Frank Sinatra en Mariona
Por Juan José Dalton
Vivencias de un preso político durante la guerra civil
SAN SALVADOR – El 27 de octubre de 1981 cumplía mis 25 años, pero fue como volver a nacer. En tales circunstancias no podía tener mejor regalo en la vida: de las cárceles clandestinas del Cuartel General de la Policía de Hacienda (PH), conocida entonces también como “la de azúcar”, fui trasladado a la Penitenciaría Central “La Esperanza”, en Mariona, al norte de la capital salvadoreña.
El médico Wilfredo Centeno y el dominicano Manuel Terrero que usaba el seudónimo de “Frank”, con quienes me habían capturado, el 7 de octubre de aquel mismo año en las montañas de Chalatenango, tras una larga odisea (historia que merece otros cuentos), fueron igualmente trasladados a Mariona. Lo mismo los integrantes del “Pelotón Atonal”, de la organización Resistencia Nacional (RN), incluido un viejito colaborador, a quien los de la PH apodaron “Farabundo Martí”.
Nos tiraron amarrados unos a otros en la cama de un pick up y fuimos rodeados por varios agentes que con sus G-3 nos apuntaban en la cabeza. “Si intentan rescatarlos, serán los primeros en morirse”.
En mis “adentros” imploraba que ojalá no se les ocurriera a los “compas” hacer algo en el trayecto hacia Mariona; que ni siquiera estallara la llanta de algún carro, de lo contrario iríamos directo al otro mundo.
Por suerte no ocurrió percance alguno y llegamos a Mariona sin problemas. Fuimos registrados y nos enviaron a una celda provisional donde pasamos todo el día. Era una especie de jaula. Los presos comunes iban a vernos como si estuvieran admirando a animales en el zoológico.
Al siguiente día nos trasladaron al Sector Cuatro, que era nuevo y preparado únicamente para presos políticos. “Frank”, el doctor y yo, como habíamos sido capturados en los montes, estábamos peludos y barbudos. Los del “Pelotón Atonal” no, porque ellos actuaban en San Salvador, o “la Metro”, como le decían a la capital en el argot insurgente.
Cuando estábamos en la PH “Frank” había sido obligado a declarar ante los medios de prensa, a los que les dio a conocer su verdadero nombre, o de pila: Manuel Enrique Terrero Sánchez…, lo demás que reconoció fueron inventos que después le costaron 14 meses en las bartolinas policiales.
El ejército supo un poco después que Terrero había sido oficial de la Marina dominicana y había estado en Cuba entrenándose con la gente del guerrillero dominicano Francisco Caamaño. Entonces lo secuestraron de Mariona y lo regresaron nuevamente a la PH, donde lo interrogaron agentes de la inteligencia estadounidense, de la CIA.
En aquel momento sólo habían sido capturados dos extranjeros que colaboraban con la guerrilla: el aviador costarricense Talavera y el nicaragüense Orlando Tardencilla. El tercer fue “Frank”.
Unos días antes de ser trasladado a Mariona recibimos la visita de miembros de la Cruz Roja Internacional y ello nos dio la garantía de que ya no nos iban a “desaparecer”. Yo les pedí que avisaran a mi abuela María (la mamá de mi padre), pero hasta después de ser enviado al penal y así lo hicieron.
Durante los interrogatorios nunca dije tener apellido Dalton, sino que García, por lo tanto, la Policía jamás se dio cuenta de mi verdadera identidad. Cuando alguna comitiva de oficiales llegaba a ver al extranjero capturado, un oficial del Servicio de Inteligencia (S-2) de la PH indicaba: “El más barbudo es el dominicano, el otro es el médico y el otro cipote (que era yo), es un vago cualquiera”. Hería un poco mi ego, pero tenía que quedarme callado.
Los tres meses que estuve en Mariona convivimos en el mismo sector de presos políticos dos Juan José García. Así que pasé desapercibido.
Bueno…, resulta que aquel era día de visitas, creo que un jueves. Mi abuela llegaría con mi tía Orbe, que en la actualidad tiene 96 años. Eran a las únicas que en un principio les confió que yo estaba preso. Juntas, mi mamá María y mi tía Orbe, habían apoyado en el pasado a mi padre; también a Cayetano Carpio (fundador de la guerrilla salvadoreña) cuando estuvo en la famosa huelga obrera en 1967. Años más tarde me estaban apoyando a mí.
A la visita anterior había llegado sólo mi abuela y yo le había advertido que la próxima visita no preguntara por mí sino que por “Frank”. Yo suponía que como él había salido en la TV y en los periódicos, ya mi abuela estaba enterada de que su verdadero nombre era Manuel Enrique Terrero Sánchez.
Aquel día estábamos en el salón de visitas en espera de nuestros familiares cuando de pronto veo entrar a dos ancianas cada una con una colchoneta al hombro y una bolsa en la otra mano… pero venían muertas de risa.
!¿Qué será?…, estas señoras se volvieron locas!, me decía en mis “adentros”. Cuando se me acercaron y nos pudimos abrazar, mi tía Orbe me hizo el cuento.
Resulta que cuando les llegó el turno para registrarse como visitantes después de hacer una larga fila, el vigilante preguntó a las dos señoras a quién venían a visitar.
Mi abuela titubeó por un momento, pero mí tía se adelantó y dijo que venían a ver a “Frank”.
¿Frank qué, señora?, insistió el vigilante.
“Sinatra”, respondió mi tía sin mucha contemplación.
Mientras me hacían el cuento yo sudaba frío. Pero aquellas dos ancianas se reían y decían: “qué brutos son los hombres que los cuidaban. Lo peor de todo es que el muy bruto apuntó Sinatra con C”, recalcó mi tía Orbe.
Así quedó registrado: Frank Sinatra, con “C”, estuvo detenido en Mariona y dos señoras lo fueron a visitar, por allí por noviembre de 1981.
A los presos políticos se nos había permitido tener una guitarra, como una concesión del entonces director del penal y mientras “Frank”, digo, Manuel Enrique Terrero Sánchez, estuvo en Mariona, nos juntábamos a su alrededor para oírle cantar, no “Extraños en la noche” ni “A mi manera”, sino boleros, sobre todo le pedíamos que cantara “Moliendo café”.