La controversia en torno de la diversidad

La controversia en torno de la diversidad (fragmentos)
Gilberto Valdés Gutiérrez
Fecha de publicación: 15 de Septiembre de 2004

¿En qué medida la nueva unidad sociopolítica devendrá garantía para asumir, respetar y desplegar la emergencia de la diversidad (sociocultural, étnico-racial, de género, etaria, de opciones sexuales, diferencias regionales, entre otras que son objeto de manipulación y diversas formas discriminatorias por el actual orden enajenante del imperialismo global) no como signo de dispersión y atomización, sino como signo de fortaleza y como la propia expresión de la complejidad del sujeto social-popular en las dimensiones micro y macro social?

Admitamos que la absolutización de un tipo de paradigma de acceso al poder y al saber, centrado en el arquetipo “viril” de un modelo de hombre racional, adulto, blanco, occidental, desarrollado, heterosexual y burgués (toda una simbología del dominador), ha dado lugar al ocultamiento de prácticas de dominio que, tanto en la vida cotidiana como en otras dimensiones de la sociedad, perviven al margen de la crítica y la acción liberadoras.
Nos referimos, entre otros temas, a la discriminación histórica efectuada sobre los pueblos indios, los negros, las mujeres, los niños y otras categorías socio—demográficas que padecen prácticas específicas de dominación. Dichas prácticas de dominio, potenciadas en la civilización (y la barbarie) capitalista, han penetrado en la psiquis y la cultura humana.
No de otra manera se explica la permanencia de patrones de prácticas racistas, sexistas y patriarcales autoritarias que irradian el tejido social, incluso bajo el manto de discursos pretendidamente democráticos o en las propias filas del movimiento anticapitalista.

La predisposición de muchos movimientos sociales hacia la impronta de las formalizaciones políticas (el temor al verticalismo y a la nivelación de lo heterogéneo, a la visión tradicional de cierta izquierda que concibe la diversidad como un lastre a superar y no como riqueza y potencialidad a articular sobre la base del respeto a la autonomía de los distintos movimientos) y la advertencia de los partidos de izquierda sobre la posibilidad de agotamiento (o cooptación) del movimiento social que no avance hacia la construcción colectiva de alternativas social-políticas de verdadera direccionalidad antineoliberal y anticapitalista poseen, a su turno, razones atendibles, base de los debates necesarios en la actualidad.

La explosión del tema de la diversidad no obedece, sin embargo, a una moda, por más que tampoco escapa a ciertos intentos de carnavalización en alguna que otra pasarela del movimiento de los movimientos. “Construir la convergencia del conjunto de movimientos y fuerzas sociales a través de las cuales se expresan las víctimas del capitalismo neoliberal globalizado afirma Samir Amin– exige, sin duda alguna, el respeto a su diversidad”.

Cabe destacar como rasgo determinante la pluralidad de expresiones socioculturales, propuestas políticas y visiones filosóficas, religiosas y cosmológicas que, por lo general, convergen en la actitud crítica, beligerante y propositiva frente a la civilización excluyente, depredadora y patriarcal rectoreada por el capital.

Existen, al menos, tres actitudes que cuestionan o intentan “conducir” el derrotero de esa diversidad como valor positivo. La primera y tal vez más identificada es la que centra y limita (política y teóricamente) el alcance de las luchas democráticas a la noción de ciudadanización, como vía para denunciar los poderes globalizadores no legitimados y sus facilitadores nacionales y activar así a la sociedad civil para nuevos consensos en torno a un orden político alternativo que reformule el ideal socialdemócrata en las nuevas condiciones del imperio.
Dentro de esta actitud habría que no incluir a quienes favorecen la radicalización de las nuevas formas de actividad ciudadana, desplegadas a nivel local, municipal, nacional, continental y mundial, en pos de un cambio profundo de las instituciones y las políticas económicas y sociales, a nivel global y nacional. Esta postura se deslinda de quienes pretenden levantar la figura del ciudadano-na con las miras puestas en la “democratización” y “humanización” del orden capitalista, mediante la construcción de nuevos contratos sociales internacionales, para dar contenido ético a la futura gobernación mundial, una vez que finalice la actual fase “economicista” de la globalización.

