Notas para contribuir a una discusión sobre los nuevos actores sociales

Notas para contribuir a una discusión sobre los nuevos actores sociales Publicado En Revista Pasos Nro.: 36-Segunda Época 1991: Julio – Agosto Por: Helio Gallardo
Observaciones preliminares
a) Estas Notas… no intentan constituir un argumento acabado acerca de los nuevos actores y movimientos sociales latinoamericanos y caribeños, sino sólo contribuir a situar una consideración sobre su realidad compleja, su eventual desarrollo político y su papel en un necesario proceso de liberación; b) la expresión “político” en estas Notas… no remite únicamente a la escena tradicional, abierta de la política, sino, en sentido amplio, a la capacidad de los actores sociales para realizar acciones que alcancen efectos significativos para el conjunto de la reproducción social (es decir, cuyas acciones tienen efecto o pueden llegar a tenerlo, bajo ciertas condiciones, sobre sus instancias axiales) y, en un sentido más restringido, a las acciones que se ejecutan en el espacio social específico de la reproducción de la producción de relaciones de producción (sanción política), en cualesquiera sentidos (básicamente: mantenerlas, fortalecerlas, debilitarlas o romperlas); c) las Notas… designan al pueblo al interior de un sistema específico de dominación (el sistema imperial de dominación); “pueblo” indica, por consiguiente, o al pueblo social (los diversos sectores que padecen asimetrías sociales y, también, su conjunto) o al pueblo político (los sectores que se movilizan para cancelar sus asimetrías específicas y que logran ponerse en relación con un eje de liberación popular: movimiento popular); “pueblo” no incluye, por tanto, a los diversos sectores que configuran a las oligarquías latinoamericanas; d) la redacción de estas Notas…, su forma, es provisoria. Se trata de cuestiones ofrecidas a la discusión. No se intenta mediante ellas dar cuenta de ninguna realidad nacional o regional específica.
I. Consideraciones económico-sociales básicas
La década del fin del siglo nos muestra un mundo polarizado en un Mundo Rico y fuerte y un Mundo Pobre y débil (“débiles” y “fuertes” al interior del sistema dominante mundial). Esta polarización no es nueva. Lo son, en cambio, la velocidad y el carácter del desplazamiento que separa a estos mundos.
Sobre las bases de las nuevas tecnologías de punta (biotecnología, informática, nuevos conductores, robotización) el Mundo Rico se aleja velozmente del Mundo Pobre y, en el mismo movimiento, se integra (producción, circulación, consumo) tanto en términos globales como en los términos de la constitución de macrounidades regionales (EUA-Canadá-México; CEE, más los que fueron los países de la Europa del Este y eventualmente la URSS; Japón-Corea-Taiwán-Singapur y la costa de China).
El Mundo Pobre, en cambio, permanece fragmentado y dividido y su peso relativo y absoluto en la economía mundial (si se exceptúa a los países exportadores de petróleo) tiende a debilitarse en el mismo movimiento en que cambia de carácter. Considerada globalmente, América Latina está dentro de este Mundo Pobre. El fenómeno de desplazamiento-integración-diferenciación del Mundo Rico respecto del Mundo Pobre se realiza sin abandono de la relación asimétrica Mundo-Rico-Mundo Pobre.
El signo más evidente de este no-abandono es el vínculo de la deuda externa. Mediante este vínculo —- entendido como la obligación de pagar- , las instituciones financieras del Mundo Rico administran a los países del Mundo Pobre —- transnacionalización de las decisiones políticas- y esta administración adquiere hoy día las características de un chantaje: si no se efectúan las sugerencias y recomendaciones del FMI o del Banco Mundial e incluso de la AID, se suspenden los créditos y el acceso a ellos.
De este modo, se conforma un mecanismo de transnacionalización de las decisiones políticas cuyo eje de sentido es la acumulación derivada de la lógica del mercado mundial (determinado enteramente por las relaciones entre las sociedades ricas) y no las necesidades materiales (ni mucho menos las espirituales) de los pueblos pobres. El chantaje transnacional es posible, en parte, por la creciente subordinación del Mundo Pobre respecto del Mundo Rico. Dicho sueltamente: no podemos ni sabemos producir sin ellos (sin sus tecnologías en particular) y ellos (Mundo Rico) tienden hacia la auto- suficiencia, es decir nos necesitan cada vez menos.
El chantaje incluye una voluntad política de impedir el desarrollo (en el sentido económico más elemental) de las sociedades pobres entendidas como región global. Se está forzando a estas sociedades a producir bienes que la evolución de la economía mundial tomará obsoletos en el mediano y largo plazo y a emplear procedimientos que refuerzan la fragilidad y distorsión (teratologización, fragmentación) de las economías pobres y que incluyen tecnologías (y metas económicas) destructivas del medio.
El chantaje incluye la presión para abrir enteramente las economías de los países de modo de transformar a estas sociedades en eventuales espacios de inversión privilegiada. Otro aspecto del chantaje incluye mantener a los territorios ocupados por sociedades pobres como proveedores, actuales o de reserva, de materias primas estratégicas.
En general, mediante el nexo de la deuda se amplía una política en la que somos o resultamos espacios naturales interesantes, pero social e históricamente prescindibles (la guerra en el Golfo Pérsico ilustra, en el límite, este punto. “En el límite” porque uno de sus objetivos fue resguardar las fuentes de petróleo, pero resultó dejando decenas de pozos encendidos e inutilizados.
Desde la producción de ideología, el punto fue avisado en el ensayo de Fukuyama: The End of History?). Con lo grave que es el nexo de la deuda, éste no constituye, sin embargo, el vínculo más poderoso que une al Mundo Rico con el Mundo Pobre.
Desde el punto de vista ideológico, las sociedades pobres (y la población en general) han internalizado —- como horizonte de realización posible o como frustración permanente y sentimiento de culpa, etc.-, los valores y, básicamente, el estilo de vida (o de producción de muerte), la manera de hacerse humano, del Mundo Rico.
Los pueblos pobres, al menos en América Latina, llevan al Mundo Rico en su corazón, lo han internalizado. Perciben y valoran el desarrollo y la felicidad bajo la forma de ser como Miami o Roma o Bonn. El desplazamiento o alejamiento sin abandono entre los Mundos Rico y Pobre puede leerse, entonces, o desde el Mundo Rico, perspectiva desde la cual aparece ligada a procedimientos coactivos y selectivos de corto y mediano plazo, cuyos efectos fragmentarizadores y destructivos pueden incluir el genocidio de las poblaciones del Mundo Pobre o desde el Mundo Pobre, desde el cual la articulación puede valorarse como materializando el horizonte de existencia posible y deseable.
Coyunturalmente, la crisis de las sociedades del socialismo histórico incide en las prácticas ligadas a estas dos perspectivas y a sus articulaciones. No resulta, por consiguiente, difícil de entender que la nueva política regional de la dominación (los ajustes estructurales, el anti-estatismo, el neoliberalismo, el neoconservantismo, las democracias de Seguridad Nacional, el nuevo giro exportador, etc.), situaciones todas ligadas al proyecto de privatización transnacional de las economías de las sociedades pobres, sea introducida con relativa comodidad sociopolítica por los gobiernos nativos como la única salida posible para evitar mayores sufrimientos.
