Los Efectos del Cambio Climático en El Salvador

Los Efectos del Cambio Climático en el Salvador

Por Jorge Vargas Méndez

El informe elaborado a lo largo de seis años por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC) y que recientemente fue aprobado en la capital belga, ha dejado perplejos tanto a gobiernos incrédulos como negligentes de todo el planeta. Y no es para menos, pues finalmente se confirma que el cambio climático no sólo es inminente sino que, además, arrasará con amplias regiones costeras en varios continentes e impondrá la miseria a millones de personas en las próximas décadas.

Esa noticia, en realidad, no sorprendió a instituciones y grupos ecologistas de los distintos países que desde hace décadas venían insistiendo en que el fenómeno sería una realidad si continuaba la degradación ambiental y, particularmente, la emisión indiscriminada de gases causantes del efecto invernadero. Pero, al igual que con otros temas de interés vital para la población, poco o nada hicieron los gobiernos ni los sectores de poder económico y/o político ante los llamados que hicieron.

Lejos de eso, en algunos casos se les llegó a tildar de grupos pro-izquierdistas o anacrónicos y, en el menos peor de los casos, de grupos ecofatalistas. Nuestro país, por cierto, no escapó de esa situación.

Una crisis ambiental anunciado desde hace décadas en El Salvador Ciertamente, fenómenos naturales como lluvias torrenciales, tsunamis, huracanes, sequías y otros, siempre han estado presentes en nuestro territorio –y en Latinoamérica– desde épocas inmemorables. En mayo de 1586, por ejemplo, hubo una lluvia tan abundante que causó inundaciones en los pueblos indígenas de la zona central del actual territorio salvadoreño.

Varios siglos después, en julio de 1926, un huracán que golpeó fuertemente en Sonsonate arrebató a una niña de los brazos de su madre y tras golpearla contra el suelo la mató de inmediato; ese mismo mes, pero días antes, las lluvias inundaron los barrios de México D.F., y paralelamente, en Nueva York, la temperatura se incrementó tanto que causó la muerte de varias personas. De 1932 a 1936, los copiosos inviernos aumentaron el caudal de todos los ríos del país y éstos al desbordarse destruyeron puentes y centenares de viviendas, provocando cuantiosas pérdidas materiales, decenas de muertes y miles de familias damnificadas. En agosto de 1936, las lluvias fueron tan abundantes que en pocos días aumentaron el nivel del lago de Ilopango, lo que requirió de la implementación de un proyecto especial para desaguarlo al mes siguiente.

Coincidentemente, por esos mismos años, el mismo diario local denunciaba a menudo los altos niveles de deforestación y sentenciaba sobre los efectos que ello tendría en el futuro. Pero no se hizo nada para evitar la deforestación abusiva y la degradación ambiental se volvió cada vez más antrópica. Y es que el futuro, en aquellos días como hoy, era algo muy lejano y prematuro. Mas el pasado es el mejor augurio del futuro y aquel escenario anunciado constituye hoy un problema presente o, para quienes lo quieran ver así, una amenaza para el tiempo vecino, pero siempre, muy inmediato.

Quien siembra degradación ambiental cosecha tempestades

Hace una década los estudios especializados hablaban de que para este siglo habría un 2.5º C de incremento máximo en la temperatura, pero ahora se pronostica que podría alcanzar hasta 6º C y más al final de la centuria. De hecho, en los últimos cincuenta años la temperatura ha aumentado 1.4º C, lo que indudablemente ha hecho posible considerar que la amenaza puede estar a la vuelta de la esquina y en los niveles que antes parecían impredecibles.

Eso explica por qué la década del noventa fue considerada la más cálida del siglo XX, aunque sin tomar en cuenta las olas de calor que se registraron en 2001, 2003 y 2005. En consecuencia, el deshielo se ha hecho más que evidente en el polo norte –ha sido menor en el polo sur–, un 10% de los glaciares alpinos ya no existe y en otras regiones del planeta el hielo se derrite permanentemente aportando millones de litros al caudal de los ríos que, por supuesto, desembocan en el mar.

Para colmo, según afirma Paul G. Knight del departamento de Meteorología de la Universidad de Pennsylvania, EUA, un aumento en el nivel del mar de más de 50 centímetros daría lugar a mayores sistemas de tormentas y abundantes lluvias, lo que sugiere que ya hubo un aumento significativo pues en los últimos años han habido más huracanes, tormentas tropicales e inviernos abrumadores. Es debido a todo eso que se ha vaticinado, finalmente, que el nivel del mar podría aumentar 0.5 metros al cierre del siglo XXI. Pero ¿qué significa eso para nuestro país?