La segunda actitud viene de quienes no han superado la “lectura liberal de la diversidad”, que alaba la heterogeneidad de actores sociales presentes en estos encuentros mundiales, siempre que la atomización (aunque no se asuma como tal) sea presentada como presunto signo de fortaleza. Hay una gama de visiones afines a esta perspectiva liberal-democrática.
Están los-as que se parapetan en las demandas específicas (y su fundamentación histórica, ideológica, teórica o cultural) de uno u otro actor, de uno u otro movimiento o sector social y no ven posibilidades de articulación con otros cuya relación ha sido en el pasado (o puede llegar a ser) conflictiva en algunos de los referentes apuntados.
Más negativo es pensar (desde la diferencia legítima o inculcada por prejuicios comunes de ambos hipotéticos actores) en la imposibilidad de hallar vías y modos de articulación de demandas y perspectivas libertarias que se consideran irreductibles e imposibles de converger en propuestas y acciones comunes, aun manteniendo discrepancias y visiones propias sobre puntos específicos. Cuando estas actitudes se fundamentan en una visión light, despolitizada de los movimientos sociales se hace más fácil la manipulación y el control social de los poderes hegemónicos sobre los presuntos actores contestatarios.

Una tercera postura salta cuando desde las diferentes expresiones de la izquierda orgánica, se menosprecia la capacidad de construcción y propuesta política de los movimientos sociales y populares, de sus líderes naturales y activistas. Ni el clásico “entrismo”, ni la sacralización de la “organización” elitaria y verticalista pueden dar cuenta efectiva del movimiento social-popular generado globalmente por el nuevo imperialismo y el orden genocida (humano, social y natural) de la globalización.
Por otra parte, apostar por el movimiento social en sí mismo, como demiurgo de la nueva civilización, nos conduce a los peligros antes señalados. No hay fórmulas a priori para evitar estos males. Hoy como nunca antes la izquierda requiere elaborar un “nuevo mapa cognitivo”, puesto que “es necesario pensar en una empresa muchísimo más difícil: la labor histórica de superar la lógica objetiva del capital en sí, mediante un intento sostenido de ir más allá del capital mismo”. Pero esas alternativas social-políticas no serán obra de gabinetes ni fruto de ninguna arrogancia teórica o política. Serán construidas como proyectos colectivos y compartidos, desde y para el movimiento social-popular.

Lo primero que habría que admitir es que la emergencia de la diversidad es un dato del sujeto social-popular, entendido como el conjunto de clases, capas, sectores y grupos subordinados que abarcan la mayoría de nuestros países, y que sufren un proceso de dominación múltiple. Si la dialectización de los conceptos de identidad y diferencia es una necesidad a la hora de concebir la construcción contrahegemónica orientada hacia un nuevo tipo de socialidad realmente democrática y popular, que involucre al conjunto de las clases y sectores potencialmente interesados en tales transformaciones, lo es también hacia el interior de cada actor social.

Pero no hay que olvidar que el multiculturalismo globalizador del capitalismo contemporáneo cuenta con herramientas que le permiten sentar las bases para pensar la diferencia en clave de diversidad, y la diversidad en clave de desigualdad natural. Dado que todas las personas contamos con cualidades distintas, con competencias disímiles, la diversidad es en realidad un reflejo natural de las cosas, que se traduce en un marco de igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades (no de resultados), en desigualdades más que justificadas.

Es preciso, pues, admitir la existencia de múltiples sectores, prácticas contestatarias y lenguajes especializados que se constituyen a raíz de demandas puntuales en el seno del movimiento social, algunos con más capacidad crítica y propositiva en relación con la sociedad global que otros. Sin embargo, la diversidad fragmentada y desarticulada de micropoderes y redes capilares autónomas (la microfísica organizativa) no son precisamente un signo de fortaleza frente a la hegemonía de los poderes políticos y económicos transnacionalizados y sus pretensiones de totalidad.
“La soledad de cada individuo diferente e idéntico son la base de la masificación, es decir, la igualdad forzada se basa en la diferencia forzada”. Hemos pasado, tal vez, de la invisibilidad total de la diversidad de actores y lenguajes, a la expresión absoluta de la misma como presunta fuente de fortaleza.

Esta sana perspectiva centrada en el reconocimiento de la diversidad puede ser objeto en sí misma de sutiles manipulaciones, en la medida en que la igualdad, la diferencia y la identidad se encapsulen en fórmulas forzadas, de relativa docilidad para la lógica del control social por parte de los poderes hegemónicos de la sociedad burguesa.