Básicamente, estamos diciendo que sometido a esta ‘espiritualidad’ cada individuo o cada familia tiende a pensarse y a asumirse como saliendo singularmente, contra otros, y no colectivamente, con otros, de los problemas sociales que percibe-valora como situaciones de disfuncionalidad . Así, Chile será desarrollado, no importa lo que ocurra en América del Sur, o Costa Rica será desarrollada, no importa lo que ocurra en el resto de América Central y del Caribe.
Esta misma competitividad no solidaria puede ser reproducida y expresada por las distintas regiones, provincias o ciudades en un mismo país y por los individuos (bajo la forma del “éxito” personal), de modo de hacer posible su derivación hacia un fenómeno de corrupción social generalizada (como en el caso popular extremo de los sicarios, en Colombia) y de anomia (en el sentido de desmoralización) .
La dominación se expresa así, matricialmente, como la práctica global y específica de una constante y agresiva (destructiva) insolidaridad social e histórica (que es enteramente compatible con fenómenos de solidaridad corporativa e intraeclesial, excluyentes, como mencionaremos más adelante).
La sensibilidad de dominación pone el énfasis en la eficacia y eficiencia de cada punto humano, instrumental o natural de inversión. “Eficacia” y “eficiencia” son medidas por su capacidad para dinamizar al sistema en su conjunto. En este proceso de comodidad relativa con que se “acopla” el “camino inevitable” hacia el Nuevo Orden Económico Mundial (privatización transnacional bajo hegemonía del gran capital), influyen, además: a) la acentuación de la subordinación de las oligarquías nativas respecto de los países y de las oligarquías centrales y de sus mecanismos financieros (mercado mundial); estas oligarquías han traducido la crisis del sistema capitalista y su reconfiguración y los efectos de ambas sobre las sociedades pobres —- que ellos, por delegación, administran -. como el “agotamiento” de un modelo (de substitución de importaciones) y la aparición de un “nuevo modelo” (economías abiertas de exportación).
El paso de uno a otro modelo supone el cambio del desarrollo por el crecimiento (o lo que es lo mismo, el desplazamiento político de la atención por la calidad integral de la vida humana para concentrarla en la maximización del empleo de los factores económicos de una sociedad). La pugna interoligárquica en cada país se produce en relación con la función de dirección o administración nativa de este nuevo modelo, puesto en relación, también, con el control nacional de los flujos financieros ;
b) la complicidad y frivolidad —- ausencia de perspectiva nacional y popular- de los medios masivos (comerciales) de comunicación y su saturación por el discurso (contenidos y procedimientos) que proviene del Mundo Rico. Hoy existe una relación directa entre comunicación masiva y sensibilidad social;
c) los caracteres de los procesos de crisis de las sociedades del socialismo histórico (su derrumbe y fragilidad sociales, políticos e ideológicos y, en particular, la impotencia soviética), crisis que es publicitada y propagandizada como “muerte de la revolución” en tanto que alternativa y utopía y proyecto político y como “triunfo-para-siempre-del- capitalismo” (metamorfoseado como la “idea liberal”);
d) la agudizada corrupción antievangélica (idolátrica) de las jerarquías eclesiales cristianas, con sus efectos en la espiritualidad popular y en la legitimación de los nuevos órdenes social e internacional, y
e) el debilitamiento efectivo del Estado como instrumento facilitador de organización y participación populares con efectos de reestructuración y equilibrio sociales. A este debilitamiento efectivo del carácter social del Estado lo ha acompañado-sucedido la promoción de los gobiernos democráticos de Seguridad Nacional (es decir, las democracias nativas que deben subordinarse al Imperio de la Ley, del ‘Nuevo Orden” en un Mundo Cruel).
La sensibilidad generada inmediatamente por la nueva matriz económica se ve así facilitada o favorecida como mecanismo de dominación, produciendo en muchos sectores sociales populares un efecto de “muerte de la esperanza” y culpabilidad (y con ello una marcada disposición al autosacrificio). Estos efectos globales se ven reforzados debido a la corrupción histórica generalizada de la escena política tradicional actual de las sociedades latinoamericanas y logran prolongarse, como resultado de todos estos procesos, al campo de la mentalidad popular. Puntualizaremos algunas de estas situaciones más adelante.
II. Efectos sociales específicos del modelo abierto de ex-portación (privatización transnacional)
Las características de la reconfiguración de la inserción de las economías pobres en el mercado mundial durante esta etapa produce económica y socialmente (políticamente) lo que CEPAL ha llamado la “década perdida” y un período de “doloroso aprendizaje”. La primera calificación corresponde centralmente a los efectos económico-sociales básicos.
La segunda, a cuestiones sociales, políticas e ideológicas (no puede existir un desarrollo alternativo ni un proyecto de acumulación nacional; si él se levanta, el pueblo o sociedad o gobierno que lo encame será castigado con el bloqueo e incluso con la guerra).
Se ha producido un desplazamiento ideológico global hacia la derecha: antes el tabú era una economía alternativa socialista o con lógica popular; ahora lo es explícitamente una economía capitalista nacional (el desarrollo, en el antiguo lenguaje). La economía con lógica popular es declarada simplemente imposible. Resuelta así, mediante una imposición, coactivamente, la cuestión del tipo de economía, la sociedad pobre determinada por ella reproduce internamente, en principio, la polarización Mundo Rico-Mundo Pobre que hemos caracterizado con anterioridad.
Desde un punto de vista social, podríamos hablar de la conformación de dos series paralelas de existencia: la serie de los internacionalmente integrados al circuito del mercado mundial, aunque lo hagan desde diversas posiciones, y la serie de los nacionalmente excluidos (excluidos de los mercados internos: pobres de la ciudad y del campo).
Se trata de series paralelas en cuanto, en general, los modos de existencia de estos sectores no se tocan en relación con las necesidades de la producción sociales. Los sectores nacionalmente excluidos resultan así enteramente desechables por el sistema (en algunos países se organizan ya cacerías de pobres y de niños deambulantes, a quienes simplemente se asesina. No se trata de asesinatos políticos en el sentido tradicional, sino de asesinatos sociales que forman parte de una política.
Se constituyen así grupos de la población de los que se puede (y se debe) prescindir. Al interior del mundo de los internacionalmente integrados, y si prescindimos de los agentes directos del capital transnacional, podemos ubicar socialmente a dos grandes sectores: las élites nativas, que administran la producción y reproducción locales del sistema —- políticos, tecnócratas, militares, religiosos, empresas periodísticas- y la base social productiva, permanentemente amenazada por la cesación de servicios derivada de la velocidad del cambio y del desplazamiento tecnológicos inducidos desde el exterior y por la facilidad relativa con que algunos de sus sectores pueden ser reemplazados debido al constante y creciente excedente de fuerza de trabajo.
Pese a sus diferencias, se trata de sectores sociales productiva o reproductivamente insertos en el sistema, aun cuando su inserción pueda contener diversos grados y caracteres de fragilidad. Articulados de mejor o peor manera con estos sectores se encuentran los grupos medios de la población configurados por el modelo anterior y agotado de la economía, permanentemente inducidos, por consiguiente, o al colapso total o a su transformación en función del nuevo modelo (estos grupos medios incluyen sectores empresariales, campesinos, profesionales, técnicos, estudiantiles, obreros).
