A la memoria de don Jorge Arias Gómez1
La historiografía constituye un aspecto medular de la configuración ideológica y política de todo Estado nacional. Siempre controvertida, hilvanada generación tras generación con retazos alternados de recuerdo y olvido, la historia escrita constituye al mismo tiempo memoria vital y también testimonio de las distintas maneras en que dicha memoria ha sido preservada. Y ese estilo, la forma peculiar en que pueblos y Estados recrean su pasado, dice tanto de sí mismos como las propias narraciones que configuran su Historia. Extrañamente, en El Salvador el quehacer historiográfico ha contado desde siempre con escasos adeptos. Es un hecho que, con excepción de Belice, la tradición historiográfica de dicho país es la más pobre de toda Centroamérica. Apenas suman unos 180 los libros de historia publicados en los últimos treinta años, y han sido escritos en su inmensa mayoría por sociólogos, economistas, literatos, abogados, periodistas y militares; cabe mencionar también que apenas a principios del año 2002 fue establecida la licenciatura en Historia como una carrera universitaria (Vázquez, 1995; . Silva/ Viegas, 2002).
Algunos atribuyen esta “miseria” historiográfica a la mezquindad y ceguera política de la oligarquía salvadoreña, a su pobre cultura y escaso sentido de nacionalidad, así como al carácter retrógrado y obtuso de los sucesivos gobiernos de extrema derecha que han regido los destinos del país desde finales del siglo XIX. Pero esta interpretación es demasiado simplista. En países vecinos como Guatemala, Honduras y la Nicaragua de los Somoza, los estudios históricos alcanzaron un desarrollo muy superior en similares o peores circunstancias políticas. Y por si no bastara esta referencia comparativa, puede probarse que los mejores tiempos para la historiografía salvadoreña fueron precisamente los años felices del liberalismo oligárquico de principios del siglo XX así como la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez (1932-1944), y que en la actualidad, bajo el gobierno derechista del partido ARENA, se experimenta un notable renacimiento de la disciplina.
Por otra parte, si bien es cierto que la falta de respaldo gubernamental ha dificultado sobremanera el trabajo de los historiadores salvadoreños, obligándolos a sortear inumerables obstáculos para poder realizar y difundir sus investigaciones, no es difícil constatar que el menosprecio hacia la historia nunca fue privativo de la extrema derecha; a lo largo del siglo XX sucesivas generaciones de intelectuales de oposición, reformistas y revolucionarios, también manifestaron actitudes semejantes.
Entre los portavoces más destacados de esta “tradición” antihistoricista puede señalarse al famoso pensador vitalista de los años veinte, Alberto Masferrer, quien como alternativa a las alegorías patrióticas de orientación oficial, acuñadas en los tiempos de esplendor de la república oligárquica, en su opinión “fantasmagóricas”, vacuas, y falsamente nacionales, postuló la adopción de un credo inmediatista, muy afín a la peculiar idiosincrasia del pueblo salvadoreño. En su opinión las urgencias del hoy, y no las especulaciones en torno del ayer, debían orientar la regeneración nacional. Como escribió en 1928 en la edición inaugural de su famoso periódico Patria:
En este diario la palabra Patria tendrá perennemente una significación… muy concreta: significará, en primer lugar y ante todo, la vida de los salvadoreños que viven actualmente. El escudo, la bandera, los próceres, los antepasados… Atlacatl, la mitología india y todo lo demás que forma el Ayer, pasará a segundo término, por muy interesante que parezca. Sin duda no negaremos el pasado, ni olvidaremos que es la semilla de que ha nacido el presente. Solo que, urgidos por la necesidad, y dándonos cuenta exacta de que estamos viviendo horas de peligro y de dolor… nos vemos obligados a concentrar todas nuestras fuerzas en torno al momento que se llama hoy (Masferrer, 1960:11).
Tras la caída del dictador Hernández Martínez, la figura y la obra de Alberto Masferrer fueron reivindicados por los gobiernos militares que se sucedieron en el poder hasta finales de los años setenta. De manera paradójica, su postura con relación al estudio de la historia se asemeja en mucho a la actitud que asumieron intelectuales y dirigentes revolucionarios de El Salvador durante la pasada guerra civil (1980-1992). Cabe recordar que aún durante los momentos más duros del conflicto tanto la Universidad de El Salvador como la Universidad Centroamericana, las dos consideradas “de izquierda”, lograron mantener en funcionamiento facultades y departamentos de tradicional inclinación crítica, como Derecho, Letras, Periodismo o Filosofía. Asimismo, sus respectivas editoriales publicaron libros y revistas de contenido crítico, antigubernamental, e incluso abiertamente de propaganda revolucionaria. En cambio, no dedicaron mayores esfuerzos a fomentar el estudio o la divulgación de la historia patria.
Desde luego, para explicar esta extraña vocación de “desmemoria” ?Y?Nque sin duda constituye un aspecto característico de la cultura salvadoreña?Y?N, se requiere de un estudio a profundidad del desenvolvimiento intelectual del país en el contexto general de la formación del Estado, lo cual trasciende por mucho los propósitos del presente ensayo. Sin embargo es importante mencionarlo desde un principio pues enmarca y justifica nuestro tema de análisis.
