LA LIGA ANTIIMPERIALISTA DE COSTA RICA: UNA ESCUELA DE CUADROS PARA EL PARTIDO COMUNISTA DE COSTA RICA

LA LIGA ANTIIMPERIALISTA DE COSTA RICA: UNA ESCUELA DE CUADROS PARA EL PARTIDO COMUNISTA DE COSTA RICA

Recibido el 8 de setiembre de 2009
Aceptado el 8 de octubre de 2009

Por: Dr. Daniel Kersffeld
dakersffeld@hotmail.com

Resumen
La Liga Antiimperialista de Costa Rica fue una organización revolucionaria vinculada a la Internacional Comunista, con actuación entre 1926 y mediados de la década de los ’30. Sus principales acciones estuvieron dirigidas en contra de la penetración económica estadounidense en el país y de la oligarquía local vinculada a la exportación de café y platanos. Pese a su inicial cercanía con el APRA, y los conflictos derivados de esta situación, la Liga Antiimperialista de Costa Rica se convirtió en una escuela de formación para futuros líderes del Partido Comunista como los estudiantes universitarios Manuel Mora Valverde, Ricardo Coto Conde y Jaime Cerdas Mora.
Palabras clave: Comunismo, antiimperialismo, nacionalismo, universidad, revolución.

Abstract
The Anti-Imperialist League of Costa Rica was a revolutionary organization linked to the Communist International, with political proceedings between 1926 and mid of the 30s. Their main activities were directed against U.S. economic penetration in the country and the local oligarchy linked to the export of coffee and bananas. Despite their initial proximity with APRA, and the conflicts arising from this situation, the Anti-Imperialist League of Costa Rica became a training school for future leaders of the Communist Party as college students Manuel Mora Valverde, Ricardo Coto Conde y Jaime Cerdas Mora.
Kewords: Communism, Anti-Imperialism, Nationalism, University, Revolution

En torno a los orígenes de la tradición comunista y antiimperialista costarricense

La Liga Antiimperialista de las Américas (LADLA) fue uno de los primeros intentos exitosos por parte de la Comintern en su intensión de crear una organización capaz de denunciar la presencia colonial o directamente el injerencismo de las potencias europeas y de los Estados Unidos, marcando al mismo tiempo un creciente sentido de filiación y de respaldo hacia la todavía joven Unión Soviética. Bajo una estrategia frentista, rubricada en el mundo de la Internacional Comunista sobre todo a partir de su V° Congreso en 1924, es que pronto la Liga Antiimperialista, como entidad periférica u organización de apoyo a los partidos comunistas, se dio a la tarea de nuclear, principalmente, a aquellos representantes de las burguesías progresistas que veían con preocupación el expansionismo colonial sobre la región y que al mismo tiempo brindaban su apoyo al proceso revolucionario ruso. Así, y en una organización que, por lo menos hasta fines de la década de 1920 evitó aparecer públicamente como demasiado roja, se agrupaban en torno a ella artistas e intelectuales y, junto a ellos, estudiantes universitarios, trabajadores urbanos y dirigentes campesinos y agraristas los que, más allá de las diferencias, mantenían en cambio un fuerte sentido de identidad y de pertenencia en común: en este sentido, su órgano continental, El Libertador, editado en México, servía en gran medida a esta finalidad.
Desde la fundación a principios de 1925 de su primer filial en la Ciudad de México, fueron varios los países en los que se instaló esta entidad, en algunos casos, favoreciendo la consolidación de un incipiente partido comunista, mientras que en otros, incidiendo directamente en su futuro establecimiento. Además de México, e incluso con relación a la importante sección estadounidense, la Liga actuó en países como Argentina, Cuba, Brasil, Uruguay, Chile, Colombia y Puerto Rico, demostrando en gran parte de los casos y sobre todo en sus primeros años de vida, una notable capacidad de iniciativa que, sin embargo, se vería menguada tanto por la complicada situación política regional, como así también por las inevitables diferencias surgidas en todo este proceso ya sea entre las Ligas y los partidos dentro de un mismo contexto local, directamente entre las propias Ligas o bien entre la LADLA y la Comintern. Luego de un declive generalizado ocurrido hacia fines de los años ’20, en los que la perspectiva cercana de una revolución provocaría la radicalización de los partidos comunistas y, de manera consecuente, la desactivación de aquellas organizaciones que justamente tenían como última misión la de recabar apoyos entre grupos burgueses y de las clases medias, la Liga Antiimperialista reaparecía bien entrada la década de los ’30, de nuevo, como una fórmula estratégica de acercamiento para la definitiva constitución de los frentes antifascistas pero con aquellos mismos sectores a los que hasta muy poco tiempo antes se había rechazado cualquier tipo de contacto.
De este modo, la historia de la LADLA, desde su fundación en 1925 hasta su desaparición, prácticamente diez años más tarde, no fue otra cosa que la del movimiento comunista en su período fundacional, en el que los primeros comunistas intentaron, con mayor o menor fortuna, la síntesis entre tradiciones e ideologías locales y regionales, con una corriente teórica, la marxista leninista, que en realidad, era comprendida más a través de la propia práctica que por medio de su sustento teórico, llevándose a cabo de este modo un doble proceso de reapropiación e, inevitablemente, también de transfiguración. En este sentido, y en esta combinación de factores tanto internos como externos, la sección costarricense de la LADLA, fundada a inicios de 1927, no dejaría de reconocerse como expresión del movimiento comunista local, revelando con ello todo un conjunto de antecedentes ideológicos y doctrinarios tendiente por igual a la constitución de una identidad políticamente definida tanto como de una estrategia práctica específica. Y este papel no fue menor en el caso particular de esta sección, ya que como se verá a lo largo de este trabajo, nos interesará plantear como ella ofició, a partir de esta articulación de saberes y prácticas, en una verdadera escuela de formación política para la primera generación de comunistas costarricenses
La filial local de la LADLA, en este sentido, surgiría como resultado de la progresiva confluencia de dos vertientes distintas aunque con inocultables puentes y articulaciones: por un lado, a partir del crecimiento progresivo aunque todavía disperso de un amplio conjunto de organizaciones vinculadas al mundo sindical y en un sentido más amplio, al de la izquierda política y partidaria, en tanto que por otro costado, a través de la conformación de diversos núcleos y círculos de intelectuales y sectores profesionales en permanente denuncia ante los abusos económicos y políticos sufridos por el país a causa del expansionismo neocolonial. Por ello, y desde una perspectiva de progresiva conformación de un ideario marxista de raigambre nacional así como también desde una estructuración institucional cada vez más representativa de los intereses de los trabajadores, campesinos y sectores nacionalistas ilustrados, es que podemos datar la historia moderna de la izquierda y del movimiento obrero costarricense a partir de un doble antecedente de suma importancia: la fundación en 1912 del Centro Germinal, un círculo de estudios propiciado por el intelectual y político Omar Dengo a partir de la prédica latinoamericanista desarrollada en toda la región por el argentino Manuel Ugarte (1), y la creación al siguiente año de la primera Confederación General de Trabajadores (2).
Sería sin embargo a partir de las repercusiones de la Revolución Rusa que las ideas marxistas comenzaron a difundirse en el país con cada vez mayor amplitud acompañando, sobre todo después de 1919, al ascenso del movimiento obrero en el contexto de la crisis por la finalización de la Primera Guerra Mundial. Su traducción en una sucesión de efímeras asociaciones daba cuenta de una inicial vocación por la organización aunque también de una cultura política todavía inestable y con evidentes fallas en su propia consolidación.

