La independencia americana Estado, revolución y lucha de clases

La independencia americana Estado, revolución y lucha de clases
Caviasca, Guillermo (2010), “La independencia americana. Estado, revolución y lucha de clases”. En Caviasca, G., La guerra de la Independencia. Una revolución posible. Buenos Aires, Cooperativa Gráfica El Río Suena.

Hace doscientos años, en 1810, con pequeñas variaciones temporales de acuerdo a la región, surgieron en las entonces colonias españolas de América una cantidad de juntas de gobierno autónomas. Estas juntas aparecen en el relato histórico como hitos fundamentales del inicio de la independencia política de los actuales países latinoamericanos. Pero este es el único punto de acuerdo general entre todos, gente común, especialistas y diferentes tendencias ideológicas. A partir de esta constatación la cosa se pone más difícil.

Cuando pensamos en ese periodo ¿Se puede hablar de “revolución” en el sentido fuerte de transición de un tipo de sociedad hacia otro diferente? ¿Fue un proceso americano o diferentes procesos locales? ¿Existieron luchas políticas que expresaban diferentes modelos nacionales o solo luchas de facción intra-élite? ¿Hubo protagonismo popular o solo clientelas? ¿Existía una nación americana o múltiples naciones? ¿La nación o naciones son previas o fueron construcciones posteriores? Y finalmente ¿se puede hablar de nación para las comunidades americanas o estas son solo proyectos superpuestos sobre identidades fraccionadas y diversas?

En este artículo presentaremos algunas hipótesis sobre la cuestión nacional para el caso latinoamericano en el proceso de independencia y construcción de Estados-nación. Lo abordaremos desde la perspectiva de las clases oprimidas y especialmente veremos que posibilidades ofreció la lucha nacional a las mismas. En relación con esto veremos que aportes de la teoría revolucionaria originada en Marx permiten abordar estos temas y que elementos novedosos presentó la formación social americana y las luchas desarrolladas en ella que obligaron a nuevas formas de pensar esta realidad para el marxismo revolucionario.

No fue mucho lo que los iniciadores del materialismo histórico y dialéctico dijeron de América latina. Varias razones fueron determinantes de esta ausencia en sus densos y numerosos escritos. Primero, que entre 1840 y 1880 periodo del desarrollo intelectual de Marx y Engels los nacientes países estaban aún en formación, eran sociedades con múltiples rasgos feudales, dominadas por clases de hacendados señoriales y algunos enclaves exportadores de materias primas. Aún la Argentina, donde hacia 1880 una burguesía terrateniente había consolidado su dominio sobre el Estado y sobre el territorio, no debía ser atractiva para que los teóricos de la revolución proletaria pusieran su atención en ella. Segundo, porque tanto Marx como Engels eran hombres de su tiempo, “ni omnipresentes, ni omnisapientes” cualidad que los hombres reservan solo a los dioses. Y en su tiempo la idea de progreso técnico y racional mostraba a Europa (y los EEUU) como lo más avanzado de la humanidad y por lo tanto lo mas cercano al socialismo como siguiente etapa en la evolución de la misma.

Pese a ello Marx planteaba claramente, hacia el final de su vida, que las hipótesis de desarrollo del capitalismo o transición al socialismo que son presentadas en su obra parten del estudio de las formaciones sociales concretas de Europa occidental y que en sociedades de historia diferente pueden darse caminos originales1. Y afirmaba que, para pensar la revolución en formaciones sociales diferentes a la europea occidental, debía agudizarse el estudio de las mismas. “He restringido expresamente la «fatalidad histórica» de este movimiento (sucesión de modos de producción: esclavitud – feudalismo – capitalismo – socialismo) a los países de Europa Occidental” precisaba Marx y agregaba que, “en Rusia, gracias a una combinación única de las circunstancias, la comunidad rural, que existe aún a escala nacional, puede deshacerse gradualmente de sus caracteres primitivos y desarrollarse directamente como elemento de la producción colectiva a escala nacional”[2]. Remitiéndose a El Capital detallaba que la concentración de la pequeña propiedad individual (burguesa) en gran propiedad es el camino que se dio en Inglaterra y se estaba dando en Europa occidental. Diferenciándolo del camino ruso en el que, aún en su génesis capitalista, partía de grandes concentraciones de capital que en occidente habían tardado siglos en evolucionar.
Así como para Rusia, vemos que en la extensa obra de los creadores del materialismo histórico, existen análisis y reflexiones sobre otras sociedades no europeo occidentales y también otros tiempos pasados. Por eso podemos tomar nota de que Latinoamérica no haya entrado entre sus lugares de interés. Más aún, podía haber sido pertinente, desde el punto de vista analítico, el caso latinoamericano ya que, la revolución burguesa con sus facetas política, económica y filosófica, fue la que inspiró el pensamiento revolucionario independentista sobre el futuro de la sociedad. Y ésta revolución fue un proceso en el que la lucha por la independencia americana (incluyendo la de los EEUU) fue parte. Esto se hacía evidente en el discurso de los principales revolucionarios, para mencionar solo algunos de nuestro Cono Sur, Moreno, Artigas, San Martín eran claramente hombres de la revolución burguesa, inspiraban muchas de sus concepciones y apoyaban sus proyectos e ideas en los ejemplos franceses, ingleses o norteamericanos, en lo que tenían de emancipadores.

Quizás, el periodo que mencionamos de formación y desarrollo del pensamiento de Marx y Engels (1840-1880), coincidió con la poco interesante deriva que tomaron las fraccionadas repúblicas hispanoamericanas y el Imperio esclavista del Brasil. Esa “mediocre metamorfosis” como José Mariátegui3 sintetizó la transformación con que las antiguas clases dominantes feudales o señoriales se acomodaron al nuevo orden para preservar sus privilegios sociales (y con ellos el atraso) y relacionarse beneficiosamente con la nueva metrópoli capitalista inglesa. Es entonces posible que para Marx, Engels y los primeros marxistas europeos el estudio de luchas y proyectos independentistas más avanzados, presentados por los patriotas de las primeras décadas, no les hubiese parecido importante de encarar. Es lógico que para pensar la revolución obrera en Europa, que en su contemporaneidad les aparecía como un desafío palpable, estudiar procesos que quedaron en pañales no fuera necesario.

Igualmente tres fueron los principales trabajos en los que Marx habla de nuestro continente. Un desafortunado escrito sobre Bolívar, una serie de artículos mucho más valiosos sobre la revolución en España y una apartado del capítulo sobre la acumulación originaria en El capital. En los dos últimos América latina es analizada subsidiariamente a un proceso más general. Pero en La revolución en España aparece una idea más amplia y original, del posible desarrollo de una revolución burguesa no calcada de la experiencia francesa o inglesa. Por un lado América aparece como factor de retaso de la revolución burguesa en la península al posibilitar una renta parasitaria a la clase aristocrática peninsular. Pero, por otro, el juntismo es visto por Marx como una expresión genuinamente española de revolución popular y progresista. En este sentido el juntismo americano debe ser visto como del mismo signo pero con condicionantes distintos. Si las Juntas eran la forma en que la revolución burguesa intentó su aparición en España ¿Qué expresaban en las colonias?

En este sentido según Carlos Marx “…una minoría activa e influyente consideró el levantamiento popular contra la invasión francesa como señal para la regeneración política y social de España. Esta minoría estaba formada por habitantes de las ciudades portuarias y comerciales (…) y elementos mas cultivados de las clases altas y medias…”[4]. Como vemos esta definición puede extenderse hacia puertos coloniales como el de Buenos Aires o Caracas. Todas las juntas desde las primeras en 1809 en Alto Perú expresan esa “forma nacional” con que el proceso de revolución burguesa se dio en el Imperio español. Las forman los grupos más dinámicos de las sociedades locales y se sostienen sólo donde la relación de fuerzas permite que la balanza se incline hacia los revolucionarios. Esa característica “nacional” de las juntas se ve también en sus influencias ideológicas. Ya que no es solo la ilustración francesa o la economía política inglesa la que aparece entre las ideas de nuestros juntistas, sino la ilustración católica española y la tradición política propiamente hispánica, con los conceptos de retroversión de soberanía, pueblos como cuerpo de vecinos y las mismas juntas. De la misma forma en que Marx ve claramente las posibilidades de un proceso de revolución burguesa nacional en España, nosotros lo expendemos para nuestro continente ya que el imperio español era una unidad jurídica y, en el plano de las elites que desataron el proceso juntista, una unidad cultural. Pero desde los inicios de la revolución, los americanos esbozaron una ideología revolucionaria propia con aportes diversos, superando a sus pares peninsulares. Pronto abordaron el desafío dar el gran salto hacia la construcción de una nación moderna, independiente y desarrollada “independiente de toda dominación extranjera” recalcan las actas de independencia no por casualidad. Y si bien reconocían las virtudes de la nueva economía y la existencia de una potencia que estaba a la cabeza en ese plano, pensaban en que la influencia de la nueva metrópoli imperial británica no definiera lo central de nuestro desarrollo.

