Los zompopos de mayo en Chalchuapa
Dagoberto Gutiérrez
Las primeras tormentas han caído sobre el país y sobre la tierra sedienta de agua, de flores y de esperanzas, las lluvias han despertado los tambores sonoros del mes de mayo o estos tambores han despertado a las lluvias que pasaron durmiendo todo el verano en sus dormitorios de luz, lo cierto es, que las primeras gotas de lluvia son viajeras, antiguas en el tiempo y el espacio por que esta agua resultan ser las mismas que vieron los dinosaurios y las que bebieron las manadas de Tiranosaurus Rex.
Son gotas de lluvia que han visto mucha historia, mucha alegría y mucho sufrimiento, nos han visto nacer y también morir, luchar, amar y odiar, y ahí estarán, ojalá siempre, iniciando su visita en abril o mayo, hasta cuando nosotros y nosotras seamos polvo de estrellas enamoradas.
Junto con las lluvias, como sus novios eternos, aparecen también los zompopos de mayo que han dormido con estas gotas largos meses y despiertan a la vida con la danza acuosa y húmeda de la lluvia y aparecen, como si vinieran de cerca y si fueran los dueños del mundo y tuvieran todas las prisas que caen en un segundo.
De alas largas, de cabeza grande, trasero voluminoso y abdomen delgado, de ojos omnipotentes y a los lados como toda presa, de marcha presurosa y aparentemente errática, como si tuvieran mandados urgentes que hacer en poco tiempo, estos zompopos nos han cautivado desde siempre y junto a los charcos, a los lodazales y al verdor despertado, las bandadas de zompopos atraían a bandadas de cipotes cautivados por este pequeño animalito indiferente a nosotros y dedicado a una misión que solo él conocía.
Chalchuapa estaba rodeada de cafetales, llena de aroma y de verdor, las lomas que la circundan se llenaban de bugambilias, dalias, siete negritos, de grama abundante, de bandadas de torditos, que como puntos negros alados llenaban el cielo luminoso de franjas nocturnas; de ruidosos chijuyos audaces e indiferentes en su búsqueda de garrapatas y de aseñorados sanates en búsqueda de agua y de insectos, nada era amenazante y todo anunciaba cosecha, siembra y abundancia.
Junto a todo esto, que era como alumbramiento de la naturaleza, venían los zompopos de mayo sin anunciarse y sin despedirse, eran el alimento de las aves y no protestaban y eran, también el juguete de los niños citadinos y escolares, en una especie de circo romano callejero un zompopo se enfrentaba a otro con sus tenazas abiertas y amenazante, capturaba a su supuesto enemigo para gozo de los espectadores infantiles que llegábamos a apostar a favor o en contra de nuestros zompopos, estos no sabían que tenían dueños y que eran parte de un espectáculo, mucho menos que les convenía ganar y no perder, porque al ser ganador eran protegidos en las bolsas de las camisas, llevados a las casas y depositados en las ramas de algún árbol a salvo de las gallinas y gallos voraces.
Las calles eran adecuadas para el juego porque el empedrado permitía un sistema de grama que crecía entre una y otra piedra y los zompopos podían protegerse en ese inmenso follaje y nosotros, los escueleros de entonces, podíamos jugar indiferentes y despreocupados, con los bolsones colgados sin pensar en la amenaza de ninguna coche.
Los zompopos de mayo, soñaban en sus palacios subterráneos y en su misión reproductiva, eso los subyugaba y los preocupaba día y noche, les interesaba enterrarse para que así, en medio de la oscuridad total y el silencio total, sin perturbación alguna, aseguraran la perpetración de su especie.
En las actuales tormentas no aparecen estos visitantes de siempre como si no les gustara el mundo que encuentran y su ausencia resulta ser para nosotros, animales con conciencia de si mismos, una advertencia silenciosa pero fatal, un mensaje que no se puede dejar de recibir porque resulta que las cosas están cambiando en contra nuestra, porque la naturaleza que no nos quiere, ni nos odia, ni nos estima, ni nos pondera, no necesita de nosotros, ni está comprometida con la vida humana y tampoco parece estarlo con la vida misma, pero nosotros si necesitamos de esa naturaleza que año tras año nos enviaba el mensaje reproductor de sus zompopos, estos deben saber que los esperamos y los seguiremos esperando, que deben confiar en nosotros.