La unidad nacional sin nación ni unidad
Dagoberto Gutiérrez
La coyuntura actual resulta ser suficientemente aleccionadora para el gobierno y para el pueblo. Para ambos sectores se ha construido un momento que puede considerarse de definición política. Por un lado, el gobierno ha hecho todo lo necesario y posible para que los sectores oligárquicos se sientan cómodos, escuchados y atendidos en sus intereses; y el pueblo y sus organizaciones han llenado de paciencia, temperancia y espera sus reclamos, intereses y necesidades.
Por eso es que en este primer año de gobierno ha sido la indefinición y el rumbo equívoco la característica determinante de la acción gubernamental.
Por supuesto que para los sectores populares, el gobierno carece de un sentido popular y está muy lejos de ser un gobierno que trabaja para los pobres, pero ocurre que, contradictoriamente a lo que se esperara, tampoco las oligarquías reconocen al gobierno como uno de los suyos, pese a todas las señales inequívocas a su favor. Así las cosas, y transcurrido el primer año de gobierno, nos encontramos con que el planteamiento teórico central de ser un gobierno de unidad nacional se encuentra totalmente destruido por la vida.
Resulta posible y hasta probable que el gobierno, que es el equipo que administra la política del Estado, haya resultado a estas alturas que en El Salvador ni hay nación ni hay unidad de esa nación inexistente, pero también es posible que haya asimilado una verdad llena de tiempo y de polvo histórico que es aquella que dice que todo gobierno gobierna para una parte, aunque gobierna con todas las partes. Resultando, en consecuencia, imposible que se gobierne sin confrontación y sin contar con un bando definido que sostenga políticamente al gobierno, porque de no ser así, todo ejercicio termina como el actual, sin el apoyo de los de abajo y sin el respaldo de los de arriba.
Si nos fijamos un poco, nos daremos cuenta que la oligarquía de El Salvador es de las más primitivas y atrasadas del continente y será, sin duda, de las que menos cabeza burguesa posee y la que menos aprecia las reglas de la democracia burguesa. Esta burguesía no entiende, ni mínimamente, que la riqueza producida por la sociedad ha de ser distribuida, tal como manda la misma Constitución para asegurar un mínimo de estabilidad.
Tampoco entiende por qué el actual gobierno, que estando totalmente alineado internacionalmente con la política estadounidense, establece relaciones diplomáticas con Cuba, y peor aún, deja de entender por qué el Presidente Funes viaja a Cuba, anuncia su viaje a Cuba al mismo tiempo que su viaje a Colombia, sin anunciar ningún viaje a Venezuela. Tampoco entiende por qué el Presidente dice que sigue a Monseñor Romero pero apoya a las telefónicas y a la familia Salume en el tema de las presas.
Todas estas filigranas oscuras que le han costado al gobierno el apoyo de la gente son, sin embargo, conductas sospechosas para los oligarcas, y entonces, para los señores se plantea la tarea de lograr que este gobierno se defina de una vez por todas a su favor, aún más de lo que puede estar.
En esta coyuntura, son cuatro los temas que se han convertido en los puntos de definición, y en todos ellos, los oligarcas están pidiendo el propio corazón sangrante y palpitante de la política gubernamental. Estos puntos son: la flexibilización laboral, el tema de las telefónicas, el control de precios de las medicinas y la política tributaria.
Pues bien, resulta que en cada uno de estos puntos se encuentran aspectos esenciales de la lógica capitalista y su solución capitalista requiere una mínima cabeza burguesa porque deben pagar más impuestos los que tienen más y ningún gobierno sin ingreso tributario puede gobernar eficientemente; pero este planteamiento capitalista choca con la cabeza oligárquica de oligarcas añosos cuya inteligencia y virtud ha sido siempre no pagar el impuesto que deberían pagar.
En cuanto al precio de las medicinas, resulta ser un punto sin el cual el gobierno no podrá nunca hablar de una nueva política de salud, pero para eso se deberá recortar las inmensas y vergonzosas ganancias de las grandes empresas farmacéuticas, locales y extranjeras. De todos modos, aunque el gobierno actual intentara gobernar “con todos, para todos y en todo”, resulta imposible contar con corazones bondadosos de las farmacéuticas.
En el tema de las telefónicas, el presidente tiene a su favor decisiones previas favorables para estas odiadas empresas, pero aun así, se trata de un capital fáustico que siempre pide el corazón.
Ahora bien, resulta ser la flexibilización laboral la más determinante de las confrontaciones inevitables porque aquí se trata de quebrar con abundante descaro el planteamiento del gobierno consistente en que se evitaría que la crisis capitalista fuera pagada por los más pobres de la población y resulta que la figura de flexibilidad es, precisamente, y en todo tiempo, lugar y forma, una manera de que los más pobres paguen la crisis y los más ricos se lucren de la misma. Con esta figura, la cúpula empresarial le quiebra al gobierno la médula de su discurso y la riega como basura por las calles y veredas de este pequeño país. Por ahora, es la Ministra del Trabajo, Victoria de Avilés, la que muy dignamente resiste el vergonzoso proyecto cupular; mientras el Presidente guarda silencio, se mantiene alejado, oferente y ausente.
Estos temas y otros más han trazado una línea definitoria en la coyuntura, de modo tal que el zig zag gubernamental se ha tornado insostenible y el equipo que gobierna parece saberlo y parece entender que luego de perder un año en amoríos fallidos, se trata ahora de determinar el rumbo y de asimilar la verdad verdadera, de todos los tiempos, de que gobernar es siempre el reino de la parcialidad y todo aquel que intente hacerlo a medias o clandestinamente, puede terminar odiado y despreciado por todos, por todos los de arriba y todos los de abajo.