Las tres “p” de la justicia

Las tres “p” de la justicia

Última actualización: 07 DE ENERO DE 2015 16:18 | por Joaquín Villalobos

Si una sirvienta es acusada de haberse robado un celular, puede pasar mucho tiempo en prisión sin tener un juicio. Por el contrario, si un ex presidente vinculado a los grupos económicos más poderosos del país es acusado de robarse 50 millones de dólares, puede esperar en su casa para ser juzgado. En el primer caso no importará si la acusada tiene una enfermedad grave, igual debe mantenerse en prisión. Sin embargo, en el segundo caso basta que el acusado esté deprimido para enviarlo a un hospital. Los medios condenarán duramente a la primera en una nota roja, pero tratarán al segundo como inocente y víctima de una conspiración política. Seguramente la sirvienta será condenada con pocas evidencias y el ex presidente será puesto en libertad a pesar de las muchas evidencias. Esta simplificación comparativa de dos procesos judiciales ayuda a entender lo que es el poder oligárquico.

La diferencia entre alguien que tiene 50 millones de dólares y alguien que tiene 500 millones no es de calidad de vida, sino de poder. Cuando hablamos de oligarcas, nos referimos a individuos que tienen un gran poder resultado de ser beneficiarios de una concentración extrema de la riqueza. En nuestro país no existe una oligarquía de izquierda, aunque el partido que la representa pueda ahora tener dinero, y tampoco cualquier rico es un oligarca. Tener dinero no implica que se sea un oligarca. Existe oligarquía cuando la riqueza se concentra en un reducido grupo de familias y solo se es oligarca cuando se forma parte de ese reducido grupo. En nuestro país los propios oligarcas se reconocen como tales y se hacen llamar “G20” o “familias pudientes”.

Toda concentración de poder económico produce concentración del poder político, no importa que los ciudadanos puedan votar libremente. Esto ocurre porque existe un poder superior que por la vía económica tiene la capacidad de condicionar, coaccionar y someter a toda la sociedad, aunque sus representantes políticos no tengan el gobierno. En democracia el poder político es temporal, sin embargo, en países dominados por oligarquías, la concentración de la riqueza es permanente y muy difícil de dispersar. En esas condiciones la democracia es débil y la competencia económica una simulación. Los acuerdos de paz trajeron la democracia, pero no podían acabar con la concentración de la riqueza, por lo tanto, transitamos de un poder oligárquico que usaba a los militares para defender sus intereses a lo que se conoce como “oligarquía civil”, que aparece en democracias liberales.

Veamos como ejemplo el poder de coacción a partir del empleo como uno de sus componentes. Según datos recientes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el sector informal representa el 72% del empleo nacional, es decir que solo el 28% son empleos formales. Cómo llegamos a esto lo veremos otro día, por ahora lo que nos interesa señalar es que al restar al 28% de empleos formales, los trabajadores del sector público y los de las pequeñas y medianas empresas, concluiríamos que la oligarquía concentra por vía económica el grueso de los empleos formales más importantes del país, porque es dueña o ejerce control de los negocios que generan esos trabajos. Es decir, que la esperanza de ascenso social de cualquier gente de clase media pasa por no molestar a los oligarcas. No más de diez familias pueden “desgraciarle” el futuro a los hijos de un juez, de un magistrado o de un diputado. Se trata de una pirámide de poder en la que lo que no controlan directamente lo pueden someter indirectamente.

Usemos otro ejemplo: el dinero para las campañas electorales. Sin dinero no se puede hacer política, es decir que quien no tiene dinero o pierde o está condenado a ser un pequeño partido que, igual, termina subordinado al poder económico para lograr sobrevivir. En 1984 y 1985 la Democracia Cristiana le logró ganar las elecciones al partido ARENA gracias a la cuantiosa contribución de fondos de una Agencia de Inteligencia de un país del Norte que sabía que Roberto d’Abuisson era un obstáculo para que se pudiera aprobar la ayuda militar. Luego, el FMLN logró ganar las elecciones del 2009 y 2014, pero esto fue posible por los recursos de ALBA derivados de la ayuda de Venezuela. Sin esos dineros externos el partido de la oligarquía, sin duda, no habría perdido ninguna elección.