La base social productiva de la serie internacionalmente integrada puede albergar sectores significativos de “trabajadores informales” (trabajo a destajo, superexplotación, ausencia de garantías sociales, fragmentación, básicamente). En todo caso, se trata de un polo productivo inserto en el sistema mundial, aunque esta inserción puede enseñar distintas temporalidades y niveles de provisoriedad, niveles que bordean, en su punto más bajo, con la precariedad que caracteriza al otro polo.
En el polo integrado encontramos, por consiguiente desde el consumo conspicuo e insolente hasta la pobreza social, coexistiendo al interior de un sistema frágil y explosivo, estructuralmente rígido aunque situacionalmente volátil y que sólo admite cambios fragmentarios o “soluciones” individuales. El otro polo social está caracterizado por la precariedad de las condiciones de existencia, decir por la amenaza permanente de muerte.
Los excluidos son pobres de la ciudad y del campo, mujeres, niños, jóvenes y ancianos pobres, adultos sin mayor calificación, grupos sociales que pueden configurar otro sector de la economía informal o los simplemente excluidos. En general, se trata de población marcada por el signo de la precariedad de sus condiciones de vida, por la amenaza constante a su existencia biológica.
Salir de esta precariedad es o imposible o el resultado de una situación singular (que puede ser valorada ideológicamente como “suerte” o “fortuna”). Desde luego, la amenaza social directa contra la continuidad de la existencia biológica genera una resistencia vital, básicamente reactiva (de supervivencia) y, por las condiciones descritas (expulsión del mercado), ‘naturalmente’ ensimismada. Es, sin embargo, en esta resistencia vital, más que social, de estos sectores, en la que encontramos los valores básicos de una reivindicación popular: el derecho a la vida traducido como integración económica y social —- para que este derecho devenga político, es decir legitimo, en las condiciones actuales, hace falta, desde el punto de vista social, que el excluido se solidarice consigo mismo (se asuma como sujeto social) y con otros como él y que reciba solidaridad y legitimidad desde otras instancias como el Estado, las iglesias, los medios de comunicación de masas y también desde el otro polo de la existencia social, tanto interno como fuera de la nación -.
Su tarea sociopolítica es que se le reconozca como sujeto humano. Además de estos elementos socioideológicos, fundados en su capacidad de resistencia, se toma necesario un proyecto político (de producción-reproducción sociales) en el que estas solidaridades complejas puedan instrumentalizarse. La polarizada configuración social descrita es altamente frágil y explosiva por el peso determinante de los factores externos (el pago de la deuda, por ejemplo) y por su agudizada diferenciación negativa interna.
Ella es la matriz de las explosiones sociales puntuales (Dominicana, Panamá, Venezuela, Argentina, etc.), pero también del temor y la pasividad y la frustración popular generalizados y reforzados en algunas sociedades por un pasado reciente o una actualidad de brutal represión. La pasividad-desencanto histórico generalizada deriva tanto del temor a la muerte (que ahora aparece como una delimitación no biológica sino social) como del mensaje saturante positivo acerca de la necesidad del esfuerzo individual (objetivamente contra otros) para salir de la pobreza, como de la ausencia o pérdida de un horizonte de esperanza, y de situaciones más coyunturales como la amenaza de un eventual retorno militar para remediar los “excesos” democráticos.
La expresión “pasividad” popular no indica aquí un mero no-hacer, un dejarse hacer, sino un negarse a hacer fuera del sistema de la dominación en cuanto se ha socialmente frustrado o perdido la idea misma de que existe o es posible un ‘afuera’ del sistema. Esta “pasividad” tiende a bloquear, por consiguiente, el trabajo político partidista tradicional de las organizaciones de izquierda e incluso algunas de las formas del trabajo pastoral religioso desde la base, pero no niega ni el oportunismo ni la explosividad sociales.
Todas estas situaciones obtienen su eficacia de una matriz básica que muestra que la sociedad obedece a fuerzas que están fuera de su control (mercado mundial, tecnología, etc.: el “mundo cruel” en el lenguaje de Rosenthal). La sensibilidad de desesperanza y muerte es una ideología que prescinde del sujeto. Algunas sectas cristianas y el mismo catolicismo sacan ventajas ideológicas de esta nueva sensibilidad de muerte que en su discurso “esperanzador” (pseudocomunitario, en realidad ‘corporativo’) anuncia la proximidad del Reino más allá de la historia.
III. Observaciones sobre el espacio político latino-americano tradicional
Articulada con las situaciones antes descritas. encontramos un acusado deterioro del espacio político tradicional de las sociedades latinoamericanas, deterioro cuyos signos más obvios son la crisis estatal (en realidad, varias crisis), las crisis recurrentes de liderazgo, las crisis de los partidos (en general, de las organizaciones) y de los regímenes de gobierno y la tendencia a desvirtuar y desplazar a las ideologías políticas que prevalecieron tras la Segunda Guerra: democraciacristiana, socialdemocracia, marxismo, etc. por ideologías tecnocráticas (neoliberalismo, Seguridad Nacional, gerencialismo y sus combinaciones) o sencillamente por nuevos discursos publicitarios.
El deterioro se advierte, entonces, tanto en la fragilidad de las instituciones y escenarios políticos como en el empobrecimiento ideológico. La devaluación generalizada —- ya no resulta posible percibir y valorar el espacio político como un ámbito en el que se busca realizar el bien común- posee determinaciones tanto histórico-estructurales, propias de las sociedades del capitalismo dependiente —- básicamente la transformación de la escena política en mercados de transacción de intereses que se negocian como privilegios, combinado con la tendencia al estrechamiento del espacio en el que deben moverse las élites políticas nativas -, como determinaciones situacionales e incluso coyunturales, como las ideologías antiestatistas ligadas a la promoción neoliberal-conservadora del mercado como sociedad perfecta, la crisis ideológica y política de las sociedades del socialismo histórico y del socialismo, etc.
El deterioro del espacio político (de lo político y de la política, por lo tanto) condensa en su nivel, como indicamos antes, matrices económicas y sociales y retoma sobre ellas para sancionar su reproducción. En Costa Rica, por ejemplo, junto al cinismo con que se valora la acción de los políticos oficiales —- con la ambigüedad que implica despreciarlos por corruptos y envidiarlos porque tienen “éxito”-, sectores de ciudadanos asumen independientemente el papel de la policía y de los tribunales de justicia (apresando delincuentes y castigándolos e incluso organizándose para darles muerte), o sea realizando tareas que advierten el gobierno o el Estado ya no cumplen o no están en condiciones de asegurar.
Se trata aquí, obviamente, de un efecto no necesariamente deseado, aunque puede serlo, del fenómeno global de privatización de la sociedad que publicita el conservantismo neoliberal como único mecanismo de crecimiento económico y de normalidad social.
La ilustración costarricense condensa la reducción del rango (cobertura) socio-nacional del Estado en los campos de la seguridad policial (o de la salud, como mencionábamos en el ejemplo chileno) y la tendencia a que la nación sea constituida, articulada, mediante el mercado, los aparatos militares (la iglesia católica permanece también como instancia nacional, pero amenazada por la estimulación de las sectas) y la administración de la justicia mercantil.

