Los comunistas del Siglo XX: algunas distinciones necesarias

Los comunistas del Siglo XX: algunas distinciones necesarias

Elvira Concheiro Bórquez*

Mezcla de ideales y proyectos políticos, de personajes legendarios y sólidas organizaciones partidistas, de poderosos Estados y controvertidos líderes políticos, los comunistas cargan con una contradictoria historia que lo mismo reporta grandes acciones transformadoras que atrocidades insólitas, audaces proyectos que rayan en utopías junto a sus aportes históricos y científicos, historia llena de reconocidos y anónimos héroes al lado de algunos de los peores tiranos de la época contemporánea, de éxitos sin precedente y fracasos inauditos.

Hijos de una época convulsionada como nunca antes en la historia de la humanidad, los comunistas están asociados a todos los grandes acontecimientos del último siglo, a sus guerras y revoluciones, a grandes y pequeñas movilizaciones de quienes emprendieron la lucha política para alcanzar la superación del capitalismo, a aquellos partidos que concibieron su propia organización como algo indispensable para alcanzar su objetivo de libertad y emancipación del ser humano. Los comunistas conformaron un movimiento político que bajo la bandera de la emancipación humana se extendió hacia todas las naciones del planeta, empresa que no había logrado ninguna fuerza política ni religiosa, logrando construir en las más adversas condiciones nuevos poderes estatales, uno de los cuales, al menos, se transformó al tiempo en gran potencia. Pero no sólo fueron una extendida corriente política, sino también representaron un profundo movimiento intelectual que marcó las ideas y la creación de millones de hombres y mujeres del siglo XX.

Corre ya el siglo XXI y queda en el pasado esa historia compleja. Para algunos estudiosos hace ya algunos años que en términos históricos el siglo XX había cerrado su ciclo, justamente con la caída de los regímenes construidos por los comunistas a partir de la revolución rusa de 1917.[1] En los comienzos del nuevo siglo los comunistas parecen haber desaparecido de la escena mundial, pese a que aún existe un buen número de organizaciones que así se denominan y varias naciones conservan, pese a la importantes transformaciones que han operado, sus regímenes llamados “socialistas” en los que sus respectivos partidos comunistas son los únicos que gobiernan, entre ellos China, el país más poblado del mundo.

Muchos de los trascendentes acontecimientos de los últimos años, que han modificado, una vez más, la geopolítica mundial y han provocado atroces guerras nacionalistas como las de Bosnia y Chechenia, acontecimientos que parecieron cuestionar la posibilidad de cualquier proyecto de transformación radical de la sociedad y que tienen su origen en el fracaso de los comunistas, quienes conformaron una de las corrientes prototípicas del siglo XX.

Pero, ¿qué podemos entender, a estas alturas y tras todo lo acontecido a partir de 1989, por comunistas? ¿Qué los motivó y qué representaron en la historia política del último siglo?

Hoy se difunden frases hechas y confusas revelaciones que simplifican los hechos y presentan la historia de los comunistas como un episodio carente de sentido, un oscuro paréntesis en la historia del siglo pasado, del que casi todo el mundo se ha desembarazado ya, de forma que en el planeta no aparece hoy más que una sola e inevitable realidad socio-económica. En estas visiones el propósito parece ser el desalentar todo lo que lleve a repensar con seriedad el comunismo.

Esto ha provocado que para las jóvenes generaciones de nuestros países los comunistas sean personajes prácticamente desconocidos y su aspiración –el comunismo como sociedad emancipada de toda explotación del ser humano– represente sólo un proyecto fracasado sin viabilidad histórica, una utopía más, se dice.