Debemos destacar, en el mismo sentido que San Martín como continuador de los planes independentistas, había formado parte del ejército español. Y que en el ejército peninsular existía una fuerte corriente que adhería a las ideas liberales5. Con la derrota de las juntas españolas fueron derrotadas estas ideas en la península. La plena ocupación de España por Napoleón dejó en manos del Consejo de regencia (organismo de la aristocracia parasitaria) el comando de la resistencia. Fue en ese momento que San Martín se embarco para el Río de la Plata, después de pasar por Londres (donde afinaría su proyecto y los contactos con los logistas que se organizaban para la emancipación americana). En América continuó la lucha, entonces transformada en guerra nacional, construyendo la fuerza militar necesaria para inclinar la balanza definitivamente hacia el lado de los revolucionarios.
Y así podemos ver como, después del año 1815 con la restauración reaccionaria vencedora en toda Europa, paradójicamente el vuelco de las armas en América fue para los rebeldes. También es claro en este planteo como la apelación a cambios sociales que permitieran movilizar a las masas populares en los ejércitos independentistas era una condición de victoria. Que la revolución debía pasar de ser una declaración de doctores, comerciantes, clérigos y hacendados progresistas a ser una cuestión de masas era condición de victoria. Cuestión que fue clara en la guerra que se libró en el norte argentino y la actual Bolivia (una guerra que forma parte de un mismo proceso y que la historiografía se ocupo de desvincular) y que permitió frenar al las fuerzas restauradoras españolas (y criollas) en una línea aproximada de lo que hoy es el norte argentino. También la participación de las masas fue fundamental en el sitio de la base española de Montevideo o la formación del ejército de Los Andes. Pero, esta necesidad de participación popular, aparece aún mas destacada en las dos grandes etapas de la lucha de Simón Bolívar en el norte de América del sur6.
En el proceso artiguista o el salteño, la presencia de las masas va tiñendo la práctica de la conducción política militar de Artigas y Guemes. Esto se nota más aún en el odio que le profesaban sus enemigos oligarcas, terratenientes y grandes comerciantes. En el caso de Artigas un programa político agrario e institucional nos fue legado como afirmación concreta de esta influencia de las masas. Pero el caso más notorio fue sin dudas en Bolivariano. El cambio de política respecto de las clases populares al inicio de la campaña que llevaría sus armas hasta la victoria final, fue radical.
Pero siguiendo la hipótesis marxiana “Mientras se trató de la común defensa del país los dos grandes elementos constitutivos del partido nacional (reformistas y conservadores) permanecieron en completa unión. Su antagonismo reapareció cuando se encontraron reunidos en las cortes”[7] allí el sector conservador impuso la convocatoria al consejo real y, con este en ejercicio, se abolieron todas las medidas reformistas mediante el disciplinamiento de las juntas provinciales; esto debilitaría la base popular de la resistencia y llevó a la derrota “La junta central fracasó en la defensa de su país porque fracasó en su misión revolucionaria”[8]. Entonces vemos como la guerra de independencia nacional española encerraba en su interior, dialécticamente relacionada, una guerra civil por la transformación estructural del imperio. Esta lucha se daba de forma paralela en las colonias americanas, con la derrota de la fracción progresista en España los grupos rebeldes de América solo pueden reafirmar su voluntad de independencia total. Proclamaba San Martín en Perú en el año 1820 en un manifiesto dirigido a los oficiales liberales españoles “La revolución en España es de la misma naturaleza que la nuestra, ambas tiene la libertad por objeto y la opresión por causa (…) Pero la América no puede contemplar la constitución española sino como un medio fraudulento de mantener en ella el sistema colonial (…) Ningún beneficio podemos esperar de un código formado a dosmil leguas de distancia sin la intervención de nuestros representantes”[9]. Aquí San Martín les recuerda a los oficiales peninsulares la polémica que los delegados americanos ya habían planteado diez años antes: aún los liberales españoles no contemplan a America como igual sino como colonia y los criollos ya no pueden admitir eso.
Como dijo Marx para España, en América, el alejamiento del peligro español plateó en forma dramática las diferencias políticas entre los diferentes grupos de la elite independentista. Que tipo de Estado construir y como hacerlo legítimo, como estructurar un sistema de derechos y obligaciones y hacerlo aceptar por todos y como estructurar las relaciones económicas internas y con las potencias exteriores, fueron preguntas que encontraron respuestas diferentes, de diferente contenido social y que llevaron a enfrentamientos definitivos. En el Río de la plata, la amenaza externa paso a ser vista muy lejana mucho antes y una alianza entre comerciantes y terratenientes exportadores sentó las bases de un proyecto político destinado a tener futuro: el del partido liberal probritánico.
Pero volviendo al pensamiento original de Marx y Engels, como decíamos más arriba hacia los inicios de su elaboración teórica sus escritos fueron claramente negativos respecto de los pueblos externos a los que era el centro capitalista de entonces. Los escritos de Engels sobre México de 1849 son casi una apología imperial “los enérgicos yanquis desarrollarán California mejor y más rápidamente de lo que hubieran podido o querido hacerlo los perezosos mexicanos…”. La categoría “pereza” se repite, como en el análisis de Marx sobre Bolívar en 1859. Nota bioligisista si la hay y sin dudas parte del clima intelectual europeo de entonces. En el mismo sentido en 1953 y en el mismo periódico yanqui en el que escribió sobre Bolivar, Marx desarrolló su tesis positivista sobre los beneficios del imperialismo ingles en la India. “Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución (la eliminación de las antiguas formas de trabajo y propiedad y la irrupción del capitalismo) ¿Quién lamenta los estragos, si los frutos son placeres?” Y en otro artículo desarrolla: “Si introducís (mediante conquista) las máquinas en el sistema de locomoción de un país que posee hierro y carbón, ya no podes impedir que ese país fabrique dichas máquinas (…) el sistema ferroviario se convertirá por lo tanto en la India, en el verdadero precursor de la industria moderna”[10]. Proposición verdaderamente ingenua, que podríamos refutar sin muchas explicaciones con el ejemplo de nuestro país, si no fuera que la India le demostró en el muy corto plazo, al mismo Marx, lo completo de su error.
Pero como vimos, en su más riguroso estudio sobre la revolución en España, Marx deja entrever líneas para un análisis diferente: concebir el progreso mediante el desarrollo de las contradicciones internas de la formación social y no por conquista o (exclusiva) influencia externa. Allí podemos observar cuestiones que después serán más desarrolladas por Mariátegui para el marxismo en nuestro continente, como la “traducción” de las ideas ilustradas a la realidad nacional. Pero podemos encontrar una tesis que creemos nosotros será fundamental en el cambio de posición de los fundadores del marxismo sobre le problema colonial: la idea de que las colonias eran la causa del atraso de España y el freno a su revolución.
Por eso en 1969 le escribió a Engels “…durante mucho tiempo creí que sería posible derrocar al régimen irlandés por el ascendiente de la clase obrera inglesa. Siempre expresé este punto de vista en el New York Tribune. Pero un estudio más profundo me ha convencido de lo contrario. La clase obrera inglesa nunca hará nada mientras no se libere de Irlanda. La palanca debe aplicarse en Irlanda…”[11]. Y mucho más tarde, con el imperialismo desplegándose ante sus ojos Federico Engels extendió en juicio de Marx a todo el sistema imperialista en desarrollo: “Inglaterra estaba llamada a convertirse en el “taller del mundo”. Los otros países debían ser para ella lo que Irlanda, mercados de venta para sus productos industriales y fuentes de materias primas y víveres…”[12]
Interesantes y embrionarios planteos de los fundadores del materialismo histórico. Aunque no hacen referencia a América, invitaban a reflexionar sobre el supuesto rol progresivo del capital extranjero en los países del “tercer mundo”. Ideas que muy pocos se preocuparon en desarrollar. De esta forma la interpretación de la historia en nuestro país quedó reducida a una disputa entre liberales apologistas del progreso y del orden impuesto por la entente entre la oligarquía y el capital inglés vs. nacionalistas reaccionarios que añoraban el supuesto orden de un pasado idílico hispánico. Ni siquiera dos de los exponentes más lúcidos del marxismo historiográfico como Milciades Peña y Rodolfo Puiggros pudieron zafar de esta dicotomía en el análisis de nuestro siglo XIX. A pesar de sus demoledoras críticas a la oligarquía terrateniente sus trabajos no dejan lugar a alternativas. Sea como “visión trágica” en Peña o como aceptación de que el imperialismo inglés fue la forma en que Argentina entró a la modernidad en Puiggros. Sin dudas el revisionismo de izquierda intentó a través del rescate de los caudillos, de Artigas o aún de Rosas elaborar una historia donde los oprimidos tuvieran alguna alternativa, pero en general se quedaron a nivel de polémica, de interpretaciones forzadas, demasiado atados a la reivindicación de individuos y liderazgos13 o en la búsqueda de profecías auto cumplidas14. Una vía de crítica mariateguista a la historia de nuestra república independiente recién esta por escribirse.

