La finalidad de este artículo (2002)es pasar revista a las principales tendencias en la
teorización actual en Relaciones Internacionales en un momento que entendemos
especialmente propicio para ello. De unos años a esta parte, en efecto, la disciplina está viviendo un período de máxima autoconciencia y autocuestionamiento, en el que todo se analiza y se replantea con particular intensidad: la teoría, los métodos, el objeto, las funciones y hasta la propia historiografía de las Relaciones Internacionales.
Las razones de esta efervescencia particularmente intensa debemos buscarlas en las
mismas “fuerzas motrices” que tradicionalmente han impulsado el desarrollo de la
disciplina y su evolución teórica. Esas fuerzas motrices ya fueron identificadas por Alfred Zimmern el primer ocupante de una cátedra de Relaciones Internacionales y existe un amplio consenso entre los estudiosos de la materia en que son, fundamentalmente, tres. En primer lugar, el natural desarrollo interno de las ideas, estructuradas en teorías o “paradigmas”. En segundo lugar, el impacto de la evolución de los acontecimientos en las teorías que pretenden explicarlos. Y en tercer lugar, la influencia de conceptos e instrumentos provenientes de otras ciencias sociales (Zimmern, 1931; Barbé, 1989; Palomares Lerma, 1991; Halliday, 1994).
Es patente el dinamismo con que esas tres fuerzas motrices operan en la actualidad.
La actividad teórica primera fuerza es más rica y variada que nunca. Los acontecimientos internacionales segunda fuerza han sido particularmente impactantes en los últimos años
El fin de la guerra fría y el fenómeno de la globalización (ya existente pero puesto más en evidencia con la desaparición de la fractura bipolar) han tenido, evidentemente, una influencia decisiva en la agenda y en la teorización en Relaciones Internacionales. Las influencias ejercidas por otras ciencias sociales sobre una disciplina que siempre se ha caracterizado por su permeabilidad tercera fuerza han sido también especialmente significativas en los últimos tiempos. Dado que, como es evidente, las tres fuerzas se potencian entre sí, el resultado es el de un dinamismo que quizás no tenga parangón en la breve historia de las Relaciones Internacionales.
Como veremos en las páginas que siguen, en la teorización sobre las Relaciones
Internacionales coexisten los intentos de diálogo y aproximación entre distintos enfoques con la aparición de unas fracturas teóricas en la disciplina mucho más profundas que las que habían existido hasta hace pocos años, a partir de la emergencia de enfoques distanciados de los tradicionales no sólo por la elección de sus agendas sino también por el rechazo, por parte de algunas de estas nuevas tendencias, a las bases epistemológicas de las teorías tradicionales, un rechazo que en algunos casos alcanza a la totalidad de la tradición racionalista occidental (Searle, 1993: 57). A su vez, esos ataques a los enfoques tradicionales y a su epistemología no nacieron espontáneamente de las Relaciones Internacionales sino que fueron una manifestación de otras reflexiones que se hicieron en el
marco más amplio de las ciencias sociales y humanas.
Diálogo, disidencia y aproximaciones son las dinámicas que nos parecen más
relevantes en el momento que vive la disciplina y en las que centraremos esta reflexión sobre la teorización actual en Relaciones Internacionales.
Comenzaremos por el diálogo, objeto del primer apartado de este artículo. Desde
hace algunos años tiene lugar un fructífero intercambio entre los autores adscritos a dos corrientes teóricas, el neorrealismo y el neoliberalismo. Ambas provienen de dos tradiciones opuestas, la tradición realista y la tradición liberal. Los seguidores de la segunda confían en el desarrollo progresivo de unas relaciones internacionales más justas y armónicas. Los de la primera se muestran escépticos ante la posibilidad de alcanzarlo. Si bien ha habido importantes esfuerzos de acercamiento de las posiciones de las corrientes enmarcadas en esas dos grandes tradiciones a lo largo de la breve historia de la disciplina de las Relaciones Internacionales, ninguno es comparable con el desarrollado en los últimos
años.
Neorrealistas y neoliberales, en efecto, han descubierto muchos más puntos en común
que divergencias, especialmente desde el surgimiento de los enfoques anti-racionalistas,que han actuado como una especie de “federador externo” para la teoría tradicional. En el primer apartado reflexionamos sobre el proceso que ha conducido de la confrontación clásica del realismo y liberalismo a la situación actual. Nos interesa especialmente la cuestión de cuáles eran las principales divisiones que los separaban y qué tipo de transformación debieron experimentar para hacer posible esta situación actual, en la que pueden existir discrepancias pero se están haciendo esfuerzos serios para resolverlas en el terreno estrictamente científico, es decir, mediante la confrontación empírica de las teorías.
En el segundo apartado abordamos los enfoques que se autoproclaman disidentes
(teoría crítica, postmodernismo y feminismo), surgidos muy recientemente en el panorama teórico de las Relaciones Internacionales, e indagamos en el significado e implicaciones de la fractura descrita como “racionalidad vs. reflectividad”.
Por último, en el tercer apartado, dedicado a las aproximaciones, consideraremos
dos enfoques que ni forman parte de la agenda convergente del neorrealismoneoliberalismo ni son rupturistas como las aproximaciones reflectivistas: uno es el ya mencionado constructivismo y el otro es la tradición centrada en las reflexiones sobre la sociedad internacional, tradición que suele asociarse con la llamada escuela inglesa de las Relaciones Internacionales pero que también es el rasgo distintivo de la escuela española.
Como veremos, en los últimos años las conceptualizaciones clásicas sobre la sociedad
internacional han sido objeto de una renovada atención.
I. DIÁLOGO: EL DEBATE NEORREALISMO-NEOLIBERALISMO
El prefijo “neo” presente en las denominaciones de las dos corrientes teóricas que
trataremos a continuación denota que ambas son reformulaciones de dos tradiciones
teóricas anteriores: el realismo y el liberalismo.
Los orígenes de la tradición realista pueden trazarse en la antigua Grecia (en el
historiador griego Tucídides, cronista de las guerras del Peloponeso) y en la antigua India (en la obra de Cautilia, ministro del rey Chandragupta) y tiene sus principales exponentes en Maquiavelo y Thomas Hobbes. Pero el desarrollo del realismo como teoría con pretensiones explicativas de la realidad internacional tuvo lugar en el marco de la guerra fría. Celestino del Arenal ha resumido así las principales características del realismo político como corriente teórica (Arenal, 1990: 129-130).
a) es una teoría normativa orientada a la política práctica, que busca a la vez acercarse a la
realidad internacional de la guerra fría y del enfrentamiento entre los bloques y de justificar
la política que los Estados Unidos pusieron en marcha para mantener su hegemonía;
b) está dominada por el pesimismo antropológico;
c) en coherencia con lo anterior, el realismo rechaza la existencia de una posible armonía
de intereses y el conflicto se considera connatural al sistema internacional;
d) la actuación del Estado viene determinada por el propio sistema. Con independencia de
su ideología o sistema político-económico, todos los Estados actúan de forma semejante,
tratando siempre de aumentar su poder;
e) junto al poder, el segundo elemento clave del realismo es la noción de interés nacional,
definida en términos de poder y que se identifica con la seguridad del Estado;
f) en general, el realismo político asume que los principios morales en abstracto no pueden
aplicarse a la acción política1.
1.De entre la abundante bibliografía dedicada al realismo destacamos las aproximaciones generales de Dunne
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)4
De entre el grupo de autores que desarrollaron el realismo como teoría a partir de
los años cuarenta se destaca en primera línea la figura de Hans Morgenthau, autor del
primer estudio sistemático de política internacional: Politics Among Nations (Morgenthau,
1978 [1948])2. Sin embargo, antes que Morgenthau sistematizara el enfoque realista, otros
autores desarrollaron ideas compatibles con él. Entre los principales destacamos a Edward
Carr (al que nos referiremos en el próximo apartado), Reinhold Niebuhr (Niebuhr, 1946) y
Georg Schwarzenberger (Schwarzenberger, 1941). En la senda marcada por Morgenthau se
destaca la obra de dos autores realistas que a diferencia de él ejercieron responsabilidades
importantes en la política exterior estadounidense: el diplomático George Kennan (ideólogo
de la estrategia de contención hacia la Unión Soviética (Kennan, 1957) y el secretario de
Estado y consejero de seguridad Henry Kissinger (Kissinger, 1964). Asimismo, en el
pensamiento de algunos de los autores pertenecientes a la llamada “escuela inglesa” como
Martin Wight o Hedley Bull hay elementos que han llevado en ocasiones a incluirlos dentro
de la corriente realista. Lo mismo ocurre con Raymond Aron (Aron, 1962) y su discípulo
estadounidense Stanley Hoffmann (Hoffmann, 1978, 1985).
(1997a) y de Viotti y Kauppi (1987). En nuestro medio existe una literatura relativamente abundante sobre el
realismo político. Por un lado, las obras generales sobre Relaciones Internacionales contienen capítulos más o
menos extensos dedicados a esta corriente (Mesa, 1977: 82-93), Medina (1983: 58-79), Barbé (1995: 60-64),
además de la ya citada obra de Arenal (1990: 126-155). Por otro lado, tenemos también los trabajos de Esther
Barbé sobre el realismo (Barbé 1987a y 1987b), además de los específicamente dedicados a la obra de
Morgenthau que citamos en la siguiente nota.
2.Sobre la obra de Morgenthau véase Barbé (1986, 1990), Hertz, Claude y Ashley (1981) y Rosenberg
(1990).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
5
El linaje de la tradición liberal, por su parte, no es tan antiguo. La tradición
internacionalista liberal está enraizada en la teoría política liberal desarrollada, sobre todo a
partir del siglo XVII, por pensadores de diferentes campos disciplinarios, principalmente
los de la filosofía política y la economía política. Immanuel Kant, John Locke, David
Hume, Jeremy Bentham, Adam Smith, Richard Cobden, James Madison y Thomas
Jefferson son algunos de los pensadores y políticos en activo que suelen asociarse a esta
tradición.
Sin embargo, pese a sus raíces más recientes, fueron la tradición y las
preocupaciones liberales las que impulsaron el nacimiento de las Relaciones
Internacionales como disciplina autónoma. Zacher y Matthews (1995: 109-110) han
resumido en tres puntos las tesis principales del pensamiento internacionalista-liberal que
florecieron en las primeras décadas de este siglo:
a) la idea de que las relaciones internacionales avanzan hacia una situación de mayor
libertad, paz, prosperidad y progreso;
b) la transformación en las relaciones internacionales está desencadenada por un proceso de
modernización desencadenado por los avances científicos y reforzada por la revolución
intelectual del liberalismo;
c) a partir de esos supuestos, el liberalismo insiste en la necesidad de promover la
cooperación internacional para avanzar en el objetivo de paz, bienestar y justicia.
Estas ideas están presentes en mayor o menor medida en las obras del grupo de
pensadores (y políticos) internacionalistas liberales cuyo pensamiento marcó los primeros
años de la existencia de la disciplina de las Relaciones Internacionales como J. A. Hobson,
Norman Angell, Woodrow Wilson (quien en sus célebres “catorce puntos” encarnó como
nadie las preocupaciones liberales), Leonard Wolff, Arnold Toynbee, David Mitrany y del
diplomático e historiador Alfred Zimmern, ocupante de la primera cátedra de Relaciones
Internacionales en la universidad galesa de Aberystwyth que fue inaugurada en 19193. En
el período de entreguerras se iniciaron diversas líneas de investigación bastante
promisorias, como por ejemplo el estudio de las condiciones de cambio pacífico, la
investigación de las bases económicas de la paz, las posibilidades de lo que actualmente se
designa como “gobernabilidad internacional” (international governance, término acuñado
para distinguirlo del de “gobierno” o government), el análisis de los efectos de la creciente
interdependencia económica en la autoridad de los Estados y en los fines y medios
tradicionales de la política exterior, el estudio del papel de la opinión pública y su impacto
en el desarrollo de una conciencia social internacional4.
3.Los pormenores de la institucionalización de la disciplina de las Relaciones Internacionales están
desarrollados en Medina (1983: 97-98) y Barbé (1995: 28-32).
4. Es evidente que todos estos temas no sólo forman parte de la agenda actual de las Relaciones
Internacionales sino que pertenecen al núcleo de intereses fundamentales de la disciplina, lo que pone en
evidencia la supervivencia del “idealismo” (término peyorativo acuñado por los autores realistas para referirse
a los internacionalistas liberales), cuyo contenido e importancia están experimentando actualmente un proceso
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)6
No cabe duda de que el realismo ha sido la tradición dominante y más influyente en
la disciplina, hasta el punto que se ha llegado a considerar que “el resto de la historia de las
Relaciones Internacionales es, en muchos aspectos, una nota a pie de página del realismo”
(Dunne, 1997: 110). Durante largos períodos se ha hablado de una “hegemonía” del
realismo en la disciplina. Ha sido una hegemonía con altibajos, pero que actualmente sigue
muy viva en la versión del “neorrealismo”. Por su parte, las distintas corrientes liberales
han sido el contrapunto tradicional al realismo.
Si tradicionalmente realismo y liberalismo se presentaban como enfoques
irreconciliables, no ocurre lo mismo con los actuales neorrealismo y neoliberalismo. De
hecho, ambas corrientes comparten el mismo programa de investigación o, en otras
palabras, una agenda común. No es casual que el cambio de denominación coincida con el
nuevo talante dialogante de ambos enfoques. Como tendremos ocasión de argumentar en
las páginas que siguen, los mismos cambios que transformaron al realismo en neorrealismo
y al liberalismo en neoliberalismo explican la existencia del actual diálogo, iniciado a
principios de la década de los ochenta. Por otra parte, el hecho de que los dos enfoques no
se hayan fusionado, pese a tener un programa de investigación común, significa que sigue
habiendo diferencias en las maneras en que ambos intentan explicar la realidad
internacional o, en palabras de Rafael Grasa, en el “grado de pertinencia que cada enfoque
adjudica a determinados fenómenos” (Grasa, 1997: 123). En lo que sigue nos proponemos,
precisamente, analizar las divergencias y semejanzas entre ambos enfoques. Antes de
considerar el diálogo en sí mismo consideraremos dos de los antecedentes del diálogo
actual (el del llamado debate realismo-idealismo y el del debate realismo-globalismo).
A) Los antecedentes del diálogo actual entre neorrealistas y neoliberales
El diálogo desarrollado actualmente entre neorrealistas y neoliberales tiene dos
grandes antecedentes. El primero es el del episodio que la historiografía de las Relaciones
Internacionales describe como “primer debate” tras su configuración como disciplina
autónoma en el período de entreguerras y que se conoce como “debate realismo-idealismo”.
El segundo se enmarca en el “tercer debate” o “debate interparadigmático” de los años
setenta, cuando se cuestionó la explicación de la realidad internacional de los enfoques
realistas hegemónicos en la disciplina desde fines de la Segunda Guerra Mundial por
parte de las aproximaciones “transnacionalistas”5 . Como a continuación veremos, ninguno
de esos episodios puede considerarse como un diálogo, en el sentido de un intercambio de
de reconsideración y revalorización (Osiander, 1998; Schmidt, 1994 y 1998).
5.El “segundo debate” entre cientificistas y tradicionalistas en los años sesenta fue un debate metodológico en
el que realistas y liberales estuvieron presentes en ambos campos. Sobre su desarrollo véase Arenal (1990:
111-124). Las principales contribuciones al debate están incluidas en la obra editada en Knorr y Rosenau
(1969).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
7
opiniones en el que las partes se escuchan e intentan convencerse mutuamente. De hecho,
en el primero de esos episodios casi no hubo un debate propiamente dicho.
1. El debate realismo-idealismo
Como bien se sabe, tras la Segunda Guerra Mundial la tradición realista pasó a
ocupar el puesto dominante en la teorización de las Relaciones Internacionales que había
tenido el pensamiento internacionalista liberal en el período de entreguerras. La transición
entre una y otra etapa suele explicarse con la idea de que realistas e “idealistas”6
mantuvieron una confrontación el llamado “primer debate” que los primeros habrían
“ganado”.
En realidad, casi no hubo intercambio de ideas entre ambos grupos. En los manuales
y otras obras de Relaciones Internacionales en las que se considera la evolución de la
disciplina, en los apartados dedicados al “primer debate” suele aparecer una única
referencia: la de las críticas de E. H. Carr a los internacionalistas liberales en su obra The
Twenty Years Crisis, de 1939 (Carr, 1989 [1939, 1946] ), una obra que ejerció gran impacto
desde el momento mismo de su publicación. Uno de sus argumentos principales es que el
pensamiento “utópico” de autores como Zimmern, Angell o Toynbee o de estadistas como
Eden, Lloyd George o Roosevelt fue una de las causas de que la Segunda Guerra Mundial
(inminente en el momento de la publicación del libro) estuviera a punto de estallar. Las
referencias de los manuales al “primer debate” no incluyen las respuestas que los autores
implicados dieron a las críticas. Con ello se refuerzan los argumentos de Carr, con lo que la
idea que hoy día solemos tener del carácter del debate es muy sesgada. Básicamente, esa
idea coincide con la manera en que Carr lo expuso en su obra, a saber, como un
enfrentamiento entre la “ciencia” (representada por el realismo) y la “utopía” (de los
internacionalistas liberales).
Pero esa es una representación muy distorsionada de las posiciones de ambas partes.
Por un lado, los autores que Carr llamaba “utópicos” lo eran en distinta medida, algo que el
tratamiento en bloque por parte de Carr no permite discernir7. Además, algunas de las ideas
que les atribuía Carr correspondían, más bien, a etapas anteriores del pensamiento liberal,
6.En realidad, los autores que hoy englobamos bajo la denominación de “idealistas” no se identificaban con
ella. La etiqueta de “idealistas” fue acuñada posteriormente para aludir a los autores que E. H. Carr llamó
(peyorativamente) “utópicos” en su obra The Twenty Years Crisis. Posiblemente la mayoría de ellos se
habrían reconocido como “internacionalistas liberales”. Sobre las distintas variantes del pensamiento
“idealista” véase Mesa (1977:141-146); sobre la conexión entre el “idealismo filosófico” (de Platón, Kant o
Hegel) y el “utopismo político” véase Medina (1983: 48).
7.Recientemente, y en el marco del reexamen al que está siendo sometido el pensamiento internacionalista
liberal en nuestra disciplina, se ha editado una antología de pensadores “idealistas” (que incluye obras de
Carr, Zimmern y Angell) que tiene el propósito declarado de difundir las ideas de “las víctimas de Carr”.