La actual costa salvadoreña posiblemente termine bajo el mar

En la actualidad, nuestro país cuenta con alrededor de 320 kilómetros de playas costeras desde los límites con Guatemala hasta el Golfo de Fonseca. Pero, según los augurios dados a conocer en Bruselas recientemente, a finales del siglo XXI esa situación podría presentar cambios drásticos y dramáticos. Y aunque se ignora en qué medida el mar penetrará tierra adentro, es seguro que un aumento en su nivel traiga implícito un fenómeno como el mencionado, cuyas consecuencias si bien hoy son impredecibles no resultan nada difíciles de enumerar.

Para empezar, millares de familias que habitan en las playas y cercanías se verán obligadas a desplazarse hacia otras zonas del país cuando el mar comience a hacer inviable su existencia ahí donde se encuentran ahora. Pero no sólo eso. También desaparecerán grandes extensiones de tierra que hoy están orientadas a diversos cultivos y que sirven para el sostén de millares de familias; asimismo, quedarían bajo el mar muchas fuentes de agua dulce, tal es el caso de pozos perforados artesanalmente, y aguas superficiales como pozas, riachuelos y ríos.

En ese contexto, los recursos pesqueros también se verán severamente reducidos debido al cambio en los ecosistemas marinos y costeros. Por lo general, los bancos de peces y otras especies emigran durante cierto tiempo o a veces para siempre frente a las modificaciones bruscas de su hábitat, y no digamos cuando un aumento en el nivel del mar destruya los escasos bosques salados o manglares, que es donde se lleva a cabo la reproducción de muchas especies y que al mismo tiempo les sirven de protección frente a sus depredadores.

Otras secuelas de esa amenaza causada por la especie humana

Como efecto de todo anterior se generarán conflictos sociales al interior de los municipios afectados debido a la usurpación de tierras y asentamientos ilegales por parte de las familias que buscarán lugares más seguros para habitar y tierras con vocación para sus cultivos. Algunos conflictos, además, tendrían a su base la disputa por el agua que, debido al proceso de salinización del agua apta para beber y el aumento en la demanda de la misma, escaseará mucho más que en la actualidad.

Con ese panorama asolador no es difícil imaginarse, además, las cuantiosas pérdidas económicas que implicará la destrucción de la infraestructura existente en los diferentes municipios y principalmente en ciudades portuarias como Acajutla, El Triunfo y La Unión, así como también, la desaparición de grandes extensiones de tierras hoy orientadas a cultivos como el algodón, caña de azúcar y otros. De hecho, a medida que aumente la temperatura global también se verán afectadas la flora y la fauna de todo el territorio. La biodiversidad se verá reducida.

El rubro turístico también se verá totalmente afectado con la destrucción de grandes complejos hoteleros y centros de recreación o balnearios, los cuales perderán su calidad de oferta para el turismo nacional e internacional. En suma: toda la infraestructura privada y pública, nacional o extranjera, que ahora existe quedará abandonada y con los efectos del oleaje marino poco a poco se convertirá en ruinas. Una imagen parecida a lo que podría ocurrir a lo largo de la costa salvadoreña, la tuvimos con los inviernos pasados en la infraestructura que quedó cubierta a orillas del lago de Ilopango, tras obstruirse su desagüe durante los terremotos de 2001.

Algunos efectos económicos y sociales del incremento en el nivel del mar

Como consecuencia de todo lo anterior se puede inferir que también habrá un descomunal incremento del desempleo en la zona rural y, particularmente en la franja costera, luego de verse afectadas actividades como la agricultura de manutención, la pesca artesanal, el comercio de temporada, etc., todo lo cual impondrá mayor presión sobre el mercado laboral en el Gran San Salvador y en otras ciudades del centro y norte del territorio.

En la capital, se concentrarán millares de personas en busca de empleo y vivienda y, más temprano que tarde saldrán organizaciones y partidos políticos “dispuestos” a llevar a las últimas consecuencias tales demandas en virtud de su compromiso “con las mayorías populares” o “con las más pobres de los pobres que deberán convertirse en pequeños propietarios”. Una experiencia muy conocida para las actuales generaciones, pero que nunca se tradujo en bienestar para la mayoría de la población.