Estado y revolución. Interpretación de nuestra independencia

No es nuestra intención ignorar que las condiciones de América latina para el desarrollo de la revolución burguesa no eran las consideradas necesarias. Pero, como es nuestra intención escapar a toda visión determinista de la historia, discutimos la idea de que la historia sucedió de la única forma que podía suceder y que las etapas de desarrollo del capitalismo en nuestro país estaban destinadas a ser como fueron. Partimos para ello de que la estructura y la superestructura están íntimamente relacionadas y es en cierto punto artificial, y que la acción de los hombres es fundamental (dialéctica) con las determinaciones estructurales. Los procesos de revoluciones políticas son “momentos” durante los cuales una nueva clase avanza en la consolidación de su hegemonía sobre le conjunto social. Es el momento de la toma del poder político, de la construcción de un tipo de Estado como herramienta para la consolidación de la nueva sociedad. La principal impugnación a las revolución americana parte de esta pregunta ¿Qué clase burguesa había en la América latina en condiciones de asumir ese rol?
No podemos hablar de una burguesía manufacturera lo suficientemente fuerte para encabezar el proceso emancipatorio y darle un claro contenido nacional, burgués e independiente. Los propietarios rurales eran la clase propietaria local en condiciones de perfilarse como dominantes de las nuevas naciones independizadas. Pero, indudablemente, la confluencia de intereses entre una masa de población rural y una elite terrateniente solo se puede dar en condiciones muy puntuales de defensa nacional; y nunca en luchas que tienen como objetivo, además, la transformación social. No es lo mismo el caso de los industriales en la relación con la masa obrera o popular, ya que (en general) en la época de las revoluciones burguesas el enemigo principal tiene su base en la propiedad territorial latifundista y privilegios políticos sustentados en ella. Sin embargo, consideramos que, la hegemonía absoluta que las oligarquías terratenientes asociadas la capital ingles alcanzaron en la segunda mitad del siglo XIX no estaba escrita en los orígenes del proceso. Por ello toda una corriente de líderes independentistas expresó más o menos orgánicamente otras posibilidades. Y las expresó en el plano de las superestructuras, de las ideas, de la legislación, de las fuerzas militares y de las peleas en torno a la “organización nacional” o sea de la forma de Estado. La reforma agraria artiguista, el Plan de operaciones de la Primera Junta de Buenos Aires, la gestión gubernativa de San Martín en el Cuyo, o (un poco más avanzado el periodo) las discusiones planteadas por el gobernador de Corrientes Ferré y (quizás por imposición de las circunstancias de aislamiento), la gestión de los López en Paraguay15.
En estos ejemplos alternativos, el centro de la construcción de la nueva sociedad, la dirección de la misma, no se encuentra en una clase, sino en el Estado (aunque quizás Ferré si exprese una clase manufacturera), en un centro político militar. El Estado movilizando recursos, concentrado hombres, poniendo límites a la influencia extranjera, favoreciendo el desarrollo de clases y dotando de ideología e identidad a la nueva sociedad. Quizás sea un poco exagerado decir que “no es una clase” la que produce estas políticas alternativas. Los doctores, generales, comerciantes y propietarios rurales, que formaron parte de estos núcleos que impulsaron proyectos independentistas alternativos (al oligárquico terrateniente subordinado al mercado mundial) eran también hombres que representaban un interés de clase. Eran hombres de la revolución burguesa. Pero, justamente, no eran la expresión “orgánica” de la clase terrateniente, como si lo fueron sus antagonistas dentro del campo patriota.
Tampoco es casualidad que aquí hayamos mencionado a ejemplos rioplatenses. Era en esta región donde la clase terrateniente señorial no se encontraba consolidada como dominante y donde la formación social oligárquico-dependiente era una tarea a construir. No bastaba solamente una mediocre metamorfosis de las viejas clases feudales, era necesario una acción política conciente y continuada que las llevara a ese lugar. Por eso nuestros patriotas más lucidos podían tener en mente la creación desde el Estado de una voluntad colectiva capaz de darle sustancia a sus proyectos. En el mismo sentido iban las ideas constitucionales manifestadas por Bolívar en sus proyectos de constitución de Bolivia de 1826 y en el decreto dictatorial de 182816.
Es interesante igualmente reflexionar sobre el devenir del pensamiento político de los revolucionarios que formaron parte del campo “Jacobino” o “liberal, nacional, popular” como Monteagudo, Belgrano, el General Guido, Manuel Moreno o el General San Martín (para mencionar algunos). No podemos incluir a Mariano Moreno (el paradigma del jacobinismo rioplatense) por que su polémica muerte no le permitió seguir protagonizando las luchas independentistas y revolucionarias siguientes. Todos fueron consecuentemente antirivadavianos, partidarios de los proyectos más amplios de independencia americana y contrarios a cualquier forma de sumisión extranjera. Pero a lo largo de su trayectoria, fueron tomando posiciones políticas que valoraban el tema del “orden” y la existencia de una autoridad central fuerte. Belgrano ya en el 20 (poco antes de morir) discusión con San Martín la posibilidad de aceptar el pedido del directorio de traer los ejércitos de la independencia a Buenos Aires para enfrentar a Artigas, Ramírez y Lopez17. La discusión ponía eje en el hartazgo del caos que impedía la existencia de un gobierno nacional. Las reflexiones de Monteagudo en Perú al abandonar el gobierno y poco antes de su muerte son aún más ilustrativas18. “Sólo un gobierno eminentemente vigoroso, capaz de deliberar sin embarazo y de ejecutar con rapidez, podrá equilibrar tan grandes desventajas (diferencias de riquezas), teniendo al menos siempre expedito el primer recurso para todas las empresas, que es la resolución. Pero si en los conflictos teme más los amagos de la democracia, que las hostilidades externas; si él no es sino un siervo de las asambleas o congresos y no una parte integrante del poder nacional; si las medidas que necesitan el voto legislativo se entorpecen por celos o se frustran por la suspicacia popular; últimamente, si en vez de encontrar el gobierno apoyo para sus planes, los demagogos fomentan contra ellos un maligno espionaje, que paraliza su curso; se hallará inferior en todo a las demás potencias con quienes tenga que batirse o negociar”. Monteagudo recalca que su “furiosa democracia” de Mártir o libre. Todos los últimos escritos de Monteagudo se esfuerzan en establecer la necesidad de un gobierno fuerte que garantice la unidad del Estado, la independencia política y evite la guerra de castas y de facciones, estableciendo un régimen fuerte a la cabeza del Estado, por “fuera” de las clases. En el mismo sentido Guido y Manuel Moreno fueron funcionarios de Rosas y son conocidas las opiniones de San Martín al respecto. La historiografía reciente solo ha constatado estas opiniones como para tender un manto de dudas sobre la real vocación popular de los líderes que identificamos como revolucionarios en la independencia. Pero nuestros historiadores no comprenden que los albores del siglo XIX no había revolución socialista posible. Que los mismos Jacobinos franceses apelaron a las masas sin ser ni pretender ser su expresión orgánica, de la misma forma que Moreno lo hizo en su Plan de operaciones. La voluntad Estatal de crear un Estado nación moderno e independiente y de crear una identidad y una cultura nacional es lo que creemos que aparecía como posible en los grupos radicales, como lo vio Marx para el caso de la revolución española. Mas abajo veremos que opinaba Mariátegui al respecto.
Creemos que los proyectos revolucionarios americanos requerían de esa voluntad estatal, popular y centralizada, (un centro político, una fuerza militar y un lugar de decisión económica). “Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante de la historia es en última instancia la producción y reproducción de la vida real (…) pero en el curso del desarrollo histórico de la lucha ejercen influencia también, y en muchos casos prevalecen en la determinación de su forma, diversos elementos de la superestructura: las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados (…) constituciones (…) formas jurídicas (…) teorías políticas…”[19]; esta influencia, esta capacidad de hacer prevalecer elementos de la superestructura es la clave de la libertad de acción de los hombres en la historia, la que les permite ser sujetos del proceso en desarrollo y no solo objetos de un devenir estructural inmodificable. Así las debilidades capitalistas de la sociedad americana no determinaban necesariamente que el capital extranjero y/o los terratenientes debieran ser los articuladores políticos y económicos de los nuevos estados independientes. Tampoco creemos que los proyectos alternativos fueran solo “utopías abstractas” no materializables en nuestro medio social. Por el contrario la acción desde un centro político pudo, en determinadas condiciones, establecer otras vías de desarrollo. La historia siempre tiene otros caminos alternativos y posibles que podrían haberse desarrollado con la relación de fuerzas existente.
A que nos referimos cuando hablamos de relaciones de fuerzas. Antonio Gramsci nos planteaba que para analizar la cuestión de las relaciones de fuerza desde un punto de vista político activo y no simplemente desde la “constatación”, debemos tener en cuenta tres planos. Uno el de la estructura en el sentido más lato, población, tipos de producción, comercio, etc. Segundo, el grado de conciencia de las clases o grupos corporativos: el grado y extensión de los proyectos políticos en la sociedad en cuestión. Y tercero su fuerza político-militar, entendida esta no solo como la capacidad militar concreta, sino como la capacidad de que las decisiones políticas sean efectivas. Estos tres planos dialécticamente relacionados hacen a la fuerza de un proyecto revolucionario.
