Por Florencia Copley
La memoria que resiste y nunca muere
Se cumple un nuevo aniversario del siniestro golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Pero esta vez son 30 años. Significativos 30 años en los que la Argentina sangró y murió en un pueblo perseguido, torturado y asesinado por una dictadura fascista; revivió con la democracia pero sufrió con la impunidad; se convirtió en un ejemplo neoliberal para el FMI; y cayó en la mayor pobreza de su historia, dentro de una crisis política, económica y social jamás imaginada antes de aquel fatídico 1976. Hoy intentamos recuperarnos en una América Latina que despierta, incorporándonos en un suelo que fue testigo de nuestro dolor y nos obliga a no olvidar.
Aquel 24 de marzo de 1976 en Argentina no fue un hecho aislado ni, por supuesto, casual. Todo era parte de un plan, un operativo destinado a callar el bramido de los pueblos alzados. Los años 60 y 70 fueron tiempos revolucionarios, tiempos de resistencias, guerrillas y sueños de libertad. Cuba se había escapado del dominio de los Estados Unidos y las nuevas administraciones de Washington no podían permitir que eso se repitiera en otra parte de América, donde hombres y mujeres se oponían al poderío del empresariado internacional y la explotación de las oligarquías nacionales.
La red de dictaduras en el Cono Sur consistió entonces en la ejecución del mismo plan de exterminio masivo. La periodista Stella Calloni da pruebas de esta articulación en su libro “Los años del lobo. Operación Cóndor”: “El general Alfredo Stroessner llevaba ya una década en el poder cuando los militares brasileños derrocaron al gobierno democrático y popular de Joao Goulart. La tradición de golpe tras golpe llevó a la dictadura de Hugo Banzer en 1971 en Bolivia. El golpe del general Augusto Pinochet, el 11 de septiembre de 1973 en Chile, terminó con el experimento socialista de un gobierno elegido democráticamente, derrocando al presidente Salvador Allende, que no se rindió y murió en la casa gubernamental destruida por los bombardeos. Ese mismo año, la prolongada democracia en Uruguay culminó cuando el presidente Juan María Bordaberry, aliado con los militares, cerró el Congreso y puso al país bajo dictadura. Tres años después, el 24 de marzo de 1976, una Junta militar, presidida por el general José Rafael Videla, interrumpió, una vez más en Argentina, un gobierno civil”(1).
Pero detrás de todas estas dictaduras la historia demostró la presencia de una mano negra que las articulaba. El gobierno de los Estados Unidos, con el FBI y la CIA fueron los artífices del llamado Plan u Operativo Cóndor, que bien supieron ejecutar los militares latinoamericanos y consistió en la internacionalización del horror, donde no existieron fronteras ni límites territoriales para el secuestro, la tortura, la muerte y la desaparición.
Matar las causas nobles
La Junta militar que tomó el mando aquel nefasto 24 de marzo en Argentina, en complicidad con sectores de poder nacionales e internacionales, llegó para diezmar a un pueblo esperanzado y desaparecer una generación entera de jóvenes soñadores que creyeron en la libertad.
El 30 de marzo del 76, el general Videla dio un discurso en el que vaticinó el horror: “Es seguramente para asegurar la debida protección de los derechos naturales del hombre que asumimos el ejercicio pleno de la autoridad; no para conculcar la libertad sino para afirmarla; no para torcer la justicia, sino para imponerla. Sólo el Estado (…) habrá de monopolizar el uso de la fuerza (…). Utilizaremos esa fuerza cuantas veces haga falta para asegurar la plena vigencia de la paz social; con ese objetivo combatiremos, sin tregua, a la delincuencia subversiva en cualquiera de sus manifestaciones, hasta su total aniquilamiento”.
Y así lo hicieron, sin culpa ni piedad. 30 mil fueron los desaparecidos y muchas más las víctimas de aquel horror, del silencio, el miedo, el exilio y el dolor de perder a los seres queridos. Porque para los militares, “la delincuencia subversiva” fueron los obreros, los estudiantes secundarios y universitarios, los docentes, los periodistas y profesionales, los dirigentes sindicales, los artistas, los que participaban en agrupaciones y partidos políticos, los que no callaban, los que veían y escuchaban, los que se quedaban a pesar del miedo y la persecución (2).