Esta degradación del ámbito político se articula parcialmente en forma conflictiva con los procesos inducidos de democratización sostenidos durante la década del ochenta en América Latina. La degradación generalizada de la política, por definición, constituye un elemento inhibidor y destructivo para un clima político democrático, aun cuando se considere a éste en su versión más limitada. Sin embargo, al producirse esta articulación entre fenómenos de distinto rango social (la degradación es estructural, la democratización situacional), la conflictividad se ‘resuelve’ mediante la adaptación de los signos y elementos democráticos a la degradación generalizada.

Por medio de esta adaptación, son gobiernos democráticos, aunque sin respaldo social efectivo, los que conducen a sus países a su plena inserción en el Nuevo Orden Mundial. Desde luego, este “rostro democrático” implica costos políticos, tanto internos como internacionales, para quienes intentan presentar resistencia social a estos mecanismos de inserción y que denuncian las situaciones de transnacionalización, del chantaje de la deuda, de la insuficiencia democrática, del costo social de los programas de ajuste, de la destrucción ambiental, etc.

En este clima, el reclamo por justicia social —- incluyendo las denuncias contra las violaciones de los derechos humanos y los reclamos por justicia para los asesinados y desaparecidos- puede ser ideológicamente anatematizado como “antidemocrático” . En estas condiciones, el espacio político tradicional tiende a dejar de ser el referente o la meta obligatoria inmediata de las reivindicaciones sociales (esta cuestión admite un antecedente histórico en la liquidación o neutralización del espacio político tradicional por los regímenes de Seguridad Nacional y el consiguiente traspaso de las actividades políticas reivindicativas o de oposición —- muchas veces de denuncia- a instancias de la sociedad civil o consideradas hasta entonces privadas).

Existe en la población un sentimiento generalizado, aunque difuso, acerca de que las mediaciones del espacio político (instituciones administrativas, partidos, etc.) y él mismo como globalidad son disfuncionales respecto de muchos requerimientos sociales y que los intereses de los grupos emergentes —- o de antiguos grupos sin resonancia oficial o sin legitimación nacional, como los indígenas, por ejemplo- sólo pueden ser satisfechos mediante una presión social (político-comunitaria) directa e independiente de los canales tradicionales de la política .

El fenómeno de la corrupción-desgaste (lo que no implica que deje de funcionar, en cierto sentido) de la esfera política y de sus actores, instrumentos e instancias en el contexto de una democratización genera, en lo que nos interesa aquí, una doble dinámica: a) de una parte, los actores tradicionales de la política, de derecha y centro-derecha, en coyunturas de democratización, buscan resonancia mediante mecanismos de reinserción en sus espacios socio-ideológicos históricos (populismo, clientelismo, civilismo, tradición, eclesialidad, retórica acerca de los derechos humanos, etc.), pero el estrecho marco de maniobra que les permite la configuración actual del sistema imperial de dominación, con el consiguiente enangostamiento y sobrecorrupcción del espacio nativo de la política, los orienta hacia el “recurso Menem”, es decir a engañar masivamente durante las campañas electorales y a gobernar después siguiendo los dictados del FMI y neoligarquizando el país (lo que supone consumar su ‘modernización’ perversa).

El “recurso Menem”, ya aplicado en Argentina, Perú, Brasil, América Central., es un mecanismo que se agota en el corto plazo y que contribuye a reforzar y a acelerar los caracteres de corrupción y desgaste del ámbito político. La búsqueda de resonancia tropieza aquí, pues, con una apatía derivada de las condiciones que exigen esa misma búsqueda de resonancia (la democratización implica una capacidad de convocatoria y de movilización sociales con las que se supone los gobernantes civiles muestran su poder frente a las FF.AA.) y conduce, también, al cinismo.
Los procesos de democratización tienden a reducirse así a técnicas de procedimientos electorales, más manipulación de masas. El régimen democrático deja de valorarse como una forma de participación efectiva e integradora y se reduce a un juego electoral técnico y publicitario sin mayor significado vital para la existencia social. Coyunturalmente, sin embargo, este sistema o forma de gobierno es valorado como “mejor” que las dictaduras militares directas.

Pese a la corrupción, generalizada y radical de su espacio político, y la subsecuente frustración de sus aspiraciones sociales, el subcontinente respira, sin paradoja, este tiempo, de la “democratización”. Las organizaciones de izquierda, con su crisis particular (en especial el colapso ideológico de las sociedades del socialismo histórico) al interior de la crisis global, tienden a movilizarse todavía como si el deterioro estructural del espacio político —- y la reconfiguración de la economía y de la sociedad- no se hubiera producido o no se estuviera produciendo, es decir aspiran a obtener o ganar un espacio de poder (de privilegio) en el ámbito tradicional de la política. De aquí se siguen sus variados comportamientos, muchas veces mezclados y erráticos: reformismo desarrollista (ligado o a un “recurso Menem” desde la izquierda o a un “socialdemocratismo” neoligarquizante), democratismo, revolucionarismo (organizaciones político-militares, especialmente), principismo, conformismo, etc.
El común denominador suele ser la confusión y su efecto político inevitable: la ineficacia. En la mayor parte de los casos se tiende a reproducir la fórmula vanguardia +<->masas (base social), propia de la antigua forma de hacer política popular (que correspondía a una sociedad escindida en clases, pero a la vez susceptible de ser nacionalmente movilizada).
Esta manera tradicional de hacer política ‘popular’, desde arriba, unilateralmente, está condenada al fracaso por la configuración hoy de una sociedad escindida-fragmentarizada sin un “espontáneo” contenido social global ni nacional, lo que no implica que haya desaparecido de ella la escisión de clases (en esta sociedad de hoy los grupos tienden ‘naturalmente’ a refugiarse en sí mismos).
La innovación o renovación a la que estas organizaciones aspiran, en su trabajo político, suele reducirse al reclamo por una mayor democracia al interior de la pareja vanguardia +<->masas. Esta aspiración es, al menos en este período, autodestructiva ;
b) los grupos sociales emergentes o renovados que carecen de posibilidades de presión —- es decir que no ocupan posiciones de poder que les permitan intercambiar privilegios —- en el espacio político tradicional (ciertos grupos ecologistas, por la libertad de escogencia sexual, campesinos, jóvenes, indígenas, pobladores, negros, cristianos no idólatras, grupos que reivindican derechos humanos, desocupados, trabajadores urbanos, etc.) o cuyas reivindicaciones son mediatizadas y desvirtuadas por los actores que sí las poseen (por ejemplo, una ley de igualdad real parlamentaria mediante la cual se frena y bloquea el carácter estratégico de la lucha por la liberación (liberaciones) de las mujeres), se agitan, explotan, se encuentran, se organizan y se movilizan con relativa independencia en los espacios sociales que les permiten ganar identidad y calidad de actores sociales y políticos (mediante el encuentro práctico con su identidad histórica van configurando una nueva manera de hacer política).