Para que la diversidad no implique atomización funcional al sistema, ni prurito posmoderno de relatos inconexos es preciso pensar y hacer la articulación, o lo que es lo mismo: generar procesos socioculturales y políticos desde las diferencias. El pensamiento alternativo es tal únicamente si enlaza Diversidad con Articulación, lo que supone crear las condiciones de esa articulación (impulsar lo relacional en todas sus dimensiones como antídoto a la ideología de la delegación, fortalecer el tejido asociativo sobre la base de prácticas y valores fuertes (de reconocimiento, justicia social, equidad, etc.).

El reconocimiento de las diferencias deviene punto de partida para la constitución de sujetos con equidad entre los géneros y reconocimiento de las identidades respectivas. Sin embargo, la diversidad en sí misma puede ser fundamento tanto de una genuina unidad de acción desde lo local, de construcción de la alternativa desde abajo, como base de conflictos en la vida cotidiana que se diriman negativamente en favor de la dispersión y la atomización.
En consecuencia, surge la necesidad de pensar en cómo promover prácticas que permitan visibilizar y concienciar la diversidad a la vez que se fortalezca, sobre dicho reconocimiento, la ética de la articulación entre los diversos actores, el principio de integración táctico y estratégico y la unidad sociopolítica consensuada necesaria al proyecto de emancipación social y dignificación personal frente al orden neoliberal mundializado.

No tenemos, en esto, dudas: necesitamos construir una ética de la articulación, no declarativamente, sino como aprendizaje y desarrollo de la capacidad dialógica, profundo respeto por lo(a)s otro(a)s, disposición a construir juntos desde saberes y experiencias de acumulación y confrontación distintas, potenciar identidades y subjetividades.

En este sentido, parece hoy más importante encontrar una matriz política, ética y simbólica que permita integrar, sin exclusiones, todas las demandas emancipatorias, libertarias y de reconocimiento que dan sentido a las luchas de los actores sociales que están hoy frente a un sistema de dominación concreta, y que arrastran, como sucede particularmente con las mujeres, ancestrales opresiones y discriminaciones de difícil y/o incómodo reconocimiento para los hombres (y para las mujeres instrumentalizadas por el patrón masculino dominante), educados en el sofisma patriarcal. Para ello es clave reconocer estos cuatro nódulos de referencia: el género, la raza, la etnia y la clase.

Lo anterior requiere, en consecuencia, la búsqueda de un eje articulador que pasa, inevitablemente, por la creación de un nuevo modelo de acumulación política. Esto presupone, al menos:

• el reconocimiento de la especificidad cultural y la competencia simbólica y comunicativa de cada sujeto o actor social, la realización de acciones comunicativas de rango horizontal que permita develar las demandas específicas sin preterir las de otros sectores.
• la aceptación de la pluralidad de maneras de acumular y confrontar propias de cada tradición política dentro del movimiento popular.
• promover el protagonismo popular y contribuir efectivamente a crear las condiciones para que ese protagonismo sea posible, como una fuerza nueva capaz de integrar las más diversas tradiciones y las formas organizativas más variadas, y articular horizontalmente (no unificar verticalmente) .

Lo importante es no encapsularnos en corazas corporativas y pensar qué nos une, qué podemos aprender de unos u otros movimientos y perspectivas liberadoras, qué retos comunes enfrentamos y qué compromisos históricos claman por nuestro accionar.

NOTAS Y REFERENCIAS:

1. Cf. Jorge Luis Cerletti: El poder bajo sospecha, De la Campana, Buenos Aires, 1997.
2. Samir Amín: Convergencia en la diversidad, 9 de febrero de 2002, www.rebelion.org.
3. Ibidem.
4. Cf. Leis, Raul: “El sujeto popular y las nuevas formas de hacer política”, Multiversidad, N. 2, Montevideo, Marzo de 1992.y Gilberto Valdés Gutiérrez.: El sistema de dominación múltiple. Hacia un nuevo paradigma emancipatorio, Tesis de doctorado, Fondo Instituto de Filosofía.
5. Stefan Gandler: “Tesis sobre ¨Diferencia e Identidad¨”, Dialéctica, N. 32, Primavera de 1999, Universidad Autónoma de Puebla, p. 114.
6. Cf. José Luis Rebellato: Antología mínima, Editorial Caminos, La Habana, 2000.
7. Ibidem.

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