(Long y Wilson, 1995).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)8
como por ejemplo la nocion cobdeniana de “armonía de intereses”. Aún cuesta más aceptar
las afirmaciones que Carr hizo en su obra sobre el “realismo”, presentado como un modo
de teorizar objetivo, basado en la realidad y por ello capaz de desenmascarar las ideologías
(Carr, 1989: 63). Más bien, lo que hizo Carr en The Twenty Years Crisis fue oponer a las
premisas utópicas (o, mejor dicho, a las que él atribuía a los utópicos) otra serie de
premisas basadas en la tradición de pensamiento realista y que, según él, coincidían con la
realidad. Así, por ejemplo, la tesis “utópica” de la indivisibilidad de la paz, definida como
“la ideología de los no privilegiados que intentan elevarse al nivel de los privilegiados” y la
propuesta del mecanismo de seguridad colectiva, “la ideología de los Estados que,
particularmente dispuestos a atacar, pretenden establecer el principio de que un ataque
contra ellos debe convertirse en una razón de preocupación para otros Estados” (Carr:
1989: 30) son contrapuestas a “realidades”, como por ejemplo la de “la máxima realista de
que la justicia es el derecho de los más poderosos”(Carr: 1989: 63).
Más que un enfrentamiento entre ciencia y utopía, el encontronazo de Carr con los
internacionalistas liberales fue un choque entre dos visiones del mundo opuestas, o entre
dos “ideologías sociopolíticas”, en el sentido que Mario Bunge da al término: el de
“conjunto de creencias referentes a la sociedad, al lugar del individuo en ésta, al
ordenamiento de la comunidad y al control político de ésta” constituidas (al contrario de las
teorías sociopolíticas) por afirmaciones dogmáticas y que ni suelen ser producto de la
investigación básica ni cambian con los resultados de ésta (Bunge: 1981: 165-166). En el
momento histórico en que se desarrolló el debate, ninguna de esas visiones del mundo
estaba vinculada a una teorización lo suficientemente sistemática y articulada como para
que se la pudiera considerar científica, aún en un sentido amplio. Ello, naturalmente hacía
imposible que los incipientes realismo y liberalismo pudieran entablar un auténtico debate,
es decir, un diálogo.
El dominio del realismo en la teoría de las Relaciones Internacionales a partir del
fin de la Segunda Guerra Mundial no puede interpretarse, por lo tanto, como una “victoria”
de los “realistas” en el “debate” contra los “idealistas”, puesto que no hubo ni “debate” ni
prácticamente coexistencia en el tiempo entre “realistas” e “idealistas”. Más que con
ningún otro factor, la preponderancia de las teorizaciones inspiradas en la tradición realista
tras la guerra tuvo que ver con la utilidad de los enfoques realistas como guía de los
decisores políticos estadounidenses en las dimensiones militares y diplomáticas de las
relaciones internacionales (es decir, en “inspiradora de la ideología de la política exterior
norteamericana” (Mesa: 1977: 88) ), a partir de la emergencia de los Estados Unidos como
superpotencia en un sistema bipolar . En todo caso, lo que está claro es que los realistas no
“vencieron” en el debate gracias a la evidente superioridad de sus argumentos.
En el período de más de veinticinco años que media entre el final de la Segunda
Guerra Mundial y principios de la década del setenta -cuando, a partir del impacto de
acontecimientos tales como la crisis del petróleo o la guerra de Vietnam el cuestionamiento
al realismo se intensificó- hubo muy pocos intercambios entre las teorizaciones realistas
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
9
dominantes y las corrientes herederas de la tradición liberal8.
2. El debate realismo-transnacionalismo
El segundo antecedente del diálogo actual entre neorrealistas-neoliberales tuvo
lugar en la década de 1970, en el marco del llamado “tercer debate”, “debate realismoglobalismo”
o “debate interparadigmático”9 , debate enmarcado en el contexto político
de la distensión, la crisis del sistema de Bretton-Woods, la crisis del petróleo y el
aparente declive de la hegemonía estadounidense en el sistema internacional. Interesa
destacar el papel protagonista en el cuestionamiento al realismo en el marco de este
tercer debate de Robert O. Keohane10, puesto que es el mismo Keohane el principal
artífice del acercamiento actual entre neorrealismo y neoliberalismo. Junto con Joseph
Nye (un conocido autor neofuncionalista, hecho que señala la continuidad de la
tradición liberal), Keohane es el responsable (como editor y como autor) de las dos
obras más significativas de la corriente transnacionalista: Transnational Relations and
World Politics (1971, 1972) y Power and Interdependence (1977)11. El cuestionamiento
al “estatocentrismo” del modelo realista fue el aspecto principal de la crítica
“transnacionalista” de ese momento. En un mundo cada vez más interdependiente, las
teorizaciones basadas en la preponderancia del Estado-nación eran juzgadas
8.El cuestionamiento de Stanley Hoffmann a las teorías neofuncionalistas de la integración europea es uno de
los pocos ejemplos de enfrentamiento realismo-liberalismo en los años sesenta. (Hoffmann, 1964 y 1966).
9. Las tres denominaciones son problemáticas. La de “tercer debate” (tras el primer debate realismo-idealismo
y el segundo debate tradicionalismo-cientificismo) suele caracterizar al debate entre los autores realistas y los
defensores de las concepciones transnacionalistas. A partir de la introducción en Relaciones Internacionales
de la noción kuhniana de “paradigma científico”, el tercer debate se define también como “debate
interparadigmático” entre el paradigma realista, el transnacionalista ( o globalista, o liberal, o pluralista, o de
sociedad mundial, según los autores) y el estructuralista (también definido como marxista -aunque no todos
los autores estructuralistas se consideran marxistas- o, complicando aún más las cosas, como globalista ), por
más que la participación de las corrientes marxistas, muy minoritarias en Relaciones Internacionales, en
debates con las otras dos fue muy restringida. El problema es que también se ha incluido -a partir de un muy
citado artículo de Yosef Lapid (Lapid, 1989)- en el ámbito del “tercer debate” a la confrontación
epistemológica entre las teorías racionalistas clásicas y las “reflectivistas” (teoría crítica, postmodernismo y
feminismos), así como el diálogo actual neorrealismo-neoliberalismo. Una manera de ordenar un poco las
cosas es separar, como ha propuesto Ole Waever, el debate interparadigmático o “tercer debate”, que se daría
por concluido, de los dos debates paralelos de la década de los noventa, el debate neorrealismoneoliberalismo
por un lado y el debate racionalismo-reflexivismo por otro, dos aspectos de un “cuarto
debate”. (Waever, 1996: 149-185).
10. Sobre la interesante y variada trayectoria académica de Robert Keohane, véase Suhr (1997:90-120) y
Keohane (1989:403-415).
11.En estas obras Keohane y Nye no crearon una nueva perspectiva en Relaciones Internacionales sino que
articularon una serie de ideas presentes en enfoques preexistentes. Entre las obras publicadas con anterioridad
a las obras de Keohane y Nye y que influyeron también en la construcción de la perspectiva transnacionalista
cabe estacar las de Scott (1967); Rosenau (1969) y Deutsch (1968).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)10
insuficientes para describir y explicar la realidad internacional. La noción de
“interdependencia” y el papel de la fuerza militar en las relaciones internacionales
fueron también cuestiones centrales en la controversia y por lo tanto en las obras
citadas.
A diferencia del debate realismo-idealismo, el debate realismo-transnacionalismo
fue un debate real. En la obra editada por Ray Maghroori y Bennett Ramberg, Globalism
Versus Realism: International Relations’ Third Debate (Maghroori y Ramberg (eds.),
1982) ambas partes discutieron los méritos respectivos del enfoque estatocéntrico y la
noción de interdependencia. Es destacable, sin embargo, que hay un punto importante en
común con el debate materializado en la obra editada por Maghroori y Ramberg y el debate
realismo-idealismo de entreguerras. Se trata de la percepción del punto de vista contrario
como un punto de vista más “ideológico” que científico. Un ejemplo de ello es la crítica del
(neo)realista Kenneth Waltz al concepto de interdependencia, en su opinión un “mito” que
“oscurece las realidades de la política internacional y afirma al mismo tiempo una falsa
creencia sobre las condiciones que pueden promover la paz” (Waltz, 1982: 93). Quizás esa
percepción (mutua) de que la posición contraria estaba basada en unos supuestos “falsos”
haya sido lo que impidió que el debate se convirtiera en un auténtico diálogo, en el que las
partes estuvieran dispuestas a modificar sus posiciones a partir de los argumentos del
oponente. Lo que se hizo fue, simplemente, contraponer una serie de argumentos a otros sin
que, por lo general, existiera una voluntad clara de volverlos compatibles.
La aplicación del concepto de “paradigma científico” de Thomas Kuhn a las
Relaciones Internacionales sirvió para explicar esa situación que no se veía, en palabras de
Ole Waever, “como un debate que alguien debía ganar, sino como una situación de
pluralismo que se había de aceptar” (Waever, 1996: 155). Waever ha desarrollado
convincentemente el argumento de que la importación del concepto de paradigma científico
a las Relaciones Internacionales tuvo efectos paralizantes en la disciplina porque justificó la
falta de diálogo y de confrontación de ideas. Ello es así porque, por lo general, se adoptó
una versión muy simplista de la tesis de Kuhn sobre la inconmensurabilidad de los
paradigmas. Aunque es cierto que Kuhn consideraba que las teorías científicas (y los
paradigmas) eran inconmensurables, en tanto que cada una genera sus propios criterios de
evaluación y su propio lenguaje, no por ello creía cerrada la posibilidad de diálogo entre
teorías diferentes: Kuhn no era en manera alguna un relativista12.
12.Véase Kuhn (1962) y especialmente Kuhn (1970). De hecho, ya en 1972 Hedley Bull había alertado contra
la aplicación a las Relaciones Internacionales de “la retórica del progreso científico, mal aplicada a un campo
en el que no hay un progreso de un tipo estrictamente científico, [ lo que] lleva a limitar y oscurecer el tipo de
avance que sí es posible” (Bull, 1972). Otros autores que han cuestionado el uso del concepto de paradigma
científico en Relaciones Internacionales (por razones similares a las alegadas por Waever) son Smith (1992)
y Guzzini (1992). De todos modos, hay que señalar que ninguno de estos autores cuestiona el uso del
concepto de paradigma como pilar de la “cartografía” de la disciplina que han hecho numerosos manuales de
Relaciones Internacionales en los últimos años (adoptado, en nuestro medio, tanto por Arenal (1990) como
por Barbé (1995).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
11
B) El diálogo neorrealismo-neoliberalismo: precondiciones, desarrollo y resultados
Resulta muy difícil establecer en qué preciso momento el debate-enfrentamiento
realismo-transnacionalismo se convirtió en el debate-diálogo del neorrealismoneoliberalismo.
Probablemente haya habido una superposición entre ambos. De hecho, la
obra editada por Maghroori y Ramberg (donde el debate era más bien un enfrentamiento)
se publicó en 1982, el mismo año en que Steven Krasner editó el número especial de la
revista International Organizations dedicada al análisis de los “regímenes internacionales”,
un concepto que, como pronto veremos, fue un producto del diálogo constructivo entre las
corrientes (neo)realistas y (neo)liberales. En ese sentido, es destacable el hecho de que
Robert Keohane no participara en la obra de Maghroori y Ramberg y en cambio sí
contribuyera a la de Krasner.
1.Precondiciones
Pese a que la diferenciación entre el “tercer debate” y el diálogo neorrealismoneoliberalismo
(el actual “cuarto debate”) no es muy nítida en el tiempo, sí en cambio es
posible establecerla claramente a partir de otros elementos. Esos elementos – ”precondiciones” del diálogo- son los siguientes: la renuncia, por parte del sector
“transnacionalista” de Keohane, a crear un “paradigma alternativo” al realismo (a); la
formulación, por parte del mismo Keohane, de una propuesta concreta para integrar teorías
provenientes de la tradición realista y de la tradición liberal en un enfoque
multidimensional (b); el acercamiento de posiciones, consecuencia de la reformulación del
realismo en neorrealismo© y la del enfoque transnacionalista en (neo)liberalismo
institucional (d).
a) En Power and Interdependence, de 1977, Keohane y Nye renunciaron a su propósito
inicial -manifestado en Transnational Relations and World Politics de 1971/1972 – de
construir un paradigma alternativo al realismo, el de la “política mundial” (Keohane y Nye
(eds.), 1972: XXIV). Sostuvieron que ya no pretendían construir un nuevo paradigma sino
completar el realismo -a su entender un enfoque válido para conceptualizar ciertos aspectos
de la realidad internacional- con el enfoque de la interdependencia, dedicado al análisis de
las relaciones transnacionales (Keohane y Nye, 1977: 23-24). Esta actitud conciliadora
contrastaba con la de otros autores también pertenecientes a la corriente transnacionalista,
como por ejemplo Richard Mansbach, Yale Ferguson o John Vasquez, que sí entendían sus
esfuerzos como diametralmente opuestos a los de las concepciones realistas clásicas y
siguieron, por consiguiente, reclamando la constitución de un “nuevo paradigma”
(Mansbach, Ferguson y Lampert, 1977; Mansbach y Vasquez, 1981).
b) La propuesta de integrar distintos programas de investigación en un enfoque
multidimensional amplio fue esbozada por primera vez por Keohane en un artículo
publicado en 1983 (Keohane, 1983, 1987) aunque, de hecho, Keohane ya estaba embarcado
en un productivo diálogo con los autores (neo)realistas en torno al concepto de régimen
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)12
internacional (Keohane, 1982). En ese artículo Keohane procedía al análisis del “realismo
estructural” (la reformulación del realismo de Kenneth Waltz en Theory of International
Politics, que en la actualidad se conoce más bien como “neorrealismo” y se distingue de
otras propuestas que sí se conocen como “realismo estructural” (Buzan, Jones y Little,
1993) ) y sostenía que, dadas sus virtudes rigor y claridad y potencialidades para
desarrollar una teoría lógicamente coherente, además de clara y relativamente simple
podría -junto a otras líneas de investigación conectadas al programa de investigación
realista (los trabajos de Snyder y Diesing en teoría de los juegos (Snyder y Diesing, 1977) y
las obras de Robert Gilpin (Gilpin, 1975, 1981), en particular sus explicaciones sobre las
causas de declive de los Estados hegemónicos)-, convertirse en el núcleo de “un enfoque
multidimensional a la política mundial que incorporara varios marcos analíticos o
programas de investigación”. Uno de esos programas sería el propio neorrealismo
(“realismo estructural” en los términos empleados por Keohane), dedicado a investigar
cuestiones relativas al poder y a los intereses. Otro sería un “programa de investigación
estructural modificado” (el de sus propias investigaciones), centrado en el análisis de las
instituciones y reglas internacionales. Un tercero, por último, se ocuparía de teorías de
política interna, de toma de decisiones y de procesamiento de la información y tendría la
función de conectar las dimensiones internas e internacionales.
c) La reformulación del realismo en neorrealismo por parte de Kenneth Waltz en 1979 fue
otra de las condiciones básicas para el acercamiento de las posiciones de los participantes
en el actual diálogo. Esta reformulación tuvo lugar en una de las obras más influyentes -y
más polémicas- en la literatura de las Relaciones Internacionales: Theory of International
Politics (Waltz, 1979). Su autor la redactó a partir de los siguientes propósitos:
1. Desarrollar una teoría de la política internacional más rigurosa que la de los anteriores
autores realistas.
2. Mostrar cómo se puede distinguir entre el nivel de análisis de la unidad de los elementos
estructurales y luego establecer conexiones entre ambos.
3. Demostrar la inadecuación de los análisis prevalecientes, que van “de dentro hacia
afuera” (inside-out) que han dominado el estudio de la política internacional.
4. Mostrar cómo cambia el comportamiento de los Estados y cómo los resultados
esperables varían a medida que los sistemas cambian.
5. Sugerir fórmulas para verificar la teoría y dar algunos ejemplos de aplicación práctica,
principalmente en cuestiones económicas y militares (Waltz: 1986: 322).
La reformulación del realismo de Waltz mantiene los principales supuestos del
realismo clásico: los Estados unidades racionales y autónomas son los principales actores
de la política internacional, el poder es la principal categoría analítica de la teoría, y la
anarquía es la característica definitoria del sistema internacional. Pero, a diferencia del
realismo, el neorrealismo centra su explicación más en las características estructurales del
sistema internacional y menos en las unidades que lo componen. Según Waltz, el
comportamiento de las unidades del sistema (Estados) se explica más en los
constreñimientos estructurales del sistema que en los atributos o características de cada una
de ellas (Waltz: 1979: 88-97).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
13
Pero quizás las principales diferencias entre el neorrealismo de Waltz y el realismo
clásico sean más formales que de sustancia y, en especial, ese intento de construir una
teoría clara, rigurosa, y concisa, de “explicar pocas cosas, pero importantes” (Waltz, 1975:
3-4). En ese sentido, la contribución (popperiana) de Waltz a la epistemología de las
relaciones internacionales es reconocida y apreciada incluso por sus críticos (Mansbach:
1996:93; Mouritzen, 1997). Otro aspecto formal que llama la atención en la teoría
neorrealista es el uso de la teoría microeconómica de las estructuras de mercado. Para
Waltz, el sistema internacional funciona como un mercado “interpuesto entre los actores
económicos y los resultados que producen. Ello condiciona sus cálculos, su
comportamiento y sus interacciones” (Waltz, 1990: 90-91). Esta analogía mercado-sistema
internacional propiciará también un uso importante, por parte de los neorrealistas, de los
modelos de las teorías de la acción racional, rasgo que compartirán con el neoliberalismo
institucional.
d) Por su parte, el “programa de investigación estructural modificado” que Keohane se
disponía a construir representaba un alejamiento significativo con respecto a las anteriores
posturas “transnacionalistas” del autor. El programa asumía algunas de las premisas del
(neo)realismo, aunque con ciertos matices:
I) La premisa de que los Estados son los principales actores internacionales, aunque no los
únicos.