Es aquí donde nosotros balanceamos la fuerza política de los proyectos independentistas, más allá del débil desarrollo estructural de nuestras sociedades. ¿Qué conciencia existía en los grupos revolucionarios? ¿Con que grado de “fuerza” material contaban o pudieron contar? Es aquí también donde entra la cuestión del Estado como potenciador de una política revolucionaria, como herramienta para la consolidación de una nueva hegemonía y como potencia capaz de “suplir” la fuerza de una clase ausente. Ojo, clase ausente o muy débil pero, etapa de la historia mundial y regional favorable para el surgimiento de nuevas experiencias nacionales, como explicita y conscientemente los expresaban nuestros patriotas. Es también aquí donde entra la capacidad de una fuerza “jacobina” de crear la voluntad política nacional-popular capaz de dar sustento a un proceso de creación de naciones modernas e independientes en el siglo XIX en América latina.
En general los que objetan las posibilidades revolucionarias de los procesos independentistas americanos lo hacen desde dos lugares. Uno, afirmando que solo se dio una transición al interior de la vieja elite dominante desde los peninsulares hacia los criollos siendo las masas oprimidas ajenas o a lo sumo solo utilizadas con gran desconfianza. Otra posición afirma que el desarrollo de las fuerzas estructurales que debían darle al proceso independentista americano su carácter revolucionario no había madurado lo suficiente.
Ahora bien, más allá de la adjetivación discursiva ¿es correcto calificar de jacobina la política de Moreno, Castelli, Monteagudo, etc.? O en forma más general. ¿Era posible crear desde un centro político militar una nueva nación independiente y moderna como pensaban San Martin, Bolívar, Belgrano, Artigas, etc.? Gramsci califica al Jacobinismo como una de las formas de “…como se ha formado en concreto y como ha actuado una voluntad colectiva que al menos en algunos aspectos fue una creación exnovo…”, una “creación” nueva, o sea un salto hacia delante en la conciencia de las masas que dejando de ser local o estamental se transforma en nacional, dando nacimiento a la colectividad “pueblo” de una naciente “nación” (aunque preexistente en la ideología de los revolucionarios, es “creada” por ellos) que se propone construir un “estado nacional”. Y concluye (relacionándolo en este caso con el atraso secular de Italia respecto de otras naciones del continente) que “…no podía constituirse una fuerza jacobina eficiente, la fuerza que, precisamente, en otras naciones suscitó y organizó la voluntad colectiva nacional popular y fundó los estados modernos.” En definitiva, según el italiano, para que una fuerza jacobina pueda desarrollarse debía existir una formación social nacional en condiciones de permitir ese tipo de política20.
Justamente las diferencias entre el norte y el sur, el carácter provinciano y estamental de sus intelectuales, etc. desvelaron al italiano ya que ese atraso secular de Italia frustró la posible experiencia revolucionaria jacobina reemplazándola por una transformación desde arriba a cargo de la clase dominante piamontesa. De la misma forma podríamos pensar que en el Río de la Plata y el resto de América latina las condiciones eran peores que en Italia y que la clase dominante que finalmente se impuso, la oligarquía terrateniente, era la única en condiciones de hacerlo dado el grado de desarrollo de este territorio (teniendo la burguesía industrial inglesa el rol de capitalista industrial). Eso es lo que pensaban muchos marxistas. Por ejemplo Milciades Peña (un renovador y crítico de marxismo fósil), más allá de la simpatía con que ve a algunas montoneras o al grupo de Moreno, el historiador trosquista consideraba que el dominio terrateniente era un destino casi fatal para las condiciones de desarrollo existente en estas tierras. Desde otra trinchera política (el peronismo revolucionario) Rodolfo Puiggros también consideraba que, en última instancia, la colonización económica que sufrió nuestro país en la segunda mitad del siglo XIX era la única forma (desgraciada) bajo la que miles de kilómetros de vías férreas y grandes frigoríficos pudieron existir como “causa externa” devenida en “interna” para la transformación de la vieja argentina poscolonial. Y como consecuencia surgiera la incipiente clase obrera, futura “causa interna” de la revolución, y así terminaran las formas primitivas de organización existente.
Pero nosotros no adherimos a la visión trágica de la historia21 de Peña, ni al determinismo dialéctico de Puiggros22 a pesar de su enorme aporte y consideramos que el análisis gramsciano, de las relaciones de fuerzas es útil para explicarnos lo que sucedió en aquel momento, y también que no fue lo único que podría haber sucedido ya que existían condiciones para otros desarrollos. A diferencia de Italia el núcleo político militar de la revolución impulsó el proceso independentista en forma contundente, identificó correctamente las limitaciones y potencialidades de sus poderosas bases populares y fue “autónomo” de las fuerzas más retardatarias. Colisionó con ellas y solo fue derrotado luego de duros enfrentamientos por una coalición hegemónica que expresó los intereses estratégicos de los terratenientes y el capitalismo británico en ascenso. Pensando en su Italia, Gramsci afirmaba que “faltó siempre una fuerza jacobina eficiente, precisamente, la fuerza que crea la voluntad colectiva “nacional popular” fundamento de todos los estados modernos. ¿Existen, finalmente las condiciones para esa voluntad, cual es la relación actual entre esas condiciones y las opuestas? Tradicionalmente las fuerzas opuestas son la aristocracia terrateniente, y más generalmente la propiedad de la tierra en su conjunto, o sea aquella especial “burguesía agraria” que es la herencia del parasitismo dejada a los tiempos modernos (…) Cualquier formación de voluntad colectiva nacional popular es imposible sin que las masas de campesinos cultivadores entren simultáneamente en la vida política. (…)” Toda la historia desde 1815 en adelante es el esfuerzo de las clases tradicionales para no dejar formar una voluntad nacional, sino para mantener el poder “económico corporativo” en un sistema internacional de equilibrio remolcado, etc.”[23] Este párrafo parece pensado para nuestras condiciones. Salvo por un elemento que es diferente, en nuestro proceso independentista si hubo núcleos políticos dispuestos a apelar a las masas rurales, gauchos o indios para darle poder material al proyecto nacional. Moreno y Castelli, Artigas, San Martín, Guemes, etc. sabían que había que contar con ellos y que por eso a las reivindicaciones nacionales debían ir unidas las sociales. También es cierto que en la “propiedad de la tierra” y en nuestro caso el comercio orgánicamente vinculado a ella, las fuerzas “opuestas” fueron las finalmente dominantes.
Es evidente que la amplitud de miras del primer grupo revolucionario, el morenista, era mayor que la del resto de los sectores dirigentes porteños, también que estaban influenciados por las doctrinas de la ilustración y por los revolucionarios franceses, y que aspiraban a ser reformadores y fundadores de un nuevo orden. Así se ve en los documentos dejados por sus principales integrantes: Moreno, Castelli, Monteagudo, Belgrano, Vieytes. En sus escritos y su accionar el grupo morenista muestra una preocupación central en construir la base militar de su política y garantizar la unidad política del nuevo Estado, operando como grupo “jacobino”. La misma preocupación tuvo San Martin apenas dos años después con la creación del Regimiento de Granaderos a caballo y en las políticas que lo contaron como actor destacado en las luchas políticas entre 1813 y el 1820.
Las masas populares urbanas movilizadas eran la base de apoyo de los jacobinos franceses. Esta situación era ambigua en Buenos Aires donde la Junta se apoyaba en las milicias y en diversos grupos de agitadores (algunos, si, morenistas), pero las milicias respondían a Cornelio Saavedra de tendencia mas moderada. Aunque es cierto que la existencia de esas milicias populares creadas para repeler las invasiones inglesas fueron la causa de que el proceso revolucionario abierto en Buenos Aires en 1806 con la victoria contra los invasores, tuviera continuidad. Igualmente es de destacar que lo que llamamos voluntad colectiva y grupo jacobino no está asociado a su éxito político inmediato. Los jacobinos franceses fueron degollados y solo duraron a la cabeza de la revolución dos años. Pero la obra de la revolución: la creación de la Francia moderna y de una conciencia nacional que identifique a todo el pueblo con su estado-nación fue un éxito. Como tampoco se puede borrar el hecho de que la revolución contó con la participación activa, conciente y, en mochos casos determinante, de las masas populares. Ese modelo de revolución popular, desde abajo para la creación del Estado moderno, es la que Gramsci considera la alternativa progresista en la época de las revoluciones burguesas y que hace extensivas a las construcciones nacionales liberadoras.
Por otra parte si analizamos los discursos del grupo morenista, encontramos la tendencia a dividir la sociedad en función de la adscripción a las nuevas ideas, y que esas ideas se basaban en nociones de ciudadanía y no en intereses de clase al igual que entre los revolucionarios franceses. En este sentido para Moreno, al igual que para Robespierre, “solo existen dos clases de hombres los buenos y los malos ciudadanos” por consiguiente el grupo dirigente constituido “desde afuera” de las clases24 opera sobre ellas buscando una homogeneidad ciudadana abstracta lo que los lleva finalmente a no ser los “intelectuales orgánicos” de ninguna clase en particular (por eso en Francia degüellan tanto a los reaccionarios promonárquicos y a los representantes de la burguesía como a los de los sectores populares mas radicales) y al naufragio de su proyecto. Pero como producto de una situación socio histórica concreta llegaron hasta donde podían llegar, en sociedades donde el tránsito hacia la modernidad estaba aún realizándose y los tuvo como agentes muy importantes del avance logrado: sus políticas más audaces orientaron a los sectores populares hasta el surgimiento de los movimientos revolucionarios modernos. El “jacobinismo” francés desplegó su actividad radical durante cincuenta años y se extendió sobre Europa siendo fundamental para la creación de naciones modernas y como expresión de esa conciencia “nacional popular” de la que nos hablaba Gramsci.