Cuando estábamos negociando la paz en 1991, algunos intentamos ponerle reglas a la privatización de la Banca. La posición del gobierno de ARENA fue intransigente y rechazó abordar este tema. Como una reflexión presente sobre la negociación de la paz, podemos decir que la oligarquía puso sobre la mesa al Ejército para que este fuera depurado, reducido y culpado por el conflicto, mientras, por su lado, se aprestaba a recuperar los bancos y a realizar las privatizaciones. Desde una lógica política, los militares prácticamente habían perdido la guerra y les dejaron de ser útiles. La oligarquía los convirtió entonces en el pavo de la paz. Su versión histórica sobre el conflicto es que los militares y los curas tuvieron la culpa, los oligarcas fueron solo unas “víctimas inocentes”. Conforme a los acuerdos de paz el ejército debería tener 30,000 elementos, sin embargo ahora no llega ni a la mitad de eso, este recorte adicional lo hizo ARENA en su plan de desmantelar al Estado.

Trasladémonos a los hechos que actualmente estamos viendo en los medios de comunicación sobre supuestos escándalos de corrupción que parecen una historia calcada del pasado. Hace 25 años, cuando el ingeniero Duarte dejó la presidencia, el cuarteto ARENA-ANEP-FUSADES y las tres familias que controlan los medios de comunicación más importantes del país, hicieron campaña para destrozar a la Democracia Cristiana por supuestos casos de corrupción. El propio ex presidente, ya enfermo de cáncer, era objeto de arteros ataques. Tuvieron tal éxito, que en la percepción de la gente ese partido quedó dañado de por vida en su imagen pública. Los casos eran como los actuales, por montos absurdos y sin muchas evidencias; lo central de la campaña no era combatir la corrupción, sino destruir la imagen del principal partido de oposición en aquel momento. Sin embargo, no nació de aquella supuesta corrupción ninguna “oligarquía demócrata cristiana”, oligarquía solo hay una y siguen siendo la misma.

Pero analicemos lo que pasó, en términos de corrupción y transparencia, cuando ARENA llegó al gobierno. Vinieron las privatizaciones de la Banca, de la distribución de Energía Eléctrica, de las Telecomunicaciones y de los fondos de pensiones, para mencionar solo lo más importante. En su conjunto, estos “negocios” podrían haber rondado unos 10 mil millones de dólares. ¿Pero acaso esto ocurrió de forma transparente y sin corrupción? Por el contrario, esas privatizaciones constituyen el asalto más brutal al Estado de toda nuestra historia. Por ello luce como tragicomedia la conducta hipócrita y asimétrica con la que los medios demandan transparencia por supuestos casos actuales de corrupción, que son 20,000 veces más pequeños que lo que los oligarcas se levantaron; igual parece chiste cuando exigen que los diputados no gasten en fiestas, luego del banquete que ellos se dieron con las privatizaciones. Las tres familias dueñas de esos medios pro-oligárquicos participaron de la privatización de ANTEL, de los bancos y se han beneficiado considerablemente de las cuentas de los gobiernos de ARENA.

En política es común que algunos digan mentiras, pero la diferencia no es entre sinceros y mentirosos. Al final, lo fundamental es cuánto poder mediático se tiene para difundir u ocultar lo que interesa. Para explicar el poder que da el control de los medios, podemos usar una expresión coloquial referida a los chismosos y decir que los oligarcas, “de un lengüetazo pelan un chancho”. Este poder le sirve para ocultar, intimidar, someter o destruir. Hicieron una telenovela lacrimógena del caso Flores para sacarlo de la cárcel y evitar que se quebrara moralmente y empezara a hablar. Esta acción la cubrieron luego con “destapes” de supuestos casos de corrupción para tapar lo que estaban haciendo con Flores. La facilidad con que articularon medios, opinión pública y mecanismos legales se llama poder oligárquico.