Desde luego, como indicamos antes, su acción puede estar orientada sólo a ganar un espacio de legitimación en el sistema (grupo reivindicativo o corporativo) o a romper con el sistema al que se experimenta como la traba estructural que impide el logro tras el cual se movilizan (movimiento social, grupo histórico, actor político; grupo histórico-político). Este último ámbito se configura, entonces, tanto por la acción de grupos emergentes (ecologistas, por ejemplo), como de sectores tradicionales y marginados (indígenas o pobladores, por ejemplo), pero que en esta etapa deben ser considerados como grupos renovados.
De aquí la calificación de nuevos y renovados grupos o sectores sociales. A esta caracterización, a partir del contenido de sus demandas y su historicidad, deben agregarse las determinaciones ligadas al tipo de metas perseguidas (reivindicativo- corporativas, reivindicativo-políticas, de denuncia, rupturistas, etc.), las características derivadas de su procedimientos de activación, agrupación, resistencia y lucha y las que se relacionan con sus adscripciones diferenciadas en los polos Internacionalmente Integrado y Nacionalmente Excluido y a las posiciones que ocupan en ellos y a sus dinámicas correspondientes .
Se trata, obviamente, de una situación social altamente heterogénea que no puede ser conceptualizada mediante simplificaciones y reducciones —- como las que a veces están contenidas en expresiones como “Nuevo Sujeto Histórico”-. Llamamos a este conglomerado, cuando lo consideramos como receptor de asimetrías, pueblo social.
El variado descontento y resistencia, reacciones, organización y movilización —- esta emergente o renovada vida popular, inevitable dada la nueva configuración social objetiva y la ausencia de horizonte de esperanza que la caracteriza- se enfrenta con la estrechez, rigidez, pobreza y con la ideologización decadente del espacio que conforman y se autoatribuyen los actores tradicionales de la política latinoamericana.
Las dinámicas descritas se articulan, entonces, a través de los esfuerzos que por cooptar y administrar a estos nuevos o renovados sectores sociales llevan a cabo los actores políticos tradicionales (partidos, parlamentarios, instituciones gubernamentales) y los esfuerzos que por defender y conservar su independencia realizan los nuevos o renovados actores sociales.
Aunque esta dinámica conflictiva no tiene por qué ser antagónica, ha dominado en ella hasta ahora el encuentro destructivo: los actores políticos intentando hegemonizar el movimiento social, considerándolo sin más y en el mejor de los casos como su base social natural, y los movimientos y actores sociales resistiendo o rechazando de plano (sin paradoja, esta dureza puede tornarlos, bajo ciertas condiciones, muy susceptibles de cooptación) su instrumentalización o utilización por los actores tradicionales a los que perciben y valoran como insuficientes y fracasados o corruptos e inviables.
La conflictividad destructiva, excluyente —- tengo aquí presentes en particular las experiencias colombiana y dominicana- impide a los nuevos y renovados actores sociales aprender o asimilar críticamente de la experiencia histórica (incluyendo las tensiones y aberraciones ideológicas) de los actores políticos tradicionales, especialmente de los que intentaron levantar banderas populares (sociales, nacionales, integradoras) y a éstos el revitalizarse y configurarse (renacer), incluso ideológicamente, desde la efectiva y diferenciada fuerza vital de sus pueblos. Desde luego, el efecto global de este desencuentro es que los ámbitos social y político prolongan y refuerzan su separación y mutua exclusión artificiales (ideologizados), propios de la dominación.
La conflictividad destructiva (el opuesto seria una tensión constructiva) acentúa así, al mismo tiempo, las condiciones que favorecen la explosividad puntual, inorgánica y la pasividad política, histórica, la desconfianza y la tendencia al ensimismamiento de los grupos (y también de los individuos que se encuentran aislados entre las diversas conflictividades), como ocurre con los nacionalismos étnicos, por ejemplo, o con la pérdida del horizonte colectivo mayor de algunos grupos que se activan en torno a la liberación femenina.
Todos estos juegos de fuerzas, de autoidentificación, de resistencia y de defensa y de activación, organización y movilización, se expresan al interior del marco dominante —- económico-social, político, ideológico- de la fragmentación social y pueden o reforzarla o expresarse históricamente en contra de él y de sus tendencias a la fragmentación y por procesos de integración social y de solidaridad nacional.
Sólo en este último caso encontramos que los actores sociales, nuevos, o renovados, devienen actores políticos (grupos histórico-políticos), pero político les viene de la riqueza de su horizonte (estratégico), no del espacio social en el que se manifiestan directamente, en particular en sus orígenes. De aquí que también, ahora, lo político- popular puede manifestarse mediante muchos rostros y en muy diversos ámbitos, constituyendo ésta la manera en que se manifiesta su fuerza política.
Debe destacarse, en todo caso, dentro de esta situación fundamental, la tendencia al desplazamiento de lo político desde la escena política tradicional (ámbito ideológico- político burgués, en realidad) hacia la sociedad civil y hacia la esfera considerada privada (esto es obvio en el caso de la ideología práctica conservadora neoliberal que hace del mercado su instrumento político central y del totalitarismo que exuda, su ideología).
Por decirlo con una imagen: los problemas “clásicos” del Estado y del gobierno, traducidos como problemas del ciudadano, empieza a llenarse con los problemas de la gente efectiva, de carne y hueso: pobladores, explotados, mujeres, negros, campesinos, cristianos no-idólatras, luchadores-denunciadores de la violación de derechos de gente específica, defensores de la vida, jóvenes, indígenas, etc.
Esta realidad social —- que la misma dinámica del sistema torna posible- que puede madurar como realidad histórica, señala hacia una reconfiguración de lo político, de su práctica y, con ello, hacia la necesidad de su reconceptualización .
IV. Actores sociales, movimiento popular: el pueblo como actor político y sujeto histórico.
Esquemáticamente propuesto, nos encontramos con dos sistemas enfrentados: (A) (B) Sistema de dominación sistema alternativo (liberador) Fragemen- exclusión muerte integración vida tación nación participación (privatización (construcción de la nació- transnacional) nalidad popular: soberanía desarrollo) Estado— Sociedad totalitarismo
Hemos indicado que el sistema A acentúa los conflictos y la explosividad sociales inherentes al capitalismo dependiente y los combina con otras conflictividades expresadas originalmente en los centros de sistema global (ecologismo. feminismo, etc.).
Al agravamiento de las tensiones no resueltas en A o por A (desnutrición, desempleo, exclusión, alcoholismo, alienación, machismo, idolatría, destrucción del hábitat, etc.), corresponden reacciones sociales que o pueden ser semicooptadas por A (es posible institucionalizar a los grupos ecologistas, por ejemplo, mediante una legislación que recoge mejor o peor sus planteamientos y los oficializa o semioficializa pero siempre al interior del sentido de la dominación —- y este el caso de la política de “naturaleza por deuda”, por ejemplo -, e igualmente se puede practicar esta política con el movimiento de pobladores, etc. o rechazadas por el sistema A (reivindicaciones étnicas, por ejemplo, o lucha por el pleno empleo), generando en los actores sociales, emergentes o renovados, una acentuación de la resistencia y defensa hacia adentro (resistencia corporativa).