La forma en que se produjo el derrumbe del régimen soviético y la conversión de algunos antiguos comunistas en ideólogos del enterramiento de esa corriente –para lo cual, entre otras cosas, intentaron erigir una nueva versión oficial de la historia rusa, de sus principales líderes y, en general, del comunismo–[2] han impactado en forma importante no sólo al mundo político, sino al medio intelectual del que se esperaría el análisis de tan importante fenómeno. De tal forma que, no sólo hemos presenciado durante toda la década de los noventa el que, quizá, es el momento más difícil de toda la izquierda –y no exclusivamente de los partidos comunistas, muchos de los cuales desaparecieron o dieron paso a la formación de otro tipo de agrupamientos políticos– en el que se desdibujó su fisonomía y perdió su proyecto emancipatorio, sino que la intelectualidad ligada a esta corriente política y, en general, el marxismo, cayó en una parálisis cuando precisamente surgían una enorme cantidad de nuevos elementos para nutrir su análisis crítico.

Es cierto que después de esos años difíciles, podemos observar que las izquierdas (lo mismo que, en su propio terreno, el marxismo) comienzan poco a poco a recuperarse y rearticularse, replanteando su propia definición y sus propósitos, así como el de las características de sus movimientos y organizaciones. En ese camino, una parte se presenta de nuevo en forma franca como anticapitalista. Sin embargo, paradójicamente, esta empresa adolece aún de la falta de esclarecimiento profundo de lo que fueron las experiencias pasadas más importantes por superar al capitalismo y las razones de su fracaso.

La visión dominante

En contraparte, existe hoy un discurso unificado y una interpretación dominante de lo que representó el comunismo y las causas de su fracaso, un sólido cuerpo ideológico que ha logrado establecer un conjunto de verdades hechas que configuran una especie de prejuicio intelectual muy extendido con el cual se analiza a los comunistas. Así, sobre el olvido de muchos acontecimientos, la confusión conceptual deliberada, la manipulación de la enorme cantidad de información hoy disponible, se erige una versión dominante de la historia de esta corriente que continuamente agrega elementos que lejos de lograr un esclarecimiento del fenómeno, lo han obscurecido.

De tal forma que, en lo que se refiere a las interpretaciones sobre el comunismo que dominan la escena en nuestros días, no sólo existen grandes desafíos políticos, sino también teóricos y metodológicos. En varios trabajos se ha advertido el notorio resurgimiento de la corriente denominada del totalitarismo, que retoma los esquemas interpretativos que desde los años cincuenta, en plena guerra fría, se establecieron de forma relevante por Hanna Arendt3 y más recientemente por Carl Joachim Friedrich y Zbigniew Brzezinski. Pero es importante insistir que, en realidad, la ausencia de debate sobre la conceptualización general del comunismo –pese a la existencia de algunos importantes trabajos críticos que han abordado el tema–[4] ha permitido que la corriente del totalitarismo (y sobre esa base, la equiparación del comunismo y el nazismo) siga impregnando buena parte de la producción actual, reduciendo la compleja y rica historia del comunismo a la historia específica de régimen soviético y, particularmente, al estalinismo y, ni siquiera a todo ese fenómeno, sino a sus aspectos más obscuros y reprobables. De forma que se deja establecido una especie de sentido común en el que se encadena de manera esquemática procesos distintos para lograr el objetivo de “criminalizar” el conjunto del fenómeno comunista. [5]

Aunque el esquema se ha difundido a escala mundial (recordemos tan sólo el impacto logrado por el Libro negro del comunismo, del francés Stéphane Courtois, del que se ha vendido casi un millón de ejemplares y traducido a una treintena de idiomas), tres han sido los países en los que este proceso ha sido de gran relevancia y con repercusiones políticas e ideológicas que rebasan con mucho el ámbito histórico: Rusia, Alemania y Estados Unidos.

En ellos, este esquema se ha reproducido con gran éxito gracias a la incesante producción realizada y a la enorme cantidad de documentos que, previamente seleccionados, constituyen la base de numerosos libros, ampliamente difundidos y publicitados, dedicados a poner de relieve, como “La Historia del Comunismo” (todo en mayúsculas), uno sólo de sus episodios: el del estalinismo y, más precisamente, el de su política criminal y represiva, que se convierte en el modelo interpretativo de todos los otros aspectos que se estudian sobre el comunismo.