Reducir el poder de la oligarquía es el reto más grande para que nuestro país progrese y se estabilice. Los países dominados por oligarquías son políticamente inestables, socialmente pobres, institucionalmente débiles y económicamente atrasados, porque la economía no se asienta en la competitividad productiva, sino en la monopolización extractiva. Del tema económico podemos hablar en otra ocasión, ahora lo que interesa es la relación entre economía, justicia y política. En ese sentido, si no emergen otros polos de poder económico, mediático, político, intelectual y social que hagan contrapeso al poder de los oligarcas, seguiremos condenados al atraso, a la pobreza y a la política polarizada como conflicto irresoluble.

Es vital fortalecer a nuevos sectores que generen empleos productivos, realizar alianzas para liberar a empresarios que están sometidos al poder oligárquico, desarrollar nuevos grupos económicos estratégicos, crear nuevos medios de comunicación, democratizar las frecuencias de televisión, formar una nueva tecnocracia y fundar gremiales empresariales y tanques de pensamiento independientes. El mercado es un espacio a conquistar con innovación, productividad, empleos y desarrollo. Es importante distribuir, pero es igualmente importante producir. No se debe dejar a los oligarcas la representación del deseo de superación de los salvadoreños, cuando ellos han sido y son la negación de ese derecho. Nada preocupa más a los oligarcas que la existencia de una pluralidad política basada en una diversidad de poderes económicos, por ello atacan tan ferozmente a ALBA, por ello denigran a los nuevos ricos que nacieron pobres e hicieron su dinero trabajando, por ello ridículamente se han vuelto los defensores del “voto de pobreza y austeridad revolucionaria” de la izquierda. Necesitan una izquierda callejera, pobre, sin aliados, enemiga del mercado y sin visión de poder.

Sin crear contrapesos al poder económico oligárquico, no habrá una verdadera competencia política. A los pobres los beneficia la competencia, no los monopolios ni las redenciones. Sin contrapesos todas las instituciones terminarán sometidas a este puñado de familias y esto incluye a la justicia. Fruto de una correlación política extraordinaria y de los cambios logrados con los acuerdos de paz, por primera vez en nuestra historia hay ahora un ex presidente representante de la oligarquía sometido a un proceso judicial. Este caso y el de CEL-ENEL son vitales para que en nuestro Estado de derecho comience a funcionar el principio de igualdad ante la ley. No es la transformación moral de los diputados nuestra necesidad más urgente, no es allí donde está el poder que puede manipular al país a su antojo. Nuestro parlamento tiene apenas veinte años de ser realmente plural y democrático y con todas sus imperfecciones ha producido gran cantidad de cambios positivos. La oligarquía tiene más de un siglo de dominar el país y fue la responsable principal de la guerra que tuvimos y de la pobreza en que vivimos.

No es la partidocracia nuestro principal problema, los partidos tienen bastante menos poder que la oligarquía. No se necesita ni siquiera valor para criticar, cuestionar, emitir sentencias y hasta burlarse de los diputados y de los partidos. Sin embargo, no se puede decir eso mismo a la hora de ponerles límites a los oligarcas y sentar con ellos un precedente. No se trata de perdonar unos casos y avalar otros, pero la corrupción se combate de arriba para abajo y más arriba que la oligarquía no hay nadie. Por ello es crucial el resultado de los casos Flores y CEL-ENEL. Estos son la prueba más importante para medir el progreso real de nuestra institucionalidad desde que se firmó la paz. Es fundamental demostrar que nadie por sus apellidos y riqueza puede impunemente apropiarse de fondos de cooperación y desmantelar, vender y comprar instituciones del Estado para acrecentar su poder económico. Si el ex-presidente Flores y los acusados de CEL-ENEL logran salir libres, cobrará vida en nuestro país la idea de que “la justicia es en realidad para los pobres, las prostitutas y los pendejos”.

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