En ambos casos, sin duda disímiles, el actor social que sufre la asimetría sólo reacciona ante el sistema no se pone en relación con él como totalidad, (esto implica una autoidentificación insuficiente, ineficaz), y, por ello, no se sitúa en condiciones de actuar históricamente. En el caso de nuestro esquema, no puede transitar a B y jugar un papel en él. Activarse socialmente desde el punto de vista del pueblo quiere decir, entonces, historiarse. La historización de un actor social popular (indígenas, mujeres, cristianos, jóvenes, etc.) se manifiesta por su capacidad para relacionarse horizontalmente y para crecer en profundidad. Relacionarse horizontalmente significa poner en relación su asimetría con las sufridas por otros sectores sociales populares.
Pasar desde una resistencia y denuncia contra el machismo, por ejemplo, a la comprensión de su especificidad en relación con la campesina indígena y de la vinculación de la precaria situación de esta última con la situación de explotación-exclusión más general del campesinado y de las etnias excluidas y en peligro permanente de liquidación.
“Pasar de…” no implica, desde luego, un abandono del punto de partida —- la denuncia y la lucha contra el machismo- sino sólo su más rica concreción histórica. El referente popular fundamental es siempre la amenaza contra la vida y la necesidad de la integración y configuración de la nación (compuesta por sectores diferenciados pero que no se excluyen entre sí), como respuesta societal fundamental para poder mantener y producir y reproducir la vida.
La expresión “amenaza contra la vida” comprende desde la precariedad de la continuidad biológica de todos los individuos hasta la más alta calidad histórica de la existencia humana (liquidación de la alienación, tendencia al equilibrio: personal, social, productivo). Crecer en profundidad significa para los grupos asumirse históricamente, es decir ponerse en relación con las condiciones que los producen socio-históricamente como grupo o sector (con sus carencias y posibilidades: con su identidad) y con los procedimientos que pueden llevarlos a fortalecerse, tanto para resistir la destructividad del sistema A como para reconocer y asumir su papel en la construcción de una alternativa (sistema B).
El crecimiento en profundidad, por tanto, se expresa como una tensión (proceso) entre la identidad y las condiciones histórico-sociales de producción de esa identidad. Toda autoidentificación histórica liberadora supone una utopía (o sea un horizonte de esperanza: políticamente, una alternativa).
En los procesos simultáneos de crecimiento horizontal y en profundidad, el actor social deviene movimiento social (pueblo político), específicamente movimiento popular, o sea actor político popular y sujeto histórico. Aquí, la expresión “sujeto histórico” designa, al mismo tiempo, a un actor político determinante y a su utopía, en cuanto concepto trascendente, es decir a su capacidad para imprimirle a la producción y reproducción sociales un sentido de vida.
Crecer horizontalmente y en profundidad no es algo que pueda realizarse sin una expansión y maduración constantes de la conciencia y del espíritu. De esto se sigue, por ejemplo, tanto la importancia fundamental del intercambio de información (diálogo) que es capaz de producir conceptos al interior de cada grupo y sector popular y en el movimiento en su conjunto, como, en una ilustración más singular, la significación estratégica de la denuncia y lucha antiidolátrica y contra sus instituciones eclesiales y no eclesiales al interior de los diversos sectores populares, del movimiento social y del movimiento popular y, por supuesto, al interior de las iglesias.
De aquí también el valor estratégico de los cristianos antiidolátricos y de la producción de pensamiento (conceptualización-espiritualidad) popular efectiva . Resumiendo y avanzando, en términos escuetos: la expresión “movimiento popular” se entendió tradicionalmente en América Latina bajo la forma de una relación entre una conducción o vanguardia elitaria que representaba a la mayoría de los que sufrían explotación —- pensada en términos básica o decisivamente económicos- y marginación.
El movimiento popular se configuraba, por lo tanto, mediante la dinámica “vanguardia” +->masas’” en la que el pueblo social era o abstracto o proletarizado. Así, el indígena campesino encontraría su liberación en el socialismo (entendido como la proletarización del conjunto de la sociedad o la existencia de un área decisiva de propiedad estatal); con otra imagen: liberarse, para el negro, la mujer o el cristiano no idólatra, consistía en devenir proletario. Por razones históricas, que no deben leerse como sólo el pasador formulación anterior (y las prácticas que le correspondían) se ha tornada obsoleta, políticamente ineficaz.
Por un lado, el movimiento popular tiene que configurarse ahora mediante la articulación de muchos sectores que resienten de diversas maneras el sistema de dominación (como exclusión y muerte, alteración, explotación y rebajamiento permanentes) y que asumen que las asimetrías que padecen no pueden ser resueltas por el conjunto o totalidad productiva que las genera. Estos sectores poseen rostros específicos: son mujeres campesinas, pobladores, jóvenes de zonas urbanas, cesantes, obreros, centros de promoción de la mujer, etc.
Por sí mismos, cada uno por separado, no son movimiento popular. Articulados positivamente, constructivamente —- consigo mismos, con sus condiciones históricas de producción social, con otros- de modo de poder reconocer y enfrentar a sus adversarios situacionales y estructurales, constituyen el movimiento popular. Pero ahora este movimiento no es una abstracción: por decirlo así, se compone sólo de aliados con inspiración económica, social, ideológica y cultural estratégicos diferenciados y cuyos intereses específicos deben ser conocidos, discutidos, respetados y asumidos por los otros sectores sociales populares.
El movimiento popular no resulta entonces una abstracción economista o una relación unilateral entre una élite y sus bases sociales, sino una articulación práctica e histórica de grupos diversos que coinciden en un punto de partida: el rechazo a la exclusión y a la destrucción y mutilación de la vida de todos y de cada uno y, también, en la necesidad, posibilidad y voluntad de llevar a cabo rupturas y transformaciones que sólo pueden realizarse con éxito mediante su articulación social.
Esta articulación exige el crecimiento horizontal y en profundidad de cada actor social popular. De no poseer estos caracteres, fracasará en su intento de proponer y de construir una sociedad alternativa del capitalismo dependiente. Desde otra perspectiva, la dinámica del sistema de dominación no promueve hoy particularmente una eventual solidaridad de clase.
El sistema prospera sobre la base de la fragmentación social excluyente y competitiva (que traduce como eficiencia y modernización) y esto implica que su lógica interna lo conduce tanto a la expulsión sistemática de sectores sociales como a la exaltación de falsas identidades de grupo y sector, ya para conducirlas a su “éxito” o para frustrarlas o rechazarlas.
De este modo, la cuestión de la exaltación de las falsas identidades sociales (piénsese sólo en el auge de las sectas), derivadas o del éxito particular e individual o del ensimismamiento provocado por la frustración y el permanente rechazo excluyente, cuestiona directamente las antiguas bases de la solidaridad de clase y nacional que servían como referente unitario para las prácticas de movilización popular tradicionales.
En este punto juega también un papel la actual imagen ideológica de EUA como Estado triunfante. Dicho en términos más conceptuales: el sistema ha extendido o está extendiendo su capacidad para ocultar el sentido de su reproducción política también a la periferia o a las sociedades pobres del capitalismo dependiente de modo que sus víctimas objetivas tienden a sentirse responsables de la agresión de que son objeto (culpables subjetivos).
En esta situación, la solidaridad sólo puede ser exigida desde la fuerza interior de los grupos, sectores e individuos que luchan. En las condiciones de existencia actuales no existe un (único) referente estructural exterior, inmediato, o si existe, no resulta ni visible ni conceptualmente expresable. El referente es, en cambio, una asumida y particular-variada defensa de la vida y el rechazo a la exclusión (la no integración, la no participación, la no integración plena) social de cada uno y del género humano.