Puede considerarse como uno de los primeros efectos de este nuevo clima de ideas la creación del Partido Socialista, en 1920, por el dirigente Aniceto Montero. Por otra parte, la huelga general desarrollada en 1921 también se constituiría en un verdadero hito determinante en este proceso de lucha social, generadora a su vez de una huella histórica notable con la conquista del alza salarial. En 1923 el campo progresista y las amplias aunque todavía indefinidas fuerzas de izquierda se ensancharon con el surgimiento del Partido Reformista bajo el liderazgo del general y ex sacerdote católico Jorge Volio, encargado de promover la agitación social mediante una combinación de consignas socialistas y cristianas y cuyo declive comenzaría a producirse hacia 1926. Paralelamente, sería también hacia 1923 cuando un grupo de artesanos que había militando en el Reformismo comenzó a recibir distinto tipo de material escrito sobre marxismo y comunismo, junto con distintas publicaciones socialistas y anarquistas de España, Argentina y otros países. Este proceso de creciente activación intelectual se vería por último reforzado en el mes de abril de ese mismo año con la creación de la Federación Obrera Costarricense, en relaciones con el Partido Socialista y con el Partido Reformista, y vinculada con su par gremial de El Salvador (si bien hubo que esperar casi un lustro para que esta central obrera tuviese un papel mucho más activo en la vida política costarricense). Sería entonces sobre esta base que en 1928 se fundaría la Unión General de Trabajadores, central obrera que propiciaría más tarde la vinculación con la Liga Feminista, la formación en 1926 de la Universidad Popular y, tres años más tarde, de la Asociación Revolucionaria de Cultura Obrera, en el mismo momento en que también se establecía la Alianza de Obreros, Campesinos e Intelectuales, encabezada por Joaquín García Monge y que pese a su vinculación con el APRA, guardaba también con la Liga Antiimperialista una muy cercana relación (Abarca, 2005, Calvo y Zúñiga Díaz, 6: 1980).
Prácticamente al mismo tiempo en que se conformaban estar primeras experiencias políticas y organizativas en el campo sindical y en el espectro de la izquierda, y a la par en que se profundizaba la presencia neocolonial en el país por medio de empresas y monopolios extranjeros, también se creaban los primeros agrupamientos de tendencia nacionalista y, mayormente, de carácter antiimperialista, de los que la Liga heredaría parte de su pensamiento a la vez que de su comprensión de la realidad social y política del país y de la región. Teniendo en cuenta como un primer precedente al ya citado Centro Germinal, en 1925 un grupo de profesionales y docentes de tendencia liberal y anticolonial se terminó de constituir para la creación de la Liga Cívica Juan Rafael Mora: presidida por Ricardo Moreno Cañas, formaban parte de ella, entre otros, el propio Dengo, José Victory, Alejandro Alvarado Quirós, Ricardo Fournier, Alfredo y Luis Felipe González Torre. En una tónica similar a la que luego sostendría la Liga Antiimperialista, su predecesora se ubicó en contra de la penetración del capital extranjero y de la formación de monopolios foráneos en recursos estratégicos como la tierra, la electricidad y el sector automotor, principalmente, en los tranvías como servicio público. Su principal lucha fue en realidad en contra de la United Fruit Company, especializada en el cultivo y comercialización del banano, y que actuaba en el país desde el siglo pasado con amplia libertad de movimientos y una marcada impunidad ante las leyes del país (3).
Mientras tanto, la ideología marxista viviría un proceso de creciente desenvolvimiento durante los últimos años de la década del ’20, sobre todo cuando hacia octubre de 1927 arribara a Costa Rica el comunista cubano Jorge A. Vivó, perseguido por el gobierno de Gerardo Machado y luego de una corta residencia en Nicaragua. Pese a su juventud (tenía para ese entonces apenas 23 años), Vivó contaba con una amplia experiencia militante en organizaciones estudiantiles, partidarias y sindicales de La Habana: asimismo, cabe destacar que también se había desempeñado como secretario de la Liga Antiimperialista cubana durante 1926 y como corresponsal para El Libertador, el boletín de la LADLA cuya difusión en el país también era posible gracias a los intercambios comerciales que mantenía con otra prestigiosa publicación, Repertorio Americano, dirigida desde San José por Joaquín García Monge (4).
Una vez radicado en Costa Rica, Vivó procedió a naturalizarse para evitar cualquier posibilidad de deportación. Mientras se ganaba la vida primero como corresponsal del diario La Prensa y luego como empleado en una oficina del gobierno, se dedicó también a enseñar economía política marxista en la Universidad Popular de San José y a conformar grupos de militantes comunistas en Cartago, Limón, San José y Heredia. En tanto que su presencia en el país incentivaría también el desarrollo de varias iniciativas, siendo la más trascendente aquella ocurrida en el mes de diciembre de 1927 cuando tuvo lugar la publicación de un manifiesto del autodenominado Partido Comunista limonense, dirigido al pueblo de Costa Rica, como expresión en realidad de la voluntad política de algunos cuadros latinoamericanos momentáneamente exiliados en el país (como eran los casos del español José Lavín y del guatemalteco José Portilla) y articulados a una incipiente vanguardia local (integrada a su vez por algunos activistas de creciente renombre como Gonzalo Montero Berry y Carlos Marín Obando). Asimismo, Vivó contribuyó a impulsar al movimiento revolucionario en Costa Rica gracias a su colaboración en la organización del Partido Popular, precedente directo del Partido Comunista “oficial” que, hacia fines de los años ’20, lograría un escaño en el Consejo Municipal de San José. Finalmente, su estancia en el país hasta su partida rumbo a Panamá en enero de 1928 también sería decisiva para la progresiva articulación de varias entidades sindicales y gremiales al universo de la Internacional Sindical Roja.

La presencia de Jorge A. Vivó en Costa Rica resultó, al parecer, de gran importancia ya que además de aportar su propia experiencia política en los siempre difíciles tiempos fundacionales del movimiento comunista latinoamericano, se encargó también de afianzar la estructura de la izquierda costarricense por medio de su inserción en aquellas redes política y de la izquierda ya establecidas, como eran los casos de México y Estados Unidos, o en franco proceso de constitución, fundamentalmente, en el caso cubano. En este sentido, la actividad de este cuadro cominternista fue altamente provechosa para Costa Rica, en el que la ausencia de una aguda conflictividad social, sumada a la posibilidad de que las organizaciones de izquierda, sindicales y políticas pudieran actuar con cierto margen de libertad (a diferencia de lo que palpablemente ocurría en los vecinos países centroamericanos), y a la situación de relativo aislamiento geográfico en el que se encontraba el país, había contribuido a cierto estado de orfandad por parte de la Comintern. De acuerdo con lo anterior, también es entendible que, como en su momento lo planteó Rodolfo Cerdas Cruz (1986: 352-5), haya sido el Partido Comunista Cubano (incluso más que el mexicano), el que de algún modo asumió cierto carácter “tutor” sobre las organizaciones revolucionarias que se irían creando en Costa Rica a partir de este entonces. Y no resulta casual entonces que el primer ensayo de un Partido Comunista en el país haya sido aquella agrupación efímera fundada por Vivó a fines de 1927, casi cuatro años antes de la creación del “oficial” Partido Comunista de Costa Rica, y casi ocho antes de su pleno reconocimiento como sección local por parte de la Comintern. Por último, y aunque no tenemos constancia de la participación de Vivó en la LADLA de Costa Rica, su experiencia en esta misma organización en Cuba, así como su trabajo en otras entidades periféricas y, en general, en la estrategia del PCC así lo hacen suponer.