Este proceso, llevado a cabo en forma bastante desordenada y vergonzosa desde el momento mismo del derrumbe de la Unión Soviética, produjo lo que en otro trabajo he documentado y analizado como la “disputa de la memoria comunista”[6] en la que empresas e instituciones, particularmente las norteamericanas que contaron con los cuantiosos recursos necesarios, se abalanzaron sobre los archivos apenas abiertos con el propósito de conseguir ser los primeros propietarios de lo que publicitaron como “los secretos comunistas”.

Esto dio por resultado que la Universidad de Yale, de Harvard, de Pittsburgh, además del Instituto Hoover y la Biblioteca del Congreso de Washington, hayan publicado en la última década decenas de libros que han dado a conocer, en colaboración con los archivos rusos, parte de la documentación que estuvo clasificada y hayan desarrollado sendos proyectos de estudios de la guerra fría.

En realidad, todo ese fenómeno de fiebre archivística tuvo claros propósitos políticos que apuntalaron las profundas transformaciones operadas en la actual Rusia tras la desaparición de la Unión Soviética. Por su parte, como se sabe, en Alemania el proceso de disputa por la memoria comunista jugó un papel sumamente importante en las condiciones de la reunificación de la Republica Democrática Alemana con la Alemania Federal.

Una nueva conceptualización del comunismo

Sin duda se hace indispensable un arduo trabajo para hacer frente a la mencionada visión reduccionista y maniquea que domina en buena medida los estudios del comunismo en los países del norte.

Ciertamente los acontecimientos ocurridos hacia fines de la década de los ochenta y que provocaron la disolución de la Unión Soviética y las revueltas, revoluciones y guerras en que terminó el llamado “socialismo real”, cierran un ciclo de la historia de las luchas y revoluciones del siglo XX por superar el capitalismo y, en particular, de la historia de esa corriente comunista que surgió tras la división del movimiento obrero europeo durante la Primera Guerra Mundial.

Estos hechos permiten una nueva visión y análisis para entender el fenómeno en su conjunto. Y en esa empresa es claro que no partimos de cero. Por una parte tenemos lo que, particularmente, desde la década de los setenta del siglo pasado se produjo, no sin dificultades, en el seno de las izquierdas y del marxismo occidental. Como, por ejemplo, los estudios críticos y rigurosos que volvieron a analizar la historia de los comunistas escapando de –y muchas veces, confrontando– las “historias oficiales”, tanto de la revolución rusa, de la Internacional Comunista, de los grandes partidos comunistas europeos, como, en particular, del estalinismo. De esos años data, también, la recuperación de la obra de marxistas que habían sido expulsados de la versión soviética (del llamado “marxismo-leninismo”), como es el caso de Trotsky, Rosa Luxemburg, Gramsci. Sin olvidar, asimismo, los trabajos críticos que entonces realizaron intelectuales marxistas de los propios países del llamado “socialismo real”.[7]

Como hemos señalado, en la producción realizada estos últimos años, tenemos, pese a todo, valiosos trabajos que han aportado en la recuperación de la riqueza y complejidad que entraña el fenómeno comunista del siglo XX. Trabajos que atenidos a una rigurosa reconstrucción histórica libre de prejuicios, han abierto el abanico de aspectos y problemáticas que nos proporciona el comunismo.

Sin embargo, el ambiente intelectual de nuestros días, en varios sentidos adverso, y sobre todo la empresa inmensa que significa la reconstrucción histórica del comunismo que hoy permiten los archivos abiertos, alientan la realización de investigaciones muy específicas, incluso de estudios de caso que, aunque sin duda valiosos, omiten la discusión de las visiones de conjunto sobre el comunismo. Es importante señalar que el problema es que en muchos de esos estudios hay una notable carencia de reflexión y análisis teórico-conceptual que limita las investigaciones a la descripción de los hechos históricos sin nuevas preguntas ni diferentes conceptos para interpretarlos.

