Kocorico Suárez * – Thursday, May 19, 2005 hora 15:28
José Humberto Velásquez
Su nombre era Edgardo Suárez Contreras, pero sus compañeros de colegio no recuerdo si del Externado de San José o del Liceo Salvadoreño le llamaban “Kocorico Suárez” Nunca supe por qué. Lo conocí en la hacienda La Bermuda, de don Meme (¿) Mayora cerca de la ciudad vieja o San Salvador original situada entre el cerro Tecomatepe y el río Sucio.
Por la pasada década de los 40 en el Valle de Suchitoto, estaba el “Campo escuela de la Bermuda”, lugar en el que se reunían los campamentos de los Scout -que el padre Juanito (Juan García Artola) insistía en llamar Exploradores de El Salvador.
Por ese entonces, Kocorico Suárez era un scout delgado y chele, vivaz, inquieto, muy ocurrente e imaginativo. Formaba parte de una de las tropas número 1 ó 2 tampoco lo recuerdo es decir, del grupo de los hermanos Duarte (Napoleón) y Rolando, de Chamba Simán (Salvador) y Félix, de Chepe Mayorga Rivas (José) y Enrique, de Poncho Mata Gavidia (Alfonso) y Carlos, de Dicky Alarcón (Ricardo) y Loui, de Armando Zelada y tantos otros.
A la Bermuda acudíamos las tropas 1a y 2a. de San Salvador, la 4a. de Suchitoto y la 6a. de la Catedral Metropolitana en la cual yo militaba junto con Alejandro Coto, el Loco Man Ba 3 (Manuel Antonio Bátres), Víctor Muñoz, los hermanos Fifos Herrera, los Ramos (Nicolás e Israel) y muchos más.
El sólo nombre de Kocorico llamaba la atención, pero se destacaba, además, por sus actuaciones en las fogatas nocturnas y en los “juegos técnicos” (Las cuatro antorchas, Captura de los tanques de asalto, el zorro blanco, etc.) Recuerdo que durante un campamento en navidad protagonizó, en el “Gran Juego del Zorro” al Zorro Blanco, personaje secreto que sólo hacía travesuras sin darse a conocer, pero dejando siempre su firma (Z). Con sus audacias puso su firma en el banderín de la patrulla del Clarinero, en la olla grande de los Halcones y mil jugarretas más.
Sin embargo, como más lo recuerdo es en la danza INGONYAMA que, junto con Dicky Alarcón, representó en la última fogata. Era un fila de danzantes ridículamente disfrazados que seguían rítmicamente a un pontífice o jefe que clamaba estentóreamente; ¡lngonyama¡
Y ellos respondían ¡Inbajú!; mientras sonaban lóbregos los tambores sacrificaban a una doncella, en medio de piruetas tan ocurrentes y divertidas que todos alrededor de la fogata nos moríamos de la risa.
Años después me lo encontré en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional; y posteriormente en CONAPLAN, Consejo Nacional de Planificación Económica. La última vez que lo vi fue en agosto del 2004 en el auditorio del Hospital Rosales.
Convocada por una asociación de médicos humanistas se reunía una mesa redonda sobre el significado de ser salvadoreño, Kocorico Suárez fue el moderador, invitado por el Dr. Cortez. En su presentación se refirió a nuestra vieja amistad y andanzas escultas. Era el mismo hombre fino, con su simpatía de siempre. Antes y después del acto público compartimos risas y remembranzas. Mi impresión es que, a pesar del tiempo transcurrido, no había cambiado mucho.
*Del texto en preparación “No me lo cuente, yo