A los líderes porteños en general el calificativo de Jacobinos se les aplicó por los fusilamientos e inicialmente se lo adjudicaron despectivamente sus enemigos. En cierto aspecto, el grupo morenista era en 1810 un jacobinismo que no consigue sus propios sans culotes, o sea no logra crear una “voluntad colectiva nacional popular”. Debemos remarcar que Moreno y su grupo tuvieron la hegemonía dentro de la Junta solo desde mayo a diciembre de 1810. En ese escaso tiempo buscaron en la práctica movilizar masas tras sus propuestas. Identificaron al sujeto popular existente en America y concibieron medidas para sumarlo a la revolución. Y es indudable que las masas despertaron a la política a través de esta movilización y que, aunque lo hicieron como soldados, milicianos o montoneros dirigidos por líderes que los representaban con diverso grado de organicidad, su presencia política se hizo sentir durante décadas.
Si prevenciones el Plan de Operación de la junta de mayo proponía la liberación de los esclavos con clara retórica jacobina, el fin de la servidumbre en el Alto Perú, mencionando explícitamente que los indios serían la única fuente de poder real sobre la que la revolución podría hacer pie; y busca movilizar a las masas de la campaña Oriental a través de ganarse a sus referentes. De la misma forma la formación del regimiento La Estrella del al mando de Domingo French (morenista) con el grado de coronel, es parte de esa política de movilizar masas incorporándolas al ejército revolucionario. Indudablemente el temor que al interior de la elite despertaba la movilización del “populacho” fue parte de las causas de que esta elite se fraccionara y optara por políticas posibles que no requirieran la temida participación de los de abajo.
El concepto de voluntad colectiva de Gramsci, incluye un elemento diferencial. Suma la movilización, la constitución nacional de esas masas, y un grado de conciencia también colectiva de reivindicaciones sociales y nacionales propias. Estos tres elementos, podemos afirmar, se encontraban presentes en los planes de los revolucionarios o en la acción concreta de los mismos. No pudieron ser concretados entre otras cosas por la resistencia de la elite a las concesiones sociales (notoria en el Alto Perú, en la oposición a Artigas y también a Guemes).
La construcción de una voluntad colectiva nacional en una formación social donde las relaciones de producción capitalistas apenas asomaban era un difícil desafío de los revolucionarios de nuestra independencia americana. Un desafío que exigía respuestas creativas y una fuerte acción desde un centro político. Pero, de la misma forma, muchos otros revolucionarios socialistas fueron marxistas sin un proletariado desarrollado que los respalde, igualmente triunfaron, proponiéndose desde el Estado revolucionario las tareas de acelerar el progreso histórico en un sentido popular, sustrayéndolo a las fuerzas estructurales (o creando nuevas fuerzas desde el plano del poder político).
Definimos nuestra concepción: la posibilidad de forzar desde el poder estatal el desarrollo de condiciones para la transformación de la sociedad superando la “espontaneidad”. O sea que no hay una fuerza estructural teleológicamente determinante, sino que como dijimos al principio, los sistemas políticos y jurídicos creados por los hombres influyen dialécticamente en el curso de la evolución social, en última instancia, es una cuestión de relación de fuerzas en la lucha de clases y de acumular un poder social, económico y militar que sea hegemónico para impulsar desarrollos alternativos dentro de las vías estructuralmente posibles. Conducir una transición hacia el capitalismo desde la poca densa formación social precapitalista latinoamericana era el desafío de la época.
Es así que la lucha por definir las características de un Estado-nación “completo” fue uno de los motores de los conflictos políticos argentinos hasta 1880. Hasta ese entonces varias propuestas alternativas fueron quedando en el camino como consecuencia de la oposición de las clases privilegiadas: la propuesta del Plan de operaciones de Mariano Moreno, la Confederación de pueblos libres de Artigas, la amplia unidad americana de San Martín o Belgrano (¿con una monarquía constitucional indígena?), la Confederación rosista y, finalmente, el victorioso centralismo liberal porteño mitrista también fue subordinado por la oligarquía nacional representada por Roca.
El problema del Estado como herramienta para la implementación de políticas transformadoras es una cuestión de debate muy actual dentro de las corrientes teóricas identificadas con las clases oprimidas. Hoy en sociedades plenamente capitalistas, algunas corrientes debaten fuertemente la posibilidad de que el Estado pueda ser útil a los revolucionarios en la implementación de políticas emancipatorias. Polemizar con estas ideas nos debería llevar a definir que es el Estado o cuales deberían ser las herramientas políticas que deben construir los oprimidos para organizar su vida social colectiva y frente a sus enemigos o adversarios. Pero es el objeto de este artículo discutir desde el marxismo las potencialidades y sentidos de la independencia americana. Entonces debemos bucear en las herramientas de análisis que otros revolucionarios nos legaron cuando pensaron situaciones similares: la revolución burguesa y la construcción de un Estado nación moderno en una sociedad atrasada en el siglo XIX, periodo de la transición hacia el capitalismo desde formaciones sociales precapitalistas de castas. Una revolución liberal progresista bajo los lemas de igualdad, libertad y fraternidad ¿Qué caminos pudo seguir en nuestro continente? ¿Quienes la expresaron? ¿Era posible crear a partir de las clases oprimidas de Hispanoamérica, clases que fueran sustento para la creación de una nación moderna?
La opinión en general se orientó en el pasado a considerar que no. Que las resistencias populares expresaban solo rémoras de un pasado a superar, de modos de producción precapitalistas. Pero admitiendo el atraso de las fuerzas productivas económicas en nuestro continente, y siguiendo a Mariátegui, nos preguntamos ¿acaso los terratenientes no se metamorfosearon para articularse con el capitalismo mundial y en la Argentina lo hicieron como grandes propietarios capitalistas? Eso si, no fue sencillo, tardaron, pero no nacieron como grandes y modernos capitalistas. Por que no se podría haber creado una clase capitalista rural media y pequeña como proponía Artigas. Por que no se pudo usar la riqueza de la aduana y las minas para impulsar la “industria”, como proponía Moreno. Para que esto pudiera darse era necesario romper con la ideología de casta. La identificación de “nación” con “pueblo” necesita que los sectores dirigentes de la sociedad, sus líderes políticos, intelectuales y militares asuman a “su” pueblo-nación. O sea que la revolución llegue al plano de las concepciones del mundo de la clase dominante. Si vemos nuestro pasado vamos a encontrar que esas ideas modernas se encuentran en varios de nuestros principales patriotas del periodo independentista, pero que en la segunda mitad del siglo XIX se pierden por completo (salvo en algunos escritos de “protesta” como el Martín Fierro o memorias como la Excursión a los Indios ranqueles de Mansilla). La idea dominante es “civilización o barbarie”: la supresión social de los grupos populares. Sin dudas no debemos menospreciar la relación directa de estas ideas con la hegemonía de la entente latifundista-británica
Antonio Gramsci se enfrentó al mismo dilema para la compleja sociedad italiana de las primeras décadas del siglo XX. Pensó la forma original del desarrollo italiano y el “retraso” que impidió a su país completar su revolución burguesa. En las notas sobre Maquiavelo, el risorggimento, la cultura, etc. abordo algunos problemas que pueden servirnos a nosotros para pensar los temas que aquí referimos. De la misma forma que los teóricos de la revolución socialista, pensamos nuestro pasado en relación con nuestro presente.
Así el italiano razonaba que “Pero el problema más interesante (…) Hay que observar de que en muchas lenguas , “nacional” y “popular” son sinónimos o casi (así es en ruso, o en alemán donde volkisch tiene un significado aún más intimo, de raza, y también en las lenguas eslavas en general; en francés “nacional” implica un significado donde el término popular está más elaborado políticamente, porque está ligado al término soberanía: la soberanía nacional y la soberanía popular tienen o han tenido igual valor) En Italia el término nacional tiene un significado muy restringido ideológicamente y en ningún caso coincidente con el de “popular”, porque en este país los intelectuales están alejados del pueblo, es decir de la “nación”, y en cambio se encuentran ligados a la tradición de casta que no ha sido rota nunca por un fuerte movimiento político popular o nacional desde abajo. (…) el término nacional en Italia se encuentra ligado a esa tradición intelectual y libresca, de allí la facilidad tonta y en el fondo peligrosa de llamar “antinacional” a quien no tenga esta concepción arqueológica y apolillada de los intereses del país.”[25]
Interesante reflexión que puede ser pensada para comprender algunas de nuestras debilidades como nación. Pero también para pensar los problemas de la izquierda para asumir una política nacional. Se preguntaba Trosky ¿Dónde estaba la nación o lo nacional en la revolución rusa? Y no dudaba en responderse que lo nacional eran los Bolcheviques. Y afirmaba que “Lo nacional coincide en su dinámica con lo relativo a las clases. En todos los momentos críticos (…) la nación se divide en dos mitades, pero nacional es solo lo que eleva al pueblo a un escalón más alto, lo que lo aproxima a la superioridad económica y cultural”[26]. En algunos países la acusación de “antinacional” que los grupos conservadores o reaccionarios realizan contra las fuerzas que buscan el cambio y el progreso tiene como contrapartida en éstas la asunción de la acusación de la que son victimas. Entonces se proclama un “internacionalismo de la clase obrera” contra un “nacionalismo de las elites”. Antinomia falsa y peligrosa ya que deja a los trabajadores y oprimidos en general sin organizaciones propias, de su clase, que expresen una política nacional y progresista.