Aciertos y errores en los primeros tiempos de la Liga local
Aparentemente, y según lo informó El Libertador (5), los primeros intentos por crear una sección de la Liga Antiimperialista en Costa Rica tuvieron lugar a mediados de 1926, cuando desde México se quiso aprovechar la presencia en el país de dos cuadros cominternistas de origen centroamericano, el abogado salvadoreño Moisés Castro y Morales, y el maestro guatemalteco Manuel Chavarría Flores. Sin embargo, y ya sin la presencia de estos dos militantes, sería recién en enero de 1927 cuando se estableciera en San José la filial local de la LADLA: como no podía ser de otra manera, su original intensión expresa era la de apoyar el combate de Augusto Sandino en contra de la presencia estadounidense en Nicaragua (Botey Sobrado, 2005: 87; Fischel Volio, 1992: 225). En este sentido, su instauración era resultado de la nueva perspectiva de la lucha antiimperialista motorizada de manera cada vez más evidente desde Centroamérica, por lo que el contexto regional para la fundación de una filial costarricense de la Liga era, por ende, altamente propicio.
Con el crecimiento de la protesta sandinista, la mirada de la sección mexicana de la LADLA y, fundamentalmente de su dirección, encarnada en el Comité Continental de Organización, comenzó a fijarse, con cada vez mayor atención, en la realidad social, económica y política centroamericana. En apoyo a este nuevo intento de construcción, la sección mexicana celebraría el 8 de diciembre de 1926 una importante concentración, el “Gran Mitin contra el Imperialismo”, organizado principalmente en solidaridad con la lucha del pueblo nicaragüense, y en el que participó una amplia y variada gama de organizaciones sociales, sindicales y políticas, junto con un conjunto de dirigentes mexicanos, venezolanos y peruanos. Por lo demás, ésta terminó convirtiéndose en la primera actividad de la Liga Antiimperialista en apoyo a Centroamérica frente el intervencionismo estadounidense, y en un punto de apoyo fundamental para el establecimiento de varias filiales en distintos estados de México, así como también para la creación al siguiente año, del Comité Manos Fuera de Nicaragua (MAFUENIC) de respaldo al ejército insurgente de Sandino (6). Por otra parte, también ejerció una importante influencia en todo este proceso constitutivo el Congreso Mundial contra el Imperialismo y la Opresión Colonial, celebrado en Bruselas entre el 10 y el 15 de febrero de 1927 por un comité de apoyo a la Comintern, y en el que se dieron cita un total de ciento sesenta y cuatro delegados, mayormente provenientes de países coloniales y semicoloniales, en un encuentro que, indirectamente, serviría para reforzar la presencia comunista en América Latina, Asia y África, regiones crecientemente conmovidas por movimientos de liberación nacional y por un ascenso de la corriente trabajadora y socialista. Si bien en dicho congreso no hubo representación de Costa Rica, sí la hubo por parte de Cuba, Puerto Rico, Nicaragua, El Salvador y Panamá, a cargo de los cubanos Julio A. Mella y Leonardo Fernández Sánchez, el venezolano Gustavo Machado, el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre y el mexicano José Vasconcelos.
Las repercusiones combinadas del “Gran Mitin contra el Imperialismo” y del Congreso Antiimperialista mundial resultaron altamente exitosas para Centroamérica y El Caribe: no resultó casual entonces la fundación de secciones en países del área como Puerto Rico, Santo Domingo (República Dominicana), Panamá y Costa Rica en los primeros meses de 1927. Por otra parte, las resoluciones anticoloniales alcanzadas en el encuentro de Bruselas sirvieron asimismo como guía ideológica para un marxismo todavía en ciernes y para el más amplio movimiento antiimperialista que comenzaba a cuajar organizacionalmente en dicha región.
Una vez instituida esta filial de la LADLA en 1927, ella fue conducida por Manuel Mora Valverde, dirigente del Partido Reformista, a quien acompañaban otros referentes estudiantiles como Jaime Cerdas, Luis Carballo y Ricardo Coto Conde. No es difícil suponer, por lo tanto, que esta sección estuvo en sus inicios integrada mayormente por clases medias e intelectuales, teniendo como principal línea de acción la solidaridad con el combate desarrollado por Sandino en Nicaragua y, consecuentemente, el rechazo a la intervención estadounidense en toda la región (Botey Sobrado, 2005: 87). Fue en este contexto, a fines de marzo de 1927, que la Liga organizó un multitudinario acto estudiantil contra la política norteamericana en Centroamérica y contra la dictadura de Juan V. Gómez en Venezuela, tomado éste como un verdadero símbolo de la dominación imperialista en la región, que contó con la participación, como oradores, de Servando Reina, Jaime C. Quesada, Jesús Vega, el maestro Marcelino Canales y Enrique Guillén.
El ascendente clamor en rechazo a la presencia norteamericana en Centroamérica sirvió también para expandir el reclamo anticolonial, nacionalista y latinoamericanista por Costa Rica, impactando éste ya no sólo entre las capas ilustradas y estudiantiles de la población sino, directamente, entre los sectores obreros y trabajadores del país. En este sentido, y bajo el auspicio de la sección local, no tardaría en formarse un “Núcleo Obrero” de la Liga Antiimperialista, dispuesto a contrarrestar aquellas críticas que únicamente la veían como una entidad pequeñoburguesa. El “Núcleo Obrero” fue finalmente comandado por Fernando C. García como Secretario General, Carlos Monge Sáenz como Secretario de Correspondencia, Alberto Cortés como Secretario de Propaganda, Luis F. Ibarra como Tesorero, José A. Zeledón como Secretario de Prensa, y Manuel Marín Obando, Enrique Guillén, Isaac Vargas Coto y Servando Reina como vocales. Por otra parte, participaron también de esta agrupación otros militantes, en mayor o menor medida vinculados al movimiento comunista en formación, como Gonzalo Montero Berry, Candelario Granados, Fernando Hernández A., Enrique Rodríguez G., José Alcázar Durán, Juan R. Pérez, Lido Bonilla P., Carlos Marín Obando, Paulino Tapia F., Juan R. Loría, Eliseo Castillo Z., Francisco Peraza E., Otoniel Fonseca G., Carlos Alfaro Durán, David Castrillo, Gilberto Bonilla P., Mercedes Duarte Alvarado, H. V. Herrera, Víctor S. Salazar, Julio R. Mendioraz, Pedro Lamicq y Alberto Quesada Q.
Pronto, sin embargo, la Liga Antiimperialista de Costa Rica iría a compartir con otras agrupaciones el escenario de la política izquierdista anticolonial que hasta ese momento la había tenido por una protagonista prácticamente excluyente. Puntualmente, y con Víctor R. Haya de la Torre presente en el país entre agosto y diciembre de 1928, fue fundada la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), la que en realidad recién se oficializaría como sección local al siguiente año (7). Es innegable la seducción generada por Haya en gran parte de la intelectualidad costarricense: en este sentido, y habiendo sido la mayor parte de sus miembros originarios de la anterior Liga Cívica, la filial aprista estuvo presidida por el periodista y ensayista Joaquín García Monge en tanto contó con una activa participación de la escritora Carmen Lyra y de otras figuras como Luisa González (ambas, antes de su llegada al comunismo en 1931), y de Gonzalo González. Como la organización mayor de la que formaba parte, esta sección local del APRA se caracterizó también por la lucha contra el imperialismo, focalizando su accionar en contra de las compañías extranjeras de origen estadounidense que operaban sobre suelo costarricense (8). Posteriormente, cumpliría también un papel destacado el militante de origen peruano Esteban Pavletich como ocasional redactor y como contacto internacional de la revista Repertorio Americano, del ya mencionado García Monge.
Pese a que luego del Congreso de Bruselas y, más aún, de la firma bajo reserva de los dos delegados apristas (el propio Haya de la Torre y su compatriota Eudocio Ravines) contra la resolución latinoamericana impulsada por sus pares comunistas, las relaciones entre la Liga y el APRA prácticamente llegaron a quebrarse, en Costa Rica todavía pudieron subsistir ciertas prácticas de colaboración entre ambas organizaciones antiimperialistas (en contra, incluso, de las directivas emanadas de la propia Comintern, exigiendo la ruptura total de relaciones entre las dos entidades). De ahí que en 1928 la LADLA constituyera en el país una filial local del Comité Manos Fuera de Nicaragua (MAFUENIC) con la popular escritora Carmen Lyra, todavía en las filas apristas, al frente (9). Por otra parte, Haya de la Torre encontraría aún suficiente espacio como para continuar desenvolviendo su actividad política en ámbitos ya constituidos como la Universidad Popular o en otros directamente fundados por él como el Centro de Estudios e Investigaciones Económicas (Pakkasvirta, 2000). Es probable entonces que la recepción altamente favorable brindada al joven dirigente peruano por las capas ilustradas de este país, haya refrenado a los comunistas en sus críticas y, por el contrario, los obligara a compartir espacios de lucha y de militancia con él.