¿Por qué concederle importancia al poeta Roque Dalton dentro de un examen de la historiografía contemporánea de El Salvador?
En primer lugar, porque tenemos la certeza de que en dicho país, dada su débil tradición historiográfica, fueron ideólogos, y en particular literatos, quienes estructuraron las narrativas históricas de la nación más perdurables e influyentes. Tal fue el caso de Francisco Gavidia (1864-1955), una de las primeras figuras del modernismo centroamericano y sin duda la figura cimera de la literatura nacional, cuya obra está constituida en gran parte por una florida alegoría literaria, mitológico-patriótica, de cuño liberal y tintes hegelianos, que hacia el final de su vida resumió y postuló como filosofía de la historia en su poema Sooter (Gavidia, 1976; Lara, 1991). El vasto corpus gavidiano constituyó la principal fuente de inspiración de la historia de bronce de corte oficialista que floreció en El Salvador durante las primeras cuatro décadas del siglo XX.
Irónicamente, sin embargo, quien siguió más de cerca los pasos del maestro Gavidia fue quizá su principal detractor, Roque Dalton García (1935-1975), poeta y ensayista de vanguardia, y militante revolucionario, muerto en los albores de la guerra civil.
Actualmente, Dalton es reconocido como uno de los autores más influyentes dentro la historia literaria de El Salvador. A semejanza de Gavidia, dedicó una gran parte de su obra a reflexionar sobre la historia, la cultura y la identidad nacional salvadoreña. Sus reflexiones al respecto estuvieron vinculadas estrechamente a su militancia comunista y al proyecto político del movimiento insurreccional surgido a principios de los años setenta. Por ser uno de los ideólogos más destacados del movimiento insurgente y sin duda el principal hombre de letras de la revolución, y dado el profundo impacto que tuvo el estallido revolucionario en la vida política, social e intelectual de El Salvador durante las últimas tres décadas del siglo XX, su obra y su figura llegaron a cobrar una especial relevancia, no solamente en el campo de las letras sino también en el terreno ideológico, y dentro de éste, ciertamente, en cuanto se refiere a interpretar la historia nacional.
La Historia y las historias de Roque Dalton
Hijo ilegítimo de un empresario estadounidense radicado en El Salvador, Dalton conoció de niño el ambiente exclusivo de la élite así como la vida rutinaria de la clase media capitalina. Tras una corta estancia en Chile inició la carrera de abogado, que pronto abandonó para dedicarse a escribir, a beber y a conspirar contra el gobierno de turno. Ya para entonces hacia mediados de los años cincuenta se había revelado como uno de los más prometedores talentos poéticos del país. De esos años data su ingreso al Partido Comunista de El Salvador (PCS). La notoria actividad política de Dalton, y sobre todo sus viajes a Cuba y Europa socialista representando al PCS, lo condujeron a prisión en un par de ocasiones, y a vivir un breve exilio en México y La Habana entre 1961 y 1963. En 1965, amenazado de muerte tras escaparse de una cárcel, abandonó El Salvador. El PCS lo envió a Praga, como corresponsal del partido ante la Revista Internacional. En 1967 dejó Checoslovaquia para establecerse en Cuba como parte del equipo de Casa de Las Américas.
A pesar de haber fungido como representante internacional del PCS, Dalton nunca ocupó un sitio importante dentro de la jerarquía partidaria. De hecho, su estancia en Praga, donde trabajó en estrecho contacto con la burocracia de la Cominform, influyó de manera determinante en su decisión de abandonar el partido. Pero en un primer momento su posición como funcionario internacional le permitió viajar por el mundo y entrar en contacto con las tendencias más novedosas del movimiento socialista radical de Asia, Europa y América Latina, así como con las vanguardias intelectuales del momento.
Una vez instalado en Cuba, Dalton se convirtió en protagonista imprescindible de la tertulia cultural y política de la izquierda latinoamericana que por aquellos años tenía en La Habana una importante sede. Hacia finales de los años sesenta, el salvadoreño se vinculaba por igual con afamadas personalidades del mundo literario que con políticos de izquierda y dirigentes revolucionarios. Julio Cortázar, Pedro Orgambide, Enrique Lhin, Silvio Rodríguez y Mario Benedetti, entre muchos otros, le prodigaban particular afecto. Una consideración semejante gozaba por parte de personajes políticos como Regis Debray, el comandante Manuel Piñeiro el famoso “Barbarroja” y el propio Fidel Castro, con el que mantenía una estrecha relación personal y política.
En aquella Habana floreciente la obra de Dalton alcanzó su madurez. Allí cobraron cuerpo sus libros más importantes: Taberna y otros lugares (poesía), ¿Revolución en la Revolución? y la crítica de la derecha, (ensayo político), Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador (testimonio), Las historias prohibidas del Pulgarcito (collage histórico) y Pobrecito poeta que era yo, (novela autobiográfica).