Además, acompañando a la muerte llegó la venta del país y el endeudamiento ilegítimo, cuyas consecuencias (agravadas por los posteriores gobiernos, especialmente los del Dr. Carlos Menem) aún persisten. “Al mismo tiempo, se implementó un plan económico basado en el liberalismo monetario. Se puso fin al Estado intervencionista, a la protección del mercado interno y al subsidio a empresas. Se congelaron los sueldos y se dejó actuar al mercado libremente. Los resultados fueron la famosa ‘bicicleta financiera’, un gran endeudamiento externo, las industrias quebradas y sobre el fin de la dictadura una altísima inflación. El encargado de cumplir el plan económico de los militares fue José Alfredo Martínez de Hoz. Modelo económico neoliberal y Estado terrorista fueron partes inseparables del nuevo régimen dictatorial que subió al poder.” (3)
El 28 de abril de 1983, año en el que finalmente se realizarán las elecciones democráticas, la Junta militar emite a través de la cadena nacional de radio y televisión el “Documento final sobre la guerra contra la subversión y el terrorismo” que en una extensa y cínica explicación de los acontecimientos informa: “En consecuencia, debe quedar definitivamente claro que quienes figuran en nóminas de desaparecidos y que no se encuentran exiliados o en clandestinidad, a los efectos jurídicos y administrativos se consideran muertos, aún cuando no pueda precisarse hasta el momento la causa y oportunidad del eventual deceso, ni la ubicación de sus sepulturas” (4).
La resistencia
Los 30 años pasaron, como todo tiempo pasa, pero los surcos que quedaron fueron profundos. Las Madres fueron ejemplo de resistencia. Comenzaron a concentrarse a fines de abril de 1977 frente a la Casa de Gobierno en reclamo de la aparición de sus hijos secuestrados. Sin embargo, como la policía les prohibió reunirse y las forzó a circular, ellas iniciaron su marcha alrededor de la pirámide de la Plaza de Mayo.
Algunas de ellas también desaparecieron. Azucena Villaflor, iniciadora del movimiento Madres de Plaza de Mayo, fue secuestrada el 10 de diciembre de 1977, dos días después que otras dos Madres desaparecieran en la Iglesia de la Santa Cruz, junto a otras personas. Estos secuestros fueron realizados por un comando de la Armada que integraba Alfredo Astiz (apodado “el ángel de la muerte”), quien se infiltró como Gustavo Niño entre las Madres haciéndose pasar por el hermano de un desaparecido.
28 años después de su desaparición, los restos de las Madres Azucena Villaflor, María Eugenia Ponce y Esther Ballestrino de Careaga enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
Nora Cortiñas, representante de la agrupación Madres de Plaza de Mayo – Línea Fundadora recuerda: “Azucena Villaflor, fue una de las primeras mujeres organizadoras de las Madres de Plaza de Mayo. Ella fue la que lanzó nuestra proclama inicial: ‘Todas por todas y todos son nuestros hijos’. ¿Qué queríamos decir con esto? Era una promesa implícita de las Madres, nuestra lucha no era individual, era colectiva. A lo largo de estos años, si no fuera por esta filosofía que planteó Azucena, hubiese sido muy difícil afrontar tantas adversidades. Varias madres murieron, otras debieron criar a sus nietos por la desaparición de los padres. A algunas compañeras les desaparecieron todos sus hijos, a otras les quitaron la posibilidad de criar a sus nietos, porque esos niños también fueron secuestrados junto con sus padres y mantenidos en cautiverio, hasta que los asesinos de sus familiares se los apropiaron y después los registraron con una identidad falsa. Sólo la fuerza que te da el conjunto permite seguir la búsqueda. Nosotras ya no somos madres de un solo hijo, somos madres de todos los desaparecidos”.
Aquellas Madres que además perdieron a sus nietos iniciaron una búsqueda que hasta hoy no cesa. Se estima que unos 300 niños nacieron en los centros clandestinos de detención o fueron robados como “botín de guerra” e inscriptos como hijos propios por los represores o entregados de manera ilegal en adopción. Estas mujeres conformaron la agrupación Abuelas de Plaza de Mayo y en su búsqueda incansable han encontrado a 82 nietos; el último fue Sebastián, hijo de Gaspar Onofre Casado y Adriana Leonor Tasca, identificado a comienzos de este año.