La agitación pro sandinista en la región, y particularmente en Centroamérica, se fue intensificando con el tiempo. Las protestas, las manifestaciones, los mítines políticos y los encuentros culturales en apoyo a la guerrilla insurgente en Nicaragua se constituyeron en un punto de encuentro entre agrupaciones que se veían obligadas a interactuar en el mismo escenario izquierdista y latinoamericanista y, aunque por momentos tensa, la camaradería imperante entre comunistas, apristas, liberales, socialistas, nacionalistas, etc. se constituyó en un fenómeno que, con sus propios matices, fue prácticamente inédito en la historia de los países de la región y, particularmente, en Costa Rica. De este modo, fue importante en este país, sobre todo, la participación de intelectuales en apoyo a Nicaragua, principalmente, de Joaquín García Monge, quien incluso llegó a asumir la defensa internacional de la causa sandinista (10)
En todo caso, fue hacia fines de 1928 y sobre todo, en 1929, cuando en el clima social del país comenzó a percibirse de manera cada vez más elocuente el crecimiento de aquellas fuerzas de izquierda que, apenas un par de años más tarde, darían vida al Partido Comunista local. Sin duda, la visita del presidente electo Herbert Hoover a Costa Rica a fines de noviembre de 1928, mientras se encontraba en una gira de propaganda por diversos países latinoamericanos, avivó las manifestaciones y las protestas en contra de la presencia estadounidense en la región, contribuyendo con ello a la difusión del ideario latinoamericanista y anticolonialista, y propiciando al mismo tiempo el progresivo aglutinamiento de militantes y círculos de índole marxista o prosoviético. De hecho, para 1929, parte de la juventud más radicalizada y nacionalista intentó postular para las elecciones legislativas al intelectual Joaquín García Monge, director de Repertorio Americano, como cabeza de lista de la Alianza de Obreros y Campesinos en tanto que en el interior del país, en ciudades como Alajuela, se fortalecía un movimiento estudiantil de un carácter cada más firmemente antiimperialista. Pronto, a este nuevo partido se le sumaron desde grupos liberales a otros de marcada tendencia izquierdista y anticolonial, como lo eran algunos estudiantes de la Escuela de Derecho. Pero si bien la Alianza de Obreros y Campesinos no logró el mínimo de votos necesario como para asegurar la entrada de García Monge al Parlamento, por otro lado, su formación fue un hito de importancia para la posterior creación del Partido Comunista, tanto en cuanto a práctica militante como a formación intelectual y doctrinaria para la incipiente juventud rebelde y tica. Y en este sentido, y más allá de su constante prédica obrerista, su estructura multiclasista, que agrupaba por igual a trabajadores urbanos, a campesinos y a intelectuales, resultaría un modelo de construcción política en cierto modo inspirador durante los primeros pasos de la Liga Antiimperialista.
Mientras tanto, el proceso de difusión del marxismo y de organización de nuevas entidades continuaba su camino, favoreciendo el afianzamiento y la consolidación de agrupamientos y círculos entre obreros y sindicales, como así también entre estudiantes, profesionales y docentes universitarios. De particular importancia fue la actuación de aquel grupo de alumnos de la Escuela de Derecho que un par de años antes había creado la sección local de la LADLA y que ahora, en febrero de 1929, se integraba a la Asociación de Resistencia Cultural Obrera (ARCO), constituida por un círculo de obreros de tendencia más antiimperialista que marxista y que a través de ella pretendían redituar a la Universidad Popular (Molina Jiménez, 2002). Por tanto, no resultó extraño que ambas organizaciones compartieran parte del mismo núcleo dirigente, conformado por Manuel Mora Valverde, Ricardo Coto Conde, Luis Carballo y Jaime Cerdas, entre otros. Por otra parte, también el grupo ARCO iniciaría su acercamiento con el Partido Popular (anteriormente fundado por Vivó en Limón y pronto constituido en el principal centro marxista del país) además de establecer puentes con otros círculos y partidos de la región (11).
Los cambios suscitados en el escenario comunista internacional entre fines de la década de 1920 e inicios de la de 1930, en los que las iniciales fórmulas frentistas terminaron siendo abruptamente reemplazadas por los esquemas mucho más radicales y sectarios del Tercer Período, no tardaron en hacerse sentir también en la región y, particularmente, en Centroamérica. De acuerdo con esto, en ARCO resultó claramente perceptible un espíritu izquierdizante y extremista (12). A través del flamante vocero de la Asociación, el boletín Revolución, este grupo no dudaba en definirse como “bolchevique” e interesado, además, en difundir al marxismo leninismo (sin que por lo demás esta orientación les resultara del todo clara) en la sociedad costarricense, puntualmente, entre obreros, artesanos y estudiantes. Sin embargo, y prefigurando lo que en cierto modo sería constitutivo del posterior comunismo costarricense, no podían ocultar una tendencia marcada entre el deseo revolucionario y el apego a la legalidad: en este sentido, y si bien se preocupaban por difundir diversos artículos en los que se relataban los logros de la Unión Soviética, al mismo tiempo se señalaba la necesidad contradictoria de “un partido socialdemócrata, que instaurara una democracia verdadera en el país” (Cerdas Cruz, 1986: 319). Sus contactos gremiales fueron cada vez más fluidos, sobre todo con la Unión General de Trabajadores, al mismo tiempo que perseverantes en su propósito de organización entre inquilinos y trabajadores desocupados, grupos particularmente afectados por la crisis económica, y que les generaría persecuciones policiales y encontronazos con el gobierno.
Por otro lado, y a causa de la difusión errática y en parte tardía que la teoría marxista y la práctica leninista estaban desarrollando en Costa Rica (traducidas en una multiplicidad de organizaciones políticas, sindicales y estudiantiles pero con la notoria ausencia de un partido comunista), las críticas de la Comintern, puntualmente las de los dirigentes de algunas estructuras de la región, no se hicieron esperar, en tanto que tampoco la Liga Antiimperialista iba a poder sustraerse a ellas. Precisamente, fue éste el caso del cubano Sandalio Junco quien, a fines de 1929 había sido elegido como el último secretario de la dirección continental de la LADLA, justo en un momento en el que sin embargo esta organización tendía a desestructurarse y fragmentarse en sus unidades nacionales como producto de las políticas represivas y disolventes llevadas adelante por los gobiernos autoritarios de la región. Con las claras excepciones de Cuba y Haití, para Junco, la Liga costarricense debía ser “forzosamente reformulada”, lo mismo que las filiales existentes en el resto de los países centroamericanos, en Santo Domingo, Colombia, Venezuela y México, debido a una clara preponderancia de los sectores pequeño burgueses y liberales en su dirección. El mandato tendiente a la proletarización de sus cuadros dirigentes no era otra cosa que un reacomodamiento de la estrategia de esta organización ahora directamente bajo el esquema del así llamado Tercer Período y de los lineamientos de Clase contra Clase, aconsejándose por lo tanto la reestructuración de esta entidad sobre una base de claros preceptos obreristas.
Pero no solamente Sandalio Junco, y la propia dirección continental de la Liga Antiimperialista de las Américas reflexionaron en torno a las fallas organizativas de la sección costarricense. También lo hizo el Buró Sudamericano de la Comintern en 1930, recomendando, no tan sólo para esta filial, sino también para aquellas otras situadas en Guatemala, El Salvador y Honduras, la participación directa de la Juventud Comunista con secciones juveniles de los sindicatos para la creación de subsecciones de la Juventud de la Liga Antiimperialista. Para ello, estos grupos debían apoyarse principalmente sobre los sectores campesino, intelectual y de la clase media, asegurándose de ese modo la dirección de aquellas federaciones juveniles que pudieran crear bajo este impulso movilizador (13). Resultaba claro de este modo, en tiempos de masacres, deportaciones, exilios y traiciones de algunos liderazgos ya tradicionales y fundacionales, la influencia creciente de los sectores juveniles tanto dentro de la estructura de los partidos comunistas de la región como así también hacia el interior de la propia Comintern (14). Por lo tanto, los cambios que finalmente se recomendaron para la filial costarricense no resultaron ajenos a este espíritu de renovación ideológica, en tanto que sus efectos pronto se hicieron sentir cuando la Liga Antiimperialista se metió de lleno en la discusión de los contratos de exportación de bananas, principal recurso económico del país, impulsando luego, junto con otros grupos, la fundación de un Partido Comunista local.