Por esa razón, parece innecesaria la discusión sobre el carácter de los regímenes que desaparecieron tras la caída del Muro de Berlín y que hoy se les denomina sin más “comunistas”; tampoco parece relevante el análisis de la relación entre el proyecto emancipador que animó la acción de los comunistas con la concreción histórica que se inició en octubre de 1917; ni el estudio de la tensión entre la democracia y el poder dirigido por los partidos comunistas ahí donde estos conformaron nuevos estados, entre muchos otros temas de relevancia que en décadas anteriores ocuparon buena parte del debate intelectual en las ciencias sociales y particularmente en el seno del pensamiento crítico.

Por tanto, esa ausencia de análisis no ha hecho sino empobrecer la comprensión de múltiples fenómenos ocurridos durante el siglo XX que protagonizaron los comunistas. Lo cual nos obliga a insistir en la gran relevancia que tiene reabrir y profundizar, desde perspectivas diversas, un debate que, sobre todo en América Latina, aún está en buena medida por darse.

Y ello debe producirse a partir de un replanteamiento metodológico que permita, en primer lugar, distinguir los diversos planos y las distintas facetas que siendo distintas, aunque relacionadas y condicionadas mutuamente, aparecen, con gran frecuencia, deliberadamente superpuestas y confundidas.

Un fenómeno histórico

Una primera distinción es, sin duda, la temporal. Aunque podamos rastrear lejos el origen del movimiento y las ideas comunistas, una primera distinción que se nos impone es el hecho de que los comunistas del siglo XX constituyeron una fuerza diferenciada, como producto de una histórica ruptura en el seno del movimiento obrero europeo ante la Primera Guerra Mundial. Aunque esos comunistas se consideran herederos de las luchas obreras del siglo XIX, y en forma particular de su máxima expresión que fue la Comuna de París, lo cierto es que las nuevas condiciones en las que surgen les darán características que no tuvo el comunismo anterior.[8]

Hijos de la primera y más traumática gran guerra de la historia y de una revolución obrera que logra, por primera vez, sobrevivir a los ataques de todos los poderes establecidos, los comunistas del siglo XX nacen cargados de un vehemente discurso, de una voluntad que raya en lo imposible, de una visión de sí mismos que los segrega. Unidos desde su origen al destino de ese nuevo poder surgido de la descomposición del viejo imperio zarista y de la incapacidad de la burguesía rusa de construir su hegemonía, los comunistas cargarán a lo largo de su historia con la doble condición que este hecho les dio: la de ser un movimiento revolucionario, que se impone la tarea de llevar a cabo la revolución mundial, y ser una fuerza de Estado, la del régimen soviético naciente.

Diversas lógicas

De tal forma que, a partir de una perspectiva histórica el comunismo debe ser analizado, en primer lugar, en su condición de fenómeno político tanto como movimiento revolucionario que se planteó de diversas formas la superación del capitalismo, como una fuerza de Estado, que se empeñó en la construcción de sociedades poscapitalistas y en la que se impuso de manera predominante la lógica de la extinta Unión Soviética.

Aunque una y otra facetas estuvieron íntimamente vinculadas, sobre todo a partir del momento en que la obra de los comunistas rusos se erigió en “modelo” a seguir y cuando los ataques de las grandes potencias se fueron acrecentando hasta llegar a la invasión nazi a la Unión Soviética, la acción transformadora de los comunistas del mundo entero se vio permanentemente condicionada a la lógica y los intereses soviéticos. Sin embargo, la riqueza y complejidad de las luchas revolucionarias de los comunistas no puede omitirse ni reducirse a acciones al servicio de un poder estatal.