En 1970, el traductor de la edición italiana de su libro sobre Debray presentaba a nuestro autor de la siguiente manera: “Políticamente, Dalton pertenece a la corriente crítica surgida en el seno del movimiento comunista latinoamericano sobre la base del triunfo de la revolución cubana y de la influencia ejercida por Guevara” (Dalton, 1970: contratapa). En efecto, para entonces el antiguo funcionario “del Partido Comunista más chiquito del mundo”, como alguna vez se había calificado (Dalton, 1969: 132), se había convertido en partidario de la lucha armada; tras romper con el PCS preparaba su retorno clandestino a El Salvador convertido en combatiente del Ejército Revolucionario del Pueblo.
En cuanto al tema que nos ocupa, este hecho tuvo una especial relevancia. Para comprenderlo mejor es necesario mencionar antecedentes que, si bien no son desconocidos, tal vez no han sido ponderados debidamente por los estudiosos de su vida y su obra.
Desde muy temprano la producción literaria de Roque Dalton se caracterizó por su interés en las raíces históricas y culturales de El Salvador y su mordaz cuestionamiento del nacionalismo oficialista. Dos personas ejercieron en ello una notable influencia. El escritor y antropólogo Pedro Geoffroy Rivas (1908-1979), quien había residido largo tiempo en México, así como su amigo y mentor político Jorge Arias Gómez (1923-2002), por ese entonces líder estudiantil, más tarde abogado, periodista y profesor universitario, miembro del Comité Central y destacado cuadro intelectual del PCS (Arias, 1999).
Hacia finales de los años cincuenta Arias Gómez asumió la encomienda de orientar ideológicamente a Roque Dalton y otros jóvenes escritores de la llamada “generación comprometida”. Entre otras cosas, buscó transmitirles su propio interés en combatir la versión convencional de la historia salvadoreña, y proponer en cambio una versión alternativa, “comunista”, es decir inspirada en el marxismo pero también nacionalista y sobre todo apegada a los lineamientos partidarios.2 Él mismo había iniciado dicha tarea al emprender el rescate historiográfico de figuras negadas por la mitología gavidiana y el discurso oficial, como el cacique Anastasio Aquino, que encabezara la sublevación de los indios nonualcos en 1833, o el dirigente comunista Farabundo Martí, fusilado tras la revuelta popular de 1932.
A la larga, la iniciativa de Arias Gómez fue exitosa en el terreno de la propaganda política. Aún cuando no había sido éste su propósito original, al reivindicar la insurgencia campesina y el historial combativo del PCS contribuyó a reforzar las tendencias radicales dentro del movimiento popular y la oposición de izquierda, incluyendo su propio partido, antecedente inmediato de la aparición de la guerrilla. En cambio, en el ámbito académico las ideas del abogado comunista con respecto a renovar la escritura de la historia no encontraron una recepción igualmente favorable. A diferencia de otras disciplinas sociales y humanísticas (economía, sociología, derecho, filosofía, filología), en las que el marxismo fue rápidamente adoptado, la historia continuó siendo coto de historiadores anticuarios, por lo común de extrema derecha, congregados en la Academia Salvadoreña de la Historia. El mismo Arias Gómez, absorbido por sus compromisos partidarios, relegó a segundo plano su trabajo de investigación.
Hacia principios de los años setenta la historiografía de nuevo cuño producida en El Salvador se reducía a algunos cuantos artículos publicados en la revista de la Universidad, los trabajos de Arias Gómez (Arias, 1963/1972) y otros estudios monográficos como la historia de la prensa y la biografía de Gerardo Barrios escritas por Ítalo López Vallecillos (López Vallecillos, 1964/1967), el pequeño libro de Dagoberto Marroquín acerca de la independencia (Marroquín, 1964) y el manual de historia económica de David Alejandro Luna (Luna, 1971).
Fuera de López Vallecillos, ningún otro miembro de la “generación comprometida” mostró mayor entusiasmo por los estudios históricos. Su interés en este campo se limitó a la publicación de poemas sueltos, en general alegóricos y de escasa trascendencia. La propia producción de Roque Dalton durante la mayor parte de los años sesenta exhibe tal característica, no obstante haber sido el más persistente de aquel grupo en cuanto se refiere a la exploración literaria de temas relativos a la cultura popular, las tradiciones y la historia de El Salvador.
Lejos de su país, sin embargo, la reflexión sobre estos temas llegó a convertirse en una de las preocupaciones fundamentales de Dalton. Tenía el antecedente de una breve pero formativa estancia en México, donde inclusive cursó algunas asignaturas en la Escuela de Antropología. Luego, su estrecho contacto con intelectuales comunistas y revolucionarios de diversos países, pero sobre todo su fecunda estancia en Cuba, parecen haberle revelado la importancia del nacionalismo cultural y político como factor fundamental dentro de la lucha revolucionaria y antiimperialista en el Tercer Mundo.3 Asimismo, sus múltiples lecturas y su relación personal con intelectuales vanguardistas de Europa le abrieron los ojos a perspectivas de interpretación histórica y social que rebasaban por mucho el marxismo de manual.