Una “nueva” Liga Antiimperialista entre el legalismo y la revolución

Ante el avance de los círculos de ultraderecha, principalmente, del Comité Fascio de Costa Rica, constituido a su vez en el centro del Comité Fascio de Centroamérica, en abril de 1931 se fundó el Comité Seccional de la Liga Antiimperialista de la Escuela de Derecho. Luego de la constitución del primer grupo, a principios de 1927, y del posterior “Núcleo Obrero”, constituía éste el tercer intento en la recreación de esta organización cominternista. Con un importante trabajo de agitación desarrollado sobre todo durante los meses de abril y mayo de dicho año, esta filial se nutriría de varios de los integrantes de la Asociación Revolucionaria de Cultura Obrera, como así también de varias figuras fundacionales del posterior Partido Comunista. En este sentido, el grupo sería nuevamente conducido por Manuel Mora Valverde, al que se le sumarían otros estudiantes como Claudio Alvarado Oreamuno, Celio Remo Porras, Luis Carballo Corrales, Jaime Cerdas Mora, Manuel Zamora, Ricardo Coto Conde, Fernando Mora y el estudiante venezolano exiliado Rómulo Betancourt, quien había llegado a Costa Rica en 1929. El principal blanco de los ataques de esta sección de la Liga estuvo centrado en la figura de Raúl Gurdián Rojas, Secretario de Gobernación y Policía en 1931, quien se había ocupado de cerrar una radioemisora de la ciudad de Heredia que estaba combatiendo a las compañías eléctricas (de las que el mismo funcionario había sido su abogado), estableciendo además una política de censura contra aquellos libros de tendencias radicales que entraban al país. La denuncia terminaría por conmover a la sociedad costarricense de la época al no circunscribirse únicamente a los militantes comunistas, sino también a los intelectuales críticos al gobierno, como era el caso de García Monge. Así, los efectos de la llamada Ley Gurdián terminaron por afectar no tan sólo al universo militante de las todavía incipientes filas marxistas del país, sino más aún, a todos aquellos intelectuales progresistas y, por ende, opositores al represivo régimen de Cleto González Víquez (De la Cruz, 1983: 241-2) (15).
Fue en este difícil contexto, bajo vigilancia y detenciones policiales y en un grave cuadro social de agudización de la pobreza y del desempleo, que un grupo de militantes mayormente enrolados en ARCO contribuyeron el 6 de junio de 1931 a fundar el Partido Comunista de Costa Rica (PCCR), bajo influencia directa del Buró del Caribe, creado un año antes y con sede en Nueva York (16). Con Manuel Mora Valverde al frente como Secretario General, el flamante partido tuvo en su comisión directiva original a otros tres fundadores y responsables del funcionamiento de la Liga Antiimperialista: los estudiantes Luis Carballo Morales, Ricardo Coto Conde y Jaime Cerdas Mora, con lo cual si por un lado se quería favorecer la coordinación entre ambas organizaciones, en realidad no se hacía más que revelar la escasez de militantes capaces de asumir eficazmente puestos dirigenciales, con la complicación añadida de la falta de funcionamiento de las dos entidades si, por alguna razón y de improviso, este grupo no podía continuar desempeñando sus funciones directivas. Por otra parte, y más allá de esta fuerte presencia estudiantil en los principales lugares del partido, sus vocalías terminarían siendo mayormente ocupadas por aquellos militantes provenientes del campo obrero y artesanal, revelándose en este sentido, y a contrapelo de las directivas de la Comintern, la primacía que seguían teniendo los cuadros provenientes de las clases medias por sobre aquellos otros de extracción proletaria (17). Con un credo revolucionario y antiimperialista manifestado desde la misma introducción del Programa Mínimo (18), pronto el Partido Comunista tendría una gravitación cada vez mayor al encabezar varias manifestaciones en contra de la situación social en el país: por supuesto, esto no ocurrió sin que el gobierno comenzara a reprimir al flamante partido y a sus principales representantes obreros, incluso expulsando del país a algunos de sus dirigentes de origen extranjero. En tanto que hacia el siguiente mes de julio de 1931 dejaría de salir el periódico Revolución, de ARCO, para ahora ser reemplazado por Trabajo, editado como boletín del Partido Comunista de Costa Rica.