Otro plano de análisis que es necesario distinguir es el teórico o intelectual, en el que el proyecto comunista, como proyecto emancipador construido a partir de la rigurosa crítica al capitalismo realizada por Marx y los marxistas, concitó el mayor atractivo que haya tenido jamás pensamiento alguno.

En correspondencia con la convicción revolucionaria de la praxis, los comunistas sostuvieron siempre (incluso en exceso) que su lucha política correspondía a una serie de conclusiones científicas, cuyos fundamentos habrían elaborado Marx y Engels. En consecuencia, en sus filas se contaron numerosos intelectuales que, a su vez, con su experiencia de lucha contribuyeron al desarrollo de ese pensamiento. Sin embargo, lo cierto es que una cosa y la otra, expresión política y creación intelectual, tampoco fueron siempre de la mano. Por el contrario, con frecuencia la lógica política del comunismo impuso serias limitaciones a la acción crítica intelectual de éste y, en contra parte, la atracción política de los comunistas, con sus aciertos y errores, de millones de hombres y mujeres de todas las nacionalidades, en muchas ocasiones no respondió a la práctica política específica que ofrecían los comunistas, sino a la fuerza misma de la idea emancipatoria en la que se sustenta.

La pluralidad de corrientes comunistas

Por otra parte, convertida la organización partidista de los obreros en una poderosa arma política que les da a éstos cohesión e identidad y les permite conocer su propio poderío y sus posibilidades, a la vez que les dota de capacidad para incidir en los asuntos públicos, los nuevos comunistas sublimarán a sus partidos, los PC, hasta el punto de convertirlos en algo así como entidades supremas que podían gobernar cuerpos y almas de sus integrantes.

Sin embargo, junto a lo que podríamos llamar el cuerpo duro de la corriente comunista del siglo XX, es decir, los partidos comunistas que estuvieron adheridos a la Tercera Internacional, existieron un sinnúmero de otros agrupamientos que también se adscribieron al proyecto comunista. Muchos de ellos fueron escisiones de los partidos comunistas o resultado de las grandes confrontaciones que sufrió ese movimiento, como son los casos de la tendencia que conforma el revolucionario bolchevique León Trotsky, una vez que es derrotado por Stalin y expulsado de la URSS, y la corriente maoísta, la cual adquirirá fuerza internacional propia a partir del rompimiento de los comunistas chinos con los soviéticos. Aunque esos agrupamientos tienen casi todas las características sustanciales de los comunistas prosoviéticos, mantuvieron con ellos una feroz disputa y competencia.

Pese a que en algunos lugares el trotskismo o el maoísmo adquirieron cierta relevancia, lo mismo que el titismo (escisión de los comunistas yugoslavos comandados por J. Tito) o, después, en América Latina, el castro-guevarismo, lo cierto es que la fuerza nuclear del comunismo del siglo XX siguió siendo aquella que se mantuvo cohesionada bajo la hegemonía soviética. Aunque ésta, a su vez, no dejó de producir disidencias importantes, algunas que nunca llegaron a convertirse en francos rompimientos, tal como el eurocomunismo.

Como sea, resulta de la mayor relevancia enfocar el fenómeno comunista del siglo XX como una fuerza amplia y diversificada, con expresiones organizativas distintas, que llegaron a sostener una fuerte rivalidad política e ideológica, lo cual ha llevado a algunos investigadores a hablar, en realidad, de comunismos en plural.

En particular, en lo que se refiere a los Estados encabezados por los comunistas, se ha destacado el hecho de que, si bien es cierto que el “modelo soviético” tuvo gran éxito para imponerse en su área de influencia del este europeo, en otros países, pese a las pretensiones hegemonistas soviéticas, encontramos versiones diferentes de lo que se ha llamado como “socialismo” y que, como en el caso de los países asiáticos, corresponden a un esquema propio (aunque no hay que olvidar que en Europa estuvieron los casos “heterodoxos” de Yugoslavia y Albania).