II) La premisa de que los Estados actúan racionalmente, aunque no a partir de una
información completa ni con preferencias incambiables
III) La premisa de que los Estados buscan poder e influencia, aunque no siempre en los
mismos términos (en diferentes condiciones sistémicas, los Estados definen sus intereses de
manera diferente) (Keohane, 1983)
No obstante, y como ya hemos señalado, el centro de interés del “programa de
investigación estructural modificado” es el estudio de las reglas e instituciones
internacionales. Aquí se manifiesta con claridad el componente “liberal” del programa de
Keohane: en el interés de analizar las instituciones internacionales (un concepto amplio que
incluye a todas las modalidades de cooperación internacional formales e informales) y en la
premisa (de origen claramente liberal) de que la cooperación es posible y que las
instituciones modifican la percepción que los Estados tienen de sus propios intereses,
posibilitando así la cooperación (que los realistas/neorrealistas ven sólo como un fenómeno
coyuntural). En los trabajos desarrollados por Robert Axelrod en el marco de la teoría de
los juegos (Axelrod, 1984) Keohane encontró una buena base para explicar la
compatibilidad de las premisas realistas (Estados en situación de anarquía y motivados,
ante todo, por la búsqueda de poder) con las liberales (posibilidad de cooperación),
distanciándose (aunque no totalmente) del optimismo del liberalismo clásico. En el artículo
que escribieron juntos en 1985, los autores diferenciaban su propia noción de
“cooperación” de la “armonía de intereses” del liberalismo clásico:
Cooperación no equivale a armonía. La armonía exige una total identidad
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)14
de intereses, pero la cooperación sólo puede tener lugar en situaciones en
las que hay una mezcla de intereses conflictivos y complementarios. En
esas situaciones la cooperación tiene lugar cuando los actores ajustan su
comportamiento a las preferencias reales o previstas de los demás. Así
definida, la cooperación no es necesariamente buena desde un punto de
vista moral” (Axelrod y Keohane, 1985): 226)
Otra vertiente teórica en la que Keohane se apoyó para explicar la compatibilidad
entre la estructura anárquica del sistema internacional y la cooperación proviene de la
microeconomía, y en concreto del concepto de “fallos del mercado”. Esta noción alude a la
incapacidad de un mercado perfecto (no regulado) de proporcionar adecuadamente bienes
públicos a una sociedad, así como a la posibilidad de que un mercado no regulado dé lugar
a “males públicos” tales como la contaminación. A partir de la identificación de la sociedad
internacional anárquica y un mercado imperfecto, Keohane y los autores neoliberales en
general se han inspirado en los modelos elaborados por los economistas sobre la regulación
de los mercados para defender las posibilidades de cooperación internacional.
Del énfasis del papel de las instituciones13 en la cooperación internacional proviene
el nombre que Keohane dio al programa, de “institucionalismo liberal” en su obra After
Hegemony (Keohane, 1984). El prefijo “neo” que transformó el nombre del programa en
“institucionalismo neoliberal” o, simplemente, en “neoliberalismo” proviene de un artículo
(crítico para con el enfoque) de Joseph Grieco (Grieco, 1988), quien lo usó no sólo para
referirse a la novedad del enfoque sino para diferenciarlo del “institucionalismo liberal
clásico”, de las teorías funcionalistas y neofuncionalistas de la integración europea, una
tradición de la que Keohane se reconoce deudor (Keohane, 1984: 22).
Keohane ha sostenido enfáticamente que el neoliberalismo institucional debe tanto
al realismo como a la tradición liberal:
En consonancia con el realismo -y asumiendo que se lo suele designar como
“neorrealismo”- la teoría institucionalista asume que los Estados son los
principales actores en la política mundial y que se comportan en base a las
concepciones que tienen de sus propios intereses. Las capacidades relativasla “distribución de poder” del realismo siguen siendo importantes, y los
Estados se ven obligados a depender de sí mismos para obtener ganancias
de la cooperación. Sin embargo, la teoría institucionalista pone también
13. Keohane definió las instituciones como “conjuntos de reglas (formales e informales) estables e
interconectadas que prescriben comportamientos, constriñen actividades y configuran expectativas”. A su vez,
las instituciones pueden ser de tres clases: a) organizaciones gubernamentales y no gubernamentales
(deliberadamente establecidas y diseñadas por los Estados, con carácter burocrático y reglas explícitas), b)
regímenes internacionales (instituciones con reglas explícitas acordadas por los gobiernos pero con nivel de
institucionalización menor que las instituciones) y convenciones (situaciones contractuales que comportan
reglas implícitas que configuran las expectativas de los actores) (Keohane, 1989b: 2-4).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
15
énfasis en el papel de las instituciones internacionales en el cambio de las
concepciones del propio interés. De ahí que se apoye en las ideas liberales
sobre la formación de intereses. (….) es crucial recordar que [el
neoliberalismo institucional] tiene tantos elementos del realismo como del
liberalismo: no puede ser encasillada simplemente como una teoría “liberal”
opuesta en todos sus elementos al realismo. Es sin duda tan erróneo
referirse a ella como liberal como darle el nombre de neorrealismo.
(Keohane, 1993: 271-272)-
Asimismo, no pocos autores han clasificado a Keohane como un autor
“neorrealista” (Ferguson y Mansbach, 1991: 364; Ashley, 1984; Palomares Lerma, 1991:
29; Barbé, 1995: 62-63 n. 76). Sin embargo, y pese a los esfuerzos de Keohane por tender
puentes entre las distintas tradiciones de pensamiento e incluso llegar a una síntesis de las
corrientes teóricas actuales, la esencia de su enfoque es -como han percibido autores
neorrealistas como Grieco (1988)- radicalmente opuesta a los supuestos realistas. El
tradicional pesimismo realista y el tradicional énfasis liberal en las posibilidades de
cooperación están muy presentes en los actuales neorrealismo y neoliberalismo. Ello
impedirá, muy posiblemente, que ambos enfoques acaben fundiéndose en una síntesis total,
pero no ha impedido el establecimiento de un diálogo muy productivo, cuyas características
consideraremos a continuación.
C) El desarrollo del diálogo: temática y metodología
El diálogo ha tenido dos focos temáticos principales. Uno ha sido el de la discusión
de la teoría neorrealista de Waltz. Es lo que se ha hecho en la obra editada por Keohane
Neorealism and its Critics (Keohane, 1986 ), donde se reproducen los cuatro capítulos más
importantes de Theory of International Politics de Waltz y se incluyen contribuciones
neorrealistas (Robert Gilpin) junto a otras que se enmarcan en los enfoques que más
adelante el propio Keohane definiría como “reflectivistas” (de John G. Ruggie, Robert Cox
y Richard Ashley), el artículo de Keohane de 1983 que ya hemos comentado y en el que
proponía el establecimiento del diálogo y (lo que demuestra que se trata de un auténtico
diálogo) una respuesta de Waltz a los comentarios de sus críticos.
Pero el tema principal del diálogo neorrealismo-neoliberalismo es el de los “efectos
de las instituciones internacionales en el comportamiento de los Estados en una situación de
anarquía internacional” (Smith, 1997: 170). ¿Pueden o no compensar las instituciones
internacionales los efectos de la anarquía? Los neoliberales sostienen que sí y los
neorrealistas que no, y en las creencias de cada grupo están presentes, sin duda, las
tradicionales visiones del mundo realista y liberal. Pero lo importante es que, más allá de
ello (y a diferencia de lo que ocurría en el pasado), ambos grupos de autores se avienen a
intentar demostrar sus ideas y a intentar confirmar la validez de sus supuestos a partir de la
confrontación de teorías y de hechos. Si, como sostiene Bunge, la aceptación de que los
resultados de la investigación pueden cambiar los supuestos básicos es lo que diferencia a
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)16
las ideologías sociopolíticas de las teorías sociopolíticas (Bunge, 1981), entonces el diálogo
neorrealismo-neoliberalismo sería valioso sólo por ello, más allá de sus resultados
concretos.
Las discusiones sobre si la anarquía es o no superable se han materializado en
numerosos artículos publicados, fundamentalmente, en la revista International
Organization. Además hay dos libros que recogen ese aspecto del debate: International
Regimes, editado por Steven Krasner (Krasner, 1982 y 1983) y, sobre todo, Neorealism and
Neoliberalism, editado por David Baldwin (Baldwin, 1993). Este autor es, precisamente,
quien en el artículo introductorio del libro mejor ha sintetizado el contenido del debate
neorrealismo-neoliberalismo y las principales divergencias entre ambas escuelas a
principios de los noventa, que eran las seis siguientes:
1. La naturaleza y las consecuencias de la anarquía internacional. Para los neorrealistas, la
anarquía plantea unas constricciones al comportamiento estatal mucho más importantes que
las admitidas por los neoliberales.
2. La cooperación internacional. Para los neorrealistas, la cooperación internacional es más
difícil de lograrse, más difícil de mantenerse y más dependiente de las relaciones de poder
de los Estados que lo que afirman los neoliberales.
3. Beneficios absolutos/relativos. Este era el núcleo del debate a principios de los años
noventa. De las posiciones que cada enfoque mantenía al respecto se desprendían las
expectativas (positivas para los neoliberales, negativas para los neorrealistas) de cada grupo
de autores sobre las posibilidades de la cooperación internacional. Los neorrealistas
sostenían que los Estados, al iniciar la cooperación con otros, buscan ante todo mejorar su
posición relativa frente a los demás. En otras palabras, lo que interesa a los Estados es, más
que obtener ganancias, mantener o alcanzar una posición de superioridad frente al resto. De
ahí que teman que otros Estados puedan obtener ganancias mayores que ellos en la
cooperación (superarlos en ganancias relativas). Ese temor a que la cooperación con otros
Estados aumente su superioridad es lo que impediría la cooperación a largo plazo. Los
neoliberales no negaban que en determinadas condiciones la cooperación se vea impedida o
dificultada por la preocupación de los Estados por los beneficios relativos, pero
consideraban que en general prevalecerá el deseo de obtener beneficios absolutos -deseo
que llevará a intentar maximizar el nivel total de los beneficios de quienes cooperan-14.
4. Las prioridades de las metas estatales. Ambos enfoques entienden que tanto la seguridad
como el bienestar económico son metas importantes, pero suelen diferir en cuanto a cuál
de ellas es prioritaria para los Estados. Los neorrealistas, igual que los realistas clásicos,
ponen el énfasis en la seguridad -por más que, a diferencia de aquéllos, participaban
activamente en los debates sobre temas económicos-. Los neoliberales consideran que las
14.Véase un análisis detallado de la problemática “beneficios absolutos vs. relativos” en Niou y Ordeshook
(1994: 209-234).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
17
prioridades económicas son básicas para los Estados.
5. Capacidades e intenciones. Los neorrealistas, igual que los realistas clásicos,
consideraban que la distribución de recursos (capacidades) de los Estados es el factor que
mejor explica su comportamiento, incluida su participación en esquemas de cooperación
con otros Estados. Los neoliberales ponen énfasis en las intenciones. Así, por ejemplo,
argumentan que la sensibilidad de los Estados con respecto a las ganancias relativas de los
demás se ve muy influenciada por las percepciones que se tengan sobre las intenciones de
esos Estados. Las ganancias relativas obtenidas por Estados clasificados como enemigos
serían mucho más preocupantes que las que consiguen los aliados.
6. El papel de los regímenes y las instituciones. Para los neoliberales, los regímenes y las
instituciones internacionales mitigan los efectos constreñidores que tiene la anarquía sobre
la cooperación. Sin negarlo, los neorrealistas consideran exagerado el papel que atribuyen
los neoliberales a regímenes e instituciones15.
Aunque las diferencias entre neorrealistas y neoliberales no se han resuelto, algunas
de ellas se han reformulado a partir del debate. Es el caso de la controversia sobre
ganancias absolutas/relativas. La cuestión de si los Estados persiguen ganancias absolutas o
relativas ha sido reformulada, según Keohane, en la siguiente pregunta: “bajo qué
condiciones los Estados emprenden una cooperación mutuamente beneficiosa para
preservar su poder y estatus relativos?” (Keohane, 1998:88). En la actualidad, la
controversia neorrealismo-neoliberalismo se centra en la capacidad de las instituciones
internacionales de afectar los resultados de las negociaciones multilaterales de los Estados
(Fearon, 1998).
Es llamativo el hecho de que el debate neorrealismo-neoliberalismo se haya
centrado en la dimensión de cooperación y que prácticamente haya dejado intacta la del
conflicto (cuando el tema de la utilidad o no de la fuerza militar era uno de los principales
en los enfrentamientos entre transnacionalistas y realistas). En teoría, la posibilidad de
aplicar el programa del institucionalismo neoliberal está abierta, y así lo ha señalado
Keohane (Keohane y Martin, 1995: 39). En la práctica, empero, los estudios de seguridad
siguen estando prácticamente monopolizados por el neorrealismo.
En cuanto a la metodología que se ha seguido, lo que más llama la atención es la
influencia de la teoría económica y el uso de la teoría de los juegos para conceptualizar las
situaciones de anarquía-cooperación (en base a los modelos que los economistas usan para
distinguir entre diferentes clases de mercado). Se razona en abstracto, y se parte de la base
que los actores (Estados u otros) se comportan racionalmente. Las referencias históricas
que aparecen en los trabajos son, si las hay, muy generales. Tampoco el derecho, la
15.Esta enumeración de las diferencias entre neorrealistas y neoliberales de Baldwin ha sido reproducida en
distintos manuales y cursos, como por ejemplo en Baylis y Smith (1997: 170) y, entre nosotros, por Grasa
(1997:144-145).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)18
filosofía, la sociología o la psicología parecen informar sus contenidos.En ese sentido,
Keohane ha subrayado el “carácter racionalista y utilitarista” de ambos enfoques (Keohane
y Martin, 1995:39) .
D) Algunos resultados del diálogo
a) El diálogo entre neoliberales y neorrealistas ha estructurado el debate del área o
subdisciplina de la Economía Política Internacional (Guzzini, 1992; Kébabdjian, 1999;
Higgott, 1994; García Segura, 1999), centrada en “la interacción recíproca y dinámica en
las relaciones internacionales de la búsqueda de la riqueza y del poder”, que es como la
definió Robert Gilpin, un autor clave en su desarrollo (Gilpin, 1975). En economía política
internacional la discusión teórica ha estado estructurada, desde el nacimiento de la
disciplina en los años setenta, según la misma lógica que las relaciones internacionales.
Así, en los años setenta se definía como un diálogo entre realistas (o mercantilistas),
liberales y marxistas y en la actualidad como un debate entre neorrealistas-neoliberales con
una participación menor de autores neo-marxistas, en general vinculados a la teoría crítica
inspirada en Gramsci.
Es destacable que en teoría política internacional el debate se considera muy
constructivo por sus participantes, que destacan que la dialéctica neorrealismoneoliberalismo
ha permitido desarrollar un rico programa de investigación en el que cada
una de las partes ha ido refinando progresivamente sus posiciones iniciales (Krasner, 1996).
Asimismo, puede decirse que el concepto de régimen internacional (categoría
central en la Economía Política Internacional, aunque empleada en general en las
Relaciones Internacionales) es casi exclusivamente un producto del diálogo neorrealismoneoliberalismo.
De hecho, una de los primeros indicadores de que neorrealistas y
neoliberales se estaban embarcando en una empresa constructiva fue el acuerdo que
alcanzaron sobre la que hoy se conoce como “definición canónica” de régimen
internacional. La llamada “definición canónica” es la que fue consensuada en 1983 entre
neorrealistas y neoliberales y aparece en el volumen editado por Steven Krasner en 1982
(como número especial de International Organization y en 1983 (como volumen
independiente):
Los régimenes internacionales son principios, normas, reglas y
procedimientos de toma de decisiones en torno a los cuales las expectativas
de los actores convergen en un área determinada de las relaciones
internacionales. Los principios son creencias de hecho, de causalidad o de
rectitud. Las normas son estándares de comportamiento definidas en
términos de derechos y obligaciones. Las reglas son prescripciones o
proscripciones para la acción específicas. Los procedimientos de toma de
decisiones son las prácticas prevalecientes para llevar a cabo y aplicar las
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
19
decisiones colectivas” (Krasner, 1983:2)16.
Sobre esa base común, neoliberales y neorrealistas pasaron a debatir casos
concretos de creación y mantenimiento de regímenes internacionales. Los primeros -a partir
de la idea de que los Estados consideran, ante todo, los beneficios absolutos que les puede
reportar la cooperación-, conciben los regímenes, ante todo, como el producto de la
maximización de intereses de los participantes. Los segundos -desde la premisa de que los
Estados se preocupan, ante todo, por la posición relativa en la escala de poder
internacional- los entienden como un producto de las relaciones de poder y explican los
regímenes bien a partir de la hegemonía de una potencia, bien a partir de una determinada
configuración de las relaciones de poder.
b) El diálogo neorrealismo-neoliberalismo está también en la base del intento de
reconceptualización de las teorías de la integración europea emprendido por Robert
Keohane, Stanley Hoffmann y Andrew Moravcsik (Keohane y Hoffmann, 1991;
Moravcsik, 1991, 1993). El “institucionalismo intergubernamental” es un intento de
fusionar algunas ideas de la teoría neofuncionalista (despojándola, sin embargo, de su
componente teleológico) y las criticas intergubernamentalistas (realistas) de Hoffmann a las
teorías clásicas de la integración europea (Hoffmann 1964, 1966). El sistema político
comunitario se concibe como un régimen internacional (Moravcsik, 1993: 140) o como una
“red” (network) (Keohane y Hoffmann, 1991: 10) basada en la convergencia de intereses de
sus miembros, en particular los tres grandes Estados europeos: Alemania, el Reino Unido y
Francia. A su vez, el proceso comunitario se define como a la vez intergubernamental y
supranacional: intergubernamental porque la autoridad máxima la detentan los gobiernos
(no las instituciones europeas), protagonistas en el proceso de toma de decisiones de la CE /
UE; supranacional por las maneras en que las decisiones se toman: en el seno de
instituciones centrales en las que prevalece la regla de mayoría cualificada en el voto,
controladas por el Tribunal de Justicia y amparadas por el derecho comunitario (Keohane y
Hoffmann, 1991: 16). Esto resuelve lo que para los neofuncionalistas aparecía como una
contradicción: el papel primordial de los gobiernos en el proceso comunitario paralelo al
paulatino fortalecimiento de las instituciones comunitarias, proceso que para los
neofuncionalistas no podía ser simultáneo (Haas, 1968).