Junto con una labor estrictamente organizativa, el Partido Comunista de Costa Rica orientó sus primeros pasos en un sentido de reforzamiento de su base sindical original, principalmente entre los ebanistas, al tiempo que se orientaba también hacia aquellos sectores de la pequeña burguesía proletarizados a partir de la profunda crisis económica. Por otro lado, la prohibición existente para denominar a la naciente organización como “Partido Comunista de Costa Rica” frente a la próxima contienda electoral de 1931, obligó a su re nombramiento como “Bloque de Obreros y Campesinos”, fórmula impuesta por estos años por la Comintern como estrategia excluyente de toda organización partidaria afiliada a los preceptos de Moscú. Esta primera participación fue exitosa en las elecciones locales de San José, posibilitando la entrada a la legislatura de esa ciudad a dos representantes del nuevo partido, Adolfo Braña y Guillermo Fernández. Las contradicciones, sin embargo, volvían a revelarse cuando en el seno legislativo, estos dirigentes se pronunciaban por la violencia revolucionaria, por la necesidad de un gobierno puramente obrero y, consecuentemente, por su rechazo a colaborar con los gobiernos burgueses.
Por otra parte, una de las primeras iniciativas encaradas por el PCCR fue la refundación de la Universidad Popular, una de cuyas materias, “Historia de la Penetración Imperialista en América Latina”, contó también con el apoyo de la Liga Antiimperialista. Asimismo, a principios de octubre de 1931, el Partido colaboró con la fundación de la Biblioteca Lenin, radicada en la Universidad Popular, donando medio millar de libros y revistas recolectados en su mayor parte por medio de la Liga. Sin embargo, y pese a la utilización ocasional de la Liga por parte del Partido, sobre todo, en aquellas iniciativas en las que la denuncia anticolonial ocupaba un lugar de primacía, lo cierto es que la entidad antiimperialista se encontraba debilitada a causa de la adopción de la estrategia de “clase contra clase” recomendada por la Comintern, la que la hacía ver, sobre todo, como una organización con intereses primeramente pequeñoburgueses y a la que, por tanto, convenía desactivar en su actividad política concreta. Sería recién desde fines de 1932 y sobre todo, a partir de 1933, cuando la estrategia radical y sectaria comenzaba a dar las primeras muestras de agotamiento y en momentos en que el fascismo iba a convertirse en la peor amenaza para la supervivencia de la Unión Soviética y del comunismo en general, que la Liga Antiimperialista volvería a tener cierta actividad, propiciada ahora por una renovada política frentista insuflada directamente desde Moscú y mediada en este caso por el Buró del Caribe. Aunque ya no pudo volver a plantear iniciativas políticas concretas, la Liga volvió a ocupar un lugar en la escena pública a partir de la publicación de manifiestos y convocatorias.
Un buen ejemplo de ello lo encontramos en el posicionamiento público frente a Augusto Sandino. En este sentido, la Liga Antiimperialista local, como instrumento de apoyo del Comintern, no dudó en plegarse al mandato originado desde Moscú y por el cual el comunismo latinoamericano justificaba la ruptura de relaciones con la guerrilla comandada por Sandino desde Nicaragua. El otrora aliado, convertido ahora en un enemigo bajo la estrategia del Tercer Período, resultó acusado por los comunistas de traición a los intereses del proletariado internacional, ya que según esta percepción, su lucha en realidad se había reducido a la expulsión de los marines norteamericanos de Nicaragua, sin que se hicieran efectivas aquellas reformas sociales y revolucionarias exigidas en su momento por las entidades de filiación marxista. Sumándose entonces al rechazo generado por la figura de Sandino, la sección costarricense de la Liga Antiimperialista emitió un documento en enero de 1933, poco antes de que se firmara el acuerdo de paz en Nicaragua, en el que se afirmaba que “los centenares de sus compañeros serían hoy millares de millares si a su consigna justa, pero limitada de ‘Fuera los yanquis’, hubiera agregado otras: ‘La tierra para el que la trabaja’, ‘El gobierno para los obreros y campesinos’, ‘No más argollas de los explotadores en alianza con el imperialismo de afuera’” (citado en Cerdás, s/a: 123).
Tiempo después, en mayo de 1933, la realización en San José del II° Congreso de la Confederación Centroamericana de Estudiantes (CIADE) se presentó como un espacio idóneo para que los jóvenes dirigentes del PCCR pudieran dar a conocer varios de sus planteos en torno a cuestiones como el imperialismo, la toma del Estado, la defensa de la Unión Soviética frente a la amenaza fascista, etc. Sin embargo, y pese a que desde la propia Comintern se comenzaba a dejar atrás las posiciones sectarias para dar lugar a futuros frentes y alianzas, también se convirtió a éste en un espacio de denuncia frente a aquellas posturas señaladas como oportunistas, pro burguesas o indulgentes frente a la hegemonía estadounidense en la región. Seguramente con la idea de reforzar su influencia en el área centroamericana y aprovechando que el Partido Comunista Mexicano se encontraba en pleno proceso de reconstrucción, la sección norteamericana de la LADLA envió a una de sus dirigentes, Dora Zucker, especialista además en el trabajo de organización de los trabajadores negros. Luego de celebrado el congreso, el cuadro norteamericano fue aprovechado para revitalizar a la Liga local por medio de su participación en mítines antiimperialistas y antifascistas desarrollados en distintos puntos de Costa Rica. Sin embargo, su expulsión del país, sumada a la detención policial y al posterior destierro de algunos dirigentes comunistas a la vuelta de una misión sindical en Limón, impidió el fortalecimiento de estos vínculos entre las organizaciones antiimperialistas costarricense y estadounidense.
Ciertamente, se trató de un duro golpe para el PCCR, el que a partir de entonces debió desarrollar sus actividades bajo una estrecha mirada policial. Pero si bien estos obstáculos no impidieron que para las siguientes elecciones de 1934 el partido obtuviera dos escaños parlamentarios, en cambio parecieron hundir todavía más la labor ya en declive de la filial de la LADLA. No resulta extraño, entonces, que la principal iniciativa anticolonial de esta época, la huelga bananera de 1934 en contra de la United Fruit Company, la haya encarado directamente el Partido Comunista y no la Liga Antiimperialista, al parecer más concentrada en la difusión de propaganda y en la solidaridad con el movimiento popular nicaragüense y salvadoreño (19). Con todo, sería ésta una de las últimas apariciones de la Liga, ya que el siguiente congreso internacional de la Comintern, el séptimo, celebrado en 1935, a la vez que reconocería el status oficial del Partido Comunista de Costa Rica como miembro pleno de la organización, certificaría la disolución de entidades como la LADLA o, eventualmente, su reconfiguración como frentes antifascistas, más a tono con los nuevos tiempos que habían comenzado a correr y teniendo en cuenta las nuevas hipótesis de conflicto que podían afectar la supervivencia de la Unión Soviética. Fue ese, entonces, el fin de esta sección local, una organización que más allá de la potencialidad que tuvo en otros países de la región, no alcanzó en este caso un nivel de actividad y participación similar, menos aún, ya durante la primera mitad de los años ’30, con el Partido Comunista en plena actividad.