La solidaridad es una oferta asumida y efectiva de lucha histórica desde la identidad que cada grupo debe construirse con y desde las víctimas o los sectores populares. Todavía en otro ángulo: la crisis del socialismo histórico debía tener como efecto, al menos en el mediano plazo, el debilitamiento del sectarismo y del dogmatismo al interior de las organizaciones políticas populares y, con ello, en el conjunto de organizaciones que se dicen liberadoras. Desde este arranque fundamental puede seguirse un estímulo al diálogo y a la confrontación constructiva y, sobre todo, a la humildad como condición necesaria para aprender constantemente de la historia, actitud que constituye el fundamento de una política de articulación popular.
V. Sobre la creación de tejido social
Dada la extensión que han adquirido estas Notas…, realizaremos sólo algunas indicaciones puntuales: a) la actual organización económico-social del capitalismo dependiente y el carácter efectivamente mundial del capitalismo multiplican los espacios de encuentro para los grupos y sectores sociales que sufren las asimetrías sociales: desamparo material y espiritual e insuficiencia radical en la realización de la oferta de calidad de la existencia que se estimula y ofrece (engañosamente), contrastados con la ostentación de la opulencia y el derroche de medios de vida, son las condiciones para esa multiplicación; b) estos espacios de encuentro son, sin embargo, heterogéneos; responden a motivaciones muy diversas (puntuales, situacionales, estratégicas) y pueden ubicarse en dinámicas sociales muy dispares y manifestarse mediante procedimientos de resistencia y lucha muy diferentes; c) su punto común —- no necesariamente asumido en el origen de su práctica por los actores sociales- es el de estar constituidos por víctimas de la exclusión y el estar sometidos a una ley respecto de la cual no pueden actuar como sujetos (patriarcado, capital-mercado, racismo, Dios-ídolo-fetiche, cultura urbana, etc.).
Los valores estratégicos de estos grupos son, por consiguiente: solidaridad (inclusión-participación desde identidades sociales efectivas: integración constructiva: diferenciada), rechazo a la producción de muerte, libertad; d) estos valores no pueden materializarse en los meros espacios de encuentro (aun cuando ellos puedan ser anunciados allí); la dinámica interna de estos espacios debe llevarlos hacia su autoelevación (conceptual, pasional) en espacios de organización (crecimiento de profundidad respecto de la identidad social del grupo, crecimiento histórico desde el que es posible articularse tanto horizontalmente como con el sí mismo social en un sentido popular); e) a este trabajo de facilitar espacios de encuentro que devengan espacios de organización, lo llamamos crear (contribuir a crear) tejido social), son sus mismos actores los que deben configurar los caracteres específicos de este tejido; f) el tejido social no puede desplazar ni reemplazar por decreto la antigua existencia política popular (sindicatos tradicionales, partidos, organizaciones político-militares, etc.).
Los actores del tejido social gestan sus propias formas de organización y expresión políticas (en un nuevo sentido que no excluye al antiguo). El encuentro de estas formas con las organizaciones políticas populares tradicionales debe ser de encuentro constructivo (conocimiento: humildad para crecer juntos). La articulación de las diversas expresiones del tejido social con el aparato estatal debe permitirle evitar o resistir la represión y el aislamiento, conseguir reconocimiento (legitimidad, no necesariamente legalidad) y prevenir y rechazar la cooptación.
El tejido social constituye la trama de la fuerza efectiva del movimiento popular. Su historización real. Es, por consiguiente, el referente central de toda práctica alternativa, liberadora.
Bibliografía
Calderón, Fernando (compilador): Los movimientos sociales ante la crisis. UNU- CLACSO-DSUNAM, Buenos Aires. Argentina. 1986. CEPAL: Transformación productiva con equidad. Santiago de Chile, 1990. CEPAL: El desarrollo sustentable: transformación productiva, equidad y medio ambiente, Santiago de Chile. 1991. Gallardo, Helio: “El pueblo como actor político y como sujeto histórico”, en Pasos, No. 16, marzo-abril 1988, San José. Costa Rica. Gallardo, Helio: “Tres formas de lectura de los fenómenos políticos latinoamericanos”, en Pasos. No. 124, julio-agosto 1989 San José, Costa Rica. Hinkelammert, Franz: “Nuestro proyecto de nueva sociedad en América Latina. El papel regulador del Estado y los problemas de la autoregulación del mercado”, en Pasos. No. 33, enero-febrero 1991, San José, Costa Rica. Touraine, Alain: América Latina. Política y sociedad. Espasa-Calpe, España 1989.
Notas: No podemos producir sin ellos porque necesitamos producir en los términos de una competencia mundial (mercado mundial) para la que histórica y socialmente el mismo sistema mundial y regional (oligárquico) de dominación nos ha inhabilitado. La ‘inversión privilegiada’ se refiere a puntos específicos dentro de los territorios de los países pobres, definidos por sus ventajas circunstanciales comparativas.
No se trata, por consiguiente, de inversión para el desarrollo nacional ni de una política estratégica. En la historia reciente, la elección de un gobernante popular en Haití es un contraejemplo de esta situación generalizada. La lávalas (“avalancha”, en creol) condensa un movimiento de solidaridad social entre los más pobres y oprimidos de la población haitiana.
Políticamente más complejo, a la distancia, es discernir si ellos no perciben su situación de miseria o como disfunción o como efecto político exclusivo del régimen dictatorial. Este aspecto incide en el refuerzo de la corrupción en los niveles empresarial y gubernamental. Se trata de obtener la máxima ganancia en el corto plazo. En economía, se privilegian las actividades especulativas. La política deviene enteramente un mercado de influencias. El Secretario Ejecutivo de la CEPAL, G. Rosenthal, ha sintetizado en su código esta situación al señalar que los gobiernos y los pueblos latinoamericanos deben resignarse a vivir en un mundo inequitativo (“Este es un mundo cruel…” enfatiza varias veces) en el que se debe funcionar sin poder alterar sustantivamente las relaciones entre países y sectores sociales fuertes y débiles (Gen Rosenthal: “La necesidad de actuar colectivamente” (entrevista), en El Día Latinoamericano, año l. No.43, 18-3-1991).
La misma CEPAL ha consignado esta constatación, producida durante los años ochenta, como la “década del doloroso aprendizaje”. Pero. claro, el “dolor” no se distribuye por igual entre los sectores sociales fuertes y los débiles. Esta última comprobación forma parte importante, sino decisiva, del aprendizaje político. No hemos considerado en este apartado ni, en general, en las Notas…, las conflictividades posibles entre los grandes actores del sistema mundial, por no ser centrales, en este momento, para este tipo de exposición.
Señalemos únicamente que la imagen de que ha cesado la conflictividad Este-Oeste debido al derrumbe del socialismo es enteramente ideológica. La conflictividad Este-Oeste se mantendrá, bajo formas diversas, mientras persistan las grandes potencias con sus respectivos proyectos hegemónicos.