El marxismo en America latina y la cuestión de la revolución de la independencia

Desde fines del siglo XIX existieron en América latina individuos, grupos y corrientes que asumieron las nacientes ideas de Marx como estructuradoras de sus concepciones de la sociedad. Pero no es extraño que haya sido el anarquismo y no el marxismo el que tuviera mayor presencia entre la naciente clase trabajadora moderna. Fueron inmigrantes españoles e italianos los que llegaron a estas tierras en mayor medida y, justamente eran esos países, relativamente más retrasados que el resto de Europa occidental, en donde el anarquismo conservaba mayor fuerza. También la Argentina (y muchos casos de América Latina) era un país en el que la gran industria solo se desarrollaría en los espacios económicos donde el capital extranjero tenía interés (frigoríficos, ferrocarriles, ingenios, minas, plantaciones) en el resto de la sociedad el capital continuó disgregado y en condiciones más artesanales (cuando no con extensas formas precapitalistas de relación laboral). Es por ello que el anarquismo encontraría en nuestras cosas un terreno fértil.
Pero no debemos confundirnos, el internacionalismo abstracto e idealismo de los anarquistas fue la forma en que esos trabajadores extranjeros se “nacionalizaron”, la particular forma en que se dio la nacionalización, donde la masa inmigratoria constituía el grueso de la clase obrera. Fue el proceso mediante el que se formaron como clase, a través de la lucha contra los patrones concretos de su nuevo país. El marxismo de la segunda internacional, más erudito y cosmopolita, difícilmente podía encarar la representación de las necesidades de los trabajadores latinoamericanos, fueran estos inmigrantes o trabajadores nativos (mucho menos en el mundo rural), el espontaneismo anarquista se hacía cargo de las contradicciones inmediatas de la clase obrera nacional y de esta forma encabezó las más importantes luchas que fueron el bautismo de fuego de la clase trabajadora. De la misma forma, por razones similares, aunque con objetivos y cosmovisiones diferentes, variantes del populismo también atraerían a las masas trabajadoras en las décadas siguientes.
El marxismo de nuestro país fue en general una variante reformista, liberal y progresista en lo social del pensamiento erudito de las elites intelectuales. Representado por el Partido Socialista fundado en 1896 por Juan Bautista Justo se consideraba heredero del pensamiento positivista del siglo XIX en su variante Sarmientina, dando gran énfasis a la educación y la nacionalización política de las masas pero sin salirse del esquema mental “civilización o barbarie”. Defensores de la idea de evolución y del modelo agro-exportador, su interpretación del problema nacional de los países latinoamericanos quedó siempre en un segundo plano.
La ruptura con el positivismo tuvo que esperar hasta la década de 1920, cuando una nueva generación de intelectuales latinoamericanos maduró al calor de las transformaciones políticas y económicas de la región. También un nuevo clima intelectual antipositivista cuya raíz se encuentra en el romanticismo y el modernismo volvió propicio la reivindicación de lo latinoamericano y la confianza en la fuerza creativa de la acción humana. Rubén Darío, José Enrique Rodó, José Martí expresan este primer impulso de reintroducción del espíritu y la acción humana a la historia y de decepción o directamente rechazo a Europa o los EEUU paradigmas del progreso hasta entonces. Es imposible dejar de mencionar la influencia de la generación literaria de Leopoldo Lugones (Galves, Ricardo Rojas) que, a pesar de su devenir aristocratizante y su influencia restringida las elites letradas, reintrodujo al prototipo popular del pasado “bárbaro”, el gaucho, en discusión sobre la nacionalidad argentina.
La invasión norteamericana a Cuba en 1898 fue el primer hecho que dio pié para una ruptura que permitiría pensar desde América latina. Y sin dudas, la primera guerra mundial (y sus consecuencias de matanzas entre “civilizados”) y la revolución rusa operaron sobre la realidad cambiante de nuestro continente para que un nuevo y más claro antiimperialismo permitiera la relectura y la traducción del marxismo a las condiciones locales. Este nuevo clima intelectual abarcó un abanico de ideas que incluyeron posiciones, nacionalistas, populistas y marxistas sin que entre estas categorías podamos establecer fronteras claras. Quizás la polémica entre Haya de la Torre y Mariátegui sea la referencia más importante ya que en nuestro país no encontramos previo al peronismo un debate similar. La reforma universitaria de 1918, cuya proyección latinoamericana fue el lugar donde nacieron a las nuevas ideas militantes como los mencionados Haya y Mariátegui o el cubano Mella, dio frutos de menos impacto popular en nuestro país. Aunque el antiimperialismo y el latinoamericanismo contaron con su primera formulación orgánica en la generación de la reforma, no logró romper los círculos de intelectuales progresistas. Para la década del treinta solo el Forjismo nacionalista, algunos intelectuales heterodoxos del Comunismo y algún pequeño grupo trosquista, impulsaban el eje antiimperialista o el debate de cómo hacer un proyecto socialista desde la realidad argentina, pero nunca se constituyeron fuerzas como fueron el APRA o el Mariateguismo. Ninguna fuerza logró por esas décadas construirse como una referencia política popular, revolucionaria y socialista que hiciera pie en las condiciones concretas de la argentina. El debate sobre la realidad peruana, el camino para sacar al Perú del atraso y las características de la construcción política nacional sin dogmatismos ni esquemas sino con un profundo estudio de la realidad social nacional y de las relaciones de fuerzas y las posibilidades que abren, aún hoy están vigentes. Estos debates no se dieron en la argentina del los 30 y 40 (recién hacia fines de los 50 comenzaría bajo proscripciones e influencia cubana). Por ello el peronismo en la década de 1940 logró aglutinar al pueblo sin discusiones en el espacio del nacionalismo popular sin aportes o debates desde el marxismo ni oposiciones o incorporaciones populares políticamente organizadas fuera de los sindicatos.
Decíamos de la necesidad de “traducción” del marxismo y es importante aclarar este concepto. Ninguna teoría social puede ser “aplicada” como si fuera una herramienta sobre una tuerca. No me fijo en la herramienta (idea) más apropiada de mi caja (biblioteca marxista leninista) y con ella muevo un tornillo (conflicto social, nacional, etc.). Decir que el marxismo es una caja de herramientas es una buena simplificación que, como decía Gramsci, puede servir para un catecismo de los “simples”. Pero asumir esto sería pensar que ya está todo hecho. Traducir es para nosotros lo que Mariátegui llamaba “creación heroica”, “ni calco ni copia”, o sea desarrollar nuevas herramientas, mejorar y adaptar las que nos legaron, para que puedan mover las particulares combinaciones de condiciones sociales económicas políticas y culturales de cada país y cada tiempo histórico.
Entonces el clima cultural latinoamericano de los veintes y treinta permitió que diera sus primeros pasos un marxismo con raíces locales. Una de sus renovaciones es la idea de mito. “Lo que claramente diferencia en esta época histórica a la burguesía del proletariado es la fuerza del mito (…) el proletariado tiene mito: la revolución social (…) La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito…”. Lo espiritual del hombre latinoamericano, lo bello, lo colectivo separaría al hombre latinoamericano del materialismo prosaico y el individualismo económico del anglosajón, del yanqui. Son claras las resonancias de Darío y hasta del Lugones. L a idea del “mito” también se hace presente en Gramsci. El mito del príncipe de sus “Notas sobre Maquiavelo”. El Príncipe de Maquiavelo podría ser estudiado como una ejemplificación histórica del “mito” de Sorel, es decir, de una ideología política que no se presenta a las masas como una fría utopía, ni como una argumentación doctrinaria, sino como la creación de una fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso, fragmentado, para impulsar el nacimiento y organizar su voluntad colectiva nacional popular. Este es el objetivo de Mariátegui pero pensado no para corporizar en líderes o caudillos sin como mito de una clase revolucionaria.
No debemos olvidar que Mariátegui fue hijo de ese gran movimiento renovador que fue la reforma universitaria cuyo primer paso se dio en la Córdoba de 1918 pero que se expandió hacia Latinoamérica y tuvo una enorme influencia en la juventud peruana. El espíritu de los reformistas fue el que ya mencionamos romanticismo, antiimperialismo, latino americanismo, arielismo, en definitiva espíritu de renovación y fe en las posibilidades de cambio. Desde allí desarrolló sus ideas que se irían contorneando es sus debates con Haya, su viaje a Europa para participar de las reuniones de la tercera internacional y su estudio de la realidad peruana. Así llegaría a la conclusión de que “El marxismo, del cual todos hablan pero muy pocos conocen y, sobre todo, comprenden, es un método fundamentalmente dialéctico. Esto es, un método que se apoya íntegramente en la realidad, en los hechos. No es como algunos erróneamente suponen, un cuerpo de principios de consecuencias rígidas, iguales para todos los climas históricos y todas las latitudes sociales”. Tesis que notoriamente lo distancia de la conducción del comunismo latinoamericano a cargo del partido argentino y de lo que Gramsci llamaría por esos años “manualización” del marxismo.