Algunas consideraciones finales

En el caso costarricense, la Liga Antiimperialista pareció haber cumplido un destacado papel más allá de la propia actividad con la que fue originalmente ideada, es decir, como una entidad de denuncia y movilización frente a los atropellos del expansionismo foráneo. Particularmente, ella fue exitosa como una de las primeras organizaciones cominternistas del país, que incluso antecedió a la formación del Partido Comunista local en más de cuatro años. Por ello, no es de extrañar que la Liga se constituyera también como una especie de escuela de formación de los futuros cuadros del particular marxismo tico, tan diferente por su propia idiosincrasia política a aquellos otros surgidos en conflictivos países vecinos como Nicaragua y El Salvador. En este sentido, la Liga tuvo un papel definido en cuanto a la transmisión de conocimientos, valores y rituales propios de una cultura cominternista que apenas comenzaba a hacer pie en Costa Rica en la segunda mitad de los años ’20. Por lo mismo, parecería que en realidad el papel de esta organización se redujo más bien a esa funcionalidad, cayendo en una especie de letargo una vez que estos cuadros en formación finalmente pudieron “profesionalizarse” en 1931 con la creación del Partido Comunista local. En todo caso, la recreación de la Liga bajo tres formas distintas, ya sea con un perfil más universitario, más obrero o más partidario, nos da también la pauta de la debilidad en su estructura organizativa a punto tal de dificultar sus labores a lo largo del tiempo.
Por otra parte, y como contraparte, es llamativo que en cuanto a su labor en el campo de la lucha anticolonial, la Liga haya cumplido más bien una actividad de tipo marginal o bien de tipo limitada. Esto puede responder a varias causas, entre las que se encuentran algunas ya mencionadas a lo largo de este trabajo: una situación de relativo aislamiento geográfico; un bajo nivel de conflictividad social y política, lo que probablemente generó que a Costa Rica se le restara importancia frente a la mirada de algunos centros comunistas de la región en la intención de contribuir a la expansión de esta ideología en el área centroamericana; y, con relación a esto último, las dificultades encontradas por la Comintern para terminar de instalarse en este país, frente a la existencia de otras opciones políticas tanto o más atractivas como podían serlo las distintas expresiones del nacionalismo, el reformismo, el aprismo, etc. Finalmente, también resulta probable que la situación de cierta tolerancia encontrada por el PCCR y la relativa liberalidad de los gobiernos sucedidos durante la década del ’30, sumado esto a la temprana vocación legalista de los comunistas costarricenses (más allá de un radicalismo inicial que hoy luce, más que nada, como un dato excepcional), haya hecho innecesaria su actuación a través de entidades satélites y de apoyo, como lo era la Liga, que podían fácilmente encubrir su naturaleza roja, tal como ocurría en otros lugares de América Latina.
Por todos estos motivos mencionados, y tal como usualmente se considera al movimiento comunista local, podemos ver que también en este caso la Liga Antiimperialista de Costa Rica puede ser interpretada como un factor de excepción en medio del contexto regional en el que actuó. De este modo, y en vez de ser soporte de partidos marxistas ya establecidos, o bien un sector de apoyo para la pronta constitución de estos, tenemos en esta nación un ejemplo prácticamente inédito de una organización que, directamente, se convirtió en un ámbito de aprendizaje teórico a la que vez práctico para una buena parte de la primera generación de comunistas costarricenses.