El modelo institucionalista intergubernamental se ha usado para explicar la
dinámica del Acta Única y del Tratado de la Unión Europea (Maastricht) (Keohane y
Hoffmann, 1991) y al papel de las instituciones en la Europa de la inmediata post-guerra
fría (Keohane, Nye, Hoffmann, 1993). Asimismo, se han destacado sus potencialidades
para explicar la dinámica de la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión
Europea (Hill y Wallace, 1996; Salomón, 1999). También es de destacar su afinidad con el
enfoque intergubernamentalista desarrollado por Paul Taylor (Taylor, 1991, 1996).
16.Hasenclever, Mayer y Rittberger (1996; 2000) han realizado un análisis pormenorizado de la evolución de
los debates en torno al concepto de régimen internacional.
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)20
c) Un tercer esfuerzo que puede ser considerado producto del diálogo es el intento
de construir una teoría general de las relaciones internacionales sobre la base del
neorrealismo pero también usando las aportaciones del neoliberalismo institucional,
además de las de otras teorizaciones. Es la propuesta del “realismo estructural”, de Barry
Buzan, Charles Jones y Richard Little Little (Buzan, Jones y Little, 1993). Los autores
adoptan una posición semejante a la de Keohane: aceptan los presupuestos “duros” del
realismo pero con modificaciones. Afirman, además, que
[el realismo estructural que proponen] proporciona una base para sintetizar
los enfoques neoliberal y neorrealista al estudio del sistema internacional
(…), lo que abre la posibilidad de transformar una teoría de la política
internacional en una teoría de las relaciones internacionales” (Buzan, Jones
y Little, 1993: 62-63).
Los autores comparten, con los neoliberales institucionalistas y con los teóricos de
la sociedad internacional, la idea de que la anarquía puede dar lugar a una cooperación
sostenida, no sólo coyuntural. Asimismo, igual que los autores constructivistas, rechazan
las analogías microeconómicas de neorrealistas y neoliberales e insisten en el papel de los
factores sociocognitivos en las interacciones de las unidades (Estados) en el sistema
internacional.
Así, aún partiendo de la misma base común a neorrealismo y neoliberalismo
institucional (Estados como principales actores, con carácter racional y unitario,
actuando en función del poder y calculando sus intereses en función del poder) Buzan y
sus colegas proponen ciertas modificaciones importantes a las premisas neorrealistas.
En primer lugar, una defininición de estructura menos rígida que la de Waltz y
aplicable a sectores diferentes que los estrictamente políticos. En segundo lugar,
proponen desagregar el concepto de poder (poder militar, poder económico, poder
ideológico…) para explicar situaciones en las determinadas estructuras de poder se
mantengan incambiadas y en cambio otras varíen. En tercer lugar, proponen un nuevo
nivel de análisis, el de la “capacidad de interacción” entre las unidades. Según los
autores, una teoría así concebida permite explicar las situaciones de transformación del
sistema internacional y por lo tanto el fin de la guerra fría, la carencia más señalada en
el neorrealismo. Para ello es básico la desagregación del concepto de poder en distintas
capacidades. Así, el fin de la guerra fría se conceptualizaría teóricamente como un
cambio en la estructura distribucional de poder, en la que el poder económico
permanece incambiado y en cambio el poder político y militar se distribuyen de una
nueva manera.
El realismo estructural, pues, es una especie de operación de rescate del
neorrealismo, por más que en el camino se lo modifica tanto que queda casi irreconocible.
Buzan ha justificado esta posición con argumentos similares a los expuestos, en su día, por
Keohane. Buzan encuentra el neorrealismo es intelectualmente atractivo por su relativa (no
absoluta) coherencia intelectual y porque considera que es un buen punto de partida para
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
21
construir un marco teórico unificado de las Relaciones Internacionales (Buzan, 1996: 62-
63). Es una posición diametralmente opuesta a la de los autores que reclaman la
“reestructuración” de la disciplina y la teorización en Relaciones Internacionales y que
consideraremos en el próximo apartado.
II. DISIDENCIA: LA FRACTURA RACIONALISMO VS. REFLECTIVISMO
La disidencia17 es la segunda tendencia en la que focalizaremos nuestra reflexión
sobre la teorización en Relaciones Internacionales en los últimos años. En este apartado
consideraremos una serie de enfoques recientemente surgidos en el panorama teórico de
nuestra disciplina vinculados (aunque no en todos los casos) a la propuesta de llevar a cabo
una “reestructuración” de las Relaciones Internacionales (Neufeld, 1995). En parte, los
enfoques disidentes se explican como reacción a las carencias percibidas en las teorías
tradicionales, en especial la falta de elementos que permitieran no ya predecir sino
simplemente explicar el fin de la guerra fría (Arenal, 1993). En ese sentido, es un tipo de
reacción opuesto a esfuerzos como los del realismo estructural de Buzan. También se
explican como reacciones a las propias situaciones de cambio en el sistema internacional.
Algunos autores vinculados a estos enfoques aluden a las crisis de los años setenta al
referirse a sus motivaciones para buscar teorías alternativas, el mismo impulso que llevó a
la formulación de las corrientes transnacionalistas (Cox, 1981). No hay duda del enorme
impacto de los acontecimientos de 1989-91 en los llamamientos a la reestructuración y a la
disidencia, llamamientos que en los últimos años han perdido intensidad. Por último, los
enfoques disidentes son un reflejo de los debates metodológicos, epistemológicos,
ontológicos y axiológicos que se mantienen en el ámbito más amplio de las ciencias
sociales, así como de ciertas modas intelectuales de origen parisino y del pesimismo
vinculado a la desilusión con el proyecto “modernista” de la Ilustración (Holsti, 1998).
17. El término que hemos escogido para esta dinámica obedece a la autodefinición como “disidentes” que
asume una buena parte de los autores considerados en este apartado. Una muestra de esa autopercepción está
en el título del artículo introductorio al número extraordinario del International Studies Quaterly (editado por
los autores postmodernos R. Ashley y R. B. J. Walker): “Speaking the Language of Exile: Dissident Thought
in International Studies”, (Ashley y Walker, 1990).
La contraposición entre los nuevos enfoques “disidentes” y los viejos enfoques
“hegemónicos” o “tradicionales” fue planteada por primera vez por Robert Keohane, en la
conferencia que le correspondió pronunciar en marzo de 1988 en calidad de presidente – durante el curso 1988-89- de la International Studies Association (Keohane, 1989b). Desde
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)22
ese cargo institucional -que lo convertía en legítimo portavoz de la teorización hegemónica
en la academia estadounidense- Keohane identificó la nueva gran fractura que, a su
entender, dividía el campo de las Relaciones Internacionales.
A un lado de la fractura situó Keohane las teorías “racionalistas”, las que consideran
posible juzgar objetivamente los comportamientos, como el realismo/neorrealismo y
liberalismo/neoliberalismo. Del otro situó las teorías que llamó “reflectivistas”
(reflectivist). Según Keohane, los autores “reflectivistas” (entre los cuales señaló a
Hayward Alker, Richard Ashley, Friedrich Kratochwil y John Ruggie18) tenían en común a)
su desconfianza hacia los modelos científicos para el estudio de la política mundial, b) una
metodología basada en la interpretación histórica y textual y c) la insistencia en la
importancia de la reflexión humana sobre la naturaleza de las instituciones y sobre el
carácter de la política mundial. Asimismo, Keohane sostuvo que, pese a su interés, los
enfoques “reflectivistas” eran unos enfoques marginales en la disciplina y que lo seguirían
siendo si no desarrollaban unos programas de investigación empíricos concretos y que
contribuyeran a la tarea de clarificar las cuestiones centrales de la política mundial.
Desde entonces, algunos autores han clasificado la controversia entre estos
enfoques reflectivistas y las teorizaciones asentadas en la tradición racionalista
occidental como pertenecientes a un nuevo debate en la disciplina de las Relaciones
Internacionales, paralelo en el tiempo pero de naturaleza muy diferente al diálogo
neorrealismo-neoliberalismo (Waever, 1996; Smith, 1997).
No hay acuerdo entre los autores sobre la denominación de la familia de enfoques
que Keohane llamó “reflectivistas”. Algunos autores han optado por la denominación de
“tendencias post-positivistas” aludiendo al posicionamiento de varios de ellos frente a la
manera “positivista” de entender la ciencia (Lapid, 1989). El problema que supone el uso
de esa denominación es que podría sugerir que se está aceptando la dicotomía
positivismo/postpositivismo tal como algunos de esos autores la plantean, lo que, como
argumentaremos más adelante, no es nuestro caso. Otro grupo de autores distingue entre
“teoría crítica” (enfoques reflectivistas en general) y “Teoría Crítica” (el enfoque
específicamente habermasiano y neomarxista) (George, 1989; Brown, 1994; Wendt, 1995).
Es evidente que también esa solución se presta a confusiones. Para evitarlas hemos
adoptado aquí la denominación de “enfoques reflectivistas” de Keohane. Tiene, sobre las
demás, la ventaja de que no parece señalar a ninguno de estos enfoques en particular. Por
otra parte, aunque se trata de una denominación dada desde fuera, la usan también algunos
autores que se identifican con esas corrientes, como por ejemplo Steve Smith (Smith, 1997)
o Mark Neufeld (Neufeld, 1993).
18.Los dos primeros se inscriben en la corriente o corrientes “postmodernas”. Los dos últimos son exponentes
del enfoque constructivista. Es de señalar que tanto Richard Ashley como John Ruggie habían participado en
el debate en torno a Theory of International Politics de Waltz materializado en la ya citada antología de
Keohane, Neorealism and its Critics (Keohane, 1986).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
23
Aunque un importante elemento en común de los enfoques reflectivistas (que no
está entre los destacados por Keohane) es su consideración de las relaciones internacionales
como un conjunto de fenómenos “socialmente construidos”-según la terminología
empleada en el área de la sociología del conocimiento (Berger y Luckman, 1966)- es
posible, sin embargo, que, como ha afirmado otro autor, la “familia” de enfoques
reflectivistas esté más unida por lo que rechaza que por lo que acepta (Wendt, 1995: 71-
72). Esos rechazos tienen que ver con determinados aspectos en la manera de teorizar que
los autores reflectivistas atribuyen a las corrientes dominantes en el estudio de las
Relaciones Internacionales. En primer lugar, con aspectos epistemológicos: los enfoques
reflectivistas cuestionan, en mayor o menor medida, las bases del conocimiento que -en
nuestra opinión simplificando excesivamente- suelen denominar “positivista”: la
posibilidad de formular verdades objetivas y empíricamente verificables sobre el mundo
natural y, más aún, el social. En segundo lugar, con aspectos ontológicos: el
cuestionamiento de si el conocimiento puede o no fundarse en bases reales. En tercer lugar,
con cuestiones axiológicas, se cuestionan las posibilidades de elaborar una ciencia
“neutral” (Lapid, 1989). Es sobre esas bases que se reclama la “reestructuración de las
Relaciones Internacionales”(Neufeld, 1995; Sjolander y Cox, 1994; George, 1994; García
Picazo, 1998).
En este apartado consideraremos tres de los cuatro enfoques reflectivistas: la teoría
crítica, los postmodernismos y los feminismos. El uso del plural en los dos últimos casos se
debe a la gran variedad de aproximaciones dentro de esos enfoques (que a su vez se explica
en que los autores postmodernos y una parte de los autores feministas niegan la posibilidad
de construir teorías, con lo que las diversas contribuciones son muy heterogéneas). El
cuarto enfoque, el constructivismo, lo trataremos en el tercer apartado de este artículo, el
dedicado a los intentos de aproximar posiciones en teoría de las Relaciones Internacionales.
Esta opción se justifica en la diferenciación que el constructivismo ha experimentado en
relación a su “familia original” reflectivista.
A) La teoría crítica
La teoría crítica en Relaciones Internacionales es un intento de aplicar, a la
teorización en nuestra disciplina, una serie de conceptualizaciones elaboradas en el marco
de la teoría crítica sociológica de la llamada escuela de Frankfurt, el núcleo de pensadores
vinculados al Instituto de Frankfurt de Investigación Social establecido en 1923 entre cuyos
miembros se destacan los nombres de Max Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse
y Erich Fromm y cuyo principal exponente en la actualidad es Jürgen Habermas,
perteneciente a la segunda generación de la escuela.
No pretendemos adentrarnos aquí en la teoría crítica sociológica, de gran
complejidad filosófica y con poca relación con la problemática específica de las Relaciones
Internacionales. Lo que sí nos interesa es mencionar dos distinciones que los autores que
han intentado desarrollar una teoría crítica en Relaciones Internacionales suelen hacer. Una
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)24
es la distinción entre “teoría tradicional” y “teoría crítica” de Max Horkheimer. La otra es
la distinción de Jürgen Habermas entre tres diferentes fundamentos del conocimiento.
En su ensayo de 1937 “Teoría tradicional y teoría crítica” (Horkheimer, 1972), Max
Horkheimer distinguió entre dos maneras de teorizar. La “teoría tradicional” es la que
establece una separación radical entre sujeto cognoscente y objeto conocido, y por lo tanto
entre conocimiento e intereses. La “teoría crítica”, en cambio, no admite esa separación,
especialmente en el ámbito de las ciencias sociales. Según Horkheimer, la teoría tradicional
no sólo no potencia el desarrollo humano sino que lo impide. Ello es así porque, al no
reconocer la imbricación entre conocimiento e intereses, presenta los hechos, acciones e
ideas prevalecientes como inmutables. Al describirlos contribuye a reproducirlos, y por lo
tanto a reproducir sociedades injustas. La teoría crítica es la que no sólo describe las
sociedades sino que intenta transformarlas, insistiendo en el papel que ella misma puede
asumir en la configuración de los procesos sociales.
Otra distinción básica para la teoría crítica es la que estableció Jürgen Habermas
entre tres tipos diferentes de fundamentos del conocimiento: los intereses cognitivos
técnicos vinculados al trabajo, los intereses cognitivos prácticos vinculados a la interacción
y los intereses cognitivos emancipatorios vinculados al poder (Habermas, 1968). Son tres
tipos ideales, no separables en la realidad. Los intereses cognitivos técnicos llevan al
desarrollo de las ciencias empírico-analíticas y persiguen la satisfacción de las necesidades
materiales. Los intereses cognitivos prácticos llevan a la construcción de las normas
sociales (así como a las realizaciones de las ciencias históricas y culturales) y crean las
bases del entendimiento y la interacción mutuas. Los intereses cognitivos emancipatorios
son los que impulsan al individuo a liberarse de las condiciones sociales estáticas y de las
condiciones de comunicación distorsionadas que resultan del reforzamiento mutuo delos
intereses técnicos y prácticos. La teoría crítica es la que se construye a partir de estos
intereses cognitivos emancipatorios con el objetivo de construir un orden social nuevo. Su
función precisa es la de desenmascarar las ideologías que, abierta o subrepticiamente, están
presentes en las teorías sociales tradicionales o en el discurso político-social y que frenan el
cambio social.
A principios de la década de los ochenta, las ideas de la escuela de Frankfurt y la
teoría crítica desarrollada por Habermas, que ya habían ejercido un importante impacto en
la sociología y la ciencia política, hicieron su aparición en las Relaciones Internacionales.
Los dos autores que las introdujeron en la disciplina (en artículos publicados en 1981)
fueron Richard Ashley y Robert Cox. Andrew Linklater es un tercer autor comprometido
con este proyecto. Sin embargo, mientras que Cox y Linklater se definen a sí mismos como
exponentes de la teoría crítica en Relaciones Internacionales (o, para mayor precisión, a la
teoría crítica neomarxista19), Ashley pertenece actualmente a la corriente postmoderna, por
19.Recuérdese que la denominación “teoría crítica” se usa también con frecuencia para denominar a los
enfoques reflectivistas en general. Quienes adoptan esta denominación suelen usar mayúsculas para distinguir
entre Teoría Crítica (neomarxiana) y teoría crítica (enfoques reflectivistas en general).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
25
más que antes de identificarse como postmoderno haya aplicado algunas ideas de
Habermas en sus trabajos. Como esos trabajos son precisamente pioneros en la
introducción de la teoría habermasiana en Relaciones Internacionales, cabe reseñarlos en
esta sección.
Ashley (1981) usó la distinción habermasiana entre los tres tipos de conocimiento
para cuestionar las explicaciones del realismo sobre las relaciones internacionales. Según
Ashley, el realismo partía de un único “interés cognitivo”, el del conocimiento técnico y la
metodología del control. A pesar de ello, el autor consideraba que el realismo tradicional
(no el neorrealismo de Waltz) tenía un potencial que podría permitir acceder a un
conocimiento emancipatorio de las Relaciones Internacionales que sirviera, no para
controlar con mayor eficacia un medio “objectificado” (que era lo que, a su entender,
pretendía el neorrealismo) sino para comprender mejor las nociones de poder e interés
nacional en tanto que productos históricos, políticos y culturales. Concentrándose en los
intereses políticos de los actores humanos y no en las operaciones mecánicas de los
sistemas o estructuras podría crearse una “teoría crítica tradicionalista” de las Relaciones
Internacionales. Posteriormente (Ashley, 1984) el autor centró sus esfuerzos en la crítica al
neorrealismo (una categoría en la que incluía no sólo a los autores autodeclaradamente
realistas o neorrealistas como Waltz, Gilpin o Krasner sino también a Keohane). Aunque
hacía nuevamente referencias a la teoría habermasiana, recurría también a nociones
tomadas de Michel Foucault y de Pierre Bourdieu, lo que anticipaba su posterior
trayectoria postmoderna. Sostenía que el dominio del neorrealismo, una perspectiva
ideológica pese a su pretendida objetividad científica habría conducido a un “cúmulo de
errores”. En concreto, Ashley señalaba como causa de esos errores el estatocentrismo, el
utilitarismo, el positivismo y una concepción reificada de la estructura por parte del
neorrealismo.
Dado que buena parte de los autores que operan en el marco de los enfoques
reflectivistas se declaran “post-positivistas”, vale la pena detenerse en la crítica de Ashley
al “positivismo”. Según el autor, los autores positivistas son los que aceptan los siguientes
cuatro supuestos: 1. Que el conocimiento científico pretende aprehender una realidad de
acuerdo con ciertas relaciones causales estructurales fijas que son independientes de la
subjetividad humana. 2. Que la ciencia pretende formular un conocimiento técnicamente
útil 3. Que el conocimiento que intenta alcanzar la ciencia es axiológicamente neutral 4.