El conflicto Este-Oeste es fundamentalmente un conflicto geopolítico, no ideológico. Que se trata de una explícita política social criminal lo demuestra, por ejemplo, el desmantelamiento del sistema de Salud Social en Chile, realizado entre 1973 y 1986. Durante ese período se liquida al Servicio Nacional de Salud y se lo reemplaza por otras instancias que sólo persiguen fines de lucro. Los consultorios y postas rurales son trasladadas a las Municipalidades y, por su intermedio, a la empresa privada en las llamadas Corporaciones de Desarrollo Comunal.
Una sola muestra del costo social de este mecanismo de privatización-exclusión: el porcentaje de desnutridos entre los excluidos por el mercado en Chile se eleva al 30%. La articulación ‘mejor’ tiene que ver con situaciones; la peor, con la dinámica fundamental del sistema.
Llamo de izquierda política (una imagen) en América Latina a aquellas organizaciones que programáticamente se han movilizado por una reforma agraria y por la integración y soberanía nacionales efectivas (estos son conceptos). Su trabajo se inscribe, normalmente, al interior de un modelo social de desarrollo (declarado actualmente muerto por la dominación) lo que supone su permanente referencia a un horizonte de esperanza aquí en la tierra. A partir de la escisión cuerpo/alma y del rechazo a la historia que puede atribuirse a imágenes recortadas del discurso evangélico, como “mi Reino no es de este mundo”. Pero su alcance es, obviamente, global. Es en el contexto de este deterioro que J. Petras, por ejemplo, analiza la “insignificancia política actual” de muchos de los intelectuales latinoamericanos (transformados en la década del ochenta en “trabajadores intelectuales”, es decir en un tipo de agentes de la conservación del statu quo).
Los grupos y sectores que reclaman justicia son descalificados principalmente mediante dos etiquetas: “populistas” (Alan García) y “revanchistas” (Madres de la Plaza de Mayo). Tanto los populistas como los revanchistas son agentes de la desestabilización y el caos. Desde luego, mediante o en este proceso y procedimiento puede difuminarse también el adversario fundamental contra el que se dirige la protesta o la reivindicación.
La acción de los grupos, tanto emergentes como históricos, puede, así, orientarse hacia la obtención de identidad y cohesión internas (ensimismamiento, corporativización) y perder o no ganar nunca un referente de totalidad (pérdida o no encuentro del sentido histórico, político, de la acción). Sometida a la altísima agresividad y destructividad del Orden Mundial, con sus actores internacionales y nativos, la pareja vanguardia +<->masas, “democrática” o centralizada, legal o armada, no logra acumular la fuerza política necesaria no ya para encabezar una política de desarrollo nacional, sino que para resistir la exclusión y la agresión y crecer.
El eje del movimiento popular debe derivar su fuerza hoy de la solidaridad y organicidad de múltiples y diferenciadas organizaciones populares (sociales y políticas, para usar el lenguaje tradicional), cada una de las cuales obtiene su vigor de su raíz social y de su representatividad siempre puestas al día. Una ilustración esquemática: algunos grupos feministas obtuvieron su impulso inicial desde el exterior (Europa, EUA).
Desde este inicio, vinculado al polo Internacionalmente Integrado pueden o estancarse en una lucha estéril (“el enemigo son los hombres”) o historizarse (lucha por la reivindicación social y personal de la mujer, con el hombre, contra el capitalismo salvaje y el patriarcalismo).
Claro que todo esto último se dice mucho más fácil de lo que se hace. “Movimiento social” es una categoría de análisis más específica que “actor social”. Designa una acción colectiva que enfrenta a formas sociales opuestas de utilización de los recursos y de los valores culturales. La lucha campesina contra la propiedad latifundista y por una Reforma Agraria con dimensiones económico-sociales, políticas y culturales, ilustra adecuadamente la noción de “movimiento social”.
Participación de base, conflictividad, discernimiento de lo que se debe atacar y cambiar para lograr los objetivos propios son componente sustanciales de la noción de ‘movimiento social’. Por “actor social” entendemos aquí, en cambio, latamente, un agente social identificable cuyas acciones provocan efectos sociales. Los movimientos sociales y los actores sociales no se relacionan en términos de mutua exclusión. La articulación negativa refuerza lo que se considera hoy una crisis del Estado.
Pero debe recordarse que éste no lo está por su exceso de ocupaciones o su gasto desmedido sino porque no posibilita ni promueve la vida de su sociedad civil. La exigencia del pleno empleo sintetiza bien los alcances de una política de integración económico-social y de solidaridad nacional. Antes, el pueblo efectivo tenía un solo rostro: militante y de clase, y esto orientaba su lucha directamente contra el Gobierno y el Estado.
Múltiples rostros implican múltiples identidades y múltiples luchas y enemigos, luchas en las que el gobierno y el Estado pueden resultar aliados eventuales. Pero, claro, esto resulta imposible sin una capacidad para ejercer presión social sobre los gobiernos y Estados. Cf. Hinkelammert: “Nuestro proyecto de nueva sociedad en América Latina. El papel regulador del Estado y los problemas de la auto-regulación del mercado”, en: Pasos, No. 33.
En el trabajo se apunta hacia una nueva conceptualización del Estado que descansa en la categoría de totalidad tensional (Marx) y no en la imagen de infra y superestructura y supone una teoría general de la resistencia social bajo la organización capitalista de la vida, todavía no desarrollada. Después de la explosión social contra el presidente C.A. Pérez (Venezuela, 1989), los organismos financiero internacionales se han mostrado dispuesto a otorgar algunas migajas para paliar el costo social de sus programas de ajuste.
Parte de estas migajas son empleadas por las oligarquías nativas para corromper abierta o encubiertamente a los dirigentes sociales populares (comprándolos o becándolos, por ejemplo) o para conceder selectivamente privilegios a los frentes sociales mejor activados y, por ello, potencialmente más peligrosos. En cuanto a la conversión de naturaleza por deuda, ésta se ha transformado en un gran negocio especulativo financiado por el Estado (Cf., por ejemplo: CEPAL: El desarrollo sustentable: transformación productiva, equidad y medio ambiente).
Ninguna de estas demandas puede ser satisfecha por las actuales formas y tendencias de la acumulación mundial. De hecho, el sentido de esta acumulación ni siquiera las considera legítimas. Tanto si lo consideramos como oligarquía nativa o como burguesía central o como capital, el antiguo sujeto histórico llena los requerimientos de constituirse como un actor político determinante y de ser capaz de entregarle a la existencia social, sino un sentido de vida, una realidad de destrucción y muerte, puesto que así es como materializa su utopía y su dominación.
Por esto, el Nuevo Sujeto Histórico se quiere así mismo revolucionario. Ambos ejemplos están orientados: autoproducción de conocimiento popular y adhesión cristiana a la lucha popular son elementos decisivos para una resistencia latinoamericana real. La propaganda desea identificar “Estado triunfante” con “sociedad triunfante”. Así, por ejemplo, el presidente Bush insiste en que en la guerra en el Golfo Pérsico venció “todo lo que es correcto”. En realidad, una sociedad (y un mundo) que es capaz de apoyar un crimen de esa magnitud es profundamente obscena y puede considerarse dramáticamente enferma. En la guerra contra el pueblo de Irak venció, en realidad, un Estado apoyado en su superioridad geopolítica y técnica. Estado al que desearíamos la sociedad norteamericana, en algún momento, no apoyarse.

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