Notas

1. Como el propio Omar Dengo lo expresaría, “el Centro Germinal fue fundado de acuerdo con un importante movimiento internacional de propaganda por la cultura del proletariado que responde, a su vez, a la inconmovible convicción filosófica que consagra la cultura en su más amplia forma, como base indispensable de toda labor emancipadora, ya sea individual o colectiva” (Gamboa, 1990: 16).
2. Si bien esta fundación reconoce algunos antecedentes de organización política de los sectores populares costarricenses desde fines del siglo XIX, cuando fueron constituidos sindicatos y entidades gremiales de panaderos y tipógrafos, de mayor influencia anarquista durante las siguientes décadas (Cerdas Cruz, 1986: 314-315).
3. La United Fruit Company se convirtió en un verdadero símbolo de la penetración neocolonial en Centroamérica y, particularmente, en Costa Rica. En este sentido, la exportación del banano, junto con la del café, para el mercado británico, terminó de situar a este país como dependiente de una economía central y en el que todos los productos de primera necesidad debían ser importados (Cerdas Cruz, 1986: 313).
4. El entramado de redes políticas e intelectuales tejidas desde México por una publicación como El Libertador fue realmente importante para su época. Basta ver para ello el listado de revistas partidarias, académicas y culturales que, junto con la mencionada Repertorio Americano, fueron puestas en contacto entre sí o afianzadas en vinculaciones previamente establecidas gracias a la publicación del boletín de la Liga Antiimperialista continental: El Boletín del Torcedor (La Habana), Justicia (Montevideo), La Internacional (Buenos Aires), Crítica (Buenos Aires), Man Set Yat Po (órgano del Kuo Min Tang de Cuba), La Chispa (Buenos Aires), Imprekor (Viena), La Protesta (Buenos Aires), Claridad (Bogotá), Renovación (Buenos Aires), Repertorio Americano (San José de Costa Rica), Revista de Oriente (Buenos Aires) y The Workers Monthly (Chicago).
5. En sus números 9-10 correspondientes a los meses de septiembre y octubre de 1926.
6. Participaron de este mitin la Confederación de Sociedades Ferrocarrileras, la Liga Nacional Campesina, la Unión de Carpinteros y Similares, la Sociedad de Alumnos de la Preparatoria, la Liga de Comunidades Agrarias del Estado, etc., la sección mexicana del Kuo Min Tang y de la Acción Iberoamericana, entre muchas otras entidades, al mismo tiempo que fungieron como oradores José Allen, fundador del Partido Comunista Mexicano; el profesor José Romano Muñoz, por aquel tiempo, jefe de la sección Preparatoria de la Universidad Nacional de México y autor del Proyecto de Ley sobre la Reforma Universitaria; y, Julio A. Mella, fundador de la sección cubana de la Liga Antiimperialista de las Américas, y secretario general de su Comité Continental de Organización. Por otra parte, el comité MAFUNIC fue fundado inicialmente en la Ciudad de México, con el peruano Jacobo Hurwitz, ex dirigente aprista devenido comunista, al frente. Bajo la impronta de la LADLA y, a través suyo, de la Comintern, pronto el MAFUENIC generó otras bases de apoyo dentro de la república mexicana y, fuera de ella, en los Estados Unidos y Guatemala, además de la que aquí se menciona en Costa Rica.
7. Haya de la Torre se encontraba para ese entonces en medio de una gira política centroamericana cuyo propósito era llegar a Nicaragua, para acercarse a la lucha de Sandino y “combatir al imperialismo en sus propios dominios”. Este periplo lo llevó de Yucatán primero a Guatemala, de dónde salió deportado, y luego a El Salvador, país en el que debió pedir asilo en la embajada mexicana. Al negarse a desembarcar en Nicaragua, entonces siguió viaje a Costa Rica (Pakkasvirta: 2000).
8. Para esta época, existían filiales apristas (sobredimensionadas en la historia de la propia agrupación) en Buenos Aires y Ciudad de México, así como también en países como Bolivia, Chile, Perú, El Salvador, Guatemala, Puerto Rico, República Dominicana y Cuba. Asimismo, se habían constituido filiales en las ciudades europeas de París y Londres.
9. Como bien se ocupó de denunciar el propio Augusto Sandino en una misiva al Congreso Antiimperialista reunido en la ciudad de Frankfurt en 1929, el apoyo a su guerrilla no resultaba menor si tenemos en cuenta que, en el marco de la Unión Panamericana, el gobierno de Costa Rica, junto con los de Estados Unidos, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua operaban como garantes del orden y del respecto a la Constitución en Centroamérica (pese, por cierto, a la constante y disruptiva influencia de la potencia del norte en esta región) (Kersffeld, 2008).
10. Se sumaron además a los distintos frentes de esta lucha otros hombres de la cultura y de las letras costarricenses como Abelardo Bonilla, Ramiro Aguilar Villenave, Ricardo Rojas Vicenzi, Carlos Salazar Gagini, Noé Solano Vargas, J. Francisco Villalobos, Justo A. Facio, Moisés Vicenzi y José Ángel Zeledón.
11. Ambos agrupamientos, ARCO y el Partido Popular, recibieron en 1929 una invitación por parte de la Internacional Sindical Roja para asistir a Montevideo, al congreso formativo de la Confederación Sindical Latinoamericana. Ante la falta de recursos, se delegó en el grupo salvadoreño la representación para dicho cónclave. Por otra parte, cabe también mencionar que ARCO no sería el único agrupamiento que se conformaría por esta época, en una línea de acción izquierdista y anticolonial, y en profunda vinculación con la Liga Antiimperialista. En este sentido, también participaron, desde un lugar más modesto, colectivos como la Asociación Acción Proletaria, con un perfil obrerista mucho más marcado y en vinculación a su vez con la Asociación de Estudiantes de Cuestiones Eléctricas, entidad fundada por Carmen Lyra (en un proceso de mayor acercamiento a la ideología comunista) y con la intención de denunciar las condiciones abusivas impuestas en el país por el trust eléctrico.
12. Este extremismo, no exento de ingenuidad, resultó palpable en el intento de secuestro en 1930 del presidente Cleto González Víquez, en una acción que en principio iba a ser coordinada con un grupo de militares y civiles de la oposición (Melgar Bao, 2007: 394).
13. Relación de documentos sobre México en el Centro Ruso (Biblioteca Manuel Orozco y Berra-Instituto Nacional de Antropología, México) Rollo N° 13/533-4-163 y 164.
14. Por lo tanto, era ésta una definitiva prueba de la capacidad de influencia ejercida por la Internacional de la Juventud Comunista, influencia que incluso ya se había expresado cuando, en 1929, al celebrarse el segundo congreso antiimperialista mundial (esta vez en la ciudad alemana de Frankfurt), se llevó a cabo paralelamente un encuentro de las juventudes revolucionarias y anticolonialistas con la intención declarada de auspiciar la conformación de estos círculos de lucha dentro de la estructura operativa de las Ligas esparcidas por todo el mundo.
15. El ministro Gurdián justificaría su controvertida propuesta al afirmar que “A causa de la tolerancia de los gobiernos que han tenido en estos asuntos, el país está invadido de literatura comunista, venenosa, perjudicial en todo sentido a la salud espiritual del pueblo y cuya importancia precisa a todo trance impedir”. Finalmente, el 6 de mayo de 1931, el Presidente y su Ministro de Gobernación acordaron el Decreto N° 394 por el cual quedó “terminantemente prohibido circular por medio del correo toda clase de publicaciones comunistas o que tengan tendencias disociadoras; o que vayan contra la seguridad del Estado y del orden público” (citado en De La Cruz, 1983: 242).
16. Si bien fue a partir de un manifiesto de 1934 que este partido se denominó como Sección de la Internacional Comunista, ésta dilató su tratamiento e incorporación hasta 1935. Hasta entonces sólo pudo desempeñarse, apenas, como una “organización simpatizante” (Cerdas Cruz: 1986: 340). De todos modos, y según la opinión de Manuel Caballero, se trató del “más grande partido de América Central y uno de los más exitosos del continente entero” (1988: 91).
17. Su Comité Ejecutivo Provisional se conformó con los siguientes nombres: Secretario General, Manuel Mora Valverde; Secretario de Actas, Luis Carballo Morales; Secretario de Correspondencia, Ricardo Coto Conde; Secretario de Finanzas, Jaime Cerdas Mora; Vocales, Efraín Jiménez Guerrero, Carlos Martín Obando, Gonzalo Montero Berry, Alfredo Valerín, José Barquero y Anselmo Soto (De la Cruz, 1983: 247-8).
18. Los párrafos introductorios del Programa Mínimo planteaban que “Costa Rica es un país de economía dependiente o semicolonial, por cuanto su industria, economía y agricultura están mediatizados por el imperialismo de los grandes países capitalistas (Estados Unidos, Inglaterra, etc.). Debido a este hecho fundamental, la implantación del programa comunista integral (abolición de la propiedad privada, socialización de los medios de producción, etc.) no se pondrá a la orden del día en el país sin haberse ya realizado la revolución social en las metrópolis de que dependemos económicamente o sin la concurrencia de factores especialísimos, que permitieran organizar la economía y la vida social del país, sobre bases totalmente comunitarias sin provocar intervenciones imperialistas” (De la Cruz, 1983: 249).
19. Rodolfo Cerdas Cruz, en La hoz y el machete, menciona incluso la indiferencia de la sección estadounidense de la Liga con respecto a la filial costarricense, cuando el venezolano Ricardo Martínez, uno de los cuadros dirigentes del Buró del Caribe, directamente dejó sin respuesta un pedido concreto efectuado por Manuel Mora (1986: 325).

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