Que los enunciados científicos pueden verificarse por su correspondencia con la realidad
(Ashley 1984: 281). Hay que decir que el rechazo de Ashley (y de los autoproclamados
post-positivistas en general) al criterio de “verdad como correspondencia” (es verdadero
aquello que se corresponde con un hecho real) y a la neutralidad científica es muy
problemático desde el punto de vista de la filosofía de la ciencia. Con respecto a la primera
cuestión, si el criterio de verdad como correspondencia no se reemplaza por otro se corre el
riesgo de caer en un relativismo extremo, y por ende en la imposibilidad de hacer ciencia20.
20.Habermas se ha enfrentado a ese problema sustituyendo el criterio de “verdad como correspondencia” por
un criterio de verdad basado en el consenso intersubjetivo de los individuos y apoyado en el lenguaje
(Habermas, 1987).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)26
En lo que atañe a la segunda, cabe lamentar que Ashley y los autores que rechazan la
posibilidad de hacer ciencia “libre de valores” no distingan, como ha señalado Rafael Grasa
(Grasa, 1997), entre plano axiológico y el plano analítico de la teorización o, en otras
palabras, que no establezcan la distinción crucial entre “ciencia neutral” y “objetividad
científica”. A consecuencia de ello se crea una confusión entre “aceptación intelectual de la
realidad y reconciliación moral con ella” (Grasa, 1997: 130) que resulta peligrosa, puesto
que lleva a rechazar la objetividad y por lo tanto toda una serie de procedimientos
esenciales para el método científico. Pero la oposición positivismo-postpositivismo es
también problemática en otro sentido: al englobar bajo la misma etiqueta de “positivismo”a
todo el trabajo de las teorías “convencionales” de las Relaciones Internacionales (las que
Keohane definió como “racionalistas”), se está incurriendo, sencillamente, en un error. Las
distintas posiciones son muy variadas y matizadas, y en general no son incompatibles con
la introducción de nuevas dimensiones (ideas, valores, identidades) en las teorías, como
parecen suponer muchos autores reflectivistas. El resultado es la pérdida de relevancia de
las afirmaciones de los reflectivistas, y por lo tanto del debate con los enfoques
racionalistas21.
Prosiguiendo con la explicación de cómo se introdujo la teoría crítica en las
Relaciones Internacionales, consideraremos ahora los trabajos de Robert Cox. Igual que
Ashley, en su primer artículo vinculado a la teoría crítica (Cox, 1986 [1981]), Cox se sirvió
de nociones tomadas de ésta para cuestionar la teoría neorrealista. En concreto, el autor
partió de la distinción entre “teoría tradicional” y “teoría crítica” de Horkheimer y redefinió
a la primera categoría como teoría “que resuelve problemas” (problem-solving). A
continuación situó al neorrealismo de Waltz en esa primera categoría, como una teoría
“que resuelve problemas” y que va en la dirección contraria de la teoría crítica,
emancipatoria. Subrayó que, aunque el neorrealismo se presenta como axiológicamente
neutral, en realidad tiene un sesgo ideológico-normativo anti-emancipatorio e insistió en
que todo conocimiento “es para alguien y para algún propósito”. El hecho de que la teoría
neorrealista considere a las variables sociales como si se mantuvieran fijas (igual que el
químico trata las moléculas o el físico las fuerzas en movimiento) contribuye a frenar las
posibilidades de cambio del sistema. La “receta” -que se desprende de la teoríaneorrealista
para que los Estados maximicen su seguridad consiste en que éstos adopten la
racionalidad neorrealista como guía para la acción. De este modo la teoría neorrealista
21. En un texto reciente Keohane ha insistido en la inoperancia de la dicotomía positivismo-postpositivismo y
afirma que “ningún estudiante serio de relaciones internacionales espera descubrir unas verdades universales
que operen de manera determinista, dado que reconocen que ninguna generalización es significativa sin la
especificación de su alcance”. Igualmente inoperante es establecer una dicotomía tajante entre teorías que
defiendan un conocimiento “objetivo” y teorías que sólo admitan un conocimiento “subjetivo”: “es posible
reconocer que el conocimiento está socialmente construido sin abandonar los esfuerzos para alcanzar un
acuerdo intersubjetivo sobre cuestiones importantes, y especificar más las condiciones en las que algunos
acontecimientos importantes tienen mayor o menor probabilidad de ocurrir” (Keohane, 1996: 195). La prueba
más palpable de que en la práctica se puede ir más allá de las dicotomías es la feliz combinación del método
científico “tradicional” y el interés por las problemáticas vinculadas a la construcción de la realidad social en
Relaciones Internacionales que ha asumido el constructivismo y que comentaremos más adelante.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
27
contribuye a mantener y reproducir un sistema internacional injusto. El artículo de Cox
incluía asimismo (a diferencia de la mayor parte de trabajos que se enmarcan dentro de los
enfoques críticos o reflectivistas) una propuesta para la construcción de una teoría crítica de
las relaciones internacionales, una propuesta que contuviera “un cuadro coherente de un
orden alternativo”. Ello se haría a partir de la articulación de algunos elementos del
realismo anterior a Morgenthau (fundamentalmente E. H. Carr y Meinecke) y el
materialismo histórico22 (representado por Marx, Gramsci23 y actualmente en la obra de
Eric Hobsbawm), elementos que permitirían analizar el tema del cambio en el orden
mundial, tema en el que, según Cox, debería centrarse la teoría de las Relaciones
Internacionales.
La noción de “estructura histórica” es un elemento central de la propuesta. La
estructura histórica es una configuración de fuerzas (capacidades materiales, ideas e
instituciones) que impone presiones y constreñimientos sobre el comportamiento de los
Estados. En concreto, Cox propuso un programa de investigación consistente en el análisis
de las diferentes estructuras históricas y sus procesos de transformación.
Cox desarrolló su propia propuesta en su obra Production, Power and World Order
(Cox, 1987), donde propuso una explicación histórico-sociológica de las diferentes tipos de
fuerzas sociales vinculadas a estructuras político-institucionales (occidentales y sinosoviéticas)
entre 1945 y 1980 e insistió en que -en contra de las previsiones neorrealistasno
existen unas constricciones estructurales que impidan grandes cambios globales en los
procesos productivos o en las fuerzas globales. En el terreno concreto de la subdisciplina de
la Economía Política Internacional el enfoque neomarxista-gramsciano de Cox ha ido
ganando cada vez más adeptos (García Segura, 1999).
Por su parte, en Beyond Realism and Marxism: Critical Theory and International
Relations (Linklater, 1990), Andrew Linklater propuso, también a partir de una perspectiva
habermasiana (ya explorada en trabajos anteriores (Linklater 1982, 1986) ), la construcción
de una síntesis “crítica” entre marxismo y realismo tradicional. La propuesta concreta de
investigación de Linklater -que comparte con Cox las premisas sobre las que debería
basarse una teoría crítica en Relaciones Internacionales- consiste en investigar los cambios
en la sociedad internacional (los principios dominantes que rigen las relaciones entre los
Estados en diferentes períodos históricos), así como los cambios que afectan los vínculos
sociales que unen a los individuos dentro de un Estado soberano y que los separan del resto
22.La teoría crítica propuesta por Cox es la “tercera ola” de teorización neomarxista en Relaciones
Internacionales, tras las teorías de la dependencia y el enfoque del “sistema mundial”. Los enfoques
inspirados por el marxismo han ocupado un lugar marginal en la teorización en las Relaciones
Internacionales, aunque en el subcampo de la Economía Política Internacional han alcanzado más
prominencia, pese a la primacía del neorrealismo-neoliberalismo.
23. Cox aplicó en distintas obras el concepto gramsciano de hegemonía para explicar el papel de los Estados
Unidos en el sistema internacional (Cox, 1983).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)28
del mundo. Esto se haría a partir de la interacción de lo que llama “procesos de
racionalización”. Esos procesos son una redefinición de las tres formas de conocimiento
propuestas por Habermas: proceso de racionalización técnico-instrumental, estratégico y
ético.
Ha habido un cierto debate sobre el papel de la teoría crítica en la teorización en las
Relaciones Internacionales en general. Algunos la han propuesto como “la nueva etapa en
el desarrollo de la teoría de las Relaciones Internacionales”, entre ellos Mark Hoffman, que
en 1987 presentó en esos términos las posibilidades de la teoría crítica (Hoffman, 1987).
Pero los propios teóricos críticos han sido más cautos. Para Linklater, la teoría crítica y sus
argumentaciones son, más que un nuevo paradigma, “una invitación a todos los analistas
sociales a reflexionar sobre los intereses cognitivos y los supuestos normativos que
presiden su investigación, sin que ello suponga que de ahora en adelante toda la
investigación debe ser teórico-crítica” (Linklater, 1992: 91). Es un objetivo mucho menos
ambicioso que el de la “reestructuración” pero también más sensato24 y que se corresponde
más con el papel que ha desempeñado en la disciplina el trabajo de estos primeros “teóricos
críticos” que hemos examinado.
B) Los postmodernismos
El pensamiento calificado como “postmoderno” (así llamado porque se define en
oposición al proyecto ilustrado de la modernidad) tuvo una entrada bastante tardía en las
Relaciones Internacionales. La primera obra declaradamente inscrita en esta moda
intelectual es International/Intertextual Relations, editada por James Der Derian y Michael
Shapiro (Der Derian y Shapiro, 1989). Der Derian ya había publicado anteriormente On
Diplomacy (Der Derian, 1987), que, aunque no se presentaba como postmoderna,
anticipaba ya el rumbo que tomaría su autor. También la obra One Worlds / Many Worlds
de R. B. J. Walker (Walker,1988) reflejaba claras influencias postmodernas. Pero el hito
que marcó definitivamente la entrada del postmodernismo en Relaciones Internacionales
fue el número especial de la revista International Studies Quaterly editado por Richard
Ashley y R. B. J. Walker en 1990 con el título “Hablando la lengua del exilio: el
pensamiento disidente en los estudios internacionales”. Aunque sería erróneo afirmar que a
partir de entonces se constituyó una “teoría” o una “escuela” postmoderna en Relaciones
Internacionales, excepto desde un punto de vista sociológico (Brown, 1994 b: 56) sí es
constatable una presencia regular de contribuciones postmodernas en las revistas
especializadas en Relaciones Internacionales.
Algunos autores han manifestado su sorpresa ante esa entrada tardía en las
24.El problema de intentar reestructurar la disciplina a partir de la teoría crítica es que, como ha señalado
Chris Brown, “cuando se pasa de las afirmaciones programáticas al trabajo teórico real, se hace difícil
distinguir entre la teoría crítica y otras variedades de pensamiento social [que no cuestionan el proyecto
racionalista de la Ilustración]” (Brown, 1994b: 59).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
29
Relaciones Internacionales del discurso antimoderno, anti-ilustrado, anti-racional y anticientífico
normalmente asociado con una serie de intelectuales franceses (Jacques Derrida,
Jacques Lacan, Julia Kristeva, Roland Barthes y Jean Baudrillard -todos ellos
explícitamente reconocidos como influencias importantes en International/Intertextual
Relations-), que se produjo justamente en un momento en el que el discurso estaba bastante
desacreditado en otros ámbitos.
Si algo tienen en común los autores postmodernos es su rechazo a la posibilidad de
conocer el mundo y por lo tanto de “teorizar” sobre él (en sus términos, de elaborar
“metanarrativas”) (Lyotard, 1984). Los autores que se definen como postmodernos
desconfían de todos los intentos de clasificación, de todas las categorizaciones y de todos
los esfuerzos dirigidos a encontrar verdades universales, una empresa que consideran
incompatible con la celebración de la “alteridad”, la apertura, la pluralidad, la diversidad y
la diferencia en todas las dimensiones de la vida social por la que abogan. Pese a su postura
radicalmente anticientífica, muchos de ellos no tienen reparo en emplear argumentos que
según ellos están basados en las “ciencias duras”, algo que algunos auténticos científicos se
han encargado de denunciar25. Lo que sí se puede analizar son los “textos” o narrativas.
Para Jacques Derrida, el mundo puede concebirse como una especie de “gran texto” o
conjunto de textos interconectados (intertexto) (Derrida, 1967)26. Por lo tanto, el análisis
del discurso nos permite, si no conocer, al menos aproximarnos al mundo, con el fin de
“ilustrar cómo los procesos textuales y sociales están intrínsecamente conectados y
describir, en contextos específicos, las implicaciones para la manera en la que pensamos y
actuamos en el mundo contemporáneo”, según explica uno de los adeptos a este enfoque en
Relaciones Internacionales (George, 1994: 191). Se trata, ante todo, de desenmascarar las
premisas, presuposiciones y sesgos que subyacen a las teorías que pretenden ser
universalistas. El método concebido para ello por Derrida es el de la “deconstrucción”,
método que el propio Derrida y otros autores postmodernos han aplicado al análisis del
pensamiento de distintos autores (entre ellos el de Platón, Descartes, Kant, Hegel, Nietzche,
Freud, Husserl, Heidegger y Sartre). Aunque las definiciones que da el propio Derrida
sobre la deconstrucción no son nada claras27 -e incluso ha negado que se trate de un
25.Uno de los últimos episodios de “desenmascaramiento” es la obra de los físicos Alan Sokal y Jean
Bricmont (Sokal y Bricmont, 1998), quienes analizan textos de conocidos autores postmodernos (Lacan,
Kristeva, Irigaray, Latour, Baudrillard, Deleuze, Guattari y Virilio) señalando sus incongruencias y, en
especial, el uso abusivo que hacen de conceptos y terminología científica.
26. “Lo que todavía llamo “texto” por razones parcialmente estratégicas (…) Ya no sería (…) Un corpus finito
de escritura, un contenido enmarcado en un libro o en sus márgenes, sino una red diferencial, un tejido de
huellas que remiten indefinidamente a otra cosa], que están referidas a otras huellas diferenciales. A partir de
ese momento, el texto desborda, pero sin ahogarlos en una homogeneidad indiferenciada, sino por el contrario
complicándolos, dividiendo y multiplicando el trazo, todos los límites que hasta aquí se le asignaban, todo lo
que se quería distinguir para oponerlo a la escritura (el habla, la vida el mundo, lo real, la historia, ¡qué se yo
qué más!, todos los campos de referencia física, psíquica consciente o inconsciente, política, económica,
etc.” (Derrida, 1986: 127-128).
27. Por ejemplo, “una cierta experiencia aporética de lo imposible” (Derrida, 1987: 27)o “la experiencia
misma de la posibilidad (imposible) de lo imposible”, (Derrida, 1993: 32).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)30
“método” (Derrida, 1987: 390-391)- de sus análisis se puede inferir que la deconstrucción
consiste, aproximadamente, en problematizar los significados que el propio autor atribuye a
su texto, proponiendo lecturas alternativas (“doble lectura”). La identificación y
problematización de “oposiciones binarias” explícitas o implícitas en los textos es también
corriente en los análisis de discurso postmodernos.
Otro “método” postmoderno adoptado por algunos autores para el análisis de las
Relaciones Internacionales más inteligible que la deconstrucción es el análisis
genealógico concebido por Foucault (a partir de Nietzsche). Este tipo de análisis -vinculado
a la tradición interpretativa en las ciencias sociales, y no necesariamente opuesto a una
concepción racionalista de la ciencia- no busca continuidades ni generalidades sino que
pone el énfasis en la singularidad de los acontecimientos, así como en los “discursos
silenciados”.
Los autores postmodernos en Relaciones Internacionales se distinguen de sus
maestros franceses en que sus trabajos son, en general, comprensibles para el lector no
iniciado. Sí comparten con el postmodernismo en general la característica desconfianza
hacia las “metanarrativas”. No creen, por consiguiente, que sea posible llegar a una
“representación verdadera” de las Relaciones Internacionales. Ello explica por qué, en el
artículo introductorio al número especial del International Studies Quaterly, Ashley y
Walker puntualizaron que no sus intenciones no eran construir “una nueva y poderosa
perspectiva sobre la política global” sino,
[al dar a conocer las distintas contribuciones “disidentes”], “dar una
oportunidad para la celebración pública de lo que estas piezas de
pensamiento disidente ya celebran (…): la diferencia, no la identidad; el
cuestionamiento y la transgresión de los límites, no la aserción de límites y
marcos; una disposición a cuestionar cómo el significado y el orden se
imponen, no la búsqueda de una fuente de significado y orden ya
establecida; el incansable y meticuloso análisis de la manera en que el poder
opera en la vida global moderna, no la nostalgia por una figura soberana (se
trate ya del hombre, de Dios, de la nación, del Estado, del paradigma o el
programa de investigación) que prometa librarnos del poder; la lucha por la
libertad, no un deseo religioso de producir algún domicilio territorial o una
manera de ser evidente que los hombres de fe inocente puedan llamar
hogar”(Ashley y Walker, 1990: 264-265).
Chris Brown, que ha reseñado las contribuciones postmodernas a las Relaciones
Internacionales, considera que el artículo de Ashley y Walker es lo más cercano a una
“declaración programática” que podemos encontrar en la literatura postmoderna en nuestra
disciplina (Brown, 1994 b: 161). En cuanto al contenido de los trabajos postmodernos,
puede hacerse una distinción entre a) reflexiones sobre la teoría de las relaciones
internacionales y b) análisis sustantivos de fenómenos o instituciones internacionales.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
31
a) Las críticas a la teorización convencional en Relaciones Internacionales son, de
lejos, el terreno preferido por los postmodernos. En general, los autores postmodernos
conciben las teorías convencionales de las relaciones internacionales no como
explicaciones sino como algo que debe explicarse. Para R. J. B. Walker, por ejemplo, “Las
teorías de las relaciones internacionales son más interesantes como aspectos de la política
mundial contemporánea que necesita ser explicada que como explicaciones de la política
mundial contemporánea” (Walker, 1988: 6). Buena parte de los análisis postmodernos a las
teorías de las Relaciones Internacionales son críticas dirigidas contra el neorrealismo de
Waltz, que, como ha señalado un autor (Sorensen, 1998:85), es la “metanarrativa” más
atacada por este grupo. Richard Ashley, en su primer trabajo decididamente postmoderno,
emprendió la deconstrucción de Man, State and War y de Theory of International Politics
de Waltz (Ashley, 1989). Ashley centró su análisis en la dicotomía hombre/guerra,
señalando la dependencia jerárquica de la noción de “hombre” de la de “guerra” en el
discurso de Waltz y proponiendo una lectura alternativa en la que se invirtiera la jerarquía.