Un fenómeno mundial

Rebeliones y revueltas, guerras y revoluciones, guerrillas y luchas electorales, huelgas y manifestaciones, líderes populares e importantes teóricos sociales, partidos políticos y sindicatos, historias de persecución y de cárcel, experiencias parlamentarias y de mando del poder estatal, traiciones y purgas, secuestros y asesinatos, todo esto y más en lo que se vieron envueltos los comunistas, tiene un marco concreto de realización nacional, señalado por el tiempo y el espacio específico en que se desarrolló. Por tanto, no puede abordarse su reconstrucción como si se tratase de una historia única, aunque existan no pocos elementos comunes que lo provoquen, sin tomar en cuenta, también, tantas historias como países y regiones, tantas experiencias como hombres y mujeres que dieron su vida por el ideal en el que creyeron.

Sin duda, uno de los problemas más complejos que plantea la experiencia de este movimiento es la permanente tensión entre lo que valoraron tanto los comunistas: el llamado “internacionalismo proletario”, por una parte y, por la otra, el compromiso y los intereses propiamente nacionales.

Resulta relativamente fácil reducir todo el análisis, como algunos críticos lo han hecho, a los vínculos de dependencia de los comunistas y sus partidos al poder soviético. De tal forma que, en las más vulgares interpretaciones, el comunismo resulta un proyecto exportado, carente de arraigo nacional y de razón de ser más allá de las fronteras rusas, en el que, por tanto, cada uno de sus integrantes no es más que la punta de los largos tentáculos del Estado soviético. En correspondencia con esa visión, durante la llamada “guerra fría” y especialmente en el periodo conocido en Estados Unidos como macarthismo, la persecución de los comunistas tuvo la connotación de lucha contra el espionaje y la traición a la patria.

Sin embargo, aun teniendo presente la deformación hegemonista y monolítica que dio al partido de la Unión Soviética el papel de centro nuclear del grueso de los comunistas del mundo entero, lo cierto es que existió una gran complejidad en el nexo establecido entre los ámbitos nacionales –y en no pocas ocasiones, regionales–, por una parte, y el internacional, por la otra, incluso antes de la expresa independencia política adquirida por varios de los más importantes partidos comunistas de occidente. Aún más complicado aparece el asunto al analizar la confrontación que se presenta entre la lógica de Estado, que dominaba ese nivel internacional y cuyo protagonista principal era la Unión Soviética y su campo de influencia en los estados de Europa oriental, y la lógica revolucionaria, incluso movimientista que imperaba, por ejemplo, en partidos comunistas de varios países latinoamericanos. En términos generales, la dificultad de congeniar la defensa y conservación de un determinado poder (un poder ciertamente acosado por las potencias capitalistas), así como los compromisos internacionales que eso acarreaba, con la lucha por transformar la sociedad en la que estaban empeñados, llevó a los comunistas a situaciones por demás dramáticas, como nos lo recuerdan los acontecimientos de España durante la guerra civil, el pacto de Stalin con Hitler en 1939 y los acuerdos de aquél con los Aliados, al concluir la Segunda Guerra Mundial.

No hay duda de que de esa compleja historia que atraviesa al comunismo del siglo XX que, dicha en pocas palabras, va de la idea de la revolución que emanciparía a la humanidad a una específica y cruda realidad, al hecho práctico que durante décadas y hasta su fracaso tuvieron que enfrentar hombres y mujeres de carne y hueso, ofrece una enorme cantidad de experiencias y enseñanzas que aún hay que desentrañar.

No son las aquí señaladas, ciertamente, las únicas distinciones necesarias para tal empresa, sin embrago, sólo a partir de ellas podremos liberar de las ataduras ideológicas y los maniqueísmos actuales el estudio sobre la obra y el legado de los comunistas.

Bibliografía:

Agosti, Aldo, Bandieri rosse. Un profilo storico dei comunismo europei, Editori Riuniti, Roma, 1999.