Muchas son las historias de la resistencia que se tejieron entre el año del golpe (incluso antes, cuando la persecución estaba en manos de la Triple A, Alianza Anticomunista Argentina) y estos tiempos de democracia donde la justicia no ha saldado la deuda con el pueblo argentino que no olvida ni perdona. En aquel tiempo las Madres y Abuelas, los organismos de derechos humanos, los artistas, intelectuales, escritores y periodistas que arriesgaron e incluso dieron su vida como el escritor Rodolfo Walsh con su carta abierta a la Junta militar defendiendo los más altos ideales, los desaparecidos que pese a la tortura no traicionaron, los familiares, amigos y víctimas de la represión y el exilio, todos ellos resistieron. Muchos aún hoy resisten y se evidencia en las agrupaciones de hijos de desaparecidos y la cantidad de organizaciones y movimientos que siguiendo el ejemplo de las Madres no dieron ni un paso atrás en sus reclamos por la memoria y la justicia.
La memoria colectiva
No todos tuvieron o tienen memoria. Algunos la tuvieron un tiempo y pronto se les olvidó (generalmente aplacada por otros intereses). Otros tienen memoria de a ratos; es sincera pero esporádica. Hay un sector, el que generalmente detenta el poder, que recurre a la memoria en los momentos en que eso es lo importante. Siempre están, y ellos son ejemplo de resistencia, los que nunca olvidan.
Esta conmemoración de los 30 años trajo mucha memoria. A todos. Algunos que nunca olvidan se ofendieron, porque la memoria era propia de ellos y ciertamente tenían más derecho a reclamarla. Otros decidieron compartirla con los que por fin recordaron. Este fue el extraño caso del gobierno del presidente Néstor Kirchner que se atrevió a descolgar el retrato de los dictadores, a proponer convertir en museo la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) que funcionó como uno de los principales centros de detención de la ciudad de Buenos Aires, a declarar nulas las leyes de impunidad (Obediencia Debida y Punto Final), a poner a una mujer al mando de las Fuerzas Armadas y, esta vez, a los 30 años del fatídico golpe de Estado, tuvo la iniciativa de nombrar el 24 de marzo “Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia”, feriado nacional aprobado por el Congreso de la Nación bajo la Ley 26085.
¿Traerá esto al futuro más memoria o se convertirá en una fecha patria de la que mucha gente desconoce su origen? Pues está en nosotros seguir recordando. Porque la batalla no ha terminado. Porque la justicia no se ha pronunciado como el pueblo argentino espera y los represores están libres. Porque no todos los niños nacidos en cautiverio han aparecido. Porque el silencio fue cómplice entonces (no olvidemos aquella frase publicitaria que indicaba: “el silencio es salud”) y podrá ser cómplice mañana.
Hoy América Latina despierta en un tiempo nuevo. Soberanía, justicia y dignidad es la bandera de lucha contra un imperio que no cesa sus agresiones políticas y económicas. Podemos ser libres y ponernos de pie, y unidos escribir la historia de nuestros pueblos vencedores. Y debemos, por nuestros 30 mil muertos y desaparecidos y los 300 mil de todos los países latinoamericanos, no olvidar nunca más.
Notas:
1. Calloni, Stella, Los años del lobo. Operación Cóndor, Ediciones Continente, 1999.
2. El Informe de la CONADEP menciona la siguiente distribución de desaparecidos según profesión u ocupación: Obreros 30,0%. Estudiantes 21,0%. Empleados 17,8%. Profesionales 10,7%. Docentes 5,7%. Conscriptos y personal subalterno de las Fuerzas de Seguridad 2,5%. Amas de casa 3,8%. Autónomos y varios 5,0%. Periodistas 1,6%. Actores y artistas 1,3%. Religiosos 0,3%. (Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, CONADEP, Nunca Más, Eudeba, 1984.)
3. Copley, Florencia, “Cuando el terror es gobierno”, Diario NuestraAmerica.info, www.nuestraamerica.info, marzo de 2002.
4. “Documento final sobre la guerra contra la subversión y el terrorismo”, emitido a través de la cadena nacional de radio y televisión por la Junta Militar, el 28 de abril de 1983 a las 20 hs.