Por su parte, James Der Derian aplicó un análisis genealógico-semiológico a la evolución
del realismo en general (Der Derian, 1995). Pero la mayoría de los análisis deconstructivos
no tienen como objeto obras concretas sino el gran “texto” de las Relaciones
Internacionales. Dentro de ese gran texto se suelen identificar y problematizar dicotomías
como soberanía/anarquía, dentro/fuera, identidad/diferencia, inclusión/exclusión,
universalidad/particularidad, que son las que aparecen con mayor frecuencia. Otra
posibilidad es aplicar el análisis genealógico a un concepto, que es lo que ha hecho, por
ejemplo, Jens Bartelson con la noción de soberanía, cuya evolución ha vinculado a la de
diferentes teorías del conocimiento (Bartelson, 1995). Por último, la reinterpretación, en
clave deconstructivista o genealógica, de autores clásicos (del pensamiento internacional o
de otras disciplinas) es también un ejercicio habitual de los autores postmodernos. Así, por
ejemplo, los textos de Tucídides y de Maquiavelo han sido deconstruidos (por Daniel Garst
y Hayward Alker en el caso del primero y por R. J. B. Walker en el del segundo) con el fin
de demostrar que la conexión entre estos autores y el realismo/neorrealismo contemporáneo
es más débil que lo que suele afirmarse (Garst, 1989, Walker, 1989). Otros clásicos
reinterpretados desde la óptica postmoderna y en relación a su pensamiento internacional
han sido Freud, Vico, Marx, Weber y Nietszche (Elshtain, 1989; Alker, 1990; Der Derian,
1993).
b) Los análisis sustantivos sobre instituciones y acontecimientos internacionales son
también concebidos como análisis de textos (recordemos que los postmodernos consideran
que sólo a través de los textos podemos tener acceso al mundo). Así, en On Diplomacy,
James Der Derian (1987) analiza el “guión” (script) de la “institución diplomática” a través
de diferentes textos e intertextos aplicando el método genealógico, es decir analizando las
relaciones de los diferentes “guiones” en su relación con el poder en diferentes etapas
históricas, interpretando sus orígenes y los cambios en los textos-discursos. El tema
concreto es la genealogía del “extrañamiento occidental” (la diplomacia sólo puede
entenderse en términos de separación, de extrañamiento frente a otro) desde sus orígenes
bíblicos a la actual situación, definida como “tecno-diplomacia”. Las fuentes empleadas
son muy heterogéneas: van desde textos bíblicos (el papel de los ángeles en la mediación
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)32
“mito-diplomática” entre el hombre y Dios) hasta las fuentes convencionales (archivos
diplomáticos). Der Derian adopta en cambio el método semiológico o deconstructivista en
Antidiplomacy (1992), obra en la que analiza cómo unos “guiones” determinados
establecen límites y crean identidades y oposiciones binarias. Tampoco aquí se establecen
distinciones entre fuentes de ficción (novelas de espionaje, películas de ficción, tiras
cómicas, el diario del autor) y fuentes reales (archivos diplomáticos, informes de la CIA).
El análisis de discursos oficiales sobre seguridad se ha emprendido también desde la
óptica postmoderna. Michael Shapiro, por ejemplo, ha analizado las analogías entre el
lenguaje de los comentarios deportivos y el discurso oficial estadounidense en seguridad en
casos de conflicto internacional (Shapiro, 1989). En la misma tónica, Bradley Klein (1989,
1990) ha considerado las estrategias textuales empleadas por la OTAN en las definición de
las amenazas a la seguridad y David Campbell el discurso oficial estadounidense sobre la
guerra del Golfo o la de Bosnia (Campbell, 1992, 1998).
Muchos de los análisis (sobre teoría o sobre discursos oficiales) de los autores
postmodernos son muy ingeniosos e incisivos. Cumplen, además, con el objetivo de poner
en duda la coherencia y los fundamentos de los presupuestos de esos discursos que
analizan. Permiten, por lo tanto, incrementar nuestro conocimiento sobre las relaciones
internacionales. El problema es que los postmodernos no admiten que ello sea posible. Las
propias interpretaciones que proponen no son, desde su punto de vista, más “válidas” que
las que rechazan, puesto que no hay una interpretación más válida que otra (como no hay
una fuente de conocimiento más válida que otra). Sus críticas no están (ni pueden estar)
acompañadas de alternativas a los análisis “ideológicos” prevalecientes. Ese relativismo de
los postmodernos (coherente con sus ataques a la racionalidad y a la posibilidad de alcanzar
un conocimiento científico objetivo) es lo que más críticas ha suscitado por parte de la
“academia convencional”, que también ha cuestionado la capacidad de estos enfoques de
proporcionar explicaciones sustantivas de acontecimientos internacionales, ha señalado su
conservadurismo latente (en contradicción con sus manifiestos objetivos emancipatorios) y
cuestionado el tono y estilo vacuo de buena parte de su producción (Holsti, 1989; Halliday,
1994; Rosenberg, 1994).
C) Feminismo y relaciones internacionales
Una tercera variedad de enfoques “disidentes” en Relaciones Internacionales está
vinculada al feminismo, un proyecto político que tiene el objetivo de acabar con las
situaciones de desigualdad, explotación y opresión de la mujer. Ese proyecto político está
asociado también a una teorización, la teoría política feminista28. Existen numerosas
tipologías de los distintos enfoques teóricos feministas. Por lo general, esas tipologías
obedecen a uno de los dos criterios siguientes: el criterio político y el criterio
28. Sobre la evolución del feminismo en general, véase Tong (1989). Sobre el concepto y el panorama actual
de la teoría política feminista, véase Castells (comp.) (1996).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
33
epistemológico.
La tipología más sencilla de acuerdo con el criterio político (el de las asunciones
político-filosóficas subyacentes) parte de la elaborada por Alison Jaggar y distingue entre
tres variedades de teorización: a) el feminismo liberal, b) el feminismo socialista/marxista y
c) el feminismo radical29.
a) La teoría feminista liberal tiene una larga tradición. En los siglos XVII y XVIII
Mary Wollstonecraft, J. S. Mill y Harriet Taylor Mill militaron por los derechos de la mujer
y por conseguir cambios en las legislaciones que las discriminaban. Como los liberalismos
en general, la teoría feminista liberal defiende los valores de libertad, dignidad, igualdad y
autonomía. Es a partir de esos valores que denuncia la injusta discriminación de la mujer.
Sus propuestas políticas buscan revertir esa situación y alcanzar la igualdad de derechos
con los hombres en las distintas esferas de la actividad humana. Dentro de las autoras más
destacadas de esta corriente cabe citar a Betty Friedan, Karen Gregen, Geneviève Lloyd,
Jane R. Richards y Susan M. Okin.
b) Las teoría feministas marxistas y socialistas se construyeron, en parte, como una
crítica a la teoría feminista liberal. Según las teorías feministas marxistas, la opresión de las
mujeres no es resultado de la ignorancia o de las actuaciones intencionadas de individuos
sino un producto de las estructuras políticas, sociales y económicas asociadas con el
capitalismo, en particular con el sistema de clases. La desigualdad socioeconómica está
estrechamente vinculada a la desigualdad sexual. La liberación de la mujer -que incluye
compartir responsabilidades con el hombre en las instituciones políticas y económicas- se
concibe como parte de una lucha más amplia contra el sistema de opresión capitalista. Entre
las teorías feministas marxistas y socialistas las diferencias son más bien de matices. Las
marxistas dan más relevancia que las socialistas al sistema capitalista como factor de
opresión, mientras que las socialistas -cuyo pensamiento está influido además por las
teorías radicales- insisten en la combinación de capitalismo y patriarcado como principales
factores. Heidi Hartmann, Zillah Eisenstein, Juliet Mitchell, Sheila Rowbotham y Alison
Jaggar son autoras destacadas de estas corrientes.
c) La teoría feminista radical (a diferencia de las otras dos, con una historia muy
corta, vinculada al surgimiento de los movimientos por los derechos humanos en EEUU de
los años sesenta y setenta) se centra en la crítica al patriarcado, el sistema que hace posible
el dominio de la mujer por parte del hombre. La opresión de las mujeres no puede
erradicarse reformando las leyes o compartiendo responsabilidades (liberales) ni
compartiendo en pie de igualdad las instituciones políticas y económicas (como las
marxistas) sino mediante una “reconstrucción radical de la sexualidad”. Las radicales
29.En realidad, la tipología de Jaggar (Jaggar, 1983) identificaba no tres sino cuatro variedades (liberal,
marxista, socialista y radical). Sin embargo, muchos autores han dejado de señalar la distinción entre
feminismo marxista y socialista. Es el criterio que ha seguido Carme Castells (Castells, 1996) y, ya en el
terreno de las Relaciones Internacionales, Marysia Zalewski (Zalewski, 1994).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)34
consideran que tanto el feminismo liberal como el marxista parten de un modelo de
liberación de la mujer basado en valores masculinos que impulsa a las mujeres a aspirar a
unos valores patriarcales. Así, por ejemplo, las liberales comparten el individualismo
competitivo de los liberales y las marxistas se ocupan más del análisis de la producción que
del de la reproducción. Mas que la emulación de los hombres, las feministas radicales
promueven una contracultura que valorice los papeles y valores femeninos. Proponen un
análisis centrado en la mujer y, a nivel práctico, abogan por una separación entre hombres y
mujeres (sobre todo en el ámbito de las organizaciones políticas) para avanzar en el
objetivo de la liberación femenina. Germaine Greer, Shulamit Firestone, Eva Figes y Mary
Daly son conocidas autoras radicales.
La tipología basada en el criterio epistemológico -que es muy usada por los
enfoques feministas en Relaciones internacionales- es obra de Sandra Harding y distingue
entre a) feminismo empiricista, b) feminismo “de punto de vista” (standpoint feminism) y
c) feminismo postmoderno (Harding, 1996).
Según Harding, las autoras que de manera consciente o no trabajan a partir de los
supuestos del “feminismo empiricista” consideran que el sexismo y el androcentrismo
presentes en la investigación científica son sesgos sociales que es posible corregir mediante
la estricta adhesión al método científico. Esta aproximación -que presupone la posibilidad
de conocer la realidad- “circunscribe el problema a la mala ciencia, sin extenderlo a la
ciencia al uso” (Harding, 1996: 23).
El feminismo de punto de vista (vinculado a tradición de pensamiento que, según
Harding, incluye a Hegel, Marx, Engels y Lukacs) es el que adoptan quienes sostienen que
la ciencia al uso refleja la posición dominante de los hombres en la vida social, que se
traduce en un conocimiento “parcial y perverso” (Harding, 1996: 24). La posición
subyugada de la mujer les abre la posibilidad de un conocimiento más completo y menos
perverso. El punto de vista de las mujeres, por lo tanto, permite desarrollar un “punto de
vista” moral y científicamente preferible para las interpretaciones y explicaciones de la
naturaleza y la vida social. La propia Harding señala los problemas que suscita esta
aproximación:
¿Puede haber un punto de vista feminista cuando la experiencia social de las
mujeres (o de las feministas) está dividida por la clase social, la raza y la
cultura? ¿Acaso debe haber puntos de vista feministas negros y blancos, de
clase trabajadora y de clase profesional, norteamericanos y nigerianos?.
Por último, las feministas que adoptan una perspectiva postmoderna ponen en
cuestión, como los autores postmodernos en general, la validez del proyecto de la
Ilustración. Ello les lleva a cuestionar también gran parte de los valores y creencias de otras
escuelas de teoría feminista. Dado que los postmodernos niegan que haya una “historia
verdadera” de la condición humana, no se identifican con los proyectos emancipadores
universales (como la emancipación de los trabajadores o la de las mujeres). Asimismo,
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
35
como se oponen a todas las categorizaciones (opresoras por definición), las feministas
postmodernas rechazan la idea de que pueda existir un “punto de vista femenino”. Según
las pensadoras feministas postmodernas (por ejemplo Jane Flax), no existe ninguna
“experiencia femenina” ni punto de vista sobre el cuál sea posible construir una teoría del
mundo social y político, e incluso el concepto de “mujer” es problemático para ellas
(Alcoff, 1988). Igual que los postmodernos en general, las feministas postmodernas se
dedican casi exclusivamente al análisis del discurso. Les interesa mostrar cómo los
discursos y las estructuras dominantes y hegemónicas están profundamente imbuidas por la
ideología patriarcal y el dominio masculino.
De la combinación de las variedades de los dos criterios surgen distintas
posibilidades (hasta un total de nueve). Las conexiones que suelen darse en la práctica,
empero, son más reducidas. Las vinculaciones más frecuentes son las que se dan entre
feminismo liberal y epistemología empiricista y feminismos radical o marxista-socialista y
epistemologías de punto de vista y postmodernas (Zalewski, 1994).
En Relaciones Internacionales los enfoques feministas hicieron su aparición a fines
de los años ochenta y de la mano de la entrada de los postmodernismos en la disciplina.
Estos enfoques se autodefinen bien como pertenecientes a la postura epistemológica del
feminismo de punto de vista, bien como postmodernos. Las autoras que se adscriben a esos
dos grupos comparten, mayoritariamente, los planteamientos políticos del feminismo
radical. Asimismo, ambos grupos de autoras se apuntan a los llamamientos a la
“reestructuración” de la teoría y -especialmente en el caso de las autoras que defienden la
perspectiva del feminismo de punto de vista- aceptan la distinción entre teoría problemsolving
y crítica,situándose, naturalmente, en la segunda categoría (Tickner, 1993,
Withwort, 1989).
El feminismo de “punto de vista” en Relaciones Internacionales pretende
reinterpretar la teoría y la práctica de la disciplina a través de una lente feminista. Según sus
practicantes, el marco conceptual de las Relaciones Internacionales está “marcado por el
género” y refleja unos valores y unas preocupaciones esencialmente masculinas. Una
perspectiva basada en el punto de vista debería poder mostrar cómo las mujeres están
situadas en relación a las estructuras de poder dominantes y cómo esto forja un sentido de
identidad y una política de resistencia, además de sugerir maneras en las que tanto la teoría
como la práctica puedan ser redireccionadas en sentido liberatorio (Steans, 1998).
La autora más representativa de las posturas de “punto de vista feminista” en
Relaciones Internacionales es Jo Ann Tickner. Muy ilustrativo de su postura es el
cuestionamiento (presentado por la autora como “reformulación”) de los seis “principios
del realismo político” de Hans Morgenthau (Morgenthau, 1948). Según Tickner, los
principios de Morgenthau -representativos de la visión del mundo prevaleciente en el
medio académico de las Relaciones Internacionales- contienen un sesgo marcadamente
machista. Tickner los reformula a partir de su lente feminista. Así, por ejemplo, si para
Morgenthau la política y la sociedad se reigen por reglas objetivas enraizadas en la
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)36
naturaleza humana (primer principio), para Tickner la noción de objetividad está asociada
con la de masculinidad, por lo que las leyes “objetivas” de la naturaleza humana a las que
se refiere Morgenthau están basadas en una visión parcial y masculina de la misma. Y
mientras que Morgenthau sostiene que el concepto de intereses definido como poder es un
concepto racional que hace posible entender la política (segundo principio), Tickner
sostiene que, desde un punto de vista feminista, el interés nacional debe definirse no sólo
como poder sino desde una perspectiva cooperativa e interdependiente que incluya
problemas globales como la guerra nuclear, bienestar económico y degradación
medioambiental (Tickner, 1988). De todas maneras, el feminismo de punto de vista de
Tickner es relativamente moderado. La autora no propone que las Relaciones
Internacionales se reconstruyan desde un punto de vista femenino, sino añadir una
perspectiva feminista a la epistemología de las relaciones internacionales, (…) Una etapa
que debe cumplirse para empezar a pensar en construir unas ciencias humanas o una
política internacional sin sesgo de género y sensible tanto a las perspectivas masculinas
como femeninas, aunque vaya más allá de ellas
Los trabajos de Cinthia Enloe se incluyen también dentro de la perspectiva de
“feminismo de punto de vista”, aunque la autora se ha interesado más por cuestiones
empíricas que por la teoría de las Relaciones Internacionales. En Bananas, Beaches &
Bases (Enloe, 1989), una de las obras internacional-feministas más citadas, Enloe se
propuso demostrar que el papel de las mujeres en la política mundial es más importante que
el que los análisis suelen asignarle. Para ello examinó el papel de las mujeres en la política
internacional desde una perspectiva feminista y a partir de la idea de que “lo político (y lo
internacional) es personal”. Así, por ejemplo, consideró el papel de las esposas de los
líderes políticos o diplomáticos en las decisiones tomadas por éstos, el papel de las mujeres
vinculadas de alguna manera a las bases militares estadounidenses (empleadas, prostitutas,
manifestantes antimilitaristas…) en el funcionamiento de las alianzas militares o el de las
modas y los hábitos alimentarios en las relaciones entre países desarrollados y países en
desarrollo. En la misma tónica, en una obra posterior analizó, entre otras cuestiones, el
papel que las madres rusas tuvieron en el fin de la guerra fría, por ejemplo al retirar su
apoyo a la presencia de sus hijos soldados en Afganistán (Enloe, 1994).
En Relaciones Internacionales, el feminismo postmoderno se ocupa no tanto de las
mujeres sino del concepto de género: la construcción social de las diferencias entre
hombres y mujeres. Las autoras postmodernas analizan los tipos de papeles sociales para
hombres y mujeres que se construyen en las estructuras y procesos de la política mundial.
Algunas feministas postmodernas están embarcadas en la tarea de “deconstruir” los
múltiples mecanismos de opresión (dando especial relevancia al género) responsables de la
violencia estructural y directa en el sistema político-económico global. Para ello usan una
metodología similar a la de los postmodernos en general. En Women and War, por ejemplo,
Jean Bethke Elshtain (Elshtain, 1987) analizó diferentes discursos (películas, textos
escritos, fragmentos de su autobiografía, etc.) sobre la guerra y la paz identificando y
problematizando diferentes dicotomías: orden-anarquía, dependencia-soberanía, doméstico,
internacional, objeto-sujeto y en particular los estereotipo masculino-femenino que definió
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
37
como “guerrero justo vs. alma hermosa”. Aunque la obra es, ante todo, una crítica a la
concepción realista de las relaciones internacionales, una de las conclusiones es que
“también el feminismo reproduce muchas premisas que estructuran los discursos del
realismo y de la guerra justa”.