Arendt, Hanna, Los orígenes del totalitarismo, Taurus, México, 2004.

Bahro, Rudolf, La alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente, Alianza Editorial, Madrid, 1979

Concheiro, Elvira, “El comunismo del Siglo XX”, en CEIICH, Jornadas de Investigación 2004, CEIICH-UNAM, México, 2005.

_____, “El comunismo del siglo XX: una memoria en disputa”, en prensa.

Dreyfus, Michel, Bruno Groppo, Claudio Ingerflom, Roland Lew, Claude Pennetier, Bernard Pudal, Serge Wolikow, (dir.), Le siécle des communismes, Éditions de l’Atelier / Éditions Ouvrières, Paris, 2004 [1re. édition 2000].

Hegedüs, András, Socialismo y burocracia, Península, Barcelona, 1979.

Hobsbawm, Eric, Historia del Siglo XX, Crítica Grijalbo Mondadori, México, 1995.

Lewin, Moshe, Le siécle soviétique, Fayard-Le Monde Diplomatique, Paris, 2003.

Adam, Schaff, El comunismo en la encrucijada, Crítica Grijalbo, Barcelona, 1983.

Volkogónov, Dimitri, El verdadero Lenin, Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1996.

  • Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, unam.

[1] El historiador inglés Eric Hobsbawm, llama al siglo XX el “siglo corto” pues para él, en términos históricos, da inicio con la Primera Guerra Mundial y concluye con la llamada caída del Muro de Berlín en 1989, como símbolo del proceso que terminaría destruyendo los regímenes del llamado “socialismo real” y disolvería a la propia Unión Soviética, cf. Hobsbawm, 1995.

[2] Como ejemplo podemos citar a Dimitri Volkogónov, viejo general comunista, director del Instituto de Historia Militar, quien con el ascenso de Yeltsin al poder quedó a cargo del control y apertura de los archivos históricos del Estado y del partido comunista (que guardan documentación del PCUS, de la IC y de la KGB). Al poco tiempo de ser el único que tenía pleno acceso a los documentos ahí resguardados, Volkogónov escribió dos libros que se sumaron al que había escrito ya en 1988 sobre Stalin, uno sobre Trotsky y el citado sobre Lenin, en los que aparece ese intento de nueva versión oficial de los procesos que protagonizaron estos líderes rusos, cf. Volkogónov, 1996.

[3] Arendt, 2004.

[4] Agosti, 1999; LEWIN, 2003; Dreyfus, 2004.

[5] Concheiro, 2004.

[6] Concheiro, en prensa.

[7] Entre estos últimos, es obligado destacar la obra de Adam Schaff, András Hegedüs y Rudolf Bahro, cf. Schaff, 1983; Hegedüs, 1979; Bahro, 1979.

[8] Durante la primera mitad del siglo XIX, el nombre de comunista designaba a diversos grupos de trabajadores que actuaban, principalmente, en forma conspirativa. Uno de ellos, la Liga de los Justicieros, integrada en su mayor parte por exiliados alemanes, adoptó en 1847 el nombre de Liga de los Comunistas. En el documento fundamental, encargado por esta organización a Marx y Engels, el cual titularon Manifiesto del Partido Comunista, el término comunista se refiere a un amplio movimiento teórico-político que se expresa más allá de las organizaciones concretas. Tras la revolución de 1848, los cartistas de Inglaterra, los blanquistas de Francia y los seguidores de Marx y Engels de la Liga de los Comunistas, formaron una efímera organización a la que denominaron Liga Universal de los Comunistas Revolucionarios. Después de ello, el término entró en cierto desuso. La Primera Internacional adoptó el genérico nombre de Asociación Internacional de Trabajadores y los partidos y corrientes que en ésta confluyeron o se formaron utilizaron principalmente los términos obrero y socialdemócrata para nombrarse.

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