Así las cosas, el desempleo y el hambre en sus máximas expresiones –porque ya existe en niveles alarmantes–, serán el detonante de una nueva etapa de confrontación nacional. El Salvador, otra vez, arderá en llamas. Y la emigración hacia el exterior se vería más estimulada. Todo ello, podría ocurrir, en la segunda mitad del siglo XXI. Pero hay más.

La salud, el aumento en el nivel del mar y el cambio climático

Por ahora, aunque lo anterior tenga visos de eco-alarmismo, esa situación parece que está lejos, pero como el tiempo avanza vertiginosamente no deja de ser preocupante. Y tan es así, que de inmediato nos asalta la siguiente pregunta: ¿Cómo afectará la salud de la gente un mayor aumento en el nivel del mar?

Al darse un desplazamiento masivo de poblaciones humanas costeras hacia otras zonas, aumentará la contaminación del aire y del agua de consumo, se incrementará la producción de desechos sólidos y aguas residuales; habrá mayor hacinamiento en los lugares de destino o de reasentamiento, lo que en definitiva hará más vulnerable a las familias frente a varias enfermedades epidémicas y, sobre todo, aquellas que son las más frecuentes en el país como las gastrointestinales y respiratorias.

Esa situación hará colapsar por completo el sistema de salud pública. Y si ahora las personas tienen que cargar con el 50% (o más) de los costos de atención médica en los servicios que ofrece el Estado, para entonces es posible que no haya nadie con capacidad económica para tener acceso a tales servicios. Y si actualmente, la mujer, la niñez y las personas de la tercera edad, constituyen los grupos más vulnerables en materia de salud, no hay por qué dudar que en un panorama semejante mejore su situación.

Y según afirman especialistas, todo aumento en la temperatura global no hace más que favorecer la proliferación de vectores que transmiten enfermedades como la malaria y el dengue, entre otros, lo que ha hecho que las epidemias se extiendan geográficamente en los últimos años a tal punto de volverse endémicas.

¿Será posible que ocurra ese descalabro en nuestro país?

Lo que no se puede ocultar es que el calentamiento global es una realidad –como intentaron hacerlo las delegaciones de algunos países en Bruselas, al momento de publicar el informe del IPCC–, pues eso es mucho más grave para el futuro en el sentido de que no permite la adopción de medidas para reducir el impacto del fenómeno. Y tampoco podemos asegurar que El Salvador, como muchos otros países, saldrá incólume.

En realidad, el nivel del incremento térmico que pueda sufrir el planeta depende mucho de las acciones que emprendan de aquí en adelante gobiernos, organismos mundiales y los sectores económicos y políticos del poder mundial. Bastaría, según especialistas, con darle cumplimiento a los compromisos internacionales que han buscado desde hace años reducir y eliminar las emisiones abusivas de contaminantes atmosféricos. Pero no se hizo antes y no se espera que lo hagan ahora. Los países que más contaminan, por cierto, están dando muestras de esa falta de voluntad.

Ahora bien, hay que tener claro que en cada país –y para el caso en El Salvador– la situación del medio ambiente determinará el nivel de impacto que tendrá el aumento en la temperatura global en los próximos años. Y eso, por de pronto, no es nada favorable. Como tampoco lo son las condiciones de vulnerabilidad económica y ambiental en la que viven millares de familias a lo largo y ancho del territorio, aun cuando se sabe que la población que más saldrá afectada será la más pobre y desposeída. En esto, hay mucha tela que cortar y, por supuesto, algo en lo que pueden comenzar a trabajar desde ya el gobierno central y las municipalidades con la implementación de planes y programas de mediano y largo plazo, siempre y cuando se hagan al margen de intereses personales, grupales y partidistas, algo que es muy difícil pero no imposible.

Después de todo es una deuda por cobrar que tiene la población que se verá afectada, pues los Estados han dejado en evidencia que el “desarrollo sostenible” después de veinte años (1987) sólo fue un ardid para obtener financiamiento y respaldo político, mas nunca un compromiso serio por proteger el medio ambiente, y eso es una realidad irrefutable que hoy se comprueba a escala mundial mediante el informe del IPCC y, a nivel de cada país, por la fragilidad ambiental y la falta de voluntad política en la protección del medio ambiente en beneficio de un modelo de vida, cuya forma de producir, distribuir y consumir es totalmente incompatible con el entorno natural. He aquí un esbozo de ese posible escenario y ojalá que no esperemos a que ese futuro nos alcance.

jvargasmendez@yahoo.com

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