Otra conocida autora postmodernista-feminista es Christine Sylvester, quien se ha
ocupado extensamente del papel de la mujer y del feminismo en las Relaciones
Internacionales en Feminist Theory and International Relations in a Postmodern Era
(Sylvester, 1994). Sylvester reconoce la contradicción entre el proyecto emancipatorio
feminista y el relativismo postmoderno e intenta salvarla distinguiendo entre
“postmodernismo feminista” (feminist postmodernism), y “feminismo postmoderno”
(postmodern feminism) y situándose en esta segunda categoría, una categoría que intenta
resolver la contradicción entre la deconstrucción del género postmoderna y el proyecto
emancipatorio feminista. El resultado son unos análisis bastante similares a los del
“feminismo de punto de vista” de Enloe, aunque más escépticos frente a la posibilidad de
aprender una “esencia femenina”.
Para concluir este apartado, queremos señalar que en los últimos años la
problemática específica de la mujer (el papel de la mujer en el desarrollo o en la resolución
de conflictos, por ejemplo) ha recibido más atención que en el pasado en la disciplina en
general, como demuestra la inclusión de capítulos dedicados a estos temas en varios de los
recientes manuales y obras generales de Relaciones Internacionales (Baylis y Smith, 1997;
Halliday, 1994; Burchill y Linklater, 1995; Olson y Lee, 1994). Es razonable suponer que
la presencia de las autoras feministas en Relaciones Internacionales ha contribuido a una
sensibilización general hacia estas cuestiones, aún entre quienes dudan de la pertinencia de
teorizar a partir de un punto de vista o una epistemología exclusivamente feminista.
III. APROXIMACINOES: EL CONSTRUCTIVISMO Y LA PERSPECTIVA DE LA SOCIEDAD
INTERNACIONAL
Algunos autores han señalado el carácter “pendular” o “dialéctico” de la dinámica
de los debates en Relaciones Internacionales. Tras un período de enfrentamientos más o
menos intensos entre los contendientes, las posiciones suelen acercarse. El diálogo
neorrealismo-neoliberalismo sería un ejemplo de esta dinámica, tras los enfrentamientos
entre realistas y trasnacionalistas en el marco del “tercer debate”. También el “segundo
debate” entre tradicionalistas y cientificistas culminó en el acercamiento de la etapa “postbehaviorista”.
E incluso el exiguo “primer debate” dio lugar a un realismo que nunca se
pudo despegar del todo del “idealismo” que había combatido. De manera similar, la
separación entre racionalistas y reflectivistas se estaría empezando a acortar, con
aproximaciones reflectivistas al campo racionalista y aproximaciones reflectivistas al
racionalista.
Los casos más claros de esa dinámica de aproximación son los de los autores que se
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)38
identifican como “constructivistas” o “constructivistas sociales” y el creciente interés por la
perspectiva de la “sociedad internacional”. La evolución del constructivismo en el último
lustro es un ejemplo del acercamiento de unas concepciones inicialmente catalogadas como
pertenecientes al campo reflectivista al rigor científico reclamado por los racionalistas. El
interés que estos últimos años los autores más identificados con las corrientes dominantes
en las relaciones internacionales han estado otorgando a las conceptualizaciones vinculadas
al concepto y a la perspectiva de la sociedad internacional ejemplificaría, por su parte, la
tendencia de acercamiento de los racionalistas a las preocupaciones filosóficas y sociales
reflectivistas.
A) El constructivismo
El énfasis en la idea de que las estructuras sociales (incluyendo las que regulan las
interacciones internacionales) están socialmente construidas es un rasgo común a todos los
enfoques reflectivistas. Pero el rótulo “constructivismo” (o “constructivismo social”) se usa
en una medida cada vez mayor para identificar una corriente que parece diferenciarse cada
vez más del resto de los reflectivismos. Un elemento que puede ayudar a definir la corriente
es la postura contemporizadora que los autores identificados con ella suelen adoptar ante
los enfoques racionalistas, y en particular sobre cuestiones epistemológicas. Otro es su
programa de investigación, construido no a partir de una teoría acabada sino más bien a
partir de las carencias percibidas en los enfoques tradicionales (y, en concreto, en el
programa neorrealista-neoliberal), particularmente en el tratamiento de los factores sociocognitivos.
El constructivismo no es una teoría de las relaciones internacionales, por más
que los autores constructivistas no descarten como sí lo hacen los postmodernos la
posibilidad de construirla en el futuro, una vez que se disponga de un número suficiente de
datos acumulados (Ruggie, 1998: 856). Esa actitud ilustra la postura de los constructivistas
hacia la actividad de teorizar: suelen preferir una teorización más inductiva e interpretativa
que deductiva y explicativa. Más que premisas o supuestos, lo que se plantea son hipótesis
de trabajo. En este momento no está claro cómo se podría articular una futura teoría
constructivista con las teorías existentes. Algunos autores ven posibilidades de
complementariedad, otros son más escépticos. No obstante, es destacable que, desde fuera,
ya se está empezando a presentar el constructivismo como una alternativa válida a las
explicaciones neorrealistas y neoliberales de las relaciones internacionales (Walt, 1998).
B) Origen y planteamiento
La etiqueta de “constructivismo” para designar un programa de investigación en
Relaciones Internacionales alternativo a los existentes fue acuñada por Nicholas Onuf en
1989, en su obra World of Our Making (Onuf, 1989). Sin embargo, el autor más
representativo de esta corriente es Alexander Wendt, quien en 1987 ya había planteado el
tema central de la problemática constructivista: la mutua constitución de las estructuras
sociales y los agentes en las relaciones internacionales (Wendt,1987). Posteriormente
Wendt adoptó para sí el rótulo de “constructivista moderno” (para diferenciarse de los
“constructivistas postmodernos” como Ashley o Walker) y señaló también a John G.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
39
Ruggie y Friedrich Kratochwil como autores constructivistas (Wendt, 1992). Tanto uno
como otro son autores de reconocido prestigio en la academia estadounidense, con una
trayectoria marcada por un rico debate con neorrealistas y neoliberales sobre aspectos
fundamentales de la teorización en Relaciones Internacionales, en particular en torno al
concepto de régimen internacional y sus implicaciones30. Más tarde, Wendt eliminó el
adjetivo “moderno” y añadió los nombres de Emmanuel Adler y Peter Katzenstein al
núcleo “constructivista” (Wendt, 1995). Dado que todos estos autores aceptan la
denominación de constructivistas cabe considerarlos como tales, aunque hay diferencias
significativas entre ellos. La primera exposición del proyecto constructivista la hizo
Alexander Wendt en su influyente artículo de 1992. Es un buen punto de partida para
explicar su naturaleza y su inserción dentro del panorama teórico de las Relaciones
Internacionales.
Wendt presentó el constructivismo como una perspectiva capaz de contribuir al
diálogo neorrealismo-neoliberalismo reforzando los argumentos neoliberales y a la vez
capaz de acercar las posiciones reflectivistas a las racionalistas (Wendt, 1992: 394).
Para Wendt, el diálogo entre neorrealistas-neoliberales gira en torno a la medida en
que la acción estatal está condicionada por la “estructura” (anarquía y distribución de
poder) o por el “proceso” (interacción y aprendizaje) e instituciones. Ese diálogo era
posible a partir de la base común: el compromiso “racionalista” de ambas partes y, sobre
todo, su uso de los modelos económicos y de la teoría de los juegos. El problema es que la
teorización basada en la teoría de los juegos no concede especial interés a las identidades y
a los intereses de los participantes, sino que los trata como factores exógenos fijos,
centrándose en la manera en que los actores se comportan y en los resultados de sus
acciones. Sin embargo, en opinión de Wendt las posiciones neoliberales -que sostienen que
los procesos e instituciones pueden dar lugar a un comportamiento cooperativo a pesar de
la anarquía- se verían reforzadas si contaran con una teoría sistemática que explicara la
transformación de las identidades e intereses de los actores por parte de los regímenes e
instituciones. A su vez, las teorías “reflectivistas” sí se ocupan de “cómo las prácticas de
conocimiento constituyen a los individuos”, una cuestión cercana, según Wendt, a las
inquietudes de los neoliberales. Así, pues, el autor cree posible contribuir al debate
(racionalista) entre neorrealistas y neoliberales con elementos constructivistas.
30. De hecho, John Ruggie fue quien introdujo el concepto de “régimen internacional” en la teorización en
Relaciones Internacionales (Ruggie, 1975). Sin, embargo, la posterior crítica de Ruggie y Kratochwil a la
teoría de los regímenes internacionales es una de las que más impacto han tenido (Ruggie y Kratochwil,
1986).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)40
Para ello Wendt (y el resto de los autores constructivistas) se apoyan en una
abundante literatura proveniente de la sociología, las Relaciones Internacionales y otras
disciplinas que puede proporcionar conceptualizaciones útiles para entender mejor esta
problemática. Además de las obras de clásicos de la sociología como Durkheim y Weber,
dos obras importantes de la sociología del conocimiento son especialmente influyentes en
el pensamiento constructivista en Relaciones Internacionales. Una es el clásico de Berger y
Luckmann La construcción social de la realidad (Berger y Luckman, 1966). Otra es
Central Problems in Social Theory, donde Anthony Giddens desarrolló su “teoría de la
estructuración” (Giddens, 1979). De las múltiples influencias provenientes de la propia
disciplina de las Relaciones Internacionales los autores constructivistas destacan tres
núcleos, todos ellos particularmente interesados en el papel de los factores socio-cognitivos
en las Relaciones Internacionales: en primer lugar, la literatura vinculada a la teorización
sobre la sociedad internacional, especialmente la obra de Hedley Bull (Bull, 1977). En
segundo lugar, las aportaciones de la escuela neofuncionalista de la integración europea
(Haas, 1968; Lindberg, 1970; Nye, 1971). En tercer lugar, las de los estudiosos que se
ocuparon de los problemas de la percepción en los procesos de toma de decisiones, entre
los que se destaca Robert Jervis (Jervis, 1988).
Para ilustrar las ventajas de contar con una teoría sistemática que explique la
formación de las identidades e intereses de los actores y el papel de las instituciones en las
dinámicas de cooperación (y también en las de conflicto) del sistema internacional, Wendt
desarrolló en su artículo la cuestión del significado de la noción de anarquía y sus
implicaciones. Según la teoría neorrealista, la anarquía da lugar, necesariamente, al
conflicto, a partir de una concepción de la seguridad basada en la necesidad de la autotutela
(self-help). Wendt propuso cuestionar y problematizar este vínculo estrecho, sugiriendo que
la vinculación entre anarquía y política de autotutela podría ser no necesaria sino
contingente. Para Wendt la autotutela no es un rasgo constitutivo de la anarquía sino una
“institución”, que define como “un conjunto o una estructura relativamente estable de
identidades e intereses” (Wendt, 1992: 399). Esas estructuras pueden estar codificadas a
través de reglas y normas formales, pero son “unas entidades fundamentalmente cognitivas
que no existen aparte de las ideas de los actores sobre cómo funciona el mundo”. El
proceso de institucionalización consiste en la internalización de nuevas identidades e
intereses. La autotutela es, pues, una institución, una estructura particular de identidades e
intereses, pero no la única posible en una situación de anarquía. Wendt argumenta que
podrían existir otras. Una posibilidad, por ejemplo, la de una estructura opuesta a la de la
política de autotutela: la de un sistema de seguridad basado en una estructura cooperativa,
en la que los Estados se identificaran positivamente entre sí y percibieran la seguridad de
cada uno como la responsabilidad de todos (seguridad colectiva). Entre ambos extremos
podría hipotetizarse también la posibilidad de que en un sistema anárquico se desarrollara
una estructura intermedia, en la que los Estados fueran indiferentes a las relaciones entre su
propia seguridad y la de los demás pero se preocuparan más con las ganancias absolutas de
la cooperación que con la posición relativa de cada Estado. Evidentemente, esas diferentes
instituciones o estructuras no surgirían de la anarquía sino que serían la consecuencia de
otros procesos, fundamentalmente de la interacción recíproca entre los actores. Por
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
41
determinadas circunstancias, la interacción entre los actores puede dar lugar a la creación
de unas estructuras más o menos competitivas. Wendt niega, por lo tanto, que las
identidades e intereses de los actores preexistan a la interacción sino que se desarrollan a
partir de esa interacción:
[Ello] presupondría una historia de interacción en la que los actores han
adquirido identidades e intereses “egoístas. Antes de la interacción (…) no
tendrían experiencias sobre las que basar semejantes definiciones de sí
mismos y de los demás. Asumir lo contrario es atribuir a los Estados en el
estado de naturaleza unas cualidades que sólo pueden poseer en sociedad
(Wendt, 1992: 402)
Ahora bien, una vez creadas, las estructuras (como por ejemplo la de autotutela),
sufren un proceso de “reificación”: se las pasa a tratar como algo separado de las prácticas
que la producen y mantienen. Como las estructuras configuran las identidades e intereses
de los actores, un cambio de dinámica (como el que supondría pasar de un sistema de
autotutela a un sistema cooperativo) no es nunca sencillo. Pero a través de largos procesos
de interacción los actores podrían redefinir sus identidades e intereses y pasar de un sistema
de autotutela a uno de cooperación.
Wendt no ha planteado una teoría -ni siquiera en su reciente Social Theory of
International Politics (Wendt, 1999)- sino un conjunto de hipótesis que sugirió explorar
empíricamente. Lo que sí ha hecho es proponer una agenda de investigación. Ésta tendría
el objetivo de evaluar las relaciones causales entre prácticas e interacciones (variable
independiente) y las estructuras cognitivas en el nivel de los Estados individuales y los
sistemas de Estados (variable dependiente), lo que equivale a explorar la relación entre lo
que los actores hacen y lo que son. Aunque sugirió partir de la idea de la constitución
mutua entre agentes (actores) y estructuras , subrayó que no es una idea que pueda ayudar
demasiado: lo que hay que averiguar es cómo se constituyen mutuamente. En particular
Wendt señaló la importancia del papel de la práctica al configurar actitudes hacia lo “dado”
de esas estructuras: ¿Cómo y porqué los actores reifican las estructuras sociales, y bajo qué
condiciones desnaturalizan esas reificaciones?
Es también destacable la postura de Wendt frente a la controversia epistemológica
definida como “positivismo-postpositivismo”. Sencillamente, propuso quitarle importancia,
señalando asimismo que “abandonar las restricciones artificiales de las concepciones de
investigación del positivismo lógico no nos obliga a abandonar la ‘ciencia’” (Wendt, 1992:
425).
C) Desarrollo empírico
El llamamiento de Wendt a la exploración empírica de las ideas constructivistas ha
tenido eco, y en muy pocos años han aparecido numerosos trabajos (fundamentalmente
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)42
estudios de caso) vinculados a esta agenda de investigación y con la misma adscripción
“moderna”. Los estudios de caso suelen seguir una metodología que combina la explicación
con la interpretación, desde una perspectiva “científica y sensible a lo sociológico” (Adler,
1997). Para intentar demostrar cómo las instituciones configuran los intereses de los actores
se requieren necesariamente estudios muy detallados. Los estudios de caso suelen incluir
análisis de textos de decisores políticos, entrevistas, etc., aunque también se recurre a
estadísticas y a otros métodos formales.
Una parte importante de los estudios de caso trata del papel de las organizaciones
internacionales (una clase específica de instituciones, según la definición de Wendt) en los
procesos de reconfiguración de intereses estatales. El papel de la UNESCO en la
reestructuración de las políticas de investigación -a partir de un proceso descrito como de
reconfiguración de intereses- de numerosos Estados miembros (Finnemore, 1966), el de la
OTAN en la reestructuración de las percepciones mutuas de sus miembros y sus intereses
de seguridad (Risse-Kappen, 1994) y la reformulación de los intereses y percepciones de
los Estados miembros de la Unión Europea (Landau y Whitman, 1997) son ejemplos de
este tipo de análisis.
Otros estudios de caso se centran en la construcción de normas en sí (y menos en las
instituciones que las producen). Entre ellos cabe citar el análisis de la creación de una
“norma global antirracista” en el contexto de la imposición de sanciones anti-apartheid a
Sudáfrica (Klotz, 1995), las creación de normas subyacentes al proceso de descolonización
(Jackson, 1993), el análisis de las normas que subyacen a la “soberanía” como institución
(Barkin y Cronin, 1994; Bierstecker y Weber, 1996) y los aspectos normativos de las
políticas de seguridad (Katzenstein, 1996). A nivel teórico, las dos obras seminales
constructivistas relativas a la producción de normas internacionales son las ya citadada
World of Our Making de Nicholas Onuf (Onuf, 1989) y Rules, norms, and decisions de
Friedrich Kratochwil (Kratochwil, 1989). Ambas reelaboran la clásica distinción planteada
por primera vez por el filósofo John Rawls entre “reglas constitutivas” (las que crean la
práctica o institución, por ejemplo las reglas del ajedrez) y “reglas regulativas” (las que
ordenan las interacciones, como por ejemplo las reglas del tráfico) (Rawls, 1955)31. Los
autores constructivistas consideran, en general, que los autores neorrealistas o
institucionalistas neoliberales se han ocupado casi exclusivamente de las reglas regulativas
y demasiado poco de las constitutivas, esenciales para entender los aspectos intersubjetivos
de las relaciones internacionales (Ruggie, 1998: 871). Asimismo, los constructivistas
consideran que el papel que los neoliberales atribuyen a las normas internacionales (el de
actuar como elementos constreñidores del comportamiento de los actores) es demasiado
superficial. Para los constructivistas, el alcance de las normas es mucho más profundo: las
normas forman un consenso intersubjetivo entre los actores que, a su vez, constituye (o
reconstituye) las identidades e intereses de éstos (Checkel, 1997: 473).
