partes; era una política apoyada por todos. Así que la negociación no tuvo problema. La búsqueda de una solución negociada era unánime y siguió siendo unánime hasta el final. Todos los compañeros sabían que imponer la negociación era una victoria. De tal manera que cuando se firmaron los acuerdos de paz en México, la gente en las calles de San Salvador salió sin ningún miedo. Habían hecho en sus casas decenas de miles de banderas del FMLN que salieron a agitarlas a las calles. Fue un gran júbilo popular.
Si no hubiésemos negociado, ahí sí que la guerra se debilitaba. No por el derrumbe del socialismo sino por la falta de incorporación popular. Ya había cansancio. Son alrededor de 80 mil muertos. Ya se habían ido del país un millón de personas viajando ilegalmente a EEUU y al Canadá, a los países vecinos. La gente se fue cansando también. La solución negociada era una solución popular.
Y la vida está demostrando que hicimos bien. Lo que hicimos es traspasar la lucha de un escenario a otro. !!Si la lucha no ha terminado!!. Si nosotros hubiéramos esperado a estar debilitados, porque el problema no es tener o no armas. Ése es un problema a resolver y algún día se podrá escribir toda la historia de ingenio y heroísmo de nuestras líneas de abastecimiento internacional. Nuestros compañeros pusieron una gran creatividad y les pasaron en las narices armas a los yanquis y a todo el mundo.
Todo ese cuento de que tienen una gran sofisticación y que hablan en la TV sobre cuestiones computarizadas, ya habíamos aprendido nosotros la lección de los vietnamitas: oponer a la tecnología más sofisticada la técnica más primitiva.
El problema no eran los armamentos, el problema decisivo es otro: los que empuñan las armas y la continuidad de la incorporación del pueblo al combate. Una vez que la guerra se desarrolla comienza a haber bajas. Si no hay voluntad para reponer las bajas no se puede mantener la guerra, y si no hay voluntad para incrementar más allá de las bajas el número de los que se incorporan, no se puede crecer. Así de sencillo. Cuando ese factor comienza a debilitarse, hay que saberlo medir. Si nosotros hubiésemos esperado para negociar varios años más tarde, hubiésemos estado en condiciones muy desventajosas.
Otra cosa es Guatemala, allí los yanquis no se llegaron a involucrar. Más bien creían que ahí podían hacer el ejercicio de castigar a los militares y presentar eso como un botón de muestra de su política de democracia y de derechos humanos. Cada vez que querían hacer una demostración de su democracia le aplicaban castigo a los militares guatelmatecos. Los militares en Guatemala llegaron a tener urticaria contra los gringos. Si uno los escucha hablar parecen todos antimperialistas. En Guatemala los compañeros, aunque en condiciones más débiles que nosotros han obtenido una negociación muy interesante con puntos muy importantes. Pero son distintas las correlaciones, el contexto en el que actuamos nosotros y en el que están actuando ellos. Sin desmedro de lo que ellos están haciendo. Nosotros celebramos que los compañeros aprendieron bastante de nuestra negociación incluso yendo más lejos en muchos temas.
Una vez que esto se comenzó a aplicar en la práctica, lo que obtuvo el nivel más alto de cumplimiento fue la reforma militar, porque había un interés generalizado en la sociedad. Otros temas son los que aún no terminan de cumplirse hasta ahora. Sigue la disputa en eso. Yo creo que hicimos bien, teníamos razón. Se han abierto enormes espacios. Nosotros estamos actuando en esos espacios. Luego de haber pasado cierta turbulencia, ahora somos mucho más fuertes. Además nos hemos unificado más. Resolvimos disolver las estructuras del FMLN y dimos una sola estructura. Con la libertad de que pueden existir corrientes de pensamiento y expresarse, pero sin tener estructuras que tomen decisiones paralelas. Hoy el FMLN está más unificado. No sólo por eso, el pensamiento es más unificado y más coherente.
El FMLN se ha definido como un partido revolucionario, democrático y socialista. Dentro de ese marco puede haber matices y hay una gran democracia interna. Se acabó la designación de directivos por negociación o a dedo. Ahora hay votación directa y secreta. No todo es virtud. Eso de la votación directa y secreta trae también sus complicaciones, a eso hay que agregarle que se ha adherido gente que no viene de la experiencia anterior, con ambiciones de candidaturas. Hay quienes tratan de convertir eso en una lucha por candidaturas, formar sus grupos, hacer clientelismo. Ése es el riesgo y hemos desatado una permanente lucha.
A veces uno escucha hablar que la democracia y la participación resuelven todo. Y no, eso comienza a crear un nuevo tipo de problema, que tiene una gran capacidad de descomposición. No basta con promover la democracia. Hacen falta un montón de otras cosas para que efectivamente la democracia vaya limpiándose por la acción de la gente misma. La elevación de sus niveles de conciencia, la elevación de la ética en política, tiene que ver no sólo con la corrupción del Estado, sino al interior de nuestros propios partidos. Y uno no termina de sorprenderse cuando empieza a ver a gente que uno conoce desde hace tiempo que fueron una maravilla, sacrificándose por todo y ahora los ve lanzados a una politiquería corruptora.
El FMLN salió de las elecciones del 94 como la segunda fuerza política del país. Desde entonces hasta acá, esto se ha consolidado y ha crecido. La distancia entre el partido y el gobierno es muy estrecha. Habrá elecciones a diputados y alcaldes en 1997. Con toda seguridad nosotros vamos a subir bastante más y en el ‘99 va a haber elecciones presidenciales. No quiero que se formen la idea de que vamos en marcha triunfal. En este negocio de las elecciones puede ocurrir cualquier cosa, como se ha visto en Sudamérica y los compañeros brasileños pueden explicarlo mejor que yo.
Pero, lo que hicimos con la negociación está jugando su papel. En el terreno económico – social se puso en marcha un proceso de concertación multisectorial en el que está participando el movimiento popular, los partidos progresistas y las organizaciones de las empresas privadas; tratando de concertar un plan nacional de desarrollo económico social alternativo al neoliberalismo, alternativo al esquema de gobierno. La lucha ha pasado a otro terreno, pero la lucha continúa.