Las consecuencias del falso golpe de Estado en El Salvador. Roberto Valencia

Quiero creer que Nayib Bukele ya se ha percatado de que este domingo 9 de febrero cometió un error que lo perseguirá toda la vida, sin importar lo que haga o deje de hacer hasta el 1 de junio de 2024, cuando finalizará su mandato como presidente de El Salvador.

Entre las 4:00 y las 5:00 pm de ese día, cuando medio mundo se aprestaba para ver la gala de los Óscar, los salvadoreños tuvimos que vivir —en directo, con encuadres perfectos— la toma de la Asamblea Legislativa por parte de docenas de soldados y policías con chalecos antibalas y fusiles M-16 y AR-15, una performance diseñada por el presidente de la República. Bukele dio un discurso incendiario ante miles de sus seguidores reunidos en las afueras de la Asamblea, ingresó sin invitación en la sede del Legislativo, se sentó en la curul del presidente de la Asamblea y dijo: “Creo que está muy claro quién tiene el control de la situación”. Y se puso a rezar cubriéndose el rostro. Luego se secó las lágrimas y él y los fusiles salieron del recinto hasta donde estaban sus seguidores para decirles que ese día no tomarían la Asamblea: “Pregunté a dios, y dios me dijo: ‘Paciencia’”.AD

Quiero creer que disolver la Asamblea Legislativa —y consumar con ello un golpe de Estado — nunca fue una opción para Bukele, que todo fue una retorcida pero calculada dramatización. Pero esa convicción de que todo fue un falso golpe de Estado desemboca en dos sentimientos encontrados: el alivio y la zozobra.

Alivio porque la separación de poderes que consagra la enclenque democracia salvadoreña nunca estuvo realmente en juego.

Y zozobra por razones incontables, pero explicito tres: el profundo deterioro que El Salvador va a tener ante los ojos del mundo, que repercutirá en las inversiones, el turismo, y del que el responsable máximo es la persona que no supo o no quiso medir las consecuencias de un falso golpe de Estado; la evidencia, una vez más, de que Bukele está rodeado de un equipo de trabajo que le asesora mal o que no se atreve a decirle no a sus ocurrencias; y el que tanto la Fuerza Armada como la Policía Nacional Civil (PNC) —ambas instituciones claves en un país que apenas en 1992 estaba en guerra civil— se prestaron a seguir el juego al presidente de turno, sentando un peligroso precedente.

¿Por qué está sucediendo este hecho histórico en El Salvador? ¿Por qué el presidente milénial, que se presenta como el más cool del mundo, es uno de los mejor evaluados entre sus colegas del continente, ha logrado que la violencia homicida caiga a mínimos históricos y acumula titulares de la prensa internacional como promotor del surf, del hip-hop y de las nuevas tecnologías, termina desatando una crisis política sin precedentes? Las respuestas no hacen sino evidenciar lo kafkiano de la situación y lo surrealista de la actuación del presidente Bukele.

El falso golpe de Estado lo detonó un choque entre el Ejecutivo y el Legislativo por un préstamo de 109 millones de dólares que Bukele solicitó al Banco Centroamericano de Integración Económica. El préstamo, que dijo que se usaría para equipar y mejorar la Fuerza Armada y la PNC, se preaprobó el 30 de octubre pasado, pero la Constitución salvadoreña determina que es la Asamblea, y no el Ejecutivo, quien avala toda la deuda que el Estado contrae. La Asamblea sigue en manos de los partidos Arena (derecha) y FMLN (izquierda), los representantes del sistema bipartidista que dinamitó Bukele con su triunfo en las elecciones de febrero de 2019. En más de tres meses, esos partidos ni siquiera han autorizado a Bukele sentarse a negociar los detalles del préstamo, paso previo para luego votar su ratificación.

Todo esto ocurre en los mismos días en los que la Fiscalía ha procesado a altos dirigentes tanto de Arena como del FMLN por fraude electoral, por negociar el apoyo de las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 en las elecciones presidenciales de 2014, que se definieron a favor del FMLN en segunda vuelta por poco más de 6,000 votos.AD

Dentro de ese contexto, y como medida de presión para que la Asamblea le autorice a negociar la letra pequeña del préstamo, el presidente creyó que lo mejor para El Salvador era hacer lo que hizo la tarde del 9 de febrero.

Quiero creer, decía, que Nayib Bukele ya se ha percatado de que cometió un error que lo perseguirá toda la vida, aunque sus primeras declaraciones sugieran lo contrario. “Al final, cuando las aguas se calmen (como todo), quedará claro quiénes estamos luchando por el pueblo y quiénes no”, tuiteó en su primer hilo tras lo ocurrido en la Asamblea. “Los diputados están ofendidos. Así que castigarán al pueblo no aprobando los fondos que prometieron aprobar hoy”, añadió un cuarto de hora después, tras conocerse que la Asamblea suspendía la plenaria extraordinaria que se desarrollaría el lunes 10 de febrero, que al final sí se realizó.

Quiero creer que buena parte de la crisis política provocada por Bukele se desactivaría si admitiera el error que ha cometido al militarizar la Asamblea y pidiera un perdón genuino a la sociedad salvadoreña.AD

Quiero creer que Bukele hará lo que dicta el sentido común cuando se está comprometido con la democracia, pero mucho me temo que eso no ocurrirá. Admitir errores y pedir disculpas no forman parte del manual del líder mesiánico que habla con dios y se cree infalible.

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