Otro de los aportes de Mariátegui es su planteo de que “… el nacionalismo de los pueblos coloniales si, coloniales económicamente, aunque se vanaglorien de su autonomía política tiene un origen e impulso totalmente diversos (al de los países europeos n. de r.). En estos pueblos el nacionalismo es revolucionario y por ende concluye con el socialismo. En estos pueblos la idea de nación no ha cumplido aun su trayectoria ni ha agotado su misión histórica…”[27]. Aunque más adelante recalca que su tesis no cae en un nacionalismo localista “las mismas circunstancias nacionales están subordinadas al ritmo de la historia mundial” y que la revolución latinoamericana es parte de la revolución mundial. Esta tesis no se aleja a decir verdad de los planteos clásicos de Lenin, pero en el contexto del marxismo latinoamericano son profundamente disruptivas con su tendencia de desarrollo principal disciplinada a las directivas políticas e ideológicas de la URSS. Será hasta los sesentas con la influencia de la revolución cubana que la idea de un “nacionalismo revolucionario” cobró fuerza frente a los esquemas del comunismo clásico. Tampoco esta tesis se entiende en toda su dimensión si no la articulamos con la anterior del “mito” y la de las posibilidades de un desarrollo socialista basado en las realidades existentes de la formación social nacional concreta.
Su tesis más conocida es la reintroduce en problema del indio como en problema de la tierra y por ende como un problema revolucionario, sacándolo de la perspectiva romántico indigenista. Por un lado “el problema del indio es el problema de la tierra” y por otro el modo de producción andino (comunitario, complementariedad vertical, etc.) brinda elementos de base propios y diferentes a los europeos clásicos para pensar las formas nacionales de transición al socialismo. No está de más recordar la cercanía de estas tesis con las del último Marx, que ya mencionamos. El rechazo a estas ideas fue muy fuerte en el comunismo regional y en la intelectualidad elitista en general, es por eso que el Amauta desafiaba: “Entre los intelectuales no es raro un nihilismo simulado que les sirve de pretexto filosófico para rehuir su cooperación a todo gran esfuerzo renovador o para explicar su desdén por toda obra multitudinaria”. El revolucionario peruano luchaba contra una profunda tradición de la intelectualidad latinoamericana formada en el rechazo a la “barbarie”, a la “política criolla”; como también contra su contraparte populista de endiosamiento del “sentido común” popular, de hacer de defectos, virtudes. Su objetivo era organizar desde esos bárbaros el progreso de América latina hacia formas superiores de vida social.
También encontramos en Mariátegui y su tradición afinidades con la tesis maoísta de las “causas internas”. Tesis que Rodolfo Puiggros tradujo a las condiciones del peronismo revolucionario en la argentina, pero cuya base se encuentra en la necesidad de partir de las condiciones locales, clases sociales locales, tradiciones locales, estructura económica local, etc. para realizar transformaciones o para hacer eficientes localmente las “causas externas” o transformar en internas las causas externas. En el mismo sentido, podemos interpretar las razones por las que el Amauta explicaba las razones del triunfo de Stalin sobre Trosqui
De la presentación que Mariátegui hace de la historia de Perú se deducen posteriormente las bases de su programa. En esa presentación se ven las limitaciones y posibles potencialidades que el Amauta encuentra en el periodo independentista. “Si la revolución hubiese sido un movimiento de las masas indígenas o hubiese representado sus reivindicaciones, habría tenido necesariamente una fisonomía agrarista. Está ya bien estudiado cómo la revolución francesa benefició particularmente a la clase rural, en la cual tuvo que apoyarse para evitar el retorno del antiguo régimen. Este fenómeno, además, parece peculiar en general así a la revolución burguesa como a la revolución socialista, (…) Particularmente en Rusia, ha sido ésta la clase que ha cosechado los primeros frutos de la revolución bolchevique, debido a que en ese país no se había operado aún una revolución burguesa…” La revolución burguesa (o socialista) es países con una clase campesina muy numerosa pasa por la satisfacción de las reivindicaciones de la clase oprimida del campo. Esto no se aleja de la idea de “alianza obrero campesina” de Lenin. Pero lo novedoso en Mariátegui es su tesis de preservación de la comunidad agraria como base para la construcción de una sociedad superior, no como romanticismo indigenista ni “multiculturalismo”. Y su ruptura con la idea de que solo con una alianza que incluyera a la burguesía nacional en un rol dirigente (frente nacional) los países de América lograrían superar el atraso.
Mariátegui no se propuso debatir cuan posible hubiera sido para los revolucionarios de la independencia conseguir la realización de una revolución burguesa completa. Constata un elemento fundamental: la continuidad de la clase terrateniente como dominante y por esta continuidad explica el fracaso de los proyectos revolucionarios. “Pero, para que la revolución demo-liberal haya tenido estos efectos, dos premisas han sido necesarias: la existencia de una burguesía consciente de los fines y los intereses de su acción y la existencia de un estado de ánimo revolucionario en la clase campesina y, sobre todo, su reivindicación del derecho a la tierra en términos incompatibles con el poder de la aristocracia terrateniente. (…) El nacionalismo continental de los revolucionarios hispanoamericanos se juntaba a esa mancomunidad forzosa de sus destinos, para nivelar a los pueblos más avanzados en su marcha al capitalismo (se refiere a Argentina y Brasil n. de r.) con los más retrasados en la misma vía”. Sin dudas Mariátegui tenía una apreciación excesivamente positiva de la realidad social Argentina, aunque en comparación, la situación local debía parecerles a los demás latinoamericanos superior a la de sus propias sociedades.
Pero a pesar de ello la tesis que explica la reformulación de las condiciones de dependencia de nuestras sociedades es generalizable: la “mediocre metamorfosis de la clase dominante” es como explicamos las características de quienes condujeron la formación de las repúblicas oligárquicas latinoamericanas. “La aristocracia terrateniente, si no sus privilegios de principio, conservaba sus posiciones de hecho. Seguía siendo en el Perú la clase dominante. La revolución no había realmente elevado al poder a una nueva clase. La burguesía profesional y comerciante era muy débil para gobernar. La abolición de la servidumbre no pasaba, por esto, de ser una declaración teórica”[28]. Es claro en el pensamiento mariateguista que la revolución solo podría haber sido “completa” si hubiese contemplado una alianza con la masa de la población campesina, artesana e indígena y, por lo tanto enfrentada al grueso de los terratenientes.
Para Mariátegui “La Independencia, bajo este aspecto, se presenta como una empresa romántica (una revolución burguesa sin burguesía manufacturera en desarrollo n. de r.). Pero esto no contradice la tesis de la trama económica de la revolución emancipadora. Los conductores, los caudillos, los ideólogos de esta revolución no fueron anteriores ni superiores a las premisas y razones económicas de este acontecimiento. El hecho intelectual y sentimental no fue anterior al hecho económico”. Es entonces que la revolución latinoamericana de la independencia no pudo materializar en progreso social concreto “las ideas de la revolución francesa y de la constitución norteamericana” que debatían los líderes más lúcidos. Y agregamos la idea de monarquía constitucional indígena que varios rioplatenses tímidamente esbozaron como salida a la unidad, tradición y atracción popular, porque demuestra las verdaderas intenciones y la audacia de los primeros patriotas.
Pero existieron experiencias independentistas, silenciadas, tergiversadas o demonizadas que en la época del Amauta aún no se habían estudiado. Y esas experiencias se materializaros en formulaciones estatales o protoestatales más allá de los debates de ideas. Con diverso grado de coherencia y contradicciones las vemos en el grupo Morenista, el Artiguismo, las montoneras salteñas y altoperuanas, el bolivarianismo o el régimen paraguayo. Sin dudas contradictorias, pero alternativas y no solo como resistencias, sino como proyectos de provenir.
La audacia del pensamiento mariateguista nos sigue interpelando en la actualidad. Transformar nuestra realidad, desde los intereses de las clases oprimidas, desde la realidad de nuestra formación social concreta y en nuestro tiempo histórico. Sin renegar de la razón y del bagaje cultural de la humanidad y creyendo que el progreso es deseable, pero sin perder la confianza en que la voluntad de acción transforma estructuras que parecen tener dinámica propia. Mariátegui fue profundamente peruano, latinoamericano y socialista, comprendió a sus compatriotas oprimidos tal como eran en su tiempo, y con esa realidad trabajó por la revolución. Su pensamiento ilumina la praxis de los revolucionarios del presente con la razón y con la fe.