31.Para una extensa discusión sobre la aplicación de esa distinción a los “hechos institucionales”, véase
Searle (1995).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
43
Un último grupo de estudios constructivistas que cabe destacar son los relacionados
con el papel de los individuos en la difusión de las normas por parte de las instituciones. El
concepto de “emprendedor moral” (moral entrepreneur) se ha usado para explicar porqué
determinada norma surge en un momento dado. Los emprendedores morales son individuos
comprometidos que se encuentran en el momento y lugar adecuado y consiguen transmitir
sus creencias a estructuras sociales más amplias (Florini, 1996; Finnemore, 1996). Pero
quizás más fructífero sea el uso de la noción de “comunidad epistémica” por los autores
constructivistas. Aunque fue John Ruggie el primero en introducir el término en la
literatura de las Relaciones Internacionales (Ruggie, 1975), quienes lo desarrollaron y
usaron fueron algunos autores institucionalistas neoliberales, en el marco de la teoría de los
regímenes. Según la definición de Peter Haas,
Una comunidad epistémica es una red de profesionales con reconocida
experiencia y competencia en un campo determinado y un reconocido
conocimiento de temas relevantes para la elaboración de política en ese
terreno o área temática (Haas, 1992)
La explotación constructivista del concepto de comunidad epistémica ha corrido a cargo,
fundamentalmente, de Emanuel Adler. Adler concibe a las comunidades epistémicas como
creadoras de creencias intersubjetivas que actúan como “vehículos de supuestos teóricos,
interpretaciones y significados colectivos que pueden ayudar a crear la realidad social de
las relaciones internacionales” (Adler, 1992: 343), y específicamente a través de la
“difusión e internacionalización de nuevas normas constitutivas que puedan acabar creando
nuevas identidades, intereses e incluso nuevos tipos de organización social”. Adler ha
ilustrado sus argumentos a través del estudio de caso sobre el papel de las comunidades
epistémicas en la adopción de normas de control nuclear.
La agenda constructivista es, pues, rica y variada. En muy pocos años la producción
constructivista ha alcanzado unas dimensiones respetables y el interés de los estudiosos por
el papel de las ideas en las Relaciones Internacionales está lejos de agotarse. El próximo
reto para el constructivismo -apuntado tanto desde dentro como desde fuera de la corriente
(Ruggie, 1998; Dessler, 1999; Checkel, 1998)- consiste en integrar los resultados de los
estudios empíricos en una teoría coherente (o en varias “teorías de alcance intermedio”) de
cómo las estructuras sociales y los actores internacionales se construyen mutuamente. Por
el momento, y como un crítico ha señalado (Dessler, 1999, 137), el constructivismo ha
conseguido, al menos, equilibrar los intentos de descubrir generalizaciones sobre la vida
internacional con los de intentar aprehenderla en sus aspectos más específicos.
D) El renovado interés por la perspectiva de la “sociedad internacional”
En los últimos años es patente un renovado interés -incluso por parte de autores
vinculados a la “corriente hegemónica” de la disciplina (anglosajones
realistas/neorrealistas)- por las posibilidades que ofrece para la teorización la perspectiva de
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)44
la sociedad internacional. Aunque esa perspectiva suele vincularse sobre todo a la llamada
escuela inglesa de las Relaciones Internacionales, ha sido desarrollada también por otros
autores e incluso por otras “escuelas”. En concreto, también la escuela española de las
Relaciones Internacionales se ha articulado en torno al estudio y consideración de la
sociedad internacional.
El particular atractivo que esa manera de entender el estudio de las Relaciones
Internacionales presenta en la actualidad se debe, por un lado, a que se la considera más
capaz de dar cuenta del cambio en la sociedad internacional que los enfoques realistas o
neorrealistas y, por otro, a que se percibe como compatible con aproximaciones teóricas
muy diversas e incluso como un puente para el acercamiento entre “racionalistas” y
“reflectivistas”, de ahí que la hayamos incluido en este apartado dedicado a las dinámicas
de aproximación en la teorización sobre las relaciones internacionales.
E) La sociedad internacional como perspectiva de análisis
Además de como objeto de estudio32, la sociedad internacional puede entenderse
como una manera de concebir las relaciones internacionales y su estudio, es decir como una
perspectiva de análisis. No queremos decir con ello que todos los autores que han usado el
concepto de sociedad internacional compartan la misma perspectiva. Pero sí creemos que
hay elementos comunes entre aquellos estudiosos o más bien aquellas escuelas que han
hecho de la sociedad internacional su centro de gravedad teórico. Nos referimos, en
concreto, a los integrantes de la escuela española y de la escuela inglesa, cuya manera de
concebir el estudio de las relaciones internacionales tiene muchos elementos en común.
Aunque la cuestión de qué autores deben ser incluidos entre los participantes de la
escuela inglesa es una cuestión abierta, no hay duda de la centralidad y la influencia dentro
de la escuela de la obra de Martin Wight, Hedley Bull y John Vincent33. El papel nuclear de
una institución, el British Commitee on International Theory que funcionó entre 1958 y
1968 , también es claro (Dunne, 1998).
Por su parte, la escuela española (más modesta que la inglesa en dimensiones y de
configuración más reciente) tiene como núcleo la obra de Antonio Truyol, Roberto Mesa,
Manuel Medina y Celestino del Arenal, en tanto que su institución central es sin duda el
Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid
(Arenal, 1978).
32.La sociedad internacional como objeto de estudio es lo que define, desde la óptica de la academia
española, el ámbito disciplinario de las Relaciones Internacionales.
33.Señalamos, como curiosidad, que tanto Bull como Vincent eran australianos, aunque desarrollaron la
mayor parte de su actividad académica en el Reino Unido.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
45
Más que glosar la obra de los autores pertenecientes a ambas escuelas (una tarea
que, en uno y otro caso, está ya hecha y en profundidad34), lo que nos interesa en este
apartado es destacar los elementos esenciales de la perspectiva de la sociedad internacional
para a continuación vincularlos a las cuestiones de su interés como punto de partida para
plantearse la cuestión del cambio y continuidad en las relaciones internacionales y su
interés como punto de encuentro entre perspectivas racionalistas y reflectivistas.
Hidemi Suganami ha caracterizado a la escuela inglesa a partir de los siguientes
rasgos: su compromiso con la objetividad científica, su rechazo al behaviorismo (patente en
el enfrentamiento metodológico de Hedley Bull con los cuantitativistas estadounidenses), el
uso del método sociológico y el análisis institucional, su defensa de la autonomía
académica de las Relaciones Internacionales y el rechazo del utopismo (Suganami, 1983).
Por su parte, la caracterización que ha hecho Esther Barbé de la escuela española destaca
los siguientes rasgos: la defensa de la autonomía de la disciplina con un espíritu
interdisciplinar; la adopción de una metodología clásica (con el consiguiente rechazo al
formalismo behaviorista y el reconocimiento de la importancia del papel auxiliar de la
historia) y la apuesta por una teoría objetiva en el análisis y orientada hacia el problema
(Barbé, 1995: 86-93).
Es evidente que la coincidencia entre las dos caracterizaciones es muy grande. Ello
nos autoriza, creemos, a hablar de una perspectiva común en la aproximación a la sociedad
internacional, que ambas escuelas consideran el objeto de estudio privilegiado. Hay, no
obstante, una diferencia importante entre ambas escuelas. Los autores de la escuela inglesa
han centrado, tradicionalmente, más que los de la escuela española, su análisis en la
dimensión estatocéntrica de la sociedad internacional. Ello ha llevado a no pocos autores a
identificarlos con las corrientes realistas de las Relaciones Internacionales, a veces
matizando ese realismo con el adjetivo “liberal” (Hill, 1989). En cambio, la escuela
española ha llevado más lejos que la inglesa su compromiso con la aproximación
sociológica, compromiso que se materializa en una aproximación global a las Relaciones
Internacionales, abarcándolas en todas sus dimensiones (estatal y transnacional) y
complejidad.
Esa diferencia de enfoques es coherente con las tradiciones de pensamiento en la
que se afirman ambas escuelas. La escuela inglesa se ha definido como vinculada a la
tradición grociana o “racionalista”, definiendo esa tradición como vía media entre las
tradiciones Hobbesiana/Maquiaveliana (realista) y la Kantiana/Marxiana (“revolucionista”)
(Wight, 1991). En la primera tradición (realista) las relaciones internacionales se definen,
34.En el caso español, además de la mencionada obra de Celestino del Arenal (que se detiene en el año 1977)
(Arenal, 1978), cabe destacar el capítulo dedicado por Esther Barbé a la escuela española en su manual, que
se apoya y complementa el análisis del profesor Arenal (Barbé, 1995: 86-93).Las publicaciones sobre la
escuela inglesa son muy abundantes (Forsyth, 1978; Jones, 1981; Suganami, 1983; Grader, 1988; Brown,
1995; Dunne, 1998).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)46
ante todo, por el conflicto entre Estados, por la guerra hobbesiana de todos contra todos. En
la tercera (revolucionista) la dimensión dominante es la cooperación, no tanto entre Estados
sino entre los individuos que constituyen una “comunidad mundial”. La segunda tradición
(racionalista) se define como un punto intermedio entre las otras dos: por el énfasis en las
reglas e instituciones que forman el tejido de la sociedad internacional y que limitan el
conflicto.
Sin negar las fuertes raíces grocianas de la escuela española de Relaciones
Internacionales, es evidente también la influencia de la escuela española del derecho de
gentes de los siglos XVI y XVII. Celestino del Arenal plantea en estos términos las
diferencias entre el enfoque grociano y el iusnaturalista:
Mientras Grocio y sus sucesores desarrollan una concepción de la sociedad
internacional y del Derecho Internacional cada vez más contractualista,
como consecuencia de su aceptación de la concepción bodiniana de la
soberanía, reflejo del sistema de Estados europeo que ha nacido, Vitoria y
los demás autores españoles desarrollan una visión del mundo, basada en un
iusnaturalismo de inspiración cristiana, que les lleva a elaborar una
concepción de la sociedad internacional que descansa en la aplicación de los
principios de la moral y del Derecho natural. (…) Ello implicaba, en
principio, la primacía de la idea de solidaridad internacional sobre el
concepto de soberanía
Así, pues, el iusnaturalismo cristiano de, entre otros, Francisco de Vitoria y
Francisco Suárez, se refleja en esa mayor importancia que los autores españoles acuerdan a
la dimensión transnacional de la sociedad internacional (Truyol, 1993; Arenal, 1990; Mesa,
1977; Barbé, 1995), principal rasgo diferenciador de perspectiva de la sociedad
internacional que adoptan la escuela española y la escuela inglesa.
F) La actualidad de la perspectiva de la sociedad internacional
Tras el recorrido que acabamos hacer por el panorama teórico actual no es difícil
entender el porqué del actual auge de la perspectiva de la sociedad internacional. Si la
perspectiva de la sociedad internacional -especialmente en la versión de la escuela inglesase
presentó tradicionalmente a sí misma como vía media entre realismo y
“revolucionismo”, en la actualidad se la presenta también como vía media entre
racionalismo y reflectivismo. Lo sería en tres sentidos diferentes:
En primer lugar, en el plano metodológico. Los análisis que se hacen desde la
perspectiva de la sociedad internacional operan con una metodología tradicional,
interpretativa y con un instrumental histórico-filosófico. Esto los acerca al campo
reflectivista y los aleja del cuantitativismo y la rational choice de ciertos sectores
racionalistas sin caer por ello, empero, en la falta de rigor metodológico de los
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
47
postmodernos.
En segundo lugar, en el plano epistemológico. La etiqueta de “positivismo” que los
partidarios de la reestructuración en Relaciones Internacionales han aplicado a las
corrientes clásicas en general es particularmente poco adecuada para la perspectiva de la
sociedad internacional, cuyos autores suelen ser cautelosos ante las generalizaciones
excesivas35. Pero, al mismo tiempo, su compromiso con el método científico es total, algo
que los distingue netamente del relativismo epistemológico postmoderno.
En tercer lugar, en el plano normativo. La perspectiva de la sociedad internacional
tiene un fuerte componente normativo. En este sentido, se lo ha equiparado a la “teoría
crítica” en sentido amplio (Dunne, 1998: XI). Pero ese componente normativo (muy
presente en la escuela española), compatible con los llamados a una teoría emancipatoria de
los teóricos críticos, no se sitúa por encima de la voluntad de analizar la sociedad
internacional con rigor y objetividad.
La capacidad de la perspectiva de la sociedad internacional de amortiguar las
diferencias entre racionalistas y reflectivistas ha sido reconocida por algunos autores
postmodernos, como Der Derian (1988) pero, sobre todo, por autores situados en corrientes
más tradicionales, y por lo tanto racionalistas, quienes han expresado la necesidad de dar
mayor importancia a los elementos sociocognitivos en la teoría pero que prefieren tomar
esos elementos de la clásica perspectiva de la sociedad internacional que, por ejemplo, del
constructivismo.
En ese sentido, Kal Holsti, un autor que se autodefine como realista, ha recordado
que desde la perspectiva de la sociedad internacional se han tratado cuestiones que son
centrales en las Relaciones Internacionales pero que han sido descuidadas por neorrealistas
o neoliberales: ¿cómo se reproduce históricamente la sociedad internacional? ¿cómo
afectan las normas e instituciones internacionales el comportamiento de los Estados?
¿cómo cambian las características fundamentales de los sistemas de Estados? (Holsti,
1987). El mismo Holsti ha empezado a explorar las posibilidades que brinda esta
perspectiva de análisis en su propia investigación sobre la cuestión del cambio sistémico.
En concreto, Holsti ha sugerido evaluar la importancia del cambio sistémico tomando como
parámetros las instituciones en que se centraron los teóricos de la sociedad internacional: el
derecho internacional, el equilibrio del poder y la diplomacia (Holsti, 1998).
En la misma tónica, Barry Buzan ha sugerido aplicar a su modelo “realista
estructural” algunas de las conceptualizaciones propias de la perspectiva de la sociedad
35. En ese sentido, Antonio Truyol ha afirmado que “la generalización propia de la teoría de las relaciones
internacionales, en cuanto sociología de la vida internacional, se conforma con la que conduzca a la
elaboración de conceptos típicos sin pretender a la generalidad de las ciencias naturales” (Truyol, 1977: 78-
79), una postura de consenso en la escuela española. Similares posiciones han mantenido en general los
integrantes de la escuela inglesa.
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)48
internacional. Buzan considera, asimismo, que hay importantes puntos de encuentro entre
la teoría (neoliberal-neorrealista) de los regímenes internacionales y las ideas centrales de
los teóricos de la sociedad internacional (Buzan, 1993).
Pese a sus potencialidades, se ha apuntado que la perspectiva de la sociedad
internacional está todavía poco desarrollada conceptualmente (Waever, 1992). Sin
embargo, es notorio que se están haciendo esfuerzos en ese sentido. Desde la escuela
inglesa, por ejemplo, Fred Halliday ha propuesto establecer una triple distinción analítica
(ausente en la perspectiva estatocéntrica de Bull): sociedad internacional de Estados
(sociedad inter-Estatal), sociedad transnacional de interacciones económicas (sociedad
inter-socio-económica) y “socialización” (sociedad inter-ideológica), una tercera dimensión
vinculada a las demás y que consistiría en el mecanismo de reproducción de las normas
establecidas en el sistema internacional en su totalidad y tendría como resultado la
homogeneización política ideológica (Halliday, 1994). Halliday considera que esta última
dimensión es útil para explicar las recientes transformaciones del sistema internacional – especialmente el colapso soviético- y propone centrar la agenda teórica en ella.
Los anteriores son sólo algunos ejemplos de las numerosas muestras de interés que
la perspectiva de la sociedad internacional y sus posibilidades han suscitado últimamente.
Desde nuestro medio académico, esa nueva centralidad en el panorama teórico general de
las Relaciones Internacionales de la perspectiva global que tradicionalmente se ha
defendido desde la escuela española no puede menos que suscitarnos una reacción de
entusiasmo, matizada apenas por el hecho de que las referencias que internacionalmente se
hacen a la perspectiva de la sociedad internacional la asocian indisolublemente a la escuela
inglesa36.
IV. CONSIDERACIONES FINALES
En este artículo hemos realizado una revisión y análisis de tres grandes dinámicas
que hemos identificado en la teorización actual en Relaciones Internacionales. Estas
principales tendencias son, en primer lugar, el diálogo en que están embarcados desde hace
más de una década los autores neorrealistas y los neoliberales (o institucionalistas), un
diálogo que gira en torno a las posibilidades de la cooperación internacional. En segundo
lugar, los llamamientos a la disidencia y /o a la reestructuración de la disciplina de los
enfoques calificados como “reflectivistas”: teoría crítica, postmodernismos y feminismos.
En tercer lugar, el intento de acercar los enfoques tradicionales o racionalistas a los nuevos
enfoques reflectivistas a partir del constructivismo y de la clásica perspectiva de la sociedad
internacional, una perspectiva en la que se enmarca la escuela española de las Relaciones
Internacionales.
36. Eso podría estar empezando a cambiar. Un indicador de ello es la referencia que se hace a los estudios de
Relaciones Internacionales en España en la prestigiosa obra sobre el estado actual de la teorización en
Relaciones Internacionales editada por Groom y Light (Groom y Light, 1994: 229-230).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
49
Queremos concluir este trabajo subrayando algunos elementos de continuidad y
cambio (aquellos que nos impresionan como particularmente interesantes) en esta reciente
teorización sobre las Relaciones Internacionales que acabamos de recorrer.
En lo que respecta a la continuidad, el principal elemento que destacamos es la
persistencia de la centralidad del realismo/neorrealismo. Como hemos visto, todos los
intentos de teorizar las relaciones internacionales se hacen desde o contra él. No cabe duda
de que, para bien o para mal, los postulados realistas siguen siendo el principal punto de
referencia teórico.
En segundo lugar, destacamos como elemento de continuidad la pregunta que
subyace a buena parte del debate teórico en Relaciones Internacionales, desde la creación
de la disciplina hasta los ataques “disidentes” al núcleo hegemónico: ¿hasta qué punto y en
qué medida es posible ir más allá de la pura ideología sociopolítica y hacer teoría
sociopolítica?
En cuanto a los elementos de cambio, destacamos, en primer lugar, la novedad del
intento de neorrealistas/neoliberales de someter a prueba los propios supuestos políticonormativos.
Se trata de un ejercicio que parte de una respuesta afirmativa a la pregunta
formulada en el párrafo anterior, respuesta que, desde luego, no es unánimente compartida
por los estudiosos de las Relaciones Internacionales.
Un segundo elemento de cambio que queremos subrayar es el de la progresiva
pérdida de la vigencia del concepto kuhniano de paradigma como elemento ordenador de
los debates de la disciplina. Como hemos ya señalado, el concepto de paradigma, tal como
se usaba, tendía a legitimar la falta de comunicación en nuestra disciplina. Es por ello que
no podemos menos que celebrar su paulatino arrinconamiento.
También celebramos, por último, la mayor sensibilidad que desde hace unos años se
otorgan en nuestra disciplina a los aspectos socio-cognitivos de las relaciones
internacionales. Este es un elemento de cambio desde el punto de vista de la teoría
hegemónica estadounidense, pero no lo es desde la perspectiva europea y española, donde
la sociedad internacional ha sido, desde siempre, el objeto de estudio que se ha intentado
comprender.
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