[1]Proyecto de respuesta a la carta de V. I. Zasulich Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos (Editorial Progreso, Moscú, 1974), t. III. http://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/81-a-zasu.htm
[2] Transcribimos algunas reflexiones más de Marx a Vera Zasulich, por su notable parentesco teórico con las reflexiones de Mariátegui sobre la comunidad rural peruana. “Pero, ¿cómo conseguir los equipos, los fertilizantes, los métodos agronómicos, etc., todos los medios imprescindibles para el trabajo colectivo? Precisamente aquí resalta la gran superioridad de la «comunidad rural» rusa en comparación con las comunidades arcaicas del mismo tipo. Es la única que se ha conservado en Europa en gran escala, a escala nacional. Así se halla en un ambiente histórico en el que la producción capitalista contemporánea le ofrece todas las condiciones de trabajo colectivo. Tiene la posibilidad de incorporarse a los adelantos positivos logrados por el sistema capitalista sin pasar por sus Horcas Caudinas. La configuración física de la tierra rusa favorece el empleo de las máquinas en la agricultura organizada en vasta escala y practicada por medio del trabajo cooperativo. Cuanto a los primeros gastos de establecimiento —intelectuales y materiales—, la sociedad rusa debe facilitarlos a la «comunidad rural», a cuenta de la cual ha vivido tanto tiempo y en la que debe buscar su «elemento regenerador»”.Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos (Editorial Progreso, Moscú, 1974), t. III.

[3] Como “mediocre metamorfosis de la clase dominante” Mariátegui se refiere a la incorporación de las antiguas clases de terratenientes y encomenderos al sistema mundial capitalista a través de los beneficios de la relación exportadora de materias primas a Gran Bretaña. Esta relación se da sin transformar sustancialmente las relaciones de producción internas ni producir la modernización de la sociedad.

[4] Marx Engels, La revolución en España Ed. Ariel, Barcelona 1960 Pág. 81. Agrega Marx también que “Como verdadero manifiesto de esa fracción puede ser considerada la célebre memoria de Jovellanos sobre la agricultura y el derecho agrario publicada en 1795…”. O sea modernización de la situación agraria feudal española (y americana)
[5] “… el ejército y los guerrilleros (…) eran el sector más revolucionario de la sociedad española, reclutado de todas las clases sociales, incorporando en si toda la juventud patriótica, valerosa y llena de aspiraciones y cerrándose inaccesiblemente a la soporífera influencia del gobierno central…” Marx Op Cit. Pag. 101. San Martín es parte de esta camada de oficiales, profesa militantemente estas ideas, y aún en su campaña de Perú tomará contacto con oficiales españoles liberales que para que abandonen el bando monárquico conservador. Los mismos oficiales del ejército encabezaron en la península en el año 1820 una rebelión obligando a Fernando VII a reinstalar la constitución liberal del 12.
[6] La junta caraqueña de 1810 controlada por la oligarquía conservadora no logró concitar el entusiasmo de la población venezolana. Por el contrario, en la primera etapa el pueblo llano se volcó a la reacción.
[7] Marx, Op Cit pag. 81
[8] Marx Op. Cit. Pag. 97. Es condición sine qua non que una guerra de liberación se articule con reformas sociales si pretende ser exitosa. Cuando la base del ejército revolucionario esta en la incorporación de las masas populares la movilización nacional deviene en reforma social, esto sucede con Guemes y con Artigas y por esto ellos feron peligrosos.
[9] Proclama de San Martín en Pisco. en Galasso Op. Cit.
[10] Artículos publicados en el New Cork Daily Tribune en 1953.
[11] Marx, Engels Correspondencia carta del 10/12/1869, op. cit.
[12] Engels Federico. Febrero de 1885
[13] Una muy diversa cantidad de escritores e investigadores que van desde Raúl Scalabrini Ortiz (sin dudas influenciado por Lenin en su muy buenos estudios sobre el rol de los ferrocarriles y el capital extranjero), hasta Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Duhalde (con sus libros sobre Facundo Quiroga y Felipe Varela).
[14] El caso de Jorge Abelardo Ramos y su reivindicación de Roca y el Ejército nacional.
[15] Deberíamos agregar la Ley de Aduanas de Rosas, y mas allá de las posibles impugnaciones que puedan pesar sobre los mencionados proyectos, los incluimos en la enumeración ya que son el paradigma del los principales debates del siglo XIX: Proteccionismo o librecambismo, el problema de la tierra y el posible rol del Estado como impulsor del desarrollo de la sociedad. Debates que de diferente forma son relevantes en la actualidad.
[16] Un Estado fuerte y centralizado conducido por hombres virtuosos capaz de garantizar la unidad, la guerra y el progreso moral y material colectivo. Frente a esta propuesta se alzaban las ideas de las elites criollas tradicionales que ponían un mayor énfasis en la existencia de una república donde se establecieran organismos que permitieran la deliberación de las clases tradicionales y con garantías de autonomías y representatividad a las elites económicas regionales. Un ejemplo institucional de estas ideas era la constitución de 1821 y los debates que enfrentaron a Santander con Bolívar.
[17] Ver Galasso Norberto Seamos libres. Lo demás no importa nada. Ed. Colihue. Bs. As. 2000. Orsi René. San Martín y Artigas. Ed. Theoría. Bs. As. 1991.
[18] http://www.biblioteca.clarin.com/pbda/ensayo/monteagudo/b-612087.htm Escritos políticos. Recopilados y ordenados por Mariano A. Pelliza, Buenos Aires, La Cultura Argentina – Avenida de Mayo 646, 1916 Memoria. Sobre los principios políticos que seguí en la administración del Perú y acontecimientos posteriores a mi separación Quito, Marzo de 1923.
[19] Carta de Engels a J. Bloch, 21 de setiembre de 1890. En C. Marx / F. Engels, Correspondencia, pag 379.
[20] Gramsci Antonio. Cuadernos de la cárcel, Pag.16 tomo 5.
[21] Esta idea de visión trágica es desarrollada por Horacio Tarcus en su trabajo sobre Silvio Frondizi y Milciades Peña. Tarcus, Horacio El marxismo olvidado.
[22] Puiggros polemiza con la idea de “autodesarrollo” propugnada por otros revisionistas marxistas y por algunos nacionalistas. Podemos ver sus ideas en torno a este periodo en Historia crítica de los partidos políticos Primera parte “Pueblo y oligarquía” Pag 55 en adelante. Bs. As. Hispamérica 1986.
[23] Gramsci, Antonio, Cuadernos de la cárcel cuaderno III pag 227.
[24] Cuando decimos “desde afuera de las clases” no planteamos que el jacobinismo no exprese una tendencia de desarrollo de la sociedad capitalista, sino que esta tendencia se muestra como jacobina cuando nace de un grupo intelectual que opera mas allá de la burguesía existente. Este grupo puede ser portador de propuestas mas avanzadas de las que el sistema jurídico político liberal capitalista concebido por los intelectuales orgánicos de la burguesía proponen.
[25] Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel. Literatura y vida nacional
[26] Trosky, León. Literatura y revolución
[27] Mariátegui, José Carlos, “Política e ideología”, Biblioteca Amauta, Lima 1979 pag 221.
[28] No es nuestra intención debatir en este trabajo la existencia de una aristocracia terrateniente consolidada en el Rio de la Plata para el periodo independentista. Solo nos interesa decir que, en nuestro país, desde bases mucho más modestas se formó una oligarquía terrateniente más moderna, pero las consecuencias de bloqueo a cualquier desarrollo burgués industrial y de dependencia del capital extranjero fue similar.

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